CAPÍTULO 32


El aire en la habitación se volvió más ligero luego de la intensidad de nuestros polvos compartidos. Había terminado en la cama, tendida boca abajo con el cuerpo cubierto por una manta suave que Andrea me colocó luego de mi quinto y último orgasmo, tras aplicar un ungüento sobre mis glúteos, con suaves y lentos movimientos que me hicieron soltar algunos sonidos de satisfacción al aliviar el escozor en mi piel.

Me había castigado con spanking suave y practicado un bondage ligero junto a la privación sensorial al vendarme los ojos. Una mezcla que me dio a probar un poco de lo que me esperaba con él, de la droga que me volvería adicta.

—Bebe un poco —me animó al volver a mi lado, pues se había ido al cuarto de baño, ofreciéndome una botella de agua.

Tomé un sorbo del líquido fresco y mi garganta lo agradeció, luego de terminar con ella reseca por mis jadeos, gemidos y gritos de placer.

—Gracias —dije en voz baja al terminar.

Él sonrió ligeramente y dejó la botella a un lado cuando se la entregué.

—Ahora ven conmigo, porque esto no ha terminado —me animó.

Mi corazón se aceleró ante la expectativa a pesar de sentirme exhausta, incluso cuando tomé la mano que me tendió y mi entrepierna escoció al bajarme de la cama debido a toda la actividad sexual que tuvimos.

Madonna.

Esa noche comprobé de primera mano que, en efecto, Andrea era todo un caballero la mayor parte del tiempo, pero cuando estaba en la intimidad se convertía en un hombre oscuro que hacía alarde de su alter ego: Luxure. Pues eso era, la lujuria personificada.

El eco de nuestros últimos momentos follando parecía que todavía vibraba en el aire mientras me guiaba hacia el cuarto de baño en el que antes se perdió. Su mano descansaba con suavidad en la parte baja de mi espalda, firme pero tranquilizadora a la vez.

—¡Oh, vaya! —exclamé al entrar al cuarto, que igual a otras partes del castillo, tenía un toque gótico con elegancia exquisita.

Pude sentir un aura de misterio y sensualidad al ver la bañera antigua, era de líneas curvas y acabado negro brillante, convirtiéndose en el centro de atención al estar casi rebosante de pétalos de rosas rojas que caían hasta el suelo.

El fondo estaba dominado por una arquitectura oscura y ornamentada, con un marco de madera tallada que albergaba un espejo decorado con un arreglo floral de rosas del mismo tono intenso.

Candelabros negros con velas encendidas proyectaban una luz cálida y parpadeante, creando contrastes de sombras profundas en las paredes, mientras la tenue claridad de una ventana gótica al fondo sugería la presencia de un mundo exterior frío y gris, todo lo contrario, al que se vivía en el interior. Los detalles dorados en jarras y pequeños objetos por doquier añadían un toque de lujo sutil, en armonía con el ambiente oscuro y hasta romántico de la habitación.

El lugar me seguía anonadando, y no porque nunca hubiese estado en un castillo, sino porque ese era muy diferente al de los Lefebvre.

El suelo de madera en tonos oscuros reforzaba la atmósfera sofisticada, mientras que la combinación de rojo y negro impregnaba el espacio de un simbolismo de pasión y poder.

—Sabía que nuestro encuentro sería intenso, a pesar de que fui suave contigo. Y quería que tu cuerpo tuviera el descanso que mereces después —explicó Andrea al cerrar la puerta detrás de nosotros y sonreí de lado.

¿Había sido suave? Probablemente para sus estándares, mas no para los de una primeriza que sus experiencias sexuales se limitaban solo a aventuras lésbicas y que, si bien hice cosas apasionadas, emocionantes e inolvidables con Jennifer y otro par de chicas, no podría sobresaltarlas por encima de esa noche con Andrea.

Aunque tenía que aclarar que eso se debía más al hecho de que no me gustaban solo las mujeres, ya que de haber sido así, lo que ese francés me hizo definitivamente no sobresaldría para mí, por muy experimentado que fuera para dar placer.

—Las ronchas en mis nalgas y los mordiscos en mi piel, no opinan lo mismo —le dije en tono de broma, omitiendo lo mucho que me dolía la entrepierna por la grande y gruesa intromisión que tuve.

Lo escuché reír bajo, quizás al recordar cómo lo maldije cuando, mientras me follaba, mordió el hueco de mi cuello, luego mis pechos y el interior de mis muslos; pero a la vez, le pedí que no dejara de hacerlo, pues ese dolor convertido en placer me otorgó un éxtasis único.

—Tu coño chorreando me dijo que sentiste todo, pero que el dolor lo hiciste a un lado —señaló y sonreí, sintiendo que mi vientre se tensó y mis pezones se endurecieron cuando su cercanía me cubrió la espalda.

El leve aroma a lavanda que flotaba en el ambiente se intensificó, mezclándose con el vapor que emanaba el agua caliente y espumosa de la bañera. Y, esa fragancia tan relajante fue lo único que impidió que mi corazón se volviera loco ante la marea de emociones palpitando en mi interior, por la atención que él estaba teniendo conmigo sin dejar de lado el deseo en su voz.

—Y ahora, es momento de consentirte en otros sentidos —susurró cerca de mi oído.

Ladeé el rostro para mirarlo, lo hice un poco conmovida a pesar del pequeño juego en el que nos metimos al recordar nuestro encuentro, aunque también sintiendo que mi respiración comenzó a calmarse cuando él se inclinó hacia mí y sostuvo la manta que todavía llevaba sobre mis hombros, pues por alguna razón no la dejé en la cama cuando me pidió que lo acompañara.

—¿Me permites? —preguntó con delicadeza y asentí.

Deslizó la tela hacia atrás, dejando al descubierto mi cuerpo desnudo. Sentí un lametazo de placer por todas mis zonas erógenas por la manera en la que me miró, pues ese hombre tenía la capacidad de hacerme sentir la mujer más hermosa con solo verme. Y deseada por la oscuridad del azul en sus iris.

—Ven aquí —pidió y con una mano sobre mi codo me llevó hasta la bañera y me ayudó a entrar en ella.

¡Dieu! —gemí en cuanto el agua caliente me envolvió, relajando mis músculos tensos de inmediato.

Solté un suspiro involuntario mientras me sumergía más y me sorprendí al verlo a él arrodillarse junto a la bañera, en silencio, arremangándose las mangas de la bata que usaba.

—¿Tú no vas a entrar conmigo? —pregunté y él sonrió de lado.

—Luego —respondió, tomando un pequeño bol de madera con sales de baño que comenzó a disolver en el agua luego de apartar algunos pétalos—. Esto es para ti, así que quiero que cierres los ojos y te permitas sentir. No tienes que hacer nada, ma belle. Solo estar aquí.

¡¿Qué demonios?!

Lo había vivido de primera mano, experimentado en carne propia, pero, aun así, me seguía dejando sin palabras su capacidad para ser tan caballeroso, como un hombre antiguo y romántico, y a la vez tan duro, rudo e incluso frío, en su papel de Dominante. Eso sin contar lo caliente y pervertido en el momento de follar.

Con movimientos pausados, lo vi tomar una toallita suave, que sumergió en el agua antes de deslizarla por mis hombros y brazos. Cada movimiento siendo lento, meticuloso, limpiando no solo mi sudor y cansancio, sino también cualquier rastro de la vulnerabilidad que sentía luego de entregarme a él como lo hice.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, sus manos trabajando en ese instante en la curva de mi cuello y clavícula mientras que yo usaba las mías para jugar con algunos pétalos.

¿Que cómo me sentía?

Merda. Pues como una flor delicada, como una mujer que se ganó algún tipo de lotería celestial. Pasmada incluso, y tratando de mantener los pies en el suelo, a pesar de que él me estaba haciendo flotar en las nubes con todos sus cuidados, ya que debía recordar que lo que iniciamos era físico, no más.

Puta madre.

—Pues sobrecogida, pero bien. Es diferente a lo que pensé. Intenso, aunque ahora mismo me siento muy... cuidada —le respondí. Y a pesar de mi embriaguez mental, mis palabras salieron más firmes de lo que esperaba—. Siendo sincera, nunca imaginé que algo de este calibre pudiera terminar así, con tanta... calma.

Andrea sonrió suavemente, dejando la toallita de lado y sumergiendo sus manos en el agua.

—Terminamos con un aftercare, mon cygne, que no es solo físico, sino también emocional —dijo y recordé que lo mencionó antes—. Lo que hacemos en una sesión puede ser meramente por placer y pasión, un deseo carnal. Pero siempre termina aquí, en un espacio donde sepas que estoy contigo, donde te sientas segura y cuidada. Ese es mi trabajo como Domi.

Lo observé en silencio, mi corazón latía con fuerza, pues había algo profundamente íntimo en cómo él se aseguraba de que estuviera cómoda. Y era triste darme cuenta de que, en las relaciones normales, por amor, no siempre pasaba eso.

Normalmente una pareja de enamorados terminaba durmiéndose exhaustos y abrazados después de hacer el amor, en otros casos tal vez duchándose juntos, o metidos incluso en una tina, a lo mejor solo conversando, bebiendo vino, comiendo frutas o quesos, riéndose.

Pero eso era todo. Y estaba bien, no tenía nada de malo ni se minimizaría si eran felices de esa manera.

No obstante, al compararlo con lo que Andrea hacía conmigo, al verlo tan entregado a mi cuidado, tratándome como a una reina sin amarme, lograba que las relaciones normales se sintieran como algo banal y meramente fisiológico cuando debía ser al contrario.

—¿Siempre haces esto después? —pregunté, tratando de entender mejor la situación.

—Siempre —afirmó él, mirándome a los ojos—. Después de cualquier sesión, sin importar cuan ligera o intensa sea. Es una forma de reconectar, de asegurarme de que mi sumisa o acompañante esté bien en todos los sentidos.

Por un momento creí que me sentiría pésimo al comprobar que yo no era especial ni única, que les daba el mismo cuidado a todas, pero me sorprendí de que, en lugar de ello, me sintiera a gusto y satisfecha de que su actitud no fuera una fachada, pues eso hablaba muy bien de él, de su honestidad en todo lo que me explicó con respecto a su mundo.

«Aunque me siguió a mí luego de la sesión con Lucie. Eso indicaba que no tuvo un aftercare con ella». Pensé y quise señalarlo, pero en ese punto en el que nos encontrábamos, no creía conveniente hacerle preguntas de las cuales sus respuestas podrían terminar incomodándome.

—Sé lo que estás pensando —señaló él en voz baja, aunque cargada de una calma firme.

—Enséñame a no dejar ver en mi cara lo que pienso —satiricé y él negó con la cabeza.

—Mejor aprende a preguntarme todo lo que te genere dudas de mí, antes de sacar tus propias conclusiones —recomendó y me mordí el labio antes de volver a hablar, tratando de que lo que diría no se siguiera tomando como celos de mi parte.

—Entonces... ¿por qué me seguiste a mí en lugar de terminar con un aftercare luego de tu sesión con ella?

—Por dos razones. La primera es porque Lucie no lo necesita de mí, ella es una sumisa con experiencia, sabe cómo procesar lo que sucede en una escena, cómo manejar sus emociones después de una sesión como la que hicimos, incluso si es intensa.

Hizo una pausa en la que lo vi tomar una botella pequeña de aceite que, por el aroma, supe que era esencia de lavanda, vertió unas gotas en sus manos y luego las frotó juntas para calentarlas antes de tomar mi pie derecho y que comenzara a masajearlo, trabajando cada parte con cuidado.

—¡Jesús! —Dejé escapar un pequeño gemido de alivio con la exclamación, sus dedos trabajaban en mi tobillo, subiendo con lentitud a mi pantorrilla.

—Tu cuerpo trabajó mucho esta noche, chérie, incluso si no lo sentiste en el momento. Esto ayudará a relajarlo —vocalizó, tomando mi otro pie, dándole la misma atención que al derecho.

Cerré los ojos un instante, dándome cuenta de que me excitaba su toque a pesar de no estar pensando en nada sexual. Era como si Andrea estuviera descubriendo en mí una zona erógena que yo misma ignoré toda la vida.

—La segunda razón... —prosiguió—. Es porque Lucie y yo ya no compartimos una relación ni emocional ni de rol; ya no soy más su Domi ni su pareja. Además de eso, ella irrumpió mi sesión privada valiéndose del aprecio que algunas personas, cercanas a mí, le tienen; por lo que mi responsabilidad terminó en el momento que la escena concluyó, pues nuestra conexión, al menos de mi parte, ahora solo es técnica, práctica. Eso fue lo que le dije antes de que iniciáramos y lo aceptó tal cual. Así que ella sabía exactamente dónde estábamos parados y lo que debía o no, esperar de mi parte como Maestro para los demás en la sala.

Me sorprendía la capacidad de ese hombre para explicarme las cosas, pues no quedaba en mí ni un ápice de dudas, le creía absolutamente todo y no sabía si asustarme por ello.

—Algunos presentes la recordaron como tu pareja, ¿crees que...? —Me mordí el labio para no gemir de nuevo, esa vez más de placer que de alivio, cuando presionó sus dedos diestros en las terminaciones nerviosas de la curva de la planta de mi pie, que me estaba resultando altamente sensible a su toque—. Andrea... —Me callé un momento para recomponer mi voz. Él me miró con una ceja alzada y con un amago de sonrisa en su boca.

—Sí, mon cygne —musitó con picardía, sin dejar de trabajar en su masaje, subiendo de nuevo a mi pantorrilla.

—¿Crees que no te verás como un mal Dominante ante ellos? —conseguí preguntarle.

—Lo haría si no la hubiese tratado con respeto durante la sesión, a pesar de haberse ganado una reprimenda de mi parte por aprovecharse de mi personal, pero viste cómo terminó. Ella no sufrió durante el juego, lo disfrutó al punto de correrse. No terminar con un aftercare, les dejó claro que lo que hicimos no tiene más peso que el de una demostración técnica, además de servirle a Lucie como advertencia para que se piense mejor lo que hará, si no quiere terminar expulsada de mi círculo.

Si hubiéramos estado en otra situación, a lo mejor los celos habrían punzado en mi pecho al recordar a otra corriéndose con sus atenciones, pero justo en esa, mi cabeza ya estaba inmersa en el placer que me otorgaba con su masaje, con sus dedos recorriendo mi pantorrilla hasta llegar detrás de mi rodilla, y luego deslizándolos hacia abajo para culminar en mi pie.

—Admito que esto que haces conmigo es más de lo que esperaba —confesé, con la voz a penas en un susurro.

—Es exactamente lo que mereces —contradijo, su tono tomó un matiz más personal—. No olvides esto, Abigail: cuando confías en alguien lo suficiente como para entregarte, esa confianza debe ser correspondida. Y eso incluye cuidarte después. Y lo que tú y yo acabamos de empezar es tanto de cuidado como de control. Tú confiaste en mí esta noche, y eso no es algo que tomaré a la ligera.

Cazzo.

¿Qué se suponía que debía responder a eso?

El hombre acababa de dejarme en jaque.

—Además, cuidarte me está sirviendo para descubrir algo que, por lo visto, tú también desconocías —añadió y pasó su dedo pulgar con más presión en la curva de mi pie y me mordí el labio, reteniendo más aquel gemido, pues ese deslizamiento lo sentí conectar en mi vientre.

Cavolo. ¿Qué había pasado con el dolor en mi entrepierna?

—Entra a la bañera conmigo —pedí con la voz ronca, sorprendiéndolo.

—Quiero cuidarte, ma chérie. Y he notado tu mueca de dolor cuando te bajaste de la cama, así que sé que te dejé adolorida.

¿Entonces no se había metido junto conmigo para evitar la tentación?

Merda. Él olvidaba lo pecadora que me gustaba ser para tentarlo.

—Puedes cuidarme estando aquí adentro conmigo —insistí, haciéndolo sonreír. Pero se quitó la bata, dejándome ver que ya se encontraba medio erecto, lo que me dio a entender que él también se afectó con mis gemidos, al darse cuenta de lo mucho que me gustaba su masaje en mis pies—. Vaya, creí que me costaría más convencerte —bromeé en cuanto estuvo adentro.

—Calla y ven aquí, ponte de espaldas a mí —pidió con diversión. Solo en ese momento me di cuenta de lo grande que era la bañera, ya que nos permitía estar cómodos a los dos.

Sonreí yendo hacia él, metiéndome entre sus piernas, de espalda a su pecho como me lo indicó. Tomó otro poco de aceite y entonces comenzó a masajear los músculos entre mis hombros.

—¡Dios! Vas a hacerme adicta a estos momentos —advertí, gozando de la delicadeza con la que deslizaba sus dedos, presionando lo justo para destensarme.

—Siendo sincero, te veo más haciéndote adicta a los momentos rudos —señaló y reí.

—Por cierto, ya que tocas este tema, ¿por qué mi palabra de seguridad es Aurora? —inquirí, pues con la mención de los momentos rudos entre nosotros llegó a mi cabeza la palabra que me dio para detenerlo si era mucho lo que me daba.

—Porque representa un nuevo comienzo, simbolizando tu exploración en este mundo —explicó—. Podemos cambiarla luego, si lo prefieres.

—¿Lo pensaste en el momento? —Lo miré tras hacerle esa pregunta, él escondió una sonrisa.

Non, mon cygne. Lo pensé luego de invitarte a mi fiesta en el castillo Lefebvre.

Me giré hacia él, subiéndome en su regazo y haciendo que un poco de agua cayera al suelo.

Tenerlo así todavía me parecía irreal, luciendo tan mío, aunque solo fuera momentáneo; desnudo y consintiéndome luego de darme una follada formidable.

—¿Debo tomarme eso como que pensaste en mí aceptando ser tu sumisa, más de lo que te gustaría? —Le di un beso casto tras envolver los brazos en su cuello, sintiendo cómo él me tomó de las caderas y su erección creció debajo de mí.

—Me gusta pensar en ti como un obsesionado —aceptó sin vergüenza alguna y me mordí la sonrisa—. Ahora, compórtate, porque si te sigo follando como un obsesionado mientras estás tan vulnerable, no tendrás las energías ni la capacidad para que probemos un poco de bondage intermedio. —La emoción en mí fue evidente al escucharlo.

—¿Firmaremos un contrato como en las películas?

Me escuché como niña eufórica al hacer esa pregunta, lo que lo hizo soltar una carcajada ronca y abrazarme más por la cintura, presionándome más a su cuerpo.

—Firmaremos un contrato como en el mundo bedesemero real, mon cygne. Discutiremos las cláusulas juntos y, por cierto, ¿aceptarías quedarte conmigo aquí toda esta semana?

Lo miré con sorpresa, ya que, siendo sincera esperaba quedarme con él al menos hasta el día siguiente, no que me pidiera acompañarlo durante una semana.

—Pero, tengo que atender mis deberes en la academia, además de mis clases. Y no traje ropa —informé, apartándome un poco de él.

—No voy a influir ni con tus deberes ni clases, y en el armario hay ropa nueva de tu talla, suficiente para todo un mes. —Alcé una ceja con sorpresa.

—¿Incluso ropa interior?

—Bragas específicamente, ya que sé que odias los sostenes, así que conseguí vestidos y blusas adecuados para que no los uses.

Mis ojos se abrieron de más al escucharlo, tratando de procesar todo, recordando además que luego de recibir la invitación oficial a su fiesta y que confirmara mi asistencia en línea, por medio del enlace que se me adjuntó, tuve que llenar un formulario donde me preguntaban sobre mis tallas de ropa (incluyendo la interior) y zapatos. Además de lo que prefería, si vestidos, faldas o pantalones. También tuve que ir a practicarme exámenes médicos para asegurar mi salud, en donde decidí implantarme un chip anticonceptivo porque no era buena para recordar beberme las píldoras.

Y, aunque puse la talla de mi sostén, como broma incluí que los odiaba, pero nunca imaginé que Andrea fuera el encargado de revisar el formulario y menos que se tomaran la molestia de buscarme ropa adecuada para evitarlos.

—Espera... ¿el formulario que tuve que llenar era un requisito para todos los asistentes? —pregunté, llena de dudas.

—Los exámenes son obligatorios para todos, sin excepción alguna. Pero el formulario es solo para las personas que nosotros escogemos y con las cuales queremos compartir más tiempo, así que sí, ma belle, yo recibí personalmente el tuyo si es lo que estás pensando.

—Vaya que eres astuto —repliqué haciéndolo sonreír con orgullo.

—¿He ganado que aceptes quedarte conmigo, con mi jugada astuta? —debatió y me mordí el labio.

—Me gustaría, pero recuerda que tengo a un guardaespaldas intenso que así haya venido a esta fiesta como sumiso, sigue pendiente de mi seguridad.

O eso creía, pues en ese momento pensé que cabía la posibilidad de que Souveraine también quisiera tenerlo para ella más tiempo.

—Michael igual puede quedarse aquí, el castillo tiene muchas habitaciones disponibles —ofreció y lo pensé por unos minutos—. Sea lo que sea que te preocupe, yo lo resolveré con tal de que te quedes conmigo, Abigail, si es lo que también deseas. Si no quieres, si prefieres tiempo a solas para procesar lo que hemos iniciado, dímelo sin problema porque lo entenderé y respetaré.

Solté una exhalación profunda y tragué saliva, sintiéndome libre de decir lo que quisiera sin temor a su reacción, porque creía en sus palabras y así nos conociéramos poco, fue suficiente para asegurar que no tenía por qué esconder nada de mi sentir con él.

—¿Qué esperas de mí esta semana juntos? —inquirí antes de terminar de decidir.

—Más que esperar, deseo que me sigas conociendo como Dominante y yo conocerte como prospecto de sumisa, para que así, cuando hagamos nuestro contrato, adaptemos las cláusulas con conciencia de lo que ambos deseamos y esperamos del otro, no solo con exigencias.

Sonreí con regocijo e incredulidad en partes iguales, al seguir recibiendo bofetadas con guante blanco por parte de ese hombre, pues me seguía confirmando que el BDSM estaba muy lejos de ser lo que yo creía.

—¿Habrá mucho sexo? —cuestioné con picardía para aligerar el ambiente y eso lo hizo sonreír y negar con la cabeza.

—Y también muchos castigos, petite nymphomane. —Me tomó de la barbilla al decirme eso y sonreí.

—Mmmm, eso me pone muy cachonda —lo provoqué y saqué la punta de la lengua para lamer entre su mentón y labios.

Putain, mon cygne. Lo que voy a disfrutar al castigar tus insolencias —confesó.

—Bien, tendrás una semana completa para deleitarte con ellas —declaré, aceptando así su propuesta.

Emocionada y excitada por lo que nos esperaba juntos. Y juré que Andrea se sentía igual cuando pegó su boca a la mía y me folló de esa manera, demostrándome que lo que nos provocábamos estaba siendo mutuo.

(****)

Vi a Michael hasta la siguiente noche, cuando me buscó en el comedor del ala donde se encontraba la habitación de Andrea, porque yo le pedí que llegara, por medio de un mensaje de texto, además de solicitarle que fuera al hostal por unas cosas que necesitaba.

En el día, aparte de probar diferentes posiciones en el sexo, me había dedicado a conocer más sobre Andrea, quien me explicó que el castillo perteneció en su totalidad a una familia de renombre en París, pero que estuvieron a punto de perderlo debido a deudas de sus antepasados que al final no consiguieron solventar.

El nieto del dueño era un Dominante muy allegado al francés y a otros dos más en su círculo, por lo que les propuso asociarse para que le proporcionaran el dinero de la deuda y así, en lugar de que el estado se adueñara del magnífico inmueble, fueran ellos quienes lo aprovecharan; Andrea para llevar a cabo las Fêtes de la Luxure, y los demás, otras fiestas de alto protocolo que les gustaba ofrecer.

Al final, Andrea fue quien más invirtió (pues era su área de trabajo y se sabía manejar muy bien en ello), por lo tanto, se convirtió en el socio mayoritario. Sin embargo, no hacía alarde de eso y dividió el castillo en cuatro alas, una para cada Dominante y los fines que quisieran darle, dejando el gran salón de uso común para las fiestas, aunque poniendo sus reglas, cosa en la que todos estuvieron de acuerdo de manera unánime, pues ya sabían lo bien que el hombre se manejaba en sus famosas veladas, y lo respetadas que se habían vuelto.

—Ya comienzo a entender por qué fui al hostal por tus fragancias y la indumentaria para tus clases, pero no por ropa —señaló mi guardaespaldas con ironía, colocando mi bolso sobre la maleta de mano que arrastraba, mirándome vestida con uno de los atuendos que Andrea compró para mí.

—¿No te interrumpí? —le pregunté con curiosidad, ignorando su comentario, y entrecerré los ojos al notar que escondió una sonrisa.

Apoyé los brazos sobre la mesa, Michael se quedó de pie a unos pasos. Había terminado de cenar en compañía de Andrea un rato atrás, pero él se disculpó para atender una llamada de su padre, por eso me hallaba a solas con mi guardaespaldas.

—¿De qué? —inquirió un Michael adusto, lo que no compaginaba con su rictus que, aunque serio, se notaba tranquilo, incluso saciado.

Bufé al pensar que la Souveraine esa sí hizo un buen trabajo después de todo.

—¿Te quedaste en el castillo anoche?

—Sí, de ninguna manera iba a irme y dejarte. Sobre todo luego de quitarte los aretes. —Apoyó las palmas de las manos en la mesa y me miró a los ojos.

Cazzo, Michael. ¿No me digas que follaste con tu Domi pensando en mi seguridad? —No lo dejé responder—. Y agradezco habérmelos quitado, porque habría sido raro que follaras con ella mientras veías cómo Andrea me...

—Joder. Deja de decir tonterías —me cortó—. Ni follé pensando en tu seguridad ni te habría visto si hubieras llevado los aretes. La tecnología que usamos es muy avanzada y lo sabes, así que dejé activado todo solo para que me avisara si surgía algún peligro. —Solté un largo suspiro y rodé los ojos.

—¿Te divertiste siquiera? —pregunté con aburrimiento y él bufó una risa sarcástica.

—Eso no es de tu incumbencia, pequeña entrometida.

—¡Oh, vamos! Dime al menos si te gustó ser sometido —lo chinché. Volvió a erguirse en toda su estatura y cruzó los brazos a la altura de su pecho, mirándome con una expresión que no supe descifrar—. ¿Folla bien? —seguí pinchándolo.

—¡Joder! No voy a responder a eso, soy un caballero —soltó y me reí—. Lo único que puedo decirte es que, a diferencia de ti, vine aquí como sumiso, pero terminé saliendo como Dominante.

Abrí los ojos de más con lo último, a pesar de que yo sabía que las probabilidades de que fuera él, el Dominante, eran muy altas. Pero que lo admitiera abiertamente con lo reservado que era, me tomó por sorpresa y hasta me provocó...

No. De ninguna manera.

—Eres un fanfarrón —acusé, ignorando lo que se me cruzó por la cabeza. Él rio, encogiéndose de hombros—. Y no era necesario ese comentario, simplemente debías responder si sí o no —puntualicé y me puse de pie—. Pero dejemos eso de lado, ya que lo único importante para mí ahora, es hacerte ver que sigo molesta contigo porque me hayas ocultado lo que hacías en tus desapariciones misteriosas... ¡Sí! Ya sé que yo te sugerí que buscaras a alguien —lo corté al notar su intención de protestar—, pero nada te costaba avisarme que esa persona era parte del mundo de Andrea.

—Te conozco, Abigail. Si te pedía que le dijeras a él que te diera acceso a traerme, no lo harías por...

—Porque pensaría que te ibas a entrometer como en nuestra cena, así que no me juzgues —repliqué y alzó las manos.

—Bien, tienes un punto. Cometí un error con eso —admitió y eso me sorprendió.

Cavolo. De verdad había necesitado follar para relajarse.

—Por eso decidí buscar por mis propios medios la invitación para entrar a la fiesta y protegerte.

—Eres un descarado, Michael. ¿Cómo se supone que ibas a protegerme mientras estabas follando con ella? ¿Si ni siquiera me defendiste de su altanería?

Merda.

No quería que eso sonara a reclamo, pero lo hizo y me avergoncé un poco.

Había ignorado ese punto, que me molestó que hubiera permitido que la mujer me hablara como me habló, que no hizo ni dijo nada cuando la tipa intentó minimizarme, y que hubiese sido Andrea quien la pusiera en su lugar. Lo ignoré porque también entendí que, de alguna manera, Michael estaba protegiendo mi identidad.

Pero en ese momento lo recordé y la punzada en mi pecho escoció.

—¿Estás molesta por eso? —inquirió él—. ¿Tú? ¿La chica que no necesita de que nadie la defienda? Ni siquiera yo, cuando te has metido en peleas con otros hombres.

—¡Pfff! Por supuesto que no estoy molesta —me apresuré a responder con la voz demasiado chillona, blanqueando los ojos—. Solo estoy señalando un punto.

—Ah, menos mal. Porque ya me estaba asustando de que ahora quisieras que te defendiera de palabrería tonta, cuando te sabes manejar con peligros de verdad —acotó, mirándome con sus ojos analizadores y con disimulo me acaricié el cuello, queriendo cubrirme las mejillas al sentirlas arder, pero conteniéndome para no demostrarle con ello que, en mi mente, un torrente de emociones ya se agitaba, volviéndose cada vez más caótico e incontrolable.

—Que conveniente que ahora sí pienses eso, pero no el día de mi cena con Andrea —me defendí y él sonrió sin gracia.

—Ya te dije que tienes un punto en eso, Abigail. Cometí un error, aprendí mi lección —zanjó y sentí que la presión crecía en mi pecho, siendo como un nudo invisible que parecía apretarse con cada intento fallido de traducir mis pensamientos en palabras, sin que se confundieran con nada equivocado.

—Perfecto, Michael. Me alegra escucharlo —solté, dándome cuenta de que mis labios se movían más de lo necesario, por todas aquellas palabras atrapadas justo en el borde de mi lengua, pero que no lograrían escapar.

Porca troia.

El calor subió más a mis mejillas con una mezcla de vergüenza y enojo. Él me miró y respiré hondo, rogando porque no notara nada.

—Escucha, Abigail —dijo y traté de controlarme—, parte de protegerte, es mantener en la clandestinidad de quién eres hija. Así que tuve que fingir con ella que apenas te conozco porque no voy a explicarle la razón por la que soy tu guardaespaldas —se defendió y chasqué la lengua.

Y no porque no lo entendía, pues a parte de Andrea, nadie más conocía mi verdadera identidad en el castillo. Yo era el Cisne Negro para todos. Mi razón para reaccionar así fue más con la intención de restarle importancia a nuestra discusión y que él no tuviera que reformular nada para no lastimar mi susceptibilidad.

—Como sea —solté, queriendo parar con ese tema—. Te pedí que vinieras únicamente para informarte que voy a quedarme aquí esta semana, por eso has traído mis cosas. —Lo vi llevar sus manos hacia atrás y ponerse serio—. Andrea me ha dicho que también puedes quedarte, ya ha pedido que te preparen una habitación.

—Me habría quedado, aunque él no dijera nada —señaló y rodé los ojos—. Después de todo, soy una extensión de ti, ¿no?

—Comienzo a arrepentirme de haberte dicho eso —bufé y eso lo hizo sonreír.

Como que el tonto estaba sonriendo y riendo más de lo que era su costumbre.

—Pues en lugar de ello, acéptalo como me ha tocado aceptarlo a mí —recomendó con un retintín que resonó en mi cabeza, pero que obvié para no volver a caer en discusiones tontas.

—Lo haré solo si dejas de ser un idiota con Andrea —convine.

—No soy ningún idiota con él —refutó.

—Michael, que no le digas nada no significa que no lo seas... ¡Madonna! Hombre, tu cara parece tener subtítulos y cada vez que lo miras aparece en tu frente uno recurrente que dice: voy a matarte, hijo de puta. Y no te atrevas a negarlo —advertí al ver su intención de hacerlo.

—Eso era antes —aceptó.

—¿Qué ha cambiado?

Sus ojos se imantaron a los míos en cuanto hice esa pregunta, y deseé que ellos también hubieran tenido subtítulos para saber qué escondía.

Porque escondía algo, podía jurarlo. Su manera de callar, de pensar muy bien antes de responderme me lo gritaba.

—Comprobar cuánto quieres estar con él —respondió luego de unos minutos que me parecieron eternos—. Y que no busca dañarte, al menos no físicamente.

—Ni sentimentalmente —aclaró Andrea, entrando al comedor, sorprendiéndonos tanto a Michael como a mí.

Vislumbré la manera en la que mi escolta tensó la mandíbula y los hombros, pero no dijo nada e intentó disimularlo enseguida. Yo, por mi parte, le alcé una ceja retándolo a que me demostrara que era en serio que no se comportaría más como un idiota, con el francés.

—Por eso estoy siendo totalmente sincero y transparente con tu protegida, Anderson —prosiguió Andrea, llegando a mi lado y colocando una mano en mi cintura—. Y ambos tenemos claro lo que queremos el uno del otro. Así que despreocúpate, porque no tendrás motivos para matarme. Aunque no pueda decir lo mismo de las ganas —añadió y miré la sonrisa comemierda que dibujó en sus labios.

Ciertamente no comprendí de inmediato por qué dijo lo último, hasta que miré el semblante de Michael y la manera en la que sus ojos se oscurecieron.

¡Demonios!

Sus ganas de matar al francés eran claras y concisas.

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¡Hello! Llegamos a viernes, y con la última actualización de la semana. Ha sido un capítulo tranquilo que les recomiendo disfrutar porque... Bueno, voy a dejarlo en que las cosas entre estos personajes no siempre fueron color de rosa.

Andrea y Abby todavía pasarán por una etapa muy importante en su amor.

Advirtiendo esto, nos leemos de nuevo el lunes ;-)

Posdata: no se olviden de votar por cada capítulo. A veces por eso no actualizo seguido, ya que dejan de votar y la actividad en el libro baja.

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