Benjamin
Saint Andrews era, sin lugar a dudas, un lugar muy soleado.
Sus árboles con pinta de rascacielos y sus bellísimos edificios estaban bañadas en un aura entre blanca y amarilla muy aturdidora y las pequeñas piedritas que conformaban el piso entre una calle y otra gracias a las vías del tren hacían más difícil avanzar, pero nuestro pelirrojo escarlata se lo estaba tomando con calma.
Maxwell caminaba lentamente por las vías del tren orgulloso de los datos nuevos que había descubierto de sí mismo: tenía sombra y reflejo pero para todos los demás era invisible, si volaba muy alto llegaba un punto en el que el cielo se hacía casi blanco y ahí debía dejar a los niños, por algún motivo extraño ahora sus ojos no poseían ningún color, brillaba como barra fluorescente en la noche, las personas tampoco podían oírlo pero si sentir su presencia, algunos bebés y niños poseían el don de verlo unos momentos y gracias a motivos que desconocía ni los rayos más ardientes de sol eran capaces de quitarle el frío.
En fin, ya llevaba dos días exactamente siendo un ángel y se sentía algo solo: no había ayudado a ni un niño y extrañaba tener con quien hablar.
De repente observó a la distancia a un pequeño niño de cabellera rosada y ojos marrón oscuro mirar paciente un pequeño local bancario, sentado a mitad de las vías del tren.
- ¡Niño ¿estás loco! -gritó horrorizado pese a que no podría ser escuchado, pero sorprendentemente el pequeño de saco crema y una pequeña blusa verde opaco con un conejo volteó ilusionado a su dirección. Oh rayos.
- ¿Perdón? -preguntó el pequeño con un tono muy cortes y se paró del suelo. Sus pantalones estaban todos rasgados y sus zapatos sucios, al igual que algunas partes de su cara y cabello.
- ¿Qué estás haciendo allí? -ocultó sus alas apretándolas en su espalda y se acercó al pequeño desamparado.
- Espero a papi y mami -dijo sonriente señalando el establecimiento de enfrente-. Fueron a pedir un préstamo hace poco, no deben tardar en llegar.
Vaya, para ser tan pequeño hablaba muy correcto.
- Oh -fue todo lo que pudo decir, era un niño en verdad adorable, así que con su manga eliminó el barro en sus mejillas y sacudió el polvo en sus rodillas, de verdad que estaba sucio-. Pequeño, es muy peligroso que estés sentado aquí, porque aunque no lo creas, el tren viene en los momentos menos oportunos, intenta esperar a tus padres al otro lado de la calle ¿si? -pidió con ternura quitando la tierra en su cabello, y el niño asintió con una sonrisa a labio cerrado.
Era adorable.
- Ok, ¿aquí está bien? -preguntó inocente alejándose tres pasos exactos de las vías, quedando expuesto al sol.
- No, no, trata de ir más a la sombra, te insolarás.
- ¿Qué es eso?
- Es cuando... cuando... -se calló por un prolongado momento mientras sus ojos parecían querer salirse de sus cuencas-. No puede ser.
Estaba justo al lado del niño, con el sol a todo lo que daba, y sin embargo, la única sombra proyectada en el suelo era la suya, la del niño... no estaba.
Vio a las vías del tren de inmediato y corrió a ellas, había un pequeño bulto más adelante, fue a él y contempló sin palabras un pequeño zapato y un oso de felpa mugroso. Recogió el osito atónito llamando la atención del pequeño.
- ¡Oh, encontró al Señor Oswald! -el pequeño saltó para alcanzar al pequeño oso y lo apachurró con fuerza en su pecho-. ¿Sabía que al Señor Oswald le encanta beber chocolate y galletas? A mi no me gusta el chocolate pero mamá dice que eso es inaudito y me da chocolate a la hora de la siesta y del desayuno, pero lo que no sabe es que yo se lo doy al Señor Oswald, a él si que le encanta el chocolate y...
Benjamín continuó hablando pero él había dejado de escucharlo hacía bastante. El muñeco del niño estaba bañado en sangre y él lo estaba abrazando con toda la normalidad del mundo. El zapato que tenía en sus manos era el mismo que poseía el único pué calzado del pequeño.
- ¿Qué es insolar? -le preguntó de nuevo halando de su manga, él odiaba quedarse con la duda.
- Es deshidratarse por estar expuesto demasiado tiempo al sol -explicó distante soltando el zapato como si fuera nada, extendió sus alas y miró con tristeza al niño-. Pequeño, lo siento mucho, no me gusta tener que ser yo quien te lo diga pero... tu estás muerto, y necesitas venir conmigo.
- ¿Q-qué eres! -preguntó el niño asustado apretando al Señor Oswald con fuerza.
- Soy Maxwell, un ángel atado a la Tierra y tu guía hacia tu juzgado ¿y tú? -el niño retrocedió tembloroso apretando con fuerza a su peluche.
- S-Soy Be-Benjamin Bowie ¡y no estoy muerto! -gritó preso del pánico-. ¡Papá y mamá vendrán en cualquier momento y-y..! ¡te cerrarán la boca! -oyó el tintineo de la puerta del local bancario al ser abierto y volteó de inmediato-. ¡Mamá, papá! -corrió a ellos rápidamente con los ojos picandole y justo cuando esperaba aferrarse a su padre con fuerza... cayó al suelo abruptamente mientras sus padres corrían a las vías.
- ¡Benjamin! ¡Benjamin! -llamó su padre preocupado, mientras Maxwell permanecía en silencio observando la reacción del niño.
- ¡Ben, mi amor! -nombró su madre consternada mientras el niño negaba horrorizado.
- N-no, ¡no puedo estar muerto! ¡No! ¡Aquí estoy! ¡mírenme!
- Ben, tienes que calmarte, sólo ven conmigo y yo-
- ¡No! ¡Tu no lo entiendes! ¡no puedo dejar a papi y mami solos! Porque... porque todo el mundo cree que soy un niño tonto ¡pero no soy! ¡sé claramente lo que soy! Pero no... no puedo.
Ok, ni idea de lo que estaba hablando.
- Tranquilo pequeño, no pasa nada, estarás bien.
- ¡No es cierto! -el de ojos marrón rompió en llanto y huyó lejos, pero Maxwell lo siguió desde el aire preocupado de que se hiciera daño, hasta había dejado caer al Señor Oswald pensando que así correría más rápido. Pobre chico.
En posición horizontal y a una distancia prudente del suelo el pelirrojo escarlata por fin alcanzó a tomar al pequeño niño de los hombros y volar en dirección al cielo, pero Benjamin se zafó aterrado ante la idea y se estrelló contra las vías del tren, evaporándose en el momento...
Mierda.
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