Capítulo 43
Doblo las últimas camisetas de mamá y los coloco de forma ordenada en una maleta. Llevo toda la mañana recogiendo sus pertenencias junto a Iván. Él ha decidido guardar en cajas de cartón distintos cuadros que decoraban la habitación de Helena. Cierro la cremallera el equipaje y le echo un vistazo a la estancia que me rodea. Hay tantos recuerdos entre estas cuatro paredes. Cuesta desprenderse del único recuerdo físico que me queda de ella.
Iván pone su mano en mi hombro.
—¿Crees que volveré a ser feliz de verdad algún día?
—Sé que será así. Me tienes aquí. Sabes que haría el payaso por ti con tal de sacarte una sonrisa.
—Hoy no será ese día.
—No tengas prisa por sanar. Todo lleva su tiempo.
Asiento. Me pongo en el cuello el guardapelo y lo acaricio con mis dedos. Así sentiré a mamá siempre cerca de mí.
—¿Ellos lo saben?
—Creo que todos lo saben, salvo Olivia.
—¿Has sabido algo de ella?
—Lo último que supe fue que viajó a España para despejarse un poco. Ella no sabe absolutamente nada de lo que has vivido este último año. Preferimos no decirle nada. Verás, su estado emocional ha sido inestable estos meses. Ha estado visitando algunos psicólogos. Acordamos entre todos no decirle nada hasta más adelante— me alegro de que esté conociendo mundo, que todo lo que está haciendo lo haga por su bienestar, por el nadie más—. Y, ahora que estamos con preguntas, voy a hacerte yo una. ¿Qué es esta carta?
Me muestra un trozo de papel doblado. Rasco mi nuca y guiño un ojo. Iván enarca sus cejas y espera a que le dé una respuesta que satisfaga su curiosidad.
—Te la puse yo en la mochila. Natalie me pidió que te la diera. No quería hacerlo personalmente. Supongo que debió ser algo así como una despedida- sus ojos verdes se iluminan—. No sé qué sientes tú, ni qué piensas al respecto, pero yo creo que Natalie todavía te quiere. Mejor dicho, que nunca ha dejado de hacerlo. Cada cierto tiempo me escribía para preguntarme por ti. Si eso no es interés y amor, que baje Dios y lo vea.
—Yo tampoco he podido sacármela de la cabeza. Todas las noches volvía a repetir en mi cabeza todos los momentos que compartí con ella antes de dormir. Luego me despertaba sobresaltado por pesadillas que iban sobre perderle. He intentado olvidarla de mil maneras, pero sigue estando muy clavada en mi corazón— se pasa la mano por el pelo y muerde su labio inferior—. Aunque fuera cierto que sigue sintiendo amor por mí, no va a darme una oportunidad. La conozco y sé cómo de terca es. En cuanto me vea aparecer va a tirarme un ladrillo a la cabeza.
—Iván, tienes que hablar con ella. Explicarle todo. Contarle la verdad. No puedes dejarlo correr. Ella merece saber que siempre la quisiste, que no fue un juego. Ahora no hay nada que temer. Bueno, quizás a ese ladrillo. Pero nada más. Venga, va. Lánzate. El presente es lo único seguro que tenemos.
Sonríe y aúpa la caja.
—¿Sabes qué? Tienes razón. Hablaré con ella. Mejor confesar lo que siento ahora a quedarme con dudas más tarde.
—Tú puedes.
—Yo puedo— dice con determinación.
Pongo la maleta en el suelo y encierro el asa en una de mis manos. Tiro de ella hacia el pasillo, bajo por las escaleras y voy hasta la puerta de entrada. Antes de salir, miro a mi alrededor, recreando escenas que han formado parte de mi vida. Nuestros fantasmas se pasean de un lado a otro y me hacen sentir nostalgia por aquellos tiempos felices. Iván también siente pena por tener que decir adiós a la que fue su casa por meses.
—¿Ya está todo?— pregunta Alfred desde la parte trasera del coche. Asiento con la cabeza y le tiendo el equipaje para que lo guarde en el maletero. Iván deja las cajas en un hueco disponible—. ¿Estás seguro de que no quieres venir a casa?
—Me gustaría quedarme aquí hasta que tenga que abandonarla.
—¿Dónde irás luego? Las puertas de mi casa están abiertas para ti.
—No lo sé aún. Tengo que pensar.
Frunce sus labios. Aún no he podido arreglar las cosas con él.
—¿Queréis que os lleve al instituto?
—Tengo en mente una idea mejor— añade Iván con una sonrisita traviesa. Alfred le mira sin entender, aunque no le da demasiada importancia. Se sube al coche y se despide de nosotros con un abrazo.
—Nos veremos esta tarde, entonces.
Sigo a mi mejor amigo hasta el destino que tiene en mente. Unas bicicletas están sujetas a un árbol con ayuda de una cadena. Sonrío ampliamente. Sé por dónde van los tiros. Subo al sillín y coloco mis pies en los pedales. Espero a que Iván esté listo para comenzar a moverme. Él se incorpora a mi marcha sin problemas y aumenta el ritmo, retándome a ver quién llega primero. Sentir el viento en la cara, el corazón latiéndome con fuerza, los músculos en movimiento, oír las ruedas de los monopatines hacer fricción con el circuito de rampas del parque, la risa de mi amigo de fondo, todo ello me hace sentir como si nada hubiera cambiado. Pero sólo hay una verdad: ya nada es igual.
—¡Te gané!— se burla con una sonrisita.
—Te he dejado ganar, claramente.
—Ajá.
Detengo mi caminar junto a la entrada. Los pies de Iván también cesan de dar sus pasos. Nuestros cuerpos se paralizan al pensar en lo que podemos encontrar al cruzar la puerta. El miedo nos ata de manos y pies a estas alturas, después de habernos enfrentado a nuestros peores temores. Intercambio una mirada con mi amigo. Él envuelve mis hombros con sus manos desde un lateral y me da una palmadita, animándome a entrar.
Los pasillos continúan abarrotados de estudiantes. Algunos se dirigen hacia sus aulas, otros ponen orden en sus taquillas y aprovechan para coger o soltar algún libro. Hay quienes charlan animadamente antes de que suene el timbre. Una cara conocida me dedica una sonrisa desde una de las esquinas empapeladas con información sobre clases extraescolares.
—Benjamín— abre sus brazos para envolverme con ellos, apretando contra mi espalda una carpeta naranja que lleva en una de sus manos. Sentir esa alegría propia de ella me reconforta. Lydia no me suelta hasta asegurarse de haberme transmitido su amor y apoyo incondicional—. Tenía tantas ganas de verte. Entre un proyecto y otro no he pasado demasiado por aquí.
—Te he echado mucho de menos. Es genial que estés aquí. ¿No me habrás traído por casualidad los bombones Merci?
—Que quede entre nosotros, no están tan buenos como los de aquí.
—Merci, te doy las gracias por iluminarme acerca de qué bombones no comprar más— bromea Iván, que está a mi lado.
—A ti te quería yo ver. ¿Cómo es eso de que te tomas una vacaciones de nosotros? No te haces una idea de lo diferente que ha sido el instituto sin ti.
—Reinaba la paz en el ambiente— suelta Ayrton con una risita. Lydia le da un golpecito entre las costillas y eso le arranca una amplia sonrisa.
—Tiene un lado malo, ¿verdad?— da por hecho la pelirroja, a pesar de haberlo formulado como una pregunta.
—Sólo un poquito. Pero cuando estoy contigo me vuelvo empalagoso. Así como un chicle que se te queda en una muela.
—Tienes unas cosas... eres tontísimo— los ojos de la chica se depositan en Ayrton y brillan con gran intensidad, como si fueran dos soles. Es feliz. Encontró la felicidad en ella misma y luego la compartió con él. Lydia sostiene el mentón de Ayrton y lo aprieta un poco. Su boca parece la de un pececito—, pero te quiero tanto.
Une sus labios con los de él. Miro a Iván. Él parece estar demasiado ocupado mirando por encima de la pareja que se dedica cariñitos ante nosotros. ¿Qué estará buscando? ¿Por qué de repente yo también estoy intentando dar con alguien entre la multitud sin saber a quién busco? Lydia mantiene su frente unida con la de su pareja por unos segundos, con sus ojos desnudos, emocionalmente, buscando los de él, acariciando su mejilla con una mano.
—Chicos, me alegro mucho de que las cosas entre vosotros hayan vuelto a la normalidad. A todos nos va a venir bien un poco de orden en todo este año caótico— confiesa Ayrton—. Hay piezas que empiezan a encajar en el rompecabezas.
—Aún quedan muchas piezas por reunir— concluyo.
—Por algún sitio hay que empezar. Y algo me dice que vuestra reconciliación es el mejor de los comienzos— asegura con su voz cantarina Ly. Iván asiente, sin prestarle demasiada atención—. Creo que deberíamos comprar entre todos un escarabajo azul y sacarlo a pasear. ¿Te parece una buena idea, Iván?
—Suena bien.
Lydia chasquea sus dedos delante de la cara del chico de ojos verdes para que vuelva a la realidad y abandone su búsqueda comenzada en el pasillo del instituto. Iván se siente avergonzado por haber sido descubierto perdido en sus pensamientos.
—¿Qué?
—No ha venido. Natalie no está aquí. Hay veces en las que falta porque se levanta con el ánimo un poco bajo.
—¿Dónde está?
—Imagino que en su casa.
Asiente.
—Y no es la única novedad— dice una nueva voz masculina. Robert se incorpora a la conversación. Al parecer ha estado poniendo la oreja desde hace un rato. Hasta ahora no me había dado cuenta de que estaba junto a las taquillas, lanzando miradas furtivas en nuestra dirección—. Alexander ha escuchado al profesor Marshall hablar por teléfono con alguien. Al parecer, está pensando en marcharse del instituto. Quiere impartir clases a personas mayores que no tuvieron la oportunidad de estudiar.
—No. No. Tengo que hablar con él.
—Alfred nos ha ayudado mucho. Espero que no se vaya. Ojalá puedas hacerle cambiar de parecer, Benjamín.
Y, con las últimas palabras de Alexander grabadas en mi cabeza, echo a correr hacia el despacho del profesor con la esperanza de que aún cuente con tiempo para hacerle cambiar de opinión. La puerta está encajada, así que me tomo la libertad de abrirla completamente y entrar. Le encuentro junto a su mesa, metiendo objetos personales de su mesa en una caja.
—Así que es cierto. Te vas.
—Este instituto me ha aportado experiencias muy enriquecedoras. He conocido a unos estudiantes maravillosos que tienen mucho que dar a este mundo. Pero creo que es hora de cambiar de aires. A fin de cuentas, ya nada me retiene aquí.
—Pero yo te oí prometérselo a mamá. Le dijiste que te quedarías y que cuidarías de mí. No puedes salir corriendo como un cobarde después de que su ida te haya roto el corazón. A mí también me duele horrores su pérdida. La echo de menos a cada segundo. Y sé que seguiré extrañándola por el resto de mis días. Pero no huiré. Me quedaré. Porque el dolor lo vas a sentir aquí, en Pekín o adonde quieras ir— Alfred deja en el interior de la caja un marco de fotografía en la que aparecen él y mamá compartiendo un cubo de palomitas en el cine—. Le diste tu palabra a mamá.
—Sé lo que dije. Benjamín, para ser francos, tú no quieres venir a vivir conmigo. Para ti fue duro aceptar la relación que manteníamos tu madre y yo. Sé que no llegaste a acostumbrarte a vernos juntos y que aún me guardas rencor. Ya te aseguré que las puertas de mi casa estarían abiertas para ti. Y si algún día tienes un problema, podrás contar conmigo. Pero no puedo obligarte a que vengas conmigo. Eres mayor. Tienes que hacer tus propias elecciones.
Pliega el cartón de la parte superior de la caja y la acoge entre sus manos. Pasa por mi lado para salir del despacho e ir a dejar sus cosas en el coche cuando me doy media vuelta y le llamo para evitar que se vaya.
—No te vayas, Alfred. Eres lo más parecido a una familia que me queda. Sé que las cosas entre nosotros no han estado muy bien desde hace tiempo. Pero no te guardo rencor. Creo que nunca he estado realmente enfadado contigo. Desde antes había un caos en mi interior. Fue contigo contra quien estallé. No te lo merecías. Tú sólo amabas a mamá y le hacías feliz. Puede que fuera un egoísta y sintiera celos de la alegría ajena, porque en mi interior llovía— trago saliva y doy unos pasos hacia adelante—. Me encantaría comenzar de cero a tu lado. Quiero vivir contigo. Quédate, por favor. Te necesito.
Cierra los ojos con fuerza e inspira hondo. Deja la caja sobre el estante más cercano, gira sobre sus talones y enfrenta su cuerpo al mío. Sus ojos están encharcados. Esboza una pequeña sonrisa. Voy hacia él y me hago un hueco entre sus brazos. Alfred me estrecha con fuerza contra su pecho y deposita su mentón en mi coronilla. Revuelve mi pelo con una de sus manos. Lloramos para ayudar a sanar nuestra alma.
Cuando el mundo parece derrumbarse, el amor es lo único que puede salvarlo.
—Quiero que hagas algo por mí.
—Lo que sea.
—Hazle saber a cada alumno de la sesión de grupo que mañana hay reunión. Y que tienen que venir todos sin falta.
—¿Una reunión de grupo?
—Sí. Tengo que evaluar vuestra evolución. Además, creo que a todos os vendrá bien volver a coincidir— dice, enjugándose las lágrimas. Aunque tengo mis dudas acerca de su afirmación, no digo nada y me limito a enviar un mensaje por el grupo que tenía con mis amigos, en el que dejamos de hablar hace mucho—. ¿Vendrás esta noche a casa?
—Mañana. Hoy es la última noche que puedo pasar en casa antes de que el banco se la quede. Me gustaría despedirla como se merece.
No insiste. Sabe que lo necesito. Se limita a ponerse en mi lugar y darme espacio para hacer y deshacer en base a mis sentimientos.
Cruzo mis manos sobre el traje negro y mantengo la cabeza agachada, en búsqueda de algo o alguien que me ayude a armarme del valor necesario para enfrentar la situación. Enfoco a Lydia, con su brazo entrelazado con el chico de cabello castaño, que porta en una de sus manos una fotografía enmarcada de mi cumpleaños, en la que aparecemos todos. Tienen el semblante serio. Algunas lágrimas resbalan por sus mejillas. Dejo de prestarles atención para mirar hacia el árbol más cercano a la carretera. Robert porta entre sus manos un ramo de rosas y Alexander le coje la mano libre, con fuerza, para darle ánimos.
Alzo la mirada y encuentro a Iván con su madre a mi lado. Él tiene una flor azul entre sus manos que no duda en dejar sobre el ataúd de mamá, donde también descansan los restos de papá, en cuanto terminan de rociar con agua bendita. Los más allegados se acercan para dejar algún detalle personal que les recuerda a la difunta. Alfred deja el anillo de compromiso sobre el féretro y deposita un beso con su mano sobre la superficie con ayuda de sus dedos.
El día está nublado y amenaza con llover. Mi estado anímico se asemeja al tiempo que hace. Creía que lo verdaderamente duro ya había pasado, pero me equivocaba. Enterrar a mamá, darle ese último adiós, es lo más doloroso que he hecho jamás. Una parte dentro de mí aún fantaseaba con la idea que de todo esto sólo fuera un mal sueño del que llegaría a despertar. Aún no me hago a la idea de no volver a verla.
La señora Sandler se arrodilla ante el ataúd y pone una mano sobre él. Mira hacia el cielo y le da las gracias a mamá por todo lo que hizo por ella y por su hijo. Iván también mira hacia arriba con la esperanza de ver a Helena entre las nubes. Seguido de él aparece un rostro angelical. Natalie acaricia el féretro y esboza una pequeña sonrisa, con una mano puesta en el corazón. Iván, al verla, sienta como la tristeza disminuye en su interior. Va tras ella con la esperanza de poder hablar, aunque Perkins corta cualquier tipo de contacto al pedirle que la deje ir.
Es mi turno. Camino hasta donde descansan los restos mortales de mamá. Todo está lleno de flores, notas con palabras bonitas y algún que otro detalle personal. Si tuviera que darle algo, no dudaría en darle la vida, de la misma forma en la que ella me la dio a mí. Pero como no puedo, le prometo vivirla intensamente, tal y como me enseñó.
—Sigues viva en mí— pronuncio las palabras con un hilo de voz. Me inclino hacia adelante y abrazo el ataúd en un intento de traspasarlo y poder tocar a mamá. De alguna forma me siento así más cerca de ella. Lo único que nos separa es un cielo—. Gracias por darme la vida, por tu dedicación a lo largo de todos estos años, por enseñarme a verle el lado bueno a las situaciones más difíciles, por apoyarme y haberme hecho feliz a cada segundo. Me has enseñado a querer de verdad y muy bonito, y a amar a la persona que soy, haciendo caso omiso a las opiniones ajenas. Gracias por haberle dado un significado tan hermoso a la palabra "mamá". Vuela alto junto a papá, hasta que nos volvamos a encontrar. Te quiero.
Beso la madera y cierro los ojos con tanta fuerza que las lágrimas se escapan de ellos. Me pongo en pie poco después y retrocedo hasta quedar cobijado por los brazos de mis amigos. Presencio cómo poco a poco van levantando el ataúd hasta encajarlo en el hueco de la pared de mármol, donde descansará eternamente. Sellan la sepultura con el epitafio renovado, donde se recopilan los nombres de mis padres y de sus correspondientes fechas de nacimiento y defunción. "El cielo ha ganado dos estrellas muy brillantes", como frase que cierra la inscripción.
Iván prefirió incinerar a su padre y esparcir sus cenizas en un lugar tranquilo y bonito. La multitud que ha acudido al entierro para darle el último adiós a mamá va pasando por delante mía, de Alfred y de la familia Sandler para dar el pésame por las recientes pérdidas sufridas. No presto demasiada atención a lo que dicen. Sólo puedo concentrarme en el dolor que abunda en mi interior y en la ausencia de la chica de cabello dorado. ¿Dónde estará? ¿Habrá encontrado la felicidad?
—¿Has podido hablar con Natalie?
—Lo he intentado. Me dijo que no era momento de hablar y que la dejara marchar. No tuve más remedio que dejar que se fuera— le da las gracias a un compañero de trabajo de su madre—. Hablaré con ella en otro momento más propicio.
—Mañana hay sesión de grupo.
—Eso he leído. ¿Tienes idea de qué vamos a hacer? ¿Crees que servirá de algo?
—La vida es una caja de sorpresas. No nos preocupemos por cosas que aún no han pasado. Mañana sabremos cuál será el rumbo que tome nuestra vida de ahora en adelante.
—Nos abrimos al comienzo.
Dejo las llaves sobre el cuenco que descansa sobre el mueble de la entrada de casa. He decidido que la vivienda quede amueblada. Sólo me he llevado cosas personales. De alguna forma mantengo así el recuerdo vivo. Camino hacia el salón, enciendo una lámpara de pie y tomo asiento en el sofá para recortar y pegar fotos en el álbum, tal y como me pidió mamá. No llego a completarlo, pues sé que aún me quedan muchos recuerdos por crear, pero relleno una buena parte. Casi todas las instantáneas que utilizo son fotos de mi pandilla de amigos, de Alfred y mamá, y unas pocas en las que salgo en solitario.
Escucho cómo llovizna fuera. Deposito el álbum sobre la mesa y camino hacia la ventana más cercana para apartar la cortina y ver más allá. Me entretengo contemplando las gotas que salpican el cristal y se deslizan por él a gran velocidad. Eso me recuerda a las carreras de bici con Iván. También a las noche de cine lluviosas. Y, en general, a toda la tristeza que he encerrado más allá de mis costillas durante más de un año. Llueve fuera de mí. Es mi corazón padeciendo de soledad, ausencia, nostalgia.
Pongo la radio y suena la canción Wind of change. Mamá debió haber estado escuchándola la última vez que decidió escuchar un poco de música. Trato de concentrarme en la letra para mantener la mente ocupada y dejar de sentirme tan triste. Pero el timbre de la puerta suena. Doy media vuelta y miro extrañado la entrada. Camino hacia ella con pasos breves. Es tarde. No espero ninguna visita a estas horas.
Tras la puerta aparecen unos ojos que hacía mucho tiempo que no veía. No soy capaz de reaccionar. He fantaseado con este momento demasiado tiempo y ahora que está sucediendo no sé qué se supone que debo hacer. Aunque tampoco cuento con mucho margen. Ella decide ponerle fin a la tensión del primer encuentro, después de tanto sin vernos, con un abrazo asfixiante, pero al mismo tiempo reconfortante. Hacía tiempo que unos brazos no me hacía sentir tan bien. Es como si hubiera vuelto a casa.
—Pobrecito mío— susurra. Esas son sus primeras palabras. No hace falta decir nada más. Con eso me basta. Su amor me lo dice todo. Envuelvo su cintura con mis manos y lloro en su hombro. Me permito derrumbarme por completo y mostrar que soy humano y que no tengo que ser siempre fuerte. Ella acaricia mi espalda y mi pelo con tal de tranquilizarme.
—Creía que estabas de viaje por España.
—Trataba de huir del pasado. Pero me he dado cuenta de que no se puede escapar de lo que uno siente y que las emociones hay que enfrentarlas. En cuanto volví y supe lo que había pasado este último año, me sentí la persona más egoísta del mundo. Me di cuenta de lo que yo sentía era una tontería en comparación con lo que te había pasado a ti. No tenía ni idea. En cuanto me enteré, dejé todo lo que estaba haciendo y vine a buscarte.
—Ahora estás aquí.
—Mientras recorría una de las calles de Barcelona sentí que tenía algo anudado al dedo. Un hilo invisible que tiraba de mí en la dirección opuesta a la que me dirigía. Traté de ignorarlo. Pero un buen día dejé de luchar contra él y simplemente empecé a seguirle. De alguna forma me embarqué en la aventura de descubrir a dónde pertenecía— encoje sus hombros y mete su mano en el bolsillo de su chaqueta para sacar una bobina de hilo rojo. Enreda un poco de él en su dedo índice y, a continuación, desvía su atención hacia una de mis manos—. Era el hilo rojo del destino. Invisible al ojo humano pero perceptible si eres capaz de ver con el corazón.
—¿Dónde te llevó el hilo?
—Empecé a desenredarlo de lugares de la ciudad de Vancouver tras bajar del avión y fui guardándolo en mi bolsillo por cada vez que me acercaba más y más. Cuando quise darme cuenta el hilo se había acabado y estaba plantada delante de la puerta de tu casa— se toma la libertad de acoger una de mis manos y anudar un trocito de hilo rojo en mi dedo, de manera que su cuerpo y el mío quedan conectados—. Fue así desde el principio. Sigue siéndolo. Benjamín, mi corazón está conectado al tuyo.
—El hilo podrá estirarse, sobrevivir a la distancia, pero nunca romperse.
Me da la razón con una pequeña sonrisa.
—¿Qué es lo que viniste a decirme aquella última vez que hablamos?
—Fui a decirte que mi alma te había reconocido, que eras tú la persona que se había asomado a mi universo interior y había dado seguridad y amor a un alma asustada. Eres tú a quien mi corazón ha elegido como compañero de vida. Eres tú quien ha sabido ver luz entre tanta oscuridad. Eres tú quien me hace sonreír de verdad. Eres tú quien me hace sentir viva como nadie. Eres tú de quien estoy enamorada. Eres tú, amor, lo sé— acaricia mi mejilla con dulzura—. Te quiero.
—Te quiero, Olivia.
Me pide que le dé un segundo con su dedo índice y se inclina ligeramente hacia adelante para dejar la cajita de música que le regalé sobre el mueble donde descansa la radio. Apaga las luces y deja que sean las propias proyecciones de la película El jorobado de Notre dame la que nos ilumine esta noche.
—Creo que algo anda mal— le digo al ver las imágenes en las que aparece la protagonista, Esmeralda, con Quasimodo, bailando al son de la melodía de las campanas de la iglesia—. Así no es la película.
—La historia, esta vez, la escribimos nosotros.
Sonrío.
—¿Bailas conmigo?
—¿Y arriesgarte a que no quiera parar?
—Entonces, bailaremos por siempre. La melodía del amor nos acompañará. Sólo déjate guiar por tus latidos.
Ella rodea mi cuello con sus manos y se mueve con dulzura. Acaricio su cara con mis manos, coloco un mechón de su cabello tras su oreja y aproximo mi boca a la suya, midiendo cada paso que doy con la mirada, pidiéndole permiso para besarle. Ella cierra los ojos y frunce sus labios. Fundo mi boca con la suya en un beso apasionado que hace saltar chispas en mi interior. Mi corazón da un fuerte vuelco y luego otro. Y otro.
—¿Qué ocurre?— me pregunta cuando dejo de besarle y le miro con una sonrisa de oreja a oreja que nadie puede quitarme.
—Me siento vivo— atrapo su mano, cuyo dedo índice tiene un hilo rojo, y la coloco en mi pecho para que pueda sentir los latidos desbocados de mi corazón—. ¿Lo sientes? Hacía tiempo que creía que había dejado de latir. Late fuerte, aferrándose a la vida. Y todo gracias a ti. Soy el hombre más feliz del mundo junto a ti, Olivia Lancaster.
Deposito un beso casto en mis labios. Acomoda la cabeza en mi hombro y une su mano con la mía en el aire. Muevo mis pies en sintonía con los suyos al ritmo de la melodía de fondo. Giramos en alguna ocasión y damos rienda suelta a la emoción que nos corre por las venas. Estamos tan felices, nos sentimos tan completos, que bailamos alocadamente. Tomo sus manos y hacemos la ruleta. Ella inclina su cabeza hacia atrás y sonríe ampliamente. Una media luna se apodera de mis labios al verla tan contenta.
Olivia salta a mis brazos y cruza sus manos justo detrás de mi cuello. Rodeo su cintura con mis brazos y la miro con gran complicidad. Tiene la nariz más bonita del mundo. Y la sonrisa más brillante que todas las estrellas del cielo juntas. Ella une su frente con la mía y sonríe como una niña la mañana de reyes. Es preciosa. Verla tan feliz me da la vida. Cada día lucharé porque tenga una sonrisa en sus labios y los ojos llenitos de felicidad.
—Una vez me preguntaste si sabía lo que era estar enamorada. En aquel entonces estaba con Ethan y creía que sentía amor. Nada más lejos de la realidad— mueve sus cejas y mira a un lado—. No tenía ni idea de las sensaciones tan maravillosas que siente uno cuando está enamorado. Quizás porque por aquel entonces no lo estaba. Ahora lo sé. Te tengo delante y conozco la respuesta. Me siento exactamente cómo dijiste que debía sentirme— me siento tan feliz que estoy a punto de dar saltitos de alegría— Me brillan los ojos, siento un cosquilleo en el estómago cuando te veo o recibo un mensaje tuyo. No quiero irme a dormir por la noche porque siento que la realidad supera a mis mejores sueños. Llego al instituto con la mejor sonrisa, aun siendo un lunes, a las ocho de la mañana, porque estoy ilusionada por verte. Cuando me acaricias o me hablas, el corazón me late con fuerza— alza una de sus manos por mi brazo, acaricia mi hombro y termina deslizando sus dedos sobre mi mejilla sonrosada. Le miro y me veo reflejado en sus pupilas. Sus ojos me miran de manera diferente. Puedo ver el amor en ellos—. Cada pequeña cosa que haces me parece maravillosa. Y, cuando cruzas mirada conmigo, el mundo deja de girar por un segundo, se para, y nada más importa. Podría quedarme congelada eternamente en ese momento, que sería inmensamente feliz.
Cada palabra que sale por su boca la dije en su presencia un tiempo atrás con el objetivo de deshacer el nudo de la venda que le cubría los ojos para que esta pudiera caer. Quise que viera la verdad por ella misma. Porque, quien te lastima, no te ama. Es quien procura no causarte heridas quien realmente lo hace.
—Si eso no es estar enamorada, entonces, no quiero sentirlo. Porque a tu lado se siente como tocar el cielo con mis manos, aun teniendo los pies en la tierra— su pecho se infla y desinfla a una velocidad moderada. Sus mejillas lucen rojas por la emoción del momento y, si cabe, por el baile que nos hemos marcado antaño—. Si me pidieran que eligiera lo mejor de mi vida, sin lugar a dudas, me quedo contigo.
—¿Estaremos siempre juntos?
Levanta su mano y provoca que la mía le corresponda con el mismo movimiento. Muestra el dedo que cuente con una pequeña lazada y recorre con la mirada la tela que nos conecta hasta alcanzar el extremo opuesto.
—El hilo rojo puede tensarse en mayor o menor medida, enredarse más o menos, estirarse hasta el infinito. Pero nunca se romperá.
—¿Crees que estamos conectados desde la primera vez que nos vimos?
—Fue mucho antes de que tuviéramos uso de razón. Desde el principio, cuando dos estrellas bajaron del cielo para componer el universo interior alojado más allá de una coraza de carne y hueso.
—Nuestros caminos estaban destinados a cruzarse.
—Predestinados a amarnos, de corazón a corazón, de universo a universo— sonríe a ras de mi boca y sus dientes inmaculados me tienen atrapado por unos segundos. Cuando sus labios se curvan es imposible encontrar belleza que se le compare. No existe—. Coincidir desató el Big Bang. Sólo fue el comienzo, el punto inicial, de un viaje a años luz que nos embarcaría en la aventura de conocer las maravillas que entraña el universo y, en el camino, perdernos en él para acabar encontrándonos gracias a la voz de nuestros corazones. Donde el amor nace y florece, allá es donde habita la verdadera magia.
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