Capítulo 2

"Un crisantemo protegerá a su especie por encima de todas las cosas."

Norma número 1 de la Tabla de Mihai.

El reloj digital marcaba las diez y veintiocho. Clara lo comprobaba cada segundo, pero el tiempo no transcurría más deprisa. Llevaba un cabreo de mil demonios y se esforzaba enormemente para que Lucas no se diera cuenta. ¿Desde cuándo había montada toda una base de investigación en el sótano del Palau de la Nit? Se sentía tremendamente estúpida por la ser la única de todo el clan en no conocer esa información.

—Cálmate, a mí me lo contaron hace un par de meses.

—¿Eh? —Miró al chico sin comprender.

—Mueves la pierna muy deprisa —dijo él—. Sé que estás molesta y tratas de ocultarlo.

—No es verdad.

—Si tú lo dices...

Lucas no la miraba, solo escuchaba el roce del pantalón de Clara cada vez que su pierna temblaba. Siempre que se reprimía, su mal genio acababa saliendo por otro lado. Esbozó una sonrisa ladeada mientras seguía centrado en sus quehaceres.

Clara acababa de conocer a Holmes y se había llevado una tremenda sorpresa al descubrir que este no era más que un complejo programa informático. No se llamaba realmente como el detective más famoso de la literatura inglesa —ese mote había sido aportado por Lucas—, sino que su denominación era algo así como B12KH0 o E11HK0.

El programa había sido diseñado por un vampiro especializado en informática. Y no un simple graduado: el creador del Sherlock —Clara prefería el nombre de pila, sentía que así conectaba mejor— era una criatura inmortal que había conocido los enigmas y entresijos de la tecnología desde su primera aparición. Por ello, Sherlock Holmes era eficaz e infalible. Su principal función consistía recopilar clandestinamente las bases de datos de todas las Administraciones de Justicia de los Estados Miembros de la Unión Europea. Gracias a ello, el Clan Crisantemo tenía acceso a la lista interminable de criminales con orden de búsqueda y captura en paradero desconocido. Un recurso de lo más útil para encontrar alimento.

—Entonces ¿Sherlock tiene registrados a todos los delincuentes del mundo? —preguntó ella, señalando al ostentoso ordenador con desgana.

—Todos no, solo los que están en búsqueda por las autoridades. Además, no solo recoge su identificación, también hay datos personales, familiares, antecedentes penales... —Mientras hablaba, abría archivos a una velocidad impresionante, buscando entre tanta información a la víctima perfecta.

—¿Qué delincuentes no están en búsqueda por las autoridades?

—Los que están cumpliendo condena en un Centro Penitenciario o los que ya la cumplieron y están en libertad. También los delincuentes cuyos crímenes aún no han sido descubiertos.

Lucas hablaba con seguridad y un vocabulario bastante técnico para ser un muchacho amante de la buena literatura y no del derecho. Eso le hizo pensar a Clara que el chico había bajado al sótano demasiadas veces. Le dio un poquito de envidia.

—Me lo explicó Arcadio —confesó en un murmullo, como si pudiera leer la mente de Clara.

—¿Arcadio? —Ella recordó al vampiro en cuestión que respondía a ese nombre. Uno de los grandes, barbudo y corpulento—. ¿Por qué Arcadio te explicó todo esto a ti y a mí no?

El rubio apretó los labios y miró en todas direcciones, evitando los ojos iracundos de su persona favorita.

—Lucas, mírame.

Y la miró. Y sonrió dulcemente. Y se mordió el labio inferior de una forma muy atractiva.

—No me pongas esa carita de niño bueno. A mí no se me olvida que llevas dos meses sabiendo todo esto y ni te has dignado a comentarlo. 

—Arcadio dijo que no lo hiciera.

—Arcadio dice que cada uno debe dormir en su ataúd y tú vienes todas las mañanas al mío porque no tienes sueño y te aburres.

Lucas siguió sonriendo y mostrando esa expresión traviesa que divertía a Clara. Ella terminó por ignorar la deslealtad de su mejor amigo y se sentó junto a él y frente al ordenador.

—Bueno, ¿ahora qué? ¿Elegimos uno y vamos a cazar?

—Casi. Elegimos uno y consultamos a Watson. —Lucas no le quitaba el ojo de encima. No lo haría hasta que la viera sonreír.

—¿Me tomas el pelo? ¿También hay un Watson?

El chico profirió una sonora carcajada y pasó su brazo por alrededor del cuello de ella. Rendida, Clara sonrió ligeramente y se apoyó en su hombro. Durante los últimos cincuenta años, tenía la impresión de que la cercanía de Lucas le hacía demasiado feliz. No era nueva y sabía lo que aquello significaba: él le gustaba en el sentido romántico del verbo. Sin embargo, había decidido que ni en broma se arriesgaría a quebrar la amistad más verdadera que había tenido en veinte años de vida y cien de muerte por culpa de sus incontrolables hormonas. Ellos estaban bien tal y como estaban.

—Tenemos la identidad de los delincuentes en Holmes —explicó Lucas, ajeno al dilema interno de la vampiresa—, pero no su ubicación. Si las autoridades supieran dónde están estos criminales, ya les habrían detenido, ¿no crees?

—Tiene sentido.

—Watson es otro programa informático creado por y para vampiros. Recoge rumores, chismorreos o chivatazos. Los nuestros dicen haber visto a alguien en un lugar y Watson guarda la información.

—Así que, Holmes nos dice quién y Watson, dónde.

—Exacto. —Apoyó un momento su mejilla en la cabeza de ella—. Eres una chica muy lista, zanahoria.

Clara alzó la mirada hacía él. Estaban demasiado cerca, así que deshizo el abrazo y buscó con sus ojos rojos la pantalla del ordenador.

—¿Qué tal esa?

Lo único que pretendió la joven vampiresa al señalar la imagen fue romper esa tensión romántica inmediatamente. No esperaba que su elección fuera a ocasionar todos los problemas que ocasionó y mucho menos quiso poner en peligro a la persona más importante de su eternidad.

La culpa fue del azar, pero las consecuencias las pagaron ellos.

—María Zurriaga de la Rosa —leyó Lucas—. Originaria de Ferrol, en la provincia de La Coruña, España.

—¿Qué edad tiene?

—Aquí dice que nació en 1993.

—Eso son veintinueve años, Lucas.

—Ya lo sé, no me has dado tiempo a decirlo. —La miró de reojo, fingiéndose ofendido—. Veamos su expediente.

Clicó con el ratón y una barra horizontal ocupó el centro de la pantalla para ir completándose progresivamente. La pareja esperó paciente, pero Clara tenía una sensación extraña. A continuación, una extensa hilera de oraciones junto con la imagen nítida de una hermosa joven de mirada vacía y rostro aniñado, invadió todo el espacio disponible.

Cualquiera que la viera pensaría que era inofensiva. Con esa sonrisa dulce, dientes blancos y perfectamente alineados, el cabello rubio y sedoso cayendo sobre sus hombros, unos enromes ojos color miel y ese aspecto inocente que tienen las niñas de dieciséis años que no han roto un plato en su vida, María Zurriaga parecía la viva imagen de la pureza e inocencia. Pero si uno se fijaba bien, podía apreciarlo: en el pozo negro que eran sus pupilas se escondía un vacío de sentimientos y la auténtica crueldad del ser humano.

—Joder... —murmuró Lucas—. ¿Estás leyendo lo mismo que yo?

No, Clara no había leído todavía la clase de monstruo que se exhibía en pantalla. Seguía hipnotizada por la mirada fría y sin empatía que se mostraba en la imagen. Lucas se desplazó hasta la otra punta del sótano, donde otro monitor aguardaba. Clara echó un breve vistazo e imaginó que aquel debería ser Watson.

Dejando a su amigo hacer lo que tuviera qué hacer con ese otro programa informático, la atención de la más joven volvió por completo a la ficha personal de María Zurriaga.

Menudo pasado tenía ese condenado demonio del Infierno.

Según lo plasmado en el soporte electrónico, la tal María era hija de Tomás Zurriaga Gómez y Almudena de la Rosa Ortega, una pareja en la actualidad divorciada. En lo que a  él se refería, constaba un amplio registro de denuncias por  violencia doméstica. De infancia triste y desatendida, María cometió su primer delito a los dieciséis años, cuando fue condenada ejecutoriamente por homicidio imprudente. Según Holmes, se peleo con otra niña en un parking cercano a una discoteca, ocasionándole una muerte accidental cuando en un mal golpe la víctima cayó al suelo y su cráneo golpeó el borde de una acera.

A partir de aquello, a María se le impuso la medida de internamiento en un Centro de Menores, ya que la minoría de edad le impedía ser juzgada de otra manera. De su estancia en el establecimiento no constaban incidentes, pero Clara imaginaba que las cosas no habrían sido fáciles para la pequeña María. Nada es nunca fácil para una adolescente que está sola.

Salió al cumplir los dieciocho, en 2011. Aquí es cuando la vida de Zurriaga se convirtió en un auténtico culebrón de película de tarde de domingo. Constaba, solo en 2012, un total de seis detenciones por delitos menores de hurto, estafa y lesiones. Entrando en el 2013 la cosa se puso fea: robo con violencia en una tienda de ultramarinos, lesiones agravadas al seguridad de un pub y desobediencia a la autoridad. Cumplió condena en el Centro Penitenciario de Tejero por un par de años y cuando salió, por algún motivo desconocido para Clara, se trasladó a Barcelona.

Grandes ciudades equivalen a grandes hazañas, así que María entró en el juego de los peores criminales a partir de 2015. La Policía Judicial emitió una orden de detención en 2020 por delitos presuntamente cometidos en relación al tráfico de drogas, trata de seres humanos, proxenetismo y tráfico de órganos. Las historias seguían largo y tendido.

María era una jodida embaucadora. Se inició dando con la clientela idónea para la venta de drogas y en cierto punto debió sentir que aquello se le quedaba pequeño, porque de pronto, no era drogadictos lo que buscaba, sino personas  en situación de vulnerabilidad. Colaboraba con organizaciones criminales captando potenciales víctimas de esclavitud sexual o para extracción de órganos.

María Zurriaga no tenía límite y, mucho menos, moral.

—Vístete.

—¿Eh? —Como salida de una sueño, Clara miró a Lucas, desconcertada.

—Ya me has oído. Ponte ropa negra, recógete el pelo en una trenza y cúbrelo con un gorro. El rojo no, es demasiado vistoso. Vamos a cazar a ese monstruo.

Tragando saliva, ella asintió y subió a su cuarto. Sus fantasías empezaban a cobrar vida y no sabía cómo sentirse al respecto.

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