44. Los Erizos
Me demoré lavando el mate como para sacarle lustre a la madera, todavía tratando de recuperar la calma. ¡Estabas solo!
Eso no significa nada, me obligué a pensar. También estabas solo cuando nos conocimos, y no por eso habías llegado a sentir nada importante por mí. En realidad sólo había despejado una de las incógnitas. Y como siempre, la que quedaba podía hacer que esta primera respuesta no significara nada.
Volví a mi habitación repitiéndomelo. Lo peor que podía hacer era ceder a las maquinaciones de mis expectativas. Te encontré leyendo en tu computadora y me pregunté qué otra cosa embarazosa habrías encontrado en nuestra web.
"Estoy leyendo la traducción del reportaje que te hicieron el mes pasado para Latino Music Press," dijiste apenas viste que había regresado. "En verdad tu web es muy completa. Y bilingüe, gracias a Dios."
"Ah," murmuré, tragándome una puteada porque había sido la única vez en mi vida que me habían preguntado abiertamente por vos.
"Gracias por los elogios," agregaste muy serio, todavía leyendo. "Los mejores amigos que has tenido jamás, Ray y yo. Qué considerado de tu parte." Entornaste los párpados, tus ojos moviéndose con rapidez por el texto como si buscaras algo. "Pero nada más, a pesar de los rumores. Sólo amigos, tú y yo. Excelentes amigos."
"¿Y qué se suponía que dijera?" pregunté sin la menor animosidad.
"¿La verdad?"
A veces me olvidaba que el rey del rock es también el rey de los obtusos, y me deja reducida a una pobre aficionada. "Muy bien, la próxima vez que me pregunten, les contaré que sí, estábamos saliendo, hasta que me plantaste para echarte a tu bonita ex hollywoodense. ¿Eso es lo que quieres que diga?"
Acusaste recibo pero no diste el brazo a torcer. "Nunca me lo perdonarás, ¿verdad?" dijiste con acritud.
Traté de sonreír, no sé si lo logré. "No hay nada por perdonar, Stu. Eres libre de estar con quien se te antoje. Pero eso no cambia que aquella noche nos hiciste pagar a todos un precio muy caro por apaciguar su orgullo. A tus hijas, a mí, a ti mismo."
Bajaste la vista asintiendo. "Sí, es cierto," murmuraste. Volviste a enfrentarme con el ceño fruncido. "¿Por qué finges que no te importa con quién esté, si hace diez minutos me preguntabas si estoy en pareja?"
Eran los cinco goles que nos metió Colombia en los noventa, pero todos juntos. Me encogí de hombros con impotencia.
"Porque es la única manera de recordarme a mí misma lo que debería sentir," respondí desalentada. "Todavía eres tan importante para mí que resulta agotador, porque sigues pidiéndome que confíe, que me abra, y siempre que lo hice acabé descubriendo que lo había entendido todo mal. Aún eres gentil y afectuoso conmigo, y mi corazón es tan tonto cuando se trata de ti." Desvié la vista, o no tendría el valor de terminar. "Pero no puedo volver a arriesgarme a estar equivocada, a malinterpretarte. Porque no puedo arriesgarme a volver a derrumbarme. Ya lo he pagado demasiado caro. Y en este momento necesito mantenerme concentrada. Por primera vez en mi vida tengo la oportunidad de construir un futuro seguro para mi hijo, si juego bien mis cartas en los próximos dos o tres años. No puedo volver a perder eso de vista. Y es lo que ocurrirá si me dejo atrapar en mis estúpidas ensoñaciones porque me sonríes o tienes una palabra cariñosa para mí." Me tomé un momento para apretar los dientes y aguantar las lágrimas. "Tal vez llamarte la semana pasada fue un error. Sé por qué querías saber cómo estaba, pero al fin y al cabo fue algo que te impuse, como tantas otras cosas antes. Sentiste mi angustia y no pudiste evitar preocuparte, porque así eres. Pero en realidad no te interesaba volver a hablar conmigo, o me habrías llamado en alguna otra oportunidad durante todos estos meses."
"¿Qué? ¡No!" Tu exclamación me hizo alzar la vista sorprendida. "¡No, nena, no digas eso, por favor! Yo... Vi que estabas con Kurtie, y al mismo tiempo pareció que te habías desvanecido." Tu gesto de frustración me desconcertó. "Ya no te percibía. Intenté preguntarle a Ray por ti y me ladró como un maldito bulldog. Llámala y pregúntale, me dijo. Llámala y pregúntale. Pero pensé..." Te tocaste la frente chasqueando la lengua, tu lentitud kinestésica luchando con tu prisa por responderme. "Tú habías dicho que no querías seguir en contacto conmigo. No me querías llamando y preguntando. O lo hubiera sabido, ¿verdad?" Me enfrentaste buscando algún indicio de respuesta de mi parte, pero yo sólo podía escucharte perpleja. "Tal como ocurrió el otro día, que lo supe. Lo sabría. Pero nunca sentí nada. Soñé contigo un par de veces y nunca lograba acercarme a ti antes de que desaparecieras. Y eso fue todo. Pensé que no me querías cerca. Me habías dado la espalda e intentabas dejarme atrás. Y después de lo que te hice, no tenía derecho a reaparecer a importunarte." Tu pausa me hizo contener el aliento y tu acento bajo, intenso, no me ayudó a volver a respirar normalmente. "¿Era así? ¿Es así? ¿Ya no me quieres cerca? ¿Es por eso que ya no puedo sentirte, ni siquiera ahora, mientras hablamos?"
Tuve que tomarme un minuto entero para asimilar lo que me dijeras y tratar de poner un poco de orden en mi cabeza. Y sobre todo en mi corazón. Meneé la cabeza con lentitud, evitando tus ojos.
"Es que se estaba tornando enfermizo," respondí con lentitud. No te enfrenté, no me atreví, aunque mantenía tu cara en mi campo visual. "De pronto sólo te sentía estar con otras mujeres. Y la primera vez que estuve con Cris, lo hice sólo para que tú lo sintieras, porque estaba tan herida. Pero no podíamos continuar así." Prendí un cigarrillo. "Necesitaba espacio para mí misma, ¿comprendes? Para recuperarme y salir adelante. Saber de ti no me ayudaría, y no quería que supieras nada de mí. Entonces descubrí lo que parecía la clave de nuestro vínculo. Encontré cómo cortarlo, o bloquearlo, no lo sé. Y lo hice." Alcé la vista. "Para poder seguir adelante."
Tu expresión había cambiado conforme me escuchabas. Y no fue un cambio positivo. Daba la impresión de que te había insultado de tal forma que no podías siquiera enojarte, porque lo que había hecho era demasiado terrible para un simple enojo. De pronto me mirabas como si no me conocieras. Tu reacción me entristeció, pero era hora que supieras cómo había sido mi parte de la historia.
"Entonces todo este tiempo que confié en nuestro vínculo... En ti, y tú... Tú me lo negaste a consciencia, ¿sin siquiera decírmelo?"
"¿Y qué te iba a decir, Stu? ¿No ames tanto a tu ex que me está matando? ¿No llames a otras mujeres como me llamabas a mí, haciéndoles lo que a mí me gusta? ¿De qué otra forma iba a sobrevivir a haberte perdido así?" Suspiré apenada. "Sentí que sólo estaba echándole llave a la puerta que tú me habías cerrado en la nariz." Traté de suavizar mi tono. "No te lo hice a ti, Stu. Lo hice por mí. ¿Puedes ver la diferencia? Y en cuanto a dejarte atrás, al parecer no hice más que dar vueltas en círculos para acabar donde empecé. Porque aquí estoy, ¿no?"
"Pero ya no confías en mí," dijiste, sin atemperar la acusación. "Eso es lo que querías decir con lo de no volver a arriesgarte."
Me limité a mirarte, porque me picaba la lengua por contestarte. Te echaste hacia atrás en el sofá, alejándote de tu computadora como para apartarte de mí.
"¿Entonces qué sentido tiene, nena? ¿Para qué quieres que hablemos claro si no confías en mí?" Miraste al techo como si le hablaras. "Nunca creí que estaríamos en esta situación." Como el techo no respondió, volviste a enfrentarme. "¿No confías en mí, con lo bien que me conoces, con todo lo que hemos compartido? ¿Cuándo te he mentido?"
"Nunca, Stu," contesté con calma. "Pero la verdad jamás le ha ahorrado dolor a nadie. ¿Quién lo sabe mejor que tú? Y a pesar de que sé que no mientes, no es sencillo lograr que des respuestas claras. Y eso..."
"¿Quieres que sea claro?" exclamaste, interrumpiéndome por primera vez desde que nos conociéramos, y volviste a inclinarte hacia la computadora. "¿Sabes lo que significa para mí volver a hablar contigo? Es volver a sentirme completo, nena. Es descubrir que soy capaz de volver a sentir, a tener esperanzas. La otra noche, cuando me llamaste por primera vez, fue como si hubieras encendido un sol aquí dentro, en mi casa y en mi alma. Esta luz tan cálida que siempre derramas en mi vida, que me colma, que me envuelve, para que yo pueda darle un descanso a mi corazón."
Me acodé en el escritorio mientras hablabas y me cubrí los ojos, superada por la sorpresa y por la emoción. Y sin siquiera proponérmelo, busqué recuerdos de invierno y nieve. Para que sólo fueras una voz, mientras yo intentaba por todos los medios recuperar un poco la calma.
"Aquí estás, nena," decías, haciéndome estremecer con tu intensidad y tu dulzura. "Como salida de uno de esos sueños que jamás dejé de buscar noche a noche desde que nos separamos. Tus ojos, tu voz, tu sonrisa. Y desearía tanto poder abrazarte en este momento, nena. Abrazarte fuerte y cuidar de las heridas que yo mismo te causé, acariciar cada cicatriz en tu corazón hasta que pueda hacerte reír otra vez."
Deseaba con todas mis fuerzas que no te callaras nunca, salvo para materializarte a mi lado y besarme. Seguí respirando hondo y aferrándome a mis imágenes de nieve, luchando a brazo partido con el terror de que tu vena poética pintara en tus palabras colores que no reflejaran tus verdaderos sentimientos por mí.
"Mírame, nena," susurraste. "Estás tan lejos. Permíteme al menos ver tu cara."
Obedecí, por supuesto, sin advertir mis propias lágrimas hasta que te vi fruncir el ceño.
"¿Estás llorando?" inquiriste, llevándote una mano al pecho donde nada te indicaba mi llanto. "Dios, nena, ¿cómo podremos volver a acercarnos, viviendo tan lejos, si sigues cerrada a mí?"
Solté un suspiro tembloroso. "¿Tal vez como hace el resto de la gente? ¿Construyendo una confianza que puedan compartir? No porque no pueden ocultarse nada el uno al otro, sino porque no tienen nada que ocultar."
"Pero me ocultas tus sentimientos," me reprochaste.
Se me escapó una risita entrecortada. "Es tu turno de creerme, Stu. En este momento tengo tal revoltijo de emociones, que no querrías percibir ninguna."
"Me gustaría juzgarlo por mí mismo," gruñiste.
Suspiré, apenada pero decidida. "Lo siento, Stu, pero no puedo. Tal vez con el tiempo."
Lo que menos esperaba era que asintieras con esa sonrisa llena de ternura. "Entiendo, nena, no te preocupes. Si es lo que necesitas, esperaré. Esperaré cuanto sea necesario para que vuelvas a abrirte a mí."
Intenté hablar, pero estaba demasiado abrumada por tu respuesta.
"¿Cuándo puedo volver a llamarte?" preguntaste con suavidad. Sí, por esta noche ya habíamos dicho más que suficiente.
"¿El jueves?" respondí, preguntándome si tres días me alcanzarían para recuperarme de esta charla.
"Muy bien. El jueves, entonces," asentiste, todavía sonriendo con ternura. "Dime, si te busco en sueños, ¿crees que podré encontrarte?"
"No lo sé. El lunes nos encontramos, ¿verdad?"
"Es cierto. Entonces te buscaré."
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