Deseo de cumpleaños
Alicia
El sonido insistente de mi despertador perforó la tranquilidad de la mañana. Entre un gruñido y un suspiro, extendí mi brazo perezosamente para apagarlo. Otra noche más viendo ese K-drama que me tiene obsesionada, frustrada y emocionalmente agotada. Suspiré. No aprendía.
Antes de poder volver a caer en los brazos de Morfeo, la puerta de mi habitación se abrió con un crujido casi imperceptible. Al principio, los pasos parecían cautelosos, como si quien entraba intentara no despertarme. Pero luego oí risas ahogadas y susurros que arruinaron todo el efecto.
De repente, la melodía de una guitarra rompió el silencio. Una, dos, tres voces comenzaron a cantar... las mañanitas. Pero no cualquier versión. ¡Era la de Cepillín!
—¡Felicidades, mi amor! —dijo mi madre con una sonrisa radiante.
—¡Felicidades, princesa! —exclamó mi papá, envolviéndome en un abrazo que casi me deja sin respiración.
—Ya estás vieja, enana, y con unas cuantas canas —añadió mi hermano León con su típica sonrisa burlona.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Sí, éramos una familia un poco extraña, pero muy unida. A pesar de sus bromas y ocurrencias, sabía cuánto me amaban, y yo los amaba igual.
Después de agradecerles entre bostezos, finalmente me levanté y me dirigí al baño, sintiendo el frío del suelo contra mis pies descalzos.
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Más tarde, me encontré en la mesa del comedor, tratando de no caer de cara sobre mi plato de desayuno. El sueño todavía me vencía, pero hice todo lo posible por mantenerme despierta. Después de todo, hoy era mi cumpleaños, y eso significaba un día sin responsabilidades. Más tarde, algunos amigos y familiares vendrían a celebrar conmigo.
—¿Por qué estás tan desvelada? —preguntó León, mirándome con una mezcla de curiosidad y diversión. Antes de que pudiera responder, levantó una mano para detenerme—. No, espera, no lo digas. Seguro estabas viendo esa serie rara que siempre te deja protestando.
Mala idea provocarme.
—Es que Jan Di me cae mal —empecé, con la pasión característica que solo un fanático puede entender—. ¡Entiendo que quedó maravillada por el "príncipe blanco"! Yo también quedé maravillada. Pero no había razón para tratar así al pobre "rulo".
León me miró incrédulo, mientras mi hermana mayor apenas contenía la risa.
—¡Sabiendo que Ji Hoo estaba pasando por un mal momento, va y lo consuela como si fueran amantes! —continué, agitando las manos como si estuviera en un debate—. ¡Mientras tanto, Jun Pyo organizaba todo un viaje para ella!
León no podía más y empezó a reír a carcajadas.
—Siempre terminas igual, enana —dijo entre risas.
Nunca me gustó que Jan Di fuera tan indecisa. Indirectamente jugó con los sentimientos de dos chicos, y eso me frustraba. Esos cuatro chicos merecían chicas valientes, decididas e inteligentes, no alguien que no sabía lo que quería.
El resto del día pasó entre bromas con León y un par de episodios más de Miracle, un K-drama que, para variar, me estaba dejando con ganas de tirar el control remoto a la pantalla.
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Cuando llegó la noche, nos dirigimos al local donde sería mi fiesta de cumpleaños. El lugar estaba lleno de música, risas y muchas caras conocidas. Me sentí agradecida con mis padres, que habían insistido en organizar todo a pesar de mis intentos de pagar por mí misma. Ellos insistieron: "Hoy es tu día. Déjanos consentirte."
Las horas pasaron entre abrazos, fotos y una montaña de regalos. Todo fue perfecto, desde la decoración hasta los juegos que mis amigos organizaron para amenizar la noche. Cuando finalmente volvimos a casa, sentí el agotamiento acumulado del día, pero también una extraña sensación de felicidad.
En mi mesita de noche había un pequeño pastelito con una vela y una nota. Sonreí. Sabía que era idea de León. Siempre tenía un detalle especial escondido bajo su actitud de hermano burlón.
Tomé el pastel en mis manos, cerré los ojos y soplé la vela. Un deseo salió de lo más profundo de mi corazón: una imagen de cuatro chicos, risas y un mundo lejano que solo existía en mi imaginación. Soplé... y entonces, todo se volvió negro.
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Desperté sintiendo que flotaba entre dos mundos, atrapada entre la consciencia y el sueño. Una voz cálida resonó a mi alrededor, suave y reconfortante:
—Eun-yeong, mi niña. Mi princesa, todo estará bien.
Abrí los ojos lentamente. Lo primero que vi fue una habitación inmensa, iluminada por una luz suave que se filtraba a través de unas cortinas elegantes. Las sábanas de seda acariciaban mi piel, y el aire estaba impregnado de un aroma dulce y delicado.
Miré a mi alrededor, tratando de procesar lo que veía. En una pared, un collage de fotos llamó mi atención. Había una niña preciosa junto a una pareja joven, y muchas más fotos con un anciano que irradiaba ternura y sabiduría.
Un dolor agudo atravesó mi cabeza, y con él llegaron recuerdos que no eran míos. Recordé la vida de la niña de las fotos, su pérdida, su dolor, y la forma en que había crecido cuidando a su abuelo, Pak Dayun.
Miré al borde de la cama y vi un pastelito con una vela apagada, junto a una nota. Mi corazón dio un vuelco al recordar mi deseo. ¿Había sido esto obra del pastel?
Antes de que pudiera leer la nota, la puerta se abrió con un suave crujido. Un hombre mayor entró, sus ojos llenos de amor y calidez.
—Eun-yeong, mi niña —dijo con una voz cargada de emoción.
Era él: Pak Dayun, el abuelo Dayun.
Respiré hondo, sintiendo cómo una mezcla de miedo y emoción se asentaba en mi pecho. Estaba aquí, en este mundo, con este abuelo que ahora sabía que me amaba.
¿Qué hago ahora?
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