CAPÍTULO 23
En los siguientes dos días no hablé con Michael, él únicamente me envió un mensaje en su momento para pedirme que no cubriera el arete con mi cabello y me limité a dejarle la cámara libre como respuesta. Tampoco me dio advertencias de las personas que me rodeaban, lo que me llevó a entender que no me hallaba al lado de enemigos, cosa que me ayudó a disfrutar con más libertad la cercanía de Andrea, quien, por cierto, siguió siendo un caballero conmigo, uno más recatado para mi desgracia y no sé ni cómo me hacía sentir su nueva actitud.
Digo, me gustaba que me tratara como a una reina, pero estaba extrañando demasiado su alter ego, a Luxure, el pervertido que no perdía oportunidad para insinuarme todo lo que quería hacerme.
—Tendré una reunión privada en la bodega. —Miré a Luc cuando me dijo eso—. Te aviso por si quieres unirte detrás de los vineros. —Escondí una sonrisa por lo que insinuó y oteé a mi alrededor.
Él hablaba inglés, así que se comunicaba conmigo de esa manera. Y ya sabía que era consciente de que fui yo quien lo encontró con aquel mesero en la bodega, pero volvió a dejarme claro que no le molestaba y en efecto, disfrutaba ese tipo de atención. Andrea me comentó que ellos dos se llevaban muy bien y hasta lo había llevado a conocer los clubes que frecuentaba. Por supuesto que Étienne ignoraba el hecho, Beau sí que estaba enterado, pero no era de esos hermanos insufribles que siempre se ponían de lado de su padre para conseguir más beneficios, al contrario, apoyaba a su hermano y respetaba sus gustos.
—¿Será con el mismo mesero? —pregunté y Luc sonrió de lado mientras se rascaba la punta de la nariz con el dorso de los dedos para esconder el gesto.
Él era alto, esbelto pero atlético. Su cabello rubio oscuro lo llevaba un poco largo y se lo peinaba hacia atrás. La mayoría del tiempo se mostraba reservado y prefería no hablar cuando compartíamos alguna comida con toda su familia, pero entendía su actitud, pues su padre no se lo ponía fácil. Al principio llegué a creer que yo no le caía tan bien, ya luego me di cuenta de que era un hombre muy majo y verlo follando con aquel mesero lo hizo tenerme confianza.
Algo singular en mi mundo, aunque común en el suyo.
—Conque te gustó verlo a él, eh —me chinchó ante mi pregunta por su amante—. Soy celoso —añadió, pero su sonrisa me dio a entender que no hablaba en serio.
—Cuídalo, porque aquí entre nosotros —me acerqué un poco a él antes de proseguir—, sé manejar bien una polla.
La carcajada de Luc fue estrepitosa y algunos trabajadores que pasaban cerca lo miraron con asombro. Nos encontrábamos en el jardín privado del castillo, yo había salido para hablar con Jacob en una videollamada y él se acercó a mí, segundos después de que terminé la conversación con mi amigo.
—¡Merde! Eres peligrosa —me dijo entre risas que me contagió—. Ahora quiero saber por qué sabes manejar bien una polla, ya que, a menos que seas hermafrodita, no tienes pinta de ser una chica trans.
Lo miré con picardía y minutos después terminé confesándole que había estado con muchas chicas desde que comencé mi vida sexual, lo que me dio bastante experiencia a la hora de usar juguetes sexuales. Le admití también que los cinturones con penes de goma eran mis favoritos, de ahí la advertencia que le di.
Hablar con Luc me resultaba fácil, era de esas personas con las que hacías clic de inmediato y con la cual se podía hablar de cualquier cosa sin temor a ser juzgados, pues compartíamos los mismos gustos e incluso hasta la curiosidad por cierto estilo de vida.
—Entonces... ¿estás en algo serio con él? —inquirí, refiriéndome a Diogo, el mesero con el que lo vi en la bodega.
El chico era portugués y trabajaba para los Lefebvre, por esa razón lo que vi entre ellos fue más allá de lo apasionante.
—Todo lo serio que pueda ser una relación en la que mi padre deteste lo que soy —admitió, haciendo énfasis en lo último y dejándome entrever por qué se creía el anormal de la familia, pues así lo hacían sentir.
Acto seguido tuvo la confianza de confesarme que, si callaba lo que sentía por Diogo, era para cuidarlo a él y su estatus en el país, pues se encontraba en un proceso migratorio para naturalizarse como francés y me aseguró que, si Étienne se enteraba, podría hacer que deportaran al chico.
—Tan bien que me caía tu padre —murmuré luego de exhalar un suspiro y él sonrió con tristeza.
Respetaba la opinión de Étienne, no diré que no, pero me era inaudito que quien debía hacerte sentir seguro, fuera tu peor enemigo.
—Tú le caes bien a él, de hecho, me insinuó que me acerque a ti porque nada lo haría sentirse más orgulloso de mí que tener una novia tan bella y de clase como tú.
—¿Qué? —solté sin podérmelo creer y eso lo hizo reír de nuevo.
¡Lo que me faltaba! Que quisieran utilizarme de tapadera.
—Ahora que me dices que sabes usar tan bien una polla, me estoy planteando obedecerle.
Fue mi turno de soltar una sonora carcajada al escucharlo, Luc me acompañó y pasamos riéndonos un par de minutos. Si bien era cierto que la razón era absurda, aplicábamos muy bien eso de: mis traumas, mis chistes.
Al calmarnos me preguntó qué opinaban mis padres sobre mis gustos y fui muy sincera con ese punto: me criaron para amar, no para buscar géneros. Ni papá ni mamá me dijeron nunca que debía buscar un novio solo porque soy mujer; es más, papá seguía esperando que nunca me enamorara de nuevo, pues era demasiado posesivo y pretendía que él y mis hermanos fueran los únicos hombres en mi vida.
Fueron sobreprotectores hasta el punto en que me agobiaron, pero en cuestión de las relaciones, estaba segura de que cuando fuera el momento, ellos me apoyarían sin importar el género de la persona que se adueñara de mi corazón, ya que, lo que más les interesaba es que me hicieran feliz.
Rato después él se ofreció a llevarme a conocer la biblioteca del castillo, puesto que Félice se encontraba demasiado agobiada con la preparación de la fiesta de cumpleaños de su hija, y con ello tenía a Beau al borde de la locura. Los Moreau y Lefebvre estaban bastante involucrados en todo, por lo que solo éramos Luc y yo con un rato libre.
—Félice te pidió que me sirvas de anfitrión, ¿cierto? —inquirí, mientras caminábamos por unos pasillos a los cuales aún no había ido y me perdía entre los retratos que adornaban las paredes y él me explicaba quiénes eran las personas inmortalizadas.
Todos eran los antepasados Lefebvre.
—Mi cuñada es bastante exigente con las fiestas de mis sobrinos y nos obliga a todos a involucrarnos. No acepta ayuda de profesionales. Y pobre de nosotros si nos negamos —comentó y me causó gracia que Félice siendo tan dulce, también fuera capaz de doblegar de esa manera a dos familias—. Pero también sabe que las cosas entre padre y yo están en su peor momento, así que te utilizó de excusa para librarme de él, sabiendo que el viejo estaría satisfecho con que pase tiempo contigo.
—Él quiere que aproveches a conquistarme y tú decides invitarme a ver otro de tus encuentros con Diogo, vaya jugada maestra hiciste —halagué justo cuando nos detuvimos frente al retrato de Étienne junto a su esposa e hijos.
—Lo hice porque me di cuenta de que tú también disfrutaste al vernos —replicó con picardía y yo sentí que mis mejillas ardieron.
—¿Qué viste? —pregunté con la voz ronca.
—Nada en realidad, pero con lo que escuchamos nos bastó para saber que ese hombre supo llevarte al cielo.
Tragué porque en ese momento recordé lo que Andrea me hizo y el calor que sentí en mi vientre comenzó a quemarme más de lo que era debido.
—¿Sabes quién era ese hombre? —Estaba concentrada en el retrato de la familia, todos luciendo como aristócratas poderosos y perfectos, aun así, sentía la mirada de Luc en mí.
—El que todos queremos, pero que solo pocos tienen fuera de su mundo. —Busqué sus ojos y lo encontré sonriendo—. ¿Sabes que uno de los mejores Dominantes de Francia te ha puesto las manos encima?
Alcé la barbilla antes de responderle.
—No dejé que me tocara el Dominante, pero sí el hombre —declaré, ya que, incluso sabiendo un poco más sobre el BDSM, todavía seguía sin gustarme la idea de que quien me viese con Andrea me creyera una sumisa en ciernes que pronto se uniría a su harem.
—Cuidado, hermosa, porque el hombre es más peligroso —advirtió con diversión y alcé una ceja.
Pero no me dijo más, en su lugar me invitó a seguir caminando por el pasillo hasta que llegamos a una puerta enorme de madera. Y en cuanto la abrió me quedé boquiabierta con lo que me recibió.
—Dios mío —musité.
Parecía de fantasía, más de lo que llegué a imaginar. El techo alto y abovedado era un arte con todas aquellas imágenes pintadas o las decoraciones formadas con madera, junto a las tres lámparas de araña colocadas de manera estratégica.
—Esta es mi parte favorita del castillo —admitió Luc, luciendo tan encantado como yo, a pesar de que no era la primera vez que él entraba a la biblioteca.
Todas las paredes estaban llenas de estantes con libros, parecía incluso de dos plantas por la terraza que habían montado alrededor de la biblioteca para poder llegar a los ejemplares de las partes más altas, a ella se accedía por medio de tres escalinatas de madera, una del lado derecho, otra del izquierdo y la última cerca de la ventana, en uno de los extremos, que comenzaba en el suelo y terminaba en el enorme techo.
Había lámparas con estilo de candelabros a ciertos metros de los estantes y una mesa con dos bancos en el medio de la biblioteca, iluminada por la luz natural que entraba de la parte céntrica del techo, protegida por vidrio para los días lluviosos.
—¿Todos los libros son de historia? —le pregunté a Luc, acariciando el lomo de cuero de varios de ellos en el estante cercano a mí.
No estaban polvosos, así que deduje que el lugar poseía un buen mantenimiento.
—El setenta por ciento lo es, pero... —Se quedó en silencio de pronto y miró su móvil, sonrió al leer el mensaje que le llegó y escribió la respuesta para luego continuar—. Si vas a esa parte, encontrarás algo de historia muy interesante. —Señaló cerca de la enorme ventana, a una sección de libros que se encontraban al lado de la escalinata.
Caminé hacia ahí, viendo que recibió otro mensaje, sonrió una vez más y se concentró en responder.
—Cristo —susurré al darme cuenta de que esa parte de la historia era dedicada al placer, pues los libros eran de autores de otra época que no temieron escribir sobre el sexo, tales como La pasión de Madeimoselle S., Anaïs Nin, Henry Miller, Dominique Aury, entre otros.
El marqués de Sade parecía ser el rey de esa estantería, según la cantidad de libros suyos que vi.
—Tengo que ir a hacer algo. ¿No te molesta que te deje sola? —me preguntó Luc y lo miré mientras sacaba un ejemplar que por un momento me dio miedo que se deshiciera en mis manos por lo viejo que parecía.
—¿No le molesta a nadie de tu familia que esté aquí? —deseé aclarar y él negó con la cabeza.
—Eres una invitada de honor. Nadie se atreverá a entrar, o a molestarte, si saben que estás aquí —aseguró y asentí.
No mentía, pues en esos días todos me habían hecho sentir bienvenida y hasta parte de la familia.
—Vete tranquilo, estaré aquí hasta que vuelvas —aseguré—. Aunque prepárate porque esta parte de la historia va a enseñarme mucho y puede que Diogo me prefiera luego a mí.
Luc rio demasiado divertido al escucharme y ver el libro en mi mano, luego se despidió, aconsejándome leer cierta historia que, según él, haría que todos me prefirieran, no solo su novio. Solté una pequeña carcajada, aunque como la curiosa que era busqué el ejemplar que me sugirió.
Delta de Venus de Anaïs Nin.
Y me perdí entre las páginas de esa colección de cuentos escritos, por encargo, para un excéntrico coleccionista de aquella época. Una serie de fantasías recurrentes protagonizadas, en su gran mayoría, por mujeres. A lo largo de la lectura desfilaron para mí personajes que deseaban satisfacerse sin temor a tabúes o a la legalidad, esto último lo que menos me gustó por incluir ciertas cosas que odiaría siempre.
Exploraron masculinidades, homosexualidad, incesto y la tan temida "frigidez" femenina, a partir de una sensualidad que lo impregnó todo y me mostró a protagonistas fuertes a través de infinidad de espejos.
—¿Dime que estás leyendo ese libro para poner en práctica algunas cosas conmigo? —Pegué un leve respingo al escuchar ese acento francés que ya aparecía incluso en mis sueños.
Había terminado sentada en uno de los escalones altos, inmersa en aquel libro, sintiendo en carne propia algunas cosas que se relataban de manera explícita. Por lo que no me di cuenta de que el tiempo pasara y tampoco escuché que Andrea abriera la puerta y se acercara tanto a mí.
—¿Por qué ponerlas en práctica con un hombre que, aunque demostró interés por mí al reencontrarnos, luego me ha tratado como a una invitada más en el castillo? —Lo miré sobre mi hombro.
Estaba a unos pasos detrás de la escalinata en la que yo me encontraba sentada, vestía todo de negro, con una camisa lisa de mangas cortas y cuello en V, metida dentro del pantalón chino, con la cual lucía todos sus tatuajes. Como siempre, llevaba la barba muy bien perfilada y sonreía como un cabrón satisfecho al escuchar mi reclamo.
—¿Estás segura de que te he tratado únicamente como a una invitada? —preguntó acercándose a mí.
Cerré el libro y lo puse sobre mis piernas en cuanto lo tuve enfrente. Parecía recién duchado y su jabón de cuerpo olía tan fresco que tuve que inspirar hondo para llenar mis pulmones de él.
—¿Quieres decir que, no sueles ser caballeroso con otras personas? —repliqué y me puse nerviosa al verlo acercar la mano a mis piernas para tomar el libro.
A pesar de la mezclilla de mi pantalón, fui capaz de sentir el roce de sus dedos en mis muslos, lo que provocó que mi piel se erizara y mi clítoris palpitara debido a que aquella lectura despertó mi libido por más que traté de leer sin concentrarme tanto en los relatos.
—Soy educado siempre, ma belle, pero solo contigo demuestro el interés que siento —aseguró y miré su boca cuando se inclinó hacia el frente. Me senté en el cuarto escalón, razón por la cual no necesitó descender mucho para llegar a mi altura, y casi lo saboreé en cuanto estuvo a centímetros de mi rostro—. Hola, por cierto —saludó en voz baja y me mordí el interior de la mejilla para no jadear en el instante que besó la comisura de mis labios.
El maldito me estaba devolviendo el gesto del otro día, sabiendo lo mucho que me provocaba.
—¿A qué estás jugando? —cuestioné.
Se alejó un poco, y sin pedir permiso, porque sabía que no se lo negaría, pasó la yema de los dedos por mi clavícula desnuda, cerca del escote de la blusa de tirantes finos que me hallaba usando ese día. Traté de tragar para aliviar lo que me provocaba, pero sentí la garganta seca.
—Debes aprender algo sobre mí, mon beau cygne —avisó y contuve la respiración a la vez que eché la cabeza hacia atrás, para dejarle expuesto mi cuello, en cuanto subió su caricia hacia ahí y me rodeó con la mano, tal cual un collar que parecía quedarme perfecto—. Yo no juego, por lo tanto, todo lo que hago o dejo de hacer, siempre tiene una razón.
—¿Qué razón tienes para flirtear conmigo un día y dejar de hacerlo al otro? —Sonrió de lado y alzó una ceja al escucharme.
Mi intención no era ser intensa ni asustarlo con ese lado mío, pero Andrea había sido directo y sincero conmigo desde que nos conocimos, me pidió darle lo mismo y eso incluía parte de mi intensidad. Lo que muchos odiaban.
—Justo esta —declaró y gemí suave porque apretó su agarre en mi cuello para acercarme a su rostro—, desesperarte y con ello demostrarte que no odias lo que te hago sentir, como quisiste creerlo la noche que nos conocimos. —Mis pezones se endurecieron y dolieron por su calor, al momento que nuestros pechos se tocaron y su aliento rozó mis labios.
Me estremecí debajo de su mano, mi cuerpo hirvió y no me extrañó que notara aquello de mí cuando nos conocimos, pues era verdad. Quise odiar su egocentrismo y el deseo que me despertó, ya que apenas llevaba unos minutos en mi vida y la estaba poniendo patas arriba, demostrándome que lo que pretendía aborrecer no era tan malo como siempre creí.
—Igual que tú no odias mi rebeldía, a pesar de estar acostumbrado a la obediencia de tus sumisas —recalqué, sintiendo el corazón muy cerca de mi garganta.
El maldito se rio de mí, pero no lo negó y eso me dio el valor suficiente para cernirme sobre sus labios, aunque él se apartó negándome el beso, cosa que me dolió.
—¿Quieres mis besos? —se burló y a pesar del dolor del rechazo no desvié la mirada de la suya—. Eso es, petite insolente, mírame como la reina que eres, así odies que te niegue mi boca —halagó.
Descubrí una vez más el poder que tenían las palabras, ya que, a pesar de sentirme rechazada al principio, en segundos me hizo sentir poderosa de nuevo.
—Sigue así y te negaré los míos —advertí y el azul de sus iris vibró.
—Tan malditamente orgullosa —gruñó y acto seguido pasó sus labios por mi mejilla, recorrió mi mandíbula y cuello, obligándome a recargar los codos en el escalón que se hallaba a la altura de mi espalda baja para así dejarle más acceso a mi piel.
El hambre ya hacía que mi clítoris latiera fuerte y tuve que contener un gemido en el instante que Andrea mordió uno de mis pezones en forma de capullo, que resaltaba en la tela de mi blusa, pues no usaba sostén.
—Alguien va a descubrirnos —dije entre jadeos, recordando por un milagro dónde nos encontrábamos.
Andrea apretó su agarre en mi cuello, siendo gentil pero posesivo.
—Entonces te aconsejo que seas silenciosa —Mientras decía tal cosa desabrochaba el botón de mi vaquero y, en lugar de detenerlo, alcé las caderas para que lo bajara sin tanta dificultad—. ¿Quieres mis besos? —preguntó una vez más.
Mi corazón latía como loco en mi pecho y parecía que respiraba fuego en lugar de aire, dándome cuenta de que ese hombre llegó a buscarme sin la mínima intención de juegos previos. Bajó el vaquero hasta dejarlo en mis tobillos y tuve que morderme el labio para no gritar en el momento que hizo mi braguita hacia un lado y deslizó los dedos en mi hendidura.
¡Oddio!
Existía una alta probabilidad de que alguien nos encontrara, pero me sentía tan intoxicada por el cóctel de sensaciones que Andrea siempre traía con su presencia dominante, que no me importó ni siquiera que Michael estuviese viendo lo que me hacían por medio del arete.
Pero no iba a privarme de nada, sobre todo porque mi guardaespaldas me advirtió que tarde o temprano debería estar presente, cuidándome, en momentos íntimos. Y había llegado ese momento.
—Responde, ma chérie —demandó Andrea apoderándose de nuevo de mi atención, dejando claro que debía ser solo para él en ese momento.
Mi mirada chocó con la suya que era hambrienta, fieramente territorial y lujuriosa. Nos observamos con intensidad y posesividad, yo todavía sintiéndome orgullosa porque me negara sus besos, aunque entendiendo que tenía una razón implícita para hacerlo, una que descubrí en cuanto me halagó por no amedrentarme.
—Sí, quiero que me beses —concedí con insolencia.
Se lamió los labios al escucharme y dejó el agarre en mi cuello para tomarme de las caderas con ambas manos y así tirar de ellas hacia el borde del escalón. A continuación, vi con incredulidad cómo descendió a mi vientre sin dejar de mirarme y antes de que pudiese contener mi grito, estaba zambulléndose en mi coño y cubriéndolo con su boca.
—¡Merda! —gemí, soltando un sonido apenas quedo y cerré los ojos.
Me separó más las piernas y apartó mi braguita todo lo que pudo para lamerme el sexo tal cual se le antojaba, dejando un camino de besos húmedos en mis ingles después de darme un lametazo que me hizo jadear con más intensidad.
—No te hice justicia al imaginar que tu sabor sería tan delicioso a como lo sentí en mis dedos —habló sobre mis labios vaginales y me quedé sin aliento porque chupó, tiró, besó y mordió mi manojo de nervios, haciéndome comprobar que no solo las mujeres éramos buenas a la hora de comernos un coño.
Cavolo.
Andrea me estaba comiendo sin dudas, sin temor ni piedad. Lamía los costados de mi clítoris y lo mordisqueaba para luego sacudirlo con su lengua, consiguiendo que me retorciera debajo de él sin saber si quería arrastrarme lejos, o más cerca para montar su boca.
¡Cristo! ¿Qué estábamos haciendo? ¿En qué me convertía no tener vergüenza o miedo porque nos encontraran en esa biblioteca?
Miré hacia el techo abovedado sin importarme las respuestas y sentí como mi estómago se apretó y mi vagina ardió por la necesidad de llenarme de algo más que su lengua. Mis pezones se endurecieron todavía más hasta convertirse en rocas y por mucho que intentaba contenerme, de un momento a otro me encontré perdiendo la batalla con mi control y comencé a llenar el aire con mis gemidos.
—Andrea... —Jadeé, mi cuerpo estremeciéndose más y abriendo los muslos de par en par cuando regresé mi mirada a él y lo vi lamer mi coño como si estuviese probando la mejor droga del mundo.
Pasé los dedos por su cabello, al principio con dudas y enseguida afianzando mi agarre, rogándole de esa manera que sucediera lo que sucediera, no se detuviera. Succionó mi manojo de nervios y enseguida introdujo la lengua en mi abertura, mi humedad se la cubrió y entonces él se regodeó con satisfacción por tenerme a su merced.
—No tienes al diablo únicamente en tu sonrisa, maldito francés —gemí y eché la cabeza hacia atrás, con un codo apoyado en el escalón detrás de mí y la otra mano todavía en su cabello—. Lo tienes también en la lengua —añadí entre jadeos por mi respiración errática.
En respuesta, Andrea movió aquel musculo en línea recta, desde el inicio de mi coño hasta el clítoris, mordisqueando de paso mi monte de Venus. Arqueé la espalda en reacción a tan magnífica movida y gruñí presa del placer y la locura de la lujuria apoderándose de mí.
—El sabor de tu pecado es mi droga, ma belle —aseguró con voz gutural y la vibración de su tono sobre mis labios vaginales me hizo soltar un gritito.
Elevé las caderas, pidiéndole más, necesitando que siguiera al reconocer el fuego recorriendo desde mi vientre a mis muslos. Andrea puso una mano sobre mi estómago e introdujo dos dedos en mi vagina y con eso terminó de perderme. Dejé de preocuparme por no ser tan bulliciosa y me abandoné en el placer que me daba al no dejar de paladearme el coño, entrando y saliendo una y otra vez con lo que parecía ser su anular y dedo medio.
Me tenía justo donde pretendió, donde yo quería que me llevara: con mi interior agitándose y tensándose.
—¡Dios mío! ¡Andrea! —grité, cerrando los ojos, mis caderas moviéndose con vida propia, montando su lengua.
¿Por qué sentía que lo que él me provocaba no tenía comparación con lo que ya había experimentado? Y podía jurar que nada tenía que ver que fuese hombre.
—¿Te gustan mis besos, ma chérie? —preguntó con picardía.
No me dejó responder, lo que hizo fue sostenerme de la parte de atrás de las rodillas y las empujó hacia el frente hasta que estas casi tocaron mis hombros, el vaquero seguía en mis tobillos, aun así, me expuso totalmente para él y pasó la cabeza por debajo de la mezclilla para volver a hacer todo eso con lo que ya me estaba volviendo loca.
—Santa mierda —gemí.
Me expuso a su antojo, pero contrario a lo que creía, no me inmuté por eso. Andrea me había hecho sentir con tanto poder en tan poco tiempo, que esa posición, y sus propios sonidos de placer al comerme el coño, no hacían más que comprobarme que no era yo la que se entregaba a él, sino que él a mí.
¡Cristo! ¿Era eso posible?
Dejé de pensar cuando giró la lengua alrededor de mi clítoris y de nuevo me embistió con los dedos, haciéndome gritar y alzar las caderas, con una de mis piernas apoyada en su hombro.
—Uno más, pequeña perversa —advirtió y lloriqueé al sentir un tercer dedo en mi interior—. Putain, no tienes idea de lo loco que me vuelven tus gestos de placer —susurró.
Me encontraba respirando por la boca, el aire filtrándose entre mis dientes. De verdad quería llorar en ese instante porque el placer me superaba y no quería dejar de sentirlo.
—Andrea... —Gemí.
Sus dedos se curvaron en mi interior y su lengua no dejó de trabajar en mi núcleo. Incluso con toda la locura que me provocaba fui capaz de mirarlo y... ¡Oddio! Era posible que me corriera únicamente con verlo lamiéndome con tanto ímpetu y pasión. El hombre se entregaba en un mil por ciento al acto y podía jurar que incluso en una habitación llena con mujeres hermosas esperando por su atención, él me habría hecho sentir que era solo yo, por la manera en la que me paladeaba.
Deslizó sus dedos de adentro hacia afuera, besando y mordiendo, llevándome a un punto en el que la biblioteca pareció comenzar a girar.
—¡Merde, ma belle! Estás tan mojada y caliente —señaló. Yo también sentí cómo mis fluidos comenzaron a desbordarse más, pues él me estaba llevando al punto culminante de mi orgasmo—. Y la manera en la que aprietas mis dedos me hace fantasear con el momento en el que estrangules mi polla.
—¡Cristo! —grité, sus palabras y las penetraciones de sus dedos me llevaron directo al jodido nirvana antes de lo que imaginé.
—C'est ça, mon beau cygne —«Eso es, mi bello cisne». Alabó—, cum pour moi —«córrete para mí». Demandó con la voz ronca.
La biblioteca se tornó oscura gracias al placer obnubilando mi cabeza y estallando en mi vientre para recorrerme el cuerpo entero, sus dedos chocando en mí como un auto impactando con otro. En ese instante Andrea sí buscó mi boca y me besó, mi propio grito de locura llenándolo, y saboreándome en sus labios.
Porca troia.
La combinación era ambrosía pura, todo lo que necesitaba en ese momento. No aire ni comida ni agua; su beso, únicamente su maldito beso que me elevó más allá del cielo. Le acaricié el rostro mientras correspondía su acto, como si mi mano necesitara el contacto para seguir adelante, mis músculos ardían y mi piel estaba sobrecalentada, sufriendo los espasmos de tan formidable placer.
—Tienes mi sabor favorito, ma belle —aseguró cuando logré respirar con un poco de normalidad, dejando mi boca y luego depositando un beso en mi cabeza.
—¿Cuál es tu sabor favorito? —pregunté entre titubeos.
Con delicadeza sacó los dedos de mi interior y los condujo a mi boca para que chupara lo que él saboreó directamente de donde nació. Lamí desde la unión con su palma hasta la punta y gemí en cuanto los succioné.
—Joder —gruñó al no perderse ningún detalle y noté cómo sus ojos se oscurecieron más de lo que ya estaban. Se mordió el labio inferior con violencia, demostrándome con eso cuánto deseó que hiciera en su polla lo mismo que hice en sus dedos—. El del pecado —respondió a mi pregunta con la voz ronca y sonreí.
Acto seguido sacó una bandana del bolsillo de su pantalón y alcé una ceja porque comenzó a limpiarme.
—Venías preparado, eh —señalé.
—¿Crees que Luc te recomendó ese libro porque es su favorito? —Con la mirada buscó aquel ejemplar que yacía en el suelo y me sorprendió lo que sospeché, al recordar al otro francés leyendo los mensajes en su móvil.
Incluso me aseguró que nadie me molestaría antes de dejarme sola.
—Lo planeaste tú —resollé.
—Te lo dije antes, ma chérie. Yo no hago nada sin un objetivo —recordó y antes de acomodar mi braguita se inclinó para depositar un beso en mi monte de Venus.
La acción me cohibió, lo que era irónico luego de lo que le dejé hacerme.
Cuando volvió a erguirse noté el enorme bulto en su pantalón y las ganas por tocarlo me ganaron, así que extendí el brazo para llegar a él, pero antes de conseguirlo Andrea sujetó mi muñeca con firmeza, desviando mi mano a su boca para depositar besos castos en el dorso y dejar un reguero de ellos hasta la punta de mi dedo índice.
El mensaje fue claro: no quería que le devolviera el favor y no supe cómo tomarlo.
—¿Cuál es tu objetivo al negarme el darte placer? —cuestioné.
Nos miramos a los ojos, los suyos hervían de deseo.
—Todavía no me has rogado porque te folle —señaló, entendiendo que no se refería a follarme con los dedos o la boca, como lo había hecho ya en tres ocasiones—. Y, aunque supongo que eres buena con las manos y serás magnífica chupándomela, estar dentro de tu coño es lo que quiero, Abigail —Tragué con dificultad, con la barbilla alzada para verlo bien desde mi posición—. Así que, esperaré paciente por el momento en que ruegues que te empale hasta la empuñadura —aseguró con chulería.
Odiaba su cabronería tanto como la deseaba.
—Podrías esperar eso por toda la vida —le advertí yo con orgullo, pues él no tenía idea de las veces que deseé rogarle para que me dejara montarlo, pero que me contuve.
—Mientras pueda seguirte probando con mi boca, no me importa —declaró y se agachó para morderme el labio—. Pero sé que rogarás por mi polla más pronto de lo que imaginas, mon beau cygne espiègle.
El cabrón notó que iba a replicar, por lo que se apoderó de mi boca y me dio uno de sus besos que me dejaban viendo las estrellas. Y, me tenía tan relajada que, en lugar de negarme, le correspondí.
Cazzo.
Yo sabía que era peligroso.
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Mi hermoso cisne juguetón.
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¿Me extrañaron? Yo sé que sí :-p
Y me van a extrañar más porque nos volveremos a leer hasta el lunes... ¡Mua jajaja!
A menos que lleguemos a 400 likes en este capítulo y suba otro antes ;-)
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