CAPÍTULO 29



La última carta que recibí de Andrea permaneció en mi mente durante los siguientes días, como un susurro persistente que no me dejaba concentrar en nada por más que lo intentaba, y vaya que lo hice, en todo lo que pude. Y, aunque le respondí, no volví a recibir contestación de su parte, lo que me indicó que no habría más cartas hasta volver a vernos.

De esa manera, la Fête de la Luxure, como él la llamó en sus letras elegantes, se convirtió en la obsesión que alimentaba desde mis mañanas hasta mis noches, ya que, tras aquel momento en que abrí el sobre negro y dorado, entendí que la espera al fin tendría fecha de caducidad. Y su promesa de cero límites entre nosotros aumentó la ansiedad que ya me carcomía la cabeza.

Y, a medida que los días pasaban, esta fue in crescendo.

El anhelo que sentía por Andrea ya había sido alimentado por nuestras cartas pasadas, y la idea de verlo, de rendirme, o rendirnos en realidad, finalmente a lo que ambos habíamos estado conteniendo, me quemaba por dentro. No podía dejar de pensar en cómo sería estar de nuevo en su presencia, sentir su mirada en mí, sus manos guiándome en la oscuridad que representaba un mundo que todavía era muy desconocido para mí.

Larissa, como la chica perceptiva que ya sabía que era, había notado mi distracción, por lo que insistió hasta que terminé por contarle sobre la invitación (que, por cierto, era exclusiva para mí) y todo lo que conllevaba aceptar ir a esa fiesta. Y, aunque siempre se mostraba reacia a lo que tuviera que ver con el BDSM, se emocionó en esa ocasión al enterarse de que se celebraba con una temática, y esa vez sería inspirada en los tiempos del Marqués de Sade, lo que significaba que la ropa debía ser una mezcla de lo sensual, lo provocador y lo elegante.

Por esa razón se autoinvitó a ayudarme a elegir mi vestuario, una tarea que resultó más difícil de lo que imaginaba, pues habíamos recorrido las tiendas más exclusivas, incluso las de París, pero ninguno de los trajes que me ofrecían me convencía del todo, puesto que quería algo único, muy mío.

—Abby, tienes que dejar de pensarlo tanto —refunfuñó Larissa, mientras sostenía frente a mí un corsé negro bordado con detalles dorados—. Si él te invitó, es porque te desea. No necesitas impresionar a Andrea más de lo que ya lo haces.

Sonreí ante sus palabras, pero en mi interior no era tan simple. Larissa no sabía todo lo que había pasado entre nosotros, lo que él despertó en mí. Mi amiga no entendía cómo cada carta del francés fue una chispa que encendió fuegos en mi interior, mismos que solo Andrea podría apagar y para eso, la antesala debía ser única.

Y con ello me refería a vernos de nuevo, a reencontramos. Él como Luxure y yo como la pequeña perversidad que poco a poco crecía más en mí.

—No es solo por él, —respondí, tratando de sonar despreocupada—. Quiero que sea perfecto porque también se trata de mí. Esa noche no será como cualquier otra.

Larissa me observó en silencio durante un momento, su mirada buscando algo en la mía. Finalmente sonrió y asintió, como si comprendiera sin necesidad de que explicara más.

—Tengo una idea —avisó, emocionada y dando saltitos como si hubiera encontrado la cura para alguna enfermedad—. Tienes una prima adicta a la moda, lo que significa que ella debe tener en sus contactos a algún diseñador exclusivo agendado como su mejor amigo. —Solté una risa, pero le di la razón.

No había nadie mejor en mi vida que Leah para que me ayudara a conseguir el vestido perfecto. Y no me equivoqué, pues mi prima se emocionó tanto cuando le llamé y dije que necesitaba ayuda con un diseñador, que no dudó en contactarme con uno de sus amigos en el mundo de la moda. Este, por cuestiones del destino que se alineó a mi favor, acababa de abrir una pequeña casa de moda en París, por lo que nos vimos enseguida.

Y cuando llegué ahí, durante cuatro horas nos la pasamos inmersos en una charla donde le dije todo lo que imaginaba de mi vestuario, él lo diseñó con la ayuda de la tecnología y en cuanto me lo mostró me quedé sin palabras.

Te prometo que esa noche, te catapultarás como la mujer más sensual y poderosa de la fiesta, Abigail. Y no tendrás solo a un hombre a tus pies, eso te lo juro —zanjó Pietro en italiano, al ver mi reacción y no pude hacer más que sonreír.

No le dije todo lo de la fiesta, pero sí lo necesario.

Durante los días previos a la gran noche, él se encargó de enviarme imágenes y vídeos sobre los avances que hacía, incluso volví a visitarlo para hacer la primera prueba, Larissa me acompañó de nuevo y no sabía quién se emocionó más, si ella, Pietro o yo.

Por otro lado, había notado a Michael distante, y sí, me refería a más de lo usual. Se ausentó varias veces, excusándose con asuntos personales en unas ocasiones y en otras por cuestiones laborales que, siendo sincera no me cuadraban, pues yo era parte de su trabajo y ese hombre nunca me dejaba sola por tanto tiempo, o al cuidado de alguno de sus compañeros.

Al menos no el Michael puntual y meticuloso en su misión de protegerme.

Sin embargo, nuestra dinámica pareció haber dado otro giro de ciento ochenta grados, pues había momentos en los que él simplemente desaparecía y era alguno de sus compañeros quien se encargaba de notificarme de su ausencia.

Las primeras tres veces que hizo eso le llamé a su móvil, pero no me respondió. Y esa mañana, al ver que otra vez no era él esperándome como de costumbre para llevarme a la academia, decidí que lo enfrentaría en cuanto lo viera.

Y lo hice cuando mi jornada terminó ocho horas más tarde, pues fue Michael quien aguardaba por mí a la salida, pero lejos de lo que esperaba de ese enfrentamiento, su respuesta fue vaga, casi aburrida.

Cavolo.

Estaba comenzando a desconocerlo de verdad.

—Solo he estado ocupado, Abby —aseveró sin siquiera mirarme, mientras se ajustaba su reloj—. No necesitas saber más. —Su frialdad ya no debía haberme tomado por sorpresa, pero lo hizo porque, aunque había sido distante conmigo, no de mala manera; y durante un segundo sentí una punzada de preocupación—. Y me sorprende siquiera que lo notes, cuando has estado tan ensimismada en la dichosa fiesta.

Fruncí el ceño, dándome cuenta de que, curiosamente él no alegó cuando le comuniqué que la fiesta sería exclusiva y solo se podía entrar con invitación, sin excepción alguna. Y a mí únicamente me hicieron llegar una, sin derecho a llevar acompañante, lo que lo dejaba fuera esa vez.

Aunque supuse que, ya que usaba los aretes donde él me vigilaba, no era necesario que discutiéramos por mi seguridad como antes.

—Pues que no te sorprenda, porque me mantengo al tanto de ti, así creas que no —refuté y sonrió de lado.

No le mentí. Michael podía manejarse con sus propios problemas y yo estar tan consumida con Andrea y mi emoción por volver a verlo, pero siempre estaba pendiente de que mi guardaespaldas favorito estuviera bien, al menos con lo que me dejaba ver de él; incluso cuando me hallaba a punto de sumergirme en un mundo que había estado esperando durante demasiado tiempo.

—Como toda una entrometida —canturreó con sorna y rodé los ojos.

—Como una buena amiga, Michael —corregí y él chascó la lengua para luego ir a abrir mi puerta.

Fue la del copiloto, y sonreí en mi interior, olvidándome de sus ausencias, pues eso indicaba que seguíamos estando bien.

(****)

La noche de la fiesta finalmente había llegado y ya no solo me emocionaba mi reencuentro con Andrea, o Luxure, sino también el poder vestirme con la obra maestra que Pietro creó para mí.

Y, siendo sincera, nunca me hizo tanta ilusión vestirme con ropa de diseñador hasta que fui invitada a un lugar donde, en definitiva, se marcaría un antes y un después en mi vida. Pues presentía que de manera inevitable renacería, y que todo ese tiempo atrás no fui más que un fénix formándose y fortaleciéndose entre las cenizas.

—Oh. Dios. Mío. —Sonreí ante el asombro de Larissa cuando me paré frente al espejo de cuerpo completo, ella manteniéndose a un lado de mí.

Todo ese día lo tomé como un largo spa conmigo misma, pues consentí mi cuerpo como tanto amaba luego de un entrenamiento matutino con Michael; escogiendo sales y aceites especiales para que mi piel oliera exquisita y activara las feromonas naturales en mi sistema.

Tras eso, y como en otras ocasiones, Larissa se autoinvitó para ayudarme con el peinado y maquillaje, pues ya había comprobado que lo amaba y se le daba muy bien. Esa vez recogió mi cabello de una manera sofisticada que daba la apariencia de tenerlo corto y con rizos suaves. Y acentuó mis ojos con una técnica que consiguió que el gris de mis iris reluciera como si en lugar de orbes oculares tuviera perlas y diamantes preciosos.

En mi boca, aunque con un color suave y mate, delineó la forma de mis labios dejando entrever que eran más gruesos de lo que parecían al natural.

—Ahora entiendo por qué te negaste a mis propuestas —señaló, refiriéndose al vestuario que ella me propuso—. Eres tú con este vestido, pero... —Se quedó pensando un momento, analizando, y cuando sus ojos se abrieron de más supuse que había entendido lo que en realidad veía en mí—. ¿Esta versión es la que llevas en tu interior? —preguntó con asombro.

—La que he escondido, hasta esta noche —corregí y anuncié. Larissa alzó las cejas con sorpresa y luego respondió:

—La amo... maldición, amo conocerte como en realidad eres. —Sonreí de lado y le guiñé un ojo en agradecimiento.

Minutos después, en cuanto la hora llegó, Larissa me escoltó hacia el coche negro donde Michael me esperaba. Y de nuevo agradecí que Leah me hubiera conectado con Pietro, pues el hombre pensó en todo, ya que la falda de mi vestido, aunque voluminosa, se movía con una fluidez que sugería ligereza, acariciando el suelo mientras avanzaba, sin obstruirme o dificultarme el paso, además de que creó una gabardina que ocultaba el modelo de los ojos ajenos a la fiesta.

En cuanto salimos del hostal vislumbré a mi segurata aguardando por mí, atendiendo mientras una llamada. Vestía su habitual traje, aunque se había recortado el cabello y perfilado la barba oscura, incluso noté que estaba recién duchado porque su piel lucía tersa y suave.

—Nos vemos allí. —Alcancé a escuchar que dijo, cortando la llamada en cuanto notó mi presencia acercándose a él.

No hizo ningún comentario sobre mi atuendo, pero sentí sus ojos recorrerme de arriba abajo con esa mirada crítica que me desconcertaba. Por un segundo temí que él o Larissa notaran cómo mis manos temblaban de anticipación, que podrían percibir el torrente de emociones que sentía en ese momento.

«Y no tendrás solo a un hombre a tus pies, te lo juro».

No sé por qué las palabras de Pietro llegaron a mi cabeza, y tampoco lo analicé de más.

—Andando, se nos hace tarde —me animó Michael y abrió la puerta trasera del coche para mí, pues era obvio que debido a mi diseño esa vez no podría ir en el asiento del copiloto. Y no pasé desapercibido su tono ronco, aun así, luciera como si me viese en un día normal.

—Luego me cuentas todo, sin dejar un solo detalle por fuera —me despidió Larissa y asentí de acuerdo.

Acto seguido, en cuanto Michael se aseguró de que estaba lista, inició su marcha a las afueras de París y, aunque nos sumimos en un silencio pesado que únicamente se veía interrumpido por la música de la radio, no lo sentí incómodo debido a que los nervios por la fiesta aumentaron en mi interior y sabía que él, así no entrara al lugar donde se llevaría acabo, se encargaría de protegerme desde afuera.

Dos días atrás me había informado que investigó todo sobre esas fiestas que Andrea ofrecía y confirmó que, aparte de muy elegantes y famosas dentro del mundo del BDSM, eran sumamente privadas y seguras, pues el francés estudiaba de manera minuciosa a quién dejaría entrar en un espacio que para él era sagrado e inviolable.

Razón por la cual entendimos mejor que nadie que no tuviera invitación, sin excepción alguna, podía entrar.

Michael incluso averiguó que, en una ocasión, Andrea le había prohibido la entrada al acompañante de un príncipe, pues la invitación de este último solo era para él y, por su posición en el mundo normal, creyó que podría llevar a quien quisiera.

Desde ese momento el francés expulsó al príncipe de su círculo y cambió la ubicación de la fiesta, dejando claro con ello que en su mundo se respetaban sus reglas y las posiciones que él decidía que existieran.

Aun así, Michael consiguió la lista exclusiva de invitados (la que contenía sus verdaderos nombres y no los alter egos) y los estudió para asegurarse, por su cuenta, de que no hubiera personas que atentaran contra mi seguridad de alguna manera. E ir ahí, rumbo a un lugar desconocido para mí, me confirmaba que todo estaba bien, por lo que no había nada ni nadie que me detuviera.

Madonna —susurré, presa de un nerviosismo que me hacía mover con ansiedad una pierna, como si muriera por ir al baño.

Las luces de la ciudad comenzaron a desvanecerse mientras el coche avanzaba por carreteras más oscuras y solitarias, rodeadas de árboles altos que parecían inclinarse sobre el camino, como guardianes de un secreto antiguo.

Mis nervios incrementaron cuando, de pronto, tras recorrer un camino sinuoso de grava, las sombras de los árboles centenarios parecían alargarse y envolverse entre sí, como si el mismo bosque quisiera ocultar el lugar donde se llevaría a cabo la velada. En segundos la estructura de un castillo apareció ante nosotros, alzándose tal cual titán imponente bajo la luz de la luna, sus muros oscuros reflejando la luz de las antorchas que iluminaban la entrada.

El aire se llenó con el murmullo de la música y las risas provenientes de los alrededores del lugar que exudaba un aura de misterio y decadencia.

Merda, un castillo de verdad —musité, sintiendo mi corazón acelerado y la respiración entrecortada que no se debía solo al apretado corsé, cuando Michael detuvo el coche.

—Si quieres que nos regresemos, nadie te juzgará —me dijo, dirigiéndome su mirada por el retrovisor. Su rostro, iluminado por el resplandor anaranjado de las antorchas, estaba impasible, como una máscara que me ocultaba algo.

—De ninguna manera me iré —respondí, más segura que nerviosa en ese momento.

—Entonces... —Me dirigió una última mirada antes de que el personal del castillo abriera la puerta para escoltarme—. Diviértete, Patito lujurioso —me animó, con una sonrisa que no le llegó a los ojos, a pesar de su tono divertido, aunque también noté un matiz que me dejó inquieta.

Sin embargo, la emoción por el momento y por cómo me llamó, me empujaron a seguir adelante.

—Lo haré, mon rat. Te lo prometo.

La seguridad que me invadió tras mi promesa fue como un chute de excitación y adrenalina que me hicieron llevar las manos a mi gabardina para deshacerme de ella.

Michael se apresuró a salir del coche y llegó a mi lado, indicándole al hombre del personal que él se encargaría de mi puerta. Respiré hondo antes de tomar su mano cuando me la tendió tras abrir, y si antes no vi expresión de sorpresa en él porque la supo ocultar muy bien, en ese instante, con nuestra conexión física fue todo lo contrario.

Sus ojos brillaron con el reflejo del fuego de las antorchas y su nuez de Adán hizo un movimiento brusco ante su manera de tragar. La reacción me otorgó cierto poder que me llevó a alzar la barbilla, soltar su mano y ajustar el corsé, asegurándome de que los delicados encajes negros y las piedras que lo adornaban estuvieran en su lugar.

—Entonces... ¿te sigo pareciendo un patito lujurioso? —cuestioné haciendo énfasis en el apodo tierno, mi tono tenía el matiz de poder que su mirada me otorgó.

Michael se quedó en silencio, sin saber cómo responder. Y tampoco le di más oportunidad de que lo hiciera, pues con un guiño de ojo como despedida, le tomé la mano al hombre encargado de escoltarme, cuando este me la tendió con educación y respeto.

Él vestía con ropa acorde a la época de la temática: un traje a la francesa que consistía en una casaca, una chupa y calzones en colores pasteles combinados con medias blancas y zapatos de puntas cuadradas con un tacón no muy alto. Además de una peluca.

Bienvenue à la fête de la luxure, mademoiselle. —Su tono fue educado, respetuoso y elegante.

—Merci. —Respondí sin mirarlo.

Y no por ser maleducada, sino porque me embobé con la entrada al castillo, decorada con arcos góticos cubiertos de hiedra. Y, cuando cruzamos el umbral, me embargó la densidad del aire, cargado de un aroma embriagador que mezclaba incienso, cera de velas y un toque de madera antigua. La luz interior era tenue y dominada por tonos rojos y dorados que proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra.

Desde aquí me encargo yo —avisó otro hombre de apariencia más imponente y elegante, luego de que el anterior mostrara la invitación que yo le entregué, cuando llegamos a la entrada de lo que parecía ser el pasillo principal.

Le agradecí a mi escolta con una sonrisa al soltar su mano y luego tomé la del siguiente, este era más serio sin dejar de ser respetuoso.

El señor Luxure aguarda por usted —me avisó en su francés perfecto y natural, dándome un repaso que no pudo evitar.

Y no me incomodó, al contrario, me halagó y me hizo sentir segura, pues él no perdía su respeto en cómo me miraba, además de la admiración por mi apariencia.

Sonreí complacida cuando comenzamos a caminar.

El vestido que llevaba era un homenaje exquisito a la moda francesa del siglo XVIII, pero con un giro contemporáneo que desbordaba sensualidad sin perder la elegancia antigua. Desde el frente, el corsé negro ajustado, de corte corazón en mis pechos, delineaba mi figura con una precisión seductora, ceñido por delicadas cintas y adornado con finos encajes y pedrería que apenas me ocultaban la piel. Mis hombros lucían desnudos, aunque mis brazos, desde las axilas hacia abajo, eran cubiertos por mangas largas hechas del encaje.

Las medias negras, sostenidas por ligueros visibles de satén, dejaban entrever mis muslos con provocación deliberada, en un contraste perfecto entre mi piel clara y el negro profundo de las telas, ya que la falda del frente era tan corta que únicamente cubría parte de mi vientre y dejaba expuesta la diminuta braguita con la cual mantenía oculto mi coño, y mis piernas que parecían más largas por los zapatos de punta y tacos altos que combinaban con el atuendo.

Sin embargo, era la parte posterior del vestido la que robaba verdaderamente el aliento por el giro dramático que Pietro le dio al diseño. Desde la espalda (a la altura de mi cintura), la falda se expandía en un derroche de plumas negras que caían en cascada hasta el suelo, formando una cola que evocaba la majestuosidad de un cisne oscuro, moviéndose con elegancia y gracia al compás de mis pasos, creando un efecto hipnótico que dominaba la atención de algunos invitados con los que nos encontramos en el pasillo, según comenzaba a notar.

El contraste entre la sobriedad del corsé y la opulenta cola de plumas confería al conjunto un aire de elegancia atrevida y casi etérea, como si yo misma fuese una criatura mística atrapada entre dos mundos: uno de lujuria y otro de misterio.

Quizá por ello la tenue luz reflejada en los ornamentos dorados que rodeaban la estancia parecía rendirse ante mi presencia, iluminando el satén y las plumas negras y beiges (solo las de los laterales de la falda) con un brillo espectral que acentuaba aún más mi aura enigmática.

Dannazione. Ya estaba desvariando, pero no podía evitarlo, ya que de verdad me sentía en un mundo de fantasía dentro de ese castillo.

Volviendo al tema. Al adentrarnos más al lugar, el sonido de la música barroca llenó mis oídos, proveniente de un gran salón al final del pasillo iluminado por candelabros. Los otros asistentes estaban vestidos con trajes que evocaban los tiempos del Marqués de Sade; las mujeres en corsés ornamentados, faldas de volantes y joyas caras que oscilaban entre la opulencia de aquella época y la sensualidad moderna, mientras que los hombres llevaban chaquetas de terciopelo y algunos, mascarillas que les daban un aire misterioso.

Me di cuenta entonces que solo el personal utilizaba indumentaria rococó.

Nos desviamos por un gran vestíbulo que me recordaba a una catedral, con altos vitrales que proyectaban un resplandor carmesí en el suelo pulido. La imagen que me rodeaba era casi irreal, de ahí que me sintiera en un mundo alterno y fantástico. Al fondo, una gran escalera curva, forrada de alfombra roja, se elevaba hacia los pisos superiores, iluminada por un magnífico candelabro de cristal que colgaba del techo, reflejando destellos de luz como si fueran estrellas atrapadas en su interior.

—¡Mamma mia! —exclamé y mi escolta sonrió.

A medida que avanzamos por el vestíbulo, los rayos de luz roja de los vitrales caían sobre mi piel desnuda, haciéndome sentir envuelta en un manto de fuego. Noté cómo todas las miradas se volvían hacia mí, algunas de admiración, otras de deseo, pero ninguna tan intensa como la que encontré cuando Andrea apareció al pie de la escalera.

Oh, porca troia.

Mi caballero de las cartas se hallaba esperando por mí. En ese momento dejé de respirar y mi corazón, a falta del oxígeno, se me figuró como un loco desesperado golpeando con sus puños mi pecho para poder escapar y sobrevivir, antes de que el inminente paro llegara.

El atuendo de Andrea era impecable: un traje negro de estilo barroco, con detalles satinados del mismo color que resaltaban su porte, dominio y oscuridad. Al verlo, sentí que el mundo a mi alrededor se desvanecía, dejándome solo con él y nuestro añorado encuentro.

Sus ojos azules me recorrieron de arriba abajo, un destello de posesión en su mirada, y el deseo latente que había crecido en nuestras cartas, pareció encenderse entre nosotros como un fuego incontrolable mientras más nos acercábamos a él.

—Monsieur. —Lo saludó mi escolta cuando estuvimos frente a frente y tragué con dificultad.

Merci, Docile. À partir de maintenant, elle est toute à moi. —«Gracias, Docile. Desde ahora, ella es toda mía».

Me estremecí de pies a cabeza al escuchar la declaración de Andrea, y ni siquiera me impactó que mi escolta se apodara dócil cuando parecía todo lo contrario. Lo que me hizo experimentar un potente escalofrío fue la seguridad y posesividad con la que dijo que era suya.

—Finalmente estás aquí, mi hermoso cisne negro —susurró con esa voz grave que me hizo estremecer de nuevo. Tomó mi mano y la besó con suavidad, sus labios rozaron mi piel apenas un segundo más de lo necesario.

Eso, y que me llamara cisne negro, justo como me sentía, hicieron que controlara mi nerviosismo e hiciera uso de mi poder femenino, pues Larissa tuvo razón en algo: yo ya llamaba la atención de ese hombre y siendo quien él era, pudiendo tener a sus pies (y de seguro teniéndolas) a las mujeres que se le antojara, yo le atraía e interesaba demasiado como para que se tomara la molestia de escribirme cartas y cocinarme a fuego lento, cuando me pudo haber tenido en bandeja de plata en cualquier otro momento, porque yo me ofrecí de esa manera.

—Finalmente me tienes aquí, Luxure —vocalicé, tratando de mantener la compostura y demostrándole que no era la misma chica con la que estuvo jugando esas semanas.

Su mirada se quedó fija en la mía, como si quisiera desnudarme con los ojos mientras me analizaba. En ese momento no sentí la necesidad de evitarlo, todo lo contrario, le demostré que ya había aprendido a no intimidarme y eso pareció llenarlo de orgullo.

—¿Sin límites? —preguntó de pronto, y como todavía me sostenía de la mano, tiró de ella para acercarme a su cuerpo.

—Y sin excepciones —aseguré, embriagándome con su aroma natural y el de menta artificial cuando mis pechos se rozaron al suyo.

—¿Dispuesta a ver quién soy en mi mundo? —siguió con su cuestionamiento y la manera en que las palabras se enrollaban en su lengua me pareció tan sexi que mi vientre se apretó y la sangre se me calentó.

—Anhelando que te abras a mí como un libro —respondí y me premió con su sonrisa ladina.

—No encuentro las palabras para describir cómo luces esta noche, ma belle —admitió, rozando su nariz con la mía, cerré los ojos un segundo, deleitándome con su cercanía, sintiéndome un poco más adicta a él.

—¿Como una fantasía? —sugerí, rozando mi aliento en sus labios y al abrir los ojos encontré su sonrisa más grande y pícara.

—O como mi más perfecta y perversa realidad —acotó él, utilizando palabras de apropiación de nuevo.

Luego de eso me di cuenta de que no soportaría más, de que ninguno de los dos aguantaríamos más tiempo sin meternos mano y devorarnos como tanto habíamos fantaseado en nuestras cartas. Y él me lo confirmó en el momento que sus ojos me mostraron que se había rendido ante el deseo y mandaría a la mierda el control que lo caracterizaba.

—Acompáñame —pidió con la voz oscura y me tomó de la mano.

Aunque justo cuando nos giramos para ir a donde sea que me llevaría, algo captó mi atención.

Al otro lado de la estancia, entre las sombras que proyectaban los candelabros, vi una figura que me resultó terriblemente familiar.

Porca miseria, non può essere —«Maldita sea, esto no puede ser», musité entre dientes y mi corazón dio un vuelco al reconocer a Michael.

Mi segurata entrometido lo había vuelto a hacer. El maldito estaba solo, de pie al borde de un salón aledaño, observando todo el lugar con una mirada calculadora, vestido con un traje similar al de Andrea, pero en color rojo rubí.

—¿Sucede algo, chérie? —me preguntó Andrea y sacudí la cabeza.

—Dame un momento —pedí, pero ni siquiera esperé por su respuesta y me solté de su agarre dejándolo con una expresión curiosa en su rostro cuando comencé a alejarme.

Me acerqué a Michael con el corazón acelerado por una razón diferente a cuando vi a Andrea, intentando entender qué hacía ahí. No debería haber podido entrar porque mi invitación no lo incluía, y me asusté al pensar que a lo mejor hizo una estupidez, como violar los servidores del francés, y eso me dejaría muy mal parada ante él.

—¡Michael! ¡¿Qué demonios estás haciendo aquí?! —le espeté, tratando de mantener la voz baja para no llamar la atención de nadie más.

Él se giró hacia mí lentamente, con un brillo desafiante en los ojos, escondiendo a penas una sonrisa irónica.

—Pobre de ti si estás aquí para joderme la noche como la otra vez, Michael. Te lo juro, vuelve a meterte en mi encuentro con Andrea y te haré la vida muy, pero muy difícil de aquí en adelante —sentencié, señalándolo con el dedo índice, golpeándolo incluso en su pecho—. ¿Qué acaso no te basta con que use los aretes? —pregunté, pues los llevaba tal cual recomendó, aunque no combinaran con mi atuendo.

El idiota sonrió entre divertido y burlón, mostrándome una versión suya que no conocía.

—¡Che cazzo, responde! —exigí y estuve a punto de volver a golpear su pecho con mi dedo, pero sin que lo esperáramos, una mano femenina me tomó de la muñeca con brusquedad y me apartó de él.

—¿Qué no te han enseñado que no debes tocar la propiedad de una Domi? —preguntó ella en francés, con tono despectivo, sus ojos oscuros mirándome con un desafío inesperado.

Parecía de la edad de Michael, una francesa hermosa de cabello negro lustroso, que irradiaba poder y autoridad tanto en su porte elegante como en su vestimenta, acorde a la temática, pero más atrevida que la mía, pues fui capaz de ver sus pechos desnudos, adornados con diamantes alrededor de los pezones.

Me quedé paralizada por un segundo. Las palabras se me atoraron en la garganta mientras intentaba procesar lo que estaba sucediendo. Luego, con un parpadeo, me recuperé y me zafé de su agarre, mirándola con altivez.

—Ella es nueva, como yo, en este mundo, Soberana —le explicó Michael y mis ojos se abrieron de más cuando la tomó de la mano con una familiaridad que me desconcertó.

¡¿Qué demonios estaba pasando?!

—¿La conoces? —le preguntó ella, su acento francés más marcado que el de Andrea.

—Cruzamos un par de palabras afuera, mientras te esperaba —mintió él.

—Está bien —dijo la mujer y me miró de arriba abajo con superioridad—. Pero vuelve a tocar a mi propiedad y sabrás por qué mi alter ego es Souveraine —me amenazó en francés la muy hija de puta.

Y tú, vuelve a tocar o a amenazar a mi acompañante, y sabrás por qué yo domino este lado de nuestro mundo, Souveraine. —La voz de Andrea a mis espaldas, un par de pasos lejos de mí fue tranquila y, sin embargo, tan tajante y poderosa que me erizó la piel.

Los rasgos de la mujer se llenaron de sorpresa e incredulidad, y a pesar de que me demostró que era una Dómina, su mirada de respeto hacia Andrea me dio a entender que se apegaba a los rangos de su mundo.

Luxure, yo no sabía que ella...—Se adelantó hacia él para disculparse, yo por mi parte miré a Michael con los ojos entrecerrados.

—¿Qué. Haces. Aquí? —pregunté otra vez.

—Después de todo, decidí seguir tu consejo y conseguí a alguien con quien quitarme la tensión y mi cara de culo, como sueles decir —explicó él acercándose a mí, con su tono impregnado de una diversión mezclada con burla que me hizo apretar los dientes.

Solo en ese momento comprendí sus salidas sin avisar y sus ausencias justificadas por cuestiones personales o laborales, en los días previos.

—Debe trabajar más duro, porque te la he seguido viendo —aconsejé haciéndolo reír.

—Dalo por hecho, Patito. Ella trabaja muy duro y perfecto —soltó y sonreí sin gracia por el doble sentido implícito, y luego verlo emprender su camino, en busca de su maldita Soberana, antes de que pudiera formular una respuesta coherente, pues mi mente se seguía agitando en un torbellino de confusión.

¿Qué estaba ocurriendo en realidad? ¿Por qué Michael había hecho todo eso?

—Qué conveniente que te consiguieras para eso, a alguien que pertenece al mundo de Andrea —refuté, antes de que se alejara más.

—Mira ese lado conveniente: placer y trabajo en un solo lugar —explicó el sinvergüenza y me guiñó un ojo.

Figlio di puttana, questo ti costerà caro —advertí.

Él sonrió divertido.

Yo lo hice con una promesa, sintiendo en mi interior una emoción poderosa y peligrosa agitándose.

—¿Está todo bien, ma belle? —preguntó Andrea, acercándose a mí.

Respiré hondo para calmar la agitación en mi interior.

—Me ha tomado por sorpresa verlo aquí. Creí que había venido para entrometerse entre nosotros como la otra vez, pero resulta que... ¡Cazzo! Es sumiso de esa mujer —solté, dándome cuenta de ese detalle y Andrea sonrió de lado.

Fue una sonrisa cálida y segura que apaciguó por completo lo que sentí antes.

—¿Y no se ha entrometido entre nosotros? —preguntó, y agitó de nuevo lo que calmó con su sonrisa.

—Ciertamente ha sido un shock darme cuenta de que está con alguien —respondí, notando lo fácil que era decirle la verdad sin sentir temor de herirlo, y no porque no me importaran sus sentimientos, sino más bien porque Andrea era tan seguro de sí mismo y me dejó claro que lo nuestro era solo físico, que me daba una sensación de libertad sin límites—. Una mujer de tu mundo —añadí.

Rio satírico ante ese hecho.

—Parece que es un cabrón muy astuto —admitió con ironía.

—Placer y trabajo en un solo lugar, eso dijo —informé y bufó una risa sin gracia—. Pero, respondiendo a tu pregunta: no, no se ha entrometido en nada de lo que quiero contigo y de esta noche, mon charmant chevalier —aseguré, llamándolo mi encantador caballero.

—Entonces déjame darte un tour por la fiesta —pidió ofreciéndome su brazo, y aunque lo que quería era estar a solas con él, acepté que de nuevo se tomara su tiempo.

Esa vez me lo merecía como reprimenda porque perdí mi oportunidad anterior gracias al idiota de mi segurata que, de nuevo, se había presentado para joder mi momento con el francés.

Pero la noche era joven, con el tiempo suficiente para recuperar mi momento tan anhelado.

—Por cierto, ¿cómo debo llamarte estando aquí? —le pregunté cuando comenzó a guiarme al salón que parecía ser el principal.

—Luxure —confirmó lo que deduje, pero quería estar segura—. Es mejor manejarnos con nuestros alter egos, eso nos mantiene en un balance sano entre nuestra vida cotidiana y este mundo —añadió y asentí.

—No pensé en eso, por lo que no tengo idea de qué alter ego usar —confesé y él sonrió.

—No es complicado encontrarte uno, chérie. Escogemos nuestros egos en base a lo que nos representa y ya viste lo hermosa que estás, utilizas hoy este atuendo para dejar claro quién eres, por lo que ya decidiste que eres mon cygne noir.

Sonreí mordiéndome el labio inferior.

—¿Tuyo? —indagué por el adjetivo posesivo que utilizó, una vez más esa noche.

—Mío, mon cygne —respondió sin un ápice de dudas y mi corazón se aceleró, de nuevo como un loco queriendo escapar de mi pecho—, pero más tuyo —susurró en mi oído—. Siempre serás más tuya.

Sí, yo era mía, pero él tenía una facilidad tremenda para que me sintiera suya, sin ser nada.

Cazzo.


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Hello, mis lujuriosxs.

¿Me extrañaron? Yo a ustedes sí.

Y antes de que se enojen con algún personaje, con uno especial, por la forma de proceder, les daré un consejo: es necesario mostrar todos los matices de alguien para entender en el segundo libro las cosas que pasarán.

Además de eso, la actitud tanto de Andrea como de Michael, les hará conocer la de Abigail, ya que ella todavía esconde sentimientos que no nos mostrará, si no se presiona a que lo haga.

Por otro lado: sé que ya muchxs notaron lo inteligente que es Andrea y cómo está analizando la situación, para saber cómo proceder. Por eso, lo que él hace es indélébile ;-)

Nos leemos de nuevo el miércoles.

Con amor,

Jassy.

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