Capítulo 19
"Quizá el colibrí no pueda escapar de su jaula a la luz del día. Quizá tenga que convertirse en murciélago y buscar el abrigo de la oscuridad para liberarse"
Jack Bridge, 31 de abril de 1922
Las luces de neon de la Sala Apolo iluminaban todos los rincones y ninguno al mismo tiempo. No era la primera vez que Clara y Lucas entraban en el local, pero sí era la primera vez que lo hacían con la finalidad de encontrar a una forajida traficante de órganos y seres humanos para obligarle a ingerir una pócima mágica que le introduciría el vago recuerdo de haber asesinado a la hija de un político español.
Acceder al recinto había sido de lo más sencillo, pues, al parecer, Hernán conocía a todo el personal con independencia de cuan importante fuera su cargo. La verdad es que casi todo el mundo le adoraba, salvo las chicas guapas. En consecuencia, fue cuestión de un visto y no visto que el trío cruzara la puerta trasera de esa conocida sala de conciertos sin impedimentos.
—¿Veis cómo soy el mejor? —dijo Hernán nada más traspasaron el umbral—. ¡Estamos dentro! ¿A qué es bonito? La Sala Apolo es un viejo teatro, ahora dan conciertos, espectáculos de burlesque, fiestas... En unos minutos iremos donde está todo el ajetreo, pero antes será necesario hacer una paradita en los vestuarios. Os daré la ropa idónea para entrar en el recinto principal.
—¿Cómo que nos darás ropa? —inquirió Lucas, hostil.
A Hernán no le estaba gustando mucho el carácter del vampiro desde que habían salido de casa de las brujas.
—A ver, paliducho, ¿crees que puedo entrar vestido en chandal a un club nocturno? —dijo el camarero señalándose el atuendo—. Si nos cruzamos con mi jefe, me despedirá. No es cuestión de ponernos guapos, si no de pasar desapercibidos. —Señaló un extenso pasillo vacío que en teoría conducía hasta la sala en que la gente bailaba—. Allí solo se entra con camisa y americana.
—Imagino que en mi caso con vestido y tacones será suficiente —intervino Clara por primera vez desde que habían entrado.
A Hernán tampoco le gustaba la actitud de la pelirroja desde que Lucas le había confesado que el inglesito ese también le había transformado en chupasangre a él también.
Lo cierto era que vampiro y vampiresa habían pasado la última hora y media en silencio, cada uno enfrascado en sus recuerdos. Era comprensible, pues la revelación en casa de las brujas Blackwitch había tambaleado los cimientos de su relación.
Después de que Laurie interrumpiera la narrativa de Clara y posterior sospechosa coincidencia de Lucas, un silencio cortante se había instaurado en aquel salón de muebles viejos y objetos mágicos. La bruja sostenía entre sus manos un bote de cristal y en su interior se revolvía, imitando las olas del mar, el líquido azul y brillante que alteraría la mente de María Zurriaga. No obstante, por razones evidentes, Clara y Lucas habían perdido completamente el interés en esa mágica bebida.
—¡¿Por qué has tenido que entrar?! —había preguntado Hernán en susurros a la bruja.
El camarero recordaba lo extrañamente nerviosa que se había puesto Laurie. No le dio respuesta, solo se mordió incontrolablemente el labio inferior, ensuciando así sus blancos dientes con labial negro. Miraba muy atenta la batalla de miradas confusas entre Clara y Lucas.
—¿Cómo moriste, Clara? —había interrogado el vampiro a su amada en a penas un leve murmullo.
—Yo... —Los ojos rojos de la cuestionada miraron al que hacía prácticamente unos segundos antes consideraba la personificación del amor y la confianza como si fuese un completo desconocido—. ¿De qué conoces tú a Jack Bridge?
Él abrió la boca para contestar, pero inesperadamente Bridget salió de la cocina a toda prisa y se interpuso entre ellos dando saltos de alegría. Hernán recordaba haber lamentado también su interrupción. Qué inoportunas eran las brujas.
—¡La he encontrado! Está en la Sala Apolo ahora mismo, en un reservado con dos hombres...
Y al mentar el nombre de su lugar de trabajo, Hernán recordaba haberse despistado y participado de la interrupción del relato de Clara él también.
—¿Cómo dices, rubia? ¿La zurullo esa está en la discoteca Apolo? No jodas, si yo trabajo allí todos los viernes. ¡Conozco a todo el mundo!
Tras aquel breve intercambio de información y regresando de una realidad alternativa en la que Clara intentaba hacer encajar las piezas del puzzle del pasado, la vampiresa analizó lo dicho por ambas partes y comprendió que acababa de presentarse una maravillosa oportunidad.
—¿Puedes colarnos?
Y cómo si la pregunta fuera ofensiva, Hernán recordaba adoptar un semblante indignado y llevarse una mano al pecho en un gesto dramático.
—Pues claro y espero que con este maravilloso favor que puede costarme mi empleo soñado, me devuelvas el móvil y abandones junto a tu novio mi puto piso, por favor.
Lucas contemplaba la escena anonadado. No sabía si le estaban tomando el pelo o simplemente tanta acción y secretos desvelados le estaban volviendo loco.
—¿Qué? ¿Esto es una broma? —Había levantado la voz buscando el apoyo de Clara—. ¿De verdad vamos a dejar esta conversación a medias?
Para ser Laurie la menos habladora de las tres brujas, Hernán se había sentido increíblemente sorprendido al verla interceder en la conversación con la rapidez de un ave rapaz.
—Los efectos de la pócima solo funcionan los primeros tres días y mi hermana ha encontrado el paradero de María Zurriaga en este preciso momento —dijo con su voz ruda y tosca—. Recordad que esto es una favor que hacemos a Fey. Tenemos una política muy estricta con respecto a nuestras relaciones con los miembros del Clan Crisantemo. Atenderos a vosotros en esta ocasión es la única excepción que haremos.
Algo olía raro en esa historia, en la actitud de Laurie, en el silencio de Bridget y en la ausencia de Agatha. Sin embargo, Clara y Lucas estaban demasiado exhaustos para darse cuenta y Hernán, simplemente era Hernán.
—Tenéis toda la eternidad para hablar de vuestros pasados —añadió Bridget—. ¿De verdad vais a tirar esta oportunidad por la borda solo por ser impacientes?
Si algo tenía la pareja claro desde el principio, era que el exilio no terminaría hasta que solucionaran el caso Bartolomeu y el piso de Hernán no podría ser su refugio eternamente. Recogieron la pócima, pagaron el precio y, sin olvidar dar las gracias, vampiros y humano salieron a la oscuridad de la noche camino de uno de los clubes nocturnos más importantes de Barcelona.
En conclusión, Hernán tenía buena memoria, pero una capacidad nefasta para detectar incoherencias. Lo cual nos conduce de vuelta al vestuario de la Sala Apolo y al camarero disfrazando a sus secuestradores.
—Yo creo que con el vestido granate de satén estas buenísima —confesó el humano mirando a Clara de arriba a abajo.
Supongo que lo decía porque apenas cubría más de lo indispensable. De cualquier forma, la vampiresa no estaba para discusiones insignificantes. No hacía otra cosa que mirar a Lucas de reojo. Sabía que debía centrarse en la misión, no podía olvidar que fue ella quien lo tiró todo por la borda la otra vez y que estaban en ese viejo teatro a punto de quedarse sordos escuchando música pop para solucionar su anterior desastre. Pero no podía evitarlo: su mente divagaba.
—Lucas, ¿de qué conoces a Jack Bridge?
Hernán y el aludido se giraron. Ambos se estaban probando diferentes camisas y abrochándose los botones de cara a un espejo vertical enclavado en la pared. Lucas dejó el trabajo a medias, con los tres botones superiores sin abrochar, para mirar a Clara con seriedad.
—No te puedo contestar a esa pregunta ahora —le dijo—. Si quieres un resumen, Jack es un auténtico malnacido. Me mató en 1721 por un estúpido capricho suyo y me abandonó en la más insoportable soledad. Ni siquiera se molestó en explicarme qué es ser un vampiro. Ya sabes, podría haberme enseñado a lidiar con la sangre o mencionarme que habían más criaturas mágicas en el mundo... No sé, unas pocas pistas me hubieran sido más que suficientes. Por suerte conocí a Fey un par de meses después de mi muerte. Él fue mi amigo desde el principio y me cuidó hasta 1832, cuando me uní a los Crisantemo.
»Aunque la verdad, Clara, es que estoy omitiendo cantidad de detalles en esta historia. —La sujetó de las manos con una mirada desesperada tintada en el rostro—. Te prometo que te lo voy a contar todo. Palabra por palabra...
—Pero primero tenemos que terminar esto —completó la frase ella, suspirando—. Está bien. ¿Cuál es el plan?
No había nada de eso, y esto era así porque uno no se hace criminal profesional de la noche a la mañana y nunca antes Lucas había tenido que envenenar a otra persona. Él había matado de frente, armando escándalo. Véase Lucía Bartolomeu como claro ejemplo.
—Hay que entrar en el reservado y poner la pócima en la copa de María, tal y como nos dijo Fey.
—Bien, Luquitas, ahí llego yo también, pero habrá que ver cómo lo hacemos... —matizó Clara.
Sorprendido por que nadie le hubiera propuesto como salvador de esa situación, el humano aplaudió un par de veces hasta captar las miradas de las dos criaturas nocturnas que habían jodido sus últimas veinticuatro horas.
—¡Eh, chavales! —gritó—. Me parece un insulto que no hayáis pensado en mí. ¡Soy camarero y trabajo aquí los viernes! A lo mejor incluso conozco a esa delincuente si es cliente habitual.
—No te ofendas, Hernán, pero esto es una cosa seria —dijo Clara de brazos cruzados.
—Ya sé que es seria —Y, efectivamente, se ofendió—. ¿Crees que me gusta estar incomunicado en mi casa con dos secuestradores vigilándome a cada paso? Tengo más ganas que vosotros dos de que terminéis con este drama de una vez, para que volváis al lugar al que pertenecéis y me permitáis seguir con mi vida.
Fue increíble ser testigo de cómo Hernán podía pasar de niño humorista completamente desorientado a mente maestra organizadora de planes suicidas. Por su manera de juntar las cejas y la carencia de una de sus socarronas sonrisas pintada en la cara, Clara pudo constatar que sí, se lo estaba tomando muy enserio.
—Enseñadme quién es esa tía —ordenó el camarero cuál sargento dirigiéndose a su batallón.
—Ya te lo hemos dicho, se llama María Zurriaga. La última vez que la vimos llevaba el cabello corto y teñido de castaño oscuro...
—Para ser cazadores de humanos, los dos sois un puto desastre —soltó Hernán, interrumpiendo bruscamente a Lucas—. Es una traficante de órganos en busca y captura, ¿no? Tendrá dos millones de identidades falsas, se hará cambios de imagen cada tarde, tendrá contactos por todo el país que le ayudarán a escaquearse de la policía... ¡Quiero una foto o no podré ayudaros!
Rápida como el viento, Clara exhibió una imagen de prensa frente a Hernán, sosteniendo su teléfono móvil a la altura de sus ojos.
—No me jodas...
—¿Otra causalidad? —murmuró Lucas—. ¿Acaso aquí nos conocemos todos?
—Está tía es la Berta —pronunció el nombre con un descarado acento catalán—. ¡Deja unas propinas millonarias la condenada! Joder, ya sabía yo que tanto dinero en efectivo era sospechoso... Aunque, siendo sincero, de ahí a pensar que es una traficante...
—Entonces, ¿ella te conoce? —preguntó Clara—. Eso no es bueno...
—¡Hostia que no! Es cojonudo. Llevo sirviéndole desde hace meses, ni sospechará de mí —dijo Hernán—. Además, lo sé todo sobre sus gustos, bueno, sus gustos nocturnos, ya me entendéis...
Lucas y Clara se miraron interrogantes. La verdad es que no comprendían ni una palabra de las que decía Hernán.
—Me refiero a qué sé que drogas consume, con qué tipo de chicas le gusta irse a la cama y cuál es su bebida favorita —El camarero se encogió de hombros—. Gajes del oficio.
Estupefactos, los vampiros enmudecieron. Resulta que Hernán sí era una caja de sorpresas. Trabajar en un local tan prestigioso como la Sala Apolo, donde bien podía ir Alejandro Sanz a tocar un concierto o Pablo Escobar a esnifarse una raya de coca, le había enseñado a tratar con toda clase de personas: la mayoría de la clientela no tenía las mismas costumbres durante la noche que durante el día y Hernán podría testificar en miles de juzgados sobre la cantidad de ilegalidades que había presenciado y no había contado a nadie.
—¿Cómo que chicas? ¿Es que le llevas prostitutas o algo así? —preguntó Clara, visiblemente afectada.
—¡No, no! Esto no es un burdel, solo una discoteca —aclaró Hernán—. No sé si has salido de fiesta alguna vez, vampiresa, pero la gente se desmadra con dos copas y, a veces, eso lleva enrollarse por las esquinas con el primer desconocido que pasa. —Después de ver que la cara iracunda de Clara no se alteraba ni un milímetro añadió—. ¡Consentido! ¡Todo consentido!
Ella rodó los ojos.
—Eso espero...
—Que sí, te lo juro. Aquí a veces nos hacemos los locos con las drogas menores, pero no escondemos violaciones o asesinatos y te aseguro que no se permite a nadie inyectarse heroína —Bajó la voz considerablemente—. Además, no sé por qué me justifico yo si vosotros pretendéis colgarle un muerto a otra persona.
Aunque Lucas y Clara eran criaturas de la noche, no acababan de congeniar con la idea de la música ensordecedora, alcohol, drogas y sexo. Ellos eran más de otro tipo de oscuridad: luna llena, criptas, cementerios, murciélagos y muerte. Sin embargo, la situación exigía adaptarse, así que no les quedó más remedio que confiar en Hernán.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Lucas.
—Bien, prestad atención —Hernán se arremangó la americana y se pasó una mano por el pelo, sonriente—. El reservado en el que siempre está la Berta...
—Dirás María Zurriaga —corrigió Clara.
—No, digo la Berta porque aquí se le conoce como la Berta. —Miró con una ceja alzada a la vampiresa—. Espero que no la llames por su nombre de nacimiento. Si lo haces, joderás el plan.
Ella se encogió de hombros y alzó ambas manos indicando redención. Luego con un gesto de la cabeza le invitó a proseguir.
—Como decía, el reservado en el que siempre está la Berta es un espacio cerrado, evidentemente. Se trata de un pequeño cuarto con sofás, mesas e intimidad del que gozan exclusivamente los privilegiados con dinero suficiente para pagar por ellos. ¿De qué carece ese paraíso de ricos? Muy sencillo: no tiene ni baño privado, ni tampoco barra. —Alzó sus ojos marrones y enfrentó los sangrientos de Clara—. Podemos dar por sentado que nuestro objetivó irá al aseo en algún momento durante la noche. Bien, pues justo al lado de los lavabos, hay una barra y allí estaré yo sirviendo copas y tú, angelito, bebiendo, solitaria y misteriosamente atractiva, un vermut.
—¿Yo?
—Sí, tú. —Hernán sonrió—. A la Berta le gustan las mujeres, especialmente las pelirrojas.
—Genial. —Clara rodó los ojos—. ¿Entonces la entretengo y le echó la pócima en la copa?
—No, angelito. La entretienes y yo sirvo la copa con la pócima. —El camarero desvió su mirada hacia Lucas—. Tú, amigo vampiro, estarás escondido en el reservado colindante. Llama a la policía en cuanto me veas servirles las bebidas, ¿entendido? Di que has escuchado a una chica alardear del asesinato de Lucía Bartolomeu y asegúrate de dar con exactitud esta ubicación.
—Entendido —asintió Lucas.
Los tres se miraron entre sí, nerviosos.
—Manos a la obra, seres de la oscuridad.
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