Capítulo 36
Mientras nos poden las esposas tratamos de explicar lo que hemos encontrado en el bosque y, gracias a ello, hacen una inspección a la zona para corroborar nuestra afirmación. Los hombres de la taberna también han sido detenidos. Al parecer, les han estado siguiendo la pista y han descubierto que son ellos quienes trafican con droga. En cuanto a nosotros, hemos sido arrestados por alteración del orden público en la taberna y daños a la infraestructura.
Sin más dilación, nos llevan hasta la comisaría para aclarar todo lo ocurrido y poder al corriente al tutor a nuestro cargo. Esta última parte es, quizás, lo que más tememos del asunto. Ir de vacaciones a un lugar de ensueño y, un día antes de volver, tener que recoger al grupo de alumnos con el que has viajado de comisaria no es el mejor plan.
Ayrton, como persona que iba al volante, es quien paga los platos rotos. Los policías no han dejado de interrogarle desde que llegamos a comisaria. Nadie sabe nada de él desde que se lo llevaron. Tampoco nos atrevemos a hacer suposiciones con mal presagio porque eso sólo conseguirá que nos pongamos más nerviosos de lo que ya estamos. Dejamos que el tiempo transcurra con el sentimiento de sentirlo interminable.
Olivia está sentada en un banquillo, con la cabeza enterrada en sus manos, atormentada por sus propios pensamientos. Estar en una celda parece ser la última de sus preocupaciones; Lydia, a su lado, juega a subir y bajar la cremallera de la chaqueta que le prestó Ayrton con anterioridad, también inmersa en sus pensamientos; Iván se pasea de un lado a otro, haciendo alguna que otra pausa en su marcha para aferrar sus manos a los barrotes y echar un vistazo a ambos lados del pasillo iluminado con luz blanca; Alexander y Robert están jugando a pasarse una pelota de goma. El segundo de ellos está acostado en uno de los banquillos. Se encarga de hacer botar una sola vez la bola en el suelo, para conseguir que llegue a Morgan, que está de pie, con la espalda apoyada en una de las paredes.
Extiendo mis piernas en el suelo y muevo el cuello de un lado a otro para liberar tensión acumulada por el estrés de los últimos acontecimientos. Le lanzo una mirada al policía que se pasea por el corredor, vigilando que todo está en orden en cada celda. Aunque, a veces, me permito caer en la tentación de observar el semblante de la chica rubia, que parece entristecida. Me encantaría levantarme e ir hacia ella. Abrazarla fuerte. Levantarla en peso. Besar su frente. Hacerle sentir que nunca tendrá que enfrentar los problemas en solitario. Pero, obedeciendo con lo que me aconsejó Iván, dejo que tenga tiempo para pensar en todo cuanto le pasa por la cabeza. Aclarar el caos que hay en su corazón.
—Perdona, ¿Qué hay de nuestro amigo?— le pregunta Iván al policía cuando vuelve a pasar por delante de nuestra celda—. Hace un tiempo que se lo llevaron y aún no ha vuelto.
—Están interrogándole acerca de lo sucedido. Va a tener que facilitar sus datos para poder llevar a cabo las acciones pertinentes en cuanto a su permiso de conducir.
—¿Se sabe algo de nuestro tutor?— interviene Rob.
—Ya nos hemos puesto en contacto con él. Viene de camino.
—Se nos va a caer el pelo...— murmuro, sacudiendo la mano. Natalie se pone en pie, esquiva al chico que continúa con la cabeza pegada a los barrotes, y toma asiento a mi lado, pero sin apoyar su espalda en la pared. He de confesar que me sorprende su acercamiento. Somos buenos amigos, aunque nunca hemos llegado a intimar demasiado—. ¿Crees que me sentará bien una peluca rosa? Digo, para después de recibir la reprimenda de Alfred.
Nati, al principio, frunce el sueño. Luego, sonríe.
—Haría juego con tus ojos— esta vez soy yo quien ríe. Natalie deja correr unos segundos antes de formular una pregunta que lleva tiempo rondando por su cabeza y que hasta ahora no había sacado a la luz por miedo—. Benjamín, ¿puedo hacerte una pregunta?— asiento un par de veces—. ¿Iván te ha hablado alguna vez de mí?
—Lo hace constantemente. Sueles sacarle de quicio.
—Podría decirse que es mi hobbie favorito. Él también me pone de los nervios. Pero me refiero a si ha hablado alguna vez de mí de forma bonita.
—No ha dicho nada y al mismo tiempo ha dejado claro todo. Los ojos nunca mienten. Si te fijaras bien en ellos, lo sabrías— hago una pausa. Ella muerde su labio inferior y mira a Iván—. Me gustaría que algún día alguien me mirara como tú le miras a él.
—¿Cómo?
—Como si fuese la única persona sobre la faz de la tierra. Con la certeza de tener la felicidad justo delante de ti, de saber que si mañana se acabara el mundo, morirías siendo la persona más feliz de todo el universo.
Baja la mirada, avergonzada, por mostrar tanto en sus ojos. Ladeo mi cuerpo en su dirección y recorro su cara. Sus pestañas rozan sus pómulos. Labios sellados. Nariz pequeña y bonita. Algunos mechones de su cabello acariciando sus mejillas. Ceño fruncido.
—¿Qué se hace cuando estás locamente enamorada de una persona y sabes que hay demasiados obstáculos que impiden que estéis juntos? ¿Se debe olvidar a esa gran amor? ¿Arriesgarse aun sabiendo que puede que no salga bien?
—Yo lucharía por estar con esa persona. El amor es mayor que el miedo. Siempre y cuando sea verdadero. Elige arriesgar antes que quedarte con la duda.
—¿Cómo puedo saber que estoy haciendo las cosas bien, que no estoy equivocándome?
—Tu corazón se encargará de hacértelo saber.
Natalie dirige toda su atención al chico que tiene la cabeza pegada a los barrotes, junto a sus manos que, al sentirte observado, mueve la cabeza en dicha dirección, y pilla infraganti a su admiradora secreta. Un cruce de miradas que se extiende por varios segundos, desde la distancia, por medio de las que hablan sus corazones enamorados. La conexión tan especial que se ha forjado se ve interrumpida por la llegada de Ayrton. Todos nos ponemos en pie para bombardearle a preguntas.
—¿Qué tal ha ido todo?— inquiere Alexander.
—Les he contado todo lo que pasó. Van a ponerme una multa. Quizás me quiten algún que otro punto del carnet. Pero eso es lo de menos. Me la jugaría igual si se diera la misma situación con cualquiera de vosotros.
—¿Se sabe algo de los traficantes?
—Por lo que he podido oír, van a ir a prisión una buena temporada— contesta a la pregunta que le ha formulado Sandler.
—Pues yo estoy deseando irme de aquí. Me siento como si fuera una maleante. Esto no se parece nada a las películas de Hollywood. Mis padres van a matarme como se enteren de esto. Ahora sí que van a ponerme un psicólogo 24/7.
—Yo también estoy con Natalie— coincide Lydia, echándose hacia atrás el pelo—. Si nuestros padres se enteran de lo que ocurrió, no sólo no nos van a dejar ir nunca más de viaje, sino que nos castigarán sin salir de por vida.
—Es cierto que hicimos cosas mal. Robamos un coche. Nos cargamos una ventana, unos neumáticos y un gallinero. Pero no lo hicimos con mala intención. Fue producto de una serie de circunstancias que se dieron. Estábamos tan preocupados por dar con Lydia que no medimos las consecuencias de nuestros actos— explico. Con mi dedo índice ajusto mis gafas en el puente de mi nariz y miro a cada uno de los integrantes de la celda, que piensan en lo que he dicho—. Lo hicimos y nada va a poder deshacerlo. Tendremos que asumir las consecuencias.
Ayrton levanta su mano para pedir turno de palabra.
—El dueño del descapotable nos ha denunciado. Así que estamos bien jodidos.
—Pues espera a lo que viene ahora...— suelta Rob. Señala con su barbilla a un hombre que acaba de aparecer a las apuradas delante de la celda, con el pelo alborotado y la cara enrojecida.
—¿Se puede saber en qué estabais pensando, chicos? Robar un coche, estrellarlo en un gallinero, protagonizar un conflicto en una taberna. Dije que os daba el día libre para hacer lo que quisierais, pero nunca imaginé que se os ocurriría hacer algo por el estilo. ¿Os hacéis una idea del lio en el que estáis metidos? Va a ser muy difícil sacaros de aquí— hacemos por explicarle el porqué actuamos así pero él levanta una mano para que no hablemos todos al mismo tiempo—. Ya estoy al tanto del porqué actuasteis así. Pero esas no son formas. Yo os habría ofrecido mi ayuda. Si me lo hubierais explicado, habría buscado una solución. Pero esto que habéis hecho no está bien. Tendré que dar parte de lo sucedido a vuestras familias.
—Es justo— sentencia Iván, dándole la razón.
—¿Cuándo podremos salir de aquí?— pregunto. Alfred piensa en ello durante unos extendidos segundos antes de darme una contestación que resuelva mi duda.
—Podría ser cuestión de horas. No lo sé. Todo dependerá del rumbo que tomen los acontecimientos. Trataré de sacaros de aquí lo antes posible. Pero hasta entonces me gustaría que reflexionarais acerca de lo que habéis hecho. Y no estaría nada mal admitir que os habéis equivocado y pedir perdón a quien corresponda.
Marshall se asegura de que hemos pillado lo que ha dicho y luego se marcha por donde vino. Hacemos justo lo que nos ha pedido. Elegimos un lugar cómodo en la celda, dentro de lo que cabe, y repasamos mentalmente todo cuanto ha formado parte del día, cada acción que ha desencadenado las consecuencias actuales. Siempre intentando buscar caminos que pudieron habernos llevado a Lydia sin causar daños a terceros. No nos hace falta darle demasiadas vueltas para llegar a la conclusión de que no hicimos las cosas bien desde el principio. La huella del arrepentimiento es imborrable. Pronto nos embarcamos en la aventura de dar con las palabras exactas con las que pedir perdón a todo aquel que se vio afectado por nuestra impulsividad.
Redactamos una carta para pedir perdón a la dueña de la taberna, incluyendo un pequeño sobre con el dinero que nos queda en la cartera, que no es más que una pequeña parte de lo que debemos. También pedimos que el dueño del descapotable se reúna con nosotros en la celda para poder pedirle perdón por habernos llevado su coche a la fuerza, perpetuando un robo. El hombre, al principio, nos regaña, acalorado, y se muestra reacio a escucharnos. Pero, poco a poco, su carácter se va ablandando y va cediendo, deseoso de oír nuestra explicación dorada. Tras terminar de contárselo, aunque continúa creyendo que no es la mejor forma de hacer las cosas, comprende porqué lo hicimos. Se toma la libertad de aconsejarnos por si se diera otro caso similar y, una vez finaliza, nos alegra la estancia entre rejas al decirnos que retirará la denuncia.
No es hasta la mañana del treinta y uno de diciembre cuando Alfred se reúne con nosotros al otro lado de los barrotes junto a un policía que se propone a concedernos la libertad. No hemos podido pegar ojo en toda la noche. Prácticamente estuvimos contando las horas, mirándonos los unos a los otros, conversando a ratos, y pensando en nuestras cosas cuando se hacía el silencio. Abandonar la comisaria y recibir los rayos de sol junto a la brisa fresca en la cara resulta reconfortante. Es como si lleváramos toda una vida encerrados. Se siente bien saborear la libertad.
Cogemos un autobús para regresar al complejo. Una vez en él, lo primero que hacemos es ir al comedor para desayunar, dado que no hemos probado bocado desde ayer. Arrasamos prácticamente con toda la comida. Vamos echándonos en la bandeja grandes cantidades de comida, aún sospechando que lo más probable es que sobre. Cada uno está ensimismado en el plato que tiene por delante. Nadie tiene en mente hablar hasta que el estómago deje de rugir. Alfred se convierte en la excepción a la regla.
—Hay varias cosas que me gustaría comentar con vosotros. La primera es que me siento orgulloso de vosotros por haber puesto de vuestra parte con tal de mejorar la situación. La idea de escribir una carta y hacer un pequeño desembolso de dinero fue muy amable por vuestra parte. También lo fue pedir perdón al dueño del coche que os llevasteis. Espero que hayáis reflexionado sobre vuestra forma de actuar ayer y que hayáis sacado conclusiones fructíferas— coge el vaso de zumo de naranja recién exprimido que se ha preparado y le da un largo sorbo antes de proseguir con la lista de cosas a tratar—. Luego, deciros que hoy es la última noche del año. La primera que vais a pasar tan lejos de casa. Así que me he tomado la libertad de hacer algunas compras para animaros. Y he pensado que sería una gran idea festejar en la playa. ¿Qué os parece? ¿Suena bien?
—¡Sí! Qué guay. Es uno de mis sueños desde que era pequeña— dice Lydia entusiasmada, soltando la tostada que está comiéndose sobre el plato.
—¡Ah! ¡Será una noche de ensueño! Ya puedo imaginarme sentada en la arena, mirando los fuegos artificiales en el cielo, reflejándose en el agua.
—Y yo puedo oír tus gritos desgarradores después de haberte entrado arena en el ojo— se burla Iván, depositando su mirar sobre ella, quien se pone seria y le hace un corte de manga.
—Créeme, hay lugares peores— intervengo, contrayendo el gesto, haciendo claras indicaciones a mi trasero con mis dedos como flechas. Todos hacen una pausa en el desayuno. Se les ha quitado el apetito al imaginar en su cabeza aquello que he dado a entender con mis palabras—. Sino que se lo digan a Alfred.
—Sí. Aún sigo encontrándome tierra. Es como si hubiera aspirado la playa. Creo que esta será mi pesadilla más recurrente el próximo año.
Natalie aprovecha que un camarero se ha parado junto a la mesa para recoger su vaso vacío para comprarle una de las revistas que lleva sobre la bandeja plateada. Páginas que recogen cotilleos y los últimos pasos que han dado en su carrera personajes famosos del panorama actual. Iván hace un gesto vomitivo hacia ese tipo de revistas, aunque Perkins no le da importancia. Se acerca a Lydia y comenta con ella algunos cotilleos de un actor famoso.
—Profe, se le ha olvidado decirnos esa última cosa— le recuerda Robert, echándose hacia atrás en su asiento y llevando sus manos a su nuca. Alfred se da un golpecito en la frente con la palma de la mano para recriminarse haberse olvidado de ese tema a tratar en la mesa.
—Nos tienes en ascuas. ¿Qué es ese algo que nos tiene que decir? No se ande con acertijos— le pide Alexander con tono infantil a fin de ablandarle.
—Se me había olvidado por completo. Gracias por recordármelo, Rob. Lo último que quería deciros es más bien una pregunta. Hoy he recibido una llamada del alumno Viktor Vito. Al parecer quiere abandonar la escuela y continuar con sus estudios en España. Desea que el papeleo sea lo más pronto posible. Me sorprendió bastante su petición. Más teniendo en cuenta que hace relativamente poco que aterrizó en Vancouver. ¿Tenéis idea de qué habrá podido llevarle a tomar una decisión tan drástica?— Iván se lleva a la boca un palillo de dientes y lo mordisquea. Intercambia una mirada conmigo que parece decir "te lo dije". Natalie se queda perpleja. No dice absolutamente nada. Palidece, como si hubiera visto un fantasma. Sus ojos se ven apagados—. Creo que para vosotros también es la primera noticia que tenéis del tema. Pensé que quizás alguno sabía algo al respecto. ¿Tú no sabías nada, Nati?
La chica se niega a alzar la vista. Menea la cabeza. Retira su silla y se pone en pie, sosteniendo una servilleta de tela de color blanca en la mano que poco después arroja sobre su plato.
—Tengo que irme.
—Natalie. Espera— dice el profesor, tratando de detenerla en vano. Coge camino y se va del comedor con la esperanza de refugiarse en la soledad de su habitación. Lydia esboza una sonrisa triste y coloca sobre la mesa la revista que la chica castaña ha dejado caer sin querer—. ¿Alguien sabe si Natalie está bien? ¿Por qué ha reaccionado así?
—Profe, lo que pasa es que su novio llevo unos días bastante raro con ella. Distante diría. Ni siquiera fue a despedirla al aeropuerto. No volvió a escribirle desde que dejamos Vancouver. Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. Es muy extraño— informa la pelirroja. Está triste por tener que ver a una de sus mejores amigas mal.
—¿Qué es tan extraño? Se ha enamorado de un completo idiota. Yo intenté advertirle de cuáles eran sus intenciones pero ella no quiso escucharme. Esto no debería cogerle por sorpresa. Ella vio a un príncipe donde sólo había un sapo— masculla Sandler algo malhumorado por recordar ese parte de su pasado—. Yo no tenía necesidad de mentirle. Ella, a fin de cuentas, me importa. Y si sé que están jugando con ella, se lo hago saber, porque a mí me gustaría que hicieran lo mismo conmigo. ¿Qué fue lo que ella hizo? Decirme de todo menos bonito. Mantuvo las distancias. Y me tachó de mentiroso y de meterme donde nadie me llamaba. Ahora está topándose con la verdad que yo descubrí y tiene que lidiar con ello.
—¿Por qué te muestras tan enfadado con ella? Es él quien se ha comportado como un cerdo. Ella sólo cometió el error de creer que la quería de verdad— le echa en cara Ayrton de forma tan directa que puede doler.
—Porque ese idiota no tenía nada bueno que ofrecerle y ella aun así le eligió. Sólo era un recién llegado. Yo llevaba a su lado desde el comienzo. Y prefirió creerle a él antes que a mí.
Iván se pone en pie y, al coger la chaqueta de su silla, se lleva consigo la revista que Natalie compró con anterioridad al camarero. Suelto un largo suspiro y miro a las personas que quedan en la mesa.
—¿Por qué los jóvenes escondéis lo que sentís? No hay nada de malo en hablar de cómo nos sentimos a cada momento. El corazón está para ayudarnos a sentir las emociones, pero la boca para expresarlas y gritarlas a todo pulmón. No hay que temer a decir las cosas. Si no se dice lo que se siente, se termina quedando atrapado en el pecho. Se va formando una bola. Y cuando uno quiere confesar la verdad, se da cuenta de que no sabe por dónde comenzar. Dejemos de tener tanto miedo, de darle vueltas y vueltas al coco, y fluyamos más.
—A veces no es tan sencillo. Uno puedo sentir que molesta o que no tiene nada bueno qué decir. La inseguridad, supongo— acierta a decir la chica que hasta ahora había permanecido callada—. Hay ocasiones en las que ni uno mismo entiende qué pasa en su interior. Creo que cada persona es un universo distinto y para tratar de comprender otros universos lo primero es entender el propio.
—Si no sabes por dónde comenzar a entender tu universo interior, puedes contar conmigo. Te ayudaré a poner un poco de orden y te dejaré echar un vistazo en el mío. A veces lo único que uno necesita es un poco de luz amiga.
Olivia me dedica una sonrisa.
—Benjamín, ¿podemos hablar?
—Sí, claro.
Nos levantamos de la mesa y dejamos al resto terminando el desayuno. Sigo a Olivia hasta la zona de los jardines que bordean la piscina, con el dulce olor a flores silvestres mezclado con la brisa fresca que se enreda en nuestro pelo. Detiene su caminar cuando llegamos a una baranda blanca, a la que se aferra con una de sus manos, y de la que se vale para orientar su cuerpo hacia mí. Me dejo caer sobre la baranda, depositando mis brazos flexionados en ella.
—Siento cómo te traté antes. No quería hacerlo. Es sólo que me sentí abrumada y, de alguna forma, lo pagué contigo. Nunca debí haberlo hecho. Tú no tenías la culpa. Sólo querías ayudarme.
—Lo entiendo. No tienes que disculparte por nada.
—Últimamente tengo la sensación de estar dándome de narices contra la pared. Todo me sale mal. La triste historia de mi vida— sonríe pero me da la sensación de que no quería hacerlo—. Me siento como una niña pequeña que está afrontando una de sus rabietas por no poder tener lo que quiere. Es tan avergonzante.
—Eso no es cierto. Hay muchas cosas bonitas en tu día a día. Sólo tienes que dejar de ver con tus ojos y comenzar a mirar con tu corazón. La vida, a veces, se vuelve algo complicada, y parece todo un desafío vivirla. Pero son rachas. Igual que vienen, van. Hay que conservar la esperanza— Olivia barre con su mirada el suelo y se da completamente la vuelta hasta quedar enfrentada a la baranda blanca. Toma una bocanada de aire y lo libera poco a poco, como si pretendiera quedarse con esa sensación de enfrentar cualquier cosa. Con valentía—. Ninguna tormenta dura eternamente.
Suelta sus manos del que hasta ahora había sido su soporte y camina con pesadumbre hacia el borde de la piscina. Toma asiento en él, después de asegurarse de que su vestido blanco con flores azules está bien remangado para evitar mojarse, e introduce sus piernas y pies en el agua. Encoje sus hombros ante el frío contacto. Me siento a su vera, manteniendo una pequeña distancia entre nosotros, y admiro su perfil. Ella sólo tiene ojos para el agua brillante por la luz del sol.
—Sé que parecerá una tontería y que puede que me compadezcas, aun siendo la última cosa que quiero, pero tengo la sensación de que una vez más Cupido se equivocó al lanzar su flecha de amor. Creo que Ayrton no está enamorado de mí. Él mira a Lydia de una forma especial. Como nunca lo ha hecho conmigo. Y eso me asusta. Porque le quiero y quisiera que fuera él el chico con el que compartiera mi vida— esa última frase me duele en el alma. Siento que han martilleado mi corazón hasta hacerlo añicos. Irreparable. El resto de mis órganos se resienten—. No sabes cuánto me gustaría estar equivocada, que todo fuera una imaginación mía. Un miedo sin motivo. Ayrton es un chico maravilloso. Me hace muy feliz. Hacía mucho que no me sentía así.
—No sé si estarás en lo cierto o si será fruto de tu miedo a perderle. Pero si hay algo seguro es que él te eligió a ti, habiendo siete continentes y más de siete mil millones de personas en el mundo. Tú eres las chica con la que quiso compartir su felicidad. Y eso significa mucho.
—No lo había visto de ese modo.
—Nadie sabe si va a perder mañana una amistad o un amor. Así que debemos vivir cada día con esa persona como si fuese el último, sin pensar en el posible final de esa historia. Vivir. Amar. Ser feliz, sin importar nada más. Eso es lo que cuenta. Si resulta que este amor llega a su fin, no sientas tristeza. Quédate con las cosas bonitas que vivisteis juntos. Guárdalas en tu corazón. Dale las gracias por compartir ese tiempo contigo y por las lecciones aprendidas, y sigue adelante— desplazo mi mano hasta la suya y ejerzo presión sobre ella—. Yo seguiré estando aquí. Conmigo no tienes que callar tus miedos y disfrazar la tristeza de felicidad.
—Gracias por cuidarme siempre, Benjamín.
Envuelve mi torso con sus brazos y entierra su cabeza en mi hombro. Sonrío. Acaricio su espalda con ternura y le doy pequeñas palmaditas. Abrazarla es como tocar el cielo con mis propias manos. Se siente realmente bien. Es el único momento en el que su corazón habla con el mío. Están unidos, separados por piel y huesos, por algo más allá del cuerpo. Un sentimiento. Quizás un hilo invisible.
Unos niños que están jugando no muy lejos de nosotros, golpean una pelota, blanca con franjas de todos los colores del arcoíris, que me da de lleno en la cabeza. Pierdo el equilibrio y caigo a la piscina con ropa, cuando ya me he desprendido de los brazos de la chica rubia, quien se pone en pie y cubre su boca con ambas manos. Salgo a flote y sonrío. Tengo el pelo hecho un desastre, y las gafas mal colocadas en el puente de mi nariz y con los cristales salpicados de agua. Siento tanta vergüenza porque Olivia esté viéndome con estas pintas que no me atrevo a mirarle a los ojos. Ella, con tal de quitarle hierro al asunto, se lanza al agua incluso con su vestido puesto. Nada hasta mí y me salpica.
—Estás horrible con ese pelo— bromea, tratando de subirse sobre mí para alcanzar con sus manos mi cabello aplastado por el agua que lo humedece—. Deja que te lo arreglo.
—No, no.
—He trabajado para famosos.
—Famosos...— la cojo en brazos cuando intenta tocar mi pelo y la levanto por encima de mí, hasta quedar su cintura casi a la altura de mis ojos. Olivia ríe a carcajadas y se remueve, buscando la manera de zafarse. La lanzo a pocos metros de mi posición. Se hunde en las profundidades y sale a flote poco después para venir a buscarme. Salta sobre mi espalda y se agarra a mi hombro. Esta vez soy yo quien se sumerge, procurando que ella no lo haga, y nado de un lado a otro—. Ah. Ya sé. Eres Eduardo manos tijeras.
—Prepárate porque este va a ser tu final— dice poniendo voz muy aguda y ríe como si fuese la bruja malvada de un cuento.
—Ven a por mí, brujita.
Le echo agua y ella me responde con la misma estrategia. Vuelvo a cogerla en brazos, pero esta vez me aseguro de elevar todo su cuerpo y ponerlo en forma horizontal, por encima de mi cabeza, sujetándola con mis manos a la altura de su ombligo. Olivia abre sus brazos como si fuese un pájaro que va a echar a volar en cualquier momento y extiende bien sus piernas. Levanta la cabeza hacia el cielo y sonríe.
Pierde el equilibrio y a mis espaldas, arrastrándome con ella. Vuelven a aparecer nuestras cabezas. Se acerca a mí. Extiendo mis manos hacia su cintura para volver a hacerlo. Ella sonríe tanto que siento que va a estallar su sonrisa. Está pletórica. Ubica sus manos en mis hombros y deja su cara tan cerca de la mía que puedo escuchar su respiración agitada. Tiene el pelo mojado y echado hacia atrás, dejando su rostro desnudo, y la ropa pegada a su cuerpo, revelando el biquini blanco que lleva debajo.
Siento que debo besarla. Pero retengo mis impulsos. Es la primera vez que siento que ella también quiere hacerlo. Miro sus labios y su barbilla de la que pende una gota que está a punto de saltar al vacío. Olivia desciende su mano desde mi hombro hasta mi bíceps del brazo izquierdo y con los dedos de su otra mano acaricia mi nuca.
—¿Sabes? Me equivoqué— ella frunce el ceño en cuanto esas palabras salen por mi boca y desplaza la mano depositada en mi bíceps hasta mi nuca. Entrelaza sus dedos junto detrás de mi cuello. Sus ojos marrones iluminados por el sol me hacen quedarme en blanco momentáneamente—. No necesitas color en tu vida porque tú eres el propio arcoíris. Brillas por ti misma.
—Tú eres mi suerte. Lo sé. Lo supe desde que te vi entrar aquella mañana en el autobús. Irradiabas una luz tan esperanzadora— sonríe al recordar aquel primer encuentro—. Supe que ibas a cambiar mi vida, que después de ti mi forma de ver el mundo sería diferente y que nada volvería a ser igual. Me has enseñado a valorar las pequeñas cosas que paso por alto en mi día a día. Has conseguido que me llene de amor propio. Pero, sobre todo, me has dado esperanza.
Olivia se vale del suelo que alcanza con sus pies en la parte menos profunda para dar un pequeño saltito y balancearse hacia adelante, agarrándose a mi cuello. Envuelvo su cintura y la pego a mí con dulzura. Puedo sentir su respiración en mi oreja. Es cálida y rápida. Envolvente. Es uno de esos abrazos en los que quieres quedarte a vivir toda una vida.
Continuamos dándonos chapuzones, compitiendo por ver quién se lanza antes por el trampolín y salpicándonos y haciendo juegos imposibles en el agua como si fuésemos dos niños. No es hasta que todo el mundo ha abandonado la piscina cuando decidimos que es hora de salir e ir a arreglarnos a la habitación para bajar a almorzar. Dado que los pasillos que llevan a nuestras respectivas habitaciones están enfrentados, decido acompañarla hasta la puerta. Olivia saca de su bolso de tela la llave y alza la mirada, con una sonrisa en los labios.
—Me lo he pasado muy bien.
—Yo también— confieso, totalmente embelesado con su dulzura—. Y sigo teniendo mi pelo. Ahora que está seco no tiene tan mal aspecto, ¿eh?
—La próxima vez no te escaparás— se acerca y deposita un tierno beso en mi mejilla. No soy capaz de reaccionar por el gran impacto emocional que ha tenido en mí. Simplemente estoy ahí, existiendo. Parado como un pasmarote. Repitiendo ese beso en mi mente. Sonrojándome un poco más cada vez que vuelvo a ese fugaz, pero significativo, recuerdo—. Nos vemos luego.
—Sí. Luego. Eso es. Porque ahora, no es luego. Luego, es luego. Claro. Ahí estaré.
Ella sonríe por la cantidad de palabrería que he soltado en un segundo. Entra en la habitación y poco a poco va cerrando la puerta, dejando entrever su sonrisa, hasta que desaparece por completo al otro lado. Vuelvo a la realidad en cuanto dejo de verla. Miro de un lado a otro del pasillo. Acaricio mi mejilla. Camino de mi habitación doy un salto en el aire con una patada incluida y un gesto triunfal con la mano. Acallo un aullido de felicidad mordiendo mi labio inferior. No quiero que vuelvan a arrestarme por hacer un nuevo escándalo público.
Suelto el típico suspiro de quien anhela a quien ama tras cerrar la puerta detrás de mí y me propongo ir al servicio para echarme un poco de agua en la cara para aliviar mi cara sonrojada, cuando me encuentro con dos chicos en dicho cuarto. Alexander está sentado en la encimera ubicada junto al lavabo, con la cabeza ladeada hacia un lado y la cara llena de crema. Rob, quien está justo delante suya, le quita la barba de algunos días con una cuchilla que enjuaga de vez en cuando en un baño de agua que retiene el lavabo. Ambos están sin camiseta. En actitud cómplice y cariñosa. Intercambiando miradas iluminadas y besos.
—Perdón. No sabía que estabais aquí.
—No te preocupes. En realidad, no has interrumpido nada. Lo mejor viene ahora— frunzo el ceño ante ese comentario por parte de Morgan que sonríe de oreja a oreja. Baja de la encimera una vez su cara está impoluta. Una única toalla blanca envuelve su cintura. Se da media vuelta y se desprende de esta, dejando al descubierto su trasero—. Vamos a darnos una ducha, ¿quieres apuntarte?
—Qué sutil— replica el chico de tez morena, poniendo los ojos en blanco. Esta vez se dirige hacia mí, interponiéndose en la mampara que deja al descubierto la figura desnuda de Alex para que mi atención esté completamente en sus palabras—. Si alguna vez quieres experimentar, ya sabes dónde encontrarnos.
—Tomaré nota. Por el momento estoy bien. Pero oye, casi me convences. Serías un buen comercial.
Rob menea la cabeza y me da una palmadita en el hombro.
—Me conformo con poder ir por la calle, cogido de la mano de mi chico, besándole si me apetece, y que nadie vea algo malo en ello. Un mundo donde el amor sea libre.
—Pasa de la opinión de los demás y ve a por lo que quieres. Mira por tu felicidad. Sólo hay una vida y no vale la pena malgastarla pensando en el que dirán. Sé tú. Y vive todas las cosas que quieras llevarte de este mundo.
Salgo del servicio poco después, dejando a Robert con una toalla en su hombro y una sonrisa de agradecimiento en sus labios. Miro hacia la zona de las camas y encuentro a Iván acostado en la suya, sosteniendo en una de sus manos una revista de cotilleos que ya vi con anterioridad en las manos de Natalie.
—Pensé que no te interesaban ese tipo de revistas.
—Y sigue siendo así. Esto es una basura— pasa las páginas sin pararse a ojearlas bien hasta cerrar la revista por completo. La deposita junto a sus pies una vez se ha incorporado y sentado en la cama con las piernas cruzadas—. Y tú qué. ¿De dónde vienes?
—Vengo de estar con Olivia. Hemos estado hablando de cómo se siente y luego hemos estado jugando en la piscina. Estoy tan feliz. Siento que voy flotando— confieso. Cojo una silla y le doy la vuelta. Me siento en ella enfrentado al respaldo. Iván se muerde la parte interna de su mejilla y me anima a contarle más—. Hubo un momento en el que estábamos muy cerca. Sentía unas ganas incontrolables de besarla. Y no sé si fue porque deseé que ella también tuviera esa sensación o porque fue real pero sentí que ella también quería hacerlo.
—Quizás esté confusa.
—¿Crees que ella podría llegar a enamorarse de mí? Sé que sería difícil y que podría haber una posibilidad entre cien de que fuese así. Pero necesito saberlo. ¿Crees que podría llegar a quererme, verme más allá de un amigo?
Asiente un par de veces.
—Olivia podría enamorarse de ti. No sabemos a ciencia cierta qué pasa en su corazón. Pero sé que sus sentimientos hacia ti podrían cambiar. Contigo tiene una conexión especial. Tenéis un vínculo casi mágico. Algo que nadie entiende, salvo vosotros. La he visto cuando está contigo. Sonríe. Se ve radiante. Feliz. Cuando todo va mal, eres el único capaz de darle color a su vida— hace una pausa para pensar en algo—. Así que no creo que sea complicado que se enamorara de ti. Tú siempre has estado ahí— coge la revista que tenía junto a sus pies y la lanza al vacío con brusquedad—. Por desgracia, nadie puede elegir que le quieran.
—¿Qué mosca te ha picado?
—Estoy tan cansado. Es agotador tener ojos para alguien que nunca devuelve la mirada. Querer en silencio, como si fuese algo prohibido. Estoy harto de tener enfrente a quien quiero y no poder tocarla. Exhausto de escucharle hablar de ese alguien especial que no soy yo. Pero sobre todo estoy cansado de mentirme a mí mismo. Quiero con todas mis fuerzas algo que no puedo tener— se levanta para poder coger la revista que arrojó al suelo, que está abierta de par en par, por una página concreta donde es noticia Viktor Vito. El titular hace alusión a que ha sufrido un terrible revés de la vida al engañarle su chica, Natalie Perkins, con un conocido suyo. Fotos de ella en ropa interior colman las hojas-—. ¿Lo has visto? Lo ha hecho. Ha publicado todas esas fotos junto con la primera historia inventada que se le ha ocurrido. Basta contar su versión a los medios y mostrarse devastado para ganarse la compasión de quienes le idolatran— mira las instantáneas de la chica castaña. Está en la habitación donde se cambió de ropa para hacerse unas fotografías junto a Viktor—. Ella no hacía más que decirme que intentaba arruinar su noviazgo. Me tomó por un mentiroso. No le importó darme la espalda con tal de creer al modelito ese. ¿Y ahora qué? ¿Quién estaba equivocado?
—¿Por qué te saca tanto de quicio todo esto? Dime la verdad. Te comportas como si estuvieras resentido con ella. Incluso celoso, diría yo. ¿Por qué te importa tanto con quién ella esté?
—¡Porque estoy enamorado de ella desde el primer día que la vi!— grita a plena voz. Guardo silencio y me limito a contemplar su frente llena de sudor y cara colorada por el gran esfuerzo que ha tenido que hacer para decir eso—. ¡Y hubiera deseado que jamás hubiera salido con ese idiota! Él no la merece. Sabía que iba a jugar con ella. Pero ella le miraba como si fuese alguien muy especial. Siempre tenía buenas palabras para él. Conmigo se ensañaba una y otra vez. Porque yo nunca le he importado. Nat le eligió a él, cuando yo siempre estuve ahí. Tuve que sufrir la indiferencia, su desprecio, la desconfianza hacia mi persona— las lágrimas se acumulan en su párpado inferior—. Ella lo es todo. Es una niña dulce, algo caprichosa, creativa. Tiene un fuerte carácter. Parece una chica ruda. Como si su corazón fuese de piedra. Pero no es así. Ella sólo necesita que la quieran como merece y vean lo especial que es— encoje sus hombros y alza una de sus manos para secar sus lágrimas—. Yo sólo quería cuidarla. Porque sé que nadie más podrá hacerlo. Estoy convencido de que no hay una sola persona que la quiera como yo lo hago. Y la quiero tanto. Y si mañana fuese a acabarse el mundo no me importaría estar con ella, aunque estuviéramos discutiendo como solemos hacer. No es más que una fachada.
—Y si estás enamorado de ella, ¿por qué te comportas como si la odiaras?
—Porque ella me pareció una niña malcriada desde el principio. Odié algunas de sus facetas. No quería enamorarme de alguien así. Fue entonces cuando empecé a conocerle más y algo comenzó a florecer dentro de mí. Recé porque no fuera amor. Pero cada vez estaba más convencido de que lo era, así que traté de enmascararlo bajo un aparente odio hacia su persona. Sí, lo sé. Fui un completo idiota. Pero a veces uno no sabe ni siquiera porqué actúa de tal manera ante determinadas circunstancias.
Bajo la mirada a la revista que sostiene en una de sus manos y espero a que Iván se calme un poco y recupere el aliento para formularle una nueva pregunta.
—Qué vas a hacer ahora?
—Voy a enseñarle esta revista para que se dé cuenta de que yo fui sincero con ella, de que traté de advertirle antes de que todo se complicara. Le mostraré que el que creía que era su príncipe azul resultó ser un sapo más.
—¿Qué? Ahora sí que has perdido completamente la cabeza. Iván, no puedes decirle eso. Ella debe estar destrozada a estas alturas. Así sólo conseguirás hacerle daño.
—Ella no es una niña. Tiene que saber la verdad y lidiar con las consecuencias. Así que iré y le enseñaré la maravillosa y real prueba de amor de su novio— dice con sarcasmo. Sale de la habitación flechado. No me da tiempo a detenerle. Así que no me queda de otra que echar a correr detrás de él.
—¡Para! ¡No lo hagas, Iván! Hay muchas formas de hacerlo y no creo que esta sea la mejor. ¡Por el amor de Dios! ¡Recapacita antes de tomar una decisión!— aprovecha que está la puerta de la habitación de las chicas encajada para interrumpir en ella. Golpeo mi frente con la palma de mi mano y me apresuro a ubicarme tras la puerta—. No. Él tiene que actuar primero y luego pensar.
Medito si colarme o no en la habitación. No creo que sea lo mejor. El profesor podría pasearse por los alrededor y si descubre que ellos dos están ahí dentro, podría formarse la mundial. Quizás deba quedarme fuera para vigilar que nada sale mal mientras ellos hablan o discuten. Quien sabe. Echo un vistazo al interior a través del hueco de la puerta. Natalie está sentada en la cama, abrazada a un cojín rosado, con la cara llena de lágrimas y los ojos cristalizados. Al ver aparecer a Iván con la revista en la mano que arroja a los pies de ella, gira la cabeza para que no le vea así de triste.
—¿Ya has visto la noticia? Sales por todas partes. Felicidades. Esta vez el Ken de tu novio se ha currado vuestro aniversario. ¿Cuánto hacéis? ¿Dos meses?
—Si has venido a burlarte de mí, ya puedes irte. No estoy de humor para aguantar tus sermones. ¿No tienes nada mejor que hacer? ¿Tan aburrida es tu vida que tienes que estar pendiente de la mía?
—Fíjate que no. Pero da la casualidad de que no pienso irme de aquí hasta que reconozcas que te equivocaste al confiar en ese modelito de pacotilla y que yo tenía razón.
—Ni en tus mejores sueños. ¿Quieres también que te dé una estrellita por buen comportamiento?— se pone en pie y camina hacia él enfurecida—. Yo no te pedí que me salvaras. Así que no me vengas con reclamaciones.
—Pero tenía razón y lo sabes.
—¡Ay! Cállate ya.
—No pienso cerrar mi boquita hasta que escuches todo lo que tengo que decir. No hiciste bien en confiar en ese tipo y tampoco estuviste muy acertada llamándome mentiroso. Yo traté de ayudarte porque a pesar de llevarnos como el perro y el gato no quiero que nadie se ría de ti. Viktor pensó que podría verte la cara de estúpida. Yo quise frenarle. Y en un desesperado último intento hice por hablarlo contigo para abrirte los ojos. Y no me creíste— le dice sin titubear—. Me costó creer que aun después de conocerme desde hacía tanto, confiaras en él antes que en mí. Ahora ya ves que todo lo que dije era cierto. Tu cara está en decenas de ejemplares de revistas. Quizás en televisión. ¿Cómo vas a solucionar esto, eh?
—Tú a mí no vas a decirme qué hice bien y qué hice mal. Porque tú también te equivocas. Podría numerar ahora mismo todas las cosas que has hecho mal. Puede que me falten dedos en las manos. No eres un santo. Y yo no soy una pécora por ser humana— le acusa con el dedo índice. Él va retrocediendo algunos pasos hasta que no puede hacerlo más por toparse con una de las camas—. Y que yo sepa, nunca te he importado lo más mínimo. Así que no sé qué estás haciendo exactamente en mi habitación. No te compadezcas de mí. Ni pienses "pobre niña tonta. La han engañado". No quiero que sientas pena por mí. Aunque tú no has venido para eso, ¿verdad? Quieres burlarte de mí como siempre haces. ¡Te odio!
Se abalanza hacia él echa una furia, dándole manotazos en un intento de descargar la rabia que le corroe por dentro dadas las circunstancias. Él intenta calmarla. Agarra sus hombros para tratar de alejarle de su persona pero con eso sólo consigue que Natalie use su pecho como diana. Ambos forcejean.
—¡Yo no soy ningún objeto de burla! ¡No quiero verte! ¿Me has oído? ¡Tú me dijiste que no estarías ahí cuando las cosas salieran mal, cuando me diera de frente con la realidad! ¡Vete! ¡Cumple con tu promesa! ¡Aléjate de mí! ¡Sal de mi habitación!— grita sin cesar y trata de saltar sobre él para continuar dando pequeños manotazos que él esquiva ágilmente, cogiendo sus antebrazos—. ¡Suéltame! ¡Te he dicho que te vayas! ¡Hazlo! ¿Ya no eres tan valiente? ¡Vamos! ¡Cobarde!
—¡No voy a irme a ningún lado! ¡Y me odio a mí mismo por no ser capaz de alejarme de ti! ¡Pero no pienso moverme de aquí porque me importa cómo estés! Así que ya puedes golpearme, gritarme hasta quedarte sin voz y volverte completamente loca, pero no pienso dejarte sola. Me importas más de lo que sería capaz de admitir.
—¡Pues haz que deje de importarte!
—¡No puedo!
—¡¿Por qué?!
—Por esto.
Acoge a la chica entre sus brazos y funde sus labios con los de ella en un beso voraz. Natalie deja de tratar de zafarse de su agarre y se deja llevar por la serenidad que le embriaga tener a Iván con su boca sobre la de ella, encajando a la perfección, como si fuesen dos piezas de un mismo puzle. Sandler acaricia su mejilla con ternura y aparta un mechón castaño que enturbia su cara. Perkins mantiene sus ojos cerrados, al igual que los de él, y enreda sus dedos en la nuca del chico.
Sí, se ha lanzado. Y no con cualquier beso. Ha sido un señor beso. Tendré que plantearme pedirle que me dé algunos trucos a usar para cuando llegue mi momento.
—¿Por qué has hecho eso?— balbucea ella, manteniendo su frente unida a la de él, recorriendo con sus ojos castaños los labios entreabiertos de él.
—Puede que esté completamente loco y que sea un salvaje como sueles decir. Pero este loco está cansado de tener que ocultar lo que siente. No quiero seguir jugando a odiarte. Nunca lo he hecho. Era una forma de mantener a raya mis ganas de tenerte cerca a cada rato, de desear besarte. Lo que estaba comenzando a sentir por ti era muy fuerte y me asusté. Pero me he dado cuenta de que este sentimiento que llevo dentro ha estado demasiado tiempo encerrado y necesita salir— acaricia la mejilla de Natalie con el dorso de su mano y le mira—. Estás todo el día en mi mente. Sueño contigo cada noche. Eres la razón por la que cada mañana salgo de la cama con una sonrisa.
—Yo he intentado una y cien veces más alejarme de ti. Pero es inevitable. Es como si una fuerza invisible me conectara a ti. Todos los caminos me conducen a una misma dirección. Tú. Y siento que este amor tan poderoso que siento va a hacerme perder la cabeza por completo. Y el alma. Porque el corazón ya me lo has robado— ubica su mano en el pecho del chico y siente sus latidos—. No quiero estar alejada de ti ni un segundo más. No quiero que discutamos. Sólo quiero estar así. Junto a ti.
Abraza al chico con ganas y deposita la cabeza en su pecho. Iván arropa su coronilla con su mentón, depositando algún que otro beso cálido, de amor incondicional. Envuelve con sus brazos los hombros de la chica y la atrae un poco más a su cuerpo. Si por él fuera nunca la soltaría. Se quedaría a vivir en ese momento para siempre.
—¿Qué va a ser de nosotros ahora?
—Yo quiero estar contigo— confiesa Natalie con un toque infantil en su voz—. Nunca estuve enamorada de Viktor, sino de ti. Es cierto que hubo una atracción hacia él. Pero la mayor parte del tiempo sólo traté de esforzarme por parecer ser la chica más feliz del mundo porque sentía celos de que tus ojos le pertenecieran a Violeta. Yo también quise ocultar mis sentimientos. Pero si me hubieras dicho que me querías, no hubiera dudado. Habría sido capaz de ir a cualquier parte del mundo, lejos de todos, sólo si era contigo.
Iván le mira sorprendido y esboza una amplia sonrisa.
—Hablando de dudas. ¿Seguirás llamándome salvaje?
—Obvio que sí.
—Tú seguirás siendo una niña. Pero no cualquiera. Mi niña.
Funden sus labios en un beso apasionado y se abrazan nuevamente.
Joder, qué bonito. Ha sido como ver una película romántica en el cine. Ojalá algún día pueda convertirme en el protagonista de uno de esos instantes que marcan tu vida para siempre. Quisiera tener una historia de amor propia que me acompañara en mente, alma y corazón allá donde vaya.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top