CAPÍTULO 22


Me marché de la bodega de vinos en busca de un baño, sin bragas, con los muslos mojados y mi sexo todavía palpitando por tal formidable orgasmo que aquel francés me dio, además del corazón acelerado al repetir en mi cabeza sus últimas palabras luego de que se chupara los dedos con los que me tocó.

«¡Mmmm! Qué delicioso sabe el pecado que destilas, mon beau cygne».

Pasé de aclararle que era patito, no cisne (en caso de que hubiese olvidado que así me llamó Ángel), porque me gustó mucho el mote, además, seguía sintiéndome en las nubes y la adrenalina continuaba revolucionada en mi interior. Y, a pesar de mi estado fui muy consciente de la dureza que se escondía dentro de su pantalón y que moría por aliviar, pero Luc y el mesero habían terminado de follar y no me apetecía que se dieran cuenta de que fui yo quien invadió su momento íntimo.

Y Luxure no me detuvo, simplemente me sonrió y miró, con la promesa en sus ojos de que volvería a verlo y... ¡Maldición! Estuve a nada de pedirle que me siguiera y termináramos de una vez por todas con lo que acabábamos de comenzar, pero me contuve y ni yo entendía la razón.

Lo deseaba con todo mi ser, seguía queriendo que fuera el primer hombre en estar en mi interior con su polla, pero no quería cederle esa oportunidad sin antes estar completamente segura de que no sería como la niña tonta de años atrás, la que entregaba todo su amor sin esperar nada a cambio. Sobre todo, con el hecho tácito de que él no fue hecho para la monogamia, incluso si sus relaciones eran únicamente de placer.

—Sé que esto es muy descarado de mi parte. —Exhalé un largo suspiro tras decir eso, viéndome en el espejo del tocador del baño, luego de haberme limpiado lo mejor que pude, mojarme el rostro para aliviar el calor que todavía sentía, y colocado de nuevo el arete; luciendo aún con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados por los besos arrebatadores de Luxure—. Pero lo siento mucho.

Merda.

La vergüenza hizo su aparición después de todo, al pensar en que, si bien Michael no vio lo que pasó, sí escuchó lo que Luxure me dijo y los gemidos de placer que solté. Y agradecía que mi guardaespaldas no hablara ni entendiera francés, pues de lo contrario habría sido más vergonzoso.

Dejé eso de lado y saqué el móvil al sentirlo vibrar en el estuche de mi cámara, donde lo metí, y leí el mensaje de Michael.

¿Qué sientes?

¿Haberme hecho ver cómo dos hombres se follaban?

¿O quitarte la cámara antes de que alguien más llegara a por ti?

Alcé la ceja y miré hacia el espejo antes de hablar.

—¿Entonces lo que te molestó fue que no te dejara ver cómo alguien más llegaba a por mí? —pregunté en son de broma y miré de nuevo el móvil ante el sonido de otro mensaje entrante.

Me molesta que sigas siendo una imprudente y no me dejes hacer mi trabajo.

—No fue imprudencia, simplemente no me pareció correcto que tú grabaras lo que yo veía, cuando ya estaba violando la privacidad de esos hombres por mi cuenta.

Mi móvil timbró con la llamada entrante de Michael luego de que dije tal cosa y me preparé para nuestra discusión.

¡¿Para qué mierda grabaría a esos tipos follando?! ¡¿Por quién carajos me tomas?!

—Cálmate, Michael —pedí al escucharlo demasiado molesto, mirando al espejo como si él estuviera enfrente.

¡Y una mierda que me calmo, maldita niña! ¡Te pedí explícitamente que no te quitaras esa puta cámara y como siempre, vas y haces lo contrario!

—¡Ya te dije mis razones! —chillé, incrédula por escucharlo fuera de sí, odiando que me llamara de esa manera, y sentir con ello como si de nuevo estuviera en una de mis peleas con Dasher.

¡Y tú mejor que nadie sabe que a mí me importa un carajo la vida de los demás si no son una amenaza para ti! ¡Así que deja de jugar con tu maldita seguridad! ¡Joder!

Me quedé sin palabras por un momento debido a que, aunque lo entendí, no daba crédito a su actitud. Estaba demasiado molesto, su respiración era pesada y pareció que todo el tiempo estuvo apretando los dientes al espetarme para controlarse un poco, hasta que no pudo más; y si no hubiese sabido ya lo que él opinaba de las relaciones, por qué repelía el amor y la razón por la que siempre me vería como a su protegida y no más, me habría atrevido a decir que incluso hervía de celos.

—No volveré a quitarme el arete —prometí, conteniendo mi propio enojo, ya que no estaba dispuesta a alargar esa discusión—. Tampoco volveré a disculparme por lo que te haré ver por medio de él —zanjé sin darle tiempo a que replicara—. Y, Michael, odio que me llames niña en momentos como este, porque era el apelativo que Dasher utilizaba para que me sintiera como una mierda. Así que por última vez, deja de llamarme de esa manera —confesé y tras eso corté la llamada, sabedora de que Michael no me diría nada más.

Sentí una punzada horrible en el pecho por esa discusión que tuvimos, por su manera de llamarme y hablarme, pero no le demostré nada mientras me seguí acomodando el cabello frente al espejo y, en cuanto estuve lista me marché de regreso a la fiesta dispuesta a darle más crédito a lo que me hizo experimentar Luxure y no a lo que me provocó mi guardaespaldas.

—¡Abigail, al fin te encuentro! —celebró Félice y le sonreí.

Perdón, pero te tomé la palabra y fui a la bodega para descansar un momento —comuniqué.

Ella me sonrió e hizo un gesto con la mano para que le restara importancia. Me encontró frente a las mesas donde colocaron el bufé de comida, captando algunas imágenes. Ya había tomado fotografías de la mesa repleta con todo tipo de bocadillos, pero quería distraerme con algo antes de buscar a Luxure con la mirada.

Ven, quiero presentarte a mis hermanos y al mejor amigo de uno de ellos. —Sonreí al verla emocionada cuando se acercó a mí y entrelazó nuestros brazos.

Me encaminó hacia un grupo de hombres, acompañados por Blanche y Élodie, por lo que deduje que entre ellos se encontraban sus maridos, además de Beau, y no me equivoqué. No reconocía a los otros tres, tampoco podía vislumbrar bien a dos de ellos porque Thierry y Étienne los cubrían con sus cuerpos, así que me concentré en la plática que Félice entabló conmigo, notándola muy feliz porque la fiesta estaba saliendo mejor de cómo la planearon.

—No. Puede. Ser —fraseé al estar más cerca de aquellas personas y reconocer a Luxure y Brûlant, eran los hombres que Étienne y Thierry no me dejaron ver con claridad antes.

—¿Qué dices? —me preguntó Félice al escucharme hablar en inglés, negué con la cabeza, sintiéndome torpe en el instante que Luxure me miró y sonrió de lado, dándose cuenta de que íbamos hacia su grupo.

—¿Dónde te habías metido, querida? —Gesticulé mi mejor sonrisa para Élodie en cuanto me hizo esa pregunta, al verme llegar con su hija del brazo.

Tomé un breve descanso —respondí luego de carraspear.

Sí, fue a la bodega. Yo le dije que podía ir allí cuando necesitara relajarse —añadió Félice y sentí una mirada penetrante que me erizó la piel.

—¿Y lo conseguiste? —Luxure tenía una sonrisa de cabroncete cuando lo miré, tras hacerme esa pregunta—. ¿Te relajaste? —añadió, como si no hubiese entendido su pulla.

Y sí, me puso muy nerviosa, pero para cabrones estaba una cabrona, así que alcé la barbilla y le regalé una sonrisa comemierda.

La verdad es que no, pero ya me encargaré de eso por mi cuenta más tarde.

De todos los que nos rodeaban, únicamente Brûlant pareció notar que entre su amigo y yo había algo tácito, aunque no se atrevió a decir nada.

Este es Bastian, mi hermano mayor —Félice comenzó con la presentación, señalando al hombre al lado de Élodie, muy guapo y parecido a su madre—. Él es Marcel, el mejor amigo de mi hermanito menor —continuó con el tipo al lado de Étienne, quien para mí era Brûlant—. Y por supuesto que te hablo de este confianzudo llamado Andrea —La vi irse hacia Luxure y entrelazó su brazo con el suyo—. El más pequeño de los Moreau, el más aventurero y al que tengo el privilegio de ver únicamente porque ama demasiado a su sobrina favorita y no puede perderse su fiesta de cumpleaños.

Puta madre. De verdad que la vida, cuando quería, podía jugar con nosotros a su antojo y me lo confirmó una vez más con Andrea... ¡Maldición! Hasta su nombre tenía que ser único, al menos para alguien de su género.

Dile a este confianzudo quién es la belleza a la que nos presentas —pidió él y Félice rodó los ojos.

Ella es Abigail, parte del equipo de voluntariado en la academia, mi amiga y salvadora —concedió Félice y me reí por cómo me llamó al final.

Saludé a los hombres en el orden que ella me los presentó. Bastian y Marcel Philippe Mercier (como se terminó de presentar él mismo conmigo) fueron caballerosos y depositaron un beso en cada una de mis manos, dándome la bienvenida a esa familia de locos como ambos la denominaron.

Y confianzudos —reiteré yo en el instante que Andrea en lugar de darme un beso en el dorso de la mano como su hermano y mejor amigo, depositó uno en cada una de mis mejillas.

Tan confianzudo como para asegurarte que seré yo quien te volverá a relajar más tarde, Abigail —susurró en mi oído y me estremecí por la manera en la que pronunció mi nombre.

Él lo notó al alejarse de mí y tuvo la osadía de guiñarme un ojo, satisfecho por cómo me ponía con palabras tan sencillas, pero llenas de intensidad. No obstante, recuperé el control de mí misma y me integré a la conversación que mantenían los demás. Descubrí que los Moreau eran inversionistas de renombre en Francia, Marcel trabajaba con ellos en la cadena televisiva que manejaban y, además, se encargaba (junto a Andrea) de los negocios internacionales, razón por la cual viajaban mucho y se mantenían fuera del país largas temporadas.

Bastian prefería estar cerca de su familia, aunque viajaba de vez en cuando. Y, según Élodie, su hijo menor era idéntico a su padre en todos los sentidos, desde lo físico hasta la manera en la que quería comerse la vida. Comprobé lo primero, pues de los tres Moreau, Andrea era el más atractivo, tal cual señalé que era Thierry cuando lo conocí. Con respecto a lo segundo, deseé decirle a la mujer que su pequeño se comía la vida de una manera más extravagante, pero no conocía todo de su marido, por lo que opté por callar, ya que no podía comprobar si también eran iguales en eso.

Cuando mis nervios se calmaron, pude controlar mejor mi reacción ante los roces entre nuestros brazos, que Andrea provocó cada vez que tuvo la oportunidad, aunque admito que, si era su manera de excitarme, si se trataba de una antesala para lo que me aseguró que haría, lo estaba consiguiendo, pues en los momentos que se acercaba a mí y su fragancia me inundaba, sentía mi libido crecer. Sin embargo, me comporté como si no pasara nada y hasta me atreví a ceder a algunos flirteos que Marcel me lanzó, lo que claramente hizo para joder a su amigo, pues era obvio que notaba el interés que este tenía en mí.

Incluso Bastian lo notó.

Andrea tenía veinticuatro años, uno más que mis hermanos, lo que me daba un poco de ventaja, pues ya conocía la manera en que hombres de su edad actuaban, lo que buscaban y esperaban de mí. Además de que me sabía manejar en ciertos ámbitos sexuales, cosa que agradecía, ya que era consciente que, de lo contrario, para ese hombre habría sido más fácil embaucarme con sus encantos.

Porque los tenía, vaya que sí. Ese francés era más caballeroso que su amigo y su hermano, me trataba como si estuviese en presencia de una reina, dejando de lado su interés en follarme en momentos serios, haciéndome sentir cómoda, en mi elemento, incluso importante. Y sí, esto último sabía que lo era sin necesidad de que nadie lo confirmara, pero él tenía la capacidad de magnificarlo todo y me gustaba demasiado la sensación.

—¿Quieres dar una caminata conmigo por los viñedos? —Sonreí de lado por la invitación de Lux... Andrea.

Cazzo.

No sería fácil verlo como un hombre normal y llamarlo por su nombre real, tras haberlo conocido como Luxure, el Dominante que me provocó una obsesión.

—Quiero, pero prefiero ir a descansar —respondí con una pequeña mentira.

Me moría de ganas por ir con él a dónde quisiera llevarme, sin embargo, estaba controlándome a mí misma para no cagarla ni excederme en nada con ese hombre. Al final del día, quien perdería más sería yo donde no supiera llevar esa aventura y cediera más de lo debido en cuestión a los sentimientos.

Mi psicóloga siempre tuvo razón en eso, yo era una mujer que se entregaba rápido y por completo a las relaciones, y ya eso me había enviado a terapia y no estaba dispuesta a volver.

—Si cambias de opinión, me encontrarás aquí mismo junto a Bastian, Marcel y mi cuñado —avisó acercándose a mí.

La fiesta había finalizado hacía un rato, pero ellos querían ponerse al día en muchas cosas, por eso decidieron seguir en el jardín, charlando, bebiendo vino y degustando los quesos, frutas y carnes frías.

—No sería justo robarle este tiempo a tu familia contigo —opiné, pensando en que sus padres y hermana también volverían para unirse a la charla.

Eché la cabeza un poco hacia atrás para poder mirarlo a la cara cuando llegó más cerca de mí y fue imposible que mis ojos no se imantaran a los suyos... Comprobé de nuevo que sus iris parecían ser de fantasía, como piedras azules y preciosas que me deslumbraban con su belleza.

—¿Y crees que no lo harás únicamente porque no estarás presente? —cuestionó y lo miré sin comprender. Su mirada viajaba de mis ojos a mis labios y me vi en la necesidad de lamerlos al sentirlos resecos, a pesar de mi labial—. Te mantienes en mis pensamientos desde que te vi en Reverie, Abigail —repitió y mi respiración se volvió errática al darme cuenta de que en segundos, nuestros cuerpos estaban al ras. Y casi sufro un paro al ver cómo alzó la mano, aunque en lugar de acariciarme el rostro, como creía que haría, se olió los dedos con los que me dio placer en la bodega.

Porca puttana.

¿Cómo algo tan depravado podía lucir excitante?

—Y ahora llevo el aroma de tu coño en mis dedos, algo que me ha hecho quedar como un enfermo frente a Marcel, pues me es imposible no olerlos cada vez que puedo, y sufrir una erección porque con eso llega a mi cabeza el recuerdo de tus gemidos y tus gestos de placer.

Tragué en seco y sentí cómo las palpitaciones de mi corazón retumbaron en mi clítoris y endurecieron mis pezones.

—Ese... —Carraspeé antes de seguir porque tenía la voz ronca—. Es tu problema por no lavarte las manos —Andrea formó una enorme sonrisa de boca cerrada al escucharme y me avergoncé porque me sentí como una niña inexperta que no sabía lidiar con esas situaciones—. Es mejor que me vaya a descansar antes de seguir soltando estupideces —musité y estuve a punto de bajar la mirada porque la suya me intimidaba, pero él fue más listo y me tomó de la barbilla.

Non, ma belle —demandó poniéndose serio y ya no pude ocultar el movimiento brusco de mi pecho al respirar con dificultad porque el nerviosismo me estaba ganando la batalla—. Tu rebeldía mezclada con la inocencia que todavía posees, es capaz de hacer que hombres como yo se pongan a tus pies, así que no bajes la mirada y haz uso de tu poder.

Me volvió a impresionar que me dijera esas cosas sin importarle que usara mi poder para manipularlo a él. La facilidad con la que era capaz de admitir lo que haría por mí me asustaba, pues con entregarme todo, también podría conseguir que yo le diera hasta mi alma.

T'es le diable —«Eres el diablo», le dije y se lamió los labios antes de medio sonreír de lado, demostrándome lo que pensé en Reverie.

Andrea (Luxure) llevaba al diablo en la sonrisa.

—¿Pourquoi tu dis ça? —«¿Por qué lo dices?», me preguntó.

—Me adulas consciente de que al ofrecérmelo todo, yo te entregaré mi alma sin darme cuenta —repliqué—. Eres de los que sabe que, muchas veces poniéndose de rodillas, también se vence.

—Y se goza —añadió, muy seguro de sí mismo y sin vergüenza por lo que señalé.

—Bien, no lo niegas —incidí, dándole un punto por ello y deshaciéndome de su agarre en mi barbilla.

—El papel de hipócrita solo es para los cobardes, mon beau cygne —sentenció—, así que de mí siempre obtendrás verdades, aunque duelan. —Por inercia miré el tatuaje debajo de su nuez de Adán, leyendo aquella frase gracias a que llevaba la camisa desabotonada.

—Conque es un tatuaje muy personal.

—Mi lema en la vida —concedió y asentí—. ¿Y el tuyo? —Fruncí el ceño al no comprender su pregunta—. Ese hermoso loto rosa que tienes en la nuca, ¿es muy personal?

—Ah —exclamé—. Es una especie de emblema familiar —admití sin la intención de añadir más y él lo notó.

—Entonces... volviendo al tema —dijo—, despreocúpate porque no soy un diablo que busca tu alma, pero sí tu placer.

Contuve la sonrisa en cuanto volvió al ataque.

—No me digas, ¿eres de los que se niega a amar? —pregunté, pensando en que Michael me dijo algo similar cuando me aseguró que no estaba interesado en que lo amaran.

A él también solo le interesaba el placer de sus amantes.

—Más bien soy de los que no está buscando el amor porque me encuentro muy satisfecho con mi vida tal como la llevo.

Como siempre, la sinceridad escurría en su voz.

—Supongo que con tu estilo de vida es difícil, ya que todavía no concibo la idea de que las mujeres accedan a ser solo las sumisas de alguien que no cree en la monogamia.

Noté que le sorprendió mucho lo que dije, tanto, que hasta alzó una ceja y miró hacia el grupo donde se encontraba su hermano, su amigo y su cuñado. Ellos reían de lo que sea que platicaran y yo comencé a sentirme incómoda por haber hecho ese comentario que, al analizarlo, entendí que se sintió más a señalamiento.

—Andrea, yo...

—No me digas que lo sientes, ma belle —me cortó—. Respeto tu opinión, aunque me decepciona un poco que seas de las que supone en lugar de preguntarme las cosas, cuando te he dado la confianza de hacerlo.

Merda.

Yo y mi mala costumbre de juzgar por lo que veía.

—¿En qué me equivoqué? —cuestioné, ignorando mi vergüenza y haciendo uso de la confianza que me daba.

De nuevo le sorprendió lo que dije, aunque también noté que le satisfizo que retomara la conversación.

—En todo, pues sí creo en la monogamia y la respeto, a pesar de que no la viva. Y las sumisas que tengo viven mi estilo de vida, por lo que no supone ningún problema para ellas compartirme. Lo que vivimos es consensuado, Abigail.

—¿Y no te molesta a ti compartirlas?

—Acepta caminar conmigo por los viñedos y te sigo platicando lo que quieras. —Lo miré dubitativa y sonrió—. Solo charlaremos, mon beau cygne —prometió, adivinando lo que pensé.

Me rendí segundos después y me dejé guiar por él.

La mayor parte de los viñedos estaba iluminada, así que pudimos disfrutar la hermosa vista sin importar que fuera de noche, también gocé la majestuosidad del cielo estrellado y conforme caminábamos y Andrea me hablaba un poco de su estilo de vida, volví a sentirme en mi elemento y no tan nerviosa como antes estuve. En minutos charlando comprobé que el hombre tenía mucho ego, pero no orgullo y eso me anonadó, pues en lugar de dejarme pensando lo que yo quisiera con respecto a su vida, tuvo la delicadeza de aclararme algunos puntos.

Las relaciones que sostenía con sus sumisas se limitaban al rol de Dominante y sumisa, con mucho respeto, pasión y placer, pero no sentimientos más allá del cariño, algo que era inevitable cuando también se formaba una amistad. Comenzó en ese mundo a los dieciocho años, siendo Dominante a los veinte y, aunque sí tuvo una novia formal a la cual quiso mucho, lo dejaron porque llegó un punto en el que ella quería dejar ese mundo, pero él no.

«La quería, pero no la amaba. He amado más mi estilo de vida, por lo que decidimos dejarlo por lo sano».

Me había dicho, aunque aseguró que entre ellos jamás existieron las infidelidades, puesto que mantuvieron una relación liberal y eso les facilitó y ahorró los dramas. Seguían siendo amigos y la chica ya estaba comprometida con alguien que sí le daba la monogamia que buscó con Andrea, y comprobé que él era muy feliz sabiéndola feliz a ella.

Y también entendí por qué no buscaba el amor.

—Respeto tu mundo, aunque me sigue abrumando —admití cuando llegamos de nuevo a la casa tras casi dos horas de caminata que se pasaron super rápido.

—Por eso te dejé ir la otra vez en Reverie —aceptó—. Sabía que no eres de las que me dejarían tomarlas en una mazmorra sin conocer más de mi mundo.

Me causó gracia, pero no lo desmentí.

Él también me aseguró que a sus sumisas únicamente las tomaba dentro del rol de ambos, en clubes de BDSM o lugares específicos para llevar a cabo sus prácticas, ya que de esa manera mantenían los límites. Con sus aventuras fuera de ese mundo sí se divertían donde les diera la gana, aunque admitió que no solía excederse con ello por las complicaciones que ya le había acarreado acostarse con chicas que iban en busca de algo más que sexo.

—Tampoco creo que lo permita ahora que sé un poco de ello —lo chinché y él lo notó, por lo que me miró de una manera que me exigía que lo retara.

Cristo.

¿Por qué me era tan difícil contenerme con ese hombre?

—¿Buscas amor, mon beau cygne? —Temí que me hiciera esa pregunta, aunque la esperaba porque de momento todo lo que le había demostrado era que iba detrás de algo serio.

—No —respondí con seguridad y sinceridad, tal cual él lo hacía conmigo—. El amor ya me envió a terapia y no estoy dispuesta a caer en lo mismo.

—Si te envió a terapia, no fue amor —replicó y rogué para que no fuera como los demás y me juzgara—. No por parte de él, o ella —aclaró.

—¿Ella? —inquirí, escondiendo una sonrisa.

—¿Crees que no sé que Viviana cumplió su promesa? —devolvió y ahí sí que reí—. Y acepto que sentí un poco de envidia cuando me detalló el placer que le diste, lo que hizo que ella dedujera que no era la primera vez que estabas con una chica.

«He estado solo con chicas, por eso la experiencia». Pensé.

—¿Sigues en contacto con ella?

—Fui en dos ocasiones a Londres luego de conocerte, es una excelente sumisa, por lo que aproveché mi estadía en su país. —Asentí en respuesta.

También sentí cierta incomodidad porque él me gustaba demasiado y me di cuenta de que era muy territorial con lo que quería para mí, así fuera aventura. Con ello entendí por qué me abstenía de caer por completo en sus redes, pues no estaba dispuesta a ser como las mujeres que sabiendo que Andrea no nació para la monogamia, pretendiera que me la diera.

No me acostaría con ese hombre por mucho que me encantara, hasta asegurarme que no la cagaría al involucrar sentimientos.

—Bien, como te decía, Andrea, no busco amor. Y tienes razón con lo que señalas de mi ida a terapia. Solo un genio podría amarme tal y como espero y mientras no llegue, estoy para disfrutar de los placeres de la vida, amándome a mí misma.

Regresé al tema porque no pretendía que notara mi incomodidad por algo absurdo.

—No soy un genio, pero puedo cumplir tus deseos, mon beau cygne —replicó haciéndome reír por su astucia.

—Ahora mismo deseo dormir —admití.

—¿Te llevo a la cama?

—En tus sueños —repliqué y él soltó una carcajada que me contagió. Aunque dejé de reírme cuando nos detuvimos frente a la puerta de entrada al castillo y me habló en el oído.

—En mis sueños te llevo a la cama, pero no para dormir, pequeño cisne perverso.

Me mordí el labio y respiré hondo, embriagándome con su fragancia.

—No es cisne —aclaré, yéndome por ese tema y no por lo que acababa de decirme—. Es Patito, mi apodo —añadí al notar que no me entendía en cuanto se alejó de mí, lo suficiente para vernos a la cara.

—Yo conocí al cisne, no al patito —aseveró él—. A un cisne hermoso y juguetón. —Sonreí de manera genuina y satisfecha por cómo me veía.

Y, consciente de lo fácil que era dejarme convencer por él, decidí ponerle fin a nuestro reencuentro.

—Descansa —deseé y me puse de puntitas para darle un beso cerca de la comisura de sus labios, tardándome más de lo necesario, fantaseando en segundos con el roce de su barba en mi boca y el agarre firme que ejerció en mi cintura—, Luxure —lo llamé al apartarme y vi la picardía y el deseo brillar en sus iris azules.

Pero no esperé por respuesta, simplemente me di la vuelta y comencé a irme, haciendo uso de la mezcla de perversidad e inocencia que él señaló que poseía, en cada paso que daba, sonriendo satisfecha y segura de que su mirada estaba puesta en mi espalda.

O en el contoneo de mis caderas.


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Mi hermoso cisne.

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Oficialmente les presento a Andrea Moreau, alias Luxure. Un francés hermoso y dominante que me tiene loca de amor. Igual que ustedes, yo también moría de ganas por llegar a esta parte de la historia.

Estamos a mitad del libro y lo que se viene es hermoso. Son 44 capítulos, más el epílogo, de una historia que nos enseñará cómo las personas evolucionan en busca de sus propios 'yo'. Y cuando lo encuentran, no hay vuelta atrás.

Espero que hayan disfrutado el capítulo. Nos leemos de nuevo el viernes ;-p



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