Capítulo 37

 —¿Algo interesante para ver?

 —Profe, qué susto me ha dado— encajo la puerta y voy hacia el hombre que está a mis espaldas para cogerle por el brazo y guiarle lejos de la habitación de las chicas donde está teniendo lugar un momento trascendental que ninguno de sus protagonistas olvidará jamás—. Yo quería hacerle una pregunta.

 —A ver, dispara.

 —¿Alguna vez se ha enamorado?— sonríe y asiente un par de veces para confirmarlo—. ¿Y cómo ocurre? ¿Qué se siente al estarlo?

 —Es algo que no depende de nosotros. No elegimos la persona, el momento y el lugar, y tampoco la edad. Simplemente un día ocurre. No sé sabe con certeza cuándo pasó. Pero hubo un momento en el que tu corazón hizo "clic" y desde entonces la forma en la que ves a esa persona es diferente— toma asiento en un escalón y espera a que me reúna con él para continuar hablando. Flexiono mis piernas y deposito mis brazos sobre mis muslos—. Hay un momento en el que te paras a reflexionar y llegas a la conclusión de que esperas un mensaje de esa persona con ansias, te sale una sonrisa cuando le ves, el corazón se te acelera, piensas en ese alguien especial a cada segundo. Cuando le tienes lejos anhelas su perfume, escuchar su voz, sentir su piel y la calidez de su cuerpo— acoge en sus manos una flor que yace abandonada en el suelo. Quizás haya sido arrancada por manos egoístas y por la propia fuerza del viento—. Cuando te enamoras es como si flotaras. Sientes una gran felicidad que te acompaña allá a donde vas. El estómago se estrangula a sí mismo, el corazón corre velozmente como si fuese a abandonar el pecho, las manos se vuelven sudorosas, la respiración se vuelve agitada.

<<El tiempo se detiene cuando le ves. El mundo parece ponerse patas arriba. La mente queda en blanco. Y las palabras se atragantan. Le quieres. Lo sabes. Lo sientes. Pero no puedes expresarlo por medio de la palabra. Dentro de ti sabes que lucharías por velar por sus sueños, por sacarle una sonrisa aun en días grises. Su felicidad es tu felicidad, y viceversa. Todos seríamos capaces de convertirnos en héroes por amor>>  

A medida que va explicando ese sentimiento no puedo evitar atraer a Olivia a mis pensamientos y revivir momentos pasados que tanto me han marcado y que, poco a poco, hicieron que fuera enamorándome de ella un poco más. Es sorprendente todo lo que una persona puede despertar en otra con tan sólo una mirada, una sonrisa. Ella me toca el alma y el corazón sin ponerme un dedo encima. Nunca antes nadie me había hecho sentir así. Olivia me hace sentir especial.

 —Parece que conoce la sensación. ¿Ha estado alguna vez enamorado?

 —Solía pensar que sí. Pero luego, a medida que iba conociendo a otras personas, descubrí que las emociones que despertaban en mí eran nuevas y más fuertes. Aun así puedo afirmar que he encontrado a la persona con la que me gustaría compartir mi vida. Créeme, eso no es algo que pueda decirse a la ligera. Pero no sé. Con ella fue diferente. Fue verla e intercambiar unas palabras y saber que querría que fuera ella la mujer a la que viera cada mañana al despertar al otro lado de la cama.

 —¿Puede alguien enamorarse una sola vez en la vida?

 —Es posible. Quizás esas personas pasen el resto de sus vidas intentando encontrar a alguien que les recuerde a ese gran amor que perdieron, que tuvieron que dejar enterrado en el pasado. Aunque también puede ser que se hayan enamorado de ese alguien especial y aún a día de hoy continúen alimentando la llama del amor.

 —¿Y cómo se puede saber si alguien está enamorado de ti o si simplemente se siente atraído?

 —Una vez leí algo sobre eso. Decía así: cuando te gusta una flor, la arrancas. Pero cuando la amas, la riegas a diario, le hablas y le das todo el amor necesario para que crezca fuerte y feliz. Hoy en día hay quienes viven de la relación sexo sin compromiso y sin amor. No está mal. Cada uno elige la forma en la que quiere disfrutar de la vida. Pero a medida que van pasando los años, el físico deja de ser tan importante, el sexo paso a un segundo plano y sientes la necesidad de tener algo más. Ese cariño por parte de alguien especial, compartir cada vivencia. Dar con ese amor del que tanto se huía en la juventud.

Yo nunca me he sentido atraído a mantener una relación únicamente del tipo sexual con alguien. Quizás no se ha dado la oportunidad o tal vez algo en mi forma de ser me lleva a buscar la esencia de esa persona, conocer su manera de pensar y los sentimientos que abundan su corazón. El cariño que te aporta alguien que te quiere de verdad no se puede comparar con el roce de la piel en una noche de pasión.

 —Si le digo todo esto es porque siento que estoy enamorado de alguien muy especial. Llevo sintiendo este amor desde hace meses y sé que seguirá en adelante. La he amado a cada segundo, en cada pensamiento, cada mañana al despertar, cada vez que la veo sonreír. Me hace sentir especial y no como un bicho raro como he estado sintiéndome todos estos años atrás— siento que los pulmones me arden pidiendo una nueva bocanada de aire. La tomo y poco después estoy expulsando lentamente un suspiro con sabor a tristeza—. Me hubiera gustado que lo supiera.

 —¿Cómo? ¿A caso ella no lo sabe?

 —No se lo he dicho. Intento decirme a mí mismo que si no lo he hecho ha sido porque no he encontrado el momento idóneo o porque no he reunido el valor suficiente para hacerlo. Pero sólo estoy engañándome a mí mismo. La realidad es que tengo la certeza de que mis sentimientos no son correspondidos, que ella no me ve como yo lo hago. Sé que para ella sólo soy un amigo. Pero ella para mí es la chica más increíble que he conocido nunca. Es luz en la oscuridad, hoguera en invierno, es un arcoíris cuando todo es gris. Lo es todo.

 —La vida es así. Hay veces en las que nuestro amor no es correspondido. Y duele. Pero no podemos forzar a nadie a sentir lo mismo que nosotros. El rechazo hiere, aunque tratemos de restarle importancia. Aún más cuando hemos pasado noches fantaseando con vivir una historia de amor con esa persona. A veces seremos nosotros los rechazados y, en otras circunstancias, seremos nosotros quienes rechacemos— se lleva la flor a las aletas de su nariz para poder apreciar el aroma tan embriagador que desprende aun después de haber sido arrebatada de la naturaleza—. Sin embargo, hay algo que sí está en nuestra mano. Siempre que sintamos algo hacia otra persona, aún más cuando es amor, hay que decirlo y demostrarlo. Damos por hecho que esas personas ya saben que les queremos, pero nunca viene mal escucharlo y sentirlo. Así que puede que sea cierto y tu amor no sea correspondido por esa chica. Pero confesarlo te ayudará a aliviar el alma. Es mejor hacer las cosas en el momento que arrepentirse en el futuro.

 —¿Cree que debería decírselo?

Asiente.

 —Así es. Sentir es algo maravilloso. Y no debería cohibirnos hablar de ello. No todo el mundo puede alardear de sentir un amor verdadero, sincero, bonito e inmenso hacia alguien. No pierdes nada por decírselo. Piénsalo. No permitas que el amor que sientes muera sin haber llegado a conocer mundo más allá de los ventrículos de tu corazón.

Marshall se pone en pie tras depositar su mano en mi hombro y ejercer una pequeña presión sobre él con la finalidad de contribuir a recomponerme. Sonrío, agradecido por sus palabras, y miro hacia atrás para ver como se pierde por el camino por el que caminamos con anterioridad. Alfred tiene los pétalos de la flor a ras de su sonrisa. Parece feliz. Quizás la mujer tan especial de la que está enamorado esté ocupando sus pensamientos en esos precisos instantes. El amor es bonito.

Veo a Lydia salir de una de las tiendas que incluye el complejo con una bolsa en la mano. Mira de un lado a otro con la intención de comprobar si hay una cara conocida en las proximidades que pueda sorprenderla en plena hazaña secreta que está protagonizando. Saca una caña de chocolate del bolso que lleva consigo y la devora con ansias. El arrepentimiento por lo que está haciendo la invade tan pronto como se la termina. Se palpa la barriga y patalea, enfadada consigo misma. Toma asiento en un banco cercano y abre el bolso para sacar todo lo que hay en su interior a fin de organizarlo mejor. Hay un paquete de patatas fritas, chocolatinas varias y unas galletas saladas.

Opto por ir en su búsqueda sin armar un gran revuelo. Trato de moverme sin que se percate de mi presencia hasta que me encuentre a su lado y no pueda huir como le gustaría hacer. Miro boquiabierto cómo vuelve a guardar toda esa comida insana en su bolso a las apuradas. Aparezco por su lado con toda la naturalidad que soy capaz de aparentar y acaricio su cabello.

 —¿Cuánto tiempo llevas ahí?

 —El suficiente para ver todo lo que llevas en el bolso.

 —¿Qué? ¿Esto?— señala el contenido que se puede ver en el interior de su bolso—. No pensarás que me lo voy a comer todo yo sola, ¿no? Lo he comprado para compartirlo con las chicas, ya sabes, para celebrar que es el último día del año.

Caigo en la cuenta de que los paquetes están abiertos. Asiento un par de veces, manteniendo mis brazos cruzados, en una clara postura que refleja que estoy cerrado a creer eso que ha dicho.

 —Lydia, soy tu amigo, sabes que puedes recurrir a mí cuando algo te preocupe o te haga sentir mal de alguna forma. No eres tú sola contra el mundo.

 —Yo no tengo ningún problema, ¿vale? Así que no necesito que nadie ande detrás de mí como si fuese la posible sospechosa de un homicidio.

 —¿Y por qué me respondes así?

 —Porque estoy cansada de que todos estéis pendientes de todo lo que hago y dejo de hacer. ¿Ahora vais a ponerme prohibiciones? ¿Llamaréis a un médico para decirle que me paseo de un lado a otro con un bolso repleto de comida? Pues bien. Haced lo que queráis. Pero dejad de meterse en mi vida de una vez. No soy ninguna niña a la que andar controlando.

Está muy molesta y ansiosa y no sé exactamente porqué. Hace por desaparecer de mi vista lo antes posible cuando se le cae al suelo el bolso que lleva consigo y, al estar abierto, el contenido se desparrama por todo el terreno. Sus ojos inquietos van de un lado a otro. Se arrodilla rápidamente para poner todo en orden. Soy rápido y me agacho para ayudarle. Lo que trata de ocultarme termina atrapado en mi mano.

 —¿Qué es esto, Ly?— le pregunto, sosteniendo una hoja sacada de una página de internet donde se recogen una serie de objetivos a conseguir para bajar de peso, como vomitar tras cada comida, guardar comida en la servilleta, beber mucha agua para no tener hambre, y más pautas perjudiciales para la salud. Al parecer, la página se divide en dos nombres de chicas, cada uno relacionado con un trastorno alimenticio. Lydia muerde su labio inferior y me arrebata la revista—. ¿Estás haciendo todas estas cosas?

 —A ti no te importa.

 —Sí que me importa porque estás poniendo en juego tu vida. ¿Cuánto tiempo llevas siguiendo estos macabros consejos?— guarda silencio y mira hacia un lado—. Así sólo conseguirás hacerte daño a ti misma, Lydia. Esta no es la forma de hacer las cosas. Si lo que quieres es perder algo de peso, busca otra forma. Haz deporte, come bien. Busca ayuda de un nutricionista. Pero no lleves a cabo estas prácticas tan dañinas. No sólo acaban con tu salud, sino también con tu autoestima.

 —En la vida o luces bien, bonita y delgada, o eres excluida. Yo quiero ser aceptada y no me importa el precio que tenga que pagar para ello.

 —¿Incluso a costa de tu salud? ¿Estás oyéndote?— Lydia me da un golpe con el hombro al pasar por mi lado para dejar constancia del malestar que siente por haberse tenido que enfrentar ese momento tan tenso. Doy media vuelta y busco su pelo anaranjado entre la multitud—. Hay otras opciones. Siempre hay otra opción.

Aunque no escucha eso último que digo, no me permito dejarlo arrinconarse en mi interior. Suelto un profundo suspiro y bajo la cabeza, entristecido por lo que acabo de presenciar. De una de las columnas que adornan las instalaciones aparece Ayrton, quien al ver pasar a Lydia llorando, que se dirige a la fuente para tomar asiento y continuar descargando su dolor, decide seguirle la pista al sentirse mal por verla tan destrozada. Lydia intenta por todos los medios echarle de allí, a gritos, dándole algún que otro pequeño empujón, pero el chico insiste en quedarse. Así que tras varios intentos fallidos decide darse por vencida y aceptar que va a tener compañía. Aunque no abre la boca para decir nada acerca de lo que le tiene tan mal, Ayrton tampoco le pide explicaciones, se conforma con su silencio. A veces este puede hablar muy alto.

Envuelve con su brazo a la pelirroja para hacerle sentir arropada y acaricia su espalda con ternura hasta que el llanto de ella va cada vez a menos. Se abalanza a los brazos del chico que la acoge encantado y aprovecha para darle todo ese cariño que necesita en estos momentos. Después se vale de sus manos para enjugar las lágrimas de Lydia.

Por la tarde vamos a visitar algunas tiendas para comprar suvenires que llevar a nuestras familias a modo de recuerdo de este viaje y, de paso, damos un paseo por la orilla de la playa mientras comemos un refrescante helado y jugamos a corretear de aquí para allá. Aunque las cosas siguen estando tensas con Lydia por el encuentro de esta mañana, ella parece estar animada tras la conversación mantenida con Ayrton. No ha solucionado su problema, pero le ha levantado su estado anímico y eso es muy importante para afrontar un cambio hacia la consecución de su bienestar.

Olivia, quien se ha comprado una pamela, envuelve mi cuello con uno de sus brazos y deposita un beso en mi mejilla. Se vale de su teléfono móvil para hacer una foto de ambos. Se quita el complemento de la cabeza y me lo pone a mí entre risas. A unos metros por detrás nuestra, Iván está abrazando a Natalie y enseñándole unas conchas en forma de corazón que ha encontrado, mientras le susurra lo bien que se siente a su lado y lo especial que es para él. Robert y Alexander están mojando sus pies desnudos en la orilla y salpicándose de vez en cuando. Cuando no juegan, van cogidos fuertemente de las manos, dando un romántico paseo. Ayrton tiene subida a su espalda a la chica pelirroja, cuyos pies llenos de arena húmeda rozan sus vaqueros cortos, y va correteando de un lado a otro con gran alegría.

Alfred está más adelante haciendo una videollamada con la mujer a la que ama, que aprovecha para mostrarle las vistas del paraíso en el que nos encontramos pasando unas fantásticas vacaciones, y haciéndole saber lo mucho que le gustaría que ella estuviera allí con él. No alcanzo a ver el aspecto que tiene esa mujer dada la distancia. Pero me hace muy feliz saber que está tan enamorado.

El paseo llegó a su fin sobre las siete de la tarde. Nos dividimos para volver a nuestras respectivas habitaciones con el pretexto de prepararnos para la cena navideña de esta noche. Aprovecho que Iván está dándose una ducha y que el resto de mis compañeros están ocupados yendo de un lado a otro del dormitorio para mandarle un mensaje a mamá, haciéndole saber que estoy bien, que me lo estoy pasando genial, pero que también tengo muchas ganas de volver a casa porque le echo de menos. Comparto algunas fotos que he hecho a lo largo de estos días.

 —¿Camisa negra o rosa?— pregunta Robert, zarandeando las dos prendas con ayuda de las perchas de las que penden. Echo una mirada a ambas y titubeo unos segundos antes de responder.

 —La negra es más elegante, aunque creo que el rosa te vendría muy bien con los pantalones marrones que llevas puestos.

 —Esta noche te sobrará todo.

 —Chicos, ¿os estáis tirando la caña o es mi impresión?— formulo tras oír esa indirecta por parte del chico de cabello moreno que mira de arriba a abajo a Rob. Ninguno de los dos dice nada, simplemente se limitan a dedicarse miradas y a sonreírse desde la distancia—. Ahora en serio. ¿Va a haber movimiento con todos nosotros presentes?

 —Quién sabe— dice Rob, siguiéndole el rollo a su chico—. Esta noche puede pasar de todo. Y más aún con la sorpresa que tengo reservada.

 —¿Qué sorpresa?— se interesa Ayrton que ha escuchado la conversación todo este tiempo pero ha preferido no intervenir por considerar que no iba con él la cosa—. Decidme que no vamos a volver a acabar entre rejas.

Alexander niega con la cabeza.

 —Doy fe de que no. Siempre y cuando no nos vengamos demasiado arriba. Es más, te aseguro que si nos detienen seremos inofensivos.

 —Miedo me da lo que podríais estar maquinando— admito, enarcando una ceja—. Mientras mañana vuelva a casa de una sola pieza...

 —En cuerpo y alma, sí. Pero si aprecias esa camisa blanca que llevas puesta, yo que tú me la quitaría. No va a salir bien parada— sugiere Alex, mostrando sus palmas en señal de defensa. Decido seguir su consejo y termino cambiando mi camisa blanca por una burdeos—. No olvidéis poneros la ropa interior roja.

Iván sale del servicio algo acalorado, con las mejillas rojas, y el pecho descubierto. Lleva puesto un bóxer rojo con el elástico blanco, con el dibujo de un papá Noel en uno de sus glúteos. Rob le silba al verle aparecer en la zona de las camas y se gana a cambio el impacto de una camiseta hecha una bola que le lanza Sandler.

 —¿Qué regalito traes ahí, Santa?— le pregunta, señalando con sus ojos el paquete de Iván, quien esboza una sonrisa y trata de ponerse los pantalones vaqueros para ocultar su ropa interior.

 —Se te ve feliz— observa Ayrton. Hace una serie de movimientos repetitivos con sus cejas para animar al chico a salir de su mundo y hablar—. ¿Tiene algo que ver Natalie?

 —Sois unos mamones— bromea Iván, sacando la lengua—. No pienso decir nada.

Me abalanzo sobre él, dejándole caer sobre la cama. A nosotros se unen el resto, que se lanzan al vacío sin dudarlo un segundo. Iván se echa a reír al sentir el peso de todos nosotros y trata de escabullirse pero nos las ingeniamos para retenerle en el sitio. Dejamos que respire después de haberle asaltado con un ataque de cosquillas. Una vez recupera el aliento, se pasa la mano por el pelo y nos mira de uno en uno.

 —No es que tenga que ver. Ella es la causante de mi felicidad. No sé. Nunca pensé que llegaría a decir esto pero me he enamorado perdidamente de ella. Es una chica muy dulce. Cada vez que estoy con ella me siento muy bien y, cuando se va, es como si anocheciese en mi interior. Me paso cada hora pensando en ella y contando el tiempo que queda para volver a verla— explica, acomodando uno de sus brazos bajo su nuca—. Tenéis vía libre para decirme que soy un ñoño y esas cosas.

 —¡Iván está enamorado!— cantamos al unísono. El chico se echa a reír y nos da con una almohada para que nos dejemos de tanto cachondeo. En respuesta a su acto, todos nos hacemos con un cojín o algo que se le parezca para incorporarnos a una guerra de almohadas a lo bestia, que termina con la habitación desordenada y todos nosotros recostados sobre el suelo, riendo a carcajadas.

Pasamos los próximos quince minutos poniendo orden en la habitación y haciendo todo lo posible por estar hechos un pincel antes de bajar a cenar. Cuando es la hora, salimos al pasillo y coincidimos a la altura de la fuente con el grupo de chicas que van vestidas de forma sencilla, aunque es esa misma elección las que les hace ver deslumbrantes. Natalie se acerca a Iván. Este le tiende una rosa que compró por la tarde para ella y Perkins esboza una sonrisa. Lleva la flor a su nariz para apreciar el aroma y, a continuación, envuelve el cuello de Sandler con sus manos. Funde sus labios con los de él en un cálido y breve beso entre grandes sonrisas.

 —Mira cómo llevas la camisa— dice Robert, enfrentando su cuerpo al chico de cabello moreno, a quien le arregla el cuello de la prenda superior con ayuda de sus manos. Alexander se deleita observándole con ojos cargados de amor y ganas de comerle a pequeños bocados. Una vez acaba de alisar su camisa, alza la vista y recibe un inesperado y apasionado beso de Morgan que le deja sin aliento—. ¿Y ese beso?

 —Porque estás muy guapo. Porque te quiero. Y porque tenía ganas de tenerte así de cerca. ¿Qué te parece?

 —Me parece que deberías volver a hacerlo.

Se besan de nuevo.

Ayrton intercambia una profunda mirada con Lydia que lleva un vestido verde con flores moradas y se sonríen tímidamente desde la distancia. Da unos pasos hacia adelante y toma una de las manos de Olivia que anteriormente se encontraban entrelazadas entre sí, enmascarando el temor que sentía a pasar a un segundo plano. Ambos se funden en un sentido abrazo, en el que Ayrton continúa mirando a la pelirroja más allá de los hombros de la rubia. Y esta última deja de prestar atención a la persona que está abrazando para depositar sus ojos en mí. Sonrío. Ella me devuelve el gesto. Aprovecho que todos las parejas están disfrutando de la entrada de la noche para desplazarme hasta Lydia para tratar de arreglar las cosas con ella. Tengo mal sabor de boca desde nuestro encuentro en los jardines esta mañana. Conservo la esperanza de acabar el año de la mejor forma posible.

 —Hey.

 —Hey— responde de forma automática. Está algo nerviosa por mi cercanía. No es para menos. Me metí en sus asuntos cuando ella trataba de mantenerlos en secretos.

 —Lydia, siento mucho lo de esta mañana. Yo sólo quería saber si estaba todo bien. Supongo que de alguna forma me preocupé por ti y actué como un hermano mayor. Sé que no eres ninguna niña y que puedes gestionar perfectamente sola tus propios asuntos. Quería que lo supieras.

 —Era algo que hubiera preferido reservarme para mí. Pero igual tenías razón. Hablando con Ayrton después de haberme puesto hecha una furia contigo, vi las cosas de otro modo. Tú no eras el malo del cuento. Sólo querías ayudarme. Porque sí, aunque me esfuerce por negarlo una y otra vez, es cierto. Tengo un problema con la comida. Y no sólo con ella, sino también con mi autoestima. El bullying que he estado sufriendo desde pequeña me ha calado muy hondo. Para proyectar felicidad y amor hacia los demás, primero tengo que estar bien por dentro. Cultivar el jardín de mi alma, como dijo Ayrton— confiesa, encogiendo sus hombros y mordiendo su labio inferior—. He decidido que voy a probar con un nuevo nutricionista. Ayrton se ha ofrecido a ayudarme con el ejercicio físico. También voy a empezar a ir a un psicólogo. Yo sólo espero que aún no sea demasiado tarde para que me perdones.

 —No hay nada que perdonar. Cualquiera podría haber reaccionado así. Somos humanos y no podemos ponernos la soga al cuello por ello. Ven aquí— la cobijo bajo mi brazo y la estrecho contra mi costado con fraternidad. Beso su frente y Lydia acurruca su cabeza en mi hombro. Cierra los ojos y aspira mi perfume—. Estás muy guapa.

 —Casi no se nota que he puesto patas arriba el armario alrededor de tres veces.

Reímos a carcajadas.

 —Me gusta cómo hueles.

 —Yo sólo espero no atraer a los mosquitos esta noche en la playa.

El comedor está prácticamente vacío. Los huéspedes han decidido ir a celebrar la última cena del año a restaurantes de la isla con maravillosas vistas. Dada la soledad existente decidimos desplazar una mesa hasta la cocina y pensar en la cena a preparar. No hay demasiado donde elegir. Tampoco queremos partirnos la cabeza eligiendo una receta. La solución la encontramos en el mueble y frigorífico.

 —¿Qué tal unas pizzas?— pregunto, levantando un bote de tomate y un paquete de harina. La multitud se mira entre sí antes de dar una respuesta afirmativa a mi proposición—. Como se diría en el anuncio. No vamos a tener wifi hasta la semana que viene.

 —Mira qué eres personaje— bromea Iván, dándome un golpecito con el hombro—. Esta noche vamos a ser los mejores cocineros que haya conocido este mundo, así que vamos a ponernos manos a la obra. Crearemos una nueva variedad de pizza.

 —¿Qué tal pizza con piña y coco?

 —¡Yo apoyo esa idea!— exclamo, desplazándome hasta la chica rubia que sonríe entusiasmada por mi participación en el modelo de pizza que se le ha ocurrido hacer.

Lydia humedece sus manos bajo el grifo y se dispone a hacer la masa de la pizza con la ayuda que le está prestando Ayrton. Aún no saben qué van a hacer. Están improvisando. Lo que salga, salió. Iván está alucinando con la idea de Natalie de hacer una pizza de algodón de azúcar y miel. Se encarga de decirle que no va a salir bien y que lo más probable es que no esté precisamente deliciosa. Aun así, a la chica le basta con plantarle un beso para convencerle de que es una gran idea innovar en la cocina.

Robert y Alexander se decantan por una pizza de nocilla y lacasitos muy parecida a una que comieron en una pizzería en Vancouver. Mientras el primero se lía con la masa, el segundo va buscando los ingredientes necesarios para disponerlo todo para colocarnos en la base una vez esté a punto. No pueden evitar picar de la bolsa de lacasitos y alimentarse el uno al otro. Se ven tan increíblemente bien juntos. Hacen una gran pareja. Y pensar que antes no se podían ver. Cuántas vueltas da la vida cuando tomamos la decisión de ser nosotros mismos e ir a por todas.

 —¿De verdad crees que estará buena?

 —Podría funcionar. Es buena combinación. También podríamos añadirle trufas. El chocolate combina muy bien con ambas frutas.

 —¿Coco y piña con trufas?— repite, incrédula. Me seco las manos con ayuda de un paño que luego acomodo en mi hombro y procedo a cortar un pequeño trozo de piña y, posteriormente, repetir la misma acción con uno de coco. Primero le invito a probar la combinación de piña con trufa y luego lo mismo pero sustituyendo el primer ingrediente por coco—. Oye, esto está buenísimo. Ni se me habría pasado por la cabeza probarlo.

 —Pues verás cuando pruebes los tres juntos.

Lo prueba y cierra los ojos para potenciar esa combinación de alimentos que nunca antes había degustado por dejarse llevar por las indicaciones negativas que le daba su cerebro acerca de ello.

 —Delicioso.

 —¿Sabes qué? Creo que deberíamos ponerle un nombre a nuestra creación. ¿Se te ocurre algo?

 —¿Qué tal copiña?

 —La copiña y la boteliña.

Ella me da un codazo en las costillas.

 —¿Pizza caribeña o afrutada? ¿Te gusta?

 —Está bien. Aunque para mí seguirá siendo copiña.

 —La copiña nos la tomamos otro día.

Hacemos al horno las pizzas una vez están elaboradas hasta el último detalle y vamos poniéndolas en platos llanos para poder cortarlas con más facilidad más tarde. Sólo queda la pizza de Ayrton y Lydia que es una combinación de elementos dispares que no deben saber muy bien juntos. O al menos esa es la sensación que da. Por desgracia, esta termina en tragedia. Nos distraemos contemplando las pizzas del otro y brindando con una botella de champín que encontramos abandonada en el fondo de un estante, y para cuando queremos darnos cuenta, es tarde.

El horno está desprendiendo humo negro con olor a chamuscado, acompañado de una llamarada. El caos se desata en pocos segundos; Ayrton trata de apagar las llamas con el trapo de cocina; Robert echa agua a las llamas, lo que provoca que aumenten en tamaño; Alexander llama por teléfono al primer número de emergencias que localiza en internet; Natalie se sube a una mesa con un mechero en la mano para tratar de activar los aspersores, mientras Lydia sale corriendo del comedor para pedir ayuda; Olivia se las ingenia para coger el mantel de la mesa con mi ayuda y hace por depositarlo sobre parte de las llamas, que no tardan en apagarse.

 —¿Qué ha pasado, chicos?— pregunta Alfred, quien aparece en la cocina con el pelo engominado y echado hacia atrás. Al vernos a todos con cara de circunstancia, cada uno haciendo una cosa para dar con una solución rápida al incendio que se ha desatado en la cocina, decide actuar. Coge un extintor del pasillo y rocía las llamas que aún permanecen intactas, apagándolas. Poco después los aspersores originan una lluvia artificial que cae sobre nosotros—. Esto sí que es alta cocina y lo demás son tonterías.

 —Pues no estaba tan mala al final— dice Ayrton, quien está comiéndose una porción de pizza quemada. Lydia pone los ojos en blanco y le da un golpecito para que deje de comerse eso.

 —Tres veces he puesto patas arriba el armario. Tres— repite Lydia, llevando la cuenta con sus dedos meñique, índice y corazón de su mano derecha.

 —Yo casi me quedo sin un ojo por culpa de ese chorro a presión— se queja Natalie, quien continúa subida en la encimera. Hace por bajarse pero resbala con el charco formado alrededor de sus pies y pierde el equilibrio. Iván, previsor, salva la distancia que le separa de ella rápidamente y prepara sus brazos para acogerla entre ellos—. Creo que no será la primera vez que caiga de las alturas.

 —Yo nunca te dejaré caer.

Iván se asegura de que la chica está en buen estado de salud una vez tiene los pies nuevamente en tierra firme.

 —¿A alguien le apetece una copiña?— anima Olivia, señalando con sus dedos la pizza que con tanto amor hemos elaborado.

 —Nadie puede irse de aquí sin probar la pizza de algodón de azúcar y miel— advierte Iván. Estrecha a la chica contra su cuerpo y besa su frente—. Ha sido idea de mi chica y no me cabe la menor duda de que es la mejor pizza del mundo.

 —Si ni siquiera la has probado.

 —Pero he besado a la chica más dulce del mundo. Sé que esa pizza debe ser la mitad de dulce que eres tú. Entonces, no me cabe duda de que será la mejor. Pero, entre tú y yo, me quedo contigo.

 —Empiezo a echar de menos tu lado salvaje.

Iván se agacha y se las ingenia para acomodar las piernas de Natalie en su cuello. Ella se aferra a su cabeza con cierto temor y suelta pequeños gritos que resuenan en cada esquina de la cocina cuando el tranquilo paseo se convierte en una carrera a gran velocidad de un lado a otro de la estancia, con giros inesperados y pasos hacia adelante y hacia atrás, aumento y descenso del ritmo de marcha. Tras varias súplicas, su chico la vuelve a dejar en el suelo, con cuidado.

 —Eres un salvaje.

 —Y tú eres mi presa— la envuelve con sus brazos por la espalda y besa su mejilla. Una sonrisa se apodera de los labios de Natalie.

 —Aquí tenéis nuestra maravillosa creación— dice Rob, dejando la pizza en la encimera—. Pim, pam, toma lacasitos.

 —No cabe duda de que sabéis cómo organizar una cena magnifica de navidad. No dejáis indiferentes a nadie. Y, ahora, perdonadme, pero voy a probar esa pizza de algodón de azúcar. Me llama bastante la atención— comenta el profesor.

 —Brindemos— propongo, alzando mi copa de champín y asegurándome de que Alfred tiene también una para poder unirse a nosotros—. Brindo por haber conocido a unas personas tan maravillosas, por todas las experiencias que estoy viviendo este año, por la versión de mí mismo en la que me estoy convirtiendo. Brindo por que este año que entra sea tan bueno como el que dejamos atrás.

Alzamos nuestras copas y las unimos antes de beber el contenido. Poco después cortamos las pizzas con un cuchillo y compartimos nuestras creaciones entre nosotros, probando diferentes tipos de pizzas que resultan ser interesantes. Reímos al recordar el acontecimiento anterior y, nuestras carcajadas se vuelven dolor de barriga y falta de aire cuando vemos aparecer por la cocina a un gigoló vestido de bombero, portando una radio en su mano que deja en una mesa. Con la música, se desnuda ante nuestros ojos atónitos.

 —¿Alex?— inquiero.

 —Creo que marqué mal el número— revisa su teléfono móvil y se da cuenta de su error—. He contratado los servicios de un gigoló. Uno de sus números es disfrazarse de bombero.

 —Gracias por sus servicios, pero ha habido un error. Nosotros queríamos apagar un incendio. No estábamos interesados en tener compañía ni mantener relaciones sexuales— aclara el profesor, dándole algo de dinero por las molestias—. Lo siento mucho. Feliz año.

 —Yo quería verle terminar...

 —Qué pillina— bromea Ayrton. Pasa su brazo por encima de Lydia y le da un golpecito juguetón en la nariz que le hace reír.

La arena fría acaricia las plantas de mis pies y la luz de la luna se proyecta sobre mi piel. En mis ojos brillan las aguas oscuras bajo el resplandor pálido de nuestro satélite. Las estrellas están escondidas a causa de la hoguera que hay encendida en la playa, alrededor de la que se concentra la multitud, personas desconocidas que han decidido pasar esta gran noche en la playa. Hay quienes bailan con la melodía que nace de las cuerdas de una guitarra. Jóvenes acostados en una manta que contemplan el cielo oscurecido y juegan a contar las escasas estrellas que se dejan ver.

Alfred deja en el suelo unas bolsas que ha traído consigo, que no tardamos en cotillear. Hay gorros y collares festivos, silbatos, racimos de uvas que parecen imposibles de comer con una cuenta atrás, pequeñas bengalas chispeantes para encender, y unos vasos de tubo para servirnos de la botella de vodka que ha adquirido en una tienda. Pronto vamos poniéndonos algunos accesorios. Nos unimos, además, a las personas que yacen alrededor de la hoguera para cantar con ellos y bailar. Cada cual lo hace a su manera, a un distinto ritmo, dejando a un lado la vergüenza.

Natalie baila acarameladamente con Iván junto a la llama. Con alguna caricia, mirada y beso. No muy lejos de la pareja se localiza Lydia, sentada en la arena, dibujando con su dedo corazones en el terreno. Ayrton lleva un buen rato mirándola desde la distancia. Quizás pensando en un pretexto para acercarse. Al final toma asiento a su lado tras colocarle un gorro festivo en la cabeza y entabla una conversación con ella que parece hacerle feliz. La cosa va más allá. Ayrton coge prestada la guitarra de un padre de familia y toca para Lydia, que no puede dejar de sonreír. Ella canta bajito. Como si fuese un secreto que queda entre ellos.

Cojo una de las bengalas y voy junto a Olivia que está a la orilla, con sus pies sumergidos en las frías y espumosas aguas que rompen junto a sus dedos. Pinza su vestido amarillo pastel y juega a dar vueltas a su alrededor mientras improvisa un baile con sus propios pies. Cada paso que da es breve y algo inseguro por ser la tierra húmeda un puzle que se desmorona por momentos con cada ola que rompe sobre ella. En uno de sus giros se topa conmigo. Casi cae sobre mí. Retrocede un paso y se pone el pelo tras la oreja, aparentemente avergonzada.

 —Unos buenos pasos de baile. Espero que me enseñes a bailar así algún día— baja el mentón y esboza una sonrisa ladeada. Señala con su cabeza aquello que oculto con mis manos en la espalda a fin de sorprenderla.

 —¿Qué traes ahí?

 —Es una sorpresa.

 —Déjame ver— se acerca a mí y esquivo sus manos curiosas. Sostengo las bengalas con uno de mis miembros y con el otro le indico que espere un momento, mostrándole mi dedo índice. Eso parece tranquilizarle un poco, aunque en su mirada sigue viviendo la intriga—. ¿Por qué no quieres enseñármelo?

 —Sí que quiero. Pero primero cierra los ojos.

Hace lo que le pido.

 —Espero que no traigas ahí una trucha o algo por el estilo.

 —Tranquila, no es una trucha— siempre consigue sorprenderme. Es de esas personas que nunca sabes por dónde saldrán. Son un misterio. Un enigma que lleva a perder la cabeza a todo aquel que toma el desafío de conocer el universo interior que aguarda tras su piel—. Haz una cuenta atrás y, cuando llegues a cero, abre los ojos.

Cojo una de sus manos y la guío hacia el cuerpo de la bengala. Ella la sujeta con cuidado pues desconoce de qué se trata y no le gustaría dañarlo. Yo también sostengo la mía. Enciendo con un mechero ambas y vislumbro la luz cálida que ilumina la cara de la chica rubia. Es como si hubiera amanecido en el cuadro de su piel. Quedo completamente impresionado por su belleza, tanto que me cuesta apartar los ojos de ella, aun sabiendo que el tiempo corre y que restan escasos segundos para que la cuenta llegue a su fin y ella me descubra.

 —Ya puedes abrirlos.

Su boca se abre y sus ojos tientan la idea de escapar de sus órbitas. Admira las chispas que abandonan la bengala y que se desplazan en todas direcciones, convirtiéndose en luz para la oscuridad cegadora, en esperanza para quienes han perdido el rumbo. Sonríe ampliamente. Y no sólo lo hace con la boca sino también con sus ojos. Tentado, sigo su ejemplo.

 —Es increíble. Esto es tan bonito. No tengo palabras.

 —Sí, lo es— coincido. Aunque no me refiero a la bengala exactamente. Me gusta tanto verla sonreír que me las ingenio para dar con otro de esos comentarios propios de mí—. Es un alivio. Mi segunda opción era la trucha. Menos mal que me has avisado con tiempo.

Da un golpe cariñoso en mi hombro.

 —Incluso cuando todo lo que me rodea es oscuridad, te las ingenias para poner un poco de luz. Tal vez todo este tiempo he estado equivocada. Quizá la luz siempre estuvo conmigo. Cada vez estoy más convencida de que la luz eres tú— separa un poco la bengala para poder envolver mi cuello con uno de sus brazos. Yo también busco la manera de sostenerla mientras acaricio su espalda—. Te quiero.

 —¿Cómo?

 —Como la trucha al trucho— dice con una risita. Da un golpecito en mi nariz con la yema de su dedo índice y une su bengala con la mía para crear una explosión de color. La unión de dos halos de luz da como resultado una poderosa iluminación. Supongo que es como el amor. Uno mismo puede brillar por sí mismo, pero cuando dos personas que se quieren a sí mismas, se aman entre sí, ocurre el verdadero milagro.

Miro a los ojos marrones de ella iluminados por las chispas doradas. Su piel iluminada contrasta con la noche estrellada, la luna blanca que reina por encima de su cabeza y el mar brillante a sus espaldas. No hay nada que deseara más que salvar la corta distancia que nos separa, haciendo a un lado las bengalas que actúan como muro, y besar sus labios. Sería un beso delicado, quizás inexperto, suave y dulce, con sabor a salitre. Acariciaría su pelo y continuaría recorriendo sus hombros. Protegería su cuerpo del frío con mis brazos. Susurraría sueños que quiero compartir con ella en su oreja. Jugaría a perderme en su mirada sin miedo a no volver a encontrarme. A quién ríe primero. Besar su sonrisa para robarla y venderla al cielo para que su luz le acompañe siempre, allá donde vaya.

Sostengo una de sus manos y siento como una corriente eléctrica me recorre de pies a cabeza. No tengo la menor duda de que es ella. Es la persona con la que desearía compartir mi vida. Tiene el privilegio de considerarse la dueña de mi corazón. Le perteneció desde un principio. Y seguirá siendo de ella para siempre. Entregarle a alguien el corazón, aun a sabiendas de que puede romperlo en pedazos, pero confiando en que no lo hará. Eso es una expresión de amor. Olivia juega a acariciar mis dedos con sus yemas sin apartar la mirada de mí. Ambos nos contemplamos, en silencio, más allá de las chispas de las bengalas.

La voz de Robert rompe con ese momento tan mágico que estaba viviendo con ella. Maldigo internamente la interrupción y me veo en el deber de desprenderme de la calidez de su mano. Doy media vuelta y puedo sentir los ojos marrones de Lancaster depositados en mi nuca. A lo lejos visualizo a Rob con un congelador portátil acompañado de Alexander. Les cuesta desplazar las ruedas por la arena. Hay ocasiones en las que quedan encalladas. A todos nos llama la atención lo que ambos chicos traen consigo, así que nos movemos hasta ellos.

 —¿Qué es todo esto?— pregunta Iván, con las manos en la cintura. Alex mira por encima de nuestras cabezas antes de disponerse a hacernos una seña para que nos acerquemos más.

 —¿Por qué tanto misterio? ¿A caso habéis robado este congelador?

 —No. Pero estamos saltándonos algunas normas. Así que esto tiene que quedar entre nosotros— pide el chico con cautela. Natalie queda satisfecha con la respuesta recibida y se prepara para recibir algún tipo de explicación por parte de él—. Alfred no puede enterarse de que esto es nuestro o se nos caerá el pelo. Así que tenemos que andarnos con ojo.

 —Déjate de tanto misterio o nos dan las uvas, guapo— aconseja Rob. Este no se lo piensa dos veces y abre el congelador para que podamos ver lo que hay dentro. Principalmente hielo. Pero más allá latas y latas de cerveza de diversos tipos. Alzo la vista, algo alarmado al ver tanta cantidad de alcohol concentrada—. Antes de empezar a calentar motores, vamos a tomarnos un chupito por la noche tan increíble que tenemos por delante.

Coge una botella de jagger y pone varios vasitos de chupito en la superficie del congelador, que va rellenando tras quitar el precinto al tapón. Cada uno va apoderándose de uno y cuando todos estamos servidos, levantamos un poco el brazo y brindamos en el centro del círculo algo apretado que formamos. Bebemos todos a una y del tirón. Siento como la garganta me arde. Es como si estuviera bajando por ella una bola de fuego. Una arcada casi me lleva a vomitar el contenido que recién he ingerido. Por suerte, eso no sucede.

 —Esta noche hay que olvidarse de todo y disfrutar— continúa Alexander—. Después de un año que empezó bastante jodido, nos lo merecemos, ¿no creéis?

 —Pues yo pienso emborracharme. Vamos a empezar fuerte el año. Tenemos todo un año por delante para comenzar de nuevo. Celebrémoslo— sentencia Olivia, haciendo girar el vaso de chupito sobre la superficie húmeda del congelador.

 —Yo creo que deberías dejar el congelador cerca de la hoguera. Así Marshall podría pensar que es propiedad de cualquiera que se encuentre cerca.

 —Buena idea— contesta Rob.

 —No sé si habéis olvidado que también tenemos una botella de vodka a nuestro nombre. ¿Creéis que deberíamos mezclar tantos tipos de alcohol?— cuestiona Lydia con unas marcadas arrugas en su frente.

 —Lo ideal sería que no mezcláramos. Pero si lo pensáis bien, a cada uno nos tocará si a caso tres dedos de vodka por vaso. Eso sí, sin abusar, eh. No quiero hacer de niñero. Cada uno tiene que llegar al complejo por su propio pie— explica Alexander. Este desplaza el congelador hasta la hoguera y sacude sus manos.

 —Así que, ¡a pasarla de miedo!— grita Robert, agitando sus brazos por encima de su cabeza y marcándose un movimiento de pelvis que no pasa desapercibido.

Cojo a Iván del brazo antes de que pueda perderle la pista. Se tambalea a causa de mi tirón y por un momento temo que caiga al suelo. Sin embargo, logra mantener la compostura. Se pone bien la camisa, alisándola con sus manos.

 —¿Qué pasa?

 —¿Has oído lo que han dicho? Quieren que nos metamos alcohol por un tubo. ¿Y sabes qué es lo peor de todo eso? Que yo no he bebido en mi vida. Y ese chupito de jaguar o lo que sea no me ha gustado nada.

 —Ven aquí, amigo— me pasa el brazo por encima de los hombros—. Yo tampoco he sido mucho de beber en mi adolescencia. Hace tiempo que no lo hago. No te preocupes. Si tienes todo bajo control en todo momento, no tiene porqué pasar nada malo. El alcohol es como el café. Cuando lo pruebas te parece que es la cosa más asquerosa que has probado nunca, pero con el tiempo te acostumbras.

 —Beber con moderación... vale. Creo que ya estoy pillando el concepto. Igual, no creo que nos desmelenemos mucho esta noche.

Da una palmadita en mi hombro.

 —Si no quieres beber, tampoco tienes porqué hacerlo. Sólo haz lo que sientas, ¿vale? Si quieres beber jagger, bébelo. Si te apetece una cerveza, tómala. Pero no te sientas presionado, ni hagas nada por contentar a los demás.

 —¿Cómo has dicho que se llamaba?

 —Jagger.

 —Y decía yo jaguar— suelto varias carcajadas. Me entra la risa tonta y me siento bastante animado. Iván se una también a mí. Ambos nos reímos sin saber muy bien de qué—. Jaguar no era el villano de Aladdin.

 —Ese es Jafar. Ya te está subiendo el jagger.

 —Joder, qué rápido. ¿No será rayo Mcqueen, no?

Volvemos a reír con gran intensidad.

Aprovechamos que Alfred ha ido a comprar una bolsa de basura donde echar los vasos que vayamos a utilizar para beber los cubatas, para coger las primeras latas y acabarlas en un abrir y cerrar de ojos. No me agrada mucho el sabor de la cerveza, pero tras varios tragos me acabo acostumbrando. El hielo hace que sea muy refrescante y entre muy bien. Queda una hora para las uvas. Empleamos el tiempo jugando a deslizarnos por algunas dunas haciendo la croqueta, al pañuelo, al balón prisionero con una pelota que nos prestan unos niños. El tiempo pasa volando. Cuando queremos darnos cuenta, ya son casi las uvas. Vamos alrededor de la hoguera y tomamos asiento en la arena. Gracias a una radio que tiene un padre de familia podemos seguir las indicaciones de los personajes famosos a los que les ha tocado presentar las campanadas. Alfred va repartiedo las uvas hasta que todos estamos servidos. Comienza la cuenta atrás.

Con cada campanada tomo una uva y pido un deseo para el año que está por entrar. Recuerdo también cada momento especial que ha formado parte de este que dejo atrás. Especialmente destaco las vivencias con las personas con las que comparto el calor que emana de la hoguera. No cabe duda de que ha sido un buen año. Ha habido momentos buenos y malos, pero lo importante es que siempre nos hemos tenido los unos a los otros. A la vida sólo puedo pedirle que esas personas tan especiales continúen formando parte de mi día a día, salud, trabajo, felicidad y alcanzar todas mis metas.

Abrazo a quienes me rodean una vez han finalizado las campanadas y deseo un feliz año a cada uno de ellos con una amplia sonrisa. Alfred me pasa el brazo por encima de los hombros y alza una mano para llamar la atención del resto. Una vez lo consigue, coge la botella de vodka y nos pide que vayamos repartiendo los vasos de tubo para poder verter el contenido. Tal y como predijo Alexander, la cantidad de alcohol que nos corresponde a cada uno es pequeña. La Coca cola o fanta de naranja, según las preferencias de cada uno, es el fluido más abundante en el vaso.

 —Me alegro mucho de estar aquí con vosotros. Conoceros me ha servido para ser una mejor versión de mí mismo en base a vuestra forma de ver la vida. Siento mi alma joven. Agradezco que la vida me haya puesto a personas tan maravillosas en el camino. Así que brindo por eso— levanta el brazo con una copa y todos le imitamos—. Nunca dejéis de ser como sois. Os aseguro que vais a conseguir todo lo que os propongáis en esta vida si sois fieles a vosotros mismos. Ojalá que nunca os falten la pasión, la ilusión, el amor y la felicidad.

 —Qué bonito. Me he emocionado y todo— confieso, enjugándome una lágrima.

 —¡Eh! ¡Qué mola ese profe! Vamos a hacerle una ola, ¿no?— sugiere Robert, quien disimuladamente le guiña un ojo a Ayrton, quien parece haber pillado lo que tiene en mente hacer.

 —Profe, espero que no aprecie demasiado esa camisa que lleva puesta.

 —¿Por qué lo dices, Ayrton?

 —¡Ahora!— grita Iván.

Mientras nosotros cogemos a Marshall como podemos, luchando contra sus intentos para zafarse de nuestro agarre, temeroso del fin que le espera, las chicas echan a correr hacia el agua y, sin pensarlo demasiado, se arrojan a ellas aun calándoles el frío los huesos. Tiramos al profesor al agua y por inercia perdemos el equilibrio y acabamos de la misma forma. Poco después volvemos a la superficie. La ropa pegada al cuerpo, el pelo alborotado y las risas resonando en la playa. Alfred se vale de sus manos para echar hacia atrás su cabello y despejar su cara. Aunque el momento de gloria dura poco, puesto que me abalanzo a su espalda y vuelvo a hundirle. Detrás de mí, Natalie está subida en los hombros de Iván, quien a su vez está enfrentado a otra pareja, compuesta por Olivia y Ayrton, que adopta la misma pose. Juegan a acercarse y alejarse, a ver quiénes caen primero al agua oscura y fría.

Robert y Alexander juegan a ser tiburones que persiguen por el agua a Lydia que hace todo lo posible por huir de ellos, lo más aprisa posible, nadando. El primero de ello le coge el pie por debajo del agua y ella se echa a reír y casi se hunde en las profundidades. Morgan aparece por su espalda y coloca sus manos bajo sus axilas. La mantiene sujeta mientras Rob le hace cosquillas y ella se desternilla de risa.

 —Con que esas tenemos, granujilla— dice Alfred. Este se las ingenia para capturar mi cabeza bajo su brazo y enmarañar mi pelo con una de sus manos. Acabo boca arriba en el agua, acogido entre sus brazos, siendo bendecido por un chorro de agua que cae sobre mi cabellera. Marshall acumula una pequeña cantidad de agua en la palma de su mano derecha—. Yo te bendigo, hijo mío. En el nombre del padre, el hijo y el espíritu santo.

 —Amén— contesto.

 —Oye, ¿Qué tal con esa chica de la que me estuviste hablando?

 —Ya sabe. Pasito a pasito, suave, suavecito— canturreo la famosa canción y el hombre no puede evitar esbozar una sonrisa. Creo que la cerveza y el chupito están haciendo su trabajo. Me siento bien, animado, con ganas de hablar y enfrentar todos mis miedos—. Me gusta cada día más. No puedo sacármela de la cabeza por mucho que lo intente. Estoy muy pillado.

 —Podrías probar a decírselo esta noche o, al menos, a intentar un acercamiento. Es año nuevo, la magia está en el ambiente. Y el paisaje acompaña. Deja que fluyan tus sentimientos. No cierres las puertas de tu corazón.

Todos formamos un círculo alrededor del profesor y nos pasamos los brazos por encima de los hombros para posteriormente saltar una y otra vez, salpicando agua a nuestras espaldas, aullando de felicidad. Entre todos levantamos en peso a Marshall y le lanzamos al aire un par de veces antes de arrojarle a las profundidades. A su chapuzón se une el nuestro. Casi a gatas vamos a las orillas y recibimos el impacto de las olas en la nuca. Con los brazos apoyados en la arena húmeda y los pies en el agua, nos miramos los unos a los otros e intercambiamos sonrisas cómplices. El frío nos lleva a echar a correr hacia la hoguera para poder refugiarnos en ella, en su calidez.

 —Chicos y chicas, venid aquí— pide Robert, levantando una de sus manos. Vamos a la zona trasera de la hoguera, donde descansa el carrito congelador.

 —¿Hay algún problema?

 —Uno muy gordo— responde a la pregunta formulada por Lydia. La expresión de preocupación de Robert se suaviza y eso nos tranquiliza en gran medida. Una sonrisa aparece en sus labios—. Tenemos latas y latas de cerveza aquí dentro y todavía no las hemos tocado. ¿Entendéis el gran problema que nos traemos entre manos?

 —Habrá que ponerle remedio, ¿no?— Iván mete la mano en el congelador y se hace con una lata que abre sin ningún tipo de problema. Le da un sorbo al contenido de su interior y nos anima a seguir sus pasos.

 —Tengo una idea— dice Natalie, levantando su mano por encima de su cabeza y agitándola enérgicamente, como si fuese una alumna que conoce la respuesta a una pregunta que ha formulado un profesor acerca de la materia a estudiar—. Podríamos beber mientras jugamos a algo.

 —Qué buena idea. Podría ser divertido. Pero, ¿a qué juego?— pregunto. Me hago con una lata de cerveza que sostengo con firmeza en la mano para evitar que resbale por ella a causa del agua que corre por su envase.

Olivia piensa en algo y, cuanto lo tiene, lo da a conocer.

 —¿Qué tal a "yo nunca"? También podríamos jugar a "verdad o reto".

 —No sabéis con quién vais a jugar— confiesa Robert con una amplia sonrisa—. Puedo ser muy cabrón en ese juego.

 —Te la devolveremos, no te preocupes— le reta Ayrton, dándole una palmadita en la espalda—. Ya tengo en mente un reto para ti.

 —La cosa se va a prender esta noche. Espero que estéis ready. Nadie sabe cómo va a acabar este desmadre y eso le da vidilla, ¿no creéis?— interviene Alexander, muy seguro de sí mismo—. Vamos, camarada. Ricas cervezas frías nos esperan,

 —Yo sé de un lugar donde podríamos jugar sin problemas. Venid conmigo. Yo os guío.

Sin más dilación, seguimos todos y cada uno de los pasos que da Lydia, rumbo hacia nuestro desconocido destino. Este no resulta ser más que un área de la playa rodeada de palmeras y algún que otro arbusto, cercana a un embarcadero, prácticamente solitaria. Ese es un punto a favor. Nadie podrá meter las narices en nuestro juego, ni quejarse del alboroto que armamos. Además, Alfred no tendrá facilidades para descubrir la munición de cerveza que traemos entre manos. Tomamos asiento en el suelo.

Ayrton coloca una lata de cerveza por cada uno de nosotros en el centro del círculo que hemos formado, asegurándose de hundir la base un poco en la arena para evitar que vuelque. Para ver quien empieza jugando a "yo nunca" nos turnamos para intentar averiguar el número que Alexander está indicando con sus dedos tras su espalda. Lydia sale victoriosa. Ella comienza.

 —Yo nunca he besado a nadie— su confesión nos sorprende a todos. Aunque yo sí he besado a dos chicos, nunca me he estrenado con una mujer y, en cierto modo, me siento identificado. A excepción de la pelirroja, todos le damos un buche a nuestra cerveza y volvemos a dejarla en su sitio.

 —Yo nunca he estado más de tres días sin ducharme— confiesa Ayrton. Cojo la lata y le doy un buen sorbo bajo la mirada de mis compañeros.

 —¿Qué? Me habían regalo la camiseta de John Lennon y me gustaba tanto que no quería ni quitármela.

 —¿Cómo acabó todo eso?— pregunta Iván.

 —Mi madre me dio un ultimátum. O me duchaba por mí mismo o ella lo haría por mí. Acabé duchándome con la camiseta puesta.

 —Un momento, ¿las sábanas de la cama, las lavas, no?— finjo no saber de qué me está hablando y puedo ver su cara hecha un poema. Me hace tanta gracia que acabo por echarme a reír—. Qué cachondo. Me has asustado.

Iván espera que me recupere del ataque de risa que me ha dado para hacer su confesión ante su público.

 —Yo nunca me he orinado en la ducha— sin excepción bebemos todos. A medio camino nos entra la risa y casi escupimos el contenido de la boca. Iván menea la cabeza y repara en cada uno, quizás tratando de recrear la escena en su cabeza—. Estoy rodeado de marranos. Nah. Yo también lo he hecho. He querido colárosla, pero no ha salido bien. Todo el mundo ha orinado alguna vez en la ducha. El calorcito, las ganas de orinar que vienen de antes, te incitan a hacerlo. No os fiéis de alguien que dice no haberlo hecho.

 —Yo nunca he robado en una tienda— continúa Robert. Algunos beben, otros no. Quienes lo hacen dejan constancia de que siempre fueron objetos muy pequeños, nada de demasiado valor.

 —Yo nunca he comido comida para animales.

Nadie bebe por la confesión realizada por Morgan. Le sigue Olivia.

 —Yo nunca he mandado una captura de pantalla al chat de la misma persona con la que pretendía cotillear con otra.

 —F por mí. Me ha pasado una vez y quise morirme de la vergüenza— admite Rob. Se cubre la cara con ambas manos—. Para salir del apuro tuve que decirle que quería destacarle esa parte de la conversación. No sé si se lo tragó. Ahora poco importa.

 —Yo nunca he montado un drama. Muchos, sí. Uno, jamás— bromea Natalie Perkins, esbozando una de sus mejores sonrisas a ras del hombro de Iván, quien asiente, dando fe de ello.

 —Es la reina del drama.

 —¡Eh!— se queja Nati, dándole un golpecito.

 —Pero te quiero así de dramática y loca.

Sus labios se encuentran y se funden en un casto beso.

 —Yo no me he bañado desnudo en la playa.

 —Ahí tienes el agua. ¿No quieres probar?— Rob me guiña un ojo y me saca la lengua

 —Creo que paso. No me gustaría tentar a la idea de que un cangrejo me pince la zona sensible.

Iniciamos el juego de "verdad o reto" y continuamos bebiendo. Ya van consumidas varias latas de cerveza. Todo comienza a darme vueltas. Siento que de un momento a otro me voy a dejar llevar por la gravedad que tira de mí. Dejando esa sensación a un lado, nunca antes me había sentido con tantas ganas de hablar de todo lo que se me pase por la cabeza. El juego se vuelve muy divertido con los retos. Apenas sale la opción de verdad por haber sido algo explotada en la anterior dinámica.

Ayrton cumplió con su palabra y retó a Robert a arrastrarse por la arena, arqueando la espalda, con la cabeza hundida en el terreno, hasta acabar hundiendo su cuerpo en el agua. A regañadientes asiente, pues sabe que va a acabar de tierra hasta los ojos. Nos hartamos de reír al verle moverse como si de un gusano se tratase. Ayrton se regodea, echándose hacia atrás, con sus manos apretando su abdomen. A su lado, Lydia casi no puede ni respirar de la risa. Iván coge nuevas latas de cerveza y nos la va lanzando hasta que estamos todos servidos.

El próximo reto le toca a Olivia. Debe llamar a un número al azar e inventar que es una agente de policía y que una persona "x" ha sido detenida y que pregunta por él/ella para que le saque de la cárcel. Se arma de valor y, entre risas, espera a que el receptor acepta la llamada. Poco después de que eso suceda, se pone seria y lleva a cabo la broma sin que se note demasiado de que se trata de mero entretenimiento. Todo va sobre ruedas. La persona en cuestión sigue el rollo en todo momento y gracias a eso nos echamos unas buenas risas.

A Iván le toca llamar a un mismo número en repetidas ocasiones y decir alguna frase con rima acerca del año nuevo con un toque de humor. El hombre que atiende todas y cada una de las llamadas acaba tan cabreado por la insistencia que acaba soltando de todo por la boca menos bonito.

Alexander es retado a beberse dos latas de cervezas del tirón, sin pausas, mientras hace el pino, lo cual dificulta las cosas. Termina siendo un desastre. Escupe todo el contenido y tose con tanta intensidad que pierde el equilibrio y cae a la arena. ¿Lo peor? Lo hace con la boca abierta y se traga buena parte de ella. Cuando se levanta tiene una almeja incrustada en la mejilla.

Robert se venga de Ayrton, retándole a hacer un baile sensual ante nosotros, que no duda en llevar a cabo con toda la picardía que habita en él. Se vale de su camisa para darse unos azotes en el trasero y jugar a deslizarle entre sus piernas antes de lanzarla a sus espaldas. Su público aplaude, enérgico, y dedica silbidos que le llevan a venirse arriba. Hinca sus rodillas en la arena y, a gatas, camina hasta nosotros, imitando a un felino, peligroso y hambriento. Salta y se reboza sobre nuestros cuerpos como si fuese una croqueta harinándose.

 —Es el turno de Benjamín. Te reto a hacer quince flexiones con alguien subido a tu espalda. Veamos quién puede ser...— Alexander va pasando de uno en uno. Sus ojos se detienen en una sonriente Natalie que se señala a sí misma, como si pretendiera asegurarte de que se refiere a ella—. ¿Natalie?

 —¿Qué tal si lo hace Lydia? Estoy segura de que ella puede hacerlo perfectamente igual que cualquiera de nosotros.

 —¿Yo? No puedo hacerlo, Nat. ¿Qué pasa si le hago daño en la espalda o si no puede conseguir hacer una sola flexión? Creo que lo mejor será que lo haga alguien de complexión delgada.

 —Estoy con Natalie. Lydia, eres la candidata perfecta. Y no me cabe ninguna duda de que voy a poder hacer las flexiones sin hacerme daño. Quiero que seas tú. Así que sube a mi espalda, monito araña.

Indecisa y con temor sube a mi espalda una vez me encuentro en el suelo, verticalmente. Lo realmente difícil no es tener que levantar el peso de dos cuerpos sino tener que lidiar con mi falta de actividad física. Ni siquiera he terminado de hacer la primera flexión y ya me siento exhausto. Aún así no me doy por vencido y continúo con el marcador. Números arriba, pequeñas pausas para recuperar el aliento y comprobar que Lydia está bien en mi espalda. Sé que esta hazaña es importante para ella. Aunque no lo aparente, está poniéndose a prueba, y no quisiera que se defraudara y sintiera mal con ella misma. Tengo que terminar todas las flexiones para demostrarle que ella puede hacer lo mismo que las personas que le rodean. Deseo acabar con las barreras físicas y mentales que se ha impuesto desde hace años.

 —¡Quince!— grita Ayrton, dando una palmada en la arena—. ¡Muy bien! ¡Estás hecho un campeón! Una vez más nos demuestras que no hay nada imposible cuando uno se propone algo.

 —Los sueños están para cumplirlos, ¿no?

 —Así se habla.

 —Atentos, chicos y chicas. Vamos a jugar a otro juego. ¿Veis la duna de allí?— señala Robert con una de sus manos una montaña de arena que se encuentra a escasos diez metros. Hasta tierra firme hay una bajada considerable—. Nos lanzaremos por ella haciendo la croqueta. Y, una vez en el suelo, competiremos por ver quién llega primero a la línea de meta. El último tendrá que responder a una pregunta incómoda.

 —Yo no pienso ser la última— dice Natalie antes de salir despavorida hacia la cima de la duna, perseguida por Iván, quien envuelve dulcemente su cintura con sus manos y deposita un beso en la mejilla de la chica. Eso le saca una amplia sonrisa que brilla más que todas las estrellas del cielo—. ¡Ah! Me haces cosquillas.

Iván le llena toda la cara de besos y juega a hacerle cosquillas con su barba de pocos días. Ella hecha hacia atrás su cabeza y su pelo ondea con la brisa con olor a salitre. Sus risas resuenan entre las palmeras existentes en los alrededores y se pierden en el fondo del océano. Natalie entrelaza sus manos con las de él y se sube a sus pies para impedir que pueda huir. Eso hace que pierda el equilibrio y se precipiten a la arena, en la que quedan semienterrados.

 —¡Mirad lo que hago!— exclama Robert, quien se desplaza hacia nuestro destino haciendo la rueda con ayuda de sus brazos y piernas. Alexander se une a su ida dando sucesivas volteretas que dan la impresión de que va a hacerse daño en el cuello en caso de caer mal. Sin embargo, él parece tenerlo todo bajo control.

 —La locura nunca se deja en casa, se lleva allá a donde se vaya— afirma Alexander, quien se sacude las manos una vez llega a la cima de la duna. Lydia es arropada por Ayrton al recibir su brazo fuerte sobre sus hombros y sonríe tímidamente a la par que trata de mantener sus nervios bajo control. Él improvisa un baile con ella sin seguir un patrón. La hace girar una vez y aprieta su mano antes de echar a correr hacia la montaña. Vuelven a cogerse las manos y juegan a trazar círculos, poniendo a prueba a la gravedad que les atrae a la tierra—. Espero que estéis con las pilas cargadas porque queda mucha noche por delante.

La multitud aúlla de felicidad.

Lucho por hundir mis pies en el suelo y no caer con la papa que llevo encima. Es difícil, aunque estoy poniendo toda mi concentración en ello, así que espero que surta efecto. A cada paso que doy siento como si estuviera desviando mi dirección, trazando círculos a mi alrededor, sin forma de salir de esa encrucijada. Todo me da vueltas y la garganta la tengo seca. Tengo la imperiosa necesidad de beber algo de agua. Por desgracia, cerveza es todo lo que queda en el congelador. Y, por si fuera poco, creo que tengo arena en la boca.

 —¡Aúpa!— exclama Olivia antes de tomarse la libertad de saltar a mi espalda y aferrarse a ella como si de un pequeño monito se tratara. Consigo aferrar mis manos a sus piernas para evitar que caiga para atrás. Miro hacia un lado y encuentro su cara pegada a la mía y sus ojos brillando—. Estar aquí es como estar en un sueño.

 —Ojalá no terminara nunca.

 —Cuando compartes momentos con personas especiales, se vuelven recuerdos inolvidables.

 —¿Crees que soy especial?

 —Eres la persona más especial que he conocido. No tuve ninguna duda cuando hablé contigo por primera vez y tampoco la tengo ahora. Lo sé. Eres tú.

 —Tú también eres alguien muy especial para mí— susurro en voz baja. Olivia envuelve mi cuello con sus brazos y une su mejilla con la mía. Cuando no se da cuenta, la miro de soslayo y fantaseo con la idea de acariciar su piel bronceada por el sol y dejar un beso en ella—. No puedes hacerte una idea de cuánto...

Detengo mi caminar al reunirme con mis compañeros y me agacho un poco para que Olivia cuente con más facilidad para poder bajarse de mi espalda. Vamos disponiéndonos uno al lado del otro, dejando cierta distancia, para poder contar con el espacio suficiente para deslizarnos por la duna sin colisionar accidentalmente. Robert lleva a cabo una cuenta atrás comenzando desde diez. Cuando llega a su fin todos nos lanzamos haciendo la croqueta. La arena está fría y se adhiere a mi cuerpo bañado en sudor. Giro y giro sobre mí mismo, perdiendo la noción del tiempo, desviándome del camino y dándole un pequeño golpecito en una pierna a Alexander.

Acabo de arena hasta los ojos. Soy como un Yeti, pero en la playa y con tierra. Estoy listo para ser echado en una freidora a alta temperatura. Menos mal que he podido esquivar la planta que sobresalía al final de la duna porque, de lo contrario, me la habría comido enterita. Y para echar eso por la puerta trasera se necesitaría más fuerza que maña. Aunque he llegado el último, intento incorporarme a la siguiente prueba al ritmo de mis compañeros.

Tengo las rodillas algo raspadas y cada paso que doy es un verdadero calvario. Pongo todo mi empeño por continuar con el juego hasta el final. Cuando algo se me mete entre ceja y ceja no hay nadie que pueda detenerme en la consecución de mi objetivo. Para cuando voy por la mitad de camino estoy con la lengua fuera y los músculos doloridos por tanto esfuerzo. Me dejo caer boca arriba en la línea de meta y miro el cielo estrellado con las gotas de sudor descendiendo por mi frente. La multitud me rodea y mira con una sonrisa.

Entre Iván y Rob logro tomar asiento en el suelo. El resto va acomodándose a mi lado, formando un círculo como anteriormente, cuando aún jugábamos a "yo nunca". El chico de tez morena, quien propuso el juego que acabamos de realizar, entrelaza sus manos y las lleva hasta su barbilla. Se toma la libertad de pensar detenidamente en la pregunta a formular. Aunque algo me dice que ya la tenía en mente, pero le faltaba perfeccionarla antes de sacarla a relucir.

 —Agárrate bien fuerte porque ahí va la pregunta. Tienes que decir la verdad, no lo olvides- recuerda con firmeza y coge una bocanada de aire—. ¿Hay alguien, de todos los que estamos presentes aquí y ahora, que te guste, o de quien estés enamorado?

Desconecto de la realidad en ese momento y me concentro en la persona que aparece en mi mente como si fuese un barco que se pasea por aguas tranquilas. Los músculos de mi cara se paralizan y las palabras quedan atrapadas en mi garganta. Mi corazón late con violencia, tanta que me duelen las costillas, y temo que vaya a salir corriendo en cualquier momento. Puedo sentir la mirada de todos los presentes clavadas en mí, con la intriga reflejándose en sus pupilas oscuras.

Asiento una sola vez.

 —¿Quién es?— pregunta Ayrton.

 —¿Podrías dar alguna pista?— insiste Alexander con cierto morbo. Niego con la cabeza, poniéndome realmente nervioso con tantas preguntas. No quería hacer esto así. No es la forma en la que quiero que Olivia se entere de que estoy enamorado de ella. Yo tenía pensado que las cosas se dieran de otra forma. Ni siquiera sé cómo se lo tomaría y no quiero que las cosas entre nosotros se pongan raras. O peor aún, que influya negativamente en nuestra amistad, y terminemos distanciándonos. No, no quiero eso. Así que tomo la vía fácil: huir—. ¡Benjamín! ¿Hemos dicho algo que te haya incomodado?

Corro y corro sin mirar atrás. Olvido completamente el dolor que azota mis músculos y me esfuerzo por poner distancia con respecto a las personas con las que celebraba la entrada de año. No sé cómo he sido capaz de sacar las fuerzas suficientes para enfrentar el mareo que se apodera de mi cuerpo a causa de la embriaguez. Siento hasta la punta de la nariz y la boca dormidas. Y esa felicidad que me llenaba anteriormente cae en picado.

Cojo aire y lo suelto lentamente. Escudriño las aguas frías e iluminadas por la luz pálida de la luna llena que reina en el firmamento y pequeños puntos brillantes que constituyen las estrellas. Las olas rompen en la orilla y dejan tras de sí un rastro de espuma blanca que se aglomera en la arena, sin forma. Las huellas de mi pies quedan marcadas en el suelo en ambas direcciones. No puedo dejar de moverme mientras pienso en la afirmación que he hecho con anterioridad. ¿Será este mi final? ¿Podré aún pensar en algo para salvar la situación? ¿Habrá alguna forma de acabar con ese interés generalizado? Muchas preguntas sin respuesta. Y, lo peor, poco tiempo de actuación.

Me pongo en cuclillas y dejo caer mi cuerpo hacia atrás, hincando mi trasero en el suelo. Mantengo las piernas flexionadas y próximas a mi pecho, que envuelvo con mis brazos, refugiándome de la brisa fresca con olor a salitre. Entierro mi cabeza en mis manos y achico los ojos. Golpeo repetidamente mi frente.

 —¿Benjamín?— dice una dulce voz a mis espaldas que logro reconocer de inmediato. Cierro los ojos con fuerza e intento permanecer inmóvil, como una roca. Pero no es suficiente para pasar desapercibido y evitar la conversación que queda pendiente. Sus pasos de detienen a mi altura. Poco después toma asiento a mi lado y acomoda su pelo en su espalda—. ¿Estás bien? Has salido corriendo. Nos hemos preocupado por ti.

 —No teníais porqué. Me gustaría estar solo.

 —Lo siento pero no voy a ir a ningún lado. A menos, no hasta saber que estás bien— acaricia mi brazo con sus dedos y elimina pequeños granos de arena que han quedado en él. Asciende por mi piel, poco a poco, hasta alcanzar mi hombro y presiona ligeramente sobre él. Puedo sentir cómo una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo en apenas segundos—. No has respondido mi pregunta. ¿Estás bien?

Encojo mis hombros.

 —Me siento tan avergonzado. Tengo la sensación de estar comportándome como un niño. Este es mi final. Estoy completamente acabado.

 —¿Te avergüenzas de sentir amor? Creo que es la última cosa de la que deberías sentir pudor. Es el sentimiento más bonito que existe en el mundo. Concierne a tu corazón y alma. Y sé que ambos son tan grandes como el océano. Nada malo podría nacer de ellos. No cuando se trata de ti. Personas maravillosas tienen los sentimientos más bonitos.

 —No me avergüenzo por lo que siento en sí, sino porque la persona por la que siento todas esas sensaciones bonitas de las que hablas estuviera delante. Ahora ella lo sabe. Y me siento tan avergonzado por haber sido descubierto.

 —Pero quizás ella no sepa que es esa persona a la que amas.

 —Se lo he dicho de mil formas. Menos con la palabra. Pero si mirara el brillo de mis ojos, la sonrisa que nace en mis labios y el rubor de mis mejillas, ya debería saberlo todo— atrapo su mano cuando está a punto de devolverla a su regazo y la acaricio con el dedo pulgar. Su respiración se entrecorta momentáneamente y sus ojos viajan a nuestras manos—. Dime, ¿tú crees que ella lo sabe?

No sabe cómo responder a eso. Abre su boca y mueve sus ojos de un lado a otro, intentando pensar en una buena respuesta para dar a la pregunta que he formulado. Está un poco nerviosa, aunque lo disimula muy bien. La risa le ayuda a calmar esos nervios que cosquillean su estómago y ponen a su mente a trabajar a toda máquina.

 —Eso depende.

 —¿Depende de qué?

 —De si todo lo que has hecho por ella, cada gesto, ha sido suficiente para hacerle saber que estás irremediablemente enamorado de ella.

 —¿Y si no ha sido suficiente? ¿Hay alguna forma definitiva de hacerle saber todo lo que siento, sin dejar lugar a dudas?

 —Hay una forma.

 —¿Cuál?

Olivia baja la mirada a nuestras manos y siento como su respiración se acelera. Vacila unos segundos antes de dar a conocer la respuesta. Para cuando alza la vista sus ojos marrones están brillando como dos inmensos soles.

 —Con un beso— deposita su mano en la arena y busco nuevamente su contacto. Ella mantiene la barbilla pegada a su cuello y su atención en la espuma blanca a pocos centímetros de sus pies. La brisa causa que su pelo se alborote un poco. Pongo todo mi empeño en ayudarle a volver a estar hecha un pincel, valiéndome de mis manos. Gesto que agradece con una media sonrisa—. Con un beso, el corazón hablará.

Siento como si mi cuerpo me estuviera empujando desde dentro a acortar la distancia que separa nuestros cuerpos para fundir mis labios con los de ella. O quizás sea el propio mareo. Sólo sé que la chica que tengo a mi izquierda cada vez se vuelve más borrosa. La cabeza me da vueltas. Mi nariz colisiona con la suya y mi frente se amolda con la de ella a la perfección. Mis labios entreabiertos tiemblan por la cercanía de la boca de la otra persona.

Mi cabeza desconecta en ese momento y caigo redondo sin querer alejarme de ese momento. Lo último que siento es el impacto de un cuerpo blando contra una de mis mejillas. Me evado completamente a la oscuridad que tan acogedora se muestra. Mientras me pierdo en la inconsciencia rezo porque ese momento no haya sido fruto de mi imaginación.

 —Tengo los brazos agarrotados. Mira que pedí que nadie se cogiera una papa de esas malas. A ver cómo conseguimos que se le pase la cogorza buena que lleva encima.

 —Sujétale bien la pierna, Alex. Estoy soportando solo todo el peso— le pide Ayrton acompañado de un suspiro de alivio una vez la carga es repartida entre dos y el esfuerzo, a hacer, menor.

 —Yo creo que deberíamos meterle en la ducha y darle con agua fría. Y si vemos que no funciona pues inducirle el vómito— oigo decir a Iván, quien parece situarse justo detrás de mí—. Olivia dice que cayó redondo sobre ella.

 —Bebió demasiado para ser su primera vez— coincide Alexander—. Y menos mal que no volvimos al congelador a por otras más porque habría sido el remate final. Ayrton, abre la puerta de la habitación.

 —Vamos muy bien. Cuidado con la cabeza. ¡Joder, mira que lo he dicho!— se queja Robert al escuchar un golpe sordo de mi cabeza contra el marco de la puerta de la habitación en la que nos alojamos en el complejo—. Seguimos. Pasito a pasito. Vamos muy bien. Ahora torcemos hacia la izquierda.

 —Deja de hablar como si esto fuera una procesión— replica Sandler con cara de pocos amigos. Siento como entre todos me ponen en posición vertical y abren un grifo de agua fría cuyo chorro va a parar directamente sobre mi cabeza y cara. Esto hace que se apodere de mi un gran malestar. Siento el estómago revuelto y como todos mis sentidos se ponen en estado de alerta—. Muy bien. Eso es. Menuda papa te has pillado, tío.

 —Yo...

 —Ya habrá tiempo para agradecimientos— dice Ayrton.

Antes de que pueda decir nada me aferro tanto al chico castaño como al de tez morena y vomito, como si de un caño me tratara, en las personas que tengo justo delante, salpicando a quienes se encuentran cerca también. Y una y otra vez. Así por lo menos hasta tres veces. Tengo el estómago tan revuelto que no puedo dejar de vomitar. Tampoco ayuda demasiado a reponerme el olor a vómito y el sabor tan desagradable de boca.

 —Menos mal que no se puso la camisa blanca.

 —Buaf, tío. Apesto a vómito— se queja Alexander, quien pinza su camisa con su dedo índice y pulgar y mira con desagrado la sustancia pastosa y amarillenta de su prenda superior—. Creo que voy a vomitar.

 —Suéltalo todo. No te cortes. Mejor fuera que dentro, ¿no?— me anima Iván, acariciándome la espalda con fraternidad. A su lado, Robert se encarga de echarme hacia atrás el pelo y de soplarme en la cara para que me sienta mejor.

 —Pongámosle en el retrete.

Hacen lo que Ayrton pide y me ayudan a arrodillarme en el suelo y colocar la cabeza en el váter, con la tapa levantada y mis manos envolviendo el cuerpo del inodoro. Centro mi mirar en el agua del fondo y trato de mantenerme sereno. Pero no es una vista agradable y eso, unido a mi malestar estomacal, me lleva a vomitar nuevamente. Iván está sentado en el videl y acaricia mi espalda, mientras Robert sostiene un pañuelo húmedo sobre mi frente.

El resto se están desprendiendo de la ropa hasta quedar en calzoncillos. Cuando consigo encontrarme un poco mejor también me quito lo que llevo puesto y soy guiado hasta la zona de las camas para descansar. Estamos todos en ropa interior. Ayrton tropieza con un pantalón que hay tirado por el suelo y provoca que todos perdamos el equilibrio y caigamos sobre la cama. Aún no nos hemos recuperado de la caída y puesto remedio para separarnos cuando escuchamos una voz familiar a los pies de la cama.

 —¿Qué es todo este alboroto, chicos? ¿Se puede saber qué estáis haciendo?

 —Hey, profe— nada más saludarle vomito sobre sus pies. Él se queda de piedra y se palpa la frente con la cara más seria que le he visto jamás. 

 —No hacen falta más explicaciones. Jóvenes, alcohol de por medio, juegos y retos y copas de más encima, ¿no?

 —Efectivamente— acierta a decir Ayrton.

 —No lo habría podido decir mejor.

Tras el comentario del chico de tez morena, Alexander encoje sus hombros y mira los bajos del pantalón y zapatos manchados del profesor.

 —Le ofrecería darse una ducha pero no le recomiendo entrar ahí en un buen rato. ¿Quiere que vaya en búsqueda de una fregona?

 —Sí, por favor.

 —Yo te acompaño.

Rob sale disparado detrás de Alexander para poder propiciar un ambiente más calmado. Ayrton desaparece poco después también argumentando que va a buscar un vaso de agua para mí. En la habitación tan sólo quedamos tres personas. Iván está sentado en la mesita de noche, con una pierna suspendida en el vacío y la otra apoyada en la cama, pellizcando su labio inferior, mientras mira de reojo al profesor.

Marshall me ayuda acomodarme en la cama y coloca una palangana al lado mía por si decido volver a vomitar sin previo aviso.

 —Cuando tu madre se entere de esto, va a matarme.

 —Qué malo estoy. Creo que no lo cuento.

 —Ahora sabes lo que es cogerse una buena cogorza. Créeme, es la muerte a pellizcos. Y por más que uno se jure que no volverá a beber, siempre vuelve a caer la próxima vez— bromea Iván, arrugando la nariz—. ¿Sabes a quién te pareces ahora? A la niña del exorcista.

 —Tú tampoco tienes mucho mejor aspecto.

 —Vaya, gracias. ¿Para qué tener enemigos si puedo tener amigos como tú?

Río a carcajadas a pesar de encontrarme terriblemente mal.

 —Iván, ve a dormir. Yo cuidaré de él. Mañana nos espera un largo viaje por delante. Todo estará bien, no te preocupes.

 —Me avisa ante cualquiera cosa.

 —Cuenta con ello.

Iván me da un apretón en la mano y se marcha hacia su cama. Se acuesta en ella de lado, con el cuerpo orientado hacia mí, y poco a poco va quedándose dormido. No tardamos en escuchar sus suaves ronquidos retumbando en la habitación. Alfred me palpa la frente para comprobar que no tengo fiebre ni nada por el estilo.

 —Profe, me caí redondo en el peor momento. Estaba a punto de besar a la persona más maravillosa y encantadora de este mundo y la fastidié desplomándome encima suya. ¿Cómo voy a poder mirarle a los ojos después de eso?

 —Ella lo entenderá. Ahora mismo estará más preocupada por cómo estás que por ese beso que no se produjo.

 —¿Y si nunca más vuelvo a tener una oportunidad así?

 —Si tiene que ser, será. Los mejores momentos de la vida no se planifican, surgen. Son fruto de la improvisación.

 —Mañana voy a querer morirme de la vergüenza— cojo la almohada que tengo detrás y me cubro la cabeza con ella. Me echo hacia atrás en la cama y miro el blanco impoluto del techo mientras trato de recordar todo lo de esta noche, recuerdos que se muestran borrosos en mi mente—. Siento que tengo lagunas mentales.

 —Te has pasado bebiendo. Es normal. Eso sí, no vuelvas a emborracharte así nunca más. No vale la pena comprometer la salud por un momento de felicidad. Siempre bebe con moderación.

Hago el saludo militar.

 —¿Cómo haré para recordar esas cosas que no quiero olvidar?

 —Tal vez debas hablar con esa persona especial. Y si no, siempre podrá haber más oportunidades para crear recuerdos maravillosos junto a ese alguien.

 —Gracias por quedarse conmigo.

 —Haría lo que fuera por ti. Puedes contar conmigo.

Deposita un beso en mi frente y me ayuda a beber agua cuando Ayrton la trae. Deja el vaso en la mesita de noche y manda a los chicos a descansar mientras él limpia con la fregona el estropicio tanto de la zona de las camas como del servicio, poniendo un poco de orden. Cuando termina de faenar se queda a dormir en una silla de la habitación para supervisar que paso una buena noche y que no surgen imprevistos de última hora.

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