Epílogo
Construir un tren asesino, ¿quien estaría lo suficientemente desquiciado como para pensar en tal idea retorcida?
Un esquelético y anciano hombre de postura encorvada y discursos manipuladores y predicadores que prometía un grandioso por venir para toda Escocia.
Neizbezhnaya Smert, uno de los muchos papeles a interpretar de La Muerte.
Vida eterna y el perdón de tu creador a cambio de reclamar las almas de aquellos seres inmortales y egoístas que había creado, ¿qué otra opción tenía? Tal vez Smert y Maxwell no eran muy diferentes en ese aspecto, pero si llegaba a catalogarse como injusto de todos modos ¿no? Porque, no le puedes dar tareas tan importantes a alguien malo, tienes que inculpar a alguien bueno haciéndolo creer que es malo para que te ayude con tu favor sin que nadie tema por su bien pese a su bondad irrefutable, una jugada algo sucia pero necesaria.
Aclararles las dudas que tu mismo les insertaste a cambio de su lealtad, y acabar con su cordura poco a poco en el proceso hasta convertirlos en aquellos seres tan oscuros que les hiciste creer que eran.
Sin dudas una condena muy injusta.
Maxwell Murray Williams, el chico que después de solo unos meses en la morgue acabó con el cuerpo negro y podrido, como si hubiese sido expulsado del propio Everest o en fondo de La Antártida.
La noticia causó sensación en todo Saint Andrews, aunque como toda noticia en tendencias fue cuestión de tiempo para que parara de causar sensación.
Un cuerpo joven que de la noche a la mañana se pudrió hasta tornarse negro cual carbón, un alma blanca y asustada que ennegreció a causa de la envidia de un segundo a otro. Así se crean los monstruos, los demonios, los villanos.
Los celos eran la sangre que bombardeaba su corazón y la que corría a través de sus venas en forma de un liquido negro, espeso y fétido que había convertido sus rosáceas alas de ángel en una masa asquerosa cual alquitrán arrastrándose detrás de su andar cansado y cuidadoso.
La envidia mueve al mundo.
Lo que ese aborto de La Muerte le había pedido al perdido Maxwell a cambio de hacerle humano no solo conllevó a que asesinara a sus amigos animales, sino también que se deshiciera de Logan MacRury, una joven colegiala proveniente de una familia bendecida por su padre gracias a los servicios de algún tatarabuelo lejano con influencias suficientes como para hacer posible ese tren.
Ese tren condenado que continuaría arollando a niños inocentes como Benjamin, sin razón.
Y hablando del pequeño Ben...
Un pequeño de cabello rosado y mugriento veía por la ventana de su hogar con añoranza, su madre estaba embarazada de nuevo, habría un nuevo retoño revoloteando por la casa para alegrar sus días y llenar ese gran vacío que su hijo muerto había dejado.
Sus rostros de infinita felicidad mirando al nuevo integrante de la familia a través de la piel de su barriga era todo lo que necesitaba.
Tosió escupiendo una pequeña mancha de sangre en la ventana la cual borró como pudo, pero era sangre putrefacta y muy vieja, sangre de animal de hecho.
Su madre la tomaba todos los días y él también durante la lactancia, fueron las condiciones que se le dieron a sus padres para que él llegara al mundo, condiciones que también debían seguir con su hermano.
Su padre lo miró con reprimenda y él se vio obligado a esconderse de nuevo. A papá no le gustaba que los estuviera espiando porque mamá se ponía a llorar cuando sentía su presencia, así que se limitó a sentirse feliz por ellos desde el bote de basura del patio delantero.
Arrinconado en la basura, ese era su lugar.
- ¿Tan fácil les fue reemplazar a un saco de carne como tú? Quién lo diría -murmuró con sarcasmo una ronca y desgastada voz proveniente del final del pasillo, por las rejas que dividían el patio delantero del trasero a través de una cara de la casa.
- Mientras haya una sonrisa en sus rostros me da igual cuantas veces me reemplacen -aseguró seriamente, tan solo provocándole una rasposa y fatídica risa.
- ¿Hace cuánto que perdiste la cuenta?
- Nunca dejé de contar, tan solo el reloj comenzó a hacerlo por mi -le replicó a la figura asechante y putrefacta que le contemplaba desde la cima de la reja.
Sus alas huesudas formaban un enorme charco negro en el jardín de sus padres y su piel grisácea era decorada por las venas de colores tatuadas en ella. Sus ojos eran dos canicas absolutamente blancas y entre sus dientes había pelo y plumas albinas manchadas por la sangre que se le escurría de la boca como agua.
Desde la ventana su padre le hizo señas para que bajara la voz si no quería que lo echara, y lamentándose tuvo que salir de su lugar en el contenedor para dirigirse hacia el ángel en condena.
- Maxwell, no puedes estar aquí, por favor vete -pidió el pequeño juntando sus mugrientas manos entre ellas a modo de prorroga.
- El jefe me mandó a matarte -explicó el otro causándole confusión y también algo de miedo.
- Pero si yo ya estoy muerto... -con violencia su cuerpo se impactó contra la tierra del jardín, y a penas capaz de soportar su peso se puso en pie y agitó su cabeza para que se moviese, volviendo así a la ventana de su casa.
- Prueba otra vez -sugirió con una sonrisa de par en par antes de volver al patio e indicarle la cuna que sus padres habían instalado recién ayer.
Ahí, entre mantitas olorosas y peluches al por mayor, la leyenda tallada en la madera decía claramente su nombre, él era el retoño viviendo en su panza.
- Por Dios, no -farfulló cuando escuchó el timbre de su casa ser tocado-. PAPÁ, NO ABRAS.
Una poderosa corriente de viento se coló por la puerta acompañada por un desfile de plumas negras, las cuales danzaron agraciadamente hasta ser rozadas por el suelo, e suelo que pronto fue manchado por la sangre que escurría de la boca de ese demonio, el cual sin clemencia se dirigió a su señora madre, rasguñando su barriga frenéticamente hasta llegar al nido de animales muertos que tenía viviendo ahí dentro.
Benjamin gritó horrorizado ante grotesca escena, vomitando sin remedio cuando el pelirrojo comenzó a tragarse todos esos animales putrefactos, mientras su madre le lloraba a su esposo inconsciente en el suelo.
- Vaya, qué espectáculo ¿no es cierto? -tembloroso y con las mejillas sin colores ni volumen volteó hacia el infante de la capucha negra que se asomaba hacia el interior de su morada con diversión y asombro.
- ¿Por qué eres siempre tan malo conmigo? Yo jamás te he hecho nada -el adefecio rodó los ojos ante su lastimera interpretación.
- Porque con alguien tengo que serlo, no es nada personal, solo que a veces me gusta jugar a ser Dios -admitió con cinismo antes de devolver su atención a su obra maestra.
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