Capítulo 1

Puedes ser quien quieras ser, sólo tienes que decidir serlo.

Leo una y otra vez la frase con objeto motivacional que hay sujeta con una chincheta en la pared turquesa de mi habitación.

Desde bien pequeño me he hecho la misma pregunta en repetidas ocasiones: ¿Quién quiero ser realmente?

A los cuatro años quería ser astronauta. Me fascinaba la idea de conocer los secretos mejor guardados del universo. Aunque, mi postura fuese muy firme entonces, inevitablemente mi forma de pensar cambió al cumplir los doce años, cuando decidí que mi sueño era convertirme en guía turístico. Me volvía loco la idea de poder conocer las maravillas ocultas de las ciudades, aunque también me echaba hacia atrás el hecho de tener que controlar más de un idioma.

Desde los doce hasta los veinte años se han sucedido una serie de respuestas con respecto a la pregunta, todas ellas diferentes a las anteriores. Cada una parecía estar más cerca de convertirse en mi sueño. Pero no era así. La realidad es que hace un par de semanas me miré en el espejo y me hice la misma pregunta una vez más y fue entonces cuando descubrí que no tenía la menor idea de quién quiero ser el día de mañana. Y eso no tiene porqué ser malo. Al contrario, puede llegar a ser lo mejor que te puede haber pasado. Tienes una infinidad de posibilidades para descubrir quién eres realmente, aprendiendo de los errores, poniéndote nuevos objetivos. No hay prisas. Todo llega para quien sabe esperar.

Le lanzo una mirada al chico de cabello cobrizo y enormes ojos verdes que me observa e imita a través del cristal. Unas gafas de lentes cuadradas, de pasta negra, yacen en el puente de su nariz, haciendo juego con la camiseta oscura de John Lennon que lleva puesta.

De los altavoces de la radio que hay colocada sobre mi escritorio escapa una melodía lenta y emotiva que logra erizar mi piel. La canción Imagine se apodera de cada rincón de mi dormitorio. Canto el estribillo de la canción, efectuando giros a lo largo de mi habitación, recogiendo en el proceso dos lápices que descansan sobre el escritorio, y me acerco a dos cuadernos de diferentes colores, utilizándolos como batería, simulando que los lápices son mis baquetas. Me siento como si estuviese dando un concierto en directo, acompañando a mi ídolo, animándole con una sonrisa a seguir haciendo el mundo un lugar mejor con sus canciones.

Mi madre abre la puerta de la habitación y deja caer el peso de su cuerpo sobre el marco de la puerta. Sonríe ampliamente al verme tan contento. Esa es una de las cosas que más me gustan de mi madre, su bonita y eterna sonrisa. Me acerco bailando hacia ella, haciéndole un gesto con las manos para indicarle que quiero que baile conmigo. Ella ríe abiertamente y acepta mi proposición. La saco a la pista de baile imaginaria, rodeo su cintura con mi brazo y luego uno mi mano con la suya. Nos desplazamos por la habitación, bailando sin seguir un orden, pisándonos en alguna que otra ocasión.

Le hago girar una vez y luego aferro mis manos a las suyas y le invito a dar sucesivas vueltas a nuestro alrededor y a mover la cabeza hasta lograr despeinarnos. Helena da saltitos de alegría y me invita a darlos con ella. Así que la imito con gusto. Como es de esperar una sensación de vértigo no tarde en apoderarse de nuestras mentes, arropándonos e incluso invitándonos a acostarnos boca arriba en el suelo, a esperar a que nuestro alrededor deje de dar vueltas.

Helena me mira y sonríe.

-Te has levantado muy contento esta mañana.

-¿Quién no se levanta contento escuchando a un cantante tan grande como John Lennon?

-Tienes toda la razón, cielo.

Me acaricia la mejilla y yo le sonrío con timidez.

-Abajo tienes el desayuno listo.

Se pone en pie y se marcha de la habitación, regalándome una de sus eternas sonrisas. Me incorporo, apago la radio y salgo de mi dormitorio, cerrando la puerta detrás de mí. Bajo uno a uno los peldaños de la escalera, desembocando en un arco que conduce a la cocina, estancia amplia, de muebles color crema y paredes anaranjadas que hacen juego con el tono de las cortinas de las ventanas. En el frigorífico hay una serie de fotografías familiares cogidas con un imán. Mi madre me espera junto a la mesa, donde hay un plato de tortitas rociadas con sirope de chocolate y nata.

-¡Tortitas!-exclamo. La miro con ojos iluminados por la emoción-. ¿Vas a decirme que nos ha tocado la lotería?

-Ojalá- añade riendo-. Aún tengo que dar con la combinación que tiene premio.

Toma asiento a mi vera y me acaricia la cabellera cobriza.

-¿Vas a decirme qué hay que celebrar?

-¿Tiene que haber un motivo?- pregunta, frunciendo el ceño. Me encojo de hombros ante su pregunta y me llevo un trozo de tortita a la boca -. Lo que tenemos que celebrar es la vida. Cada día es un regalo, una nueva oportunidad, y debemos disfrutarlo al máximo.

Trago y miro a mi madre, preocupado.

-¿Qué ocurre? ¿no te gusta el sirope?

Niego con la cabeza.

-¿Crees que les gustaré a mis nuevos compañeros?

-¿Por qué no ibas a hacerlo?

-Porque soy diferente, mamá.

Mi madre es la única persona que ve quien soy realmente. A ella no parece importarle que tenga síndrome de Down y eso es genial, me hace sentir especial. Sin embargo, cuando salgo al mundo exterior, las cosas cambian. Las personas me observan con cierta inquietud. Por no hablar de las dificultades que tengo para hacer amistades. Nunca se me ha dado bien socializar. Supongo que parte del problema surge en el hecho de sentirme diferente. Es como si fuese una pieza de un puzle intentando encajar en un lugar al que no pertenece.

-Ser diferente, es ser original. Y tú, Benjamín, eres la persona más increíble que he conocido jamás. Así que no te preocupes si no consigues hacer amistades. Hay personas que no son capaces de apreciar el arte en su esencia. Las vendas que tienen en los ojos no se lo permiten- me da un fuerte abrazo continuado de besos en la mejilla-. Yo siempre voy a estar aquí para recordarte lo increíble que eres y lo orgullosa que estoy de ser tu madre.

Ojalá todo el mundo pudiese ver el mundo a través de los ojos de mi madre.

-Este año va a ser diferente. Algo en mi interior me dice que algo maravilloso va a suceder en algún momento de los próximos trescientos sesenta y cinco días.

-La parte buena es que tienes trescientas sesenta y cinco oportunidades para dar con la combinación de número ganadora de la lotería.

Suelta una risita.

-A mí la lotería me tocó hace veinte años. Fuiste tú.

Siento como los ojos me escuecen debido a la emoción, sensación que anuncia que se avecinan lágrimas si la conversación continúa yendo en esa dirección.

-Santo cielo, mira qué hora es.

Me bebo el cola cao de un largo sorbo y luego me pongo la mochila en la espalda. Helena coge su bolso y guarda en su interior el teléfono móvil al mismo tiempo que sale de la cocina y se dirige hacia la puerta principal de la casa, donde ya le estoy esperando desde hace unos segundos.

-Por favor, que tenga gasolina- repite una y otra vez en voz alta, cruzando sus dedos índice y corazón de ambas manos. Nos subimos al coche a las apresuradas y nos ponemos el cinturón. Mi madre le da vida al motor y deja escapar un aullido de felicidad-.¡Sí! ¡bien!

-Deberías llevar el coche al mecánico. Esos ruidos que hace no son buena señal.

-Sí. Lo sé. Me faltan horas en el día- miro por la ventana a unos críos jugar con una pelota-. Por cierto, tengo noticias.

--¿Noticias o notición?

-¡Notición!-exclama a voz en grito-. ¡Me han dado el puesto de trabajo que solicité! ¡voy a ser la próxima periodista del telediario!

-¡Eso es genial! Me alegro mucho por ti, mamá.

-Empiezo hoy mismo a trabajar. Así que deséame suerte.

-No la necesitas. Estoy seguro de que vas a hacerlo genial.

Me sonríe de forma muy tierna.

A través del cristal frontal diviso la fachada anaranjada de un instituto y a varios grupos de estudiantes dirigiéndose hacia la entrada al centro, charlando y riendo animadamente. Apoyo mi brazo flexionado sobre la repisa de la ventana y confío mi mentón en la palma de mi mano. En ese instante le permito a mi mente el privilegio de divagar, de perderse entre preocupaciones y miedos, hasta tal punto de ponerme prácticamente a temblar por los nervios. Puedo sentir como un cosquilleo nace en mi estómago y encoge la zona del pecho. Por no hablar del sudor frío que se forma en mis manos. Odio esa sensación de tener las palmas humedecidas. Asi que deslizo mis manos por mis vaqueros con el fin de hacer desaparecer el sudor frío.

-Oh, no- dice mi madre con voz preocupada-. No vayas a abandonarnos ahora, por favor, un último esfuerzo.

El motor comienza a hacer sonidos sospechosos y del capó comienza a escapar un leve humo grisáceo. El vehículo empieza a dar volantazos bruscos y a ralentizarse progresivamente hasta acabar detenido justo delante de la puerta del instituto. Miro a mi madre, quien intenta, en vano, poner en funcionamiento el motor del coche.

-Joder- se queja, poniendo sus codos sobre el volante y cubriéndose la cara con las manos.

-Mamá, no te preocupes, me bajaré y empujaré el coche desde atrás.

-No te preocupes, Benjamín. Lo último que quiero es que tus compañeros de clase tengan un motivo por el que reírse los próximos días.

-Quiero hacerlo. Además, fuiste tú quien me dijo que ser diferente es ser original. Y yo quiero que me quieran por la persona que realmente soy.

-Está bien. Pero antes de bajarte, ¿me das un beso de despedida? ¿o tal vez debería irme tras despedirme con un "que tengas un buen día"? Hace mucho que dejé de estar en la misma onda que los jóvenes, así que ando un poco perdida con respecto a las nuevas tendencias.

-Un beso sería genial para empezar el día.

Mi madre me envuelve con sus brazos y deposita un beso en mi frente.

-Suerte en el primer día de clase. Y ya sabes nuestra norma: hacer oídos sordos a los comentarios que están totalmente fuera de lugar. Ni por asomo te detengas un segundo a pensar en las cosas que puedan decirte. Tú vales mucho más que eso, Benjamín.

-Espero que te vaya muy bien en tu primer día de trabajo. Te lo mereces.

Me incorporo al exterior, rodeo el vehículo, situándome en la parte trasera, apoyo mis manos en el maletero e inclino mi cuerpo ligeramente hacia adelante. A continuación comienzo a hacer fuerza tanto con los brazos como con las piernas, consiguiendo mover el coche. Helena se despide de mí tras sacar la mano por la ventana y agitarla momentáneamente.

Camino por el sendero rodeado de césped hacia la entrada del instituto, siendo consciente de como los estudiantes me señalan con sus dedos índices y bromean acerca de lo sucedido a mis espaldas. Para evitar oír sus burlas decido ponerme los cascos azules que llevo en la mochila y poner mi canción favorita -Imagine-, evadiéndome por unos minutos de la realidad tan incómoda que acude a mí proveniente de todas direcciones.

Logro abrirme paso entre la multitud de estudiantes que yacen aglomerados en el pasillo adornado con taquillas azules a cada lado, dejando algunos fragmentos de pared libres con motivo de la existencia de puertas que conducen hacia las respectivas aulas.

Me detengo junto a un tablón de anuncios en los que se pueden apreciar los diversos módulos medios y superiores que puede ofrecer el centro, así como el listado con los nombres de los integrantes de cada uno de ellos. Atisbo mi nombre y apellido en la sección correspondiente a módulo superior de informática. Al parecer, nuestro tutor es un hombre llamado Alfred Marshall y el número de aula es la dos mil ciento catorce.

Me dejo guiar por la ola de estudiantes que se me echa encima, desembocando en unas escaleras que conducen a la segunda planta. Sigo a un chico de cabellera rubia y aspecto petulante, vestido con una camisa celeste y unos vaqueros grisáceos, que me lleva al aula asignada.
Me adentro en el interior de la estancia, divisando una gran cantidad de pupitres unidos los unos a los otros, formando largas mesas. Una idea original para fomentar el compañerismo en el aula. Aunque la existente cercanía al resto de alumnos no va a evitar que el comienzo de un nuevo año se me haga un mundo.

Los comienzos nunca fueron fáciles. Esa es una de las razones por las que me echo a temblar con tan solo oír la palabra. Comienzo significa algo nuevo, desconocido, para lo que no estamos preparados. Es sinónimo de aportar nuevas experiencias a nuestras vidas, bien favorables, convertidas en maravillosos recuerdos, o en errores de los que aprender, y a juzgar por mis vivencias, debo admitir que han abundado estos últimos.

Tomo asiento en la primera fila junto a un chico que charla animadamente con su amigo. Al ser consciente de mi presencia decide orientar su cuerpo hacia la dirección en la que está situado su compañero de travesuras, dándome completamente la espalda.

<<No permitas que te influya, no permitas que te influya>>

A mi otro lado se sienta el chico de aspecto petulante que vi con anterioridad, al que seguí como un perrito faldero hasta el aula. Menea la cabeza, dejando que la inesperada corriente de aire que se ha levantado se encargue de agitar su cabellera dorada. Además, se pasa constantemente la mano por el pelo, en un intento de mantener un aspecto impecable. Las chicas que se sitúan en la fila que se encuentra justo detrás nuestra suspiran al verle hacer ese gesto. Al parecer les resulta atractivo lo que a mí me parece vomitivo.

-Has tenido un problema con el coche, ¿eh?- me da un golpecito con su brazo. ¿Por qué motivo tiene que hacer eso y tan fuerte?-. Qué mala pata. Si me hubiera pasado algo por el estilo, habría corrido a esconderme. Qué vergüenza.

-No considero vergonzoso ofrecer ayuda- defiendo.

-Dime... -le hago saber mi nombre- Benjamín, ¿Qué te ha impulsado a inscribirte en un módulo de informática?

-Me he propuesto ir coleccionando experiencias hasta descubrir qué quiero ser realmente el día de mañana.

-Eso está genial, Bartolomé.

-Benjamín- le corrijo.

Hace un gesto con la mano, restándole importancia.

-Por cierto, voy a darte el número del mecánico al que acude mi padre cuando necesita realizar comprobaciones rutinarias del estado del vehículo- me tiende una pequeña tarjetita blanca-. Aunque, no sé si tu familia puede permitírselo. Lo cierto es que es uno de los mejores mecánicos de la ciudad, hace un trabajo increíble.

-Gracias, pero creo que podemos elegir un mecánico adecuado a nuestras necesidades. Ya sabes lo que dicen, es más importante la calidad que la cantidad.

Sonríe de forma forzada y vuelve a guardar la tarjeta.

-Bueno, Benji, cuéntame un poco de tu vida. ¿Tienes novia? ¿Qué sueles hacer para divertirte los fines de semana?

-No tengo novia.

-¿Habéis roto hace poco?

Niego con la cabeza, avergonzado.

-Nunca he tenido novia.

-Así que nunca te has enamorado. Vaya. Eres una caja de sorpresas, Benny- permanece inmóvil unos segundos, pensativo, acariciándose la barbilla-. ¿Cómo es posible que no te hayas enamorado? O al menos estado en una relación.

-Quiero esperar a la chica indicada.

-¿Por qué esperar a la indicada cuando puedes divertirte con las equivocadas? Mira a tu alrededor, Buster, hay decenas de bombones esperando a ser devorados. ¿Vas a resignarte a rechazarlos a todos ellos por esperar a alguien que puede que jamás llegue?

Le fulmino con la mirada.

-Somos muy diferentes en ese aspecto.

-No te preocupes, Ben, mientras tú esperas a tu Julieta yo voy a disfrutar por ti del resto de chicas. Ah, por cierto, ¿qué decías que hacías los fines de semana?

-Suelo estar en mi habitación escuchando canciones de John Lennon, leyendo algún buen libro, jugando al ordenador.

-¿John Lennon? ¿ese tío no la palmó hace tiempo?

-Era, es y será uno de los mejores cantantes que han podido existir.

-Pues a mi me parecía que estaba drogado la mayor parte del tiempo.

-¡No hables así de él!- grito, poniéndome en pie y dándole un manotazo a la mesa-. ¡John no era un vulgar drogadicto!

Ethan muestra sus palmas en señal de defensa.

-¿Qué ha sucedido, chicos?- pregunta Alfred.

-Ha mancillado el nombre de John Lennon.

El profesor deja ver una expresión de asombro y mira a Ethan.

-Ethan, le debes una disculpa a Benjamín.

-He dado mi opinión que, por cierto, no coincide con la suya, ¿debo disculparme por dar mi punto de vista?

-Has hecho una afirmación que ha herido los sentimientos de tu compañero. Lo correcto sería pedir perdón para afianzar el vínculo.

-Está bien- dice al fin, suspirando y pasándose la mano por el pelo-. Lo siento mucho, Benjamin, no era mi intención herir tus sentimientos.

-Mucho mejor- el profesor le da una palmadita en el hombro a su alumno y se marcha hacia su escritorio tras guiñarme un ojo a modo amistoso.

-Acepto tus disculpas si prometes no volver a hablar mal de John Lennon en mi presencia- persuado, aún disgustado por lo que acaba de pasar.

Asiente, riendo ampliamente y dándome sendas palmaditas en el hombro.

-Vamos a hacer buenas migas, Benjamín. Por cierto, ¿te apetece venir luego a jugar al baloncesto conmigo y unos colegas?

-Vale- contesto, encogiéndome de hombros.

El profesor se presenta ante la clase e informa acerca del horario y de los profesores que van a impartir las diversas asignaturas que se dan en el módulo. Incluso nos da a conocer las fechas de los exámenes finales de todos los trimestres, hecho que causa que los alumnos bufen y se quejen respecto al poco tiempo libre que van a tener de ahora en adelante. Alfred, nuestro tutor, nos invita a conocer las instalaciones, ofreciéndonos una visita guiada por él mismo, conduciéndonos a sitios tales como el aula de informática, el salón de actos, secretaría, la cafetería e incluso los servicios. Cada aula que visitamos es inmensa y nos aporta buenas vibraciones debido a los tonos tan alegres de las paredes y el mobiliario, y la actitud tan optimista de los profesores y alumnos. Es difícil no contagiarse por la dicha que se apodera del ambiente.

-Mañana comenzaremos a utilizar los ordenadores. Haremos uso de algunas aplicaciones informáticas. No os preocupéis, empezaremos por algo sencillo como artes gráficas- informa el tutor en cuanto llegamos a la puerta principal del instituto, la cual conduce a un patio adornado con arbustos y caminos de albero orientados hacia la carretera-. Hasta mañana. Que paséis una buena tarde.

-Igualmente- añado.

El profesor me dedica una sonrisa de agradecimiento y se marcha en dirección a las escaleras que conducen hacia la segunda planta, portando un maletín de color marrón en su mano, donde contiene todas las carpetas relacionadas con el temario que debe impartir en cada clase. Salgo al exterior con tantas ganas por pasar una tarde con mis compañeros de clase que ni siquiera logro acordarme del incidente sucedido esta mañana. Localizo a Ethan junto a un coche con sus amigos, todos desconocidos para mí. No me acuerdo de haber visto ninguna de sus caras con anterioridad, así que supongo que somos oficialmente extraños.

-Aquí está mi amigo Benjamín- anuncia Ehan.

Sus colegas sueltan una risita y me miran.

-Así que te apuntas a jugar un partido de baloncesto- añade un chico de piel morena y cabello color azabache rizado, que le llega a la altura de su mandíbula-. Soy Lamar.

-Mi nombre es Benjamín Clarke.

-Muy bien, Benjamín, dime, ¿se te da bien el baloncesto?- pregunta un joven de pelo castaño y cejas pobladas, con rasgos muy varoniles.

-¡Harry!-exclama Ethan-. ¿Qué importa eso? Lo único que debe importarnos ahora es que vamos a divertirnos, ¿verdad. Ben?

Me da una fuerte palmadita en la espalda y no puedo evitar inclinar ligeramente mi cuerpo hacia adelante.

-Bueno, ¿a qué esperamos? Vayamos al polideportivo- propone Ethan, colocándose al volante y haciéndonos una seña para que nos subamos a su coche.

-Este coche es increíble, tío- admite Lamar impresionado-. Te habrá costado una pasta.

-Mis padres están divorciados. Es una ventaja tener como padre a un famoso actor de cine. Puedo sacarle todo el dinero que quiera con tan sólo comerle la oreja con palabras vacías.

Frunzo el ceño ante su perspectiva de ver las cosas. No creo que tener una familia dividida pueda tener algún tipo de ventaja y mucho menos teniendo a un padre millonario. No debe ser fácil ser reconocido como el hijo del prestigioso actor de cine, no te da libertad para ser tú mismo. Estás condenado a que tu nombre aparezca en todas las revistas e incluso que violen tu intimidad. Además, no creo que ganarse el dinero de tu progenitor sea más importante que ganarte su cariño. El dinero no compra la felicidad y mucho menos el amor. Es por esa misma razón que tenemos que salir ahí afuera a perseguir nuestros sueños y luchar por aquello que queremos y sobre todo, por aquello en lo que creemos realmente. Esa es la parte difícil. Lamentablemente no todo el mundo está dispuesto a exponer su piel, a sabiendas de poder recibir posibles heridas durante el camino hacia la cima.

-Ya hemos llegado.

Detiene el vehículo junto a un polideportivo cubierto, de fachada blanca y adornadas con carteles que anuncian las diversas actividades deportivas que puede ofrecer. Camino hacia el frente con cierta inseguridad. La realidad es que nunca antes he jugado al baloncesto. En el colegio solía poner excusas para no hacer deporte. Le tenía un miedo irracional a fracasar y decepcionar a todos los de mi alrededor. Supongo que esa es una de las razones por las que mi inseguridad continúa latente. Siempre he tenido miedo a dar la cara. He estado tanto tiempo refugiado en mi propia burbuja, a salvo de los prejuicios del mundo exterior, que ahora temo salir a la luz y demostrar quién soy realmente por miedo a volver a salir herido. Estoy cansado de que todo el mundo se aleje de mí en cuanto me conocen realmente. Me gustaría hacer amigos de verdad, de esos que me acompañen durante todo el camino sin importar las adversidades.

Entramos en el polideportivo y nos desviamos hacia un vestuario, donde sustituimos nuestra ropa cotidiana por una más deportiva, ideal para la ocasión que se presenta. Ethan y sus amigos deciden cambiarse en compañía, sin importarles lo más mínimo quien pueda verles. Yo, en cambio, opto por refugiarme tras una pared para vestirme con el chándal. Me incomoda que ojos desconocidos observen mi cuerpo. No estoy precisamente en forma. Y cuando la gente me mira siento que están pensando <<oh, mira ese gordito, ¿Cuántos dulces se habrá comido a lo largo del día?>>. No es agradable tener esa vocecita en mi cabeza, recordándome esa frase constantemente.

Abandono los vestuarios y me encamino hacia la pista de color anaranjada, donde hay dos canastas enfrentadas desde la lejanía, de redes metálicas. Mis compañeros están en el centro realizando un calentamiento previo para evitar lesionarse durante el partido. Así que decido seguirles la corriente, estirando uno de mis brazos, colocando mi mano en el codo, para mantener la postura. Luego procedo a mover la cabeza de un lado a otro, provocando que mis vértebras crujan.

-¿Preparados?- pregunta Harry.

-Estoy más que preparado para darte una paliza- bromea Lamar, lanzándole la pelota de baloncesto al chico castaño, que la atrapa riendo.

-Juguemos dos contra dos- propone Ethan-. Benjamín y Harry jugaréis juntos, y Lamar y yo formaremos el equipo contrario.

Asentimos.

Los jugadores se dispersan por el campo a gran velocidad, haciéndose señas entre sí para pedir el pase de la pelota o bien para emitir alguna queja con respecto a alguna falta. Corro hacia el frente, dirigiéndome hacia la canasta, levantando mis brazos y agitándolos, haciéndole entender a Harry que estoy preparado para recibir el balón. Pero este no me lo pasa. Se limita a seguir avanzando por la pista, esquivando a sus jugadores del equipo contrario, acortando la distancia que le separa de la canasta. Cuando se encuentra lo suficientemente cerca, encesta la pelota en la canasta, la recoge y me la lanza.

Corro detrás del balón, sintiendo como el sudor se apodera de mi frente y humedece mi cabello cobrizo, consiguiendo que parte de él se adhiera a mi frente. Mi camiseta gris también está comenzando a sufrir las consecuencias de la sudoración, ya que una enorme mancha oscura ha aparecido en mi espalda, anunciando que mi cuerpo intenta liberar calor. Aún así ignoro este hecho y continúo avanzando todo lo rápido que soy capaz. Decido dar un salto para lanzar el balón en dirección a la canasta en cuanto me separa de ella escasos metros. Todo parece ir sobre ruedas hasta que me hallo en pleno aire, cuando siento como un cuerpo fuerte impacta contra el mío, haciéndome perder el equilibrio y precipitarme hacia el suelo.

Al impactar contra el suelo de la pista mis gafas se clavan a la altura de mi sien, marcándolas e incluso dejando esta zona dolorida. Me incorporo, tomando asiento en el suelo, recolocándome las gafas con ayuda de mis dedos, y poniéndome en pie, a pesar de tener los músculos agarrotados por el esfuerzo y el cuerpo dolorido por la caída.

Vuelvo a ponerme en pie y sigo jugando, fingiendo no estar agotado. No quiero que piensen que me rindo en el primer asalto. Me hago con el balón en cuanto tengo oportunidad y de nuevo intento acercarme a la canasta, aunque el resultado que obtengo sigue sin ser favorable. Caigo una vez más al suelo, siendo empujado por otro compañero. Aún así me repongo y lo intento otra vez, consiguiendo ganarme otra caída, favorecida por una zancadilla hecha por parte de Harry.

-Se acabó el partido- anuncia Ethan-. Hemos ganado. La próxima vez lo harás mejor Harry. Hoy no era tu día de suerte.

-Por un par de puntos- apunta el aludido.

-¿Qué os parece si vamos a tomarnos algo?- sugiere Lamar.

Ethan deposita la mano en el hombro de su amigo.

-Es por eso por lo que eres mi mejor amigo.

Se marchan hacia el vestuario, dejándome atrás, recuperándome de los golpes que me he llevado. Palpo mi brazo, donde hace pocos minutos acaba de aparecer un hematoma de tono violáceo, y suelto un pequeño grito de dolor. Con ayuda de mis manos me pongo en pie y camino hacia un armario blanco, donde guardo la pelota de baloncesto. Luego continúo caminando hacia el frente, con el propósito de llegar al vestuario, sustituir el chándal por mi ropa de antaño y marcharme a casa para encerrarme en mi habitación y llorar por haber sido objeto de burlas una vez más.

Tomo asiento en un banquillo del vestuario solitario. Mis compañeros se han marchado y ni siquiera se han despedido de mí. No han tenido la consideración de preguntar qué tal estoy. Simplemente se han marchado, dejándome atrás olvidado, pasando por alto totalmente el hecho de que soy humano y tengo sentimientos, por mucho que me esfuerce en mantenerlos en secreto.

Me pongo la camiseta de John Lennon que llevaba puesta con anterioridad y los vaqueros que suelo utilizar casi a diario por ser mis preferidos. Dejo el chándal perfectamente doblado en el interior de una bolsa que hay sobre el banquillo, la cierro y tomo asiento junto a ella. Desde mi posición puedo observarme en un espejo que hay justo enfrente. Veo a un chico lleno de inseguridades, ansioso por encajar en la sociedad y encontrar su sitio en el mundo.

Sin saber muy bien porqué comienzo a llorar desconsoladamente, enturbiando la visión que tengo del chico que se refleja en el espejo, quien acaba de ponerse en pie y golpear el espejo, haciéndose daño en los nudillos. Envuelvo mi mano derecha con la izquierda en un intento de calmar el dolor que siento ante el golpe y camino de un lado a otro del vestuario, gritando, intentando que mis gritos acallen a las voces de mi cabeza.

-Sólo quiero que me quieran por quien soy- sollozo en voz alta, apoyando mi espalda en la pared de cerámica vidriada y deslizándola por ella hasta quedar sentado en el suelo, con las piernas flexionadas y los brazos descansando sobre mis rodillas-. Ojalá alguien me conociese de verdad.

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