-Joel Pimentel y Erick Colón, ¿correcto?

-Sí señor.

Vino el encargado del internado a revisar a que nuestra habitación esté en condiciones para abandonarla.

-Bien -saca una hoja y una lapicera-, ¿limpiaron?

-Cada rincón.

-¿Empacaron?

-Sí.

-¿Quitaron todas las fotos personales de ustedes?

-También.

-Perfecto, creo que es todo -firmó la hoja que sacó anteriormente y nos la entregó-. Pueden retirarse cuando gusten.

Ambos agradecimos y nos miramos. No sé qué pasará ahora. No sé si siquiera vive dentro del país, no sé de dónde es Johann (el cuál está esperándonos afuera), no sé cuál será nuestro destino.

-¿A dónde irás? -me animé a preguntar.

-No lo sé, no tengo a dónde ir... No pensé en mi futuro después de graduarme.

-¿Y tu familia?

-¿Qué familia? -soltó una risa falsa-, como si les importara.

Como curioso que soy, le pregunté porqué dice eso, y quedé helado.

Según me contó, la madre lo mandó con el abuelo, acá en Miami, porque ella no lo quería más, no podía hacerse cargo de él. El abuelo, al estar en sus últimos días, lo mandó a este internado, y que luego el destino decidiera que hacer.

Creo que yo soy el destino acá.

-Mira, Joe, yo me quedaré en la casa de mi hermana aquí en Miami un par de días, hasta que mis padres vengan de Washington DC a buscarme... Puedes quedarte con nosotros.

-No, no puedo molestar de esa forma, mirá si tu hermana se enoja por ser dos en vez de uno y...

-Iré también con Zabdiel, somos amigos de toda la vida.

-Tres son multitud.

-Joel no me jodas.

Lo agarré de la muñeca y lo llevé hacia afuera del edificio.

-Pensé que nunca saldrían -dijo Johann y Zabdiel asintió.

-Ya salimos, ¿vamos?

Salimos del internado, oficialmente somos graduados, y ahora me queda enamorarlo en otro ambiente.