CAPÍTULO 27


Cuando Andrea levantó esa mirada intensa que poseía, entrelazando sus ojos con los míos, supe que planeaba irse y dejarme con la cabeza vuelta mierda tras la follada que acababa de darme; y encima, dejándome sin palabras al quererle rebatir y no poder, porque el tipo tenía el juego a su favor.

Pero me negaba a permitirle marcharse.

No después de lo que me hizo sentir sin tocarme, de lo que me llevó a hacer con su voz hipnótica. Así que, alargué una mano, lo tomé del brazo en cuanto intentó apartarse de mí y susurré:

—Quédate un poco más.

Ni siquiera había dado un paso de regreso hacia mí cuando se inclinó y atrapó mis labios, respondiendo a mi petición sin palabras, permitiéndome sentir el sabor de mi placer en su lengua. En un movimiento fluido, me levantó sin esfuerzo y, rodeándolo con las piernas, sentí su agarre firme en mis muslos sosteniéndome mientras nos dirigía al sofá.

Cuando se sentó conmigo en su regazo, todo el aire se volvió espeso, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante, al sentir su dura erección rozar mi centro todavía húmedo.

Nos besamos entre gemidos, aunque con una lentitud cargada de la pasión que seguía contenida a pesar de nuestro momento anterior. Parecía que cada roce era una batalla contra algo más profundo que ninguno de los dos entendíamos. Andrea mantenía sus manos en mi espalda, cuidándose de no bajar más y con eso perder el control, trazando círculos lentos, sin prisa, como si estuviera estableciendo un ritmo invisible que me envolvía en calma y deseo al mismo tiempo.

Quise profundizar el beso, hacer que perdiera el control al mover mis caderas sobre la dura erección que mantenía, jadeando ante el roce de su cresta en mis pliegues que removió los estragos de mi orgasmo. Pero justo cuando pensaba que se rendiría, él se apartaba, sonriendo como si leyera cada pensamiento que me cruzaba por la cabeza.

—No me lo pones nada fácil, Abigail —murmuró, con una chispa de diversión en sus ojos, quizá descubriendo mis intenciones perversas al pedirle que se quedara.

—¿No te gusta que no sea fácil? —lo desafié, con una sonrisa traviesa mientras mis dedos jugueteaban con los botones de su camisa, buscando un resquicio para llevarlo a ese término donde no podría más.

—Me gusta que seas rebelde —dijo, sin dejar de mirarme—, pero hay límites y un trato por cumplir.

Esa palabra, "límites", encendió mi intriga. Y por la profundidad de su tono intuí que, para él negarse, o hacerme esperar, era más que un simple juego, o ganas de enseñarme una lección. Razón por la cual decidí jugar la carta de la curiosidad, pensando en que quizá, si le preguntaba directamente, bajaría la guardia.

—Entonces... explícame. ¿Qué significa para ti ser un Dominante? —indagué.

Él ladeó la cabeza, sorprendido por mi pregunta, pues ya se la había hecho en el castillo de los Lefebvre, sin embargo, en ese momento entendió que se lo pregunté en otro contexto y me evaluó con esa seriedad que, mientras estuvimos con su familia, noté que mostraba cuando hablábamos de algo que realmente le importaba.

Sus ojos reflejaban tanta intensidad como calma, una mezcla que conseguía que cada palabra suya pareciera cuidadosamente calculada, pero auténtica.

—Asumir una responsabilidad muy concreta —comenzó a responder en voz baja y firme—. Significa que, aunque controlo la situación, también debo crear un espacio seguro para quien decide rendirse ante mí. Porque dominar no se trata simplemente de poder o autoridad; es una promesa de cuidado y respeto.

Lo escuché en silencio, hipnotizada por la seguridad de su explicación. Hizo una pausa, buscando la manera precisa de describir algo que para él era profundamente personal, una situación muy distinta a cuando hablamos de ello en el castillo.

Pero tenía lógica que fuera diferente, puesto que ese día en territorio Lefebvre fue la segunda vez que nos veíamos, y la primera en la que conversamos de verdad.

—Mi rol es un equilibrio constante entre lo que deseo y lo que una sumisa requiere —prosiguió—. Cada orden y límite, debe estar enfocado en fortalecer la confianza que la otra persona ha depositado en mí, pues hacemos un pacto de entrega mutua. Por lo tanto, no se trata solo de que debo guiar, sino también proteger. Y para eso, necesito conocer y respetar tanto mis límites como los suyos.

Deslizó los dedos con suavidad por la mano con la cual yo acariciaba su pecho, sosteniéndola con una delicadeza que contrastaba con el control en su mirada.

—Además de eso, mi satisfacción no radica únicamente en la obediencia, sino en observar cómo crece la confianza de quien se somete; cómo sus miedos y deseos se entrelazan, formando algo único. Y, aunque eso me atrae de ser Dominante, no seré hipócrita, ma belle, también me gusta el poder, pero con la conexión íntima y profunda que se crea en esa rendición.

Sonreí al ver que se inclinó un poco más hacia mí, y su voz se volvió un susurro grave, casi como una confesión que no le hacía a cualquiera.

—El rol también implica, de mi parte, aceptar mi propia vulnerabilidad, porque si alguien se entrega por completo a mí, yo debo desnudarme de cierta manera. Mis deseos, y los pasos que doy, se convierten en una responsabilidad compartida.

Me miró, esperando a que yo procesara sus palabras. Y confirmé lo que antes pensé: cada frase que pronunció fue una parte de él que quizá rara vez dejaba ver. Y me perdí en ellas, tanto como en sus iris azules y lo mucho que estos revelaban, pues ese momento estaba siendo como si esa faceta suya (la del hombre detrás de la máscara de confianza) saliera a la superficie.

—¿Y cómo empezaste? —pregunté, intentando no sonar demasiado curiosa, pero sentía que quería conocer hasta el último detalle que antes no me dijo.

Andrea rio con suavidad porque, de nuevo, ya le había hecho esa pregunta. Luego bajó un poco la guardia y se quedó en silencio unos instantes, como si mi cuestionamiento lo hubiera llevado a un lugar lejano, a un recuerdo que de seguro no compartía con frecuencia.

Sus ojos se oscurecieron apenas, lo que me indicó que a lo mejor estaba a punto de revelarme una parte esencial de su pasado.

—Fue... inesperado, en realidad —admitió, y la calma en su tono fue más profunda de lo habitual—. Como te dije antes, tendría unos dieciocho años, acababa de regresar a Francia después de terminar el bachillerato. Hasta entonces, había llevado una vida bastante común. Pero siempre hubo algo en mí... una necesidad de controlar, de guiar a los demás, de proteger incluso en las cosas más banales como las tareas grupales de la escuela.

Hizo una pausa y esbozó una leve sonrisa.

—Recuerdo que me intrigaba mucho el mundo de las relaciones de poder, aunque en ese momento no sabía ni siquiera que existía algo llamado BDSM. Para mí, solo era un sentimiento difuso, una especie de impulso de cuidar, de dirigir y, al mismo tiempo, de recibir una confianza profunda en alguien.

Me incliné hacia él, atenta a cada palabra, aunque más curiosa por algo que llamó mi atención.

—¿Estudiaste en el extranjero? —inquirí y asintió.

—En Estados Unidos, durante tres años —explicó y entonces comprendí por qué tenía el tatuaje de la ruta 66—. Cuando volví, conocí a Lucie; ella me mostró de manera muy discreta que ese instinto podía tener un lugar y un propósito. —Lucie era el nombre de su ex—. Es una mujer mayor que yo por cinco años, alguien a quien admiraba, y admiro aún —recalcó—, que supo reconocer en mí lo que yo todavía no comprendía. Me habló sobre el BDSM como un estilo de vida, algo que iba mucho más allá de lo físico, y explicó lo que era el rol de Dominante, Amo o Maestro y lo que significaban realmente. Y aunque al principio no estaba seguro de ejercerlo, la idea me fascinó. A su lado aprendí que, como Dominante no debía imponer mi voluntad sin consideración, sino usar mi control para crear esa atmósfera de entrega y confianza de la que te hablé antes.

Sus ojos brillaron con una emoción suave, y pude ver la gratitud en ellos. De mi parte, tuve que acomodarme en su regazo y controlar mi respiración.

—Debo suponer que... —Carraspeé, pausándome de golpe al sentir la garganta seca, y lo vi a él alzar una ceja y esconder una sonrisa que obvié—. Lucie fue quien te enseñó que el poder y la vulnerabilidad no se excluyen mutuamente.

—Así es, ma chérie —respondió—. Y he de admitir que al principio fui un desastre, pero aprendí pronto que, para ser Dominante no bastaba con dar órdenes o establecer límites; tenía que estar dispuesto a ver, a comprender, y a proteger la intimidad de la otra persona. Debía estar tan comprometido con su bienestar como con el mío. Por lo que Lucie me aleccionó sobre abrirme también, porque solo cuando me muestro sin reservas, puedo hacer que mi pareja se sienta segura al hacer lo mismo.

Se detuvo de pronto, como si se tomara un segundo para procesar sus propias palabras. Y me di cuenta de que mi corazón se había acelerado demasiado y no comprendía la razón. Lo que sí entendí fue el porqué yo me sentía tan cómoda con él, y el motivo por el cual siempre podía ser totalmente sincera, sin esconderme, al estar a su lado: Andrea me daba lo mismo.

«Más que astuto, eres un estratega del alma».

Pensé eso porque entendí, con todo lo que me decía, que su forma de ser tan abierta era un movimiento bien calculado de su parte con el cual me invitaba a jugar, sabiendo que siempre estaría un paso adelante, pues si se abría, a su receptor no le quedaba más que darle lo mismo.

—Ese fue solo el principio. Con el tiempo, fui explorando más, entendiendo mejor qué significaba realmente para mí todo ese mundo y sus roles.

A pesar de mi corazón acelerado y mi pensamiento, fui capaz de sentir que sus palabras no describían únicamente un recuerdo; también reflejaban un principio, una filosofía que era parte de su esencia.

—Ser Dominante es más que un título o un rol para ti —musité, siendo capaz de comprender lo importante que era para él.

Me tomó de la barbilla para que lo viera a los ojos y me sonrió, mostrándose complacido por lo que señalé.

—Es un compromiso con la otra persona y, en última instancia, conmigo mismo —acotó—. Por eso me empeñé en aprender a guiar y a cuidar a través de esa experiencia, a entender que mi deseo de control debía siempre estar equilibrado por el respeto y la responsabilidad. Y con cada experiencia que tuve después, confirmé que este era mi camino.

Sonrió de nuevo, una sonrisa cálida, pero también llena de orgullo hacia sí mismo.

—En fin... esa fue mi iniciación, ma belle. Luego llegó el mundo swinger y tras ello, mi final con Lucie por lo que ya te comenté en el castillo —concluyó—, pero el aprendizaje nunca se detiene. Cada persona, cada conexión, es única, y cada una me enseña algo nuevo.

Me mantuve muy absorta en sus palabras y entendí por fin por qué lo conocían como uno de los mejores Dominantes de su tiempo. Al principio había creído que todo se basaba en sus destrezas con respecto al sexo, y vaya que estuve muy equivocada, ya que, si bien se manejaba como un dios en ese ámbito, no se limitaba a ello.

Seguimos metidos en esa charla, me habló más sobre la fiesta de Luxure que ofrecía y en el proceso me bajé de su regazo y me acomodé a su lado; terminé encendiendo la televisión y abriendo una botella de vino, en un intento de aliviar la carga de la conversación cuando se ponía más intensa.

Sin pensarlo, dejé que mis manos recorrieran su pecho (porque no pude evitar el contacto), buscando hacer que esa armadura invisible se desmoronara. Y no porque no respetara nuestro trato, sino porque se me estaba haciendo imposible saciarme de él. Pero Andrea, como si lo hubiese anticipado, volvió a detenerme con una sonrisa divertida cuando crucé el límite.

—Sabes que esto tiene su lugar, pequeña traviesa —dijo, mirándome con esa paciencia infinita que me volvía loca.

—Oh, ¿sí? —repliqué, arqueando una ceja mientras mis dedos insistían en escabullirse de su agarre—. ¿Y por qué no puede ser aquí?

Ya lo sabía, pero me gustaba meterme en esa discusión con él. Mi lado juguetón e inmaduro lo exigía porque me estaba volviendo adicta a sus lecciones.

—Porque esto... —Hizo una pausa, bajando la mirada un instante para encontrar las palabras correctas—. No quiero que sea algo solo para saciar. Para mí, es mucho más.

Su sinceridad me sorprendió. Andrea no era únicamente el hombre misterioso y controlador; había algo demasiado auténtico en él, una vulnerabilidad bien escondida detrás de cada una de sus miradas calculadas.

—Entonces... ¿quieres decir que no puedes desconectar? ¿dejarlo en una aventura como con las demás? —pregunté en voz baja, refiriéndome a los encuentros casuales que tuvo con otras mujeres fuera de su mundo.

Mi tono cambió y él pareció notarlo.

—Contigo, es difícil —admitió, y sus palabras quedaron suspendidas en el aire.

Sentí una mezcla de emociones que no podía comprender. Andrea había sido claro en sus límites, en lo que deseaba de nuestra relación sexual, pero, por primera vez, me di cuenta de que quizá existía algo más que él también intentaba resistir. Tal vez, en algún rincón de su mente, igual que yo tenía miedo de cruzar esa línea invisible que ambos fingíamos no ver.

Y que seguiríamos obviando por nuestro bienestar mental.

Entonces, mientras la televisión seguía emitiendo imágenes borrosas, y el reloj avanzaba en un silencio compartido, decidí desistir y dejar mis provocaciones, comportándome como una amiga a la que le encantaba escucharlo. Hablamos de todo y nada, nuestras conversaciones fluyendo como un río calmo. Cada historia que él me compartió reveló más de quién era realmente. Me habló de su infancia en París y de sus viajes casi por todo el mundo.

Yo me sorprendí a mí misma abriendo puertas de mi vida y dejándole entrar sin reservas, ya que, a pesar de con Jacob (el único con el que siempre había tenido la certeza de que podía contarle cualquier cosa) era fácil abrirme, con Andrea era distinto. Le conté una versión alterada, porque debía respetar los secretos de mi familia, de lo que me llevó a tatuarme el loto rosa en la nuca y lo que significaba para mí, además de compartirle mi amor por los diferentes idiomas que ya sabía (y otros que quería aprender), la fotografía, mi carrera y el voluntariado que llevaba a cabo y...

Cavolo.

De repente me di cuenta de que a ese francés no solo le contaba mi vida en ese instante, sino que estaba dejando que la habitara, que se adentrara en mi mundo sin barreras, nuevamente sin el miedo a ser juzgada o incomprendida (lo que también lo hacía diferente a Michael y mi conexión con él luego de aquella caminata en el bosque de casa de mis padres, donde le confesé lo de Sasha). Con Andrea, las palabras parecían convertirse en algo más íntimo, algo que solo nosotros dos podíamos compartir.

«Cuidado, hermosa, porque el hombre es más peligroso».

Sentí cosquillas en el pecho por el nerviosismo, y una sensación de miedo convertido en náuseas subiendo por mi garganta, cuando las palabras de Luc llegaron a mi cabeza, pero me obligué a dejar eso de lado y no permití que me interrumpiera con Andrea.

Mientras continuábamos hablando, sus ojos se mantenían fijos en los míos, atentos, como si los detalles, las anécdotas, fueran algo valioso que él atesoraba en silencio. No sentía la necesidad de entretenerlo ni de hacer que mis palabras fueran interesantes. Era extraño y, a la vez, increíblemente liberador.

Todo parecía encajar entre nosotros como una pieza de algo más grande, como si con nuestras confesiones el aire se cargaba de una intimidad que no había experimentado jamás.

Nunca sentí esa mezcla de seguridad y emoción, de calma y deseo; como si todo en mi vida se alineara en esos momentos para crear algo irrepetible. Y mantuve la sensación de que con él no existía el aburrimiento ni la rutina; y el silencio que hubo entre nosotros por periodos cortísimos, tampoco me incomodaba.

Cristo... con Andrea, incluso los silencios parecían tener un significado, una promesa no dicha.

El hombre era un misterio por lo que representaba, sí, pero un misterio que me llamaba a perderme en él, sin temor alguno. Sentía que su presencia no solo llenaba el espacio físico, sino que envolvía cada pensamiento, cada fibra de mí.

Y, sin darnos cuenta, el tiempo se desvaneció entre palabras, miradas y sonrisas. Nos enteramos de ello en el momento que los tonos oscuros de la noche comenzaron a dar paso a los primeros destellos de luz, en cuanto el sol empezó a asomarse por la ventana, tiñendo la habitación con un brillo suave que acentuaba el rostro de Andrea.

La luz de la madrugada que cayó sobre él de una manera inesperada reveló el cansancio en sus ojos y, al mismo tiempo, una sorpresa ligera en su expresión, como si tampoco hubiera esperado que las horas volaran tan rápido.

Me di cuenta entonces de lo que habíamos compartido: una conexión que iba más allá de las palabras, una atracción que no podía explicarse solo por el deseo físico. Andrea era alguien con quien el tiempo, el silencio, la noche... todo tomaba una nueva dimensión.

Mirándonos a través de esa luz temprana, supe que nada entre los dos volvería a ser igual.

—Ya es de día —dije en voz baja, tratando de procesar que habíamos pasado toda la noche en esa conversación sin fin.

Andrea suspiró, mirando el reloj en su muñeca.

—Debo irme, chérie. Tengo un vuelo que perderé si no salgo ahora.

La decepción me recorrió, una sensación extraña y nueva con él. No quería que se fuera, no después de una noche así.

—Oh... claro, lo olvidé —admití, pues por sorprendente que fuera, hablamos de todo, menos de ese viaje que emprendería.

Me observó por un instante, como si no quisiera despegarse de mí. Y luego, inclinándose hacia adelante, depositó un último beso suave en mis labios.

—Abigail, sabes que esto... —empezó, pero se detuvo y sacudió la cabeza. Parecía que iba a decir algo importante, y que quizá no estaba seguro de decir en voz alta. En su lugar, me acarició el rostro y se levantó con un último vistazo hacia el apartamento, y hacia mí.

«Es solo físico», pensé, con lo que creí que él iba a terminar la oración. Aunque no lo quise vocalizar para no joder lo que consideraba como la noche perfecta. Y en mi interior supuse que por esa razón Andrea también se detuvo.

—Cuídate —pedí y él asintió.

—Diviértete sin mí —me recomendó y sonreí con un poco de sarcasmo al entender lo que me quiso decir en realidad.

«No te detengas de follar si la oportunidad se te presenta, creyendo que me fallarás».

Sip. No debía olvidar que él no era afín a la monogamia.

—Por supuesto que lo haré —solté para no quedarme como la idiota ilusionada.

Con una última sonrisa en sus labios, lo vi desaparecer por la puerta segundos más tarde, sin dejar de sentir que algo había cambiado entre nosotros, a pesar de esa despedida. Como noté minutos atrás, ya no era solo una atracción física. Era una conexión que ambos intentábamos evitar, pero que se había fortalecido en la calma de esa noche, entre besos y conversaciones, entre el deseo contenido y las palabras susurradas.

—No cometas el error de confundir nada, Patito —me dije—. Esto es solo sexo, no más —zanjé, quedándome en el sofá, todavía sintiendo el calor de su cuerpo en el lugar donde había estado.

(****)

Apenas logré dormir un par de horas. La charla con Andrea seguía fresca en mi mente, y aunque ya había pasado bastante tiempo, su presencia aún flotaba en el aire.

Traté de conciliar el sueño en las cuatro horas que todavía faltaban para empezar con mi rutina, pero cada vez que cerraba los ojos recordaba su mirada, su voz, y esa recomendación final que me dio, y dejó un vacío extraño cuando la puerta se cerró detrás de él.

Al levantarme de la cama para comenzar con mi día me sentía exhausta, sin embargo, el deber me llamaba. Me di una ducha larga para despejarme y, con el tiempo justo, comencé a vestirme para ir a la academia. Lo habitual era que, en ese punto, Michael apareciera ya con algún té o batido en mano, recordándome, sin decirlo, que siempre olvidaba desayunar.

Pero cuando miré el reloj, las agujas marcaban la hora exacta en la que debía salir, y Michael no daba señales de vida.

—¿Qué habrá pasado? —Arrugué el ceño, sorprendida, al hacerle esa pregunta a la nada.

Él era puntual, exageradamente, como un reloj suizo, y su ausencia sin aviso me inquietó.

Revisé mi teléfono, pero no encontré mensajes suyos. Apreté los labios, con la preocupación deslizándose en mi mente como una serpiente astuta.

Algo no estaba bien.

Sin pensarlo dos veces, me dirigí al apartamento contiguo, donde él se quedaba. Me detuve frente a su puerta y alcé la mano para tocar, pero antes de que mis nudillos golpearan la madera, esta se abrió de golpe.

Me quedé congelada, la mano suspendida en el aire. Michael se hallaba en el umbral, mirándome con sorpresa. Su cabello normalmente impecable estaba desordenado, su camisa arrugada y sus ojos oscuros reflejaban algo que no pude descifrar. Tras eso noté la Tablet rota que sostenía en su mano.

¡Che cazzo!

Nos miramos en silencio, ambos con la misma expresión de impresión. Mi mente trataba de procesar la imagen: Michael, siempre pulcro y serio, luciendo como si acababa de pasar la noche en una pelea.

Me fijé una vez más en la camiseta arrugada y el cabello revuelto, los cuales le daban un aire inesperadamente desaliñado y, aunque no quisiera admitirlo porque era un tema que deseaba zanjar, extrañamente atractivo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, rompiendo el silencio, su tono seco y áspero, quizá queriendo sacudirse de encima el desconcierto y evitando lucir como si no hubiera dormido toda la noche.

Parpadeé un par de veces, recuperando el hilo.

—Es tarde, y tú no apareciste... pensé que me habías abandonado —respondí, sonriendo un poco para quitarle seriedad al momento, pero mi gesto se desvaneció cuando su expresión no cambió. Él parecía ausente, como si su mente estuviera en otro lugar. Fruncí el ceño y mis ojos se desviaron hacia la Tablet destrozada que sostenía y la curiosidad me embargó—. ¿Qué le pasó?

Bajó la mirada hacia el objeto en su mano, como si hasta ese momento hubiera notado que la llevaba consigo. Sus labios se curvaron en una sonrisa sarcástica, aunque sus ojos permanecieron fríos y negó con la cabeza.

—Nada importante. Se cayó —replicó con una indiferencia que no me convenció en lo más mínimo porque él no era ningún torpe.

Estaba claro que me ocultaba algo, pero antes de que pudiera seguir indagando, él alzó una ceja, mirándome con una expresión atípica de su parte. Era como si intentara leer en mi rostro algo que yo no comprendía.

—¿Por qué has venido aquí, Abby? —preguntó, cruzando los brazos, un gesto que cerraba cualquier intento mío de seguir husmeando.

—Eeeh, ¿has visto la hora? —No lo dejé responder—. Me has preocupado al nunca llegar a buscarme —proseguí, tratando de mantener mi voz ligera, aunque sentía un nudo en el estómago porque era extraño verlo así, tan...distante y tenso—. Llegué a pensar que algo te había pasado.

Me observó en silencio durante un largo segundo, y sentí que buscaba algo que en realidad no estaba seguro de querer encontrar. Luego soltó una risa amarga.

—Pensé que Andrea te había llevado a la academia —satirizó.

Su comentario me confundió tanto, que tuve que volver a parpadear.

—¿Quién eres tú? ¿Y qué has hecho con mi Michael controlador? —inquirí—. Porque he de decirte que él jamás habría pensado en tomarse el día libre solo por creer que mi cita me llevaría a cumplir mis deberes.

—Anoche parecías bastante harta de mi control con respecto a tu seguridad —replicó y me reí, aunque me sentí incómoda con su tono y tuve que fingir lo contrario.

—Admítelo, Michael. Tú también te habrías mostrado así si yo hubiese estado en tu lugar, interrumpiendo lo que era mi primera cita en la vida —señalé, manteniendo la calma—. A lo mejor no te importa porque estás empecinado en no fallarle a mis padres, pero a mí me hacía mucha ilusión.

Tensó la mandíbula y descruzó los brazos, agarrando la puerta con la mano en la que no llevaba la Tablet, como si necesitara aferrarse a algo que lo mantuviera en este mundo.

—Estoy empecinado en protegerte, niña...

—¡No! No uses ese apelativo —lo corté, alzando el dedo índice frente a su cara—. Si lo haces voy a comenzar a odiarte, Michael Anderson. Y no quiero hacerlo.

Su respiración se volvió pesada igual que la mía, y sentí una chispa de furia encenderse en mi interior porque ya estaba harta de recordarle que me enervaba que me llamara así, solo porque ni él mismo se soportaba esa mañana. Y no le mentí con mi advertencia, no quería odiarlo, no a él.

Jamás a él.

—Y es obvio que Andrea no me llevó a ningún lado, por eso estoy aquí —reviré.

—Ya veo —refutó e hizo un gesto como si no le importara, pero sus dedos apretaron con fuerza el borde de la puerta—. Noche complicada —añadió bajando la mirada un instante, antes de volver a encontrar mis ojos con una intensidad que me hizo estremecer, pero lo obvié y me concentré en el retintín de su tono que sugería más de lo que me dijo.

¿Había estado escuchando mi encuentro con Andrea? ¿Vio algo de lo que sucedió entre el francés y yo, la noche anterior?

Las preguntas llegaron a mi cabeza como ráfagas de viento que en un santiamén hicieron que la atmósfera se sintiera más densa. No me había quitado los aretes hasta que Andrea se fue, así que era una posibilidad muy grande que Michael me vigilara en ese momento, aunque él respetaba mi privacidad. Y no contaría su intromisión en la cena.

Analizando eso intenté aliviar la tensión con una broma.

—Bueno, parece que tú también tuviste una noche complicada. —Señalé su ropa arrugada y la Tablet rota—. ¿Saliste a divertirte sin mí?

Soltó una risa seca, carente de diversión. Parecía más bien una respuesta automática, un intento de evitar de nuevo que yo siguiera indagando sobre la razón de que aquel aparato estuviera inservible.

—Tomé un par de tragos. Necesitaba despejarme y sí, aproveché que tú estabas con quien querías. —Alcé una ceja, tratando de descifrar lo implícito en su respuesta—. La Tablet...bueno, ya te dije, se cayó. Fue un accidente.

Miró más allá de mí, dejándome entrever que la conversación lo incomodaba.

Lo observé fijamente, queriendo leer en su rostro la verdad, pero él era un muro impenetrable. Y no se trataba de la primera vez que Michael ocultaba sus emociones (sobre todo si estas tenían que ver con su familia), aunque presentí algo distinto esa vez. Una especie de lucha interna que a lo mejor ni él conseguía entender.

—¿De verdad? —insistí, cruzando los brazos—. Vamos, Michael, no me engañas. Tú no eres del tipo que rompe cosas por accidente. Eres demasiado correcto y controlado. —Presionó sus labios en una línea.

—A veces, hasta yo tengo mis malos días, Abby —respondió, en ese momento sin rastro de la dureza de antes.

Por un momento sus ojos se suavizaron, y vi en ellos un destello de lo que parecía vulnerabilidad. Pero fue solo un segundo. En cuanto parpadeé volvió a ser el Michael serio y controlado que conocía.

—¿Está todo bien contigo? ¿Con tu familia? —cuestioné preocupada, recordando que días atrás me comentó que debió resolver asuntos personales.

—Lo está —respondió secamente—. Y ahora zanjemos este tema. Andando que se hace tarde —me animó, señalando el pasillo en dirección a la salida.

No refuté ya que reconocí que no era el momento. Y me sentí pésimo porque mientras me llevaba hacia el coche, el silencio espeso se cargó de más omisiones agrias. Era obvio que Michael estaba diferente, y por más que intentaba fingir que todo marchaba bien, no se podía ocultar que se marcó un cambio en ambos. Y experimenté angustia y miedo al darme cuenta de que la cercanía que compartíamos desde nuestra charla sobre Sasha, parecía desvanecerse, reemplazada por un muro invisible que él mismo comenzaba a levantar entre nosotros.

Jesucristo. La sensación era horrible y me mareaba. Y esta aumentó en el instante que abrió la puerta trasera del vehículo para mí, con un rictus que me dejó claro que no aceptaría que rebatiera y buscara ir al frente, a su lado.

Maledizione.

No era de ceder, pero esa mañana tuve que hacerlo. Aunque en el trayecto hacia la academia intenté hablarle de cosas cotidianas, buscando romper la atmósfera extraña y desconocida. Sin embargo, él respondía con monosílabos, sin mirarme.

—Michael, ¿qué te pasa? —pregunté, mirándolo por el retrovisor, cuando no pude contenerme más—. Has estado distante... y algo me dice que no es solo por lo que te llevó accidentalmente a terminar con esa Tablet rota. Siento que hay algo más.

Él apretó el volante, sus nudillos se pusieron blancos. Pasaron varios segundos antes de que respondiera.

—No te preocupes por mí, Abigail. Mi objetivo es protegerte, no preocuparme ni preocuparte por tonterías personales —respondió y, sorpresa, lo hizo sin mirarme.

Pfff.

—¿Protegerme? —repliqué, con un deje de ironía en la voz—. Bueno, si realmente te importara protegerme, sabrías que, si algo te está molestando, también me afecta a mí.

Se quedó en silencio, y por un instante, pensé que iba a decirme algo. Pero en su lugar, soltó una exhalación breve, casi como un suspiro de frustración, y miró el espejo retrovisor. Finalmente, sus ojos oscuros encontrando los míos, aunque con una intensidad que me dejó sin aliento.

—Solo fue una noche larga —murmuró con hastío—. Y...hay cosas de mi vida personal que no necesitas saber —añadió gélido, aunque noté un leve temblor en su voz—. No todo es tan simple como parece.

Me quedé mirándolo, con una punzada de dolor en el pecho por cómo me excluyó, tratando de entender qué quería decir con lo último. Pero antes de que pudiera hacer otra pregunta me di cuenta de que él volvió a cerrarse en sí mismo, manteniendo la vista en el camino.

Una vez más... Había algo en su maldito silencio que me resultaba desconcertante, casi como si estuviera molesto, pero no sabía por qué. Era extraño verlo así, tan hostil y, de alguna manera, inalcanzable.

La noche anterior me había parecido cercano, confianzudo y atrevido al unirse a mi cena con Andrea, al punto de que hasta lo noté más relajado a pesar de mostrarse discrepante por nuestro descaro a la hora de interactuar con el francés. Pero esa mañana las cosas dieron un giro de ciento ochenta grados, y se convirtió en una pared impenetrable.

Más que antes.

—Necesitas algo de compañía para eliminar esa cara de culo —solté, tratando otra vez de volver a ser los de antes y chincharlo con mis comentarios atrevidos—. De preferencia sexual para aliviar esa tensión que me ha robado a mi Micky.

No esperaba que se riera ni que respondiera con alguna broma, pero tampoco que su expresión se mantuviera seria. Eso sí, me miró brevemente, como si intentara descifrar el motivo de mi comentario.

—No necesito compañía —contestó, su voz pérfida, aunque sus manos en el volante delataban que había algo que intentaba contener—. Mi misión es cuidarte, no buscar distracciones.

¿Misión? ¡Pfff! A veces olvidaba a propósito que eso era yo para él.

No le dije nada más porque en ese instante llegamos a la academia y se detuvo. Me miró solo un instante, su expresión ya era tan controlada que apenas pude distinguir emoción alguna en sus ojos.

—Nos vemos en unas horas —me despidió, volviendo a su tono habitual, como si la conversación nunca hubiera ocurrido.

Abrí la puerta, dispuesta a salir, pero la testarudez que me embargaba cuando se trataba de él, hizo su aparición.

—Michael... ¿de verdad fue solo un accidente? —pregunté, señalando la Tablet que descansaba en el asiento del copiloto, sin saber bien por qué insistía en obtener una respuesta.

Él se quedó en silencio un segundo, mirándome, y por primera vez desde que nos vimos esa mañana noté una sombra de algo más en su mirada. Algo que me indicaba que sus palabras no podían explicar lo que realmente sentía.

—A veces los accidentes son inevitables, Abby —respondió, sin apartar los ojos de los míos—. Y más cuando, sin que lo pretendieras, te das cuenta de que aquellos límites con los que has regido tu vida desde siempre se vuelven borrosos.

No supe qué responder. Sus palabras quedaron en el aire, llenas de una tensión que no entendía del todo, pero que dejaba un eco en mí e incrementaban la sensación de que Michael estaba luchando contra algo que no quería, o no podía compartir conmigo.

—Te veo luego —zanjó y esa voz tan distante me obligó a caminar.

Aunque, mientras me alejaba, se me hizo imposible no girar la cabeza para mirarlo una última vez. Sus ojos seguían fijos en el volante, perdidos en su propio caos.

Y, de repente, me vi pensando en Andrea y en la noche anterior, en cómo yo también había sentido que, sin darme cuenta, los límites con él se habían vuelto borrosos.

Quizá, de alguna manera, Michael me estaba advirtiendo algo que yo aún no comprendía.


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Qué rápido hemos llegado al capítulo 27, mi gente.

Les comento que ya estoy trabajando en Indélébile, resumiendo muchos capítulos, añadiendo escenas nuevas y muy pronto, escribiendo los nuevos capítulos desde los puntos de vistas de otros personajes. Y me tiene muy emocionada porque, aunque voy a mantener la esencia y trama de la primera versión, definitivamente habrán muchos cambios.

Ustedes no lo saben, pero me tardé (por diferentes razones) poco más de un año escribiendo esta primera historia de Abigail, la comencé en el 2023 y la terminé este mes. Y obviamente notarán un cambio en mi estilo de escritura entre este libro y los demás (con todo lo que he aprendido en este proceso), sobre todo con los que están aquí en Wattpad, ya que las versiones en físico van a adaptadas a mi estilo actual.

Y no se asusten, porque sé que con Indélébile no me tardaré tanto, ya que, literalmente toda la historia está escrita, unicamente me hacía falta el penúltimo capítulo, el final y el epílogo, cuando la pausé. Así que ahora solo la estoy adaptando a este primer libro para que compagine. 

Dicha toda esta información, nos leemos el lunes ;-)

¿O creen que llegamos a 500 likes para mañana y les subo otro?

Lo dejo en sus manos :-p


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