40. Un Poco de Nada
Esa noche esperé con ansiedad que se hiciera hora de llamarte, y se me vino el alma al piso cuando vi que no te conectabas a Skype. Traté de distraerme en los foros coiners que aún frecuentaba mientras subía el video. Y de pronto me encontré mirando sin ver una foto tuya, la cabeza sitiada por un ejército invencible liderado por una única pregunta: ¿y si te estabas viendo con alguien?
Dracarys.
Sabía de sobra que no te hace bien estar solo. ¿Y esperaba que en todos estos meses no hubieras empezado a salir con nadie?
En un instante mi pesimismo rindió la ciudad y le abrió las puertas de par en par a mi sarcasmo. Fueron tan considerados de visitarme en mi calabozo de prisionera de guerra para charlar un rato, si seré afortunada.
Porque hasta ahora había jugado como si fuera local, muy segura de tener la vaca atada. Pero, ¿y si no te conectabas porque te había pintado algo más entretenido? Algo como una cena para dos. ¿Y si no aparecías esa noche, ni en los días siguientes? ¿Qué iba a hacer entonces? Yo y mis certezas de manteca. ¿Y si el único lugar que me quedaba en tu vida era el de amiga virtual para cuando no tuvieras nada mejor que hacer? Por algo ni siquiera habías buscado besarme en el sueño del lunes a la noche.
La llamada entrante vino a rescatarme y escapé de mi calabozo a todo correr. A mis espaldas, mi pesimismo y mi sarcasmo prometían una fiesta inolvidable para agasajarme apenas volviera a quedarme sola.
"¡Hola, nena!" saludaste con acento animado. "Hoy te conectaste temprano."
"Sí, tenía cosas que hacer online," respondí, tratando de sonar casual y animada como vos.
"¿Ya comiste?"
"Ordenamos pizza, pero todavía no la han traído."
"Okay, entonces me calentaré algo, así cenamos juntos."
Me quedé viendo cómo llevabas la laptop a la cocina, un poco sorprendida por tu despliegue de buen humor. Recordé la última vez que 'cenáramos juntos'. Había sido en enero. Hacía dos días que había vuelto a casa de Hawai y Nahuel acababa de irse a ver a su padre. Yo me preparaba para irme a la costa con los chicos. Habían pasado siete meses. Parecían siete años.
La imagen tembló por última vez y se detuvo en la isla de tu cocina. Te asomaste sonriendo a ver si yo seguía ahí y te alejaste hacia la heladera, preguntando cómo había ido mi semana.
Todavía perdida en lo que estaba pensando cuando llamaste, me olvidé de contarte lo del platino. Volviste con una de tus tartas gordas de pasto y la metiste al microondas en el momento exacto en que en casa sonaba el timbre. Nahuel tenía tanta hambre que casi salta por el balcón para bajar a buscar la pizza. Cinco minutos después nos sentábamos a cenar juntos, vos y yo, como en los buenos viejos tiempos.
Cuando te pregunté por tu semana, tu respuesta fue mostrarme un paquete de Amazon, todavía cerrado.
"¿Libro nuevo?" pregunté, mordiendo con ganas mi porción de pizza.
"Sí, lo recibí hace un rato," respondiste, abriendo el paquete. "En la librería me explicaron que es un clásico pero no es sencillo encontrarlo en inglés, así que tuve que comprarlo online."
"¿Y qué es?"
"Lo que me recomendaron para un primer acercamiento al... ¿cómo se llama?" Frunciste el ceño, haciendo memoria al tiempo que sacabas el libro. "Oh, sí, realismo mágico."
Me mostraste la portada y me atraganté al verla. Era Cien Años de Soledad. En nuestro sueño, lo que te había dado para recordar era el nombre del autor que había dicho que escribía para que lo quisieran: Gabriel García Márquez.
"Lo recuerdas," articulé cuando fui capaz de dejar de toser.
Asentiste, repentinamente serio. "¿Y tú?"
Asentí también, incapaz de apartar los ojos de vos. Dios, te amaba tanto. No quedaba una célula en mi cuerpo que no supiera tu nombre. ¿Cómo descubrir qué esperabas realmente de mí sin preguntártelo? ¿Cómo no sentir que me moría de sólo pensar que tal vez esto fuera cuanto podría compartir con vos?
Hablaste mientras yo luchaba por mantener la boca cerrada.
"Yo busqué este libro. ¿Qué hiciste tú con la pregunta que te dejé?" dijiste en voz baja, intensa.
"Una canción," musité sin darme cuenta.
Eso pareció devolverte el buen humor. Hiciste el libro a un lado y te llevaste a la boca el tenedor rebosante de verduras, sonriendo. "¿De verdad? ¡Excelente!" Tuviste que tragar antes de agregar, "¡Muéstramela! Me encantaría escucharla."
Reaccioné lo suficiente para menear la cabeza. "Terminemos de comer y te daré el enlace para que la escuches más tarde."
"¿Más tarde? ¿Enlace? ¿Por qué?"
"Porque la mitad de la letra es en español, de modo que te preparé un video subtitulado para que puedas leerla traducida."
Me señalaste con el tenedor. "Ésa es la excusa del cobarde. Muy bien, por esta vez te dejaré salirte con la tuya y la escucharé luego." Hiciste una pausa. "Ese lago. ¿Era tu pueblo?"
Asentí otra vez y por un momento nos dedicamos a comer. De pronto noté que me mirabas como tratando de decidir si decir algo o no. Me atajé por dentro, por miedo y por inercia. ¿Tal vez te preguntabas si contarme algo importante? ¿Como que estabas en pareja? ¿Tal vez preferías hacerlo con otra cena virtual, dos al norte y una al sur?
"¿Recuerdas lo que dijimos la semana pasada?" comenzaste con cierta reluctancia. "¿Que los dos teníamos tanto para preguntarnos mutuamente?"
Aguardé que siguieras recordando a Ana Bolena y María de Escocia. En las películas siempre las muestran apoyar la cabeza en el cepo del verdugo con tanta dignidad. Bajaste la vista con una mueca, evitando enfrentarme con la excusa de pinchar cuanta verdura pudieras con tu tenedor.
"En estos días he estado pensando en eso, ¿sabes?" dijiste. "Y más allá de alguna que otra anécdota laboral, lo que en realidad tenemos que hablar es..." Tus ojos se alzaron sin siquiera rozarme para desviarse más allá de tu computadora. Meneaste la cabeza con otra mueca. "Lo que tenemos por hablar dista de ser agradable." Por fin me miraste. "Si los dos sabemos lo que ocurrió, y por qué, ¿tiene sentido hablarlo? ¿Es realmente necesario?"
Me encogí de hombros apartando lo que me quedaba de pizza. Difícil comer con el estómago cerrado. Que justamente vos, que te gusta revisar y analizar todo, especialmente si es triste o doloroso, quisieras hacer como si los últimos seis meses no hubieran existido no era llamativo, eran las alarmas de bombardeo en medio de la noche londinense en los años cuarenta.
"¿No vas a terminar tu cena?" preguntó tu instinto paternal muy serio.
Intenté sonreír. "A fin de cuentas no tenía tanto apetito."
"¿Entonces, qué opinas?"
Que es una suerte que todavía no te haya pasado el link de la canción, así al menos me ahorro ese ridículo.
"No lo sé, Stu," suspiré. "Yo también me lo pregunto, porque no me siento en absoluto preparada para hablar de ciertas cosas. Pero, ¿cuándo lo estaré? Así que prefiero hacerlo cuanto antes."
"No hay necesidad de apresurarnos."
¿Será que todavía no le hablaste de mí y preferís hacerlo antes de presentármela?
Tal vez era retorcer demasiado tus palabras, pero esa noche no lograba interpretar de otra forma cuanto decías. Y me negaba a mantener en suspenso sobre mi cuello el hacha de esa hipótesis. Si existía, que cayera y ya. Aunque yo no estuviera a la altura de la dignidad de mis colegas Ana y María.
Sin embargo, al parecer precisaba un argumento más convincente para venderte la idea de que sincerarnos lo antes posible era lo mejor que podíamos hacer. Permití que mi desaliento asomara en mi voz.
"¿Y para qué esperar, Stu?" respondí. "Sea sensato o no, es necesario. ¿Y si luego nos damos cuenta de que en realidad ya no nos queda nada por compartir? Dilatarlo no cambiará la verdad."
"Ésa eres tú," murmuraste, sonriendo de costado al notar mi sorpresa. "Cuando algo te amedrenta, bajas la cabeza y cargas como un toro."
"¡Vaya que te has puesto galante!" me burlé, aceptando la distracción. "El lunes me llamaste torpe y ahora me comparas con un toro. El rey del rock sí que sabe halagar a una mujer."
"Lo digo con todo mi respeto y admiración," respondiste muy serio. "Ya quisiera tener tu valor para enfrentar las cosas tal como son."
Huy, sí, no sabés la gracia que me hace, estar a punto de enfrentar que sigo enamorada de vos como el primer día y al pedo. Enfrentar que volver a hablar con vos fue un error, que repuntar el bajón me va a costar horrores y que me lo tengo merecido por pelotuda.
Vos también apartaste el plato con lo que quedaba de tu pasto y prendiste un cigarrillo. Me miraste a través del humo con los ojos entrecerrados.
"¿En verdad crees que después de aclarar lo que haya por aclarar no quedará nada entre nosotros?" preguntaste a media voz. "Es una perspectiva tan triste."
Y justamente por eso vas a morder el anzuelo con ganas. Volví a suspirar. Lástima que además sea cierto.
"¿Cómo puedo saberlo? Sólo puedo hablar por mí, y no significa nada porque estoy atrapada en el laberinto de mis propias conjeturas."
"Bienvenida al club," murmuraste.
Nuestra conversación esa noche era como un vuelo para saltar en paracaídas. La avioneta vuela en círculos, esperando que saltes, y vos seguís ahí frente a la compuerta abierta, aferrado al arnés. Hasta que juntás coraje y saltás. Para darte cuenta, diez segundos irreversibles después, que te equivocaste de mochila y lo que traés a la espalda es el almuerzo, no el paracaídas. Mirás para abajo en plena caída libre y entendés que hacerte puré es el único final posible del paseo. Acá no hay sorpresas escondidas ni versión extendida. Así que mirás el cielo brillante a tu alrededor y soltás una risita demencial. Ya que te queda algo así como un minuto de vida, ¿por qué no aprovecharlo para disfrutar el paisaje?
Así que sonreí. "La otra noche, junto al lago, ¿me abrazaste?"
Tu expresión se hizo tan cálida como tu acento al responder. "Sí, lo hice."
¿Ven? Está lindo esto de ver el cielo de cerca.
"Gracias. En verdad lo necesitaba."
"Yo también."
A diez metros del suelo, mi atrofiado instinto de supervivencia se acordó de chillar.
"¿Puedo llamarte el lunes?"
No ocultaste tu sorpresa. "Sí, por supuesto."
Pero yo no pretendía despedirme tan pronto, sólo quería cambiar de tema, porque tu mirada y tu voz eran suficientes para que me derritiera ahí mismo, y pretendía conservar mi estado sólido al menos un poco más. Estrellarse hecho un flan no tiene estilo.
"Perfecto. Entonces la semana próxima haremos a un lado la charla superficial y hablaremos un poco en serio."
Reíste por lo bajo. Una de esas risitas. "Contigo no hay escape posible." Te acodaste en la isla para apoyar el mentón en tu mano sonriendo. Una imagen que disparó mis niveles de sensiblería bastante más allá del ranking Crepúsculo. "¿Estás segura de que quieres hacerlo, nena?" preguntaste en voz baja.
Lo único que quiero en este momento es besarte y hacerte el amor desde que se haga de noche acá hasta que salga el sol allá.
"No, porque no será fácil, ni agradable, pero necesito hacerlo, Stu. Necesito que pongamos todo sobre la mesa. Ser claros es la única forma de descubrir qué nos queda. Si es que queda algo."
"Siempre eres tan valiente," suspiraste con acento triste.
"Vamos, Stu, sabes de sobra que soy una maldita cobarde. Todo esto, volver a verte, a hablar contigo, es demasiado bueno para mí. Así que parece que ya encontré una forma de..." Me interrumpí al darme cuenta lo que estaba diciendo. "¡Mierda! ¿Ves? ¡Ya la estoy cagando!"
"¿Qué ibas a decir?" preguntaste, ignorando mi rabieta. "¿Una forma de qué?"
Respiré hondo y me obligué a enfrentarte. Hola, suelo, ya llegué. "De perderte. Otra vez."
Tu sonrisa al estirar una mano para rozar tu pantalla bastó para que me picaran los ojos. "Pero nunca me perdiste, nena," susurraste.
Cerré los ojos luchando por serenarme. Ya te había metido en mi escenario del lago, así que bosque. Sí, un bosque de coihues, el rumor del viento tibio de verano en las ramas, la lluvia dulce y fugaz de hojas diminutas. Tus palabras eran tanto una invitación al cielo como al infierno. Porque, ¿qué significaba que nunca te había perdido? ¿Qué significaba para vos, si habíamos pasado tanto tiempo sin siquiera hablarnos, si estábamos separados?
"Mírame, por favor." Otro susurro que me estremeció. Obedecí como siempre había hecho. "Estoy tan agradecido por esta oportunidad de que vuelvas a mi vida, nena. Te lo dije junto al lago. ¿Me escuchaste?"
Asentí apretando los dientes, pensando en el sol que se filtraba entre las ramas, columnas doradas en la penumbra del bosque, recortando en negro las siluetas de los troncos añosos.
"Aquí estoy, nena. Cometí errores terribles, pero sigo aquí. Tal como tú nunca te fuiste realmente. Por eso temo el momento de poner todo en la mesa, como tú lo llamas. Porque no quiero que ninguno de los dos salga lastimado."
A pesar de la emoción y del miedo, me descubrí sonriéndote. "Entonces mejor que la juguemos de erizos."
Frunciste el ceño hasta que recordaste la broma. Pregunta: ¿Cómo se aparean los erizos? Respuesta: Con mucho cuidado. Meneaste la cabeza riendo por lo bajo.
"De acuerdo, haremos como los erizos. Entonces creo que ahora sería el momento ideal para escuchar tu nueva canción."
"Muy bien, despidámonos como corresponde y te daré el enlace."
"¿No la escucharás conmigo?"
"Este toro torpe precisa descansar para el show de mañana."
"¡No puedes ser tan cobarde, pendeja!"
"Que descanses, Stu."
Copié y pegué el link y te hice un gesto de despedida sonriendo, como si no acabara de mandarme a mí misma al matadero. Vos seguías sonriendo de costado, sin perdonar que huyera tan descaradamente.
Te di unos segundos más, te negaste a devolverme el saludo y me desconecté.
Y abrí YouTube. Porque aunque no lo supieras, escucharíamos juntos mi canción.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top