Capítulo 19

Antes de regresar al instituto nos pasamos por un bazar y compramos algunos materiales útiles para elaborar pequeños complementos para vender en el mercadillo y, de paso, darnos coartada. A la entrada del instituto nos valemos de la ayuda de un chico que se ofrece a mostrarse realmente enfermo frente a conserjería, tirándose al suelo y retorciéndose sobre él mientras se palpa el estómago, a cambio de dos entradas para el cine que tenía Ayrton. La mujer que atiende dicho puesto se apresura a ofrecerle su ayuda, arrodillándose a su lado, lo que nos permite pasar rápidamente hacia el pasillo que lleva a las aulas.

 —Ha faltado poco— froto el dorso de mi mano sobre mi frente para eliminar todo rastro de sudor, suspirando de alivio.

 —Vayamos a la biblioteca para soltar todo esto— propone Iván mientras coge mejor la caja que lleva entre sus manos.

 —Nos vemos allí. Yo me encargaré de obtener los permisos de dirección.

 —¿Cómo lo harás?— inquiere el chico moreno, quien le chista cuando va a abrir la boca para hablar con tal de darle una respuesta antes de que pueda contestar—. Espera. Ya lo sé. Entrarás y le pedirás educadamente al director que te dé esos permisos que, por si no lo sabes, debe entregarte un profesor firmado.

 —Un trato amable y cercano son las claves para el éxito. Y ahora, por favor, déjame. Tengo que tener la mente despejada y poner todos mis sentidos a punto para esta tarea.

Natalie coloca su caja sobre la del chico, que se ve en la obligación de flexionar un poco sus piernas para sostener el gran peso que debe manejar, y se marcha airosa hacia la dirección. Iván echa a andar hacia el final del corredor.

 —¿Ha querido decir que va a coquetear con el director?

 —No había pensado en eso. Nati es inteligente. Sabe como ingeniárselas para salir victoriosa, sin ser descubierta.

 —Sabe elegir bien. Aunque esta vez ese sentido puede que la traicione. Ya sabes lo que dicen, a veces uno corre el riesgo de equivocarse al hacer su elección— hace una seña con la barbilla para que mire al chico nuevo que está en el pasillo, junto a las taquillas, rodeado por chicas de clase que se mueren por saber más acerca de él. Viktor las recibe con una sonrisa pícara y se muestra realmente cómodo entre su público femenino—. Ojalá me equivoque.

Una vez en la biblioteca dejamos las cajas sobre la mesa, coincidiendo con la llegada de Alfred que, sorprendido por el material que hemos traído con nosotros, pone sus brazos en jarra y enarca ambas cejas para pedir una explicación. Nos miramos entre nosotros con temor, sin saber realmente a qué tenemos que enfrentarnos.

 —¿Dónde habéis estado?

 —Hemos ido a comprar el material para elaborar complementos, para vender mañana en el mercadillo solidario. Habíamos pensado que con todo el ajetreo de disponer las mesas para mañana no daría tiempo físico para hacer manualidades— explica Ayrton con tranquilidad—. Podríamos dejar el decorado de Halloween para otro día y comenzar con esto.

 —Tengo muchas ideas en mente para artículos— manifiesta Lydia para respaldar a su compañero mientras juega con sus manos.

 —Por la coreografía no tiene que preocuparse, siempre que podemos la practicamos en casa, cuando tenemos tiempo libre. Para el día de la representación estará más que aprendida— digo en tono sosegado—. En cuanto a la teoría y apuntes de clase, ya nos hemos encargado de pedirlos por el grupo de WhatsApp.

Alfred arruga su nariz y se frota la frente.

 —Chicos, no sabéis como valoro vuestra apasionante historia para justificar vuestra ausencia, pero no hace falta que me mintáis. Sé que habéis ido a un programa de televisión.

 —¡Aquí están los permisos!— exclama Natalie, apareciendo en pleno momento incómodo. El profesor mira los papeles que ella trae entre sus manos y esta duda acerca de si ha hecho bien en hacer esa aparición triunfal—. ¿He dicho algo malo?

 —Alfred ya lo sabe todo. Podemos dejar este cuento— repone Olivia, dejando caer el peso de su cuerpo sobre la mesa que tiene detrás.

 —Sentaros, por favor— hacemos lo que nos pide tan pronto como podemos y esperamos pacientemente, algo preocupados por lo que tenga que decir, a que continúe hablando—. No suelo ver ese programa de televisión, pero da la casualidad de que no he tenido que echarle un vistazo para ver qué ha pasado porque el teléfono no ha dejado de sonar en toda la mañana. La prensa y el padre de Ethan buscaban una explicación acerca de lo sucedido. De primeras no tenía ninguna prueba para inculparos. Realmente aún dudo que tenga alguna. Sólo sé que faltasteis los seis cuando se produjeron los hechos y que ciertas cintas de vigilancia no estaban.

Alexander deja la mochila sobre la mesa y toma asiento en una de las sillas con expresión sorprendida, deseoso de saber más acerca de lo ocurrido.

 —Podemos explicarlo— justifica Iván, echándose hacia adelante—. Ethan ha estado teniendo comportamientos violentos con nosotros desde el primer día de clase, aunque no nos hemos atrevido a hablar abiertamente de ellos. Especialmente se cebaba con Robert. Hace poco hubo una fuerte discusión entre él y Alexander, e imagino que Ethan se ofreció a ayudar a su amigo. Pero parece que él relaciona ayudar con deshacerse de alguien porque ayer, en la excursión, se encargó de manipular la tirolina para que se quebrara cuando se lanzara Rob.

 —¿Por qué habéis estado callando todo esto?— nos encogemos de hombros, quizás dando a entender que el miedo a veces nos controla por completo. Va mirándonos de uno en uno en búsqueda de alguna respuesta que, lamentablemente, no llega por mucho que busca—. ¿Tenéis alguna prueba? Es una acusación muy grave.

 —A mí me utilizó como señuelo para mantener distraído a Benjamín mientras lo predisponía todo para llevar a cabo el plan que tenía en mente.

 —Pero no le viste hacerlo, ¿cierto?

Ella niega con la cabeza.

 —Y, vosotros, decidisteis tomaros la justifica por vuestra parte, cogiendo esas cintas de la sala de vigilancia para llevarlas a un programa de televisión con la esperanza de que el padre de Ethan y todo el equipo educativo estuviera al tanto acerca de la situación— nadie dice nada—. Ambas partes habéis actuado mal. Ethan no debió haber planeado herir intencionalmente a un compañero y vosotros no deberíais haber ido tan lejos. Todo podría haber quedado en un asunto entre dirección y los jefes de departamento. No había necesidad de hacerlo público.

 —El mundo merece saber que el bullying es una realidad que se vive día a día y que ni siquiera el hijo de alguien reconocido puede burlar los castigos.

 —Iván, buscar venganza, no os hace mejores personas que él. Lo que planeó hacer Ethan fue algo muy vil por su parte y, espero, que no se tratara de algo que pensó fríamente, con la intención de que las cosas salieran mucho peor de lo que han resultado. Un acto que merece, no sólo la expulsión inmediata y definitiva del centro, sino también su entrada en prisión por intento de homicidio. Tendríais que haber hablado con nosotros, los profesores, antes de comenzar una guerra que nadie sabe cómo va a terminar.

 —Es la única forma de que deje de ser el protegido. Sus padres deben saber qué clase de persona es su hijo y tomar medidas al respecto— advierte Natalie, subiendo el tono de voz.

 —No hay ningún protegido en el instituto. Ya sabes que fue expulsado por el trato que te dio. Sé que esta vez ha ido demasiado lejos, pero lo peor que podéis hacer es agravar aún más la situación.

 —Esto es muy grave, profe— vuelve a repetir—. Si nosotros no hubiéramos movido un dedo, lo más probable es que siguiéramos sufriendo ataques a diario. ¿Y sabe qué es lo más irónico de todo esto? Que la víctima tiene que ir al psicólogo para enfrentar el daño emocional que le ha causado el agresor.

 —Sé lo indignada que estás, Nati, pero lo que intento daros a entender es que siempre hay que hablar las cosas y buscar ayuda antes de decidir tomarse la justicia por nuestro lado. La situación puede empeorar mucho si Ethan descubre que vosotros habéis sido quiénes le han delatado. Es hacer una montaña de un grano de arena.. Tomaré medidas al respecto en ambas partes. Pero quiero que me prometáis que, si vuelve a pasar algo por el estilo, lo hablaréis conmigo y que no volveréis a mentirme.

Asentimos una sola vez.

 —¿Alguien puede corroborar lo que hizo Ethan?— cuando estaba siendo maquinado todo el plan la mayoría de la clase ya había bajado a la llanura y tan solo quedábamos arriba Robert, Alexander y yo, además del sujeto en cuestión. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que el amigo del alma de Ethan está presente, así que cambio mi mirada en su dirección y pongo a prueba su capacidad para mentir—. ¿Nadie? Está bien. Será más complicado y llevará más tiempo pero haré todo lo posible por averiguar qué ocurrió exactamente.

 —Profesor— los ojos de todos los presenten recaen sobre el chico de cabello moreno y mirada intimidante y algo sombría, que yace en uno de los extremos de la mesa—. Yo puedo corroborarlo. Vi a Ethan manipular la cuerda. No sabía qué estaba haciendo. Supongo que no le di importancia hasta que ocurrió el accidente. Entonces comprendí que él estaba detrás de todo eso. Es más, me lo confirmó personalmente. Es la razón por la que he decidido alejarme de él.

 —Gracias por la verdad, Alexander. Has sido muy valiente. Y quiero que sepas que, aunque ahora parezca que todo va mal y no seas capaz de verlo, has tomado la decisión correcta. Perderás a alguien que no era un amigo de verdad y, a cambio, te ganarás a ti mismo.

 —Lo que me asusta no es estar solo— aunque no lo dice, sé que uno de sus mayores miedos es haberse convertido en el cómplice de un asesino en el caso de haber fallecido Robert a causa de la gran caída.

El asombro por la confesión del chico es general. Nadie se muestra indiferente. Ninguno de los presentes podíamos imaginar que Alexander declararía en contra de su amigo, quien ha estado ahí incluso en los momentos más duros de su vida. Pero hay ocasiones en las que uno tiene que elegir entre estar con quienes no le hacen ningún bien o echar a volar.

 —Ya que habréis traído el material, podéis dar rienda suelta a la imaginación. Pasadme los globos y el arroz. Se me están ocurriendo unas interesante pelotas de ocio— le paso los materiales al tutor que se encarga de cortar un par de globos con ayuda de una tijera redondeada. Iván suelta una risita y menea la cabeza—. No es lo que estás pensando, Iván.

 —No me meto en los asuntos que tienen que ver con sus pelotas.

Lydia ríe y el resto la sigue.

 —Profesor, sé que no hemos hecho las cosas bien y entiendo que deba dar parte de esto, pero me gustaría que no nombrara nuestra aparición en ese programa a nuestras familias— pide la chica castaña mientras une sus manos, suplicante—. Si se enteran de que nos hemos saltado las clases para cantar en televisión, van a castigarnos de por vida.

 —Está bien. Seré una tumba con respecto a esta actuación. Y firmaré esos permisos para que este cúmulo de problemas deje de crecer. Sólo daré parte de la extracción de las cintas. Ya pensaré en algún castigo para cada parte.

 —Le debemos una— jura Iván, dibujando con ayuda de un compás en una cartulina blanca, que pretende plastificar más tarde y darle forma de reloj con agujas que pueden moverse manualmente, útil para enseñar la hora a los niños más pequeños.

 —Y hablando de esa actuación, ¿Qué tal os fue? Imagino que no debió ser fácil asumir lo lejos que había llegado vuestra mentira.

 —Para mí que hicimos completamente el ridículo— da por hecho la chica rubia que está implicada en convertir una caja de zapatos en una bonita casita de muñecas.

 —Nos la jugamos bastante. Pero fue una experiencia enriquecedora. Hemos descubierto lo que supone estar delante de tanta gente, con la voz como único instrumento, compartiendo un mismo momento, con mismos miedos. Sólo nos teníamos los unos a los otros y, sorprendentemente, no sé cómo lo hicimos pero salió bastante bien.

 —Tal vez, habéis nacido para esto— continúa el profesor a la explicación de Ayrton—. Estáis descubriendo cuál es vuestro lugar en el mundo.

 —No sé, pero se sintió muy bonito. Me encantaría volver a vivir algo así— sin duda, Lydia ha sido una de las que más ha disfrutado de esa experiencia. Quizás su parte favorita fue cuando nos estaban arreglando antes de salir—. Fue muy especial.

Alfred nos escucha atentamente con mirada emotiva, disfrutando con el simple hecho de vernos hablar felizmente de esa travesura que nos llevó a descubrir nuestra pasión. Cada uno está inmerso en un proyecto para tener listo a poner en venta mañana en el mercadillo. De fondo hemos puesto algo de música para trabajar más tranquilos, en un ambiente armonioso. Dejo de crear unas divertidas postales para dedicar con el fin de arrancarme a hablar, cambiando radicalmente el tema de conversación.

 —¿Sabe en qué hospital está ingresado Robert? Es que a nosotros nos gustaría ir a hacerle una visita y acompañarle en su recuperación.

 —No puedo decíroslo.

 —¿Por qué?

 —Porque el instituto ha decidido mantener esa información en privado. Imagino que será para proteger la intimidad del alumno.

 —Pero entienda que nosotros necesitamos saber algo de él. Nos haría mucha ilusión ir a ver con nuestros propios ojos que está bien— interviene Iván, sentándose de malas formas en la silla—. Estoy convencido de que le hará mucho bien vernos allí.

 —Nosotros queríamos, además, llevarle algún detalle para animarle en su recuperación. Lo más probable es que tenga que hacer rehabilitación y necesitará todo el apoyo del mundo— le sigue Lydia que adopta una expresión entristecida—. ¿Está seguro de que no puedo decirnos en qué hospital está siendo atendido?

Niega una vez más y todos lamentamos esa respuesta.

 —A mí me gustaría hablar con él— dice Alexander por primera vez—. No es un deseo, es algo que siento que tengo que hacer. Después de todo, le debo una disculpa. Siento que tengo que ir a verle para, de alguna forma, sacar esta culpabilidad que tengo dentro por no haber podido hacer nada para impedir lo que sucedió.

 —No te martirices, Alexander. No fue tu culpa.

 —Soy más culpable de lo que cree. Así que necesito ir a ese hospital y hablar con él. No podré dejar de sentirme así hasta que le ponga solución.

 —¿No puedo siquiera decirnos cómo se encuentra?— suplica Olivia haciendo pucheros—. Tenemos que saber cómo está para quedarnos tranquilos. A todos nos está afectando su ausencia y más aún no tener noticias suyas, de su estado.

 —No puedo daros esa información que me pedís. Lo siento— volvemos a lo nuestro con mal sabor de boca por esa respuesta final. El profesor se acerca un poco más hacia la mesa y se inclina ligeramente sobre ella para restar la distancia que le separa de nosotros. Hace una seña con una de sus manos para que le imitemos. Acabamos con las cabezas prácticamente unidas, formando un círculo con ellas—. Pero el hospital St. Paul's podría hacerlo.

Captamos de inmediato su indirecta y sonreímos satisfechos. Alfred nos guiña un ojo y se pone en pie, una vez ha terminado varias pelotas de arroz, para marcharse tras la sesión de grupo. No dudamos en ponernos en incorporarnos una vez se va para disponeros a recoger y ponernos rumbo hacia el hospital general donde está ingresado nuestro compañero. Incluso Alexander se esfuerza por ir lo más aprisa posible, siendo contagiado por el mismo entusiasmo. Salimos del instituto hambrientos, dado que no hemos podido desayunar ni almorzar, pero aún así retrasamos la hora de comer porque esta vez lo que realmente nos llena es la felicidad.

En menos de lo que canta un gallo estamos en el hospital los siete, con algún que otro peluche, libro, película, juego de mesa o ramo de flores para ayudar a que la recuperación de Robert sea más amena y, a poder ser, divertida. La puerta con el número ciento catorce nos separa de la habitación donde descansa el chico tras la operación a la que fue sometido. Antes de entrar, cogemos aire, intercambiamos una mirada cómplice y adornamos nuestras boca con la mejor de las sonrisas. Al otro lado localizamos una estancia amplia, con unas cortinas blancas adornando la ventana abierta, un par de sillones reclinables en un extremo y una cama en el centro, donde está recostado el chico de tez morena, con un fino tubo que conecta el gotero con una de las venas de su brazo. Está despierto, aunque algo aturdido. Tiene la pierna alzada, escayolado, en una posición lejos de parecer cómoda. Al vernos se le iluminan los ojos y una sonrisa aparece en sus labios.

 —¿Qué estáis haciendo aquí?

 —Hemos venido a darte por saco— bromea Iván, tomando asiento en la cama—. Tienes un aspecto horrible.

 —Yo también me alegro de verte.

 —¿Qué tal te encuentras?— se interesa Olivia mientras deja un ramo de rosas en un jarrón que encuentra sobre una mesita cercana. Aprovecho para dejar un libro junto a este.

 —Mejor que nunca. Estar aquí es como alojarse en un hotel. Unas mini vacaciones. Todo el día acostado sin hacer nada, me traen la comida a la cama y, con suerte, me dan alguna que otra piruleta de fresa para ayudarme a ponerme bueno antes.

 —A ver si puedes conseguirme una habitación. Suena bien— suelto con una risita y él me tiende la mano para chocar los cinco—. ¿Qué tal la pierna?

Señala el suelo con su dedo pulgar y se encoge de hombros.

 —Para el arrastre. Espero no necesitar una pata de palo. Tendría su lado bueno y su lado malo. En primer lugar, tendría disfraz para Halloween, ya sabéis, como el pirata pata de palo, y en segundo, haría bastante ruido allá adonde fuera.

Natalie deja un peluche junto a la almohada del chico y unos globos de corazón en una de las esquinas, y luego toma asiento a los pies de la cama. Iván intenta apartar los aparatosos globos que ha traído la chica para no perder de vista cualquier detalle que forme parte de la escena, haciendo un movimiento muy gracioso.

 —Te echamos mucho de menos, que conste— confiesa la chica castaña—. Así que ponte buenecito ya porque te necesitamos en las próximas locuras que están por venir.

 —¿Locura? Ya estáis contándome qué habéis hecho.

 —Hay quienes aún queremos conservar la dignidad que nos queda— me quejo en tono burlón, jugando a dibujar mi firma sobre su escayola.

 —Contad conmigo para la próxima.

 —Ya contábamos contigo— asegura Lydia y coge una de sus manos—. Eso sí, vas a tener que ir haciendo las maletas porque nos mudamos de planeta.

Hay personas tan maravillosas en el mundo que parecen venir de otros planetas, de galaxias lejanas donde el amor es el idioma universal. Quizás más de una se haya perdido en la inmensidad de los agujeros negros y constelaciones brillantes y haya acabado descubriendo un mundo que no entraba en sus planes. Es polvo de estrellas lo que envuelve sus corazones. Pura magia. Es exactamente lo que siento cuando les tengo delante a todos ellos.

 —¿Sabes cuándo te darán en alta?— el chico que hoy tenía mirada triste tras la discusión con sus padres parece haber recuperado parte de ese brillo que caracteriza sus ojos. Quizás esa atrevida aventura de colarnos en un programa para cantar delante de tantas personas haya puesto a su cuerpo a secretar endorfinas.

 —Recomiendan que me quede unos días, pero pienso pedir el alta voluntaria. Tengo que ponerme al día con las clases y, además, esta habitación de hospital es deprimente.

 —Como en casa en ningún sitio.

 —¿Eso no decía un anuncio televisivo de pizzas, Benjamín?— le doy un golpecito en el hombro a Iván y él mueve sus manos para intentar defenderse, simulando manejar las magistrales artes del Kung fu.

Ayrton se aclara la garganta en voz alta, llamando nuestra atención, como si pretendiera dar a conocer algo importante. Rob se incorpora un poco en la cama y guarda silencio, invitándole a desvelar esa noticia.

 —Hay alguien que ha venido a verte.

Hace una seña a una persona que espera en el pasillo y que entra con la cabeza agachada, algo cohibido, con pasos breves y poco firmes. Lleva en una de sus manos un cuaderno, salpicado por el sudor de sus manos. Al poner un pie en la habitación alza la vista y el chico de tez morena se acomoda en el colchón algo incómodo por la presencia de esa visita. Cambia el rumbo de su mirar hacia otros para pedir una explicación que tenga que ver con la situación comprometedora en la que se ve envuelto y de la que, difícilmente, podrá escapar.

 —¿Qué haces tú aquí?

 —Quería saber cómo estabas.

 —¿Para ir contándoselo a tus amiguitos? ¿No te basta con hacerme la vida imposible todos los días que tienes que venir aquí a burlarte de mí? ¿Qué más quieres?

 —Nadie más que vosotros sabéis que estoy aquí.

 —Claro. Sería una completa locura que se enterara Ethan. ¿Qué pensarían de ti? Tal vez te echaran de ese estúpido grupo que formáis.

 —No me importa lo que pueda pensar— dice, convencido, aunque en su tono de voz se percibe cierta inseguridad.

Rob menea la cabeza, hastiado.

 —No he venido de parte de nadie. Tampoco con la intención de burlarme de ti. Yo sólo quería ver cómo estabas y, si fuese posible, hablar contigo. Hay algo que tengo que decirte.

 —Yo no tengo nada que hablar contigo. Es más, tenerte aquí no es agradable. No eres bienvenido. Ya me has visto. Así que hazme un favor y vete. Apuesto a que ellos no te quieren aquí y yo tampoco.

 —¿No vas a escucharme?

 —No me interesa lo que tengas que decir. Nada que venga de ti me interesa. Te pido educadamente que te vayas. Te aconsejo que aceptes esa oferta o llamaré a seguridad para que te eche de aquí a patadas.

 —Está bien. No hace falta que llames a nadie. Ya me voy— mira el cuaderno que tiene entre sus manos y, a continuación, lo deja tímidamente sobre la mesita donde descansa un jarrón con vistosas y olorosas flores. Robert mira la libreta, extrañado, aunque no hace por preguntarle—. Ahí tienes anotados todos los esquemas y actividades que se han hecho en clase. Te será útil para poderte al día a la vuelta a clases.

Alexander da media vuelta, cruza una rápida y resignada mirada conmigo, y se marcha tras encoger los hombros. Natalie se inclina ligeramente sobre el cuerpo del paciente para alcanzar el cuaderno sin necesidad de tener que dar todo el rodeo y, una vez lo tiene entre sus manos, lo abre de par en par y va pasando las páginas para comprobar que la afirmación del chico es cierta.

 —Está absolutamente todo. Es un detalle por su parte.

 —Yo no le pedí que lo hiciera.

 —Por eso cuenta por dos— murmuro una vez que la puerta vuelve a estar cerrada—. Lo ha hecho por ti de forma desinteresada. Pensó en tu estado y se preocupó de echarte una mano. Quizás lo mínimo que merecía era ser escuchado.

 —No creo que tuviera nada bueno que decir.

 —¿Y si de su boca fuese a salir una disculpa?

 —¿Alexander disculpándose? Cuando lo vea, lo creeré. Hasta ahora, déjame desconfiar de todas sus palabras e intenciones.

El resto de la tarde la pasamos haciéndole compañía al chico, devorando una bandeja de pasteles que hemos comprado en la cafetería del hospital, jugando a algunos juegos de mesa, que no están exentos de trampas por parte de algunos jugadores, y poniéndole al día acerca de todo lo que ha sucedido desde que tuvo que ser trasladado al hospital tras la caída. Reímos y mucho. Y esa fue la mejor de las medicinas para los anhelos del alma.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top