Capítulo 27
¿Por qué mentimos a sabiendas de que viviremos con un nudo constante en el estómago y que lastimaremos a alguien más en lugar de dejar fluir la verdad a raudales?
Iván se apodera de mi antebrazo justo cuando vamos a salir al recreo después de las clases para que me esconda tras una columna. Estoy a punto de lanzarle una pregunta cuando pone su mano sobre mi boca para pedirme que guarde silencio. Trato de descifrar qué pretende cuando mi atención recae en el espacio del corredor que se aprecia a través del hueco existente entre dos columnas unidas. Viktor está hablando con una chica de la clase de al lado a la par que da unos toquecitos bajo su mentón con tal de sacarle una sonrisa y fomentar la proximidad entre ambos. Ella se acerca tímidamente y coquetea con él, quien no pone ningún tipo de impedimento. Es más, le come la oreja alardeando de las propiedades y coches que posee gracias a su exitosa carrera como modelo, prometiéndole la luna y las estrellas como hizo con Natalie con anterioridad. Y, quizás, con muchas tantas.
—¿Por qué está haciendo eso?— susurro para que sólo mi compañero pueda escucharme—. Él ya tiene novia y no necesita a otra chica.
—Tengo la corazonada de que estamos ante el hermano de Pinocho. Se puede ver a la legua que está coqueteando con ella y, además, descaradamente. Estamos en el instituto. En cualquier momento alguien podría aparecer por el pasillo y descubrirlos— suspira y apoya con cierta fuerza el brazo en ángulo recto sobre la columna. Mira a través del hueco cómo Viktor le susurra algo al oído a su nueva aventura—. Desde el primer momento dije que ese tipo no me daba buenas vibraciones. Estaba en lo cierto. Es un completo miserable.
—¿Qué vamos a hacer ahora? Natalie tiene que saber esto. No podemos dejar que siga viviendo en una mentira mientras él queda a escondidas con otros amores.
—Esa no es mi bronca. Él es quien debe confesar su infidelidad, no yo. Además, ¿Nat no estaba tan seguro de que él era su príncipe azul y que todo era color de rosa como en un cuento? No le vendrá mal desengañarse por sí misma. Quizás así baje de su mundo de yupi y vuelva a la realidad.
Iván repara en el papelito que le pasa Viktor a su amante para reunirse luego en un lugar más íntimo donde dar rienda suelta a la pasión. No es hasta que ambos se marchan para continuar con la vida normal cuando abandonamos nuestro escondite para poneros rumbo hacia el patio. La pandilla está viendo a Ayrton jugar al baloncesto. Natalie es la única que está en la cafetería, bebiéndose un batido de fresa, mientras resta el tiempo de su reloj para volver a ver a su chico.
—¿Jugáis?— pregunta Ayrton, haciendo girar la pelota sobre su dedo índice.
-Paso.
La negación de Iván suena con más brusquedad de la que pretendía. Aunque intente ocultarlo, sé que está molesto por la actitud que ha tenido el chico nuevo hacia su compañera de banda. Centra toda su atención en la mesa donde yace sentada Natalie bebiendo de su batido, cuando aparece Viktor para saludarle con un beso en los labios. Recordar que su boca ha estado acariciando el lóbulo de la oreja de otra persona hace escasos minutos no es una visión fácil de olvidar.
—Yo me apunto— me desprendo de la chaqueta que llevo puesta y me ato los cordones de las deportivas antes de seguir al chico hasta el centro de la pista. Rápidamente me explica el reglamento y me presenta al resto de jugadores.
—Jugamos en el mismo equipo. Vamos a enseñarle a los contrincantes cómo se juega.
—¡Sigue soñando, Ayrton!— dice un chico del equipo contrario.
Ayrton bota la pelota de un lado a otro, en zig zag, por la pista, haciendo una serie de maniobras para esquivar los intentos de frustrar su táctica, aunque llega un punto en el que se ve totalmente acorralado, sin poder continuar y, entonces, me pasa a mí la pelota. Trato de fijarme en los jugadores que me acechan y pensar en cómo desplazarme con éxito antes de que me cierren las salidas posibles. Corro todo lo que puedo y, tras haberme sido arrebatada la pelota, le indico a uno de mis aliados que vaya a por ella y no deje que marquen. Tras unos pases y carrerillas conseguimos marcar varios puntos que hacen rabiar al equipo contrario. Ellos también se marcan unos tantos. Aunque a Ayrton se le da tan bien este deporte que se las ingenia para llevarnos directos hasta la victoria unos minutos más tarde, dejando sin ninguna posibilidad de remontar a los contrincantes. Nos felicitamos entre nosotros, dejando a un lado la competición, simplemente disfrutando de un partido.
Voy hacia el banquillo para coger una botella de agua junto a Ayrton. Tengo la espalda empapada en sudor y las gafas resbalando por el puente de mi nariz, con los cristales empañados. Trato de devolver la calma a mi respiración agitada depositando la mirada en la chica de cabello dorado que salta animadamente en las gradas, celebrando nuestra victoria. Verle tan contenta por nuestra jugada me hace sentir muy especial.
—¿Es una chica increíble, verdad?
—Sí que lo es— respondo, sin pensarlo demasiado. En cuanto me doy cuenta de mi error al dejar al descubierto mis pensamientos me sonrojo. Ayrton esboza una sonrisa y bebe de su botella un largo sorbo antes de cerrarla y guardar el agua en su mochila.
—¿Sientes algo por ella?
—Sólo somos amigos. Buenos amigos. Es a lo único que podremos aspirar ser...— no importa mis sentimientos hacia Olivia. Siento que ella nunca me corresponderá. Hay chicos más lindos ahí fuera que desean tener una oportunidad con ella para iniciar una bonita historia de amor. Las chicas no se fijarían en mí como primera opción. Olivia no será la excepción. Y aunque me encantaría que sus ojos brillaran por mí, sé que pertenecemos a mundo diferentes, y que nuestro romance nunca podría formar parte de la realidad—. Le quiero mucho y la cuidaré como un hermano cuida a su hermana pequeña. Siempre le defenderé y velaré por sus sueños.
Ayrton sonríe tiernamente al oírme decir eso y toma asiento en el banquillo. Da una palmadita en el banco para que me siente a su vera.
—Me alegra oírte decir eso porque...— aprieto mis manos al banquillo y trato de cerrar mi corazón para que las palabras que voy a escuchar no me hagan daño. Lo que no sabía es que las balas destruyen cualquier tipo de escudo con el que intente protegerme— me gusta Olivia. Me gusta muchísimo. Hace tiempo que siento que le quiero. Mi mundo se ha vuelto patas arriba con su llegada a mi vida, con esa sonrisa que tiene el poder de hacer que los problemas se esfumen— presiono mi lengua contra el paladar para que la tristeza que hay en mí no asome externamente, y me hago fuerte aunque me duela todo—. Si no le he dicho nada aún ha sido porque entendía que estuviera pasando por un mal momento anímico. Tampoco quería lanzarme a la aventura sin saber si tú sentías algo por ella. No podría dar ese paso sabiendo que tú le quieres. Pero ahora estoy convencido de que tengo que expresar lo que siento, independientemente de la respuesta. Ya no puedo callarlo más tiempo. ¿Qué crees que debería hacer?
—Díselo. Es mejor no quedarse con la duda. La vida es de los valientes— coloco mi mano sobre su hombro y él me mira a los ojos—. No me cabe duda de que eres un buen chico y que la harás inmensamente feliz. Sólo hay algo que quiero pedirte y es que te asegures de que nunca le falte una sonrisa, ni color a sus días.
—Independientemente de lo que sienta por mí, le haré la chica más feliz del mundo. Es, probablemente, la persona que más lo merece en todo el jodido planeta. Benjamín, ¿estás seguro de que no sientes nada más por ella?
Asiento y hago amago de una sonrisa.
—Cuídala mucho— pido, con la cabeza agachada para ocultar mis ojos anegados—. Dale tiempo para asumir el desengaño amoroso que está sufriendo, permanece a su lado en todo momento y hazle sentir única, especial, como si fuese la última persona que existiera en la faz de la tierra. Escúchala, ponte en su lugar y ayúdale a tejer sus propias alas y curar su corazón. Y, cuanto esté lista, te lo entregará.
—Lo haré. Gracias por tu consejo. Eres un gran amigo— levanto mi trasero del banco, aunque él aún continúa sentado en él y hago por emprender una marcha hacia las gradas para reunirme con Iván cuando escucho la voz de Ayrton a mis espaldas pronunciando mi nombre. Doy media vuelta para dedicarle una mirada—. Buena jugada. Espero verte jugar en el próximo partido.
Chasqueo mis dedos y le señalo, dándolo por hecho. Esta vez, sí que consigo darle la espalda y marcharme sin interrupciones. Mientras la multitud charla animadamente en las gradas, me abro paso entre ella sin importar los pequeños empujones que me lleve y, una vez salgo del barullo, Iván viene hacia mí con la preocupación marcada en las arrugas de su frente por mi aspecto entristecido.
—¿Qué te pasa, Benjamín?
—Nada...
—Nada, no. Estás triste y vas a decirme porqué. ¿Ha pasado algo durante el partido? ¿Alguien ha hecho algún comentario despectivo hacia ti?
—¡Ayrton está enamorado de Olivia!— suelto con cierto rencor, apartando la mano de Iván. Este, lejos de desistir en su intento de mantenerme a su vera, se aferra a mi antebrazo. Sus brazos tratan de envolver mi torso y mis manos se encargan de zafarse de ellos, aunque después de un largo tira y afloja termino dejándome querer. Iván da palmaditas en mi espalda para tranquilizarme—. Va a permanecer a su lado hasta que esté preparada parar entregar de nuevo el corazón. Él va a confesarle lo que siente. Tiene el valor que a mí me ha faltado.
—No hay nada perdido. No des nada por hecho. Aún no sabemos si Olivia siente lo mismo. Esa haz aún nos pertenece y podemos sacarlo de nuestra manga para ponerlo sobre la mesa— con ayuda de un pañuelo me ayuda a sorber mi nariz—. Imagino cuánto debe de doler ver a alguien a quien quieres con alguien más. Pero tienes que ser fuerte y no darte por vencido. A fin de cuentas, un corazón roto por un amor no correspondido duele menos que perder a quien se quiere. Olivia es tu mejor amiga, independientemente de tus sentimientos por ella, y siempre será así. Sin importar las decenas de formas en las que se pueda transformar la realidad.
Derramo varias lágrimas en su hombro al volver a tener la cabeza depositada sobre él. Tomamos asiento en un banco para comer de un táper el trozo de tarta de cumpleaños que sobró ayer. Gracias a ese desayuno mi estado anímico aumenta y me siento mucho mejor. Los pequeños detalles son los que más valor tienen. Comer un poco de pastel de chocolate puede ser lo mejor del día y hay que saber darle la importancia que merece.
—Este pastel de chocolate debería ser considerado la octava maravilla del mundo— acierta a decir el chico de ojos verdes que se relame las comisuras. Con ayuda de mis manos cojo las migajas del fondo del táper para llevármelas a la boca—. ¡Eh! Yo también quería. No se vale.
—Se siente. No todos tienen la capacidad de moverse como un ninja.
—Qué morro tienes. ¿Qué tal te sientes?
—Ahora mismo, como el espíritu de la golosina.
Iván se echa a reír tras oír ese comentario tan original y yo me uno a él poco después. Mientras él guarda el táper de nuevo en la mochila que lleva consigo, deposita su mirar en la chica castaña que, se adentra en el pasillo del instituto con cierta actitud sospechosa. Ambos intercambiamos una mirada y decimos ir a averiguar qué se está cociendo. Nat camina a las apuradas por el pasillo, absorta a nuestro seguimiento, y se las ingenia para hacer desaparecer al conserje diciéndole que hay una pelea en el patio. Así consigue escapar del instituto. Nosotros continuamos con la aventura, a pesar de estar rompiendo nuestra promesa de hacer las cosas bien.
—No podemos irnos de clase. Mamá se enfadará. Alfred estará muy pendiente y seguro que informará a mamá.
—Sé que no deberíamos faltar a clase y que nos la estamos jugando pero esto es algo importante. Tenemos que descubrir a dónde va Natalie. Irse sin más no es propio de ella. Creo que esconde algo y nosotros vamos a averiguar qué.
—Nos la vamos a cargar.
—Volveremos antes de que acaben las clases. Ya pensaremos en algo. Vamos. No hay tiempo que perder.
Natalie se reúne en la salida junto a su chico, quien le recibe con un beso apasionado, que observamos desde detrás de los arbustos. Ambos suben al deportivo rojo del que es propietario el modelo y se ponen rumbo hacia un destino desconocido a gran velocidad. Hacemos señas a un taxi para que nos recoja y saltamos a sus asientos traseros a las apuradas.
—¡Siga a ese coche!— grita Iván al unísono, señalándole el deportivo. Luego se acomoda en el asiento e intercambia una mirada conmigo acompañada de una sonrisa de oreja a oreja—. Siempre he querido decir eso.
—Ha molado.
—¿Verdad? Creo que deberíamos hacerlo más a menudo.
—¿Tú quieres que nos echen del instituto, verdad?
Me da una palmadita en la espalda para que me relaje y, a duras penas, lo hago, ignorando el hecho de que estamos desplazándonos por las avenidas a gran velocidad con tal de no perderle la pista a un deportivo rojo que es fácilmente reconocible entre tantos vehículos. Me siento como si estuviera en la película Fast and Furious.
—Pare justo aquí— le indica Iván, haciéndole entrega del dinero correspondiente. El taxista nos deja junto a una esquina que da con un estudio de fotografía. Bajamos del vehículo tras darle las gracias al conductor por traernos y caminamos un par de pasos hacia el frente. Coloco mi mano a modo de visera para poder ver el edificio que está al otro lado de la calle sin que me moleste el sol en la cara—. Cuidado. Están mirando hacia aquí.
Cogemos unos periódicos del expositor de un quiosco y los abrimos de par en par para ocultar nuestra cara, evitando ser descubiertos por los sujetos en cuestión. Cuando el peligro ha pasado, dejamos nuevamente los periódicos de donde los obtuvimos y cruzamos el paso de peatones que nos distancia de la acera de enfrente para continuar con nuestra aventura.
—¿Cómo vamos a llegar hasta la sala sin ser descubiertos?— pregunto, mirando de un lado hacia otro para tratar de dar con alguna entrada que esté sin vigilancia. Iván deposita su mirar en una carro cubierto con un mantel blanco sobre el que se deposita una tetera y varias tazas para servir a quienes están en la planta superior—. Tienes que estar de coña.
—No hay de otra. Venga, corre, vamos a escondernos antes de que alguien nos vea— levantamos disimuladamente el mantel y nos ubicamos sobre una superficie de acero, dándonos algún que otro codazo o patada sin querer debido al escaso espacio del que poseemos. Cuando por fin nos acomodamos como dos tortugas, nos miramos—. Pienso plantearme eso de ser contorsionista de ahora en adelante.
—Para mí esa época ya pasó. Tengo veintiún años y mi rodilla parece de ciento setenta. Si ya me estoy quejando de los dolores de espalda y rodilla, no sé qué será de mí a los cincuenta.
—Yo lo sé. Serás un cascarrabias— bromea, dándome un golpecito. El carro comienza a moverse y nuestras risas se ven forzadas a ser silenciadas de inmediato. Incluso tratamos de contener la respiración por si alguien detecta nuestra presencia.
No podemos ver otra cosa que las ruedas deslizándose sobre el suelo en compañía de unos pies enfundados en unos mocasines negros. Gracias a un leve balanceo damos por hecho que estamos en un ascensor que probablemente nos dejará en la planta superior en un abrir y cerrar de ojos. Y así es exactamente. Un pequeño tramo de escasos seis metros nos distancia de la sala donde se están tomando fotografías a personas de caras conocidas que van a formar parte de la próxima campaña.
—Aquí le dejo el té. ¿Quiere que le sirva a usted y su acompañante?
—No, gracias. Puede marcharse— le dice Viktor. El hombre deja el carro y se marcha, retrocediendo sobre sus pasos.
Levanto un poco el mantel y escruto la estancia en la que nos encontramos. Un chico de pelo moreno y rizado está dándole unas indicaciones a un fotógrafo de confianza que prepara el papel de fondo blanco y ajusta los focos de luz junto con una pequeña máquina de aire. Disimuladamente le hace entrega de un fajo de billetes para cerrar un acuerdo que desconocemos.
—¿Has visto eso?
—Aquí está pasando algo que apesta a chamusquina— corrobora Iván, haciéndome una seña para que salgamos de nuestro escondite y nos refugiemos tras unas cortinas que yacen a las espaldas de Viktor, donde nadie mirará.
—¿Crees que es su camello?
—¿Tiene pinta este sitio de ser un lugar de intercambio de droga? Creo que se trata de otra cosa, no sé qué, pero pienso averiguarlo.
Nat mira asombrada una revista famosa donde sale Viktor desfilando con las prendas que fueron tendencia en verano y que todo el mundo trataba de conseguir. Él se acerca a ella y le rodea con los brazos, enterrando su cara en su cuello para poder sentir su piel. El contacto físico es importante. Los humanos necesitamos sentirnos los unos a los otros. Aunque hay una gran diferencia entre quien lo hace por amor y quien lo hace fruto de la pasión que le embriaga.
—Vas a ser la figura juvenil perfecta para la próxima colección de invierno. Tu nombre aparecerá en todas las revistas del mundo y no pasarás desapercibida por nada ni por nadie. Puedo ver el talento natural que tienes para brillar y lucir preciosa con sencillez— Iván simula que va a meterse el dedo para vomitar al oírle decir eso.
—¿Crees que seré lo que buscan?
—Serás más de lo que esperaban encontrar. Quedarán fascinados contigo. ¿Y sabes qué? Puede que vengas a desfilar conmigo a la semana de la moda en Paris.
—¿De verdad?— repite, emocionada.
—No lo dudes. Ahora vendrá el fotógrafo a tomarte unas instantáneas. Ve a cambiarte a la habitación del fondo, allí encontrarás todo lo que necesitas.
Se despide con una sonrisa y un brillo de felicidad en los ojos. Se encierra en la habitación correspondiente en la que se puede apreciar una cama de matrimonio sobre la que yacen varias prendas perfectamente colocadas. Dejo de ver su figura en cuanto la puerta se cierra. Viktor espera pacientemente a que suceda algo que ha estado preparando durante mucho tiempo. Se escucha un grito por parte de la chica y, tras unos minutos, aparece con una falda color crema y una blusa roja que se anuda en el cuello y en la mitad de la espalda con un lazo, dejando algunas áreas de su piel al descubierto.
—¿Estás bien?
—Algo confusa— admite, colocándose un mechón de pelo tras su oreja—. Había un hombre en la habitación cubierto únicamente con una toalla alrededor de su cintura.
—No tenía ni idea de que había alguien. Quizás Stephen, nuestro fotógrafo, haya entrado al servicio un momento.
—Qué inoportuno. Me ha pillado en ropa interior.
—No te preocupes. Me encargaré de que no vuelva a suceder— dice a la par que le abraza, y aprovecha que no puede verle, para esbozar una amplia sonrisa. Poco después aparece el tal Stephen ya presentable para comenzar la sesión—. La próxima vez asegúrate de ser más cuidadoso. Has violado la intimidad de mi chica. No permitiré otro error así.
Asiente un par de veces y se disculpa otras cuantas. Comienza a darle una serie de pautas a la chica para que pose ante la cámara, con el aire que escapa de la máquina ondeando su cabello y los focos resaltando sus facciones. Viktor también posa junto a ella en otras instantáneas, envolviendo su cintura y pegando sus labios a su cuello. Iván parece haber olvidado por un momento a qué hemos venido porque está absorto contemplando la escena.
—Ya sé qué voy a hacer.
—Sorpréndeme.
—Voy a ir a exigirle una explicación en persona. Le pondré contra la espada y la pared y no tendrá más remedio que decirme qué se trae entre manos.
—Pues no sé qué se trae entre manos, pero un fajo de billetes seguro que cae...— trato de darle un poco de vidilla a este aventura con mi humor para que el tiempo que pasemos escondidos tras la cortina transcurra rápido.
Cuando acaba el reportaje, Natalie vuelve a la habitación para cambiarse de ropa y el fotógrafo le guiña un ojo a Viktor y le hace un gesto para indicarle que se pondrán en contacto más adelante. Posteriormente se va y deja al modelo en solitario esperando junto al trípode. Iván abandona el escondite y va hacia él con cara de pocos amigos.
—Estás hasta en la sopa, ¿eh?
—Déjame de bromitas y dime ahora mismo qué te traes entre manos. He visto cómo le has pasado un fajo de billetes a ese tal Stephen y cómo, misteriosamente, ha acabado encerrado en la misma habitación en la que Natalie se cambiaba de ropa.
—Dejando a un lado tu falta de educación por seguirnos hasta aquí, voy a decirte lo que quieres saber. A fin de cuentas, pronto se sabrá— suelta una risita y se muerde el labio—. Cuando llegué al instituto y conocí a Natalie, decidí acercarme a ella. Ser su novio formaba parte del plan. Cualquier chica podría caer a mis encantos pero ella era perfecta. Tan ingenua. Hace tiempo que mi carrera como modelo está pasando por pequeños altibajos y necesitaba aumentar mi fama, tenía que conseguir estar en boca de todo el mundo, así que ideé un plan— chasquea sus dedos y simula hacer una fotografía con sus manos al cuerpo de Iván, a quien no le hace ni pizca de gracia. No le traga en absoluto—. La convencí para hacerse unas fotografías. Tengo pensadas publicarlas, ya no sólo para que todo el mundo conozca gracias a las revistas quién es mi novia que, por cierto, debe tener cierto reconocimiento, sino también para desenmascarar la realidad. Haré creer a la prensa que ha tenido un rollo con mi fotógrafo. Stephen llevaba una pequeña cámara portátil en el collar, así que ha conseguido hacerle fotos a Natalie en ropa interior. La historia es creíble. En todo romance tiene que haber algo de tragedia.
—Todo este tiempo la has estado utilizando, sin importarte lo más mínimo los sentimientos que tuviera por ti. Eres un miserable. Y ni sueñes que vas a salirte con la suya. Yo no lo permitiré.
—¿Y qué harás? ¿Correr a decirle la verdad? ¿A quién crees que creerá, a la persona que más odia sobre la faz de la tierra o a su novio? Tienes todas las de perder. Si fuese tú, ya me retiraría de esta competición.
Niega con la cabeza.
—Te burlas de Natalie por ser ingenua cuando en realidad sólo ha cometido el error de confiar en la persona equivocada. Creía más en ti de lo que merecías. Aquí el único idiota eres tú— le da con el dedo índice en el pecho, amenazante—. Y te advierto que como esas fotografías lleguen a ver la luz, te denunciaré.
—Hazlo. Tengo el mejor abogado de la ciudad— hace una pausa y luego continúa—. De todos modos siempre te has esforzado por dejar constancia de que Nati no te importa lo más mínimo y que tu vida sería mucho mejor sin ella. ¿A qué viene ese inesperado interés por defenderle? ¿Sientes compasión por ella?— intenta acertar, mientras Iván se mantiene petrificado, sosteniéndole la mirada sin titubear, valientemente—. A no ser que todo este tiempo hayas estado enamorado de ella y lo hayas enmascarado bajo esa fachada de odio.
—Esto no es una adivinanza. En vez de perder el tiempo tratando de descubrir qué siento, busca argumentos con los que defender tu postura en los juzgados. Puedes tener el mejor abogado de la ciudad, pero no tendrás lo más importante: la verdad.
Viktor borra la sonrisa que tiene en sus labios y se muestra algo molesto por ese comentario que ha soltado su contrincante, que lleva toda la razón. Se marcha tras darle un golpecito con el hombro al pasar y baja al aparcamiento para esperar junto al deportivo rojo a la chica que se cambia de ropa en la habitación de antaño.
—¿Qué estás haciendo tú aquí?— Iván se gira al ver llegar a la chica castaña por el pasillo que tiene a mano izquierda, con los ojos amenazando con abandonar sus cuencas por la sorpresa—. ¿Me has estado siguiendo?
—Depende de lo que entiendas por seguir— añado, asomando la cabeza por la cortina. Natalie abre los ojos aún más si cabe y alterna miradas entre el chico de ojos verdes y yo—. Si entiendes por seguir que nos hayamos subido a un taxi para seguirle la pista al deportivo rojo en el que ibas subida, sí.
—Sí.
—Efectivamente. Te hemos seguido— confieso, saliendo de detrás de la tela azul marino de una vez por todas. Me he pasado tanto tiempo detrás de ella que me sentía parte de la decoración.
—¿Por qué me habéis seguido?
—Tú has sido quien nos ha impulsado a esto. Nunca te vas del instituto sin más. Tu actitud era muy sospechosa. Y mira por donde, hemos descubierto que estás posando para la próxima revista de moda de invierno— explica Iván con tono vacilón—. ¿De verdad quieres vender tu privacidad con tal de ir Paris durante la semana de la moda?
Ella abre la boca en forma de "O".
—¿Desde cuándo te importa lo que haga o deje de hacer con mi vida?
—Haz lo que te plazca pero déjame decirte una cosa. Ese tipo al que consideras tu príncipe azul no es de fiar. Vas a llevarte una enorme decepción con él. Así que si yo fuera tú ya estaría negándome a vender mi intimidad y cambiando de cuento.
—Que tu relación con esa tal Violeta sea un fracaso no quiere decir que la mía también vaya a ser un ejemplo. Así que, en vez de estar siguiéndome allá a donde voy, deberías tratar de solucionar las cosas con ella porque al parecer no se ve muy contenta.
—No estaría así si no fuese por ti. Le creas inseguridad con tus apariciones estelares y por esa razón está en un constante ataque de celos.
—¿Celosa por qué? ¿Cree que yo podría estar interesada en ti? ¿Qué podríamos ser algo tú y yo? Es muy considerado por su parte pararse a pensar un momento en mí pero tengo que decir que no puede estar más equivocada. Yo no salgo con salvajes sino con caballeros. Así que la próxima vez que la veas dile que no tiene nada de qué preocuparse, yo en la vida querré nada con su chico— antes de marcharse le dedica una última mirada y le da con el dedo en la mejilla a Iván para incordiarle un poco antes de irse—. Y ahora tengo que irme. Mi chico me está esperando.
Natalie se marcha apretando el paso para desaparecer de nuestra visión lo antes posible. Iván queda en silencio, mirando el pasillo por el que se ha marchado, con toda la información valiosa que posee atrapada en su cabeza y las palabras atragantadas en su garganta. Hay cosas para que es necesario el valor y no siempre damos con la fuente dentro de nosotros. Me desplazo hasta su posición, ubicándome justo delante, y palpo su hombro.
—¿Por qué no se lo has dicho?
—Porque lo que tenía que decirle iba a romperle el corazón y no sé si estoy preparado para verle llorar.
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