CAPÍTULO 20
Jamás me compararía a una Mistress, menos a una sumisa, pero sí fui la mejor amante cuando me subí a aquel escenario y caminé contoneando las caderas, desnuda, únicamente con mis tacos y la joyería que utilizaba. Hubo un momento en el que sentí pudor ante todos aquellos ojos que no se despegaban de mí, sin embargo, en cuanto Viviana tomó el control de la situación sin dejar de ser una excelente sumisa, todo fluyó.
Y fui libre de mis demonios interiores, esos que me ataron y siempre hicieron que pensara en lo que dirían los demás de mí antes de preocuparme más por lo que yo quería.
Esa noche quise a Viviana y la tuve. Le pedí a Michael que no mirase a otro lado y lo cumplió. Todavía se me calentaba la piel y el vientre al recordar su mirada, en cómo poco a poco perdió el control de sus emociones y dejó entrever su deseo, aunque también su furia porque no era solo él disfrutando el espectáculo. No obstante, cuando me despedí de aquella mujer en privado tras finalizar con lo que hicimos, y regresé con mi guardaespaldas, el hombre actuó como era su costumbre: frío, de hierro, inafectado; y no me molestó porque al final Viviana me dijo algo que hizo que ignorara su desinterés y que mi orgullo creciera.
—¿Por qué me llamaste ma belle? —Ella sonrió con complicidad al escucharme.
—Luego de que te fueras, mi Señor me hizo prometerle que, si yo te encontraba de nuevo antes que él, no te dejaría escapar, además de ordenarme que me dirigiera a ti de esa manera. —Odié que mi corazón se acelerara y la respiración se me volviera errática con su respuesta—. Y las promesas se cumplen, ¿no? Aunque debo confesarte que, gracias a eso, después de mi noche con él, me has dado una de mis mejores experiencias.
Evité tocar más el tema de Luxure, y seguí odiándome por cómo reaccioné. También volví a odiarlo a él porque ya estaba superando mi obsesión con su recuerdo, pero esa noche de nuevo se hizo presente.
Sin embargo, a pesar del odio también sentí mi pecho hinchado de orgullo porque él haya hecho lo que hizo, pues eso me hacía pensar que no era la única obsesionada.
—Bonjour—nos saludó en francés una mujer hermosa de aproximadamente treinta años—. Mi nombre es Félice Lefebvre, soy la directora de la academia y es un enorme placer para mí contar con la ayuda de todos ustedes —prosiguió con la bienvenida en su idioma y asentimos y nos presentamos de manera individual para ella.
Nos encontrábamos ya en Seine-Saint-Denis, Francia, y era nuestro primer día en la academia que tenía por nombre el apellido de Félice, Lefebvre. En la información que nos dieron figuraba que la mujer, aparte de ser la directora, también era la esposa de uno de los nietos del fundador de las academias privadas más prestigiosas del país, además de esa pública que se concentraba en ayudar a los inmigrantes.
La historia decía que la esposa del señor Lefebvre fue una inmigrante española y en honor a ella, él decidió crear algún tipo de ayuda para los compatriotas, o personas de otros países que llegaban a Francia en busca de un mejor destino. Su labor me inspiraba, y esa fue una de las razones por las cuales no me negué a tomar los tres grupos que me ofrecieron para enseñar.
Félice resultó ser una mujer encantadora con la cual congenié más que bien, trataba de mantenerse al pendiente de nosotros y todo lo que necesitáramos, se llevaba excelente con los alumnos incluso sin entenderles, o que ellos le entendieran, y se ofreció para ser mi modelo y que la fotografiara en diversas actividades, cuando se enteró de mi carrera y de que documentaría en imágenes la labor que llegamos a hacer.
Francia sería mi último destino como parte del voluntariado y, aunque todos los países que visité me encantaron y dejaron una enseñanza, pasar los días en la academia Lefebvre, compartiendo con personas de todas las edades que daban hasta su último esfuerzo por asistir a clases para aprender el idioma del país que los acogía, me hacía valorar las comodidades que mis padres me daban y las oportunidades que me tocaron por nacer en la familia Pride White.
Estaba conociendo a padres que tuvieron que dejar a sus hijos con algún familiar en sus países de origen, personas que trabajaban duro durante el día, estudiaban por la noche y, en cuanto llegaban a sus casas para descansar, lloraban hasta quedarse dormidos por no poder proteger ni sobreproteger a su descendencia, pues las situaciones económicas que los aquejaban los obligaban a escoger entre darles de comer o cuidarlos personalmente.
También estaba conociendo a hijos que darían todo por tener a sus padres con ellos para que los acobijaran cuando el día fue malo, para que les supervisaran las salidas y los regañaran por llegar a altas horas de la noche; quienes lloraban porque al entrar a las pequeñas habitaciones que rentaban, después de un día arduo de trabajo y una hora de clases que se sentía demasiado pesada, nadie les esperaba para preguntarles qué tal les había ido.
La vida estaba dándome un buen revés con ese voluntariado.
—Deja eso —demandó Michael de pronto.
Eran las nueve de la noche y tras terminar mi clase en línea me puse a preparar todo lo que necesitaría para las clases de francés que impartiría en la academia al día siguiente. Solté una exhalación llena de cansancio al verlo con una bolsa de papel en una mano y un contenedor de cartón con dos vasos llenos de alguna bebida en la otra.
—No tengo hambre, Michael —refunfuñé.
—Recuerdo que me dijiste lo mismo anoche y terminaste comiéndote hasta lo que yo ya no quería —Sentí un poco de vergüenza con ese recordatorio.
—Necesito terminar esto —insistí.
—Pues entonces cenemos ya —recomendó y rodé los ojos, consciente de que no me dejaría tranquila hasta que no me viera tragar el último bocado.
Siguió su camino hacia la pequeña mesa del comedor de la habitación del hostal en el que me quedaba, sin importarle si refunfuñaba o no. Él rentaba una continua, pero no se iba a descansar hasta que se aseguraba de que yo me fuera a la cama. Era como un hermano mayor cuidando a su hermanita caprichosa, en momentos como esos.
Ya habían pasado tres semanas desde que llegamos a esa ciudad francesa, dos desde que él comenzó a asegurarse de que yo cenara, ya que, no sé cómo carajos hacía (porque no se mantenía a mi lado o a la vista), pero se daba cuenta de que muchas veces no comía nada más que una fruta al día, razón por la cual se tomó la tarea de obligarme a dejar el trabajo que me llevaba a mi habitación para que comiera como era debido.
—¿Cómo van tus días? —le pregunté, dándole un bocado a mi comida.
Esa noche optó por comprar platillos mediterráneos, el pato con aceitunas era el principal, y dio justo en el clavo, pues me estaba encantando.
—No me quejo —soltó encogiéndose de hombros.
Podría parecer raro de mi parte, pero me gustaba mucho verlo comer. Era de las personas que disfrutaban de su plato de comida en silencio, aunque yo lo interrumpía con mi infinidad de preguntas porque me era difícil mantener la boca cerrada. Lo irónico de ello es que podía ser silenciosa con cualquiera, menos con mi guardaespaldas.
Supongo que, que fuese tan serio me provocaba a hablar de lo que fuera.
En esas noches descubrí que nació en Tennessee, que tenía dos hermanas y que él y su padre eran los únicos hombres de la familia. Amaba a cada miembro de su núcleo parental, pero no era tan unido a ellos desde que se alistó en la milicia y luego se unió a Grigori. Con quien se comunicaba a menudo era con su madre y le jugué algunas bromas con eso de que era un hijo de mami.
Por supuesto que se defendió, recordándome que yo era la niña de papi. Luego de eso tuvo la confianza de mostrarme un par de fotos de sus hermanas, en las que comprobé que eran tan guapas como él.
—No me gusta que te saltes las comidas por meterte tanto en el trabajo, pero agradezco el descanso que obtengo, ya que no te queda tiempo de ir a fiestas —Me cubrí la boca al reírme porque acababa de meterme un poco de pato con arroz cuando dijo eso.
Ángel, Louis y Mark habían conseguido sonsacar a Larissa para ir a conocer los bares y clubes de Francia, y por supuesto que lo intentaron conmigo, fracasando en el proceso, puesto que podía ser una fiestera de primera, pero cuando me metía en algún proyecto del voluntariado me gustaba dar el cien por ciento en ello. Así que prefería quedarme en la habitación preparando mis clases y los fines de semana los dedicaba para hacer un poco de excursión en el día y tomar algunas fotografías, por las tardes hablaba con mis padres y hermanos, también con tía Laurel y Leah; me pasaba alrededor de una hora en videollamada con Jacob en cuanto llegaba la noche, luego seguíamos viéndonos en la realidad virtual cuando entrenaba.
Quería tener algún tipo de contacto con Sasha, pero para eso debía esperar un poco, pues según la investigación de Michael, esa vez su rehabilitación estaba siendo más complicada y por lo mismo no le permitían llamadas telefónicas.
—Seré sincera contigo —dije tras tragar la comida en mi boca—. No es que no me quede tiempo, sino más bien que ya no me llaman la atención los clubes normales. —Él carraspeó al entender a qué me refería y también se tensó, lo que me causó gracia, ya que, desde mi última noche en Reverie no habíamos tocado ese tipo de temas—. ¿Y si...?
—No —me cortó tajante, suponiendo lo que diría y apreté los labios para no volver a reírme.
—Micky, sabes que contigo o sin ti, iré si encuentro uno. —Me metí otro bocado de pato a la boca y sentí su mirada sobre mí.
No pretendía llevarle la contraria ni mucho menos provocarlo, simplemente estaba dejando claro un punto y él lo sabía.
—Creí que ese gusto tuyo se limitaría a Londres —comentó, sonreí por cómo enfatizó lo de mi gusto, tras eso tomó un sorbo de su bebida luego de carraspear.
—Creíste mal, mon choux—satiricé y él frunció el ceño.
—¿Acabas de insultarme? —cuestionó y solté una carcajada.
—Claro que no —aclaré entre risas—. No tendría nada de gracia insultarte y que no me entendieras.
—¿Cómo me llamaste entonces?
—Doy clases de francés todos los días, Micky. Deberías meterte a uno de los cursos, así no tendrías que esconderte para cuidarme y de paso aprendes un nuevo idioma y entiendes lo que te digo —recomendé una vez más, él chasqueó con la lengua y con ello aumentó mi diversión.
Michael hablaba español, filipino y ruso porque fue necesario que aprendiera esos idiomas para cumplir con las misiones que le asignaron en la milicia, pero a mí me comentó que hablar otras lenguas no era lo suyo, por eso no había aceptado meterse a uno de mis cursos cuando se lo recomendé días atrás.
—Paso —refunfuñó y negué con la cabeza.
—Entonces seguirás sin entender cómo te llamo, mon petit rat.—Rodó los ojos de manera cómica por el nuevo apelativo, aunque ya no preguntó qué significaba—. Y... con respecto a lo de mi gusto —Lo miré antes de proseguir y noté que tomó una exhalación—. No se limita a ningún país.
—¿Ni a Estados Unidos? —indagó y me mordí el labio porque intuí que lo decía por mis padres, pues era su país y por lo tanto mantenían más sus ojos encima de mí.
—Llegará el momento que tampoco me limitaré allí, te lo prometo.
Le guiñé un ojo luego de eso y cortamos el tema, aunque quedó en el aire el hecho de que podría visitar algún club de BDSM (o prácticas relacionadas) estando en Francia, pues no fue mentira que los demás ya no me llamaban la atención. Además, me moría de curiosidad por comprobar si los franceses eran tan depravados en el ámbito sexual como muchas personas decían.
Aunque un francés en especial me hubiese dado una demostración personal en la que todo indicó que sí eran depravados. O, en otras palabras, que sabían disfrutar del sexo sin ningún tipo de pudor.
Merda.
No quería pensar más en él, pero a veces me era imposible no hacerlo.
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Ya lo había dicho, Francia y la academia Lefebvre estaban siendo una experiencia dolorosamente hermosa. Dolorosa por los relatos de vida que escuchaba de mis alumnos, la mayoría más viejos que yo. Hermosa debido a la enseñanza y todo lo que ya había conocido.
Junto a Larissa y Michael nos habíamos aventurado ya a conocer los alrededores de la ciudad, incluso fuimos más allá, a los lugares turísticos cercanos; y siempre terminábamos encantados. Al menos mi amiga y yo, ya que Micky todo el tiempo lucía como si conociese un país cualquiera.
Los días avanzaban y con ellos, también estaba construyendo una amistad muy bonita con Félice, incluso salimos a tomarnos algo en dos ocasiones y me encantaba la pasión con la que me enseñaba su cultura. Tuvo la confianza de hablarme de su matrimonio y lo feliz que era con su esposo y los dos hijos de ambos; una nena de cinco años y un chico de seis.
Como lo supuse antes, Félice tenía treinta años y se casó con su esposo siendo ambos muy jóvenes, de la misma edad. Se conocían desde que tenían diez años y literalmente crecieron enamorados, por lo mismo sus padres siempre los apoyaron y, hasta el presente, me aseguró que seguía viviendo un sueño, algo que me hizo muy feliz, pues eran pocas las parejas que se enamoraban desde niños, siendo correspondidos, y su amor perduraba casi para toda la vida.
Me fue inevitable no pensar en que yo añoré un amor como el de ella y su esposo, pero, para mi suerte, a mí me tocó ser de ese porcentaje que vivió un amor no correspondido. Un amor que creí que ya no dolía hasta que escuché la historia de Félice y me di cuenta de que todavía no superaba del todo mi fracaso con Dasher.
Cazzo.
Durante ese tiempo lejos de casa creía que había superado mi enamoramiento, pero descubrí que todavía no lo mataba del todo.
—¡Putain! ¿Comment peux-tu me faire ça? —«¡Joder! ¿Cómo puedes hacerme esto?». Fruncí el ceño cuando entré al baño de maestros y reconocí la voz de Félice antes de verla frente al tocador, con una mano recargada en el granito del lavabo y la otra con el teléfono en su oído. Tenía un gesto derrotado y eso me preocupó—. ¡Por supuesto que no conseguiré a nadie para mañana, maldito irresponsable! ¡Ah!
Abrí más los ojos al escucharla despotricando y luego cortando la llamada con mucha frustración y rabia. Me asustaba ver a esa mujer tan dulce convertida en un pequeño demonio en ese instante.
—Lo siento, no era mi intención escuchar tu llamada, solo vine a...
—No te disculpes, Abby, yo sé que no era tu intención —me cortó, tratando de recuperar la compostura y regalándome una sonrisa forzada.
Ella hablaba inglés, aunque poco, por lo tanto, siempre nos comunicábamos en su idioma.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—No, no te preocupes, es solo que... —Se quedó en silencio de pronto y me observó, abriendo más los párpados, dándome a entender que había tenido alguna idea repentina—. Tal vez sí puedes. —Sus ojos brillaron con esperanza al pronunciar esas palabras—. Mañana comienzan los preparativos para la fiesta de jubilación de mi suegro, de la que te hablé —señaló y asentí.
En una de nuestras salidas me comentó que los Lefebvre también eran dueños de los viñedos más grandes del país, y crearon lo que se consideraba el vino número uno dentro de la alta sociedad de Francia. El negocio vinícola era lo que le daba la principal riqueza a la familia y que, como en la monarquía, la presidencia pasaba de generación en generación a sus primogénitos. Y, por primera vez en su historia, uno de los Lefebvre heredaría su lugar en vida, pues el actual presidente, a diferencia de sus antecesores, no quería morir trabajando, por eso Beauregard (o Beau, como le llamaba Félice a su marido) tomaría el lugar de su padre y lo celebrarían el fin de semana.
Celebración que se alargaría una semana completa, aprovechando la pequeña vacación nacional; porque además de la jubilación y la toma de presidencia de su marido, su nena cumpliría seis años y como era la primera chica nacida dentro del núcleo parental tanto de ella (puesto que de los tres hermanos que eran, únicamente Félice tenía hijos) como de Beau, querían agasajarla como la princesa que era.
Y Félice se estaba haciendo cargo de ambas fiestas junto a una organizadora de eventos, por lo que entendí por dónde iba la cosa.
—Y el fotógrafo que contraté para que cubra todo el evento acaba de cancelarme —prosiguió. En ese momento me quedó más claro por qué me miró con esperanza—. Sé que no es tu trabajo, que no viniste aquí por eso, pero... ¿podrías...?
—Por supuesto que puedo, mujer. —La corté y el alivio que la embargó lo sentí hasta yo.
—¿En serio? —Me reí porque lució como una niña ilusionada a la que iban a cumplirle su mayor deseo.
—Félice, yo no me comprometo a nada que no pueda cumplir. Si te digo que puedo, es porque puedo. Además, me emociona hacer una de las cosas que más me apasiona y por la cual escogí la carrera de Bellas Artes.
—¿No importa que sea toda una semana y tengas que irte al viñedo conmigo? —Negué con la cabeza y me mordí la sonrisa.
—¿De verdad es ese castillo antiguo que me describiste? —pregunté yo, recordando que cuando me habló del viñedo lo describió como un castillo medieval que perteneció a un noble de dinero de siglos pasados.
—Vas a comprobarlo por tu cuenta —soltó animada.
—Más te vale, porque si no, te dejaré sin fotógrafa a mitad de las fiestas. —Solté una carcajada por su reacción, ya que de verdad creyó que lo dije en serio.
Acto seguido, salimos del baño y aprovechamos el descanso para que ella me contara sus planes y me explicara qué quería en realidad de mí, puesto que fotografiar iba más allá de captar imágenes. Para mí era un arte al cual me entregaba con pasión y me había hecho adicta a las tomas perfectas, no a las planeadas ni fingidas, sino a esos momentos orgánicos en los que las personas se mostraban tal cual eran, transmitiendo incluso sus pensamientos en una sola toma.
Y para mi sorpresa, Félice había notado mi pasión en esas semanas que tenía de conocerme, por lo que me dejó vía libre para que hiciera lo que yo quisiera, cosa que me emocionó. A quien no le emocionó para nada fue a Michael cuando le comuniqué que viajaría al siguiente día al viñedo Lefebvre y que me quedaría con ellos durante una semana, puesto que él no podría acompañarme; razón por la cual nos metimos en una pequeña discusión.
No obstante, cedió después de todo porque ya había investigado a esa familia y comprobó que no corría ningún peligro al pasar una semana en su territorio, aunque incluso así me obligó a utilizar un rastreador más junto a una cámara microscópica que instaló en un arete y me hizo prometerle que lo llevaría siempre conmigo, pues me vigilaría y, así no pudiera entrar al territorio del viñedo, aseguró que se mantendría cerca en caso de que lo llegara a necesitar.
—Esto me parece demasiado exagerado —refunfuñé, colocándome el arete en su presencia, ya que quería probarlo antes de que Félice llegara por mí.
—No me importa lo que te parezca, Abigail. Haré todo lo que esté en mis manos para protegerte —respondió él con tono beligerante, observando la imagen en la Tablet que sostenía con una mano.
—A veces me pregunto si a las hijas de los presidentes, sus guardaespaldas las agobian como tú a mí. —Tenía el rostro inclinado hacia abajo para ver la Tablet, pero aun así noté un atisbo de sonrisa cuando me escuchó.
Estaba molesto por mi decisión de ir con Félice, porque con eso le quitaba de las manos el control de mi protección, pero aun así a veces no era tan inmune a mis comentarios.
—No me importan las hijas de los presidentes. —Blanqueé los ojos porque repitió el desinterés—. Me importa mi protegida y, en todo caso, te aseguro que esas chicas son más sensatas que tú y no se alejan de sus guardaespaldas —añadió, recuperando su rictus molesto—. Y una vez más, no te atrevas a quitarte el puto arete.
—¿Ni siquiera cuando me duche y luego me vea al espejo estando desnuda? —lo chinché y él chasqueó la lengua—. Aunque supongo que ya no te extrañará después de cómo me viste en Reverie.
Apreté los labios al notar su tensión y dar un paso hacia atrás, poniendo más distancia entre nosotros.
—La imagen se ve perfecta.
—¿Me sigues viendo en tu cabeza?
—Joder, Abigail —refunfuñó y solté una carcajada.
Obviamente sabía que se refería a la imagen en su Tablet a través de mi arete, pero Michael siempre me daba la pauta para sacarlo de sus casillas por hacer comentarios como ese, luego de lo que yo le decía.
—No he tocado el tema, porque sé que me dirás que no te interesa. Te conozco lo suficiente para asegurarlo, pero acéptalo, Micky, desde esa noche de seguro te arrepientes por no haberme dado alas cuando sabías que fantaseaba contigo.
Bufó en respuesta, como el cabrón que era, pero no me molestó. Nuestro humor era así de oscuro y no me quejaba. Y tampoco me avergonzaba hablar de mi pequeño enamoramiento por él, pues era algo que ya sabía, se lo confesé en esos días que teníamos cenando a diario juntos, aunque no le dije que el día en que me quité la virginidad estuvo en mis pensamientos y por eso grité su nombre, pero, de nuevo, Michael no era estúpido, así que podía jurar que lo sabía.
—Sigue soñando —aconsejó con altanería.
La noche en la que le dije que deseé mucho estar con él cuando lo conocí, lo dejé sin palabras por un buen rato y, en cuanto se animó a hablar, me felicitó por haberlo superado, pues juró que no era un hombre que le conviniera a una chica como yo, no por ser mi guardaespaldas, sino más bien porque no era alguien de relaciones, ni siquiera si estas se trataban solo de follar.
Incluso me confesó que con Jennifer cortó todo después de finalizar con su primer encuentro y que, le hice un enorme favor cuando me metí en una aventura con ella. Y no me hizo sentir mal nada de lo que me dijo o cómo dejó claro que jamás me hubiera tocado, ya que, fue de lo más respetuoso y hasta me dio explicaciones, cuando no debía, de que era debido a los traumas que todavía tenía de sus misiones en la milicia, que prefería mantener su desapego emocional con las personas.
«El amor, la ilusión, la pasión, la amistad y todo lo que tiene que ver con los sentimientos, son lujos que hombres como yo no pueden darse, cuando se vive con un pie entre la vida y la muerte, Abigail. No puedo ser egoísta, ya que suficiente lo soy con mi familia al dejarles quererme».
Esa había sido su respuesta en el momento que le pregunté por qué se negaba al amor, o a una amistad conmigo, pues me confesó que nunca había tenido novia. Y, aunque me parecía absurdo que pensara así, cuando me habló de todos los amigos que perdió en combate y los rostros del dolor más cruel a los que se enfrentó al ser el portador de malas noticias con las familias de los muertos en batalla, entendí por qué decía que no quería ser egoísta.
Con su familia no le quedaba más remedio, pues así se de ellos, siempre lo amarían; y si un día le sucedía algo, sabía que los devastaría. Por esa razón no le gustaba crear lazos de cercanía con nadie más.
—No tengas ni la menor duda de que lo hago. Cuando quieras te digo cómo sales en mis sueños, o lo que me haces —solté en respuesta a lo que me dijo antes.
En ese momento le fue imposible contener la sonrisa por más que se mordió el labio, aunque negó con la cabeza y me dio la espalda para que no lo viera más. Ya entendía por qué era tan escéptico conmigo, sin embargo, yo le aseguré que no cambiaría con él a menos que me pusiera un alto porque lo incomodaba. Incluso lo enfrenté y le di la oportunidad de que me pidiera parar con mi forma de ser, no obstante, se quedó en silencio.
Esa fue suficiente respuesta para mí.
Y, si dejé de provocarlo en ese instante, fue únicamente porque recibí un mensaje de texto de Félice en el que me avisaba que ya se encontraba esperándome abajo.
—Bien, mon rat, llegó la hora de marcharme —le avisé cogiendo mi maleta y el enorme bolso donde llevaba algunas cosas que necesitaría para las fotografías.
—Deja eso, yo lo llevo por ti. —Alcé una ceja porque ya sabía que él no quería que Félice lo viera, así no lo identificaban como mi escolta, por lo que me extrañó su ofrecimiento—. Hasta el lobby —aclaró al notar mi duda.
Permití que hiciera lo que quería y cuando íbamos en el ascensor notaba sus ganas de no dejarme marchar con Félice sin él, sin embargo, debía mantenerse en el anonimato, ya no solo porque yo así lo pedí desde que mis padres decidieron ponerme guardaespaldas, sino también para no llamar la atención ni poner en sobre aviso a personas que quisieran aprovecharse de quién era mi familia, para cobrarles unas cuantas cosas, o para lucrarse de alguna manera.
Ya era suficiente con que lo supieran Larissa y Ángel.
—Aprovecha a buscarte una chica ahora que te librarás de mí —le aconsejé en cuanto estuvimos en el lobby, aunque ya tenía claro que él se mantendría cerca de mí, pero igual quise provocarlo—. Y folla mucho para que se te quite esa cara de culo.
Bufó en respuesta, como se le estaba haciendo costumbre. Le guiñé un ojo tras coger mi maleta y bolso que él cargó por mí y me encaminé a la salida, presintiendo por un instante que me tomaría del brazo para no dejarme ir.
Sonreí triunfante cuando no lo hizo.
Vi a Félice dentro de una camioneta blindada al salir. Y no me extrañó, de hecho, lo esperaba, puesto que la familia de su marido era millonaria y por obvias razones debían cubrirse las espaldas.
—¿Lista para esta aventura? —me preguntó emocionada, su chofer se había apresurado a tomar mis cosas y tras agradecerle abrí la puerta de la camioneta por mi cuenta para subirme en ella.
Como siempre, Félice lucía impecable, con clase, muy hermosa. Era de esas mujeres que a pesar de nadar en dinero no se comportaban como unas cretinas y por eso me caía muy bien, sin contar el encanto que la acompañaba siempre.
—¿De verdad será una aventura? —bromeé y se sonrojó con pena, puesto que fui su último recurso.
Y no me molestaba para nada, a decir verdad, me sentía muy cómoda con las personas que podían darte tu amistad sin obligarse a incluirte en todos sus planes. Eso no era necesario, a mi punto de vista, prefería poder contar con ellas en las malas.
—Te prometo que el caos solo será en ambas fiestas —Correspondí a la sonrisa que me regaló, ya que eso ni ella se lo creía.
Acto seguido le pidió a su chofer que se pusiera en marcha y me notificó que viajaríamos al viñedo vinícola en helicóptero para llegar más rápido. Asentí en respuesta y por un momento sentí su mirada puesta en mí, aunque no supe la razón ni pude preguntarle de inmediato porque comenzó a contarme que su familia la visitaría y estaba muy emocionada, pues a uno de sus hermanos no lo veía desde el cumpleaños cinco de su hija y le ilusionaba que, incluso con su agenda ajetreada, él hubiese hecho tiempo para acompañarlos en el festejo seis de su sobrina.
—Ya no soporto la curiosidad. —Me dijo Félice por medio del intercomunicador que teníamos puesto, ya en el helicóptero. Francia se miraba más hermoso desde el cielo, el paisaje era indescriptible—. O tu familia tiene mucho dinero, o tú mucho orgullo.
—¿Por qué dices eso? —pregunté entre risas.
—No te sorprende el lujo, eso me indica que estás acostumbrada a él —señaló. Entendí que lo decía porque desde que nos conocimos nunca me vi afectada por su presencia ostentosa. Jamás me llamaron la atención sus bolsos o ropa de diseñador, y menos las joyas que utilizaba—. ¿O ya habías visitado Francia?
—No, es mi primera vez —acepté—. Y tengo ambas cosas, Félice —añadí, refiriéndome a su primer comentario y me reí por su sorpresa.
—Pero no orgullo del malo.
—Todavía no cantes victoria sobre eso —aconsejé haciéndola reír.
Terminé comentándole que mis padres eran dueños de la compañía de construcción más grande en toda América, manteniendo en secreto el poder que ostentaban por ser líderes de dos organizaciones anticriminales. Además, satisfice su curiosidad al explicarle que no me crie siendo una amante del vestuario de diseño, ya que, desde pequeña me la viví con uniformes de artes marciales. En la familia, Leah era quien se desvivía por todas esas cosas banales, aunque eso no significaba que mi ropa y todo lo que usaba no era caro.
No obstante, nunca me fijé en el precio de las cosas, sino en que me gustaran.
—¡Wow!
—¡Alléluia! —exclamó Félice después de mí, al percatarse de mi reacción cuando nos bajamos del helicóptero—. ¡Te juro que creí que no te sorprenderías con nada! —gritó para que la escuchara por encima de las hélices todavía girando.
—¡Mujer, puedo tener mucho orgullo y mis padres tanto dinero como tu familia, pero vendría de otro mundo si esta vista no me impactara! —declaré
El castillo que tenía frente a mí era de ensueño, hecho de piedra, con un foso perimetral que lo rodeaba, en el que brillaba el agua cristalina; con su barbacana, muros y torres, lo que me dio a entender que también poseía su patio interior, igual que como los veía en las películas.
—Los Lefebvre lo han ido remodelando, aunque siempre mantienen la fachada original del castillo —me informó Félice, ella seguía divertida por mi rostro embobado.
—Te juro que imagino que estoy entrando a otro mundo —acepté, girando en mi eje para admirar la majestuosidad de los surcos interminables de uvas que recubrían buena parte del terreno.
Sin pensarlo o solicitarle permiso, saqué mi cámara y comencé a sacar fotografías. Félice posó para mí, lo que me dio la tranquilidad de que no estaba abusando. Y tras eso, como la excelente anfitriona que era me dio un recorrido rápido por el castillo. La bodega de vinos fue otro lugar que me dejó con la boca abierta, también me mostró dónde se llevarían a cabo las fiestas, que era un jardín precioso y juntas deliberamos lo que pretendía hacer con una zona que destinaría para el photocall.
Acto seguido, me presentó a parte de su familia política que ya se encontraban presentes en el castillo. Estaba demás decir que los Lefebvre eran personas muy refinadas, los suegros de Félice (Étienne y Blanche), resultaron ser personas chapadas a la antigua, pero sus cuñados se mostraban más liberales. Eso sí, todos fueron muy educados conmigo y me dieron un recibimiento del cual no podía quejarme, sobre todo Beau (un tipo muy guapo, había que decirlo), quien me agradeció por salvarles parte de la fiesta.
La habitación en la que me instalaron era maravillosa, con ese toque medieval mezclado con la modernidad del momento que por un instante me hizo desear tener poderes para viajar a esa época.
—Ahora mismo quisiera estar usando ropa interior de la edad media, de seguro así no te asustarías, mon rat —le dije a Michael, cuando me puse frente al espejo, para que viese mi reflejo en él por medio de la cámara del arete.
Me reí al imaginarlo rodándome los ojos.
Me había puesto una bata luego de tomar una ducha, en breve me uniría a los Lefebvre para la cena, pero quería comunicarle a mi guardaespaldas que estaba bien, que me viese, sobre todo, así comprobaba con sus propios ojos que su protegida seguía a salvo.
—El castillo en el que estoy es todo un sueño y la familia anfitriona me ha recibido muy bien.
Más les vale.
Sonreí cuando mi móvil, posado en el tocador, se iluminó con ese mensaje que leí desde la barra de notificaciones.
—Conque me estás espiando, eh, picarón —lo chinché—. ¿Tenías la esperanza de verme desnuda frente al espejo? ¿Debo asustarme por tener un acosador?
Hago mi trabajo, Patito insoportable.
Y soy tan inofensivo en el sentido acosador, como la acosadora personal que yo tengo.
Solté una carcajada al leerlo, porque estaba claro que se refería a mí.
—¿Tu trabajo es tratar de verme desnuda?
He visto mejores cuerpos desnudos.
—Lo dice el tipo que estaba con la baba de fuera y una tremenda erección, la noche de mi debut como voyeur en Reverie —Solté tal cosa con todo el orgullo que me caracterizaba, junto a una sonrisa cabrona por la respuesta tan pobre con la que Michael quiso bajarme el ego.
Fue por tu acompañante.
Si alguien pasaba por el pasillo donde se encontraba mi habitación, me tacharía de loca, puesto que la sonora carcajada que solté fue demasiado escandalosa hasta para mí, pero de verdad me causó gracia que Michael tratara de defenderse con tal cosa.
—Vas a tener que decirme eso mirándome a los ojos cuando volvamos a vernos, ratoncito. Porque no te crees ni tú mismo la mentira que acabas de soltarme —advertí y casi lo escuché bufar con solo imaginarlo.
¿Conque eso significa ese mote francés con el que me llamas?
—No cambies el tema.
Te crees mucho, y no te daré alas para que sigas creyendo que mi erección fue por ti.
—Micky, fue por mí —zanjé—, pero no estás preparado para aceptarlo, lo entiendo. Y no es necesario que me des alas, ya las tengo. —Le guiñé un ojo tras decir eso.
Como sea, Patito engreído.
Por cierto, ya estoy cerca de ti.
—No tan cerca como yo quiero.
Joder, Abigail. ¿Cuándo me dejarás ganar una conversación?
—Nunca —declaré.
Sonreí con orgullo, sabiendo que él también lo estaba haciendo, aunque con ironía, eso era seguro.
Lo dejé después porque debía prepararme y una hora más tarde me hallaba con Félice y su familia en un enorme comedor, cenando un platillo típico de la zona entre anécdotas e historias por parte de Étienne, quien se apasionaba al contarme cómo hizo crecer el legado de su padre luego de que este murió y la presidencia del imperio vinícola pasó a sus manos. Un legado que estaba deseando que su primogénito Beau hiciera crecer más que él.
En esa cena me enteré de que, a pesar de jubilarse como presidente del vino, no dejaría aún su trabajo como director general de las academias educativas, pensaba dedicarse un año más a ello hasta que su hija menor estuviera preparada para tomar el cargo.
Horas más tarde me despedí de ellos para retirarme a descansar, esperando que con esa charla Michael se sintiera más tranquilo y dejara esa idea de que me fui a meter a la boca del lobo sin él, aunque ya lo estaba comprobando, pues me envió un mensaje durante la cena en el que me avisaba que los Lefebvre no contaban con máxima seguridad alrededor de los terrenos del castillo y el viñedo, como él supuso.
Al día siguiente tuve el honor de conocer a Beau junior y Coralie, los hijos de Félice y Beau, quienes llegaron al castillo junto sus abuelos maternos Thierry y Élodie, estos resultaron ser más encantadores que su hija, y los niños, unos diablillos que me enamoraron con sus ocurrencias. Todos me hacían sentir como si fuera parte de la familia y llegado a ese punto, el viaje me estaba encantando.
—Si siguen así, las fotografías serán solo de ustedes si no dejan de posar para Abby —Félice regañó a sus padres y yo me reí.
La fiesta en honor a Étienne había dado inicio y Élodie junto a Thierry se adueñaron del photocall, posando para mí como la pareja enamorada que demostraban ser. Me recordaban mucho a mis padres en ese sentido.
—No hay nadie que luzca mejor que nosotros en esta fiesta, así que vamos a aprovecharlo —aseguró Thierry y Félice chasqueó la lengua.
El señor no mentía, pues él era muy guapo y su esposa ni se diga. Viéndolos a ellos había comprobado por qué Félice era tan hermosa, quien, por cierto, logró llevarse a sus padres del photocall y con eso les dejó chance a otros invitados que querían una fotografía personalizada, antes de que yo me fuera a rondar por el lugar para sacar imágenes de todo el evento.
Los meseros caminaban de allá para acá con charolas llenas de copas de vino o aperitivos, a ellos también los capté, pensando en un álbum superdetallado que quería hacer de ese evento.
—¿Estás cerca, Micky? Pregunto porque soy capaz de sentir una mirada en mí que me está erizando la piel. Y ahora te estoy confesando que tu mirada ya ha tenido ese efecto en mí —musité, sabiendo que me escuchaba.
Me hallaba caminando por todo el jardín, captando imágenes de los invitados, de los detalles, de todo; y ya era la tercera ocasión que mi piel se ponía chinita por la sensación de alguien observándome, pero no había notado quién era.
Te vigilo por medio de prismáticos, estoy muy lejos para que sientas mi mirada.
Leí su mensaje luego de que mi móvil vibró.
—Entonces tengo otro acosador, o acosadora —señalé.
Me guardé el móvil para revisar una imagen que capté sin ponerle demasiada atención (porque fue en ese momento que mi móvil me avisó del mensaje de Michael) y casi me voy de culo al verla a detalle.
¡Cavolo!
La garganta se me secó enseguida, el corazón se me aceleró y comencé a hiperventilar, incluso las manos me temblaron porque inmortalicé en mi fotografía a un hombre alzándome su copa de vino con una sonrisa cabrona en el rostro y, cuando alcé la mirada para comprobar si seguía en el mismo lugar, sufrí un pequeño paro cardiaco.
—Luxure —susurré, encontrándolo todavía allí rodeado de otros dos hombres. Estaba bebiendo de su copa, emanando la dominación que conocí en Reverie, demostrándome que incluso en una fiesta tan común exudaba poder y lo sabía manejar como si hubiese nacido y crecido con ello.
Respirar se me hizo más difícil en el momento que ese hombre sintió mi mirada y me buscó, guiñándome un ojo, diciéndome con ese gesto: sí, soy yo.
Oddio.
Él era la última persona que esperaba ver en esa fiesta.
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Buenos días.
Querido mío.
Mi ratoncito.
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Parece que el destino sí quiso volver a cruzar los caminos de Abby y Luxure *inserte carita pícarona*
No tienen idea de cuánto he gozado el desarrollo de este libro. Detallar el proceso que convirtió a este patito en un hermoso cisne ha sido la mejor decisión que he tomado, porque el día que pausé Abigail (la historia que la mayoría conoce) no fue porque ella no mereciera mi tiempo, sino porque merecía más de lo que estaba dándole.
Así que ahora soy completamente suya, así como ella, Andrea, Michael, Jacob y cada uno de los personajes de este libro son totalmente míos. Y la, o el, que diga 'nuestros' le bloqueo -_-
Es broma :-)
Posdata: Si se dan cuenta de que hace falta alguna palabra, avísenme por favor, ya que Wattpad me las borra a veces, o las une.
Ahora sí, he cumplido. Capítulo 3 de 3. Nos leemos de nuevo el lunes, mi gente. Gracias por su apoyo y no dejen de votar por cada capítulo.
Feliz fin de semana.
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