CAPÍTULO 30


Lo que había visto al llegar al castillo no era en nada comparado a lo que descubrí cuando entré al salón principal de la mano de Andrea. Me dejó estupefacta la elegancia y el ambiente casi ritualístico que dominaba la estancia, rodeada por ventanales que comenzaban en el suelo y terminaban a pulgadas del techo, todo iluminado por luces tenues. La música era suave, pero el aire estaba cargado de anticipación. Las parejas y tríos se movían por todo el lugar con una mezcla de reverencia y deseo, y cada persona parecía conocer su lugar y espacio.

—Esta es una noche de alto protocolo, mon cygne —susurró Andrea en mi oído, guiándome por el salón—. Aquí cada gesto tiene un significado, y cada palabra un propósito. —Asentí, con la curiosidad superándome.

Miré a mi alrededor, observando las interacciones entre las parejas: un hombre besaba las manos de una mujer, otra pareja parecía inmersa en una conversación silenciosa entretanto él sostenía una cadena unida a un collar en su cuello.

La atmósfera era excitante y a la vez intimidante, igual pero diferente a Reverie. Eso podía sonar confuso para los demás, aunque yo sí me entendía.

—¿Por qué todos parecen tan...sumisos? —pregunté en voz baja, tratando de procesar lo que observaba, dándome cuenta de que eso era el motivo por el cual sentía diferencia con Reverie, pues en el club siempre noté que se remarcaban demasiado lo roles y los Dominantes dejaban entrever su dominio hasta en las cosas más mínimas.

Incluso había tenido que usar una insignia para identificarme, mientras que para esa fiesta Andrea no me advirtió de nada.

—No todos aquí lo son. Sin embargo, en este tipo de evento, en mi fiesta y bajo mis términos, cada rol se respeta y se celebra con elegancia y disciplina. —«Tal cual como él es», pensé, ya que desde que lo conocí en Londres, a pesar del descaro con el que se manejaba, siempre entreví que era un caballero elegante y con un control envidiable—. Los Dominantes y sumisos, o sus prospectos, muestran su devoción y respeto por sus roles, pero en mi protocolo les exijo un comportamiento más formal, donde los límites y las reglas son cruciales.

—¿Ves? No me equivoqué al bautizarte como mi caballero —señalé haciéndolo sonreír, aunque sabía que lo seguía mirando como mi fantasía.

—Cuidado, ma belle. Porque me puedes ver como tu caballero antiguo, encantador, como tu chico de las cartas incluso, pero tengo un lado bastante oscuro.

—Que ya muero por ver —solté de inmediato. Sus ojos brillaron, el azul volviéndose cobalto—, pero soy una señorita educada y paciente, así que, por favor, sigue con el tour. —Escuché su risa, tan rica y oscura que endureció mis pezones porque la sentí vibrar en mi pecho, como si hubiese sido mía.

—Como ya sabes, señorita educada y paciente, los Dominantes, como yo, dirigen y guían a sus sumisos. —Me mordí el labio por su manera de llamarme—. Luego están los switches, que pueden cambiar de rol según el momento o la pareja.

Me fue inevitable no pensar en Michael, pues si alguna vez hubiera imaginado que le interesaba este mundo como a mí, podría haber jurado que se inclinaría en ser Dominante, su actitud mandona tenía mucho que ver con eso. No obstante, ahí estaba, todavía sintiéndome incrédula porque apareciera en esa fiesta. No para joderme la noche, sino para nada más y nada menos, ser el sumiso (o prospecto de) de una Domi a la que le quería arrancar la piel por haber sido tan despectiva conmigo.

«Vuelve a tocar a mi propiedad y sabrás por qué mi alter ego es Souveraine».

Stronza di merda.

—Y, por supuesto, los sumisos, quienes encuentran satisfacción al ceder el control —prosiguió Andrea.

A medida que explicaba, aunque me perdí por un segundo en mi encuentro con Michael y Souveraine, también seguí observando cómo los sumisos en la sala parecían radiar una mezcla de paz y excitación, como si encontrar su lugar les brindara calma interna. Sin embargo, al continuar explorando el salón nos topamos con una escena más juguetona entre una mujer que parecía desafiar a quien supuse que era su Dominante, empujando los límites con bromas y gestos provocadores, mientras él intentaba mantener la compostura.

Hice un gesto de confusión, por la familiaridad que sentí con el intercambio, que provocó que Andrea sonriera.

—Ella es lo que llamamos una brat —explicó—. Las sumisas de su tipo suelen desafiar a su Dominante en un juego constante, probando sus límites y buscando maneras de provocar una respuesta. Aunque siguen siendo sumisas, esta dinámica les da la libertad única para expresarse de manera traviesa, añadiendo un toque de humor y reto a la relación.

Fue mi turno de sonreír porque con su información las imágenes de nuestros encuentros anteriores me inundaron la cabeza.

Ya entendía por qué me sentí tan familiarizada con la escena.

—¿Lo disfrutan? —pregunté, dándome cuenta de que, aunque ese Dominante que vi con la brat parecía disfrutarlo, nunca pensé en si Andrea también lo hacía.

«Jamás le he permitido a nadie que me hable de la manera en la que te he permitido hacerlo. Y me es inaudito disfrutarlo tanto como lo estoy haciendo».

Eso me dijo en Reverie, luego de que yo le diera a probar mi rebeldía, aunque justificada esa vez, pues no lo conocía y me abrumó su descaro.

—Los Dominantes que están dispuestos a aceptar a una brat suelen encontrar placer en el reto, en domar esa parte juguetona de sus sumisas —me respondió.

—¿Ya has tenido a una brat bajo tu dominio? —Seguí con mi interrogatorio, sintiendo agitarse en mi interior una emoción que trataba de mantener controlada, sobre todo con él.

—No, y aunque nunca me planteé tener una, ahora lo estoy considerando —reveló con voz oscura, acercándose más a mí.

Su tono me erizó la piel y me mordí el interior del labio para no soltar la sonrisa estúpida que se me quiso escapar.

—Muéstrame más —pedí, más interesada en su mundo que cuando llegué al castillo.

Andrea me tomó de la espalda baja entonces y me guio a una sala lateral, ahí la intensidad de la velada era más alta, como si la fiesta la hubiera diseñado por niveles. La lencería de las mujeres consistía únicamente en el corsé para honrar la época barroca, pero sus bragas definitivamente eran contemporáneas, algunas ni usaban, lo que me dejó constatar que hubo varias que optaron también por dejarse los vellos púbicos.

Y, aunque yo prefería un coño lampiño tanto para llevarlo como para degustarlo, admitía que me provocó cierto morbo ver a algunas mujeres con sus sexos al natural.

Los vítores llenos de emoción hicieron que dejara de ver a las mujeres y me concentrara en la pareja a la que los presentes aplaudían. Estos ejecutaban una escena de bondage con cuerdas, aunque era diferente a lo que estudié de la práctica y lo que Andrea me mostró con Viviana.

La chica se hallaba atada con elaborados y hermosos nudos que recorrían sus brazos, torso y piernas, marcando cada curva de su cuerpo. Su pareja se movía con lentitud y precisión, sujetándola con delicadeza mientras observaba sus reacciones. Noté en la expresión de ella que sus ojos brillaban de confianza absoluta, entrega y deseo, como si todo su ser dependiera de ese vínculo de cuerdas.

—Eso es shibari, un arte japonés de ataduras. Y más que una práctica física; es una forma de conexión y entrega entre el que ata y el atado. Los nudos, las cuerdas, el ritmo... todo son un lazo de entrega total.

Nos habíamos detenido frente a la escena y Andrea se inclinó muy cerca de mi oído, acariciando la concha de mi oreja con su aliento, consiguiendo que mi respiración se volviera errática por lo que veía y lo que él me hacía sentir.

Mientras seguíamos observando, la atmósfera entre nosotros subió de nivel, pues él comenzó a trazar las yemas de sus dedos índices y corazón a lo largo de mi músculo entre el hombro y cuello, subiendo por la piel de este último sin que yo dejara de ver que aquella pareja, envuelta en la intimidad de las cuerdas, había alcanzado un nivel de confianza y deseo que me llevó a sentir las caricias de Andrea cargadas de electricidad.

Cavolo.

Entreabrí un poco los labios, tratando de que no fuera visible para nadie más, y solté el aire por la boca, experimentando un fuego que inició en mi pecho y comenzó a descender a mi vientre. Viendo al hombre que, con un gesto silencioso, inclinó a la mujer hacia él, acariciando sus ataduras igual que Andrea a mí y acercando sus cuerpos en una posición de entrega completa.

Lentamente, él se deslizó dentro de ella, sin romper la estructura de las cuerdas, entretanto los nudos los mantenían conectados y en tensión.

No podía apartar la mirada, hipnotizada por el equilibrio entre la vulnerabilidad y el control en cada movimiento de la pareja. De un momento a otro, Andrea se había colocado detrás de mí y sin interrumpir mi visión, arrastró su nariz por la longitud de mi cuello y aferró las manos a mi cintura. Los gemidos de la mujer se escucharon suaves, pero llenos de placer, convirtiéndose así en la vocera de mi propia sensación. Su cuerpo reaccionaba a cada embestida con una mezcla de satisfacción y libertad, aun cuando estaba atada.

—Te encanta el voyerismo, ¿cierto? —Tragué con dificultad y cerré levemente los ojos porque el susurro de Andrea fue como una caricia directa en mi sexo—. ¿O te encanta cuando lo ves conmigo? —Sonreí de lado, sintiendo los músculos de mi vientre apretarse cuando él llevó una mano ahí.

La escena frente a nosotros, cargada de una sensualidad profunda y palpable, intensificó mis propios deseos con la cercanía de Andrea, incluso cuando él mantuvo su mano quieta, pero lamiendo la piel de mi cuello y respirando con intensidad sobre el rastro húmedo que me dejó su saliva.

Sí, joder, me encantaba todo con él. Aun así, no respondí.

—El bondage, en este nivel, es mucho más que una restricción física —prosiguió con su voz melódica y volví a cerrar los ojos, ya que, de nuevo, el timbre de su voz golpeó en mi centro—. Es una forma de entregarse al otro completamente, de confiar en que, aunque estás vulnerable, estás a salvo.

Inmersa en la escena y en las palabras de Andrea, empecé a comprender el verdadero significado de la entrega, dándome cuenta de que yo, con mis ataduras invisibles y con mi vulnerabilidad, me sentía a salvo con él.

¡Dannazione! Todavía no lo conocía a fondo en su rol de Dominante, pero estaba confirmando una vez más por qué lo consideraban como uno de los mejores en su mundo, a pesar de que era joven y no tenía muchos años en el BDSM. Pero con lo poco que había descubierto, me seguía dando cuenta de que él era de los que nacían para ser lo que deseaban, por eso les tomaba menos tiempo que a los demás, perfeccionar sus virtudes.

Siguió explicándome más de su mundo, hechizándome con sus palabras y gestos, además de sus atenciones, pues incluso con otros invitados queriendo llamar su atención, él mantuvo la suya en mí, dándome la importancia que merecía.

Me habló de la mayoría de las prácticas bedesemeras, incluidas las emocionales y psicológicas, como el aftercare, que era el cuidado que los Dominantes ofrecían después de cada sesión para asegurarse de que la experiencia hubiera sido placentera para ambas partes.

Seguimos recorriendo las otras salas, estas con un toque más gótico y oscuro. Incluso nos tomamos el tiempo de presenciar una nueva escena, esa vez se trató de un par de Dominantes intercambiando a sus sumisas en un ambiente controlado. En ella, me encontré a Michael con Souveraine, quien parecía que también le daba un recorrido a su prospecto de sumiso, aunque este parecía más interesado en mí, dándome a entender con su mirada intensa y calculadora que de verdad se hallaba trabajando y no solo experimentando un nuevo tipo de placer.

O quizá, en realidad, me miró con advertencia por haberme quitado los aretes cuando estuvimos en el espectáculo de shibari. Lo hice con disimulo y los guardé en un bolsillo secreto que Pietro integró en mi vestido, pues esa noche no quería que Michael presenciara nada de mi interacción con Andrea.

Total, si consiguió a una posible Domi con tal de vigilarme, pues que le costara un poco y trabajara de verdad.

—Como estás viendo, el swinger  no es solo otra manera de vivir tus relaciones personales, también dentro del BDSM se permiten los intercambios de pareja, siempre que sea con el consentimiento de todos los involucrados, pues es mentira eso de que un Dominante puede ofrecer a su sumisa a otra persona solo porque se le da la gana, y sin que lo haya hablado antes con ella, ya que no las vemos únicamente como pedazos de carne. Al contrario, es la, o el sumiso, quienes nos hacen, puesto que sin ellos no existiríamos en realidad.

Sonreí al escucharle decir eso, sintiendo que, de manera irrevocable, ese hombre cambió totalmente la idea equivocada que yo tenía de su mundo.

—Aquí, en particular, es una demostración de confianza y entrega —prosiguió, señalándome la escena—. La doma, por otro lado, es una forma de entrenamiento o diciplina donde el Dominante instruye a su sumiso en ciertas prácticas.

—Una demostración como la que hiciste conmigo —susurré, sintiendo mi rostro enrojecido por lo que veía, y por recordar nuestra primera experiencia juntos en Reverie.

Él asintió, mirándome con intensidad. Esa que me hacía vibrar de deseo y expectativa.

Continuó hablándome de los distintos tipos de relaciones bedesemeras, mencionando las exclusivas entre el Amo y sumiso, y aquellas donde se permitía la participación de terceros. Dejando claro que existían contratos, acuerdos, donde se establecían límites claros y deseos específicos. Enfatizando en que la honestidad y el consentimiento lo eran todo.

—¿Absolutamente todo es consensuado? ¿Incluso el dolor? —pregunté intrigada.

—Así es, mon cygne. El BDSM no se trata solo de dolor o control. Es una exploración de los límites, del placer y de la entrega, de la confianza y el deseo mutuo. Y si después de esta noche eliges pertenecer a mi mundo, cada uno de tus límites será respetado, pero también explorado... de forma segura y consensuada por ti.

La revolución de emociones se agitó en mi interior, siendo la excitación y la curiosidad las más dominantes. Y, si era sincera conmigo misma, admitía que las probabilidades de querer pertenecer a su mundo eran altas, pero por él, por querer experimentar de su mano las prácticas que más me llamaron la atención.

Pero de nuevo, no dije nada, aunque Andrea tampoco esperó respuesta, pues finalmente me llevó a la sala que quizás era la más pequeña del castillo, y, sin embargo, muy importante, puesto que en ella había todo tipo de vitrinas con diversos collares de diseños intrincados. Algunos estaban expuestos para que pudiéramos tocarlos y por un momento me sentí entrando a la joyería más exclusiva de París.

—Impresionante —exclamé.

El lugar era de exhibición y tuve la dicha de observar de primera mano, collares que databan de épocas pasadas.

—El collar tiene un simbolismo especial. Este, por ejemplo, significa que la sumisa tiene una relación de entrenamiento con su Maestro, que viven un proceso de aprender y explorar —informó, llegando a mi lado al ver la joya que yo admiraba—. Ese de allá es de protección, a su lado se encuentra el de consideración.

Mis ojos siguieron su movimiento, imaginando cómo sería llevar alguna de esas joyas, siendo guiada por él de la forma en que explicó. Hasta que mi mirada se posó en un collar en particular que me atrajo como un imán, guiando mis pasos antes de que yo le ordenara a mi cerebro que moviera mis piernas.

Estaba expuesto en un busto aterciopelado, una luz del techo le daba directamente, dejándome entrever que era como la estrella de esa sala. Rocé mis dedos en el metal liso y sin cierre, sellado en un círculo perfecto.

Tan sencillo y a la misma vez tan imponente.

—Este es el collar de la eternidad —me explicó Andrea en un tono reverente, habiéndose acercado a mí—. A diferencia de otros collares, el de la eternidad simboliza un compromiso profundo, casi permanente, entre un Domi y su sumisa. Es difícil de remover, representando la devoción y el vínculo que se espera dure indefinidamente.

Me mantuve observando la joya que parecía ser de oro, fascinada por la idea de algo tan simbólicamente fuerte.

—¿Es como un matrimonio?

Andrea asintió.

—De alguna manera, sí. Para quienes pertenecen a este mundo, es la máxima expresión de entrega y compromiso.

Mirando el collar, terminé de entender por qué el mundo del BDSM se separaba del cotidiano, pues haber llegado a esa fiesta de alto protocolo y comprender la variedad y la profundidad de los roles, prácticas y símbolos que lo conformaban, me hizo sentir en otra dimensión.

En su dimensión.

Una donde descubrí el arte de la práctica como el respeto y la devoción en cada vínculo.

(****)

Minutos después de que salimos de la exhibición de collares, una chica del personal se acercó para avisarle a Andrea que la sala privada ya estaba lista y que sus invitados lo esperaban, él le agradeció y le pidió que aguardara a unos pasos de nosotros, pues quería hablar antes conmigo.

—¿Te esperan? —inquirí, alzando una ceja.

—Sí —respondió—. Hay prácticas que muy pocos Dominantes sabemos ejercer porque implican juegos de impacto y sensaciones que provocan tanto dolor y placer. —Prosiguió a explicarme y entrecerré los ojos, pues presentía que no me gustaría del todo el punto al que llegaríamos al final—. El neddle play es una de ellas, un nivel avanzado que solo se ejecuta por personas con experiencia, ya que se requiere de un alto nivel de conocimiento y confianza entre los participantes.

—¿Tratas de decirme que harás una demostración privada de esa práctica? Por eso ella ha venido a decirte eso —señalé y él sonrió sin perder su seguridad.

—En realidad, trato de prepararte antes de que me veas en la demostración, porque quiero que me acompañes. Por obvias razones no lo harás como mi sumisa, pero te quiero allí, mon cygne —zanjó.

Alcé las cejas, tratando de conectar los puntos. Él me quería en la sala, en la demostración, viéndolo compartir con otra mujer.

Porca puttana.

Tragué en seco ante el golpe de realidad, o el recordatorio, pero no dejé de mirarlo a los ojos.

—¿Quieres que te vea follando a otra? —solté, mi tono siendo más duro de lo que pretendía.

—No hoy, ni físicamente —respondió sin dudar—. Ni luego, si no lo deseas —añadió, demostrando que nada de lo que me dijo minutos atrás sobre que todo era consensuado, fue mentira.

Y si bien la idea de verlo con otra no me gustaba, porque ese tiempo que llevábamos conociéndonos despertó en mí cierta posesividad hacia él, no olvidaba que fue claro conmigo al hablarme de su manera de ver las relaciones.

Andrea no vivía la monogamia y todas sus relaciones habían sido abiertas.

Por mi parte, nunca estuve en una relación formal. Con Jennifer mantuve una aventura en la que ambas fuimos libres de hacer lo que quisiéramos y si era sincera, sentí que funcionábamos mejor así.

Por lo que, esa oportunidad de verlo en su demostración me serviría para probarme a mí misma si seguía opinando igual, si con Andrea mi forma de pensar no cambiaría.

—Está bien —terminé respondiendo y él sonrió, acercándose a mí para tomarme del rostro.

—¿Estás segura? —inquirió, estudiándome con la mirada.

—Vine a conocer mejor a Luxure, así que sí, estoy segura.

Como respuesta de su parte obtuve un beso, no uno profundo como a los que me tenía acostumbrada, o el que deseaba después de no vernos por tanto tiempo, sino que uno pequeño, un gesto de labios apretados sobre los míos que me hizo sentir que estábamos cerrando un trato entre nosotros.

Un beso sencillo y, sin embargo, muy especial.

Acto seguido le pidió a la chica que me llevara a la sala, pues él se iría a preparar como necesitaba para estar a la altura de la demostración que daría. Ella, con amabilidad me informó que sería algo muy privado, pues Andrea únicamente invitó a cinco parejas con anterioridad, quienes estaban interesados en aprender la práctica para disfrutarla luego, si les terminaba gustando lo que verían. Y él como el anfitrión de la fiesta, y sabiendo ejecutar el juego con destreza innata, debía honrar a los demás y demostrarles, una vez más, por gusto propio por qué era famoso y reconocido como el mejor.

Es aquí —avisó cuando llegamos frente a una enorme puerta custodiada por dos hombres—. Abra su mente y disfrute de lo que verá, señorita —recomendó y le sonreí.

Merci —respondí y carraspeé al escuchar mi voz ronca.

Una pareja llegó tras de mí y en segundos, uno de los hombres abrió para nosotros y nos invitó a pasar.

¡Ô Dieu! —Alcancé a escuchar que exclamó la mujer.

Yo me quedé de piedra al entrar de lleno a lo que llamaron sala privada, pues era en realidad un ala del castillo perfectamente creada para que la mente de los invitados volara y explotara de admiración. Había dos enormes columnas circulares al fondo, de frente a la puerta, y en el medio de ellas una ventana alta en forma de arco, con un mueble de piedra parecido a un pódium, repleto de velas. Las paredes eran oscuras y de manera estratégica decoraron algunas con tapices y cortinas rojas.

Conté cinco candelabros circulares de hierro que colgaban del techo, estos ubicados como testigos silenciosos, dos a cada lado de la sala, encima de pequeñas plataformas de madera sobre las cuales colocaron colchones aterciopelados de color rubí, perfectos para que los espectadores estuvieran cómodos al presenciar la escena principal en el centro, donde el quinto candelabro pendía.

Y todos, en conjunto, iluminaban el lugar con su luz tenue, irradiando en el piso negro y pulido, envolviendo el ambiente en un resplandor rojo que susurraba con anticipación lo que estaba a punto de suceder.

Caminé hacia un sofá de estilo chaise longe ubicado cerca de la puerta, medio oculto por la oscuridad que bordeaba el gran salón. El aire estaba cargado con una mezcla de incienso y alcohol, una fragancia que envolvía el ambiente con una sensación casi narcótica. El leve aroma a desinfectante añadía un toque clínico, lo que sentí como un aviso de que lo que iba a suceder no era un simple juego, sino un ritual cuidadosamente orquestado.

Los suaves murmullos de las parejas ya presentes apenas eran audibles para mí por el latido acelerado de mi corazón y la música suave, una mezcla de otra época y lo moderno. Y el nerviosismo en mi interior aumentó tanto, que al llegar al sofá opté por no sentarme y me quedé detrás de él, sintiéndome protegida por la penumbra.

Desde esa posición tenía una vista perfecta del centro del salón, donde una mujer alta, de piel canela, cabello rizado y suelto color marrón con destellos dorados, llegó vestida únicamente con una bata aperlada de seda transparente, lo que nos dejaba ver sus pezones oscuros y su sexo depilado. Era esbelta, con una actitud de sumisión exquisita.

Regarde, c'est elle. Elle est de retour. —«Mira, es ella. Ha vuelto». Escuché que dijeron con sorpresa y emoción, una mujer que se encontraba con su pareja cerca de mí.

Deduje entonces que la morena era conocida en ese mundo, y un miembro importante si era recordada con la emoción que aquella persona demostró en su voz.

Se paró de frente a mi posición, con la mirada en el piso. Se encontraba descalza y lucía muy emocionada, incluso con la tranquilidad que demostraba.

Dejé de observarla cuando reconocí a Andrea saliendo de la oscuridad al fondo del salón... ¡Jesús! Parecía como un ser mítico con su ropa negra. Se había quitado el saco y arremangado las mangas, además de eso utilizaba guantes de látex negro que resaltaban en su piel, que por cierto, tenía bronceada.

Tragué con dificultad y sentí mi respiración descontrolarse ante la sonrisa comemierda que se dibujó en sus labios al ver a la sumisa que lo esperaba. Fue un gesto que me indicaba sorpresa y a la vez ironía, como si de alguna manera esperaba algo que yo desconocía, pero que él no creía que iba a suceder.

Bonsoir. Et pardon pour le petit retard, j'étais en train de faire un parcours aussi important que cette démonstration. —«Buenas noches. Y perdón por el pequeño retraso, me encontraba en un recorrido tan importante como esta demostración».

Su voz varonil, oscura y a la vez armónica, resonó en todo el salón. Se paró a unos pasos de la mujer y observó a todos hasta que sus ojos me encontraron. La sonrisa que me regaló a mí fue muy distinta al gesto anterior que tuvo al entrar. Fue una mezcla de dominio y anhelo en partes iguales, diciéndome de esa manera que me tomaba tan en serio como a todo lo que tenía que ver con su mundo.

El regocijo que sentí en mi interior ante la declaración implícita, me fue inaudito.

Y como ya lo han visto, la petite louve ha decidido darnos una sorpresa a todos —prosiguió, señalando a la morena a su lado.

Las parejas presentes comenzaron a aplaudir, no los imité porque no me nació. Y no iba a decir que se debía a los nervios, ya que ni yo estaba segura de que se trataba de eso. De lo que sí pude asegurarme fue de que no me sentó nada bien ver a Andrea acercarse a ella para, con dos dedos, levantar su barbilla.

Dannata merda.

Fui capaz de ver la sonrisa que la mujer ocultó con rapidez, la intimidad y el anhelo con el que lo miró, y el deseo con el que sus ojos bailaron al detallar el rostro del francés. Sentí el movimiento brusco de mi pecho con el cambio en mi respiración, y la velocidad con la cual mis manos se enfriaron y mis puños se apretaron, en el instante que él le murmuró algo en el oído.

Ella asintió de acuerdo y luego de eso, Luxure con un gesto de mano le indicó que caminara hacia la mesa de cuero negro dispuesta en el centro. Sí, ese hombre era Luxure, el Dominante liberal, no debía olvidarlo.

A continuación, comenzó a dirigirse de nuevo a nosotros, creo que explicando lo que haría, mas no le puse atención porque esta la tenía en la pequeña loba, como la llamó, quien se deshacía de su bata y sin vergüenza alguna nos mostró su desnudez.

—Y aquí vamos —me susurré, queriendo estar lista para algo de lo que no sabía cómo tomaría.

Un asistente se hallaba cerca del centro del salón y luego de colocar una mesa de metal llena de agujas estériles y equipos de desinfección, al lado de la de cuero, le tendió la mano a la mujer y la ayudó a acomodarse boca arriba sobre la superficie que me dio la impresión de estar acolchada, por cómo se hundió en cuanto ella se acostó.

De un segundo a otro, la melodía en el salón cambió a una más sensual que reconocí: Go Fuck Yourself de Two Feet, pero le habían hecho algunos arreglos, dejando que resonara más el fondo, como fuego crepitando. La voz del vocalista no sobresalía tal cual lo hacía en la original, y era más lenta.

https://youtu.be/MkITUu5jtNI

Luxure llegó al lado de la mujer y la repasó con la mirada, notando cómo el cuerpo de ella relucía bajo la tenue luz de las velas y su piel soltaba algunos destellos, como estrellas en el firmamento. Y, aunque el francés se veía concentrado en su tarea en cuanto tomó los implementos de desinfección y comenzó a pasarlos sobre el torso desnudo de la morena, me di cuenta de que la frialdad clínica en sus movimientos difería con la calidez que irradiaba su presencia.

Cazzo —gesticulé, sintiendo un escalofrío recorrer mi columna vertebral al ver los dedos de él moverse con destreza en una piel desnuda que no era la mía.

«Se suponía que me tenías que tocar a mí antes que a cualquier otra».

Pensé porque de pronto, el maldito espectáculo frente a mí estaba siendo un torbellino de emociones golpeándome de lleno.

La envidia ardía en mi pecho por no ser yo en aquella mesa, aunque también la fascinación y el deseo al ver los dedos de Luxure deslizándose por el abdomen de Louve, preparándola, murmurándole cosas en voz baja que parecían reconfortarla, pero que para mí eran un misterio, pues quedaron fuera de mi alcance como un susurro en el viento.

—¿Qué le estás diciendo? —musité en voz muy baja, apretando las manos en el respaldo del sofá frente a mí, luchando contra la creciente marea de celos que se apoderaba cada vez más de mi pecho—. Él es libre, es un Dominante, no es de mi propiedad —me dije y respiré hondo, ya que, después de todo, yo decidí verlo y probarme.

Luxure levantó la primera aguja, la sostuvo en el aire un instante y, con la precisión de un cirujano, la insertó lentamente en el vientre de Louve. Un jadeo suave escapó de los labios de la mujer, no de dolor, sino de una mezcla embriagante de placer y liberación. El sonido resonó en la sala, atrapando la atención de todos los presentes.

Yo sentí que mi garganta se cerraba al ver cómo ella se arqueaba bajo el toque experto de su Amo.

Una vez más, el francés le murmuró algo en voz baja; ella asintió con los ojos cerrados, entregándose por completo. El dominio de ese hombre en la mujer era absoluto. Lo que me mantuvo, inevitablemente, deseando ser yo la que recibiera su atención implacable.

Un nuevo estremecimiento me recorrió la columna y la boca se me secó al ver a la sumisa comenzar a relajarse y gozar con la siguiente invasión metálica, esa vez fue cerca de su pezón izquierdo. Y mientras Luxure continuaba, cada aguja introducida en su piel le arrancaba jadeos ahogados porque él elevaba la intensidad y deslizaba los dedos por la piel de la mujer en un toque casi reverente antes de insertarlas.

Por un momento dejé de concentrarme en mis celos y me sorprendí al sentir mi entrepierna humedecerse, mi respiración aceleró su ritmo por una razón diferente y de alguna manera me conecté a ellos por un hilo invisible, dejando crecer aquella chispa que ardía en mí con el fuego del deseo y la envidia.

¡Maledizione! Otra vez estaba presenciando lo que era que te follaran sin tocarte, sin ser yo el objetivo, como en el hostal.

«Debería ser yo a quien le das ese placer».

Ese pensamiento me invadió la cabeza como un torrente incontrolable, a pesar del aumento en mi excitación por no poder apartar mis ojos de la escena frente a mí.

Louve soltó otro gemido intenso que resonó como una caricia velada, su rostro contorsionándose en una expresión de éxtasis puro que a mí me envolvió en calor.

C'est ça, toujours aussi dévouée, petite louve. —«Eso es, siempre tan entregada, pequeña loba».

Cavolo.

Quería sentir repulsión por la escena, pero las palabras susurradas de Luxure fueron audibles para todos en ese momento y nos envolvieron en su órbita llena de lujuria. Había algo en su dominio, en la forma en la que controlaba cada jadeo, cada suspiro de la sumisa, que me atraía de una manera que me resultaba imposible de resistir.

Santa mierda.

Los celos y el deseo nunca fueron de la mano, según mi diccionario, así como tampoco el dolor y el placer, pero ahí estaba, experimentando lo primero y dándome cuenta de cómo Louve gozaba de lo segundo, pues nos demostraba a todos que Luxure, incluso sin tocar sus partes erógenas de lleno y sin penetración, la estaba follando de una manera retorcidamente deliciosa.

Me mordí el labio y me clavé las uñas en las palmas de las manos al tratar de contener el placer creciente que ya amenazaba con desbordarse de mí, al darme cuenta del patrón intrincado que Luxure formó en el cuerpo de la sumisa, como un artista que creaba su arte en un lienzo vivo.

Y cuando creí que yo ya no podría más, él, con una mirada que irradiaba concentración a partes iguales, colocó la última aguja justo sobre el monte de Venus de la morena. El cuerpo de ella se tensó, sus ojos abriéndose de golpe mientras un grito ahogado de gozo se escapaba de sus labios. Fue como si todo el aire en la habitación se hubiera detenido, los murmullos de los espectadores y el sonido de la música desaparecieron, dejando solo el del clímax de Louve reverberando entre las paredes.

Ella estaba tan amoldada a él, que únicamente necesitó de ese juego para llegar a su propio nirvana.

—Jesús —musité. Tuve que cruzar mis tobillos y aferrarme más al sofá para soportar el ardor en mi entrada y contener la necesidad de tocarme a mí misma para encontrar mi propia liberación.

Lo extrañaste, ¿cierto? —le susurró el francés de pronto, sus palabras resonando en el silencio sepulcral de la sala.

Su voz pareció haber sido como un roce de dedos en la piel sensible de la mujer, que le provocó un último espasmo, ya que esta se arqueó antes de desplomarse, su respiración entrecortada, su cuerpo temblando con los vestigios del placer.

¿Lo extrañaste?

La pregunta resonó en mi cabeza y me quedé paralizada, incapaz de apartar la mirada, pero esa vez por una razón diferente.

«Lo extrañaste».

Mi respiración se convirtió en un susurro entrecortado y mis piernas temblaron. Había deseado ser yo la que estuviera en la mesa, la que sintiera la mano de Luxure guiándome a un éxtasis total, pero junto a ese deseo ardiente, los celos comenzaron a consumirme más, como un veneno que se deslizaba en mis venas y me nublaba la razón.

Lo extrañaste...

—¿Quién es ella? —me pregunté, deseando gritárselo a ese francés. La sangre pareció abandonar mi rostro, haciéndome sentir pálida.

Con la precisión de un maestro, él comenzó a retirar las agujas, sus dedos rozando la piel de Louve con una delicadeza que era casi una caricia.

«Eso es, siempre tan entregada, pequeña loba».

Cada retirada de aguja que Luxure realizaba, provocaba un leve temblor en el cuerpo exhausto de la sumisa, mientras la habitación permanecía en un silencio reverente y mi mente era taladrada por lo que le escuché decir.

Me mordí el labio con más fuerza, el sabor metálico de la sangre llenando mi boca mientras luchaba por contener un gemido que amenazaba con escapar, pero que estaba lejos de ser por placer en ese instante.

—Ella es la pequeña loba de Luxure —me dijo de pronto la mujer de antes, quien había entendido y escuchado mi pregunta, y que por su acento, deduje que era británica—. Su sumisa oficial.

Miré a Luxure, quien al fin había terminado. Sus ojos jamás se apartaron de la morena, y con un último susurro inaudible para todos excepto para ella, dejó que la sumisa descansara en la mesa.

—Fueron pareja un tiempo fuera del BDSM —añadió mi informante, lo que me hizo dar un paso atrás, incapaz de soportar la tensión que comenzó a asfixiarme.

¿Fueron pareja?

Andrea nunca mencionó que tuvo una pare... ¡Merda! Louve era Lucie, su ex.

Figlio di puttana —solté con los dientes demasiado apretados al comenzar a entender todo.

Mi cuerpo empezó a vibrar con una tensión que no sabía cómo liberar y me di la vuelta para alejarme de la escena, experimentando de pronto el eco de los jadeos que Lucie soltó antes.

¡Cavolo! Era Lucie.

Las palabras suaves que ese maldito infeliz le dijo resonaron en mi mente, persiguiéndome como una sombra de la cual no podía escapar, por muy rápido que caminara.

¡Dios! Yo accedí a ver su demostración, pero nunca esperé que quien lo acompañaría sería su ex. La mujer con la cual pensó en compartir su vida. Solo en ese momento entendí por qué el anhelo en la mirada de ella al verlo, la confianza y entrega total que tuvo con una práctica tan delicada. Por eso experimenté esa maraña de deseo, celos y confusión al verlos. Muy diferente a cuando estuvo con Viviana.

—¡Puta madre! —gruñí al salir del salón, caminando a paso rápido con una mano en el pecho, con la cual intentaba apaciguar mi corazón.

Quería matar a ese francés, pero también necesitaba irme antes de que me viera así porque, incluso con mis celos y furia, no olvidaba que él no me prometió exclusividad, es más, me invitó a seguirme divirtiendo, por lo que yo fui la estúpida que esperaba algo más.

—¡Che cazzo! —espeté al sentir que me tomaron del brazo cuando estuve a punto de entrar en el salón que me llevaría a la salida del castillo.

Al enfrentar a la persona que me detuvo, me topé de lleno con unos ojos azules que no deseaba ver en ese instante.

—¿A dónde vas? —me preguntó con la voz firme y traté de zafarme de su agarre, pero Andrea no me lo permitió.

Ya no utilizaba los guantes.

—A donde pertenezco —repliqué y en ese momento él me dejó zafarme.

—Esta noche perteneces a mi habitación, y está en dirección contraria a donde te diriges —soltó el sinvergüenza con tono pícaro.

Apreté mis molares, aunque sonreí con ironía por su descaro.

—Ya te vi con tu pequeña loba, Luxure. Y no pretendo repetirlo —escupí, destilando los celos que me embargaban. Él entrecerró los ojos, pero no se inmutó por mis palabras—. Parece que se te olvidó añadir que darías esa demostración con tu ex. ¿Qué? ¿No querías que me negara a verlos? ¿Por eso me lo ocultaste?

Noté que escondió una sonrisa con agilidad y se mantuvo tranquilo.

—Vamos a mi habitación, mon cygne.

—No, Luxure. No soy tu cisne y no quiero estar con un hombre que asegura no mentir, que me jura que es honesto, pero que en la primera oportunidad me oculta las cosas.

A duras penas conseguí no gritar al decirle eso. Él, sin embargo, no se contuvo la necesidad de cogerme del rostro y cerrar la distancia entre nosotros para pegar su boca a la mía y besarme.

Madonna.

En cuestión de segundos me sentí estampada en una pared y, aunque lo quise apartar, y juro que luché por hacerlo, terminé por coger su camisa entre mis puños y lo retuve, respondiendo a su beso con furia, celos, frustración y posesividad. Pero pronto eso cambió al deseo más puro y candente que disparó una hoguera hambrienta y salvaje en mis entrañas.

—Antes de suponer o hablar de mí, habla conmigo, ma belle —exigió sobre mis labios.

Yo gemí y él soltó un gruñido a la vez que siguió conquistando mi boca con su lengua. Le correspondí con el mismo ímpetu, dejándole claro que las quemaduras de primer grado que nos estábamos provocando con ese arrebato, las sufriríamos los dos.

Sus dedos me apretaron la nuca, la otra mano la arrastró a mi pecho y lo amasó con dureza, dándole enseguida la misma atención al otro, lo que me hizo gemir nuevamente sobre sus labios.

¡Oddio! —jadeé.

—Ahora, vamos a mi habitación antes de que termine follándote aquí —demandó con un tono duro, pero también desesperado.

Y no me negué a su orden como pretendía hacerlo. Simplemente le permití que me tomara de la mano y me guiara, siguiendo sus pasos como niña obediente, con las piernas temblándome y los labios hormigueándome. Respirando de manera tan pesada, que parecía que acababa de correr con la desesperación de salvar mi vida, ante el cazador que quería arrebatármela.

Pero no corrí tan rápido como debí y ese cazador me alcanzó.

Porca troia.

No debí dejar que me besara si pretendía seguir molesta con él.


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¡Ah! Finalmente hemos pasado la antesala, para llegar a lo que tanto deseábamos, no sin antes recibir un par de lecciones necesarias.

¿No se sienten celosxs de leer a Luxure con otra? Porque yo sí :'(

Por eso hay que tomar un respiro para que nos pase. Así que nos leemos el viernes ;-)


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