Bàs
Mirando su reflejo en una tienda departamental se dio cuenta de que ya no había rastro de la mancha negra, ni de Benjamin. Le hubiera gustado verlo claramente y no a través de ese filtro de niebla que atacaba a sus ojos como cataratas. Había decidido visitar a Otto para decirle de sus pesadillas, omitiendo por supuesto al inocente Ben, más el representante del Gran Creador no pudo decirle mucho, de hecho verlo fue bastante inútil y mediocre, solo que era algo que solía pasar.
¿Estaba hablando putamente en serio! Se estaba quedando sin memorias de su vida antes de morir, cada día sentía más frío, quedaba ciego en las noches ¿todo esto era normal! El ángel le explicó que si su cuerpo no era velado ni sacado de ese congelador continuaría así hasta que su castigo finalizara, pero para entonces ya habría olvidado toda su vida y no habría vuelta atrás.
Lo único que necesitaba hacer la perra de su madre era sacarlo de la puta morgue, enterrarlo o cenizarlo, darle un humilde funeral o una palabra de afecto o dos ¡y liberarlo de su sufrimiento! Pero la mujer era terca, y sabía que primero muerta antes de hacer algo así por él.
Maxwell se dejó caer contra una pared y se encogió sobre sí mismo, abrazando sus piernas con fuerza para terminar de desaparecer del campo visual de sus amigos y poder llorar tranquilo.
No recordaba el rostro de su padre, sus amigos de la infancia, ni siquiera las historias que oía cada noche antes de dormir, tantas criaturas maravillosas y míticas a las que ese hombre daba vida mientras le sacaba una sonrisa... era como si la fina cortina de sus recuerdos estuviera siendo agujerada sin remedio con cada vez más fuerza y constancia ¿quién decía que después de la muerte había paz? ¿olvidarlo todo le traería aquella tranquilidad que tanto buscaba? ¿dejar de aferrarse a sus pocos recuerdos y dejarlo ir todo junto con sus esperanzas? ¿quedar como una cáscara vacía de humanidad acaso?
Suspiró con fuerza, dolía, y aún más que el entumecimiento de sus dedos. Saber que después de ese momento dejaría volar cada momento que pasó en vida, cada sensación, rostro, persona y lugar; todas las cosas horribles y maravillosas que aprendió, cada experiencia y suceso incómodo, cada risa y llanto... todo.
Cerró los ojos fuertemente, se aferró a sus alas con fuerza y luego...
Lo soltó.
Soltó todo.
No se sentía asustado por no sentir ni saber nada, su primer día había comenzado despertando en un juzgado, era un ángel desde siempre, Sneachd y Oso Polar no eran extraños, pero por algún motivo que no entendía necesitaban comer a diferencia de él.
Frío, era la única sensación que había sentido, el dolor por la ausencia del calor ya no existía, no podía extrañar lo que jamás estuvo presente.
Solo, desde el primer día de su existir, esa paloma y ese perro blanco eran sus únicos amigos, no recordaba más a todos aquellos a los que había querido.
Ciego, un antifaz en sus ojos le impedía ver cada noche, la luna era un astro invisible, casi como un mito, y las estrellas, un invento.
Alas, inútiles pedazos de carne emplumada, porque aún con toda la libertad de volar se sentía encadenado a esta extensión de tierra y a las vías, eternamente.
Salir a la ciudad fue el momento más shockeante que pasó en toda su existencia, un bombardeo de cosas de las cuales no tenía idea, solo estaban ahí.
Personas, no tenían alas como él ni podían verlo, y sin embargo eran mucho más felices de lo que él sería jamás. Tacto, como tomaban sus manos, como se abrazaban y besaban, se tocaban; sentía un cosquilleo incómodo en el pecho, porque sabía que no podría hacerlo con alguna otra persona nunca. Risas, él jamás había reído de esa forma tan auténtica y... hermosa, solo una vez entre lágrimas para que Oso Polar no estuviera triste.
Y en ese momento una nueva sensación acaparó todo su cuerpo.
Celos, unos celos enormes.
¿Por qué no podía ser como ellos? ¿por qué un ángel y no ser ellos?
¿Por qué eran tan felices en un mundo tan corrupto? ¿por qué reían? ¿por qué no él!
Se mimaban y abrazaban con confianza y un permiso ¿cómo es que eso era posible? ¿por qué esos monstruos asqueroso eran más dichosos que él? ¡Ellos no tenían nada! ¡eran solo animales en corrales siendo seleccionados uno a uno para la cena, tirando a los vencidos al quemadero y a los buenos a la olla! Y sin embargo... jamás serían tan miserables como él, ni él tan afortunado como ellos.
- Si, entiendo como te sientes.
Volteó tras de él dolido, con una cortina de lágrimas empapando sus mejillas y la quijada apretada, era un extraño niño de capucha negra y tentadores ojos rojos.
- Los humanos... son las criaturas más egoístas del mundo, pero también las más felices. Quieres ser como ellos ¿verdad..? -asintió lentamente, perdido en su propia mente.
- Es lo que más quiero en este mundo.
- Entonces conviértelo en lo único que quieres -se hizo a un lado sonriendo con malicia al ave durmiendo inocentemente sobre el perro.
- No, no puedo hacer eso -reaccionó de inmediato, viendo con horror a sus pequeños, sus hijos, técnicamente habían estado a su lado toda su vida.
- Hm, ya veo -dibujó una cara de decepción-. Y yo que pensaba ayudarte a ser humano -al oír la última palabra volvió toda su atención al engendro-. Los vivos son seres de lo más crueles y malignos, solo pueden pensar en ellos mismos, y si en serio quieres convertirte en uno de ellos primero debes de ser lo único a lo que realmente ames... pero en fin. Contáctame cuando realmente anheles ser un humano -dio media vuelta victorioso.
- Espera -alertó el pelirrojo dudoso, el niño sonrió a sus espaldas-. ¿Cómo sé que realmente puedes hacerlo? -preguntó preocupado.
- Ya esperaba esa pregunta. Soy Bàs, el secreto mejor guardado de La Muerte, la envidia es un sentimiento poderoso ¿sabes? Y mi padre lo siente con mucha fuerza -presumió dichoso.
Volteó a verlo con un brillo particular en su mirada.
- Envidia de que sea mucho más poderoso que él.
El ángel quedó mudo, eso no probaba nada, eran solo palabras, tal vez debería descartar su deseo de ser... un humano.
- Mhm, echándote para atrás ¿eh? Bien, mi padre puede convertir a un vivo -movió su dedo hacia a un lado, desplazando el alma de la paloma, descomponiendo su cuerpo en el proceso-. En un muerto -el de ojos grises se llevó las manos a la boca horrorizado a lo que el niño rodó los ojos-. Y a un muerto en un vivo -movió su dedo nuevamente devolviendole su alma a su compañera, dejándola intacta.
Corrió rápidamente a su paloma y la despertó, la tomó entre sus manos y la miró fijamente a los ojos. Seguía viva, llena y rebosante de vida.
- Piénsalo, Maxwell -y desapareció por el laberinto de callejones de Saint Andrews tarareando alguna retorcida sonada clásica de la ópera que resonó entre las paredes de sus oídos con sorna.
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