Capítulo 12
"Vi un rostro aparentemente imperturbable y tras su mirada sangrienta, escondido, el dolor de un pasado que pretendía ahogarla entre lágrimas de pena. Ella necesitaba un salvavidas y hasta que lo encontrara, podría conformarse con mi eterna compañía"
Lucas Sorní Moliner, 1 de abril de 1939.
Miraba la pantalla del móvil de forma intermitente cada cinco segundos. De alguna manera esperaba que haciendo eso el tiempo transcurriera más deprisa, pero no. Seguían siendo las cuatro y veinticinco y su turno de trabajo no terminaba hasta y media.
—Noi, et pago perquè treballis servint copes de dotze a quatre i mitja del matí, entens? No quatre i vint-i-cinc, ni quatre i vint-i-nou. Quatre i mitja.*
A Hernán casi de dio un infarto cuando la voz enfurruñada de su jefe llegó a sus oídos en forma de gritos a través de todo el escándalo nocturno de la música de la discoteca.
—Sí, senyor** —respondió automáticamente.
Los escasos minutos restantes los pasó sirviendo cócteles y bebidas variadas como un loco.
—¡Ey, Hernán! —Una chica despampanante de metro ochenta y pelo rubio le zarandeó del hombro—. ¡Ya te puedes ir!
El empleado se giró a observarla y no se molestó en disimular el hambre que la camarera le provocaba. Estaba buenísima y seguramente por eso la habían contratado en el local. Injusto pero cierto.
—Judith, siempre me da pena que tú y yo nos veamos solo para relevarnos en el trabajo. —Se apoyó en la barrada adoptando una pose sugerente—. ¿Por qué no salimos juntos esta semana?
Ella, de pronto seria y rodando los ojos descaradamente, le dio la espalda y se marchó a servir consumiciones.
A Hernán poco le importaba que las mujeres tuvieran, por lo general, una opinión nefasta de él. Tenía un mantra bastante útil: «quien la sigue, la consigue». Podía dar fe de que aquello solía funcionar una de cada cuatro veces que se le insinuaba al sexo opuesto y para él eso era más que suficiente.
Salió a la calle deseoso de llegar a su casa y dormir como un bebé. Odiaba trabajar de noches, pero tenía un alquiler que pagar y su compañero de piso le había dejado colgado hacía un par de días así que... Todo mal.
Pensaba en sus cosas cuando el móvil comenzó a vibrarle en el bolsillo del pantalón. Lo sacó con parsimonia y miró quien coño llamaba a esas horas. Su teléfono no lo identificaba.
Acostumbrado como estaba a dar su número e Instagram a cualquier chica medianamente atractiva, Hernán se arriesgó a descolgar. Más que nada por si esa noche la diosa Fortuna se portaba bien con él.
—¿Sí?
—¡Anda! Pensaba que no me lo cogerías.
Hernán sonrió. No tenía ni idea de quién le llamaba, pero su voz era femenina. Eso le alegraba física y emocionalmente.
—Pues te habrás llevado una grata sorpresa, preciosa.
La chica al otro lado de la línea no se rio.
—Ya, bueno... ¿Eres Iván, no?
—Eh, bonita, que me llamo Hernán, no Iván. —Se molestó el camarero.
Ella se carcajeó con ironía.
—¿Y yo cómo me llamo?
—Que voy a saber, preciosa, si no tengo guardado tu número. Tendrás que decírmelo.
Escuchó un bufido al otro lado de la línea y finalmente una respuesta.
—Soy Clara.
—Ah, ya me acuerdo de ti. ¿Eres la del concierto, verdad?
—No, idiota, soy la del tren.
Hubo de tomarse una breve pausa antes de responder, porque lo cierto es que Hernán probaba suerte con chicas guapas tantas veces a lo largo del día que solía hacerse un lío con sus identidades.
—¿No me recuerdas? —preguntó ofendida la tal Clara.
—Sí, sí... —fingió dándose tiempo para pensar—. ¿La morenita?
—Soy pelirroja.
—¡Ah, hostia! ¡El angelito! ¿Pero tú no querías cortarme el brazo?
—Qué bien que ya me pongas cara.
El tono de voz cargado de sarcasmo de Clara le resultaba bastante simpático a Hernán. Siempre lo había dicho, sus favoritas eran la chicas peleonas. Se apoyó en una pared de la calle, acomodándose para alargar esa conversación lo máximo posible. Si conseguía un polvo con ella podría considerarlo un auténtico milagro.
—¿Y qué haces llamándome a las cuatro y media de la madrugada? No me malinterpretes, es un placer saber de ti.
Ella hizo una larga pausa antes de contestar.
—He salido con unas amigas a... Pues, ya sabes, de fiesta y me apetecía... verte. No sé, he pensado en ti y te he llamado.
Cualquiera podría darse cuenta de que las palabras de Clara eran forzadas y ocultaban una llamada de auxilio. Cualquiera menos Hernán, que no veía porque no iba a querer algo con él la joven que amenazó con cortarle una extremidad después de rechazarle tajantemente.
—¿Y exactamente dónde estás? Puedo ir a buscarte —se ofreció él porque a caballo regalado, no le mires el dentado.
—Estoy en Barcelona. ¿Tú sigues en Mataró? Puedo subirme en el primer cercanías, creo que sale en media hora...
¿Estaba loco o había oído a esa diva despampanante ofrecerse a viajar una hora hasta un pueblo costero solo para verle a él? Cielos, la autoestima se le estaba subiendo como la espuma.
—No, preciosa, yo también estoy en Barcelona. Vivo aquí, a Mataró fui ayer porque me invitaron unos colegas...
—¡Oh! ¡Eso es genial! —le interrumpió ella—. ¿Pues qué te parece si quedamos en tu casa?
—¿Mi casa?
—A ver, Hernán, no es tan difícil... No voy a perder el tiempo coqueteando contigo porque, sinceramente, se te da fatal. Yo quiero lo mismo que tú, o sea, ir directa a la cama ¿está claro? Bueno, imagino que a tu edad no seguirás viviendo con tus padres, ¿no?
El humano miró al cielo y vocalizó la palabra «gracias, señor». Luego carraspeó para aclararse la garganta y reveló su dirección.
—Si así lo quieres, princesa, el papi Hernán te espera en la calle Conde de Urgell, justo frente al Mercado de San Antonio.
—Genial, papi, estoy allí en veinte minutos. Date prisa.
Y la enigmatica Clara colgó.
Hernán saltó tres veces y clamó un par de «toma ya» antes de echar a caminar con la sonrisa más amplia del universo a su cara. Ni sospechaba la que se le venía encima.
🧛🏻🦇🩸🧛🏻♀️
Clara andaba muy rápido porque temía que Hernán se rajara y la dejara colgada en medio de la calle.
—¿Cómo vas, Lucas? ¿Te duele mucho?
El rubio le intentaba seguir el ritmo, pero Mihai le había dejado músculos y huesos hechos papilla. Necesitaba dormir un rato para recuperarse, aunque aquello no sería posible si no encontraban un lugar en el que pasar el día. Si la luz del sol les pillaba deambulando por Barcelona, lo iban a pasar realmente mal.
—Sí, pero puedo aguantarlo. Oye, ¿qué vamos a hacer cuando el humano me vea contigo? Se piensa que quieres acostarte con él...
—Imagino que se llevará una decepción.
Lucas estaba demasiado mal para cuestionar el improvisado plan de Clara. Resulta que, al salir del Palau de la Nit y ser efectivamente exiliados, ambos habían recordado que casi la mitad de los alojamientos de la ciudad eran propiedad del clan.
Tenía sentido: si los vampiros eran criaturas nocturnas, la mayoría de hoteles, albergues u hostales debían ser propiedad de los más poderosos de Barcelona para garantizar que, en caso de alguna urgencia, pudieran encontrar refugio con rapidez y asegurarse de que no sufrirían las consecuencias del sol iluminando sus pálidas pieles muertas.
—El puto Mihai sabía que lo íbamos a pasar mal... —masculló él—. No sé por qué, pero ese viejo cabrón me odia.
—Yo tampoco entiendo a qué ha venido esa hostilidad hacía ti si he sido yo quién le ha desafiado. En fin, estamos jodidos y por eso me he ofrecido a llamar al número del idiota del tren. ¿Crees que me apetece meterme en su casa? De todos los humanos de Barcelona, teníamos que recurrir al más imbécil...
Lucas no dijo nada, pero sonrió. Le divertía ver a su amiga maldecir al humano.
—Mira, ahí está. —Clara señaló recto—. La verdad es que sus pintas han cambiado positivamente. Casi parece guapo, aunque solo tiene que abrir la boca para fastidiar el encanto.
Lucas miró al horizonte y frunció el ceño. El aspecto de Hernán no se parecía en nada al desganado en chandal y chaleco de la noche anterior. Ahora iba más arreglado, con pantalones de traje negros, camisa azul oscura y un abrigo largo y elegante encima. Seguía llevando un pendiente en la oreja y se escapaban los tatuajes por su cuello y manos, dandole un aspecto estilo David Beckham.
—Vamos allá —murmuró Clara.
Se dirigió directamente al joven que les iba a salvar la vida sin él saberlo todavía y Lucas, detenido en medio de la calzada, sintió una ligera punzada de inseguridad. Tenía el presentimiento de que Hernán iba a ser una caja de sorpresas.
*Chico, te pago para que trabajes sirviendo copas de doce a cuatro y media de la mañana, ¿entiendes? No cuatro y veinticinco, ni cuatro y veintinueve. Cuatro y media.
**Sí, señor.
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