CAPÍTULO 25
Al preguntarle a Michael qué le había pasado en el labio, me comentó que la noche antes de regresarse a Seine-Saint-Denis tuvo un desafortunado encuentro con un par de borrachos que pretendieron dárselas de matones, cuando él salía de un restaurante al que fue a cenar. Y, aunque quiso evitar la pelea, le resultó imposible.
Uno de ellos consiguió asestarle un golpe que terminó con su labio partido y pude notar que eso, a su ego de guerrero le indignaba, cosa que me hizo reír.
—Y luego dices que es por mí que terminas en peleas —lo chinché tras su relato, ya que eso me dijo en todas las ocasiones que salí de fiesta y me metí en problemas que él terminó resolviendo.
—Por ti estaba en esa ciudad, Abigail. Así que, sigues siendo la razón de que caiga en peleas —se defendió y me limité a reír.
Nos quedamos en silencio tras eso, simplemente disfrutando de la música en el coche y el camino hacia el hostal. Por mi parte, también medité cómo me sentía y me di cuenta del alivio que me invadió al tenerlo de nuevo en mi espacio, ya que, aunque sabía que se mantenía a mi alrededor, era mejor cuando estábamos así de cerca.
Cristo.
Durante esos días sentí que me estuvo faltando algo y en ese momento comprobé que era su presencia, y ser consciente de que todo estaba bien entre nosotros, puesto que, así él no lo aceptara, para mí era un amigo más que mi segurata.
—Mis padres no han mencionado nada con respecto a mi viaje al castillo vinícola, tampoco sobre Andrea —comenté cuando ya nos faltaba poco para llegar al hostal. Michael mantuvo su rictus imperturbable y no hizo ningún comentario—. ¿Debo suponer que no encontraste nada en esas familias que pueda ponerme en peligro? ¿Y que tengo tu visto bueno para seguir en mi aventura con él?
Bufó una risa carente de diversión con mi última pregunta.
—¡Joder! Te juro que no noté que necesitaras mi visto bueno cuando permitiste que él te... —Calló de golpe y yo escondí mi sonrisa, aunque sentí vergüenza por lo que sabía que quiso decir con ese tono irónico.
—¿Nos viste? —pregunté más para chincharlo.
Mi vergüenza aumentaría donde dijera que sí y me asusté por eso, ya que, fue pena y no enojo lo que experimentaba, al intuir que me vio en la intimidad.
—Me sorprende que te preocupe si te vi o no con ese tipo, cuando me ofreciste un espectáculo voyeur en Reverie con aquella mujer —refunfuñó, refiriéndose a Viviana.
Miré hacia la carretera al sonreír, porque no quería que él notara el gesto.
—En mi defensa —dije, al controlar la diversión, y lo miré—, tú me pediste que no volviese a quitarme el arete. —Sonrió satírico por mi excusa y me observó al detenerse en un semáforo que acababa de ponerse en rojo—. Y ya tengo más que claro que eres una extensión de mí, Michael, que es tu deber protegerme en todo momento y que no debo dejar de vivir mi vida, ni privarme de nada, porque tú te mantienes al acecho de lo que hago. Acostumbrarme a tu presencia, tal cual recomendaste en el apartamento de los abuelos.
Me miraba con intensidad, serio, analizándome. Y, contrario a lo que me pasaba siempre que me observaba de esa manera, en ese momento no me inmuté, es más, alcé una ceja y curvé un lado de mi boca con picardía, dejándole claro que las cosas conmigo habían cambiado.
—Voy a extrañar los días en que solo preferías chicas —soltó y no contuve mi carcajada.
—¿Qué te hace creer que ya no las prefiero? —pregunté entre risas.
Él trató de esconder una sonrisa, pero alcancé a verla antes de que regresara su mirada a la carretera cuando el semáforo volvió a ponerse en verde.
—Debí suponerlo —ironizó y no paré de reír hasta que llegamos al hostal, aparcó el coche y se bajó para llegar a mi lado y abrirme la puerta.
Me tendió la mano con la intención de que me apoyara en ella al bajarme y en cuanto lo hice y estuve de pie enfrente de él, no aguanté las ganas que me embargaron de estamparle un beso en la mejilla.
—Te he extrañado mucho, mon petit rat —confesé mientras él me miraba, procesando lo que acababa de hacer—. Y no sé por qué has estado lejos de mí desde que regresé del castillo, pero no vuelvas a hacerlo —demandé.
—Debí resolver algunos asuntos personales —admitió y eso me tomó por sorpresa.
—¿Está todo bien contigo o tu familia?
Él jamás se tomaba descansos y menos para asuntos personales, así que era obvio que me preocupara lo que dijo.
—Sí. Lo que debí atender fue relacionado con la milicia, pero todo está bien —aseguró al soltar mi mano y asentí más tranquila—. Y, por cierto, no vi nada de lo que hiciste en ese castillo, aunque tampoco lo ignoro. —Mis mejillas se calentaron con la declaración, sin embargo, estaba consciente de que él de alguna manera presenció mis encuentros con Andrea, por lo que era tonto de mi parte sentirme así—. Y tus padres no saben de él porque de momento, el único peligro que representa es... —Sacudió la cabeza y se quedó en silencio.
Me había estado mirando a los ojos, pero noté que por un momento se perdió en sus pensamientos, aunque siguió hablándome como si no pasara nada.
—¿Qué peligro, Micky? —inquirí.
Volvió totalmente en sí y frunció el ceño, incluso pareció un poco enfadado con él mismo por distraerse como lo hizo.
—Que te meta más en ese mundo. —Entrecerré los ojos, dándome cuenta de que no fue eso lo que quiso decir.
Aunque lo ignoré porque, que creyera que alguien más me inducía a tomarle el gusto a cierto estilo de vida, era tonto de su parte.
—¿Acaso no me metí ya en ese mundo por mi cuenta? —cuestioné y se mantuvo en silencio—. Ni siquiera Ángel me indujo a conocer Reverie, Michael, fui yo quien quiso ir, quien tomó la decisión de asociarse luego de probarlo y no por Andrea, sino porque me decanté con lo que viví allí.
—¿Estás segura de que no fue porque lo conociste a él?
Alcé una ceja, sintiendo esa pregunta como reclamo. Con todo lo que había escuchado y visto por medio del arete, él sabía cómo me conocí con Andrea, pero eso mismo debió dejarle más que claro que no volví al club por el francés.
—Yo sabía que Andrea no volvería, así que cuando regresé lo hice sin tener la ilusión de que me lo encontraría. Siempre tuve claro que era casi imposible que nos volviésemos a cruzar en la vida y, tú me conoces y estuviste a mi lado las veces que visité Reverie, por lo que te pregunto, ¿me viste esperanzada de ver a alguien en especial en esas ocasiones?
Nuestras miradas se conectaron de una forma que no dejaba dudar que ambos nos estábamos analizando, y nos mantuvimos así por unos largos minutos hasta que él rompió el silencio.
—Era casi imposible, hasta que la vida te llevó directo con su familia —satirizó.
—Ya sé —murmuré—. Al parecer está empezando a ser buena conmigo. —Michael frunció el ceño al escucharme y eso me provocó gracia—. Sabía que no lo volvería a ver, pero te confieso que después de conocerlo, deseé mucho tenerlo frente a mí de nuevo.
—Por la forma en la que pretendiste huir de él cuando lo viste, no me lo pareció —mencionó y solté una carcajada.
—Me puse nerviosa.
—¿Tú nerviosa? Hombre, eso es un suceso.
—Sabes que todavía tengo mis momentos —me defendí cuando comenzamos a caminar hacia dentro del hostal y él chascó la lengua—. Además, nunca esperé encontrármelo en un lugar que no fuera Reverie.
Caminábamos lado a lado y me causó gracia cuando giró el rostro para mirarme.
—Entonces, ambos manifestaron demasiado fuerte el volverse a ver —ironizó y me reí, porque era consciente de que su burla se debió a lo que Andrea le dijo a su hermana.
—Cazzo, debí manifestar así de fuerte cuando te quería a ti en mi cama —comenté en italiano.
Él no dijo nada, pero noté un tono rosáceo muy suave en sus mejillas, lo que me hizo sospechar que entendió lo que dije. Y si no le jugué más bromas fue únicamente porque recibí un mensaje de Andrea y con ello, me perdí de lo que sucedía a mi alrededor.
(****)
Los días fueron pasando y, con ellos, mis mensajes con Andrea aumentaron, no habíamos llegado a las llamadas, aunque tampoco lo creía necesario cuando nos contábamos prácticamente todo lo que hacíamos por textos o audios.
¡Uf! Y vaya audios.
Mi relación con Michael de alguna manera volvió a ser la misma, él incluso regresó a su rutina de llevarme la cena en cuanto se percataba de que no ingería alimento por perderme en mi trabajo y los estudios, y en esos momentos aprovechaba también para que charláramos, a pesar de que seguía siendo un hombre de pocas palabras.
Dicho de otra manera, era yo la que hablaba y él quien escuchaba, incluso cuando le hacía preguntas sobre su día o cosas triviales.
—Pero qué...
—Come —ordenó el susodicho y fruncí el ceño sin poder creer que acababa de arrebatarme el móvil de las manos.
—¡Estoy comiendo, Michael! —espeté, viendo que se metía mi móvil al bolsillo delantero de su pantalón.
—Tienes media hora con ese plato de comida y solo te has metido cinco bocados a la boca porque no dejas de mensajear.
—¿Los has contado? —Mi tono tenía una pizca de indignación y otra de incredulidad.
—Come, Abigail —repitió y él siguió comiendo de su plato como si no pasara nada.
Bufé entre divertida y todavía incrédula porque hiciera tal cosa.
—Mañana iré a cenar con él.
—Entonces guárdate todo lo que quieras decirle para cuando se vean —gruñó.
—Micky, deja de regañarme y mejor ayúdame.
—¿Ayudarte? —Me miró extrañado por no entenderme—. ¿Acaso no quieres ir a esa cena y no sabes qué excusa darle?
—¡Por supuesto que quiero ir! —exclamé y frunció el ceño—. Me refiero a que me ayudes a escoger qué me pongo.
—Los aretes de vigilancia, Abigail. Ponte los jodidos aretes —refunfuñó y siguió cenando.
Abrí la boca y la mantuve así por la impresión. De verdad que ese hombre parecía un clon de Daemon cuando se comportaba todo gruñón.
—He escogido varios atuendos —continué, tras exhalar y recomponerme—, pero como no me decido por uno, podríamos aprovechar a que estás aquí conmigo y me los pongo para que tú me digas cuál me queda mejor.
Chascó la lengua y negó con la cabeza.
—De ninguna manera.
—Pero...
—Come, Abigail —demandó.
Entrecerré los ojos y me quedé mirándolo así por varios minutos, él siguió con su cena sin dar indicios de que daría marcha atrás y me ayudaría. Molesta por su actitud le di un par de bocados a mi cena, pero cuando me harté del silencio que nos embargó, me puse de pie y me fui hacia mi pequeña habitación.
Miré sobre la cama todos los atuendos que había elegido, tomando el más fácil de ponerme para no tardarme mucho en el proceso. En un principio pensé en pedirle a Larissa que me ayudara con eso, pero la pobre estaba demasiado ocupada con su curso en la academia y de paso, con sus estudios debido a una materia en la cual bajó de nota y que le afectaría con su media beca si no la recuperaba.
Así que Michael era la única persona, conmigo en Francia, que podía ayudarme con eso.
—Tenía entendido que irían a un restaurante elegante, no a un club —replicó Michael cuando salí de la habitación y caminé hacia él.
Le fue imposible no mirarme, por más que quisiera ignorarme.
Me reí por lo que dijo y le regalé un pequeño giro para que su inspección fuese en 360. El vestido era supercortísimo, a penas me cubría los cachetes del culo, pero se amoldaba a mi cuerpo de una manera que me encantaba, además de que sabía que mis piernas lucían de infarto con los tacones de diez centímetros que me calcé.
—Debo suponer que eso es un no —deduje, pero se quedó en silencio. Me había quedado en una pose de supermodelo: de medio lado, con una mano en la cintura y mirándolo con una ceja alzada—. Envidio tu control, ratoncito —musité.
Había estado serio y mirándome al rostro, evitando a como diera lugar mis piernas, pero capté el destello de sonrisa en sus labios al escuchar cómo lo llamé.
Y no me respondió, tampoco se movió de su lugar y siguió comiéndose su postre, porque sí, el hombre siempre llevaba cena y postre para los dos. Volví a regresar a mi habitación y esa vez escogí un vestido más largo, pero con un escote que llegaba hasta mi ombligo. Me reí al verme al espejo, imaginando lo que Michael iba a decirme.
—¿Y el sostén?
Bueno, esperé todo menos eso, cuando salí para que me mirase.
—Los odio, Micky. Por eso es raro que los use —informé, modelando para él.
—Entonces deberías usar ropa que te cubra un poco los pechos.
—¡Están cubiertos! —chillé y él rodó los ojos, cosa que me hizo reír.
Su gesto fue suficiente respuesta para saber que no le daba el visto bueno a mi vestido, así que volví a cambiarme, cinco veces consecutivas, en las que solo obtuve comentarios listillos de su parte que me frustraban y divertían en partes iguales, hasta que llegué al último atuendo.
Esa vez cuando salí de la habitación Michael no vocalizó absolutamente nada, pero sus ojos me dijeron todo lo que necesitaba, al observarme con asombro y un leve levantamiento de cejas, incluso noté cuando tragó en seco, así haya querido disimularlo.
Su mirada pasó de aburrida a peligrosa en segundos y yo me sentí poderosa.
Cavolo.
Me estaba encantando demasiado gustarle a los demás, así fuera físico, y podía jurar que a Michael le gustó lo que veía.
—Está decidido entonces. —Sentí que mi tono se había oscurecido una pizca cuando le dije eso.
Michael me miró a los ojos en ese momento, dándose cuenta de que, así fuera un poco, perdió el control que lo caracterizaba.
—Usa los aretes —enfatizó y se puso de pie—. Y, ya que no quisiste cenar bien, al menos trata de descansar. —Comenzó a caminar hacia la salida, bastante urgido por desaparecer.
—¿Y mi móvil? —recordé.
—Si te lo dejo no vas a descansar.
—¡No soy una niña, Michael! ¡Tampoco tu hermanita para que me controles así! —grité, pero me ignoró—. ¡Porca troia! ¡Al menos respóndele un, buenas noches, por mí!
—Claro, cuenta con ello —satirizó, cerrando la puerta y desapareciendo de mi vista.
Solté una carcajada, segura de que no revisaría mi móvil y que, por supuesto, no le respondería nada a Andrea.
(****)
La noche siguiente estaba muy nerviosa. Como bien lo dijo Michael, Andrea me había invitado a un restaurante muy elegante de París. Larissa llegó con la excusa de ayudarme a quedar más bella, pero yo sabía que lo que buscaba era que le diera más detalles de mi cena con el francés.
—Parecen plumas —comentó mi amiga con asombro al verme enfundada en el vestido que escogimos con Michael.
La tela negra con efecto aterciopelado tenía detalles que parecían plumas. Me llegaba por debajo de las rodillas y tenía una abertura en la parte de atrás que terminaba en la mitad de mis muslos y, aunque el escote quedaba casi pegado a mi cuello, mi espalda lucía desnuda, ya que el diseño fue hecho para exhibirse así. De mangas cortas (dos centímetros por debajo de mis hombros), y se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel.
—Y... ¡Joder! ¿Son Louboutin reales? —Me reí por el asombro de la morena al ver mis zapatos negros con tacón de doce centímetros y suela roja.
Habían sido un regalo que tía Laurel me envió para mi cumpleaños dieciocho, le había añadido una nota que decía: dales un uso memorable.
—Lo son —respondí a mi amiga y ella los miró embobada.
Yo no era amante de las prendas de diseñador, tampoco les daba el alarde que merecían, pero no porque me creyera más que nadie, sino más bien (porque tal cual mencioné antes) al crecer entre entrenamientos y ropa keikogi, no tuve la oportunidad de explorar el mundo de la moda como lo hizo Leah.
—Amiga, ese hombre va a darte la follada de tu vida, contigo usando solo esos zapatos —declaró Larissa.
—Ojalá que sí —repliqué y Larissa rio, pues era la primera vez que dejaba entrever abiertamente mis deseos con un hombre. Y nunca había sexualizado la ropa, pero imaginarme desnuda, solo con esos zapatos y Andrea mirándome con el hambre que siempre me miraba, consiguió que mi vientre se calentara—. Y más vale que te apresures con esa coleta.
—Ya casi está. Ven y siéntate —pidió y obedecí.
Me había hecho una coleta muy alta. Me vestí cuando terminó con ella y tras sentarme donde pidió, comenzó a hacer ondas en mi cabello mientras yo me maquillaba.
Una hora después me encontraba satisfecha y maravillada con la imagen que me devolvía el espejo. Orgullosa además de la seguridad en mí misma que ya me embargaba, luego de años sintiéndome inconforme, entendiendo por fin que mi única competencia siempre fue mi reflejo, nadie más.
Y le había ganado la batalla, ya únicamente me faltaba la guerra.
—¿Y? ¿Te gusta el resultado? —le pregunté a Michael cuando llegó por mí.
Su rictus serio y desinteresado no mostró asombro esa vez al verme, de nuevo estaba siendo dueño de su control.
—Mejor que los otros vestidos que pretendías usar. —Me mordí el interior del labio inferior, para no joder mi labial, al escucharlo y querer reír. El día que ese hombre me hiciera un halago de buena gana, sería porque yo había vencido en la guerra que ambos nos teníamos declarada—. Andando —me animó e hizo un ademán con la mano para que comenzara a caminar delante de él, luego de buscar con la mirada mis aretes y confirmar que los llevaba.
En lugar de chincharlo y preguntarle si pretendía verme el culo, tomé mi turno para jugar y caminé contoneando más las caderas, sin exagerar o parecer urgida de nada. Más bien hice acopio de mi seguridad y me deleité al sentir su mirada en todas partes.
Él, como siempre, se veía guapo y sexi. Como un matón que tenía mucho de peligroso, pero más de caliente.
El viaje hacia el restaurante fue hecho en compañía de la música del estéreo y sin conversación por nuestra parte. Reconocí Favorite y la voz de Isabel LaRosa, una canción que me encantó desde la primera vez que la escuché.
—¿Seré tu chica, dejaré que lo pruebes? Sé lo que quieres, sí, solo tómalo —canté cuando llegó la parte que más me gustaba de la canción.
Michael me miró por el retrovisor, ya que esa vez yo iba en la parte trasera del coche, y le guiñé un ojo. Bufó lo que creí que era una risa y se concentró de nuevo en el camino. Me había entregado mi móvil muy temprano y en ese momento lo revisé porque recibí un mensaje por parte de mi cita, en el que me avisaba que me estaría esperando afuera del restaurante, puesto que no quise que pasara por mí al hostal.
Me parece que estás ansioso por verme.
Tanto, o más que tú.
Aunque quise evitarlo, mi sonrisa fue enorme al leer su respuesta.
—Vaya ironía —musité para mí, al pensar que estaba conociendo a dos tipos de hombres.
El que nunca daría su brazo a torcer para no perder su orgullo, y al que no le importaba ser totalmente sincero, sabiendo que con eso conseguiría el cielo si se lo proponía. Y con mi poca experiencia podía asegurar que este último seguía siendo el más peligroso.
—Es solo una cena, Abby. Deja de estar tan nerviosa —pidió Michael cuando llegamos a metros del restaurante.
Rodé los ojos porque para él era fácil, pero no para mí.
—¿Estás consciente de que es mi primera cita? —repliqué.
Al parecer no lo era y lo entendió hasta ese momento.
—Tampoco es como si nunca hubieras estado con él —soltó y entendí a lo que se refirió.
—¡Pero no así, Micky! ¡Esto es más serio! —refunfuñé.
—¿Más serio que lo que hicieron en ese castillo?
Sentí las mejillas arder con el recordatorio, sobre todo porque, aunque quiso que su pregunta pareciera trivial, su tono rudo me indicó que algo le fastidiaba. A lo mejor mi comportamiento y de alguna manera eso me avergonzó un poco.
—No lo entenderás, así que mejor no digas nada —pedí y bufó una risa. Aunque se puso serio cuando miró al frente y vio a Andrea antes que yo—. ¡Cristo! —exclamé en el momento que lo vi.
Ese francés no ayudaba a mis hormonas aceleradas.
Su aspecto elegante y sexi era como el de la noche que lo conocí en Reverie, vestía con traje negro, todo era de ese color, y no llevaba corbata. Noté su cabello recién recortado y su barba muy bien perfilada. Y, aunque todavía nos hallábamos lejos, lucía tan limpio que incluso, en mi mente, fui capaz de oler la fragancia de su gel de baño.
Madonna.
—Deséame suerte —pedí para Michael en cuanto aparcó frente al restaurante y Andrea se acercó a abrir mi puerta.
Ya le había dicho en qué coche iba, por eso no dudó que era yo cuando Michael se detuvo.
—Suerte. —Sonreí al escucharlo, pues no se esforzó nada para parecer sincero.
Mi corazón se hallaba acelerado y cuando mi puerta se abrió y quedé a la vista del francés, sufrí una pequeña taquicardia, pues él me devoró con los ojos y sonrió complacido en cuanto tomé la mano que me tendió y salí del coche.
Ni con esos tacones de doce centímetros lograba igualar su estatura, y me volvía loca esa diferencia.
—Mon beau cygne noire. —«Mi bello cisne negro», halagó viendo mi atuendo—. Harás que muchos se sientan inseguros esta noche. —Puso una mano en mi cintura y me acercó a él para darme un beso en cada mejilla, muy cerca de las comisuras de mi boca.
—Y celosos de que seas tú mi compañía —señalé.
La sonrisa ladina que me dio por poco consiguió que le pidiera que nos olvidáramos de esa cena y nos fuéramos directo a mi hostal.
¡Carajo! Todavía seguía siendo una incógnita para mí, qué era lo que tenía ese francés que me hacía sentir más segura de mí misma. Era como si a su lado, o con él en mi vida, mi ego creciera y mi orgullo alcanzara niveles que nunca creí tener, a pesar de que trabajé en ello desde que salí de casa de mis padres.
—Entremos antes de que cometa una locura aquí —pidió y me ofreció su brazo para que entrelazara el mío con él.
—Hagas lo que hagas, dentro del restaurante también será una locura, mon chéri —aclaré, escondiendo una sonrisa de mi parte al ver en sus ojos azules cuánto le satisfizo que lo llamara con ese mote.
—Tienes razón, mi bello cisne. Ponerte sobre la mesa y comerte como tanto deseo, escandalizará a los presentes, así que deberé contenerme y comportarme como un caballero. —Mi vientre se apretó y los latidos acelerados de mi corazón bajaron a mi entrepierna en cuanto dijo eso.
Su acento hacía que esas declaraciones suyas sonaran más lujuriosas y, mis pezones endurecidos mostrándose sobre la tela de mi vestido, se lo demostraron. Pero traté de controlarme y comportarme a la altura del lugar en el momento que llegamos frente al hostess y este nos llevó a nuestra mesa.
El francés de verdad era todo un caballero, no solo porque sacó mi silla para que me sentara, cuando estuvimos en nuestro lugar, sino también porque en ningún momento decidió por mí en el instante que un mesero llegó a atendernos, como normalmente hacían los hombres de dinero al llevar a sus citas a cenar (para dejar claro que ellos eran los del poder). Y me gustó mucho que me tomara en cuenta, que demostrara su poderío sin dejar de lado el mío.
—¿Usas ese vestido a propósito? —No comprendí su pregunta—. De verdad luces como un hermoso cisne negro esta noche. —Sonreí ante la aclaración.
Yo también pensé lo mismo cuando me vi en el espejo y eso fue lo que más me gustó.
—No, pero supongo que la vida sí tiene un propósito, por eso hizo que lo obtuviera.
—Salud por ello —ofreció alzando su copa—. Por lo bien que te queda ese plumaje. —Me guiñó un ojo y yo me mordí el labio.
—Y por lo fantástica que luzco sin él —añadí.
Andrea soltó una pequeña carcajada, pero brindó conmigo en aceptación de lo que dije.
—Sabes jugar este juego, Abigail —halagó.
Y estuve a punto de responderle cuando un carraspeo nos interrumpió.
—Muy elegante el lugar, pero que no tengan un valet parquin le quita estrellas. —Mis ojos se abrieron desmesurados al ver a Michael.
Andrea alzó una ceja al verlo tomar una silla de otra mesa para unirse a nosotros y yo deseé que la tierra me tragara.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le pregunté entre dientes, lo más bajo que pude, al acercarme a él porque se sentó muy cerca de mí.
—¿No que era una extensión de ti? —devolvió con una sonrisa hija de puta.
Carraspeé y me alejé, tomando mi copa de vino y dándole un sorbo, fantaseando con la idea de lanzársela a Michael encima, pero me contuve al notar a Andrea mirándonos.
—No me digas que tenías un novio inseguro escondido, ma belle. —La vergüenza que me invadió era descomunal, al escuchar a Andrea.
Michael bufó.
—Es mi segurata abusivo —espeté y el maldito soltó una risa burlona—. Dijiste que te mantendrías lejos —repliqué para él.
—Era mi intención, pero el lugar no es tan seguro. —Miró a Andrea al decir eso, el francés no se inmutó y ambos se observaron por unos minutos. El reto que noté en sus miradas me pareció absurdo—. No soy ningún inseguro, simplemente estoy cumpliendo con mi trabajo.
Sentí ganas de llorar por la frustración. Y quería arrancarle las pelotas a ese imbécil por estarme jodiendo el momento.
—En ese caso, no tengo ningún problema con que nos acompañe. —Miré a Andrea, anonadada por lo que dijo—. Si es una extensión de ti, lo acepto, ma chérie —Tragué en seco, ya que no esperaba que lo tomara tan a la ligera—. Eso sí, no te asustes por lo que vas a escuchar o ver, ya que tu presencia no me hará cortarme ni un poco con ella —advirtió para Michael.
Este último lo miró, con los ojos un poco entrecerrados, escondiendo una sonrisa satírica, retándolo sin palabras. Andrea en cambio se concentró en mí, observándome con picardía, diciéndome con esos iris azules que su temple y desvergüenza no se aplicaban únicamente a su mundo.
Cavolo.
Esa cena acababa de ponerse emocionante.
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Uniforme de artes marciales.
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¡Hola! Qué bonito es ir poniendo las cartas sobre la mesa. Aunque en un futuro, los que más hablan son los que olvidan lo que una vez dijeron, ¿no creen?
Después de todo, Abigail es la única que va a por todas ;-P
Espero que gocen este capítulo, mi gente. Nos leemos de nuevo el miércoles ;-)
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