Capítulo 8


La amistad es un vínculo grandioso, cuyos cimientos se construyen con los ladrillos de las experiencias compartidas, palabras de aliento en momentos difíciles, risas contagiadas y comprensión y generosidad hacia quienes nos acompañan en la dirección que tomamos a lo largo de la vida para ir directos hacia nuestros sueños. Hay algunas amistades que son temporales y que se ocultan tras una máscara que con el tiempo tiende a caer. Son personas que están de paso y que vienen a aportarnos una infinidad de experiencias que terminan forjando lecciones. Otras, en cambio, aparecen de imprevisto y nos regalan momentos increíbles. Estas personas son quienes nos apoyarán en la adversidad y nos harán crecer como persona. Están destinadas a durar toda una vida.

—¿Cuánto tiempo llevamos aquí?— pregunta en voz alta Iván, quien está acostado en el sofá, con las piernas levantadas y apoyadas en el respaldo mientras su cabeza yace suspendida en el vacío. 

—Una eternidad.

—La primera vez que estoy de acuerdo en algo contigo.

—Estar entre cuatro paredes debe estar afectándote a nivel mental. Tus neuronas deben estar colapsando.

Iván le hace un gesto burlón y se cubre la cara con la mano, mientras Natalie se entretiene sentada en una silla leyendo una revista de moda.

—Pues fíjate que la única neurona que tú tienes está ocupada pensando en mí.

—Compartir oxígeno contigo me está enfermando. Nada más salga de aquí voy a tener que ir al médico a hacerme un chequeo. No quiero que tu arrogancia se me pegue.

Se pone en pie y hace por ir hacia la puerta para marcharse cuando Natalie repara en su acción y decide informarse acerca de aquello que quiere llevar a cabo.

—¿Adónde vas?

—No puedo seguir compartiendo habitación contigo. Vas a acabar volviéndome loco.

—¿Sabes qué? La que se va a ir soy yo. Ya no te soporto más.

Ambos van corriendo hacia la puerta para intentar salir en primer lugar con tal de fastidiar al otro pero eso les lleva a atorarse en la salida. Mientras él intenta tirar el picaporte, ella se apoya en la puerta para no impedir que salga victorioso. Finalmente, tras un forcejeo entre los dos, donde se esquivan el uno al otro, terminan saliendo a la par, con pequeños empujones. Natalie le hace retroceder unos pasos y sale corriendo por el pasillo. Iván se da media vuelta y hace un gesto con las manos.

—Esta terapia de choque, por así decirlo, solo va a conseguir que nos aborrezcamos los unos a los otros más de lo que lo hacemos ya— interviene Alexander poniéndose en pie para caminar de un lado a otro de la estancia mientras sostiene el teléfono móvil entre sus manos—. No sé vosotros pero yo no pienso quedarme un minuto más aquí como un pasmarote.

—¿Y a qué esperas para irte? Nos harías un gran favor a todos. Ellos no te quieren aquí. Y yo tampoco.

—No te preocupes. No tengo el más mínimo interés en seguir viéndote el careto. Pagaría por no hacerlo. Así que, tus deseos son órdenes, princesita.

Alexander coge de mala gana la chaqueta que dejó sobre uno de los altavoces y se marcha tras sacudirla y ponérsela. En cuanto se va, el ambiente deja de ser tan tenso y todos podemos relajarnos un poco. Lydia se sienta junto a Olivia, que está abrazada a un cojín, pensativa, mientras Ayrton se entretiene poniendo la radio para levantarnos el ánimo dadas las circunstancias.

—Hoy no está siendo nuestro día— admite Ayrton con una sonrisa amable—. Han pasado demasiadas cosas que nos han llevado a poner a prueba nuestros límites y estallar. Y el mal sabor de boca no nos lo va a quitar nadie salvo una persona.

—¿Quién?— pregunta Lydia.

—Nosotros mismos. Tenemos dos opciones. Dejamos que esto nos afecte lo suficiente para estar mal para lo que queda de día o intentamos invertir la situación y convertir este día en uno bueno.

—Pues como no contratemos a un payaso— continúo, bajando la mirada, encogiéndome de hombros.

—No es necesario contratar a un payaso para hacer payasadas. ¿Por qué no movemos un poco el esqueleto?

—No estoy de humor— susurra Olivia.

—Vamos, será divertido. Bailemos como si no hubiera un mañana, sintiendo la música, moviéndonos cómo nos lo pida el cuerpo, sin reglas.

Ayrton se pone a bailar salsa y saca a bailar a Lydia, a quien no duda en hacer girar una sola vez antes de incorporarla a la pista de baile imaginaria. Ella esboza una amplia sonrisa y decide mover sus brazos de arriba a abajo y jugar a acercarse y alejarse del chico en cuestión. Yo también opto por unirme al baile improvisado, moviendo la cabeza sin parar, dando saltos y giros a mi alrededor. Rob mueve los pies al son de la música y poco después se deja atraer por el ritmo hasta la pista y acaba desmelenándose.

Olivia nos observa con una gran sonrisa, aunque su mirada es triste. Ayrton se esfuerza por hacerle sonreír mientras se pasa las manos por el pelo y hace círculos con su cintura. Aunque la tiene casi conquistada con sus movimientos, es mi ingeniosa acción la que le lleva a arrancarse. Simulo lanzarle una caña e ir recogiendo la cuerda y ella se levanta del sofá y viene hacia mí siguiendo el juego que acabo de iniciar.

—No soy la mejor compañera de baile.

—Yo no estaría tan seguro.

Envuelvo su cintura con una de mis manos mientras con la otra enlazo mis dedos con los suyos y marco un vals algo divertido, con movimientos descoordinados y exagerados que le saca una gran sonrisa y hace desaparecer parte de la tristeza de sus ojos. Giramos a nuestro alrededor varias veces, olvidándonos de los problemas que nos han asaltado hoy. En un momento concreto formamos un trenecito que termina con todos nosotros cogidos de las manos, en círculo, girando y girando, mientras nuestros pelos acaban alborotados y nuestras risas resonando en toda la habitación.

Cierro los ojos un segundo al sentir un ligero mareo y, al siguiente, cuando los abro, estoy boca arriba en el suelo con quienes me acompañaban en el juego de pies. Ladeo la cabeza hacia un lado y miro la espléndida sonrisa de Olivia, quien intercambia una profunda mirada conmigo. Ayrton está ensimismado contemplando el techo con un brazo sirviéndole de almohada y otro descansando en su abdomen, siendo escrutado a una corta distancia por Lydia.

—Alfred tiene razón, debemos quedarnos con los instantes de felicidad que formen parte de nuestros días y desechar todo aquello que nos hace sentir tristes, que nos apaga por dentro. Y, aunque a veces sea difícil y suponga todo un desafío encontrar una razón lo suficientemente buena a la que aferrarse, debemos intentarlo— confiesa Robert, con los ojos perdidos en las paredes raídas a causa del paso del tiempo y la falta de restauración. Quizás, este lugar, de alguna forma, se asimile a las ruinas de nuestro interior. No sólo es necesario cambiarnos a nosotros, también modificar el exterior para estar en armonía con el mundo y, sobre todo, con nosotros mismos—. Este podría ser nuestro refugio.

—¿Un refugio?— inquiere Lydia.

—El lugar al que acudir cuando sintamos que todo está mal, donde tomarnos un respiro y dejar ir nuestros problemas temporalmente. Un lugar nuestro. Donde podamos ser nosotros mismos y simplemente felices.

—Aquí acogeremos a todo aquel que necesite ayuda. Nos aseguraremos de que en este pequeño refugio nunca falte ni una mano amiga, ni amor— sentencia Olivia con una amplia sonrisa—. Será nuestro segundo hogar.

Decido ponerme en pie al ver al resto incorporarse. Unimos nuestras manos en el centro a la par que prometemos hacer de esta habitación gris un lugar donde los sueños se hagan realidad y los sentimientos sean persona y los secretos que calla el alma queden entre estas cuatro paredes. Desde este preciso instante no sólo creamos un segundo hogar sino también una amistad verdadera, de esas que están destinadas a durar toda una vida.

Todos se van despidiendo hasta que en el refugio sólo quedamos Robert y yo. Intento huir antes de que su humor caiga en picado por algo que pueda hacer o decir, pero él hace todo lo posible por detener mi marcha y pedirme que me quede un poco más en su compañía. Doy media vuelta y sostengo su mirada, algo cohibido, jugando con mis manos bañadas en sudor, ansioso y al mismo tiempo aterrado por aquello que tenga que decir.

—Benjamín, yo llevaba un tiempo queriendo hablar contigo...

—Sé lo que vas a decirme. Y no te preocupes. Sé que no debí meterme donde no me llamaban. Cada uno debería contar con la posibilidad de abordar el problema a solas antes de pedir ayuda. He aprendido la lección. No volveré a hacer nada que pueda molestarte sin antes consultarte.

—Gracias por haberme defendido— guardo silencio, sin caber en mi asombro—. Creía que sí pero no puedo enfrentarme a los problemas en solitario. Estoy en ruinas por dentro, llevo demasiado tiempo siendo fuerte. Aunque no lo pareciera tras mi silencio habría desgarradores gritos que pedían auxilio. Tú, sin saber nada sobre mí y mi pasado, decidiste ayudarme sin pedir nada a cambio, simplemente porque te nació desde dentro. Eso dice mucho de ti. No cualquier haría lo mismo. Entre tantas personas en el mundo, tú me ayudaste en más de una ocasión. Así que gracias. Necesitaba más que nunca a alguien ahí.

—No te guardes todo aquello que sientes. Déjalo salir. Yo estaré aquí para escucharte y echarte una mano en todo lo que necesites.

Viene hacia mí y da una palmadita en mi espalda.

—Tú también puedes contar conmigo siempre que lo necesites. Hoy por mí, mañana por ti. Nos vemos mañana.

—Hasta mañana.

Salgo del instituto y encuentro a Iván esperándome junto a su bicicleta mientras se entretiene escuchando música con los auriculares puestos. Al verme aparecer después de un buen rato suelta un suspiro y deja de hacer lo que estaba haciendo antes de que hiciese uso de presencia. Coloco la mochila en mi espalda correctamente y subo a la bicicleta.

—¿Qué habéis estado haciendo ahí dentro tanto tiempo? ¿Vudú? ¿Jugar al monopoli? ¿Tal vez leer la Biblia?

—Expresar nuestras emociones bailando.

—Si intentara hacer eso, acabaría con una pierna escayolada. Bueno, dime, ¿Habéis podido entenderos hablando?

—Mucho más que eso. Hemos construido un hogar.

Iván frunce el ceño y me mira contrariado unos segundos, los cuales empleo para incorporarme al arcén de la carretera y pedalear levemente para permitirle ubicarse a mi altura con facilidad. Se sube a su bicicleta con agilidad para seguirme sin perder un tiempo valioso que puede emplear en obtener información acerca de aquello que he revelado.

—¿Un hogar? Ya estás contándome de qué va todo esto o pensaré que os habéis metido de okupas en el instituto.

—Se siente. Haberte quedado.

—Eso ha sido un golpe bajo. Pienso notificar a la policía acerca de un posible caso de okupas en el instituto si no empiezas a largar por esa boca.

—Lo meditaré con la almohada.

Competimos por llegar en primer lugar a casa, apoderándose de todo el ancho de la carretera en cuanto los coches dejan libre la vía temporalmente, sorteando a las personas y resaltos que se cruzan en nuestro camino. Tomamos el mismo atajo de esta mañana y pasamos por el parque a toda pastilla, retándonos el uno al otro, dándonos algún que otro golpecito en el hombro al pasar cerca. Sentir el viento en la cara junto con los rayos de sol que se cuelan entre las nubes, es una sensación indescriptible que debería ser valorada y experimentada más a menudo.

Entro en casa a la carrerilla seguido por Iván y ambos tomamos asiento en las sillas de la cocina tan a prisa que estas se tambalean por unos lacónicos segundos hasta que recupera el equilibrio. Intercambio una mirada con mi acompañante que espera con una amplia sonrisa y ojos suplicantes mientras mantiene sus manos unidas.

—No me dejes con la intriga, anda

—Con una condición.

—Tú dirás.

Abro mi táper con ensalada y empiezo a comer de él con ayuda de un tenedor mientras sopeso aquello que voy a pedirle llevar a cabo a Iván a cambio de saber el significado de mis palabras. No quiero decantarme por algo que pueda beneficiarme, simplemente contribuir a ayudarle en su situación de alguna forma. Tener un hogar no es sinónimo de tener a quien llamar familia, con quien compartir alegrías y tristezas y compartir momentos inolvidables.

—Intenta la dinámica propuesta por Alfred. Se que puede hacerte bien. Si cada uno pusiéramos de nuestra parte, los sentimientos fluirían y los problemas tenderían a esfumarse. No pierdes nada por intentar alcanzar algo de calor humano.

—¿Y qué haces cuando anhelas amor y su misma cercanía te da verdadero pavor y te lleva a huir a las apuradas?

—Deja que sea tu corazón quien decida, sin privaciones ni miedos. Todos tenemos un corazón donde dar cobijo al amor.

Piensa en lo que le digo y asiente un par de veces.

—Está bien. Pondré de mi parte. Pero como me vuelva loco de remate pienso pedirle a Alfred que haga frente a los costes de mi psicólogo.

—La locura encierra felicidad entre sus seis letras.

—¿Qué hay de ese hogar?

—No es físico sino sentimental. Los lazos afectivos que nos unen con nuestros compañeros de las sesiones de grupo conforman un refugio en el que encontrar amor, comprensión y felicidad. Podemos ayudarnos los unos a los otros con un gesto tan sencillo como escuchar, sin hacer juicios de valor, poniéndonos en la piel de la otra persona— Iván deja el tenedor en su táper y se echa hacia atrás en la silla, llevándose ambas manos a la nuca, donde acaricia su cabello varias veces—. Aquel cuarto donde debemos reunirnos dos veces por semana será una segunda casa, donde solo habrá cabida para la felicidad. Los secretos, problemas y sentimientos que arrastremos día a día quedarán entre esas cuatro paredes.

—¿Cada uno guardará el secreto del otro?

—Tendremos todos un pedacito de quien tengamos al lado. Un trocito de esperanza, confianza y amor que nos pertenecerá y que debemos cuidar con mimo para ayudarlo a crecer, hasta construir un gran corazón, tal y como una flor recibe riego en la adversidad para florecer. Algo hermoso surge después de casi haber materializado la tristeza en nuestros cuerpos.

Recojo la mesa y mientras friego los platos con ayuda de una esponja, Iván está ensimismado barriendo las migas que hayan podido caer al suelo con ayuda de una escoba cuando de un momento a otro comienza a marcarse un baile que incluye usar la escoba como si fuese una guitarra eléctrica y la cocina fuese un lugar de grandes espectáculos.

—¿Es mi imaginación o está nublándose?

—Pues fíjate que creo que va a llover de la poca alegría que le estás dando a los platos al limpiarlos. Se te va a caer el alma.

Lanza un cubierto en el fregadero que chapotea y derrama agua con espuma en el suelo. Indignado por haber quedado con la camiseta húmeda por su hazaña decido salpicarle con agua, comenzando una guerra a la que acaban incorporarse servilletas voladoras que nos aseguran más de una caída. Entre risas y tonterías varias dejamos la cocina hecha un completo caos, eso sin nombrar que hemos atascado el desagüe del fregadero y que el agua ha ido subiendo hasta el punto de derramarse y formar grandes charcos en el suelo.

—O encontramos un desatascador rápido o esto va a acabar siendo un Spin-off de la película "Lo imposible".

—Tenemos que arreglar este desastre antes de que mamá vuelva o vamos a cargárnosla pero bien. A ver, ¿Dónde guardamos el desatascador?

—Por favor, dime que no vamos a tener que usar nuestro propio brazo.

—Yo no estoy en la lista de voluntarios.

—Yo tampoco.

Ambos nos miramos y rápidamente empezamos a abrir armarios en búsqueda del desatascador que tanto nos hace falta dadas las circunstancias, moviéndonos con precaución para evitar resbalar, caer y rompernos un puñado de huesos. Iván da con el objeto en cuestión y cuando se gira para enfrentarse al problema, pierde el equilibrio y se abalanza hacia adelante, con el desatascador aún en mano que acaba estampándose en mi cara a modo de chupón.

—Hey, colega, ¿estás bien?

—No veo nada. Me he quedado ciego.

—Si, eh, con respecto a eso, tienes un desatascador pegado en la cara.

—¡¿Qué?! ¡Quítame esto ahora mismo!

—Espero que no lo hayáis usado en el retrete.

—¡Iván!— exclamo, con la cara algo comprimida, ahogándome con mi propia respiración. Iván intenta quitármelo pero está tan bien asegurado que supone todo un desafío y acaba cayéndose al suelo en más de una ocasión.

Suspira y sigue tirando.

—¡Dios mío! Voy a vivir con un desatascador en la cara toda mi vida.

—Te aconsejo echarte un litro de colonia.

—Se supone que deberías animarme. Estás hundiéndome.

—No, si hundiéndonos nos estamos hundiendo ya. La cocina va a dejar de ser cocina para convertirse en una piscina.

Alguien llama a la puerta de entrada y ambos nos quedamos paralizados. No sé qué demonios está haciendo Iván pero estoy al borde de un ataque de ansiedad. ¿Qué más podría salir mal? Tengo un desatascador atrapado en la cara con un olor nauseabundo, empapado de agua de pies a cabeza, la cocina está inundada y alguien ha decidido venir de visita justo ahora.

—No te sueltes de mí. Vamos a abrir la puerta.

—Creo que has olvidado que tengo un desatascador pegado en la cara. ¿Qué van a pensar cuándo me vean así?

—Yo improviso. Todo está bajo control.

Abre la puerta y, aunque no puedo ver nada, algo me dice que quien está al otro lado va a poner a latir mi corazón como un poseso en cuanto repare en mi persona. No sé de quién se trata hasta que pasados unos segundos mi compañero de travesuras decide desvelar el misterio antes de que decida actuar de forma extraña.

—Olivia.

—¿Iván?— pregunta, algo desconcertada, dejando a un lado a mi amigo para centrar toda la atención en mí o, mejor dicho, en el enorme chupón de mi cara—. ¿Benjamín? ¿Por qué tienes un desatacador en la cara?

Alzo una mano para saludarla.

—Es una larga historia— comienza a decir Iván con inseguridad, arrascándose la nuca—. Estamos trabajando en el próximo disfraz para Halloween. Eso es.

—Queda un mes todavía.

—Tenemos que diseñarlo con tiempo. Estábamos buscando ideas cuando Benjamín tropezó y se encontró con un desatascador en su camino que acabó incrustado en su cara.

—¿Y también estabais poniendo a prueba convertir la casa en una pecera?

Chapotea su zapato sobre el río de agua que va en dirección hacia el exterior de la vivienda. Estoy tan asfixiado y agobiado con el desatascador en la cara que caigo rendido en el suelo, con la cara prácticamente azul por la falta de aire y ambos reaccionan a tiempo, humedeciendo algo los alrededores de la ventosa para ayudarla a despegarse. Pronto estoy liberado de esa cosa pero con un surco circular en la cara difícil de enmascarar, con las mejillas sonrojadas y el sudor bañando mi frente y labios.

—Bienvenido al mundo— saluda Olivia con una sonrisa que hace que me muera de vergüenza por haberla recibido en estas condiciones.

—Definitivamente tenemos que hacer unas modificaciones en el disfraz.

—Ya no cuela, Iván— añado, sentándome en el suelo y acariciándome la mejilla.

—Menos mal porque me estaba quedando sin ideas.

—¿Vais a contarme qué ha pasado?

—Hemos tenido una guerra de agua en la cocina que se nos ha ido de las manos. El fregadero ha acabado atascado y el suelo cubierto de agua. Resbalé con el desatascador en la mano que fue a parar a la cara de Benjamín.

Ella nos mira atónita, sin saber qué decir.

—Aún no sabemos cómo solucionar el pequeño problemita que tenemos.

—Yo puedo ayudaros, si queréis. Sé de una solución que va muy bien para desatascar las cañerías.

—Claro que quiero. Queremos— rectifico bastante emocionado por poder volver a estar con ella antes del día de mañana. La única alternativa que tenía era soñar con Olivia toda la noche.

—Vamos a ponernos manos a la obra.

Olivia me ayuda a ponerme en pie y sigue el rastro de agua en nuestra compañía, manteniendo cierta distancia prudencial al tratarse de una casa ajena. Desconoce que estamos solos porque mamá aún no ha llegado de la reunión de empresa y por ello no le gustaría correr el riesgo de poner en una situación comprometida a algún familiar. En cuanto alcanzamos la cocina se queda a cuadros, contemplando las servilletas esparcidas por el suelo encharcado y la espuma creciendo y apoderándose de la encimera.

—Voy a necesitar algo de bicarbonato, agua y vinagre— cita con firmeza, soltando un bolso de tela de todos los colores del arcoíris que llevaba consigo. Se remanga la camiseta que lleva puesta hasta la altura de los codos y prepara la solución en un vaso que le ofrezco con algo de torpeza—. Podríamos repartirnos las tareas para ir más rápido.

Iván se decanta por pasar la fregona para hacer desaparecer el agua del suelo mientras Olivia vierte la solución en el desagüe y espera unos minutos antes de proceder a desatascarlo. Voy recogiendo los papeles del suelo intentando no despistarme más de lo debido en prestar atención a la chica que frota la mano por su frente para eliminar el sudor y apartar los mechones dorados de sus mejillas con ayuda de sus dedos, acomodándolos tras su oreja. Tiene algo especial. No sé si es su mirada, la sonrisa sincera y tierna que lleva allá adonde va o su bonita forma de ser.

—Está funcionando. Había tragado un poco de papel. Pero he conseguido sacarlo y ya está tragando agua con normalidad.

—Qué difícil es ser adulto. Creo que nunca voy a independizarme— bromea Iván con una amplia sonrisa asomando en sus labios.

—Gracias por tu ayuda, Olivia.

—No hay nada que agradecer. Me gusta ayudar siempre que puedo.

—Creo que voy a ir a darme una ducha. Me parece que tengo un poco papel en el oído. Y no estoy dispuesto a cortarme la oreja como Vincent Van Gogh.

La forma que se le ha ocurrido a Iván de dejarnos a solas no ha sido la mejor, aunque sí gana puntos por originalidad. Puedo sentir como el miedo me asalta y deseo profundamente pedirle al chico que ni se le ocurra alejarse de mí más de dos metros. Contradictoriamente, también ansío compartir un momento íntimo en compañía de la chica, aunque los nervios me puedan y sienta que las piernas van a flaquearme y las palabras van a quedar atrapadas en mi garganta.

—¿Quieres algo de tomar?

—Un batido estaría bien.

—Espero que no sea de esos depurativos porque no tengo ni la menor idea de cómo se elaboran. Tendría que verme como diez vídeos de YouTube.

—¿Tienes de fresa?

—Fresa. Esa fruta roja con pepitas y ramita verde.

Sonríe ampliamente.

—Esas son mis favoritas.

—Ahora vuelvo con un batido de fresa roja con pepitas. Ponte cómoda, como si estuvieras en tu propia casa.

Me marcho a la ligera del salón y entro en la cocina dándome un golpecito en la frente con la palma de la mano a fin de aclarar mis ideas y, de alguna forma, escarmentar las tonterías que he soltado por la boca con apenas unos segundos de diferencia. ¿Cómo he podido describir el aspecto de una fresa diciendo tantas bobadas? Ahora mismo debe estar pensando que soy un tonto, que no sé diferenciar una fresa de un cacahuete. ¿Cómo voy a volver con ella después de esto? Esconderme bajo la mesa y quedarme ahí toda la noche se me antoja una alternativa interesante.

Doy palmaditas en mi cara para dejar de pensar tanto y enfrentarme a la realidad. Vierto un poco de batido en un vaso de cristal algo alargado y coloco una pajita. Antes de salir de la cocina me tomo mi tiempo para inspirar y espirar varias veces a fin de mantener mis nervios bajo control, algo que parece estar lejos de ocurrir. Finalmente me lanzo a la aventura sin pensarlo demasiado. Encuentro a Olivia sentada en el sofá, curioseando con la mirada todo cuanto le rodea.

—Batido de fresa para una princesa.

—Tiene muy buena pinta. Gracias.

—¿Quieres que veamos algo? Tengo varias películas bajadas en el ordenador que creo que podrían gustarte.

Le da un sorbo al batido y a continuación lo deja sobre la mesa. Tiene un leve rastro de nata en su labio superior, aunque ella no es consciente de ello. Olivia se vuelve hacia mí como si fuese atraída por un imán invisible y lleva sus manos, cuidadosamente, hacia las mías para terminar por envolverlas con ternura. Algo dentro de mí se acciona y todo mi ser tiembla.

—En realidad quiero hablar contigo.

—¿Conmigo?

—Sí. He venido porque quería saber cómo estabas. No podía dejar de darle vueltas a todo lo que ha pasado hoy, a ese golpe que te llevaste por tratar de defenderme. Así que eché a andar y he acabado viniendo aquí.

—¿Has venido hasta aquí sólo para saber si estoy bien?

—Claro que sí. Me importa cómo estés. A fin de cuenta eres mi amigo y todo lo que te ocurra es de importancia para mí.

Mis ojos se iluminan al oírle decir eso. He dejado de estar sentado en el sofá para volar por el cielo, junto con las nubes, jugando a atrapar estrellas y mecerme en la luna.

—Estoy bien. La herida está curándose.

—¿Y qué dice tu corazón?

—Todo y nada.

—¿Todo?

—Todo lo que quiere decir lo está gritando, nada que no salte a la vista y pueda ocultar. Pero todo grito pasa inadvertido para quien no quiere oír— bajo la vista y froto las palmas de mis manos sudadas sobre mis vaqueros—. Olivia, yo te quier...

De repente suena el teléfono fijo de casa y ambos nos sobresaltamos por la inesperada llamada. Olivia me indica con la mirada que la atienda pero estoy ahora mismo en estado de shock por aquellas palabras tan importantes que han estado a punto de ser oídas por ella en plena totalidad si no fuese por la intervención de la melodía del teléfono. Al ver que no reacciono a absolutamente nada decide ir a atender, pero la llamada se corta en cuando descuelga, así que vuelve a dejarlo en su sitio a la espera de que llame de nuevo.

—¿Qué ibas a decirme?

—Yo te quiero decir que, aunque comenzó siendo un día malo, terminó totalmente diferente a como pensé que lo haría. Mejoró considerablemente y, en parte, fue gracias a ti.

—Tú también hiciste bonito mi día. Siempre vamos a tenernos el uno al otro.

Voy hacia ella con paso decidido y me detengo justo delante suya. Ella sigue el recorrido que traza una de mis manos, que va hacia su boca con sutileza. No quiero acercarme demasiado. Quizás una buena acción traiga a sus peores demonios. El calor humano es necesario pero a veces asusta por malas experiencias del pasado.

—Tienes un poco de nata...— señalo su labio y ella intenta hacer desaparecer el rastro con ayuda de su lengua, pero apenas lo elimina. Insisto, acercándome un poquito más—. Justo aquí.

Ella se queda quieta, mirándome con un brillo inusual viviendo en sus pupilas, mientras limpio con ayuda de un pañuelo la nata que manchaba su labio. Nuestros ojos tropiezan en una apasionante encrucijada de la que no sabemos cómo salir y a la que tampoco tememos enfrentar en caso de no existir una vía de escape. Tal vez quedarnos a vivir en ella nos haga enloquecer. Pero a fin de cuentas, perder la cabeza no es tan malo cuando viene acompañada de una dosis doble de felicidad.

—Tierra llamando a Benjamín y Olivia. El teléfono lleva sonando como un poseso un buen rato— dice Iván desde la escalera con el pelo húmedo, con el pecho al descubierto adornado con un collar del que pende la púa de una guitarra, y con un pantalón de pijama azul. Uno de sus ojos está achinado y enrojecido—. Casi pierdo un ojo con el champú.

Olivia contesta el teléfono y alterna mirada con nosotros. Adhiere el teléfono sobre su pecho para que la persona que se encuentra al otro lado de la línea no pueda escuchar.

—Tu padre pregunta por ti, Iván.

—Dile que no estoy aquí y que no sabes nada acerca de mí.

—Perdone, no podía oírle con claridad y he ido a otra habitación. No, Iván no está aquí y tampoco sé dónde puede estar. Ha estado faltando a clases. Gracias a usted. Adiós— finaliza la llamada y deja el teléfono en su sitio. Iván se lleva la mano al pecho y suspira aliviado. Debe haberse llevado un gran susto—. ¿Qué está pasando? Decídmelo ahora mismo.

—Estoy instalado en casa de Benjamín porque me he ido de la mía.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Por esto— aparta las manos de su torso y deja al descubierto su cuerpo amoratado a causa de las palizas que le propinaba a diario su padre—. Estuve faltando al instituto porque mi padre me golpeó y no quería complicar las cosas aún más. No es nada nuevo para mí. Llevo años soportando la descarga de su furia sobre mí. Pero la última vez dije basta y me fui de casa. No sabía adónde ir y acudí a Benjamín.

—Le dije que podía quedarse aquí todo el tiempo que necesitase. En casa es como uno más de la familia. Necesitaba ayuda y no dudé en dársela.

Olivia suspira y se deja caer en una silla.

—No quiero volver a casa. Sé que las cosas van a seguir estando igual. Puede que todo empeore en cuanto me deje caer por allí. No voy a ser más la víctima de un cobarde. Hasta que decida qué hacer me gustaría que guardaras el secreto, que no dijeras nada acerca de esto. Es algo que aún me cuesta asimilar, que no estoy preparado para sacar a la luz.

—No diré nada. Tu secreto está a salvo conmigo. Pero, ¿Qué tienes pensado hacer?

—Por el momento, mantener las distancias con mis padres. En cuanto pueda reunir el valor suficiente para enfrentar la situación, hablaré con ellos y tomaré una decisión. He recibido tantos golpes y he sufrido tanto que me he ido volviendo resistente al dolor, convirtiéndome en piedra. Ya ni siquiera una bala impregnada en veneno puede quebrarme.

Pasa la mano por su hombro y termina por darle un fuerte y necesario abrazo que él recibe de buena gana a pesar de sentirte extraño por recibir calor humano después de tanta tempestad y frío. Los tres terminamos dándonos un abrazo grupal que se extiende por varios minutos, minutos en los que nadie dice absolutamente nada, sólo sentimos dentro de nosotros.

Las dos horas siguientes las pasamos jugando al uno, comiendo nachos con queso y viendo una película de miedo que nos termina dando más risa que temor. Tras estas, Olivia vuelve a casa en bicicleta acompañada por nosotros. No nos vamos hasta verla entrar. Queremos asegurarnos de que estará bien, a salvo. Las calles a altas horas de la noche son peligrosas. Lo dicen en las noticias y periódicos, las víctimas de algún asalto que aún conservan la voz. Y, en cuanto volvemos a casa, yo me doy una ducha mientras Iván lee un cómic en la cama.

—Hola, chicos, ¿Qué tal ha ido el día?— pregunta mamá bajo el marco de la puerta de mi habitación en cuanto estamos ambos en nuestras respectivas camas.

—Movidito— responde Iván, intercambiando una mirada de complicidad conmigo—. Ha sido un día para recordar.

—Lleno de emociones fuertes. Ha habido de todo un poco. Aunque no empezó siendo el mejor día, terminó siéndolo gracias a pequeños detalles.

—Imagino que esa herida de tu labio debe haber sido una de esas emociones fuertes. No quiero que te metas en líos, Benjamín. Ya sabes el esfuerzo que hago porque estudies en esa escuela.

Asiento.

—Benjamín defendió a una compañera que estaba siendo tratada injustamente. No quiero restarle importancia ni quitarle razón, Helena, pero su hijo ha sido muy valiente.

—Tengo un hijo extraordinario. Es indudable. Pero quiero que entienda que para cambiar el mundo no hay que hacer uso de imposiciones a la fuerza, de la violencia. Con pequeñas acciones bondadosas día a día se consigue mucho— hace una pausa. Se acerca a nosotros y nos cubre bien con la manta. Besa mi frente y luego hace lo mismo con la de Iván—. Me alegro de que hayáis tenido un buen día. Siempre valorad los pequeños detalles que os hayan hecho sonreír. Lo demás, aquello que os produzca tristeza o ansiedad, desechadlo.

—¿Qué tal tu cena, mamá?

—Aburrida, como la mayoría de las cenas de empresa. Pero, oye, por lo menos me he dado un festín. Esta noche me he puesto las botas con el marisco.

Reímos al unísono.

—Buenas noches. Que tengáis dulces sueños.

—Hasta mañana, mamá— me lanza un beso desde la lejanía y cierra la puerta tras de sí, perdiéndose en el pasillo iluminado por una cálida luz anaranjada Seguramente pase los próximos minutos antes de dormir hablándole al cielo acerca de todas las experiencias que estamos viviendo y terminará durmiendo abrazada al marco de fotografía de papá—. Hemos tenido mucha suerte de que Olivia nos haya podido echar una mano.

—Si no hubiéramos muerto por la inundación de agua, lo hubiéramos hecho por tu saliva. Se te caía la baba cuando la tenías enfrente.

—¿Qué dices? ¿En serio?

—Ha faltado poco. Dime, ¿De qué habéis estado hablando?

—Le invité a un batido y hemos estado hablando acerca del altercado de esta mañana, de la discusión que estaba teniendo con Ethan y de mi intervención en defensa suya. Quería saber cómo estaba, si evolucionada bien mi herida.

Se mueve en la cama, algo inquieto, y se asoma desde el colchón de arriba para mirarme. A pesar de la oscuridad puedo distinguir sus facciones una vez mis ojos se hacen a ella.

—Estás muy clavado con ella, ¿verdad?

—Sólo somos amigos. Además, ella ya tiene novio.

—¿Qué tiene que ver eso con no poder tener sentimientos hacia ella? Uno no elige por quien despierta la llama del amor.

—Mis sentimientos por Olivia son lo de menos. Lo único que me importante es que ella sea feliz, de cualquier manera, y que todas las decisiones que tome la lleven a ese estado— trago saliva y me doy media vuelta en la cama—. ¿Qué hay de ti y Natalie? ¿Te gusta?

—¿Natalie? Nada que ver. Eso no tendría ni pies ni cabeza. De verdad que esa chica me tiene la cabeza en llamas.

—Uno no elige de quien se enamora.

Y, los escasos minutos que me separan del reino de los sueños, los dedico a pensar en Olivia, en todos los momentos que he vivido con ella a lo largo del día con una sonrisa de oreja a oreja, y me preparo para continuar viéndola en mi subconsciente, donde no hay barreras para que podamos estar juntos, y nuestro amor alocado crece por segundos, volviéndose más y más grande, y todo cuanto nos rodea es un mundo idílico. Un mundo mágico donde nuestro amor puede ser una de esas historias entre un millón que tienen un final feliz.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top