48. Una que me Recuerda a Ti
La breve caravana que llegaba desde el aeropuerto por el Paseo de la Reforma aminoró la velocidad, y tuvo que detenerse un momento para dar tiempo al personal de seguridad de hacer retroceder a la gente que atestaba la acera a ambos lados del ingreso para vehículos. Finalmente situaron las vallas y la caravana tuvo paso libre.
Stu vio una bandera de Slot Coin en la acera y aprovechó la breve detención para abrir su ventanilla y saludar a la gente, que le respondió a gritos, agitando las manos y sus camisetas con la moneda blanca.
En el momento en que su SUV cruzaba el acceso, la mirada de Stu quedó cautiva de una mujer cerca de la valla, bajo los mismos arcos del hotel. Vestía un ligero vestido blanco por encima de la rodilla y llevaba el cabello oscuro recogido en una cola tirante y alta, con mechones que caían a enmarcar su rostro con gracia. Sus ojos se encontraron por un instante y el rostro de la mujer se iluminó con una sonrisa, como si lo reconociera. La SUV la dejó atrás en cuestión de segundos.
Stu ahogó un suspiro, porque esa mujer le había recordado tanto a C que bien hubiera podido ser ella. Si ella estuviera en México, claro, no siete mil kilómetros al sur. Y salvando las diferencias de estilo, por supuesto, porque ella jamás saldría a la calle con ese solero veraniego y sandalias, ni ese peinado, ni esos pendientes vistosos, coloridos.
Melody y Elizabeth se dedicaron a corretear por la recepción bajo la mirada atenta de Ashley, mientras Sophie le daba a Stu la tarjeta de su suite, le explicaba cómo llegar y le señalaba el sector del jardín donde se reunirían una hora después.
Stu vio a Brian supervisando la descarga de su equipaje y se le acercó, dándole un momento a Ashley para traer a las niñas hacia los elevadores, porque estaban deslumbradas por las escaleras de mármol.
"No saldremos hasta mañana," le dijo a su custodio. "Así que tómate el resto del día libre."
"Sí, señor Masterson," asintió el guardaespaldas con su seriedad habitual.
Stu subió a un elevador con sus hijas y los Finnegan. El resto de Slot Coin y sus acompañantes no tardaron en seguirlos rumbo a sus respectivas habitaciones. Brian se demoró hasta cerciorarse de que el personal del hotel tenía el número de suite correcta para subir el equipaje de Stu, tomó su bolso y se encaminó a los ascensores.
Presionaba el botón de su piso cuando oyó voces que se acercaban desde la recepción. Brian frunció el ceño. Hablaban en español, y él conocía ese acento inconfundible. La puerta se cerró antes de que él atinara a asomarse, aunque alcanzó a ver al grupito: un adolescente corpulento que caminaba hacia atrás, filmando a un hombre joven que cargaba con una guitarra colgada al hombro y dos mujeres.
El custodio sacó su teléfono, pero no tenía red en la cabina. Y cuando bajó del elevador ya no la precisaba, porque en todos los pisos en los que se alojaban participantes del Festival por el Golfo, colgaba un póster enmarcado con el logo del evento y los nombres de las bandas participantes al pie.
Jimmy ya estaba en la habitación que compartirían y advirtió de inmediato su expresión abstraída.
"¿Ocurre algo?" preguntó, cambiando sus sobrios pantalones de vestir por unas bermudas cargo, más frescas y cómodas.
"¿Recuerdas la chica argentina que tanto te había gustado el año pasado?"
"Claro que sí. Elo, la tecladista de la novia de Stewie."
"Entonces estás de suerte, porque creo que acabo de verla."
Las niñas estaban encantadas con el amplio balcón, como un patio privado, al que se abrían la suite de Stu y la de los Finnegan en el segundo piso, pero se olvidaron de todo tan pronto Ashley mencionó la piscina. Pocos minutos después se iban las tres, dejando a Stu solo frente al ventanal abierto y el balcón vacío.
Stu oyó el rumor de la gente allá afuera, en la calle, y ahogó un suspiro al recordar la visión fugaz de esa mujer que le recordara a C. Si tan sólo hubiera podido tener la esperanza de que fuera ella. Escuchó llegar a Finnegan cruzando el balcón pero lo ignoró.
"¿Adónde vas?" alcanzó a preguntarle el guitarrista al verlo cruzar la sala a paso de carga hacia la puerta.
"A hablar con Sophie," replicó Stu sin detenerse.
"Pero nos reuniremos con ella en quince minutos."
Stu apenas se detuvo en el umbral para decir, "Es un tema personal." Y salió.
Finnegan rió por lo bajo, meneando la cabeza, y sacó su teléfono del bolsillo para escribirle a Sophie, en el caso poco probable de que la HAL 9000 que Sophie tenía por cerebro hubiera olvidado lo que hablaran en San Francisco.
Para sorpresa del guitarrista, Sophie y Norton no habían tenido ningún inconveniente en sumarse a la conspiración, con él y O'Rilley, para secundar a C en su plan de sorprender a Stu.
Norton, sin embargo, no había ocultado su desconcierto al escucharlo.
"¿No lo sabe?" había preguntado, señalando el poster enorme del Festival que colgaba en la oficina de Sophie hacía un mes, con la grilla completa de bandas participantes.
No obtuvo respuesta, porque los otros tres rieron hasta que las lágrimas corrieron por sus mejillas.
En la planta baja, en una esquina del jardín bajo los arcos coloniales, protegidos del sol de agosto, Sophie y Stu conversaban. Ella lo escuchó muy seria y hasta revisó su tablet antes de asentir.
"No hay inconveniente, Stu. No tenemos nada hasta el tercer fin de semana de septiembre," dijo. "¿Quieres que te haga reservaciones? ¿Cuándo quieres viajar?"
Stu no respondió de inmediato. Era un día agitado en el hotel, con la llegada de cuatro bandas americanas de primera línea, y numerosos grupitos de personas relacionadas con el Festival cruzaban el jardín en todas direcciones. A pesar del movimiento, la vegetación del jardín estaba tan bien dispuesta y era tan exuberante que desde la mesa apenas veían pasar a la gente.
Sin embargo, oyeron con claridad varias voces fuertes que llegaron a sentarse en otro sector del bar, tras varios arbustos tropicales y un arbolillo. Hombres jóvenes que hablaban en español. Lo que distrajo a Stu fue que no sólo hablaban en español: hablaban en argentino.
"¿Stu?" terció Sophie. "¿Reservas?"
Él no ahogó el segundo suspiro que le llenó el pecho. Tres días. Bien, cuatro. No más. Tan pronto como llevara a las niñas de regreso a casa de Jen, estaría en libertad de tomar el primer vuelo que saliera de San Francisco con destino a Buenos Aires. E iría por ella.
Más voces se acercaron antes de que él tuviera oportunidad de responder. Esta vez hablaban en inglés. Reconoció el acento animado de Scott y frunció el ceño sorprendido al escuchar que los argentinos comenzaban a corear el argentinísimo "¡Olé, olé, olé, olé! ¡Slot Coin! ¡Slot Coin!" en aquel hotel de lujo tan exclusivo.
Al parecer, entre los huéspedes se contaban compatriotas de C que venían al Festival. O al menos que conocían su banda.
Lo cantaron una única vez y saludaron a los músicos alegremente. Stu se retrepó en su asiento al escuchar que sus amigos se detenían a responderles. Miró hacia atrás, pero la mesa de los argentinos permanecía tan invisible para él como antes. El mesero trayendo su Corona con limón reclamó su atención y reparó en que Sophie lo observaba, las cejas un poco alzadas, como aguardando una respuesta. ¿A qué? Oh, sí, Buenos Aires, reservas.
"Sí, por favor. Quisiera irme el mismo lunes, de ser posible. Tal vez un vuelo nocturno, como el año pasado. Y me quedaré tanto como pueda."
Ella asintió y bajó la vista a su tablet para escribir algo. Stu volvió a mirar por sobre su hombro y vio venir a O'Rilley y Norton riendo por lo bajo.
"¿Cuándo volveremos a tocar en Argentina, Sophie?" preguntó O'Rilley sentándose junto a Stu. "¿No tenemos un hueco a fin de año?"
"Sí, durante la gira de Stu en Australia," replicó ella sin alzar la vista.
"Pensé que la habías cancelado, no reprogramado," comentó Norton.
"Maldición, Stu. ¿Tendremos que esperar otro año?" rezongó el bajista.
Finnegan se les unió prendiendo un cigarrillo. "Brad estará aquí en un minuto," dijo, sentándose a la mesa con los demás.
"¿Hay argentinos en el hotel?" le preguntó Stu como al azar.
"Tú sabes cómo son. Los encuentras donde menos te lo esperas," replicó Finnegan muy tranquilo, pisando a O'Rilley bajo la mesa para que no largara la carcajada.
Stu asintió con otro suspiro, desviando la vista hacia su cerveza.
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