CAPÍTULO 28



Los días se sentían largos y comenzaron a ser vacíos sin Andrea y nuestras charlas telefónicas, o por mensajes de texto, y con Michael manteniéndose distante conmigo. Parecía que la ausencia del francés y la indiferencia de mi segurata, provocaban un hueco palpable e inquietante en mi vida.

No podía dejar de pensar en aquella noche, en la manera que Andrea me miró y en la calidez que me embargó debido a sus promesas y confesiones, mismas que todavía resonaban en mi mente. Además de su despedida agridulce y reveladora a la mañana siguiente, que me dejó con una sensación extraña. Y, aunque era algo que traté de evitar, no me iba a negar a mí misma que, después de muchos años, alguien me estaba haciendo sentir perdida en tan pocos días.

Y he de admitir que, a veces, pensaba que era la actitud fría e intensificada de Michael la que me llevaba a pensar más en el francés, pues la calidez que él me dio siempre que estuvimos juntos, a pesar de concentrarnos en lo sexual, me ayudaba a soportar los días raros e incómodos que atravesaba con un guardaespaldas totalmente diferente al que tuve antes.

Le había contado todo a Jacob y el idiota terminó poniéndose del lado de Michael, ya que confesó que hasta él se sentía celoso porque, después de ser solo nosotros como incondicionales, parecía que estaba dejando ocupar a Andrea un lugar especial en el que lo desplazaba a él.

Michael puede ser un hijo de puta frío que se niega a ser tu amigo, pero a quien engaña, Patito. Durante todo este tiempo has compartido cosas con él que antes solo eran para mí, así que...joder, claro que sabe que es tu amigo y ve la misma amenaza que yo.

Me reí por lo exagerado que Jacob sonó mientras estábamos en videollamada.

—El único lugar que quiero que Andrea ocupe, es en mi cama —zanjé, él bufó una risa que destilaba sarcasmo puro.

Y aun así no dejas de suspirar por él. Eso no pasa cuando las cosas son solo físicas, vete enterando —replicó.

En medio de nuestra videollamada revisé mi correspondencia, la misma que Michael había recogido por mí, y mis ojos se abrieron de más al encontrar un sobre blanco, con mi nombre escrito en una caligrafía elegante que reconocí al instante.

Cavolo.

En lugar de un mensaje de texto, nuevamente Andrea había elegido escribir una carta. Algo tan formal y antiguo, tan inusual en tiempos de mensajes instantáneos, que me dejó perpleja.

¿Por qué una carta, otra vez?

—¡Mira! —chillé, dando saltitos y mostrándole la carta a Jacob.

La curiosidad se apoderó de mí mientras deslizaba mis dedos sobre el papel y abría el sobre, sintiendo mi corazón acelerarse porque estaba segura de que, con cada palabra que leería, un pedazo de Andrea estaría más cerca.

—¿Quién envía cartas cuando comunicarse está solo a un clic? —reviró Jacob y me reí, porque yo también creí lo mismo la primera vez que Andrea me dejó una nota con su hermana.

—Un caballero sexi —musité, viendo cada letra trazada con firmeza.

¿Vas a leerla o no? —inquirió tras rodar los ojos por mi respuesta.

—Pequeña mierda chismosa —solté entre risas.

Anda, léela para juzgar si vale la pena que pongas esa cara de idiota —me animó, y me sentía tan atrapada en el momento, que comencé a leer en voz alta.

—Querida Abigail,

Sé que este medio sigue siendo inusual para ti, pero me gusta pensar que algunas cosas merecen ser comunicadas lentamente, como un buen vino que se degusta mejor en cada sorbo, ¿no crees?

Te escribo porque quiero que cada palabra que leas de mí la lleves contigo y que, con ello, mi presencia se grabe en tu mente hasta que podamos vernos de nuevo. Porque la tuya sí que está grabada en la mía, ma belle. Desde que te conocí en Reverie, si soy sincero.

Lo que me hace sentir como un idiota porque, desde esa noche me vivo preguntando si piensas en mí, como yo pienso en ti. Y, si lo haces, ¿te sientes tan atrapada como yo en este juego que hemos comenzado?

Espero conocer la respuesta cuando volvamos a encontrarnos.

Hasta entonces,

Andrea.

Esas líneas tan impregnadas de su esencia me hicieron reír, y también me llenaron de una sensación extraña, como si él hubiese estado ahí, hablándome a través del papel. Por un momento incluso cerré los ojos, imaginando que me susurraba todo al oído con esa picardía y sensualidad que escurría en su voz.

Ay no, no puede ser, Patito. —Jacob me bajó de mi nube y lo miré con inocencia, también con vergüenza porque me olvidé de que seguíamos en videollamada—. Acabas de decir que es solo físico.

—¡Y lo es! —chillé, recomponiéndome.

Mírate —demandó y enseguida me envió una foto captura que me había sacado mientras leía la carta.

Me mordí el interior de ambas mejillas al verme, tratando de no replicar la sonrisa de estúpida con la que él me inmortalizó.

—Es solo físico, Jacob. Pero eso no significa que no me emocionen estos gestos —me excusé—. Y sabes que este francés me lo pone difícil porque él ignora que ha sido mi primera cita. Y créeme, nunca imaginé que viviría una experiencia antiguamente caliente.

Como sea, solo ten en cuenta que este puede ser su método, Abby. Y no quiero joder tu ilusión, pero es probable que lo haga con todos sus intereses sexuales.

Sus palabras fueron como la aguja con la que explotaron ese globo de emoción en mi interior. Solté una larga exhalación y me desinflé casi de inmediato.

Patito...

—No digas nada, no te creo un cretino por decirme esto —lo corté.

Y no mentía, ya que, si bien Andrea tenía la capacidad de hacerme sentir en un mundo mágico, era consciente de que, a pesar de mi cambio en ese tiempo, en mi interior seguía habitando aquella niña que se ilusionaba y entregaba rápido, a las personas que me daban atención.

Y Jacob era mi voz de la razón. Por lo que debía recordar que mi amigo me advirtió lo que me pasaría con Dasher cuando me enamoré de él, y no le di importancia, razón por la cual me equivoqué, terminé en terapias y sumida en una depresión.

—¿Crees que debería alejarme de Andrea antes de cagarla más? —Mi pregunta lo tomó por sorpresa.

¿Lo harías si digo que sí? —me probó.

Le respondí luego de un largo suspiro.

—Lo intentaría esta vez, porque no quiero cometer el mismo error dos veces. —Fui totalmente sincera y Jacob pareció desconocerme por un segundo.

O descubrir en mí a la nueva yo.

No lo conozco lo suficiente —comenzó a decir—. Pero te conozco a ti, Abigail, y aunque a veces te tache de tonta, no lo eres. Has cambiado para bien en este tiempo... mierda, te levantaste como una cabrona de donde habías caído, así que confío en que no cometerás el mismo error dos veces.

Mis ojos picaron al escucharlo, por las lágrimas de orgullo hacia mí misma, y terminé sonriendo.

—¿Eso significa que me das tu visto bueno?

No lo necesitas. Y seguirías adelante, aunque no te lo diera —señaló y apreté los labios para no reír más—. Juega este juego con tu señor de las cartas si eso deseas, pero cuida tu corazón porque no quiero dejar a mamá todavía para ir a asesinarlo a él.

—Andrea no es un señor —solté con diversión.

¿Estás segura de eso? —satirizó, señalando sin palabras el mundo en que el francés estaba metido y cómo lo llamaban en su rol.

—Sabes de lo que hablo —repliqué—. Y, en todo caso, es un caballero de veinticuatro años.

Lo que sea, Patito. Solo cuídate, ¿de acuerdo?

—Lo prometo —respondí alzando la mano y lo vi satisfecho.

Hablamos un rato más, me puso al día con lo que sabía de Essie y yo le hablé de lo que mis padres me informaron recientemente, que era lo mismo: mi prima seguía luchando, recorriendo aún el largo camino que le quedaba en su recuperación. Tras eso finalizamos nuestra llamada y como era fin de semana, decidí ver la tele mientras se llegaba la hora para reunirme con Larissa, ya que quedamos de ir por allí a explorar los mercados de la ciudad.

Al acomodarme en el sofá donde estuve con Andrea, me llevé la carta conmigo y volví a leerla, cinco veces, antes de tomar mi móvil y, como una chica moderna, le pregunté por medio de un mensaje de texto por qué había elegido de nuevo algo tan anticuado como una carta, cuando podía simplemente llamarme.

¿O acaso no sabes utilizar la tecnología?

Había finalizado la pregunta con un emoji de risa, indicando que era broma. Él leyó el mensaje, pero nunca respondió. Me sentí un poco rechazada por eso, aunque no le di tanta importancia.

Pasaron dos días antes de que recibiera otra carta, más intensa esa vez. En ella él respondió a mi mensaje.

Ma chérie,

Sí, sé que existe la tecnología y sé manejarla, muy bien de hecho. Pero una carta es como un pedazo del tiempo que dejo en tus manos. Me gusta pensar que cada palabra queda impregnada en ti de una forma en la que los mensajes digitales nunca podrían. Tal vez soy un caballero anticuado, pero me regodeo al imaginar que, al leerme de esta manera, piensas en mí de una forma diferente, tal cual yo pienso en ti...

Esa vez me reí para mis adentros, divertida y halagada por su enfoque tan inusual y... personal. Y debía admitir que, en efecto, estaba haciendo algo tan único conmigo que, en definitiva, quedaría grabado en mí de una manera que nadie podría igualar jamás. Pues me daba una experiencia que, así fuera anticuada, también irrepetible.

Y, ya que ese juego me gustó, no tardé en responderle; a su manera en esa ocasión, intrigada por lo que habíamos empezado y deseando que lo continuara. Lo cual hizo en los días siguientes, cada carta que nos enviábamos y recibíamos siendo más intensa que la anterior, hasta el punto en que mis pensamientos ya no tenían cabida para nada más, específicamente, para mi distanciamiento con Michael.

Porque, sorpresa, este solo se fue haciendo más grande. Y, aunque me afectara, me prometí que no le daría más largas porque algo en mi interior me gritaba que, esa vez, era mejor darle tiempo al tiempo.

—¡Vaya! ¡Cálmate, mujer! —me reprendí una tarde en la que encontré una nueva carta entre mi correspondencia.

Estaba temblando de anticipación al comenzar a abrir el sobre, sentada en el alféizar de mi ventana, una zona que adecué como mi rincón de relajación, pero que, en ese tiempo en lugar de eso, se había vuelto un testigo de mis momentos más excitantes y anhelados.

Me mordí el labio y miré por la ventana antes de soltar un gritito, solo con el primer párrafo que leí. La tarde era nublada y fría en Seine-Saint-Denis, aunque mis entrañas habían comenzado a incendiarse.

—No puede ser posible que me ponga así —refunfuñé, mirando las luces amarillentas de las farolas que se reflejaban en los charcos que adornaban las aceras.

Respiré hondo y me concentré un segundo en el sonido distante del tráfico en la Avenue Paul-Vaillant-Couturier, que llenaba el aire de una vida que contrastaba con el remolino que ya sentía tras leer sus palabras.

Abigail,

Yo nunca te miento, así que sí: te pienso cada noche, y en cada pensamiento estás allí, perdida en mis brazos, sin límites y entregada completamente a mí. No puedo evitar imaginar las curvas de tu cuerpo trazadas con mi lengua, los suspiros que me darías mientras exploro cada rincón de ti, lento y sin piedad, viendo cómo te entregas, te deshaces y te pierdes en el placer que solo yo puedo darte.

Porque, no me lo preguntes cómo, pero sé que lo que te he hecho experimentar cuando te he puesto las manos encima, es algo que solo yo he conseguido. El brillo y hambre en tus ojos al mirarme tras hacer que te corras me lo han dicho.

¿Dime que me equivoco? ¿Dime que solo soy un fanfarrón que alardea con darte los mejores polvos de tu vida, sin siquiera llegar a utilizar esa parte de mi anatomía que tanto deseas? Y, ahora que lo pienso, ¿qué harás con ella cuando al fin ceda? ¿La meterás a tu boca? ¿La lamerás y mordisquearás tal cual yo he hecho con ese coño delicioso del que eres dueña? ¡Merde! No tienes idea de cómo estoy escribiéndote esta carta ahora mismo.

Posiblemente sí lo imaginas, ¿no, pequeña perversidad?

Hazlo, por favor. Imagíname goteando de deseo por ti, aliviándome a mí mismo con tu imagen en mi cabeza, alucinando con tu boca rodeando mi grosor mientras me miras con esos ojos inocentes, con esos gestos tiernos. Siendo esa pequeña diabla que sabe que me tiene en sus manos.

Imagíname, ma belle. Y mientras lo haces, tócate y dedícame un orgasmo más.

Con deseos hacia ti,

Tu caballero de las cartas.

—Oddio —susurré, pegando la carta a mi pecho en un intento por calmar mi corazón acelerado, dándome cuenta de que terminé leyendo todo en voz alta, sonriendo por cómo firmó la despedida, pues en mis últimas respuestas lo apodé así.

Mi caballero de las cartas.

Sus palabras escritas me habían dejado sin aliento y mordiéndome el labio mientras mi mente volaba. Cazzo. Su intensidad y pasión me tenían atrapada en cada línea, cada frase que me hacía desearlo más. Sin embargo, me obligué a espabilar cuando un movimiento en el pasillo me sacó de mi ensueño.

Giré la cabeza y me encontré con Michael, quien se hallaba de pie en el umbral de la puerta de mi apartamento, con la expresión más enigmática que había visto en su rostro.

—¿Cuánto llevas ahí? —pregunté, tratando de recomponerme.

Michael parecía observarme de una manera casi analítica, con los ojos fijos en la carta en mis manos entretanto sostenía una bolsa de papel, con lo que supuse que era nuestra cena.

O mi cena, ya que dejó de acompañarme, aunque la compraba por mí cuando sospechaba que me la saltaría.

—Suficiente para saber que sigues con tu... juego de cartas —dijo, su tono seco y distante, como si quisiera mantenerse al margen, pero algo lo empujara hacia adelante.

Lo miré, sin saber cómo interpretar su respuesta. Sentí una chispa de incomodidad, pero también de curiosidad.

—Sip, sigo con mi juego de cartas, Michael —respondí, un poco a la defensiva, queriendo de alguna manera que notara que para mí no era ridículo, como él quizá lo veía—. ¿Alguna vez has escrito una? —quise saber y me miró con esos ojos oscuros que parecían contener más de lo que vocalizaba.

—A mi familia, cuando estuve en misiones de la milicia —respondió y me sorprendió un poco, pues era más de lo que habíamos hablado en esos días.

—¿Nunca a una novia? Mientras estuviste en tus misiones. —Soltó una risa breve e irónica como respuesta.

—Tu cena —dijo, alzando la bolsa en un intento porque me concentrara mejor en ello, y terminó de entrar, llevando la comida a la mesa.

Solté un largo suspiro, sabiendo que hasta ahí llegaba nuestra interacción.

Doblé la carta y la metí en una caja, junto a las otras. Enseguida de eso caminé hacia la mesa. No tenía hambre, pero tampoco quería que él tomara mi negativa como un desprecio. Al menos no en ese momento donde todo seguía siendo tenso entre nosotros.

—Quédate —pedí al ver su intención de marcharse, como todas las noches, desde nuestro encuentro incómodo a la mañana siguiente de mi cena con Andrea.

—Me gustaría, pero tengo cosas que hacer —se negó.

—¿No vas a cenar?

—Lo haré mientras resuelvo mis asuntos. —Sabía muy bien que era una excusa de su parte y ya estaba harta de su actitud.

—Te burlas de mi juego de cartas con Andrea, pero ¿no te preguntas por qué me he enfrascado tanto en ello?

—Mi trabajo no es hacerme preguntas de cómo quieres llevar tu vida, Abigail —replicó, siendo tosco—. Es tu problema y tu decisión con quien enfrascarte.

El enojo barrió por completo con la cautela con la cual me había manejado con él esos días, y sentí el rostro caliente y mi sangre bullendo de una manera que no me gustaba.

—¡Deja de ser un idiota, Michael! —espeté, tomándolo por sorpresa—. ¡¿Te cuesta tanto decirme cuál es el maldito problema que tienes conmigo?! ¡Y no te atrevas a decirme que ninguno, porque desde mi salida con Andrea te has comportado como un imbécil herido que no tiene las bolas para decirme lo que le molesta! ¡Maledizione! Hasta pareciera que estás celoso, hombre, y no que atraviesas por cuestiones personales.

Tras su shock por mi manera de hablarle soltó una risa, sin gracia pero con burla, de seguro por lo que señalé de los celos. No obstante, me sentía demasiado molesta como para avergonzarme.

—¿Pones en dudas mis jodidos problemas? ¿Crees que no tengo vida propia y que solo debo dedicarme a ti? —Sus preguntas fueron pérfidas e hirientes.

—¿No que tu misión es lo más importante? ¿No te has cansado de dejarme claro que yo soy esa maldita misión? —contrataqué. Nuestras respiraciones eran un fiasco en ese instante, ambos lucíamos a punto de perder los estribos—. Y jamás, escúchame bien, testarudo orgulloso, jamás pondré en duda nada de ti.

Eso último no lo esperó tras todo lo que nos estábamos diciendo, me lo dejó ver al suavizar su mirada y esconder a duras penas una sonrisa. Yo me mordí la mía y en un santiamén sentí cómo la tensión mermó y aquel peso en mis hombros se volvió más liviano.

Cavolo.

¿Había sido necesario llegar a los reclamos para luego calmarnos así? Porque de haberlo sabido, lo habría hecho antes, con las ganas que me estuve aguantando de gritarle un par de cosas.

—¿Por qué? —cuestionó de pronto y fruncí el ceño al no entender su pregunta—. Si no es solo porque te gusta, o emociona tu juego de cartas con él, ¿por qué más te has enfrascado en ello?

Crucé los brazos, sintiendo que estaba perdiendo la intensidad del valor anterior. Y carraspeé antes de decir:

—Porque así me incomoda menos tu actitud fría y distante conmigo, y cómo me miras —confesé y noté la sorpresa brillando en sus ojos—. Y posiblemente estás pasando por algo complicado, eso lo entiendo, Michael, pero yo no tengo la culpa de ello y aun así me haces pagarlo.

Chascó la lengua y se apretó el tabique de la nariz, haciendo una negación con la cabeza mientras miraba hacia el suelo.

—Joder —maldijo sin mirarme, segundos después volvió a alzar la cabeza y soltó una exhalación pesada—. Tienes razón, Abigail, tú no tienes la culpa de mis errores.

Me mordí el labio y alcé una ceja, recuperando mi confianza y esperando a que continuara, pero no lo hizo.

—¿Lo sientes mucho? —pregunté, ladeando un poco la cabeza en un gesto con el cual le quería indicar que le estaba ayudando a disculparse conmigo, por si no sabía cómo hacerlo.

Michael apretó los labios y luego se los cubrió con el puño.

—Cena antes de que se te enfríe la comida —pidió con su tono mandón tras controlarse, porque sabía que con aquel gesto escondió otra sonrisa, y comenzó a sacar lo que llevó para mí.

—¿Vas a acompañarme? —cuestioné, tratando de no sonar esperanzada.

—Sí. Y apresúrate porque muero de hambre. —Terminó de desenvolver su plato y yo no escondí mi sonrisa al verlo sacar una silla y hacerse a un lado para que me sentara en ella—. Y sí, Abby, lo siento mucho —susurró cerca de mi hombro cuando estuve sentada.

Lo miré desde mi posición con la sonrisa más grande, feliz de haber recuperado a mi no amigo.

Y durante esa cena no me callé ni un solo segundo y, aunque Michael me siguió la conversación mayormente con monosílabos como era su costumbre, esa vez no se sintieron fríos, cortantes o distantes.

Era mi Micky de nuevo y yo respiré mejor.

(****)

Acepté la invitación de Félice para un almuerzo, una semana después de reconciliarme con Michael, con quien, hasta el momento, no sabía qué lo llevó a ser un idiota conmigo; pero tampoco indagué en el asunto porque lo conocía y, en lugar de decirme la verdad, era posible que terminara distanciándose de nuevo conmigo en su afán de que no me metiera en sus asuntos.

Por lo que me convenía más respetar su silencio.

Me encontré con Félice en un pequeño restaurante de esquina, con mesas de madera y un ambiente acogedor que desentonaba con el bullicio de la Avenue Gabriel-Péri. La mujer, con su porte elegante y sonrisa cálida, me recordaba a Andrea, había en ella una suavidad y una calidez que hacían que me sintiera tan cómoda a su lado como con su hermano.

Mientras hablábamos, ella mencionó al francés, y aunque lo hizo con un tono ligero, me miraba con curiosidad, como si estuviera evaluando algo.

—Parece que mi hermanito ha dejado una huella en ti con su hazaña —señaló, sonriendo de manera cómplice. Como siempre, toda nuestra conversación fluyendo en su idioma.

Me reí, tratando de ocultar mi rubor, y sentí que ella había captado algo que yo misma aún no entendía del todo, luego de que la curiosidad me ganara y le preguntara si Andrea se enviaba cartas con todas sus conquistas, lo que terminó también en yo contándole sobre nuestro método de comunicación tan peculiar en esas semanas.

—No me culpes. En tiempos modernos es difícil, por no decir que casi imposible, encontrar a un hombre en sus veinte y tantos, que no sea afín a la monogamia, pero sí a enviar cartas como todo un caballero de tiempos pasados. —Félice se rio, aunque de acuerdo, con mi explicación.

Ya sabía que la familia de Andrea no desconocía que a él le gustaba mantener relaciones abiertas, como tampoco ignoraban que estaba metido en el mundo del BDSM. Los Moreau eran personas con respeto a la forma de vivir la vida de sus hijos, por lo que apoyaban al francés en todo lo que decidía hacer.

—Bien, seré sincera contigo respecto a tu pregunta. —Contuve la respiración por lo que diría a continuación, tratando de mantener mi mente abierta, pues en esas semanas tomé en cuenta lo que Jacob me dijo: era posible que las cartas fueran un método que Andrea utilizaba con todas—. Mi hermano se la pasa viajando todo el año debido a su trabajo, aunque después de Lucie, él no volvió a tener una relación formal. Eso quiere decir que no le hemos conocido otra novia y tampoco nos ha presentado a ningún interés amoroso, por lo que no te sabría decir si suele hacer eso. —Asentí ante su explicación.

Y si bien eso no me sacaba de mi duda, comprendía que ella no supiera nada.

—Lo que sí puedo decirte es que no lo hizo con su ex —añadió y fruncí el ceño—. Sabemos cómo se conoció con ella porque ambos nos hablaron de ello cuando la llevó a casa, y todo entre los dos se dio de manera común, apegado a los tiempos.

Reprimí aquella chispa en mi pecho que me quiso hacer sentir especial, pues debía ser prudente y tomar en cuenta que Félice desconocía cómo era su hermano después de su ex, con respecto a las mujeres y su manera de llegar a ellas.

—Aunque Lucie siempre ha asegurado que Andrea es un caballero en todos los sentidos, por eso no lo odia tras su ruptura. Pero secretamente, sé que le sigue doliendo que lo de ellos se terminara debido a que sus intereses cambiaron.

—Supongo que eso es parte de los riesgos que se toman al vivir su estilo de vida —señalé y ella asintió de acuerdo.

—Tómalo en cuenta, Abby —pidió y me removí en mi asiento un poco incómoda, cogiendo mi copa de vino para darle un sorbo—. Aunque ustedes dos se conocieron antes, en mi mente sigo creyendo que yo te conocí primero que él, y no me gustaría que dañe tus ilusiones cuando quieras algo que Andrea no podrá darte. Me caes demasiado bien, por eso me siento en la necesidad de decírtelo, además de que puedo ser su hermana, pero primero soy mujer.

—Gracias —le respondí, sintiéndome feliz al darme cuenta de que podía ver en ella a una aliada—. Y no te preocupes, si algo tiene tu hermano, y por lo que entiendo a su ex, es que me ha dado solo verdades, aunque duelan. —Recordé su lema y el tatuaje en su garganta, confirmando por qué tenía tanto sentido que las palabras fueran tan suyas—. Y sé que, así me encante lo caballero que es conmigo y lo especial que me haga sentir su juego de cartas, sigue siendo solo eso, un juego.

—Un juego que puedes disfrutar mientras dure —señaló ella con picardía—. Para eso se han hecho, amiga, para divertirnos. Si los hombres pueden, ¿por qué nosotras no?

—Buen punto —acepté y alcé mi copa para brindar con ella cuando hizo lo propio.

Félice tenía razón en todo y me hizo ver algo importante: yo también podía jugar y era mejor que esa vez lo disfrutara y no perdiera la cabeza con ilusiones tontas.

Al siguiente día, Larissa me pidió que fuéramos otra vez a recorrer el mercado de Saint-Denis, pues quedó encantada con sus puestos de frutas frescas y especias, y el aroma de café y pan recién horneado que llenaba el aire. Michael, como las otras veces, estaba con nosotras, siguiéndonos de cerca, aunque se mantenía un paso más lejos de lo habitual, como si quisiera mantener la distancia física y emocional, a pesar de que nuestras asperezas se hubiesen limado.

Larissa bromeó con él, insinuando que parecía un guardia de hierro, siempre en alerta. La broma nos hizo reír, pero noté que él apenas sonreía, sus ojos estaban fijos en la multitud, pero parecían distantes, perdidos en otro lugar.

—¿Está todo bien? —le pregunté en un momento que me acerqué a él mientras Larissa entraba a una panadería para comprar unos postres que Ángel y Mark le pidieron.

—Sí —respondió y lo miré a los ojos.

—¿Seguro?

—Sí, Patito insoportable —refutó y sonreí por cómo me llamó.

—Solo esperaré que Larissa compre los postres y luego iremos a la papelería de la esquina. Eso será todo por hoy —avisé y alzó una ceja.

—¿Te has quedado sin papel para tus cartas? —Rodé los ojos y solté un suspiro por su tono burlón, aunque no me molestó porque ya no sentí que lo hiciera para ofenderme, como creí que lo hizo antes.

—Sin sobres —acepté y bufó una risa que también me hizo reír—. Esta vez quiero escribirle algo erótico a mi caballero, así que, posiblemente te lo lea a ti solo para asegurarme de que provoque en él lo que espero.

—Paso —se apresuró a decir y contuve una carcajada.

—Vamos, Micky. Ayúdame con el control de calidad. —Hice un puchero y fue su turno de rodar los ojos.

—Eres una descarada —gruñó y entonces no me contuve, me reí fuerte.

—No, tú eres demasiado correcto —afirmé entre risas que terminaron contagiándolo.

Y por supuesto que no me ayudó con el control de calidad por la noche, cuando le escribí una nueva carta a Andrea, es más, ni siquiera se apareció por mi apartamento, pues al dejarme ahí tras mi salida con Larissa, me avisó que debía encargarse de ciertos asuntos urgentes.

Lo habría molestado con que era una excusa, pero lo escuché hablando con uno de los hombres que tenía como apoyo para mi protección, así que sabía que no me mentía.

Dos noches después, una videollamada de Aiden llegó de improviso. Al aceptar, me sorprendí y asusté al ver que no solo él, sino también nuestros padres y Daemon, estaban conectados.

—¿Qué pasa? —pregunté, riendo con nerviosismo—. ¿Es una intervención o algo así? Aunque desde ya les advierto que Michael es un exagerado, sea lo que sea que les haya dicho.

El susodicho se encontraba enfrente de mí haciendo algo en la laptop y me miró alzando una ceja, en un gesto que indicaba que nada de lo que él podía informarle a mi familia de mí, sería exagerado. En realidad, se quedaba corto en sus informes porque me cubría la espalda.

Questa non te la bevi nemmeno tu, sorellina. —«Eso ni tú te lo crees, hermanita». Me dijo D y su tono calmado me hizo sentir tranquila de que nada malo había pasado, como para que Aiden hiciera esa videollamada.

Lo que yo voy a mostrarles no es exagerado —avisó Aiden con una sonrisa que mamá imitó. En ambos fue un gesto lleno de felicidad, orgullo y muchas cosas más que no se podían explicar, pero que les hacía brillar los ojos.

Papá besó la sien de mamá. Daemon frunció el ceño y lo noté tan desesperado como yo porque Aiden al fin terminara con nuestra impaciencia. Nuestro hermano se apiadó de nosotros y con un movimiento sutil, cambió la cámara para mostrarnos algo tan esperado en la familia.

—No. Puede. Ser —susurré, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas y el corazón a punto de escaparse por mi garganta.

Sadashi sostenía un bulto pequeño y envuelto en mantas, y al mover la cámara, vi el rostro diminuto y perfecto de mi sobrina.

—¡Oddio, porca puttana, sì! —Soltó Daemon, expresando la felicidad y euforia que yo no podía vocalizar.

La risa gangosa de Aiden se escuchó de fondo, Sadashi sonrió y apretó a su pequeña entre sus brazos, sosteniéndola como el tesoro más sagrado que la vida pudo darle. Mamá no contuvo más sus lágrimas de felicidad y papá miró la escena de mi cuñada cargando a su hija, como recordando el día en que yo nací.

Famiglia, quiero que conozcan a Asia Pride Kishaba —dijo Aiden, con la voz llena de emoción mientras nos mostraba a su hija.

La imagen me siguió golpeando con una oleada de emociones, y no pude evitar que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas. Mi sobrina, la pequeña Asia, era perfecta, y no podía contener el deseo de abrazarla, de estar allí con mi hermano y su novia, viviendo ese momento tan mágico.

—¡Joder! Cómo quisiera tenerlos aquí —admitió Aiden, y Sadashi extendió su mano hacia él en un gesto de apoyo—, pero somos Pride White, lo que significa que debemos cuidarnos más que los demás —añadió con una seriedad cálida—. Por ahora, solo la familia más cercana sabe que nuestra nena ha nacido.

Entendí sus razones de aislarse y desaparecer del mundo para proteger a su chica embarazada, sobre todo después del ataque donde Essie terminó postrada en una camilla, luchando por su vida.

En la videollamada él y nuestros padres nos explicaron a D y a mí que, tanto Michael como Alexandre (en el caso de mi hermano) estaban acompañándonos porque con sus laptops se encargaban de monitorear que no hubiese intervenciones enemigas, pues cuidarían hasta el último detalle para mantener seguras a Sadashi y a la bebé.

Me quedé mirando la pantalla de Aiden mientras los escuchaba, sintiendo una mezcla de felicidad y nostalgia. En ese instante, la distancia parecía insoportable, y el amor por mi familia, ese amor que nos mantenía unidos a pesar de todo, hizo que me sintiera a la vez feliz y vulnerable.

—Papito, la llegada de Asia no tiene por qué cambiar la dinámica, eh —le dije antes de que cortáramos y él me miró sin comprender—. Yo siempre seré tu princesa favorita —expliqué y los escuché reír a todos.

Papá negó con la cabeza.

Mi princesa rebelde, la dinámica no cambia —zanjó y le lancé un beso—. Pórtate bien, nena —pidió.

—Siempre —aseguré y en mi periferia vi a Michael sonreír de lado con ironía.

No le dije nada porque me enfoqué en despedirme de mis padres, hermanos, Sadashi y la nueva integrante de la familia. La niña más hermosa que vi en mi vida.

—¿Tienes algo qué decir? —le pregunté a mi segurata cuando la videollamada finalizó, él me miró divertido porque sabía a lo que me refería.

—Nada, princesa bien portada —satirizó y entrecerré los ojos, tratando de no reírme.

Esa noche me fui a la cama borracha de felicidad y emoción, agradecida de que, en medio de todo, mi familia también pasara por momentos mágicos.

Y días después experimenté otro tipo de emoción cuando encontré en mi buzón otra carta de Andrea. Pero esa vez, venía con una invitación negra y dorada que destacaba entre los papeles.

Abrí la carta primero, sintiendo un temblor de anticipación mientras leía:

Ma belle,

El momento que tanto hemos anhelado ha llegado. Esta vez, en mi fiesta, no habrá límites. Allí te mostraré el deseo que ha crecido en cada palabra que te he escrito durante estas semanas.

Te espero allí, pequeña perversa.

Con pasión y lujuria,

Luxure.

—Oh, santo cielo —susurré, con el corazón acelerado, sintiendo un leve temblor en mis manos y la piel fría al entender cómo había firmado.

Con su alter ego.

Con una promesa.


_______________________________

Como dice Abby: ¡Oddio!

Este capítulo me provocó emociones encontradas al escribirlo, y debo confesarles que amo cada una de las interacciones que Abigail tiene, tanto con Michael como con Andrea. 

Para mí, cada uno de esos hombres tiene sus propios matices y me encanta mostrarlos, describirlos, desarrollarlos, y que conozcan cómo han ido evolucionando, al menos desde el punto de vista de Abigail en este libro. 

Y sé que hay actitudes que a algunxs de ustedes pueden desesperarles, pero de esto se trata escribir personajes reales, y no planos. Porque díganme, ¿qué gracia hay en leer personajes que no provoquen absolutamente nada? Como lectora, yo odio eso, además de que me aburre mucho.

Y... bueno, les doy este capítulo ya porque sea como sea, y a la hora que sea, ustedes llegan a la meta, y no quiero estar dormida cuando eso pase :-) Así que, ojalá lo hayan disfrutado. 

Nos leemos hasta el lunes.


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