CAPÍTULO 26



El buen humor de Andrea hizo que mis ganas de matar a Michael mermaran, además de su don para socializar, pues no solo me demostró que no le importaba la presencia de mi segurata, sino que, además, fue muy educado al involucrarlo en nuestra conversación.

Por supuesto que el francés también tuvo curiosidad de saber por qué me veía en la necesidad de tener un guardaespaldas y, menos mal que mis padres no eran únicamente líderes de organizaciones anticriminales, sino que, asimismo, empresarios millonarios, lo que resultaba conveniente y la tapadera perfecta para cubrir que, en realidad, Michael debía protegerme de enemigos poderosos que los Pride White se hicieron en el camino.

—Entonces eras tú quien acompañaba a Abigail la noche en la que se divirtió con Viviana —dedujo Andrea y Michael carraspeó al ahogarse un poco con la comida, recordando de seguro todo lo que vio en esa ocasión.

Me llevé la copa de vino a la boca para esconder mi sonrisa, pero el francés igual la notó y me miró con una ceja alzada. Viviana lo había informado muy bien, por eso conocía esos detalles.

—Sí, era él —respondí por Michael.

—Debes ser una tortura para tu guardaespaldas, ma belle —analizó y en ese momento no me privé de reír.

—El problema no es que lo sea, sino que lo disfruta —gruñó Michael, haciendo que riera más, como si estuviera halagándome.

Continuamos la cena entre conversaciones triviales y risas amenas. Aunque sospechaba que Michael no opinaría lo mismo, puesto que Andrea de verdad no se cortó con su presencia y cada vez que se daba la oportunidad, soltaba comentarios que me enrojecían las mejillas y me aceleraban el corazón.

Admiré eso en el francés, que no se inmutara ni detuviera por lo que pensaría Michael, y que tampoco actuara de manera condescendiente por el hecho de que ese hombre fuera mi guardaespaldas. Él, por el contrario, presentía que igual que antes, no opinaría lo mismo, pues era muy correcto; y cuando la conversación subió de tono, se disculpó con la excusa de que tenía que ir al baño y de paso a asegurarse de que todo estuviese marchando bien.

—¿Lo hiciste a propósito? —quise saber y la sonrisa ladina que Andrea me regaló fue suficiente confirmación.

Habíamos regresado al tema de mi noche en Reverie, cuando compartí aquel espectáculo con Viviana y Michael lo presenció. Andrea acababa de preguntarle qué opinaba y si lo disfrutó, mi guardaespaldas en lugar de responder optó por marcharse con su excusa, no sin antes soltar un: son tal para cual.

—Lo hice por curioso —aceptó—. Michael puede ser muy correcto, como lo has llamado, pero dejaría de ser él si no le hubiese encantado lo que vio esa noche.

Entrecerré los ojos y lo miré con curiosidad.

—Hablas como si lo conocieras.

—Y lo hago —respondió, tomándome por sorpresa—. Somos hombres y créeme, por mucho que unos sean más correctos que otros, hay cosas en las que nos parecemos demasiado —explicó.

Le creí porque me crie con muchos hombres en mi vida y también noté que cuando se trataba de mujeres, la mayoría eran iguales, hasta que les llegaba la indicada.

—Cuando recién nos conocimos tuve un flechazo con él —solté de pronto.

Andrea apretó los labios, sonriendo de paso y mirándome con curiosidad. El tipo me encantaba y me había dado tanta confianza, además de demostrarme lo seguro que era, que sentía que podía hablar de cualquier cosa, de lo que fuera, y no se molestaría o se decepcionaría de mí.

Me convertía total y llanamente en un libro abierto con ese hombre, y al analizarlo me asustaba la facilidad con la que me leía.

—No te juzgo, hasta yo lo habría tenido si me gustaran los hombres. Es muy sexi, más con esa pinta de malote.

Esperaba cualquier respuesta de su parte, menos esa. Y la carcajada que solté no era digna de una señorita de la alta sociedad, y menos de una persona que frecuentaba ese tipo de restaurantes, pero me fue imposible contenerme. Andrea terminó acompañándome con la risa y negué con la cabeza.

—Eres todo un caso —declaré, sintiéndome liviana y muy a gusto.

—Y muy curioso, porque ahora quiero saber si todavía te gusta —me enfrentó y lo miré con sorpresa.

Aunque no dudé en responder.

—Me gusta, pero ya no tengo un flechazo con él. Se ha convertido en mi amigo, aunque el tonto se niegue a serlo porque no tolera el afecto de nadie que no sea de su familia.

—¿Nunca te dio pie a nada entre ustedes?

—Nunca. Ni siquiera como aventura. Para Michael siempre he sido una misión que debe respetar y cumplir al pie de la letra. Y Dios nos libre de que falle, cuando venera tanto su trabajo. —Lo último no lo dije con burla, todo lo contrario, desde hace mucho había aceptado que para mi guardaespaldas no existía nada más importante que su deber.

Andrea asintió al escucharme y sonrió, pero no supe identificar qué emoción había detrás de su gesto en ese instante y tampoco me dejó indagar, pues continuó con la conversación y cambiamos de tema hasta que Michael volvió a llegar a nuestra mesa y aseguró que todo se hallaba en orden.

Y, creo que ese respiro lejos de nosotros le sirvió para recuperarse, ya que cuando se unió a la conversación, otra vez, comenzó a preguntarle a Andrea todo con respecto a su vida; como, por ejemplo: dónde estudió su bachillerato, en qué trabajaba y por qué era necesario que viajara tanto, según lo que el francés le respondió y que yo ya sabía.

—Hombre, cálmate. Lo estás interrogando como si me fuera a casar con él —bufé en el momento que Michael quiso rebatir una de las respuestas que Andrea le dio.

—O como si ya hubiese tomado la virtud de tu protegida y por eso necesitas que entre ella y yo exista un compromiso serio —acotó el francés.

—Ha probado mis virtudes, pero hasta allí —añadí yo y Michael me miró incrédulo. Andrea por su parte se lamió los labios y me observó con ojos lascivos, recordando, quizá, las maneras en las que me saboreó.

—Joder, diría que esa es demasiada información, pero de qué me sorprendo ya contigo —refutó Michael y bebió de su copa, negando con la cabeza.

Más que mi guardaespaldas parecía mi hermano en ese momento, aunque uno al que le tenía más confianza (o menos preocupación de lo que fuera a pensar), pues podía jurar que ni con Aiden ni Daemon soltaría esas cosas sin arriesgarme a que me asesinaran en el proceso.

Desventajas de seguir siendo la niña de esos gemelos.

Con Andrea nos reímos por la reacción de Michael y cuando nos aburrimos de estar en el restaurante dimos por finalizada la cena y nos dispusimos a marcharnos. La había pasado fenomenal con él, incluso con el añadido de último momento, y de cierta manera me entristecía un poco tener que irme porque no vería al francés hasta dentro de un par de semanas, pues saldría de viaje al día siguiente.

—Esta vez yo la llevo al hostal —avisó Andrea a Michael, tomándonos por sorpresa a los dos.

—De ninguna manera —aseveró mi guardaespaldas y lo miré con sorpresa.

—¿Abigail? —Andrea ignoró a Michael y pronunció mi nombre de una manera que dejaba claro que la última palabra la tenía yo.

—No es seguro —gruñó Michael entre dientes, queriéndome recordar que él no debía despegarse de mi lado.

Y lo entendía, pero ya me había cuidado sin necesidad de estar pegado a mí; además de eso, añoraba más tiempo a solas con ese francés y nadie me haría perder la oportunidad.

—Me voy con Andrea —le avisé a Michael y fui consciente del cambio en los rasgos desinteresados que él siempre mantenía. Noté cómo alzó la barbilla y endureció la mandíbula, incluso se llevó las manos hacia atrás y, algo me hizo intuir que fue para que no notara sus puños apretados—. Sé que no me perderás de vista. —Toqué levemente mi oreja con la intención de que viese que usaba los aretes—. ¿Nos vamos? —le pregunté al francés.

Él estaba observando a Michael con mirada analizadora y elevó un lado de la comisura de su boca antes de hablar.

—Ha sido un gusto que te unieras a nuestra cena. —Ofreció su mano a Michael como despedida y luego de unos segundos, que me parecieron demasiado largos, mi segurata se la tomó en un apretón que sentí muy exagerado.

Pero al francés le causó gracia, ya que sonrió abiertamente y luego me tomó de la cintura, en un agarre dominante y lleno de seguridad, y me animó a caminar para llevarme a donde tenía estacionado su coche.

—Nos vemos en el hostal —me despedí de Michael y asintió, volviendo a su gesto imperturbable.

Por un momento me sentí incómoda por dejarlo, pues era la primera vez que nos veíamos en esa situación, lo que era obvio, ya que nunca salí con un chico hasta que el francés apareció en mi vida. Así que, tanto Michael como yo debíamos acoplarnos a los cambios porque después de mucho, dejamos de ser únicamente él y yo.

—Bastante intenso tu guardaespaldas —comentó Andrea en cuanto estuvimos dentro de su lujoso coche.

Me había abierto la puerta, manteniéndose como el caballero que era.

—Espera a que conozcas a mis hermanos —bufé y en el instante me sentí un poco tonta, ya que lo hice sonar como si mis intenciones con él eran diferentes a las suyas—. Fue un decir, eh. No creas que ya estoy imaginando boda e hijos contigo —aclaré haciéndolo reír.

—Tranquila, ma chérie. No dudo que los dos seguimos manteniendo las cosas claras, así que no tienes por qué avergonzarte al soltar comentarios de esa índole. —Me alivié al escucharlo, dándome cuenta también de que mi mente seguía enfrascando a Andrea con la inmadurez de algunos chicos que me rodearon, o rodeaban. Por lo tanto, continuaba con la necesidad de querer aclararle cada cosa que salía de mi boca para que no me malinterpretara; y me avergonzaba el hecho si era sincera.

—Excelente —dije en voz baja y me regaló un guiño. Le sonreí en respuesta, sintiendo el calor en mis mejillas.

Acto seguido me dio luz verde para que buscara la música que yo quisiera y, tras darle la dirección del hostal, se puso en marcha, con Michael siguiéndonos.

Volvimos a meternos en conversación, aunque esa vez fue él quien me preguntó cosas relacionadas a mis estudios, a mi voluntariado y los objetivos que tenía en mi vida.

—¿Una casa de rehabilitación? Vaya, eso es admirable —comentó cuando le hablé más sobre ese tema, pues en el castillo lo hice sin profundizar—. ¿Qué te ha inspirado con ese proyecto?

Me quedé un poco perpleja cuando Sasha llegó a mi cabeza, y con ella la culpabilidad con la que todavía lidiaba. En un santiamén me invadió la inseguridad de hablar sobre la chica con Andrea y, en ese momento, me di cuenta de que sí había algo que no quería que él supiera, al menos no sin que antes me conociera más.

—Si es algo muy personal, no te preocupes en responder que yo lo entiendo. —Exhalé un suspiro, sintiéndome incómoda porque no quería que pensara que no confiaba en él.

—No lo tomes a mal, por favor. Es solo que no estoy preparada para hablar del tema —me apresuré a decir.

Ma belle, no tienes que justificarte —señaló—. Si no quieres hablar sobre algo, no lo haces y ya. Y si yo me lo tomara a mal, entonces deberías alejarte de mí por no respetar tus silencios.

Madonna.

Que horrible era darme cuenta de que viví todos esos años reprimiéndome para no hacer sentir mal a nadie y que, de repente, llegara a mi vida alguien que me estaba mostrando lo que era ser libre realmente, sin imponerse ni dañar.

—¿Estás bien? —preguntó porque me quedé en silencio y sacudí la cabeza.

—Sí. Es solo que me estoy dando cuenta de muchas cosas con tu forma de ser y a veces me abrumo —admití—. No de ti, sino de cómo he vivido.

Lo vi sonreír de lado y asentir a la vez.

—Vivo y actúo de manera muy diferente a la mayoría, no solo en el ámbito sexual, Abigail. Y créeme que me gusta ser caballeroso, aunque a veces mi franqueza molesta y por lo mismo hay gente que me tacha de patán, a pesar de que les respeto —confesó y me reí porque recordé a tía Laurel y todas esas ocasiones en que personas ajenas a la familia la miraron con sorpresa, y hasta con reproche, por ser una mujer directa y sin filtros.

—Te creo —solté con diversión—. Y... ¿qué opinas de mis planes a futuro? —inquirí volviendo al tema—. ¿No te parezco solo una chiquilla que sueña en grande?

Andrea bufó una risa al escucharme y negó con la cabeza.

—No tienes nada de chiquilla, ma belle —declaró con malicia y me mordí el labio inferior—. A decir verdad, y dejando de lado que eres una perversidad andante, después de todo lo que nos platicaste en el castillo y de lo que me has contado personalmente, te considero una mujer tenaz que ha luchado por vencer los límites y excusas. Y si tus sueños son grandes, es porque tu capacidad para lograrlos también lo es.

Fue como una caricia al corazón escucharlo hablar con tanta convicción. Y a esas alturas de mi vida había aprendido que no debía importarme lo que opinaran los demás (sobre todo si eran personas ajenas a mí), pero Andrea me demostraba ser tan franco y directo que, que pensara eso me hizo sentir más orgullosa de mí misma.

—Me pones difícil no extrañarte ahora que te vayas de viaje —comenté cuando aparcó en un lugar libre del estacionamiento frente al hostal.

—Yo admito que sí voy a extrañarte y a imaginarte por las noches usando este vestido. —Contuve la respiración en el momento que acercó los dedos a mi muslo y acarició la piel expuesta, antes de llegar al borde de la tela negra.

Las cosquillas en mi vientre y pecho aumentaron y la piel se me erizó al sentir el cambio en el ambiente dentro del coche, y ver la manera en la que Andrea miraba mis labios.

Madonna.

Era más que claro que ambos nos abstuvimos mucho durante la cena y lo seguimos haciendo en el trayecto al hostal, pero en el momento que la despedida se acercaba, ninguno podíamos evitar el dejar entrever lo mucho que nos deseábamos y esas ganas inmensas que nos torturaban por ponernos las manos encima.

—¿Quieres entrar un momento? —me atreví a ofrecer.

No olvidaba que el francés aseguró que no habría sexo entre nosotros, sino era en su fiesta, pero eso no significaba que no podría haber acercamientos, caricias o besos, incluso charlas. Lo que fuera con tal de que ese momento entre nosotros se prolongara.

—Tardaste mucho en ofrecerlo —señaló muy cerca de mis labios y eso me hizo sonreír.

—Vamos entonces —lo animé, dándome cuenta de que ninguno queríamos perder esa cercanía.

Segundos después se quitó el cinturón y se bajó del coche para llegar a mi lado y abrir la puerta para mí. Me tendió la mano y al tomar la suya me di cuenta de la frialdad en mi piel que chocó con su calidez.

Aunque no tuve tiempo de avergonzarme por ello, debido a la manera en la que ese francés me acercó a su pecho, haciéndome a un lado para cerrar la puerta sin alejarme ni un centímetro.

Era un provocador de primera.

—Espero que tu segurata no quiera unirse a nosotros esta vez —susurró en mi oído y sonreí, pues Michael escuchó eso muy claro gracias a mi arete.

—Aunque cueste creerlo, sabe mantenerse lejos del límite —solté.

Andrea sonrió, entendiendo que con eso me refería a todo, apartándose entonces de mí.

Michael había estacionado su coche a dos lotes de nosotros y, aunque no había bajado los vidrios y él seguía adentro, podía sentir su mirada.

—Vamos —animé al francés, dándole un vistazo rápido a los vidrios tintados del coche de mi guardaespaldas, consciente de que él ya sabía mis intenciones.

—Guíame, ma belle —pidió Andrea y comencé a caminar delante de él.

Juro que no era mi intención contonear las caderas, estas parecían tener vida propia al ser sabedoras de que eran observadas, admiradas y deseadas por ese hombre caminando a unos pasos detrás de mí.

Mis pezones se endurecieron con la emoción y la expectativa de lo que podría pasar entre nosotros, además del nerviosismo, ya que a Andrea pareció gustarle demasiado la vista que obtenía a mis espaldas, pues no se apartó de ese lugar ni cuando entramos al ascensor que nos llevaría a mi piso.

—¿Qué sientes al saber lo que me provocas? —Tragué en seco al escucharlo en mi oído, su aliento cálido acariciando la concha de mi oreja, erizando mi piel.

Su altura era más que evidente y me encantó cómo esta me envolvió cuando estuvimos dentro del ascensor y presionó su pecho a mi espalda.

Las paredes de metal brillante me permitieron ver nuestro reflejo y, debido a mi estado, me pareció una imagen bastante sensual.

—¿A qué te refieres? —pregunté con inocencia y contuve la respiración en el momento que envolvió una mano en mi cintura y presionó su frente en la parte de atrás de mi cabeza.

Noté que cerró los ojos un segundo, como si estuviese luchando en su interior.

Ne fais pas l'innocente, petite perverse. —«No te hagas la tonta, pequeña perversa». Soltó, su tono ronco. Y aquellas cosquillas que antes estuvieron concentradas en mi pecho, gracias a mi corazón acelerado, descendieron a mi vientre—. Ta façon de marcher me rend fou, m'invitant à savourer le meilleur festin entre tes jambes. —«Me vuelve loco tu manera de caminar, invitándome a darme el mejor festín entre tus piernas»—. ¿Qué sientes? —repitió y sonreí.

Satisfaction et pouvoir. —«Satisfacción y poder», admití en su idioma.

Con agilidad me hizo girar en mi eje, me sentí victoriosa al suponer lo que sucedería, pero entonces las puertas del ascensor se abrieron y una de mis vecinas se encontraba del otro lado, esperando su momento para entrar, sorprendiéndose ante la escena de nosotros a punto de devorarnos.

Je suis désolée. —«Lo siento». Se apresuró a decir ella y sentí calor en mis mejillas.

Parecía de veinticinco años, o más. Nos habíamos encontrado unas pocas veces en el ascensor y siempre fue educada, aunque jamás pasamos de los saludos cordiales.

Andrea tomó la iniciativa (al darse cuenta de que no supe qué hacer) y se disculpó también por ambos, tomándome de la mano para sacarme del ascensor, pues habíamos llegado a mi piso.

—Entonces..., sí te da pena —soltó con una sonrisa divertida cuando el ascensor cerró sus puertas con mi vecina adentro.

Me reí también, sintiéndome un poco tonta por mi reacción, pues en realidad me sentí pillada, como si hubiera hecho lo peor del mundo.

—¿A ti no? —Mi pregunta fue estúpida y lo comprendí muy tarde.

Pero Andrea no lo hizo sentir así, aunque solo se encogió de hombros como respuesta. Por supuesto que no le daba pena, además de que tampoco nos encontraron haciendo nada del otro mundo. Independientemente de lo que él estaba acostumbrado a hacer en su mundo y de lo que yo misma hice.

Tras ese momento caminamos de la mano hacia mi apartamento y solo nos soltamos cuando llegamos a él y tuve que abrir la puerta. Lo invité a pasar con un gesto de mano y de nuevo la emoción y la expectativa se apoderaron de mí.

Cazzo —gesticulé y reí en mi interior por cómo me sentía.

Las luces de la ciudad entraban en franjas irregulares por las ventanas de mi pequeño espacio, proyectando un suave resplandor sobre los contornos de los muebles y el rostro de Andrea, que pareció ser esculpido en sombras y destellos cuando se detuvo en la sala.

Era noche, pero a la altura en la que estábamos parecía ser más temprano de lo que la hora en el reloj, ubicado en una de las mesas laterales entre los sofás, indicaba. Y, aunque la cena que tuvimos fue una batalla de miradas y palabras cargadas de deseo (a pesar de la presencia de Michael), en ese instante a solas, tras el momento en el ascensor, el ambiente entre nosotros se volvió tan espeso de tensión que apenas podía respirar.

Jesús.

De un momento a otro me sentí en otra piel, en el cuerpo de una chica insaciable que quería todo de ese hombre, por lo que, luego de cerrar la puerta detrás de mí decidí que no esperaría más. Avancé hacia él, dejando que mi deseo y esa rebeldía que Andrea parecía disfrutar, me guiaran. Atrapé su boca en la mía en el instante que se giró al escuchar mis pasos, rozando apenas mis labios, sintiendo la suavidad tentadora de su barba que provocaba escalofríos deliciosos en mi piel cuando hacíamos contacto.

No me detuvo, tal cual pensé por un instante que haría, sino que respondió con lentitud y una calma provocadora que encendió en mí una frustración oscura y deliciosa. Lo sentí incluso aliviado de que hubiese sido yo quien diera el primer paso con algo que él también deseaba, pero que reprimía por alguna razón que todavía no comprendía.

Dejé el análisis de lado en cuanto me dejó entrar en su boca tras tentarlo con mi lengua, deshaciéndome de los límites que pretendía ponernos al mantener ese beso dentro de lo inocente, y que aun así nos incendiaba las entrañas. Porque podía jurar que Andrea estaba sintiendo lo mismo que yo y lo confirmé cuando me rodeó con un brazo, atrayéndome hacia él, consiguiendo con ese gesto dominante que un gemido se escapara de mi garganta y que mis brazos se aferraran a su cuerpo.

El beso se volvió más urgente, y comencé a recorrer su espalda con las manos, explorando sus músculos, acercándolo más a mí, hasta que nuestros cuerpos se presionaron, haciéndonos conscientes de nuestro deseo casi tangible.

Hubo un momento en el que sentí su erección rozar mi vientre como un brochazo que dio directo en mi entrada, provocando escozor y humedad, una necesidad desesperante que llevó a mis dedos inquietos hacia el frente de su camisa para comenzar a desabrocharla, ansiosa por sentir su piel caliente bajo mis manos.

Andrea, sin embargo, tenía otros planes, pues detuvo mi avance y atrajo mis manos hacia arriba, parándome en seco, lo que no me sentó bien.

—No tan rápido, ma belle. —Apreté mis labios en una mueca de enfado, al escuchar la determinación en sus palabras.

Sabía que era su juego, dejó claro que no habría sexo en esa cena por su maldita fijación de que todo sucediera en la fiesta a la que me invitó, pero en ese momento no tenía la paciencia para seguirle la corriente. Además de que me sentí rechazada y la sensación me provocó náuseas, pues por un breve segundo retrocedí a años atrás.

—¿Por qué tienes que detenerte ahora? —espeté, recordando que ya no vivía en el pasado y que todo con Andrea era distinto, dejando escapar la impaciencia y la frustración que bullían dentro de mí—. ¿Para qué me dejaste llegar hasta aquí y de la nada... lo detienes todo?

Continuaba poniendo en práctica lo que él mismo me enseñó en esas semanas: decir lo que me molestara sin temor a ofender o herir la susceptibilidad de los demás. Eso consiguió que, sus ojos azules como el hielo, me observaran con una serenidad peligrosa.

Lo que no compaginaba con su sonrisa cálida y burlona.

—Quiero llegar hasta el final contigo, pero en la fiesta de Luxure. Allí voy a tomarte como realmente quiero. Ya lo sabías, Abigail.

Solté un suspiro exasperado, tirando la cabeza hacia atrás.

—Todavía no he aceptado ir a esa fiesta —repliqué, sin molestarme en ocultar la rabia que sentía—. ¿Y qué más da si es aquí o allá? ¿Es que acaso solo sabes ser Dominante en tus propios terrenos? Porque te creí más versátil y tal vez, en realidad solo puedes controlarme en clubes bedesemeros o en tus fiestas, por eso insistes en follarme allí. —Lo estaba provocando, y por supuesto que él lo notó.

El destello de humor en sus ojos fue instantáneo, una chispa que me indicó que había encontrado en mí justo lo que él quería y lo que yo le hice sentir en el castillo Lefebvre: frustración.

—¿Es eso lo que crees? —murmuró, acercándose un poco más, casi rodeándome con su presencia—. ¿Que necesito el club o la fiesta para controlarte? —Me miró con una sonrisa calculadora, cada centímetro de su ser transmitía una seguridad que me hacía sentir pequeña y rebelde a la vez.

Y eso último, me impulsó a no dar ni un solo paso atrás.

—Quizá... —respondí, desafiándolo, aunque mi cuerpo reaccionaba a él incluso contra mi voluntad—. Si realmente fueras tan bueno como crees, podrías hacerlo aquí, ahora mismo. Y yo no estaría reclamándote.

El maldito soltó una risa suave, un murmullo que resonó en la penumbra de la habitación.

—¿Quieres un reto de verdad, Abigail? Muy bien —Se respondió a sí mismo—. Hagamos un trato.

Alcé una ceja porque decidió por mí, aunque intrigada a pesar de querer rebatirle.

—Dime, ¿qué tienes en mente?

Terminó de cerrar la distancia entre nosotros y sentí su aliento sobre mis labios, fue apenas un roce, pero me hizo estremecer.

—Vamos a llegar a un término medio, donde ambos obtengamos lo que queremos sin que sientas que las cosas son a mi manera. —Alcé la barbilla, a la espera de que continuara—. Todavía no eres mi sumisa, por lo que dejaré los castigos de lado —Sonreí con sorna por ese todavía, aunque no repliqué—. Voy a hacer que te corras en menos de cinco minutos... sin tocarte. —Su voz profunda y envolvente fue como una caricia peligrosa—. Si lo consigo, vienes a la fiesta de Luxure, y allí me entregarás todo, sin reservas. Si no lo logro... te daré lo que quieras, esta noche, aquí, de la forma en que más lo desees.

Sentí el pulso acelerarse en mi cuello y las palabras retenerse en mi garganta. Sabía que me estaba desafiando, pero una parte de mí se sintió atrapada en mi propia provocación.

¿Podría realmente cumplir su promesa sin siquiera tocarme? ¿Cuánto control podría ejercer sobre mí? Tenía la oportunidad de obtener las respuestas a mis preguntas en ese momento. Por lo que imanté mi mirada a la suya, mostrándole una sonrisa confiada, aunque mi respiración ya comenzaba a alterarse de nuevo.

—No me has ofrecido nada nuevo, Andrea —debatí y él alzó una ceja con sorpresa y orgullo mezclados—. Ya me has hecho casi de todo para que me corra sin... —Traté de sonar calmada, pero él me interrumpió con un toque en mi sien.

—Todavía no te he follado la cabeza.

Me quedé en silencio, procesando sus palabras, y una risa incrédula escapó de mis labios.

—¿Follarme la cabeza? —repetí con burla—. ¿Vas a intentarlo con telepatía acaso?

Él mantuvo la calma. Su mirada intensa y llena de desafío fue capaz de llegar a las profundidades de mi alma y hacerme recordar que era posible que ya hubiese conseguido tal cosa, luego de conocerlo en Reverie y no podérmelo sacar de los pensamientos, dedicándole con ello varios de mis orgasmos.

—Sin penetrarte y sin tocarte, ma belle —susurró con ese tono hipnótico que, según estaba notando, solo usaba cuando quería algo—. Únicamente necesito que cierres los ojos... y escuches.

Dudé, mi curiosidad se mezcló con la irritación. No obstante, mi deseo y la promesa implícita en su mirada fueron tan potentes que, al final, cedí.

—¿No te has puesto a pensar que por orgullo podría contenerme? —pregunté. Aunque estaba molesta y con el orgullo herido, no pensé en faltar a nuestro reto, pero tuve la necesidad de hacerle saber que esa era una posibilidad muy grande con la que podía jugar.

Él alzó la mano, con la intención de acariciarme el rostro, pero se detuvo antes de tocarme, recordando su desafío.

—Confío en ti —soltó y miré sus ojos, buscando el truco en sus iris, viendo la verdad en ellos a pesar de la penumbra. Me mordí el labio inferior, resignada e incapaz de traicionar esa confianza—. Y ahora, cierra los ojos, chérie —Me rehusé a obedecer por un minuto—. Hazlo —demandó.

Y obedecí. 

Cerré los ojos y tomé una respiración profunda, comportándome como una bebé que necesitaba dejarle entrever mi descontento. Andrea se acercó lo suficiente para que su voz pareciera una caricia en mi oído, como si le hablara directamente a mi mente.

—Quiero que des un paso atrás y abras las piernas, solo un poco... —comenzó, su voz baja, ronca, con un tono oscuro que me llevó a tragar con dificultad y me hizo morderme el labio. Obedecí casi sin pensarlo, como si él ya estuviera en control de mis movimientos, aunque me obligué a pensar que se trataba de mí queriendo cooperar en ese reto, poniendo todo de mi parte y dejando el orgullo de lado—. Imagina mis manos bajando por tu piel, recorriendo el contorno de tus muslos... y deteniéndose justo en el borde de tus bragas.

Sentí un estremecimiento en mi vientre, una descarga de placer que me sorprendió. Para ese momento mi espalda yacía presionada a la pared y el calor que él emanaba me bañaba de la cabeza a los pies. Mi propia mente no solo imaginó lo que Andrea pidió, sino también me hizo alucinar con la idea de mis manos sacándole la ropa como tanto deseé cuando nos besamos, palpando su piel febril y tersa, tal cual seda extendida y apretada en piedra, dibujando con mis dedos cada ondulación de sus músculos, sintiendo sus vellos con las yemas.

Su cuerpo era una obra de arte que solo tuve el placer de ver desnudo cuando estuvimos en Reverie y él follaba a otra mujer.

Apreté las piernas, tratando de contener la tensión en el instante que los recuerdos de Viviana atada a aquella V invertida inundaron mi cabeza, pero mi respiración comenzó a alterarse con cada palabra que Andrea seguía pronunciando.

—Quiero que te imagines mi boca... justo ahí. Besándote, lamiendo cada rincón de ti, haciéndote perder el control... hasta que ya no puedas resistir más en el momento que corra la tela a un lado y desnude tu coño.

Solté un suspiro ahogado porque dejé de verlo en aquella mazmorra follando a otra, siendo yo en el lugar de Viviana, probando el bondage de primera mano, con mi sexo totalmente expuesto a él, chorreando de deseo, lloriqueando ante el dolor de la necesidad; obteniendo alivio gracias a su lengua abriendo mis pliegues, deslizándose de arriba abajo y luego en círculos, succionando mi clítoris con brío y mordisqueándolo para hacerme liberar el grito que mis labios, atrapados entre mis dientes, habían retenido.

¡Oddio! —gemí y apreté los párpados con fuerza, sintiendo una gota de sudor frío descender por toda mi espina dorsal en el instante que, en mi imaginación, lo vi erguirse y tomar su erección, cerca del prepucio, para utilizarlo como ese pincel con el que repartió brochazos en mi coño que me hacían jadear más por aquel dolor placentero y torturador en partes iguales.

Mis propias manos, de forma involuntaria, comenzaron a deslizarse por mi cuerpo, como si intentaran alcanzar el placer que él describía y que mi cabeza recreaba a su antojo. Mis dedos recorrieron mi vientre, rozando apenas el borde de mi ropa, mientras Andrea continuaba hablando, describiendo lo que quería hacerme, cada palabra siendo una caricia ardiente que me encendía la piel.

Tu es tellement belle, ma petite insolente... si délicieuse... —«Eres tan hermosa, mi pequeña insolente... tan deliciosa...» Susurró, todo acentuado por un tono grave que me desarmaba—. Quiero verte rendida, temblando bajo mi voz...

No podía pensar, apenas respiraba. Las palabras de ese francés me envolvían en una tormenta de placer que apenas entendía. Sin que él me tocara, mi cuerpo respondía como si realmente lo estuviera haciendo. Ni siquiera después de conocerlo y que me dejara hechizada por semanas, dedicándole mis orgasmos, llegué a sentir tal éxtasis y descontrol, era como si su voz fuera la única conexión que necesitaba para recrear todo lo demás y con ello alcanzar el clímax.

¡Maledizione! —grité.

Comencé a moverme al ritmo de sus palabras, con mis manos siguiendo el camino que él me marcaba con sus susurros, sintiendo como único contacto de su parte el aliento que chocaba con la concha de mi oreja. El mundo a mi alrededor desapareció, todo lo que me importaba era esa voz profunda que me mantenía cautiva y me hacía perderme en mí misma, en el deseo implacable que crecía en mi interior.

Andrea continuó, su tono volviéndose más intenso, más dominante.

—Quiero que imagines mis dedos, moviéndose dentro de ti, acariciando cada rincón, haciéndote rogar por más... —Sus palabras consiguieron que me mordiera los labios, tratando de contener un nuevo gemido que amenazaba con escapar.

Justo en ese momento mis entrañas comenzaron a desquebrajarse y romperse, dándole rienda suelta a todos mis pensamientos lujuriosos. A duras penas me di cuenta de mis caderas balanceándose de adelante hacia atrás, dejando salir con ello esa versión desinhibida de mí, cediéndole todo el control, sintiéndome como en un sueño húmedo.

—Andrea... —chillé, sin poder contenerme, y en ese momento supe que estaba perdida.

Ese francés tenía toda la razón. No necesitaba tocarme, él ya me tenía en sus manos, completamente rendida a su voz.

Mi respiración se volvió irregular, el placer acumulándose en mi vientre cuando sus dedos imaginarios se ondularon y rasparon aquel lugar dentro de mi coño que me hizo perder el equilibrio, tropezar, rodar y caer.

—Eso es, pequeña perversa. —La lujuria en su voz me destrozó y terminó de empujarme al límite.

Sin poder resistirme más, el cuerpo se me tensó en un clímax profundo y explosivo que me tomó por sorpresa a pesar de esperarlo. El calor me envolvió de pies a cabeza y mis gemidos se volvieron ahogados, experimentando aquel ardor delicioso extenderse en mis músculos, hasta sentir que mis piernas flaquearon y únicamente en ese momento Andrea me tomó de la cintura para sostenerme.

Abrí los ojos, jadeando en busca del aire que ese formidable orgasmo acababa de robarme, y lo encontré mirándome con esa sonrisa segura y controlada que tanto me desarmaba.

Sus ojos brillaban con satisfacción, orgullo, deseo y victoria, y acercó una mano a la mía, que solo en ese momento descubrí que la tenía entre mis piernas, con los dedos empapados con mi orgasmo.

Me había masturbado.

—Entonces... —Alzó mi mano junto a la suya y se llevó mis dedos hacia su boca para chuparlos. Una nueva ola de calor me inundó y mi clítoris palpitó—. Nos vemos en la fête de la Luxure, ma belle. —Sentenció, dibujando una sonrisa hija de puta en sus labios.

—Pero... me corrí usando mis dedos —señalé y eso agrandó su sonrisa.

—¿Y quién te follaba la cabeza? —cuestionó.

Abrí y cerré la boca, queriendo debatir, pero me quedé sin palabras.

Sí, fueron mis dedos, pero quien me folló en todos los sentidos fue ese maldito francés que consiguió lo que creí imposible.


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Nota de Andrea para sus lectoras:

Mes chères,

Sé que algunas de ustedes han estado ansiosas, impacientes incluso, preguntándose cuándo llegará aquello que tanto desean de mí. Déjenme recordarles algo: las cosas más intensas, las más inolvidables, no se apresuran. Se cocinan a fuego lento, dejando que cada aroma, cada detalle, se impregne en lo más profundo.

No soy un hombre que se precipite. Lo que hago, lo hago con intención y precisión. Y cuando el momento llegue, créanme, lo sentirán en cada fibra de su ser, porque no me conformo con menos que dejarlas sin aliento.

Así que, mes amours, tengan paciencia. Permítanme llevarlas por este camino a mi manera, marcando cada paso con la intensidad que saben que ofrezco. Porque, cuando finalmente llegue aquello que tanto anhelan, será tan exquisito, tan devastadoramente perfecto, que no podrán olvidar quién las hizo esperar.

Avec dévotion,

Andrea (Luxure).

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¡Ajá, mis pequeñxs perversxs! No lo digo yo, si no uno de nuestros amores. No se desesperen porque las cosas llegan en el momento indicado.

Lo mismo pasa con los puntos de vista de los personajes, he leído que algunas quieren leer que narre Andrea o Michael, pero quiero que tengan en cuenta que este libro es exclusivo de Abigail, por lo que solo narra ella.

Pero en Indélébile, que será el segundo libro, sí que van a tener muchos puntos de vistas tanto de ellos dos como de alguien más, para que conozcan todas las versiones de la historia.

Y ahora, esperando que hayan disfrutado de este capítulo, nos leemos el viernes ;-)



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