Capítulo 29
Han transcurrido dos semanas desde que el instituto salió ardiendo. Todo este tiempo no hemos asistido a clase por motivos de seguridad y, además, porque está el servicio de mantenimiento haciendo todo lo posible para que las instalaciones estén en perfecto estado cuanto antes para que podamos retomar las clases y evitar perder el semestre. Durante estos catorce días me he peleado con los libros de las diversas asignaturas tratando de resolver unos complicados problemas que nos mandaron como tarea, además de algunas prácticas con programas informáticos y listenings y writings de inglés. Y no ha sido lo único con lo que he tenido que lidiar. Iván se ha convertido en mi quebradero de cabeza personal. No ha dejado de pasarse los días yendo de un lado hacia otro de la habitación y las noches en vela, pensando. Aunque ha salido varias veces el tema de aquel beso con Natalie, nunca ha llegado a buen puerto.
—Hoy es Halloween— tacho del calendario el número treinta y uno con un bolígrafo, sosteniendo el capuchón entre mis labios mientras Iván está sentado en la silla enfrentada al escritorio, con la cara escondida entre sus manos, agobiado por no saber resolver los problemas que nos han mandado. Camino hacia mi cama y tomo asiento sobre ella—. ¿Tienes ya el disfraz?
—No he tenido tiempo para pensar en eso. Se me fue completamente. ¿Y tú qué? ¿Tienes algo ya decidido?
—Bueno, aún tenemos el desatascador en la cocina...— bromeo, lanzándole un calcetín que encuentro sobre la cama. Él lo esquiva y se hace con la prenda para devolvérmela.
—Marrano. ¿Qué hace este calcetín aquí?
—Es tuyo.
—Ah, cierto.
Reímos al unísono.
—El otro día compré dos disfraces por internet. Para mí el de Chucky y para ti el de novio cadáver. Esta vez seré yo el de aspecto malote y tú la ricura.
—No puedo discutir esa lógica. Bien. Cambiemos los roles.
—Y una vez zanjado este tema, ¿vas a decirme en qué tanto piensas? Y no me digas que en esos problemas porque ni siquiera los has mirado más de cinco minutos.
—Volvemos a la carga...
—Sí. Y seguiré sacándote el tema hasta que te dignes a hablar de ello. Porque lo único que veo es que estás tratando de olvidar ese momento, de no darle importancia, cuando en realidad no puedes dejar de pensar en ello.
Iván gira su silla para quedar enfrentado a mí y tener una mejor panorámica de mi cara. Se inclina ligeramente hacia adelante y suspende sus manos en el vacío mientras ladea su cuello para hacer crujir sus vértebras y liberar tensión de dicha zona. Espero pacientemente a que se arme del valor necesario para hablar de sus sentimientos, soportando el peso de mi cuerpo sobre mis brazos que están extendidos, con mis palmas depositadas en el colchón, a mis espaldas.
—No sé porqué la besé. Sólo sé que sentí que tenía que hacerlo. Cuando la vi temblando de miedo rodeada de llamas no lo pensé dos veces y fui a salvarle la vida porque verla morir era una idea que no podía concebir— hace una pausa para regresar a aquel recuerdo—. Cuando la tenía entre mis brazos, sintiendo su cuerpo temblar, supe que me convertiría en su protector, que jamás permitiría que nada ni nadie le hiciera daño.
—Conozco esa sensación... ¿y qué sentiste cuándo le viste llorar?
—Fue como si toda felicidad desapareciera de repente. Y todo fuera oscuro. Verla llorar fue uno de los peores recuerdos que tengo. No me gusta verle así. Ella debería estar sonriendo, dando saltos de alegría y felizmente enamorada. Y en vez de eso tiene miedo, una sonrisa postiza y recibe te quiero que no son de verdad. Vive en una mentira. Y no lo merece.
—¿Vas a contarle la verdad?
—Quiero hacerlo porque sé que le abriré los ojos. Pero por otro lado sé que me tocará verle derramar lágrimas por alguien que no las merece y no quiero que esté un sólo día sin ser feliz.
Habla con el corazón, abierto de par en par, confesando su amor verdadero e intenso hacia la fruta prohibida del árbol. Yo sé exactamente cómo se siente porque comparto los mismos sentimientos hacia Olivia y, aunque nos cueste aceptarlo y, aún más decirlo en voz alta, estamos irremediablemente enamorados.
—¿Por qué crees que la besaste?
—Para calmar sus miedos. Sólo lo hice por eso. Mi cuerpo me pedía que reaccionara de esa forma, desinteresadamente, para hacerle bien.
—Pero la besaste.
—Dale con la cancioncita. Sí, la besé.
—Y no un piquito sino un señor beso— le guiño un ojo y simulo morrearme con la almohada de mi cama. Mi acompañante se muestra asqueado y me lanza el estuche para que deje de hacer eso antes de que tenga que salir corriendo para vomitar en el cuarto de baño.
—Mira que eres cerdo. Has babeado toda la almohada.
Iván se pone en pie y va hacia el ropero para coger una sudadera y ponérsela por encima para entrar en calor, a pesar de que la calefacción está puesta.
—¿Has hablado con Natalie de ese beso?— niega con la cabeza. Al parecer no han mantenido contacto desde aquel fatídico día. Aunque, he de admitir, que en más de una ocasión he pillado a Iván con el celular en la mano, a punto de marcarle para hablar acerca de ese beso—. Dime que al menos has pensado en cómo vas a decírselo a Violeta. En algún momento tendrás que hacerlo.
—No había pensado en eso.
—Pues tendrás que hacerlo. Has besado a una chica que no es tu novia. Creo que Violeta tiene derecho a saberlo.
—Aunque sólo fue un beso sin importancia.
—Un beso sin importancia es el que me he dado antes con la almohada y, créeme, lo he sentido, ha sido pasional. Pero tienes que hablarlo con Violeta. Merece saberlo.
—Sí. Lo haré, mi sargento— hace el saludo militar.
Bajamos a la planta superior dándonos pequeños empujoncitos el uno al otro a modo de pique por la conversación que hemos tenido. Al llegar a la planta baja con una amplia sonrisa que se borra en cuanto vemos a mamá sentada en el sofá con una caja— donde guarda un álbum familiar que recopila fotos desde que mis padres se conocieron en su juventud hasta mis veinte años—, y expresión afligida mientras acaricia las letras doradas que hay escritas sobre la pasta marrón. Le indico a Iván que le hagamos compañía porque no parece que esté muy bien anímicamente.
—¿Te acuerdas de esta foto, Benjamín?— pregunta, señalando a un niño con unas pequeñas gafas de sol y un gorro que alterna rayas azules y blancas sobre la cabeza, sentado sobre la arena, construyendo con sus cubos, palas y rastrillos un castillo, con el mar en calma de fondo—. Aquel día te negaste a echarte protección solar. Corrías como un condenado. Al final conseguiste salirte con la tuya y acabaste quemándote los mofletes y un poco los hombros.
—Es que me sentía muy pegajoso con esa crema encima. Aunque aprendí la lección y ahora cada vez que voy a la playa me echo dos kilos de protección solar.
—Mírate aquí. Fue el día de reyes, cuando la abuela te compró un triciclo y preferiste jugar con la caja de cartón por parecerte más divertida. Recuerdo que cada vez que te enfadabas te escondías bajo ella para que no pudiéramos encontrarte— esboza una sonrisa triste al pasar la página y ver la foto que le hicieron el día de su boda, tras la salida de la iglesia, con una lluvia de arroz que cae sobre las cabezas de los protagonistas. Acaricia la figura de papá con el fin de sentirle cerca—. Le echaré de menos todos los días de mi vida.
—Yo también.
—Estoy convencido de que, allá donde esté, está muy orgulloso de vosotros. Él es vuestra estrella y os guiará con su luz en los momentos más oscuros— asegura Iván, tomando mi mano y la de mamá para mostrar su apoyo incondicional.
Helena deja atrás la última página con fotos y permanece en silencio viendo el plástico, tal vez imaginando las fotos que podrán colmar el álbum.
—Este álbum no está del todo bien. Iván no aparece en él. Quiero que aparezca porque es parte de nuestra familia— se hace con una instantánea que sacó de mi compañero el día de mi cumpleaños, así como del resto de mis amigos, y con agilidad va decorando el álbum con ellas—. Aún quedan muchas páginas que esperan a ser portadoras de un valioso recuerdo. Nada me haría más feliz que completarais el álbum juntos. ¿Haríais eso por mí?— intercambio una mirada con Iván para comprobar que está de acuerdo y, al ser así, asentimos un par de veces para dejar constancia de nuestra elección—. Así, el día de mañana, podréis enseñarle a vuestros hijos y nietos, un pequeño fragmento de vuestra apasionante vida. Los recuerdos son muy importantes— nos estrecha entre sus brazos y besa en primer lugar mi frente y, posteriormente, repite la misma acción con Iván—. Os quiero muchísimo, ¿lo sabéis, verdad?
Mamá lleva un tiempo comportándose muy rara. Hace una semana fue al médico a hacerle la prueba correspondiente por su edad a modo de prevención en compañía de Iván, pues aquel día tuve que ir a casa de Lydia a probarme los últimos modelos que había diseñado antes de disponerlo todo para mostrarlos al mundo. Desde entonces está nostálgica, recordando momentos felices del pasado, tomándose la vida con más calma, exprimiendo cada día, aprovechando cualquier momento para hacernos saber cuánto nos quiere y lo mucho que significamos para ella. La verdad es que estoy preocupado por su cambio de actitud. No me gusta verle triste. La felicidad de sus ojos ahora siempre luce de tristeza y temor. No sé qué ha podido pasar para que todo cambie...
—Hoy tenéis la fiesta de Halloween. Habéis tenido mucha suerte de que otro instituto haya asumido la celebración en sus propias instalaciones. Sabe lo importante que es para los alumnos poder mantener el contacto y vivir todas estas experiencias. Va a ser una noche inolvidable— cierra el álbum y lo resguarda en el interior de la caja, sellándola con la tapa. Da una palmadita tanto en mi pierna como la de Iván para que nos pongamos en pie—. Voy a ayudaros con el maquillaje. He estado mirando varios tutoriales y practicando.
—No tienes porqué quedarte despierta, vendremos tarde. Llevo las llaves de casa, así que no tendremos problemas para entrar— informo, zarandeando el llavero con una de mis manos. Iván se echa a reír y cambia el rumbo de su mirar hacia la ventana por la que una vez accedimos al interior de la vivienda para evitar ser descubiertos.
—Esta noche voy a salir.
Ambos nos giramos inmediatamente para lanzarle una mirada cargada de sorpresa. Ella abre los ojos como platos y sonríe ante nuestro descaro. Abandonamos por completo la idea de subir las escaleras para ir a la habitación para abordarla a preguntas acerca de con quién ha quedado, pero Helena pone sus manos en nosotros y hace hincapié en que continuemos con el ascenso.
—¿Con quién has quedado?
—¿Le has conocido por Tinder?— inquiere saber Iván, llevándose un tirón de oreja por parte de mamá a modo de regañina.
—He quedado con Alfred, vuestro profesor, para hablar acerca de lo sucedido aquel día en el instituto. Se quemó la escuela y no pude reunirme con él, ¿recordáis?
—¿Por qué dos semanas después?
—Bueno, ambos hemos estado ocupados. Él echando una mano en el instituto, yo con el trabajo. Hoy nos viene bien a los dos, así que vamos a vernos esta noche.
—¿Y cuál es el plan?— se interesa Iván.
Me cambio de ropa mientras mamá va al servicio para hacerse con el material necesario para maquillarnos tal y como demanda nuestro disfraz. Deja unas paletas con unas brochas en el escritorio y se las ingenia para que la luz de la lámpara se oriente hacia el lugar que debe ocupar la persona en cuestión.
—Iremos a cenar. Y, por si os lo estáis preguntando, no es una cita. Es una cena formal, entre un profesor y la madre de un alumno.
—Una cita es quedar en encontrarse con otra persona.
—Entonces, tenemos una cita.
—¡Ajá!— vuelvo a apuntar, con cierta victoria—. Entonces confiesas que vas a tener una cita con nuestro tutor.
—Si lo ves de ese modo, sí. Pero nada de ambiente romántico. No te preocupes, llevo un spray contra mariposas en el bolso.
Eso me hace sentir contrariado. Por un lado me siento bien porque la realidad es que no concibo la idea de ver a mamá con otro hombre que no sea papá. Aún tengo muy presente su figura. No podría verla tomando la mano de otra persona que no fuese él. Sería extraño. Y sé que puedo sonar como el mayor egoísta de la faz de la tierra, pero es cierto, no podría aceptar con facilidad el ingreso de un nuevo hombre a la vida de mamá. Siento de alguna forma sustituirá a papá. Y él es insustituible. Por otro lado, me hace feliz saber que está haciendo planes que vayan más allá de ir de casa al trabajo y viceversa. Relacionarse, conocer gente, tener una cita, romper con la rutina, es algo que parece venirle muy bien.
—Espero que te diviertas mucho esta noche, Helena. Te lo mereces— le dice Iván a la mujer de cabello castaño que esboza una sonrisa tierna. Toma asiento en la silla y mamá procede a comenzar con su maquillaje por ser el más complejo. Desde la cama observo la risa de mi progenitora cuando mi mejor amigo arruga la nariz cuando la brocha roza su punta por hacerle cosquillas. Tengo verdadero miedo hacia cómo pueden cambiar las cosas de ahora en adelante, pero al mismo tiempo me muero de ganas de descubrir cómo se desarrolla el futuro.
Una vez estamos completamente listos, con nuestro disfraz y cara maquillada, bajamos a la cocina para comer unas deliciosas galletas decoradas con formas terroríficas que ha hecho mamá durante la mañana para animarnos el día. El único sonido audible son nuestros dientes triturando las galletas con sabor a canela. Recorro con mis ojos las facciones de Iván, quien parece realmente ido, pensando en cosas demasiado importantes y preocupantes como para dejarlas ir. Sé que tiene la cabeza echa un caos desde aquel beso con Natalie. Le tiene preocupado. Y, aunque lo entiendo, algo en mi interior me hace sentir que es demasiada importancia la que le está dando a algo tan sencillo. ¿Habrá algún otro motivo detrás?
—¿Qué tal estoy?— susurra una voz femenina que proviene de la entrada a la cocina. Dejo caer mi galleta en el plato al ver a mamá con un vestido enfundado en su cuerpo, siendo la parte superior de color blanca, con un bordado dorado en forma de "Y" que va desde su esternón hasta sus hombros, y la parte inferior, la que corresponde a la falda, lisa y de color negra. Unos tacones dorados finalizan ese increíble look que lleva—. ¿Es el vestido, verdad? Quizás le vendría bien un cinturón para verse mejor...
—El vestido es perfecto.
—Estás preciosa, mamá.
—¿Por qué no lo habéis dicho antes? Estaba a punto de desmayarme por el disgusto. Voy un poco mal de tiempo así que no me daría tiempo a volver a cambiarme.
Alguien llama al timbre de casa. Mamá se mira en el microondas para comprobar su aspecto una última vez antes de enfrentarse a su cita de esta noche. Sonríe y va hacia la puerta, caminando con elegancia con sus tacones, mientras nosotros nos desplazamos disimuladamente hacia la entrada a la cocina para poder ver desde la distancia ese encuentro sin acabar con la intimidad. Al otro lado de la puerta yace Alfred con una camisa azul marino y unos pantalones negros, con una de sus mejores sonrisas, portando un folleto en una de sus manos.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Helena— sus ojos viajan desde los ojos de mamá hasta sus zapatos. Aunque parece que lo que más le ha gustado del look que lleva es la sonrisa de sus labios rojos, pues es donde más tiempo se queda a vivir. Mamá, al notar su mirada, se sonroja—. Estás preciosa. Te sienta muy bien el color rojo.
—¿Tú crees? A veces siento que es excesivo.
—Las personas como tú tienen que brillar para este mundo, no esconderse de él— contraigo el ceño, algo empalagado con esas palabras que le ha dicho—. ¿Estás lista? He pensado que podríamos ir a cenar y luego ir a ver esta obra teatral de Shakespeare: Hamlet. He estado leyendo las valoraciones y tiene muy buena crítica.
—Me encantaría ir a verla- recoge un bolso negro del perchero y se lo acomoda en el hombro—. Ahora sí estoy lista.
Alfred le ofrece su brazo para que se aferre a él en caso de tener problemas para moverse con los tacones que lleva puestos y ella hace lo propio, algo avergonzada. Cierra la puerta a sus espaldas y ambos marchan hacia el coche del profesor que está aparcado junto a la acera, en un espacio libre existente. Voy hasta la ventana para seguir el rastro del auto hasta que desaparece en el horizonte de la carretera iluminada por la luz de las farolas. Iván me llama para indicarme la hora que es a fin de que nos pongamos rumbo a la fiesta si queremos llegar a tiempo.
Los estudiantes bailan al son de la música y beben diversas bebidas alcohólicas que están sirviendo en la barra que han instalado a un lado del gimnasio. Hay un puesto de tatuajes henna por el que no dudamos en pasar para hacernos algún que otro dibujo en el cuerpo que resalte con las luces de los focos que penden del techo y que iluminan cada rincón de la estancia. Antes de disponernos a buscar caras conocidas vamos a la barra a hacernos con dos mojitos. Olivia aparece en medio de la pista, vestida de vampiro, marcándose un baile con Lydia disfrazada de zombie, meneando sus caderas y agitando sus manos por encima de la cabeza.
—¿Qué pasa, tíos?— saluda Robert disfrazado de Saw, dando una vuelta a su alrededor con la silla de rueda para que podamos admirar su aspecto en todo su plenitud—. ¿Os mola mi disfraz?
—Es una pasada.
—Te viene como anillo al dedo— halago, haciendo referencia a que la silla de ruedas queda muy bien personalizada con ese disfraz que ha elegido llevar esta noche—. Esta fiesta es increíble. Es una suerte que no la hayan cancelado.
—Dicen que es posible que demos aquí algunas clases hasta que podamos volver a nuestro instituto. Espero que esta vez no salga ardiendo— una nueva voz masculina se incorpora a la conversación. Alexander aparece disfrazado del Diablo, portando un tridente en una de sus manos—. Y, si lo hace, yo no tengo nada que ver.
Alzamos nuestras copas y brindamos por la fortuna de estar todos hoy aquí reunidos, sanos y salvos, después de la pesadilla que nos tocó vivir hace tan sólo dos semanas. La suerte de estar vivos, disfrutando de este momento que podría nunca haber ocurrido para nosotros. Celebramos el buen rollo que se respira, que nuestros caminos se hayan cruzado y que la felicidad esté de nuestro lado. Poco después nos unimos a los estudiantes que bailan y ríen en la pista, haciéndonos huecos entre la multitud para poder alcanzar a Olivia y Lydia, a quienes se ha incorporado Ayrton, con un baile demasiado gracioso como para contener la risa.
Iván está bailando animadamente y riendo cuando sus ojos encuentran entre tantas personas a alguien que viste de blanco y lleva la piel pintada de azul. Sus ojos tropiezan con los del chico que la admira desde la distancia con la boca abierta, fantaseando con la idea de verle acercarse, con su camino formando una línea recta que le lleva a él. Sus manos están a punto de encontrarse cuando entre ellos aparecen dos personas que cambian las tornas y acaban con la magia del momento.
Violeta toma la mano que iba a coger la otra chica y se encarga de adoptar una pose de baile para desplazarse por la pista en compañía del chico de ojos verdes. Viktor hace lo propio con Nat. Ambos bailan románticamente y con lentitud con la persona que tienen enfrente, aunque al cerrar los ojos, esa realidad cae y la que gana protagonismo es la que vive encerrada en sus mentes, donde ellos bailan juntos, repitiendo aquel encuentro en el salón de celebraciones, aunque en un entorno completamente diferente. El novio y la novia cadáver bailan al son de la canción, prometiéndose que el amor que sienten será eterno y que podrá hacer temblar a la muerte, sellando la promesa con un beso de amor verdadero.
Natalie abre los ojos y se decepciona al ver al chico por el que siente todo un mundo de sentimientos tan lejos de ella. La sonrisa que esperaba encontrar al filo de su boca no es la de la persona con la que fantaseaba. Da un paso hacia atrás, mira a los ojos a Viktor, tratando de disculparse sin que su garganta suelte una sola palabra, y sale corriendo hacia el exterior para tomar aire fresco. Iván, que no le ha quitado el ojo de encima, al verle huir a las apuradas se preocupa, y va tras ella sin dudarlo, sin dar demasiadas explicaciones.
Dejo a la banda disfrutando de la fiesta, abandonando toda posibilidad de tener un acercamiento con Olivia durante la noche, cediéndole esa posibilidad a Ayrton, quien la saca a bailar. Lydia se sienta en los muslos de Rob mientras Alexander empuja la silla de ruedas de un lado a otro, en zig zag, por todo el gimnasio a gran velocidad, riendo a carcajadas. Sigo al chico de ojos verdes hasta el exterior, siendo consciente de que tanto Viktor como Violeta están caminando sobre mis pasos, con la ligera sospecha de que sé algo que ellos desconocen. Alcanzo la salida, aunque no pongo un pie en el exterior para no irrumpir una posible conversación.
—¿Estás siguiéndome?
—He salido a tomar el aire. El mundo no gira a tu alrededor— repone Iván, soltando un suspiro que se convierte en vapor de agua por las bajas temperaturas. Mete sus manos en el bolsillo de su traje y mira de un lado a otro, simulando sentir atracción por el paisaje, cuando en realidad sus ojos escapan a sus órdenes para mirarla a ella.
—Pues échate un poco para allá, porque me lo estás quitando.
—¿Por qué no te dejas de infantilismos?
—¿Perdona? ¿Ahora soy yo quien se anda con actitudes infantiles?— salva la distancia que le separa el chico para acusarle con el dedo—. Porque tú eres muy maduro, ¿no? Pues déjame decirte que esquivar la conversación acerca de ese beso que me diste no te hace parecer más adulto.
Iván atrapa la mano de la chica que le enfrenta y envuelve su muñeca, ejerciendo una pequeña presión en esta para atraer su cuerpo hacia su persona, salvando el espacio que les separa. La respiración de ambos se ven alteradas y sus corazones se disparan. Miradas cruzadas, bocas a centímetros, caricias que dejan huella.
—Yo no estoy esquivando nada.
—Ah, claro. Entonces, venga, dime porqué me besaste aquel día. Atrévete. Si tienes valor me lo dirás ahora que me tienes justo delante.
—Lo hice para tratar de calmarte. Estabas muy asustada.
—¿Y no crees que para calmar a alguien basta un abrazo, una caricia en la espalda o unas palabras de aliento? Pero tú decidiste besarme. No me trago que lo hiciera para quitarme los miedos. ¡Dime la verdad, no me mientas más!
Trata de zafarse del agarre de él pero sus manos continúan buscándose, así que el tira y afloja sólo se alarga por unos lacónicos segundos, tras los cuales retoman sus posiciones anteriores, enfrentados, a escasos centímetros, retando a sus cuerpos a manifestar las sensaciones que asumen el control de cada una de las células que componen sus organismos.
—¿Qué quieres que admita? ¿Qué te besé porque realmente quería hacerlo?— ella guarda silencio al escuchar decir esas palabras que le dejan helada. Busca una señal en el fondo de sus pupilas oscuras para confirmar que no miente. Quiere acariciar su alma. Iván respira agitadamente, su pecho sube y baja a gran velocidad—. Bien. Tómame la palabra, si quieres. Pero antes tienes que saber que quiero volver a besarte.
Esto se está saliendo de madre. Tengo que intervenir antes de que alguien salga herido. Y, aunque me pongo la capa de héroe, a pesar de ser Chucky, para salvar la noche, recibo un pequeño empujón que me mantiene girando sobre mí mismo durante unos breves segundos. Cuando vuelvo a tener la cabeza en mi sitio descubro que Violeta ha entrado en la conversación al mismo tiempo que el chico de físico espectacular y personalidad mediocre.
—¿La besaste?
—No es lo que crees. Bueno, sí lo es. La besé, pero no por lo que tú crees. Nat estaba asustada por las llamas y se me ocurrió como forma de dejar su mente en blanco.
—¿Eres consciente de lo que has hecho? Iván, yo soy tu novia. Tenemos una relación. No puedes simplemente besar a otra chica para mantener alejados sus miedos. ¿Dónde está tu lealtad hacia mí?
—Más vale que mantengas a tu noviecito controlado. No me gustaría volver a tener sus labios sobre los míos. Aquel día gasté toda mi pasta de dientes.
Iván pone cara de pocos amigos.
—Ese beso no significó nada para mí, Violeta. Yo a quien quiero es a ti. Contigo es con quien quiero estar, con nadie más. Créeme.
—Me gustaría creerte, pero no es nada sencillo. No me lo pones fácil. Te esfuerzas en hacerme saber que me quieres y que es conmigo con quien quieres estar, pero cuando la vida te plantea situaciones en las que debes elegir estar con Natalie o conmigo, siempre soy la segunda opción. Y yo no quiero ser una de tus opciones, sino tu prioridad. Y está claro que no lo soy. Realmente no tengo ni idea de qué significo para ti. ¿Qué soy para ti, Iván?— él guarda silencio, escarbando en su interior para sacar algo en claro entre tanto caos y es esa misma respuesta, quedarse callado, lo que lleva a Violeta a dar por hecho que tiene dudas acerca de sus sentimientos hacia ella. Cuando se quiere no se duda y él lo ha hecho. Aún así, Violeta está tan enamorada de Iván que está dispuesta a darle tiempo para aclararse—. ¿Sabes qué? No hace falta que me des una respuesta ahora. Piénsalo y, cuando sepas lo que sientes, llámame. Yo estaré esperándote.
Violeta se muestra afligida tras romperse el corazón para decirle eso y se marcha a pesar de las veces que el chico de ojos verdes pronuncia su nombre para que se quede. Viktor no parece tan sorprendido porque su contrincante haya besado a su chica porque, de alguna forma, ya que olía que iba a pasar en algún momento. Tampoco le debe importar demasiado porque no quiere a Nati. A pesar de todo, hay un papel que tiene que mantener si quiere que el plan que tiene en mente salga según lo previsto.
—¿Con qué derecho te crees para besar a mi chica?
—¿Vas a venir tú a darme lecciones?
—No me subas el tonito. Yo no lo estoy haciendo. Pero óyeme bien, no quiero que vuelvas a invadir su espacio personal, ni que la fuerces a hacer algo que no quiera.
—Yo no la obligué a hacer nada que no quisiera. Y tanto que te las das de moralista, ¿por qué no dejas de inmiscuirla en ese asunto turbio que te traes entre manos y que sólo va hacerle daño? Ah, cierto, porque no te importa cómo pueda sentirse ella mientras tú puedas sacar beneficios. Dile la verdad.
—¿Qué verdad?— solicita saber la chica castaña que ha dejado de tratar de separar a ambos chicos para depositar toda su atención en el chico de sonrisa atractiva. Al no obtener más que un encogimiento de hombros por parte de este, quien se hace el desentendido, decide acribillar con los ojos al otro joven, cuyo enfado parece ir en aumento—. He dicho que me digáis qué verdad es esa.
Iván desafía a su oponente a ser lo suficientemente valiente como para dar la cara y confesar el plan egoísta que tiene en mente, pero este se niega a tirar todo fruto que ha conseguido por el suelo, así que mantiene su actitud de sorpresa, como si la revelación que ha hecho Iván fuese la primera noticia que tiene acerca de esa supuesta verdad.
—¿Por qué no le dices que estás jugando con ella, que no la quieres, que lo único que has estado buscando todo este tiempo es la fama? Sólo quieres vender su cara como modelo de revista para que se le relacione contigo y salten las alarmas de un existente noviazgo entre vosotros. Apuesto a que eso haría que fueras noticia en muchas revistas. Pero no te basta sólo con eso sino que además vas a vender su privacidad sin su permiso y manipular los hechos para que todo el mundo piense que te fue infiel con tu fotógrafo. ¿Me he dejado algo?
—¿Es eso verdad, Viktor?
—Yo doy mi palabra de que así es— declaro, levantando una de mis manos, acercándome al trío para poder participar en la conversación. Natalie siente el poder de la verdad venciendo sus ganas de creer a su chico a toda costa, aunque él no va a dejar que la mentira quede al descubierto—. Sólo está utilizándote, Nati. Y si no te lo hemos dicho antes ha sido porque creíamos que era algo que le correspondía a Viktor hacer.
—¿De verdad me creéis capaz de hacer una cosa así? Mira, sé que no os he caído muy bien desde el principio, pero acusarme de hacer algo así, tan egoísta, hacia la chica a la que quiero es sobrepasar todos los límites— dice contundentemente. Coge la mano de Natalie y acaricia su barbilla, invitándole a mirarle directamente a los ojos—. Están mintiendo. Sólo intentan sabotear esta relación tan bonita y especial que tenemos. Iván quiere pagarte con la misma moneda por haber intentado separarle de Violeta. Y Benjamín es su fiel compañero, su mejor amigo, siempre va a defender su inocencia. No permitas que acaben con nuestro amor.
—¿De verdad vas a creerle?— masculla Iván con los ojos verdes cargados de decepción, señalando con una de sus manos al chico que va vestido de empresario zombie y que envuelve con su brazo el cuerpo de la chica para aproximarla a su cálido pecho.
Natalie levanta la cabeza del torso de su chico para enfrentar a Sandler, cuya mandíbula parece estar a punto de desencajarse.
—De alguna forma hice que tu relación con Violeta no funcionara. Y eso no te da derecho a hacer que la mía también esté condenada a ser un fracaso. Lo siento, pero no pienso dejar que tus mentiras destruyan este amor que siento por Viktor. Ya me he cansado de los infantilismos. Así que sólo te pido un cosa muy sencilla, que apuesto que no te va a ser difícil llevar a cabo. Déjame ser feliz en paz, vivir este cuento dure lo que dure. ¿Lo has entendido? ¿O necesitas que te lo deletree?
—Estás equivocándote. Cuando te des cuenta de que todo fue una mentira y vengas llorando, déjame decirte que no voy a estar ahí para ti. Acuérdate, entonces, que traté de decirte y no quisiste escucharme.
Iván no deja que deposite la mano en su hombro y se marcha del instituto, caminando por la acera, a buen ritmo, desprendiéndose de la chaqueta de su traje. Antes de acudir en su ayuda le dedico una última mirada a los consternados ojos de Natalie que brillan por las lágrimas que van acumulándose en su párpado inferior. No sé muy bien qué me transmite su mirar. Es un misterio lo que pasa por su cabeza y siente su corazón, pero me atrevería a decir que parece ser uno de los días más desolados de su vida.
Al llegar a casa mamá todavía no ha vuelto de su cita con el profesor, así que gozamos de mayor privacidad para abordar la situación tan complicada antes la que nos hemos encontrado. Iván sube a la habitación pisando los escalones con mala leche y nada más llegar a su destino se arranca una flor que llevaba en uno de los bolsillos de la camisa y la tira al suelo. Se mueve de un lado a otro del dormitorio, mordiéndose los nudillos para no golpear nada. No sé cómo ayudarle. Trato de pensar lo más rápido posible para frenarle los pies y alejar los recientes recuerdos de su cabeza.
—Trata de relajarte, Iván. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Natalie sabe a lo que se enfrenta, conoce la verdad, aunque se niega a creer en ella. Hemos hecho lo que habría hecho cualquier amigo auténtico.
—Yo he intentado explicarle y no ha querido escucharme. Sabía que no podría salvarla del dolor que lleva el primer desengaño amoroso, pero esperaba abrirle los ojos. Y ha pasado lo que ni siquiera concibí que pudiera ocurrir. No me ha creído nada.
—Entiende que es una situación complicada. Nadie tiene la verdad absoluta. Hasta que no ocurren las cosas, uno no comprende quién llevaba razón y quién no. Quizás, lo mejor que podamos hacer sea que se dé contra la pared. Uno aprende más de los errores que de los aciertos.
—Ella no me ha creído...— toma asiento en el suelo, apoyando la espalda en el alto de la cama, acercando sus piernas a su pecho y depositando sus brazos cruzados sobre sus rodillas para hundir su cabeza entre ellos para llorar, enmascarando su dolor. Tomo asiento a su lado y, con cuidado, paso mi brazo por encima de sus hombros y le propicio sendas caricias.
—La mentira tiene las patas muy cortas. Estoy convencido de que con el tiempo la verdad asomará, y aunque no podremos salvarla de salir lastimada, seremos las personas a quienes acuda con una disculpa bajo el brazo cuando descubra que decíamos la verdad.
Y entre pañuelos, lágrimas y abrazos eternos pasamos gran parte de la noche hasta que estamos tan cansados que acabamos cayendo rendidos en el suelo, con la manta de mi cama y la almohada echadas sobre la alfombra, cogidos de las manos para dejar constancia de que nos tenemos el uno al otro y que siempre será así, independientemente de lo que pueda pasar. Mamá llega a casa poco más tarde de medianoche y viene a darnos las buenas noches con un beso en la frente, recolocando la sábana de forma que nos cubra mejor para no coger frío.
A la mañana siguiente vamos a una floristería que nos coge de camino a nuestro destino para comprar una ramo de petunias. Es uno de noviembre, día de todos los santos, y mamá ha mostrado la gran satisfacción que le haría ir a hacerle una visita a papá al cementerio. Así que, sin dudarlo, hemos cogido el coche y nos hemos puesto rumbo hacia allí. No es fácil volver a ver la lápida de papá y muchos menos lidiar con el corazón encogido y las lágrimas que, por mucho que las derrame, parecen inundar mi interior por completo. Nunca superaré su muerte. Dicen que el dolor por ese ser querido perdido va yendo a menos conforme pasa el tiempo, pero yo tengo la firme certeza de que la muerte de papá va a dolerme toda la vida. Sólo es cuestión de aprender a vivir con ese sufrimiento en el alma.
Llegamos hasta el lugar del descanso eterno del hombre que tanto me enseñó, contenemos la respiración, la emoción es muy fuerte. Acerco una escalera para que mamá pueda subir hasta la lápida para depositar el ramo de flores junto al mármol donde se puede leer "el día que subiste al cielo, nació la estrella más brillante de todas. Tu familia y amigos no te olvidan". Con el corazón encogido y las lágrimas meciéndose en sus ojos, Helena besa sus dedos y, posteriormente, acaricia con ellos la foto de papá, para transmitirle ese amor tan grande que siente por él, aun separándole un cielo.
—Te quiero, amor mío. Espero que estés muy feliz en el cielo y que, el día que me reúna contigo, me recibas con unos brazos abiertos que nunca más me suelten.
—Te echo de menos, papá. Ojalá pudieras estar aquí para poder ver todas las experiencias nuevas que emprendo cada día. Aunque no estés físicamente, te siento cerca, siempre estás en mi mente. Todas las noches le hablo al cielo acerca de las cosas que me han pasado en el día para que puedas vivir conmigo todas ellas.
—Tienes una familia maravillosa que no dudó en acogerme cuando estaba solo, perdido y con el corazón hecho trizas. He tenido la inmensa suerte de cruzarme con ellos en mi camino. Y, aunque no hayamos podido tener la oportunidad de conocernos en persona, prometo estar siempre, en las buenas y en las malas— deja constancia el chico de cabello moreno que hoy ha decidido llevar puestas unas gafas de sol, a pesar de que el día luce nublado, para ocultar sus ojos hinchados por haber estado llorando la noche anterior.
La viuda se reúne con nosotros una vez desciende los peldaños de la escalera y busca refugio en nuestros brazos para cobijarse de la tristeza y recibir ese amor incondicional, cálido, capaz de hacer desaparecer el frío que asola su corazón desde que el hombre de su vida abandonó este mundo. Iván le tiende un pañuelo con el que enjuga sus lágrimas. Se lo agradece acariciando su barbilla con una de sus manos mientras con la otra entrelaza sus dedos con los míos. Miradas depositadas en el ramo de flores, cuyo envoltorio ondea con la brisa fresca, y la imagen de papá de fondo, con esa sonrisa capaz de iluminar el mundo entero.
—Algún día volveremos a ser una familia unida. Hasta entonces, tendremos que aprender a vivir sin él, aunque le recordemos a cada paso que demos. Papá nos acompañará allá adonde vayamos, quizás no físicamente pero sí espiritualmente. Le llevaremos siempre en el corazón— concluye mamá con voz pastosa y lágrimas humedeciendo sus labios.
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