Dios

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La lluvia pesaba con el pasar de los segundos, los árboles frondosos, peleaban contra el viento. La tormenta acompañada de truenos al caer la noche hizo sucumbir la zona, llenándola de miedo.

Hasta los dominantes depredadores optaron por resguardarse en lo profundo del bosque.

Era raro que ese lugar fuera atacado por la más feroz de las tormentas, pero, desde días atrás, la lluvia no cesaba, cómo si los dioses no estuviera contentos hacían caer esa desgracia. Los aldeanos, devotos al dios de la calma, a quien aducían esa catástrofe, como último recurso para hacer parar el caos en su pueblo, llenaron de ofrendas el santuario que yacía en la colina más alta.

Aves, reces, vino, flores, frutas, incluso una bolsa de oro le fue ofrendas pero aquella desgracia que el cielo hacía caer no cesaba.

De rodillas al suelo, había súplicas y oraciones a toda hora, pero nada funcionaba, el enojo del Dios no disminuía. Estaba furioso y, al menos que le dieran algo que igualara el precio del pecado cometido, continuaría castigando esa zona.

—¡Un sacrificio! Eso desea nuestro Dios.

No sabían quien lo dijo, pero todos comenzaron a hablar de eso, no con palabras, sino con miradas. Los sacerdotes accedieron a darle al Dios lo que pedía, si un sacrificio deseaba, así lo tendría.

¿Quién sería el tributo?

Nadie quería saber, no obstante, se inició a enlistar lo que él Dios buscaba; no deseaba niños, ni la fuerza del hombre más robusto del pueblo. Debían darle la pureza, belleza y timidez de una bella flor..., una joven mujer.

El miedo en las jovencitas solteras las llevó a esconderse, nadie quería aceptar aquel noble sacrificio, ni menos un padre entregar a su hija pero, si no deseaban morir ahogados, alguien debía aceptar entregarse.

Cómo no hubieron candidatas, la decisión paso al alcalde, él teniendo a la hija más bella y a la que amaba, quiso protegerla, pues era inevitable que ella era la que el Dios pedía. En medio de la noche, bajo torrentes de lluvia intentó sacarla del pueblo, para mala fortuna fueron descubiertos.

Su pueblo lo tachó de pecador y, cómo castigo fue inevitable que su amada hija fuera el sacrificio.

—Lo siento... —le dijo entre lágrimas.

La joven de cabello escarlata a pesar del miedo que le invadía, sonrió para su padre, el pobre hombre ahogó un gritó al mirarla por última vez.

Con una sombrilla se cubrió de la lluvia, vestida completamente de blanco, cómo si fuera a casarse con el Dios que pedía su sangre derramada, caminó a paso calmado, nadie le seguía, tuvo la oportunidad de escapar pero no lo hizo.

Ese era su deber.

Cuando llegó la entrada del Santuario, el olor a flores y vino le cosquilló la nariz. Por la inmensa cantidad de velas el interior estaba iluminado, más no podía ver nada. Se llenó de valor, pues su destino estaba echado ya. Ingresó, pero antes se quitó las zapatillas, no quería enfurecer más al Dios, aunque la calma y paz era su virtud, no estaba de más ser precavida.

La estatua de la deidad bañada en bronce, relució ante la aglomeración de ofrendas. Se encontraba parado, sin armas en su mano, pero vistiendo un traje militar, su rostro tallado marcaba a la perfección la serenidad de su sonrisa. Sin darse cuenta se quedó admirando por incalculables minutos, hasta que la mano de un desconocido le tocó el hombro. Envuelta en el miedo pegó un gritó que fue opacado por un trueno.

Al volverse se topó con la presencia de un joven, quizás unos años mayor que ella. Piel blanca, cabello cual rayo solar. Sus atrayentes pupilas verdes, igual al espesor del bosque centraron su atención en ella, podía observar su reflejo a través de sus ojos. Su cálida presencia era cómo la del sol, que abrasa con suavidad al inicio del día.

—Una esposa, a esa conclusión llegaron mis fieles —habló decepcionando.

Al escuchar fieles, Tieze sintió sus piernas convertirse en piedra, no podía moverse, parecía un sueño. ¿Era él el Dios de todo lo bueno?

—¿Cuál es tu nombre?

La ternura con que preguntó le hizo sentirse más segura, no había duda que ese joven era la divinidad, dueño de ese Santuario.

—Tieze... —susurró. Las mejillas se le colorearon al notar cómo le observaba.

—Fue buena elección —dijo con una sonrisa en su rostro. —Digno de una hermosa dama.

Sin agregar más se giró, yendo hacia dónde la estatua que adoraban sus creyentes.

—Espere... —dudó en como referirse a él. —Yo... —misutó.

El Dios, no exigió que hablara sin dejar a medias las frases. En cambio, cómo si conociera cual era su pregunta añadió.

—Regresa a tu hogar, un alma tan pura no puede ser consumida por los pecados de otros.

Aliviada pero no satisfecha dio un par de pasos hacia él.

—Es mi deber parar su enojo, si me voy, ¿qué sucederá con el pueblo?

El cabello rubio del Dios pareció oscurecerse, al igual que sus pupilas. Se llevó una mano a la frente tratando de ocultar esa aura y dijo de manera ruda.

—Diles que por ahora la lluvia cesará pero, si continúan pecando... o entregando sacrificio aduciendo que estoy sediento de sangre, el miedo de morir ahogados será lo último que pase por sus mente.

Tieze notó que a pesar de la amenaza, le dolió el pecho por castigar de esa manera a su pueblo. Él no quería crear males, ni desgracias, pero la codicia y orgullo de sus creyentes lo obligaban a actuar.

Él era el bueno, el santo, ellos; su pueblo los pecadores.

Nuevamente el Dios comenzó su retirada. Tieze con la mano en el pecho, volvió a mover su boca.

—Esperé, aún..., aún no ha dicho su nombre.

Él le regaló una sonrisa antes de desaparecer, pero en el sutil nadar del viento, escuchó en su oído una hermosa melodía.

—Gracias Eugeo...

Luego de recitar una plegaria regresó a su hogar. Aunque nadie le creyó lo vivido, dejaron de mirarla como loca cuando el cielo se despejó y al día siguiente el sol calentó el suelo.

Desde entonces, todos los días Tieze se dirigía a rezar al santuario, con la ilusión de poder encontrarse de nuevo con él.

El Dios de la calma.

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Otro de estos regalos amiga.

Un final abierto, admito que tiene potencial para algo más largo. De momento quedará como un pequeño escrito.

Ibana prometí agregar más pero al finañ casi no lo toque jaja. Veremos luego.

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