VI




A la mañana siguiente, Jimin despertó con un persistente dolor de cabeza.

Levantarse de la cama y dirigirse al baño para tomar una simple ducha se volvió una tarea más complicada de lo que pensó que sería. Sus heridas, aún en proceso de cicatrización, lo obligaron a ser extremadamente cuidadoso, temiendo a la posibilidad de tener que regresar al hospital.

"No eres de goma, Park", detestaba admitirlo, pero las palabras de Seokjin comenzaban a cobrar sentido mientras siseaba frente al espejo.

Jimin observó con detenimiento su reflejo, ajustando la venda que ocultaría sus heridas. Hizo una mueca; definitivamente, la sombra de estas se notaría a través de su ropa. Una vez terminó de acomodar las vendas, se tomó un tiempo para asegurar meticulosamente cada puerta y ventana de su hogar. No quería volver a tener visitas inesperadas.

Jimin finalmente se encaminó hacia su coche con destino a la universidad. Para su fortuna, el tráfico no era demasiado, por lo que pudo seguir la ruta que comúnmente recorría sin problema alguno.

Al encender la radio para distraerse, Jimin escuchó una parte de un reportaje que llamaría su atención de manera equivocada.

"El misterioso asesino ha vuelto a atacar durante la mañana, esta vez en la facultad de Ingeniería perteneciente a la Universidad Nacional de Busan", exclamó. "Las víctimas resultaron ser dos jóvenes de dicha universidad, quienes estaban a la espera de entrar a la facultad", añadió el locutor.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Jimin, frunciendo el entrecejo al procesar la noticia: ¿el bastardo realmente se había atrevido a atacar nuevamente en su universidad? La incredulidad y la ira se mezclaron en su expresión mientras se cuestionaba cómo era posible que nadie le hubiera detenido.

Jimin apretó la quijada con rabia, sus manos cerradas con fuerza en el volante del carro, sintiendo la tensión acumulada en cada músculo. La incompetencia, para él, parecía abundar por la ciudad.

Lo sucedido solo provocó que las palabras del imbécil se repitieran una y otra vez en su cabeza: "tengo una propuesta para ti". Una jodida propuesta.

Una risa amarga brotó de los labios del pelinegro. ¿Realmente ese lunático esperaba que él aceptara como si fuera lo más normal del mundo? ¿El ataque de hoy era una especie de ultimátum para Jimin por si se atrevía a negarse? El cinismo de ese tipo resultaba increíblemente ridículo.

—¿Qué carajo? —murmuró al notar algunos coches de policía y varias ambulancias.

Después de estacionar su propio carro, Jimin se encaminó hacia la entrada de la universidad, percatándose de la horda de alumnos que estaba reunida en forma de círculo a unos cuantos metros lejos. Sus ojos se expandieron sorprendidos cuando visualizó lo que parecía ser una cinta policiaca y el llanto desconsolado de varios estudiantes logró ponerlo en alerta, ¿qué mierda estaba pasando? Con cierta dificultad, Jimin logró infiltrarse hasta el frente del gentío.

Definitivamente no estaba preparado para la imagen tétrica que aguardaba por él.

En el suelo yacía un estudiante, su cuerpo cubierto de cortes y magulladuras. El desordenado cabello del chico estaba empapado en sangre, y su rostro apenas era reconocible debido a la brutalidad de la violencia que sufrió. Destacaba una profunda abertura en su tórax, exponiendo algunos órganos y costillas rotas a los presentes.

Lo que lograba petrificar aún más a Jimin era el hecho de que su corazón no estaba; se lo habían arrancado sin piedad. El cadáver permanecía inerte, con la boca abierta y los ojos en blanco, sumergiendo a cualquiera que se atreviese a mirar en la crudeza de la situación.

Estaba atónito, jamás había presenciado algo así.

—¡Por favor, tengo que verlo!

Los gritos desesperados captaron la atención de todos. Del otro lado del círculo, una chica empujaba a quienes estaban a su alrededor para acercarse a la escena del crimen. Una vez allí, su rostro se desfiguró en shock total; chilló y, poco después, intentó cruzar la cinta policiaca, siendo detenida por dos oficiales.

—¡Señorita, contrólese! —gritó uno de los policías, sosteniéndola firmemente por los hombros.

—Señorita, por favor, no puede cruzar...

—¡He dicho que me suelten! —exclamó con voz ahogada, rota—. ¡Tengo que ir! ¡Mi hermano me necesita!

Los oficiales ignoraron las súplicas de la rubia, llevándosela en una dirección desconocida. La desesperación en su voz provocó en Jimin un sentimiento de empatía hacia la chica, realmente lo lamentaba por ella.

Dos minutos después, uno de los oficiales regresó con un megáfono.

—Estudiantes, favor de regresar a sus actividades correspondientes —exclamó a través del aparato, provocando protestas entre los presentes—. Solo traten de ignorar lo que acaban de observar, nosotros nos encargaremos.

—¿Ignorar? —gritó un joven pelirrojo, totalmente indignado—. Acaban de asesinar a uno de nosotros, ¿y usted solo nos dice que hagamos como si nada de esto sucedió? ¿Qué clase de puto policía es?

El comentario del pelirrojo encendió la furia de la gente, y un coro de gritos resonó en acuerdo con sus palabras.

—Y no olvidemos lo que sucedió esta mañana —gritó otra chica entre la multitud—. ¿Cuánto tiempo más tendremos que soportar su incompetencia?

—Por favor, mantengan la calma —dijo el oficial con rostro estoico y un tono de voz repleto de indiferencia que dejaba en claro lo poco que le importaba si los estudiantes estaban conformes con su respuesta o no—. Nosotros nos encargaremos de lo sucedido, por ahora no hay nada que ustedes puedan hacer. Solicitamos que despejen el área para que los profesionales podamos trabajar. De hacer caso omiso, nos veremos en la penosa necesidad de echarlos a la fuerza.

A regañadientes, la multitud se fue dispersando poco a poco y los oficiales se alejaron hacia sus patrullas, probablemente para discutir con más privacidad.

Jimin contempló por última vez el cadáver en descomposición del desafortunado, sintiendo un amargo pesar. El bastardo había cruzado límites inaceptables esta vez. Debía detenerlo antes de que se le ocurriera dañar a alguno de sus amigos. O peor aún, antes de poder vengarse por la muerte de su madre.

Debía idear algo.

Pero tenía el presentimiento de que solo sucedería si accedía a encontrarse con él.

Y fue así que, a lo largo del día, sus profesores lo regañaron en repetidas ocasiones por no apartar la vista del celular. Incluso sus amigos bromearon sobre si ya tenía novia, dada su evidente obsesión por permanecer pegado al aparato.

Nada más lejos de la realidad.

Jimin se mantuvo esperando pacientemente por el mensaje del tipo, pero nunca llegó.

—Controla tu pierna, hombre —exclamó Hoseok—. Está volviéndome loco el que la estés botando incesantemente.

El azabache bufó, sacándole el dedo.

—Vete al diablo, jamás te hemos reclamado cuando sueles silbar al pronunciar la "s".

Namjoon sonrió, negando suavemente con la cabeza: —No peleen niños, es hora de la comida, podrían al menos fingir que están felices por estar con nosotros.

Hoseok le sacó la lengua, provocando que el moreno riera ante ese acto infantil.

—¿Por qué luces tan ansioso, Jimin? —exclamó Seokjin, enarcando una ceja—. Todo el día has estado pegado a tu teléfono, comienzas a preocuparnos.

El aludido suspiró, colocando el aparato sobre la mesa.

—Solo estoy... esperando un mensaje, nada del otro mundo.

—¿Podemos saber de quién se trata? —cuestionó Hoseok, jugando con un brócoli en su plato.

Los tres centraron su mirada en el azabache, aguardando su respuesta. Jimin comenzaba a ponerse incómodo por toda esa atención, sintiéndose como si hubiera cometido algún crimen.

—Yo... preferiría que no, es algo complicado —«más bien, no pueden saberlo.»

—Sea quien sea, seguro es alguien importante para ti —exclamó Seokjin, ladeando suavemente la cabeza mientras le analizaba—. De otro modo no estarías tan desesperado por recibir una notificación.

El entrecejo de Jimin se contrajo en una expresión de repulsión, esbozando una mueca repleta de asco ante la absurda idea de considerar a un asesino como alguien indispensable en su vida.

—¿Podemos cambiar de tema? Realmente no me apetece hablar de-

Antes de concluir su oración, la pantalla del teléfono de Jimin se iluminó con el sonido penetrante de una notificación. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras una ansiedad creciente se apoderaba de él. El vértigo se intensificaba mientras sus tres amigos le observaban con miradas intensas y curiosas, como si aguardaran ansiosos por su reacción.

Jimin tomó el aparato entre sus manos temblorosas, suspirando casi con alivio y decepción al leer en grande el nombre de contacto de Jennie.

De: RubyJane
Lamento molestarte, Jimin.
Hoy salgo temprano del trabajo, así que, ¿crees que sea posible que nos veamos?
Realmente necesito hablar contigo.

—No es quien esperabas, ¿verdad? —dijo Namjoon, cruzando los brazos—. Luces estúpidamente desilusionado.

Jimin chasqueó la lengua, por supuesto que no lo estaba.

—Es Jennie, quiere que hablemos —hizo una mueca, apagando el aparato sin molestarse en responderle.

—Deberías hablar con ella —dijo Seokjin—. Es injusto que sigas molesto con esa chica que ya bastante te ha ayudado.

—Al menos podrías escucharla —agregó Hoseok, dando un sorbo a su botella de agua—. De otro modo no creo que te deje tranquilo.

Jimin se hundió en la silla, un poco avergonzado.

—Detesto cuando tienen razón —gruñó Jimin, ganándose una sonrisa victoriosa por parte de sus amigos—. Bien, más tarde me comunicaré con ella.

—Cambiando a un tema más escalofriante —comenzó Namjoon, balanceándose en su silla—. ¿Qué diablos con lo que sucedió en la universidad? Escuché que un cadáver estuvo expuesto a la vista de todos.

Seokjin se atragantó con su comida, tosiendo entre las carcajadas de Hoseok mientras que Jimin le daba pequeñas palmadas en la espalda.

—Tienes un don para sacar los peores temas de conversación, Kim —le regañó Seokjin, recuperando el aliento.

—Lo siento —exclamó el moreno con una enorme sonrisa.


—Aprecio que accedieras a vernos, Minnie.

Jimin formó una mueca al cerrar la puerta después de que Jennie entrara.

—¿Quieres algo para beber? —exclamó, ofreciéndole un asiento a la chica.

—Estoy bien, gracias —murmuró la chica, claramente se encontraba incómoda, pero Jimin no dijo nada al respecto.

—Bien —comenzó el menor, tomando asiento justo frente a ella—. ¿Sobre qué quieres que hablemos?

El ulular de un búho resonó en el aire, creando un ambiente tenso mientras ambos se miraban intensamente. La cuestión que debían abordar era evidente para ambos, pero ninguno parecía dispuesto a dar el primer paso para resolver su "pequeña diferencia". En un instante de suspenso, Jennie suspiró finalmente, desviando un poco la mirada y dejando la puerta abierta para la conversación que se avecinaba.

—Quiero que hablemos sobre el caso de tu madre —Jennie exclamó, atreviéndose a mirar nuevamente al menor a los ojos—. Sé que te hirió cuando te comenté que el jefe estaba dispuesto a cerrar su caso, pero quiero que sepas que no tuve nada que ver en eso. Al contrario, Lalisa y yo hicimos lo posible para evitarlo... pero parece que la opinión de dos agentes femeninas tiene el mismo peso que la vida de una presa para su depredador.

Jimin cerró los ojos, también dejándose ir.

—Perdóname tú a mí, fue estúpido enojarme contigo cuando solamente me has estado ayudando —tomando un respiro, prosiguió—. Solo quiero que sepas que lamento haberme ido así, azotando la puerta de tu oficina y maldiciendo. También, discúlpame con Lalisa.

Jennie sonrió, sintiendo un peso menos sobre sus hombros.

—Entonces, ¿estamos bien? —Jennie cuestionó con cierta inseguridad. Jimin asintió—. ¿Tú estás bien?

Abriendo lentamente los ojos, Jimin observó a la chica.

—Por supuesto.

Aunque en ese momento Jimin lucía una sonrisa deslumbrante, por dentro, luchaba por contener las ganas de reírse en su cara.

Claro que nada estaba bien.

—Escuché que algo sucedió en tu universidad —Jennie exclamó repentinamente, sacando a Jimin de sus pensamientos sombríos—. No estuve en la oficina cuando comentaron sobre eso, así que pensé que podrías darme una premisa.

Jimin tragó saliva al recordar las espantosas imágenes de las cuales fue testigo.

—El asesino ha vuelto a atacar —alzó los hombros—. Dos chicos fueron víctimas esta mañana, y luego apareció un cadáver casi a la entrada de la universidad. Todos fueron testigos.

Jennie cubrió su rostro con ambas manos, incrédula.

—Ese tipo me ha sacado de mis casillas —gruñó—. No tienes idea de lo mucho que deseo que atrapemos a ese imbécil.

Una extraña sensación revolvió el interior de Jimin al escuchar aquella frase salir de los labios de su amiga. Supuso que sería esa posesividad en él que se sentía amenazada ante la idea de que alguien más se encargara del bastardo.

Entonces, Jimin tuvo una revelación: por supuesto que no deseaba que nadie más capturara al asesino. Era suyo. El tipo le había arrebatado a su madre y casi toma su vida, dejar que alguien más quisiera tener la dicha de acabar con la suya sería inaudito.

No podía permitirlo.

—Espero que lo atrapen —dijo Jimin hipócritamente—. Me lo debes.

Jennie sonrió enternecida, sin tener la menor idea de los secretos que Jimin le ocultaba.

Por ejemplo, que la notificación que llegó a su celular no provenía de Seokjin, como le había indicado.

Sino de cierto número desconocido...


Jimin ajustó su chaqueta, leyendo por millonésima vez el mismo mensaje de texto.

De: Número Desconocido.
Parque Han, 11:00 p.m.

El maldito ni siquiera se tomó el tiempo de amenazarlo en caso de que se negara a ir, como si estuviera completamente seguro de que aceptaría asistir. Jimin realmente deseaba dejarlo plantado como una especie de acto de rebeldía, pero no quería imaginar lo que ese tipo haría al verse rechazado.

Las imágenes del cadáver en la entrada de su universidad junto con la noticia de los chicos heridos fueron un trauma suficiente como para hacerle vigilar muy bien sus pasos.

Examinó el entorno: se encontraba absolutamente solo. El bastardo sabía lo que hacía al elegir un lugar tan desolado para citarlo, como si estuviera anticipándose a la posibilidad de poner fin a su miserable existencia. Un escalofrío le recorrió; sinceramente, Jimin no deseaba encontrarse con la muerte esa noche.

Una rama crujió detrás de él y el sonido de unas pisadas se aproximó hacia donde se encontraba. Jimin frunció el entrecejo mientras la figura de la persona que más odiaba se perfilaba frente a él.

El asesino estaba a solo unos cuantos metros de distancia, con su máscara de carnaval negruzca y la capucha que ocultaba su cabellera dorada. Una brisa sutil los rodeó, llevándose consigo algunas hojas danzantes.

Se observaron mutuamente durante un largo tiempo, como si estuvieran intentando adivinar el próximo movimiento del otro. Entonces, el mayor esbozó una sonrisa, exhibiendo su dentadura perfecta.

—Aprecio que hayas accedido a venir.

Jimin sonrió amargamente ante la hipócrita bienvenida, como si hubiera tenido la opción de negarse.

—Entonces, querido asesino —canturreó el menor con ironía, cruzándose de brazos—. ¿Puedes ir al grano y decir exactamente qué quieres de mí?

El tipo enarcó una ceja mientras ladeaba la cabeza.

—¿La paciencia no es una virtud tuya? ¿Qué sentido tiene revelar la sorpresa tan rápido?

—Oh, no, yo soy paciente —expresó el menor—. Pero no cuando se trata de escuchar a alguien que, si así lo quisiera, podría cortar mi cabeza ahora mismo.

El bastardo sonrió nuevamente, sacudiendo la cabeza.

—Eres... un poco simpático.

—Gracias, me lo han dicho.

La mirada del menor siguió los pasos del rubio, que se acercaba lentamente hacia él. Jimin notó que el asesino era unos centímetros más alto, aquella era una diferencia notable pero no exuberante. Guardaría ese dato para después, solo por si acaso.

—¿Y bien? —el menor enarcó una ceja, esperando pacientemente por una respuesta.

Aunque intentaba mostrarse sereno, Jimin se estaba consumiendo de ansiedad por dentro. Temía de lo que fuera que este tipo tuviera planeado decirle.

—Necesito tu ayuda —exclamó el tipo, sin titubear ni un poco—. Un viejo... conocido ha regresado a mi vida y necesito deshacerme de él.

Jimin parpadeó, creyendo haber escuchado mal.

—¿Deshacerte de él? —frunció el entrecejo, claramente confundido.

—Torturarlo, asesinarlo, vengarme de él —alzó los hombros, sonando completamente serio al respecto—. Es una historia larga que claramente no te interesa y tampoco me motiva contártela, pero necesito que cooperes conmigo.

—¿Qué pinto yo en todo eso?

El bastardo tarareó, recorriendo con su mirada el cuerpo del menor.

—Para llegar al sujeto, necesito deshacerme de todos sus hombres. El plan es complejo y arriesgado para una sola persona, pero creo que eres el indicado para serme útil.

Jimin alzó ambas cejas, completamente incrédulo.

—Básicamente quieres que te ayude en tu venganza —dijo, recibiendo un asentimiento—. ¿Puedo saber por qué debo ser exactamente yo?

El tipo sonrió.

—¿Buscas cumplidos? Te los daré —inclinándose un poco, exclamó: —. En todo este tiempo, no he encontrado a una persona que pueda hacerme frente como tú. Generalmente, mis víctimas ruegan que las deje ir o que simplemente acabe con su sufrimiento en lugar de jugar con ellas.

Jimin sufrió un escalofrío que le caló hasta los huesos al escuchar la palabra "jugar" con ese tono tan sucio.

—No estaba seguro de que fueras el indicado hasta hace unos días, cuando lograste ponerme una mano encima —el asesino continuó, acariciando suavemente su barbilla—. Cuando te hice esos cortes, me suplicaste, pero no fue exactamente la súplica que estoy acostumbrado a escuchar. Hay algo... especial en ti, niño.

—Ahora esperas que crea todo eso y caiga como un imbécil ante ti, ¿verdad?

—¿Por qué tan desconfiado, dulce niño? —exclamó el tipo con una sonrisa inquietante—. ¿Acaso tienes el *síndrome del impostor o algo así?

Jimin bufó, negándose a caer en sus provocaciones.

—No me interesa lo que pienses de mí, pero debes estar completamente demente si realmente crees que aceptaré ayudarte —bramó, mirando al mayor con odio—. ¿Qué beneficios tendría para mí confiar en alguien a quien desprecio? Enredarse con el hijo de puta que no ve como algo inmoral dejar un cadáver en la entrada de una universidad no puede traer nada bueno.

De nuevo, el tipo sonrió.

—La moral nunca ha sido un problema, niño. Su definición "políticamente correcta" fue creada para que gente sin criterio propio, como tú, la respete al pie de la letra por miedo al desprecio de los demás —alzó ambas cejas—. Aquí radica la diferencia entre tú y yo, dulce corderito. Yo me dejo guiar por mis instintos, tú sigues lo que la sociedad te ha inculcado.

Jimin meditó esas palabras en silencio. Pero para él, no tenían sentido.

—Estás completamente trastornado.

—Gracias —sonrió, divertido—. El trato es así: tú me ayudas a cumplir mi venganza y, a cambio, yo te ayudaré a finalizar la tuya.

El mundo pareció detenerse a su alrededor; los sonidos nocturnos de pronto dejaron de escucharse. Las rodillas de Jimin temblaron, aunque no estaba seguro de por qué.

¿Acaso había escuchado bien?

—¿Tú-?

—Sí, niño —le interrumpió—. ¿Quieres siquiera tener una oportunidad para matarme? Ayúdame, y cuando finalice mi venganza, tendrás mi alma.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

—No debes, pero una parte de ti quiere hacerlo porque sabes que es una buena oportunidad, ¿no es así?

Jimin mordió su labio inferior, pensándolo detenidamente. La propuesta del asesino resonaba en su mente como una locura, un juego peligroso que podría llevarlo al abismo.

Sin embargo, en las grietas de su raciocinio vislumbró la posibilidad de que, jugando bien sus cartas, todo pudiera girarse a su favor para culminar su venganza.

—Una parte de mí grita que hay letras pequeñas en este trato, querido imbécil —exclamó Jimin, captando la atención del mayor quien le observaba con curiosidad—. Podrías traicionarme si así lo quisieras.

—Podría —estuvo de acuerdo en eso—. Sin embargo, tú también podrías hacerlo, ¿quién sabe? No soy del tipo que se cree invencible, niño. Eso sería lo peor que alguien podría hacer.

Jimin asintió, desviando la mirada para luego volver a centrarla en el mayor. Si iba a apostar con su vida, debía hacerlo bien.

—Tengo condiciones.

—Condiciones —el asesino repitió, como si fuera una especie de chiste malo—. ¿Podrías decirme cuáles son?

Jimin, con determinación en sus ojos, comenzó a exponerlas:

—Primero, garantía de que no le harás daño a mis seres queridos durante este proceso —declaró con firmeza—. Segundo, no puedes engañarme. Y por último, la certeza de que al final de todo esto, yo recibiré mi parte del trato. Tu vida.

—Hecho.

¿Era una locura confiar a ciegas? Por supuesto que sí.

¿A Jimin le importaba eso? No en este momento.

—¿Es un trato, entonces?

El bastardo extendió su mano con una desafiante (y tétrica) sonrisa alzándose en sus labios. Una brisa suave golpeó los rostros de Jimin y del asesino, provocando que el viento jugueteara con la capucha del mayor, revelando algunas de sus hebras rubias danzando con la brisa nocturna.

Mordiendo su labio inferior, Jimin alzó su mano, observando cómo temblaba mientras aceptaba la del asesino, ambas entrelazándose en una unión poco confiable.

Fue un pacto sellado por la oscura alianza entre ambos, donde el viento llevaba consigo el eco de las decisiones que marcarían sus destinos.

—Acabas de venderle tu alma al diablo, niño —bromeó el mayor.

Jimin rodó los ojos.

—Como digas, Caín.

El cuerpo del aludido se tensó, pero una inquietante sonrisa adornó su rostro enmascarado.

—No pensé que lo adivinaras —admitió—. Felicidades, eres el primero en conocer mi nombre.

—No fue difícil, pero si algo tétrico —hizo una mueca, sus labios crispándose con disgusto al recordar las notas pintadas con sangre—. Y te agradecería que dejaras de llamarme "niño", Caín. Es jodidamente molesto, estoy seguro que soy cuando mucho tres años menor que tú.

Caín enarcó una ceja, conteniendo una risa que Jimin no supo interpretar.

—De acuerdo, ¿cómo debería llamarte? Intuyo que no deseas que lo haga por tu nombre

El menor bufó, cruzándose de brazos. A este punto, no le sorprendía que el bastardo haya averigüado todo sobre él.

Pero en algo tenía razón, no quería que este tipo se atreviese a llamarlo por su nombre de pila.

—Como sea, solamente deja de llamarme niño.

Caín suspiró, pero una idea cruzó por su mente.

—Te llamaré Abel.

El rostro ofendido de Jimin fue todo un poema.

—No, jodidamente no —gruñó, completamente ofendido—. Me niego rotundamente.

—Dijiste que te llamara como quisiera —alzó los hombros—. Así que, quiero llamarte Abel. *Hace juego con mi nombre.

—¿Ahora tienes de fetiche que seamos parientes? —Jimin formó una mueca de disgusto—. Preferiría morir antes que ser tu hermano.

—Como digas, Abel —dijo, casi aburrido mientras ignoraba el bufido del menor—. Solo procura no hacerlo antes de que finalice nuestro trato.

—Eres asqueroso.

—Mañana te esperaré en este mismo lugar —ignorando el insulto del azabache, Caín dio media vuelta mientras le observaba por encima del hombro—. Tenemos mucho trabajo que hacer.

Jimin le dejó ir, era inútil tratar de detenerlo. Observó cómo Caín se perdía entre las sombras de la noche.

Dejó salir un largo suspiro, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza con una mezcla de ansiedad y determinación.

Las palabras del asesino resonaban en su mente, recordándole el pacto macabro que habían sellado. Jimin se mordió el labio inferior, reflexionando sobre las condiciones y el riesgo que acababa de aceptar.

Sin embargo, una chispa de esperanza brilló en sus ojos, porque, si manejaba sus piezas con astucia, ese pacto podría ser la clave para obtener lo que tanto ansiaba: justicia.

Un camino oscuro se extendía ante él, pero Jimin estaba dispuesto a recorrerlo para alcanzar la redención que buscaba.

*Síndrome del impostor: trastorno psicológico en el cual las personas exitosas son incapaces de asimilar sus logros.

*"Hace juego con mi nombre": sé que es un poco obvio, pero este diálogo simplemente hace referencia a los hermanos "Caín y Abel". Según el relato, ambos presentaron sus sacrificios a Dios, quien prefirió la ofrenda de Abel sobre la de Caín. Este último enloqueció de celos y mató a su hermano.

A Caín también se le considera como el primer asesino.

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