Capítulo IV: Ka


“No eres fuerte, no eres lo suficientemente bueno para él. No vendrá a buscarte, sabes que se quedará aquí con ellos y al final estarás solo. No sirves, no eres más que un mortal…”

No supo en qué momento abandonó la casa de Miesha. Sus pies lo guiaron a través de un bosque tan espeso que la luz de la luna apenas lograba filtrarse entre las tupidas ramas de los árboles. Se topó con un lago al llegar al final del sendero. Quería detenerse, regresar con Avriel y sentir la calidez de su abrazo, su voz suave diciéndole que todo estaría bien. Pero entonces, cuando trataba de volver a su centro, aquellas voces en su cabeza comenzaban a torturarlo de nuevo, y volvía a sentirse miserable. Apoyó la mano en el tronco de un árbol, mirando el lago.

“Sabes lo que tienes que hacer, Avriel merece ser feliz y tú no eres más que una piedra en su camino”.

. . .

Misael daba vueltas en su oficina, perturbado. Conocía a Miesha lo suficiente como para saber que lo haría, por más que él tratara de impedirlo. A pesar del tiempo, la humanidad de Miesha seguía latente y era capaz de romper una promesa si eso significaba salvar la vida de alguien. Y allí estaba él, tratando de sanar su corazón roto luego de cometer uno de los errores más grandes de su vida. Un error que fue impulsado por el egoísmo y por un sentimiento que en su momento no supo cómo controlar. Entonces, se vio obligado a preguntarse: ¿hasta dónde Miesha no tenía razón? Quizá esta vez era necesario quebrantar las reglas para evitar más dolor. Apretó los puños, golpeando de lleno el escritorio con los nudillos. Sabía lo que tenía que hacer, incluso si eso significaba ir en contra de sus principios. No sabía si estaba cometiendo otro error, pero esta vez no esperaría a que fuera demasiado tarde.

Salió de la oficina tomando las llaves del coche. Al llegar estacionó el auto junto al de Miesha y bajó rápidamente. Se encontró con todos reunidos en la puerta, con la preocupación presente en sus rostros.

—Misael… —Miesha se acercó al hombre —. Rafael se fue…

—Lo sé, debemos encontrarlo antes de que cometa alguna locura. Tenemos que intentar seguir su rastro. Que los demás se queden aquí por si regresa.

—¡Yo quiero ir con ustedes! —intervino Jenno—. Todo esto fue por mi causa...

—¿Qué dices? —Anya lo miró soprendida —. ¿¡Qué hiciste, Jenno!?

—Anya, déjalo hablar.

—Hoy discutimos y yo dije cosas que no debía... —admitió, mordiéndose el labio—. Jamás pensé que reaccionaría así. Yo puedo ayudarlos a encontrarlo, puedo oler su sangre desde cierta distancia.

—Confiamos en ti, Jenno. No me decepciones esta vez —dijo Miesha con severidad—. Si Ángel regresa, díganle que salimos de paseo, no mencionen nada de lo que sucedió. Avriel… —miró al francés, que se mantenía parado en un rincón, con la mirada perdida—, vamos a encontrarlo.

Salieron en el auto de Misael, con el corazón latiéndoles deprisa y la esperanza de encontrar pronto a Rafael. El hombre condujo unos kilómetros, y en la entrada del bosque, Jenno los hizo detenerse.

—Por aquí.

Bajó del auto y se perdió entre la maleza, como una sombra que era tragada por la inmensa oscuridad del bosque. Los demás lo siguieron a duras penas, deslizándose entre las ramas de los árboles. De pronto, Jenno se detuvo y levantó la mano, haciéndoles una señal cuando logró ver la espalda de Rafael a orillas del lago.

—Rafael… —lo llamó con suavidad—. ¿Estás bien?

El muchacho se giró lentamente, mirándolos con los ojos llenos de lágrimas. Avriel gimió en voz baja, pero Misael lo detuvo cuando trató de avanzar hacia él.

—Jenno, aléjate de él —dijo Miesha, tomando al chico de un brazo—. Rafael, no escuches lo que te dicen. Tú sabes que no es cierto, debes luchar contra ellos...

—Ustedes ya no pueden leer mi mente —respondió Rafael, con una voz grave que parecía mezclarse con la suya—. No saben lo que siento, ¡jamás lo entenderían!

Avanzó hacia ellos, y cayó de rodillas, agarrándose la cabeza. Se mantuvo en silencio, sacudiendo la cabeza con los ojos bien apretados, como si estuviera luchando contra esas voces que continuaban torturándolo.

“Sabes lo que tienes que hacer, él no te quiere, no quiere estar contigo. No eres más que un mortal, vas a morir como todos y acabarás dejándolo solo”.

—¡Cállense! —chilló, apoyando la frente en el suelo—. Por favor, déjenme en paz, por favor…

Avriel sintió que su corazón se hacía pequeño al ver el cuerpo de Rafael sacudido por los espasmos del llanto. A pesar de las advertencias de Misael, se acercó.

—Rafa… por favor, tienes que luchar contra esto, mon amour… —susurró—. Estoy aquí contigo...

Volvió a escuchar el llorisqueo desesperado y entonces, Rafael se incorporó. Sus ojos se habían vuelto tan oscuros como una noche sin luna.

—Tú nunca pudiste superar a Sasha, y yo jamás seré como él. Ya no quiero seguir siendo su sombra…

—¡Eso no es cierto! —gritó, al ver que caminaba nuevamente hacia la orilla del  lago—. Te amo a ti y te elegí para que pases el resto de tu vida conmigo, ¡no escuches lo que te están diciendo, Rafael!, por favor…

Una luz de esperanza se encendió en él al ver que el chico se detuvo, girándose.

—Avriel, ayúdame, por favor… —suplicó, extendiendo los brazos hacia el hombre.

Pero entonces, una sombra emergió del agua, y antes de que Avriel lograra alcanzarlo, abrazó el cuerpo de Rafael, llevándoselo consigo al lago.

—¡NO!

“Así es como debe ser, tú nos perteneces…”

Las sombras se cerraron como tentáculos alrededor de su cuerpo; oprimieron su pecho y cubrieron su boca, sumergiéndolo lentamente. La oscuridad del lago le aterró. El claro de la superficie iba desapareciendo al entrecerrar sus ojos, asfixiado por la fuerza que lo hundía. Estiró la mano, rindiéndose ante la inminente muerte cuando un par de brazos lo atraparon. Fue un tirón brusco, abrió los ojos, encontrándose con una mirada brillante, hipnotizante como la de una serpiente y como si fuera eso mismo, los colmillos se enterraron violentamente en su carne.

"Ustedes no podrán tomar su alma, porque ahora él será un hijo de Caín; lo reclamo como nuestro" susurró Miesha, y el chillido de los espectros lo complació.

Los momentos de espera parecieron eternos. Avriel mantenía la mirada fija en el lago, deseando con todas sus fuerzas que Miesha no hubiera llegado demasiado tarde. De repente, la figura de Miesha emergió del agua, cargando el cuerpo de Rafael. Lo dejó en el suelo, y se mordió la muñeca. Misael ladeó el rostro, pretendiendo ignorar lo que estaba a punto de suceder. Sabía que no había salida. El ruso dejó que las gotas de su sangre cayeran sobre los labios pálidos del chico, y de inmediato, este se aferró a ella y comenzó a succionar con ganas.

—¿Qué es lo que está haciendo... ? —preguntó Avriel, confundido.

—Lo está trayendo a nuestro mundo. La única forma de salvarlo es convertirlo en un hijo de Caín, los demonios no pueden consumir nuestras almas, necesitan la de un mortal —respondió Misael, con amargura.

Rafael gimoteó cuando Miesha apartó la muñeca de sus labios. La sangre del ruso se sintió como una dosis de un potente veneno que se propagaba a una velocidad increíble por su cuerpo, quemándole las entrañas.

—¡Me duele…! —se quejó, revolcándose en el suelo.

—Tranquilo, dolerá unos momentos, pero va a pasar… —lo consoló Miesha.

—¡Para, por favor haz que pare! —gritó, arañándose la garganta.

Miesha sostuvo su cuerpo tembloroso, que se sacudía violentamente con cada espasmo. Los espectros comenzaron a salir rápidamente por su boca, y antes de desaparecer entre los árboles, rodearon a los presentes buscando otra víctima, pero no encontraron a ningún mortal.

. . .

Abrió los ojos con lentitud, encandilado. Escuchaba la conversación que se llevaba a cabo fuera de la habitación. Las voces de Ángel, de Miesha, de Jenno. Las oía como si estuviera metido dentro de un búnker. Sentía el olor del perfume picante de Miesha, el de los libros que guardaba en su biblioteca. Se sentó en la cama de golpe, y en ese momento una punzada en el estómago lo obligó a tumbarse de nuevo. Miró a su alrededor, notando que se hallaba en la habitación que compartía con Avriel.

—Avriel… —dijo en voz baja, mirando su propia mano.

Las cosas parecían verse mucho más claras que de costumbre. En ese momento, el francés ingresó a la habitación.

—¿Despertaste? —preguntó tímido, cerrando la puerta.

—¿Qué sucedió? ¿Cómo es que consiguieron…?

—¿Estás listo para escuchar todo lo que pasó?

El muchacho asintió, moviendo apenas la cabeza.

—Miesha te salvó —Comenzó —. Cuando caíste al lago saltó detrás de ti y  cuando te sacó, nos dijo que la única forma de salvarte de los demonios era…

—Espera… —Abrió los ojos de par en par, sentándose con dificultad —. Dios mío, puedo… yo puedo leer tu mente. Acabo de leer tus pensamientos ahora mismo, ¿cómo es que…? ¿Quiere decir que soy un hijo de Caín?

—Era la única forma de salvarte —se excusó rápidamente —. Los demonios iban tras tu alma y si Miesha no lo hacía, íbas a morir… Lo lamento tanto…

Rafael sonrió incrédulo. Volvió a mirarse las manos, luego las llevó a su rostro, tocándose.

—Siento tus latidos, y los de todos los demás, esto es increíble, es como si tuviera superpoderes…

Avriel soltó una carcajada, sorprendido por la reacción del chico.

—¿Qué estás diciendo? Ahora eres como yo, Rafael, eres un hijo de Caín. No podrás salir al sol, ya no vas a morir… ¿comprendes todo lo que eso significa?

Rafael asintió, cambiando súbitamente su estado de ánimo.

—¿Te refieres a que veré morir a mi padre y a Gerard? Sí, lo entiendo. Pero hubiera sido más doloroso  que ustedes regresaran y le dieran la noticia de que fui asesinado por unos monstruos.

—Yo no quise condenarte a vivir lo mismo que yo… pero supongo que fui demasiado egoísta como para impedir que sucediera. Lo lamento.

—Ya deja de disculparte, Avriel. Las cosas son así, ¿vale? ahora soy uno de los tuyos, y tendré tiempo suficiente para asimilar las consecuencias. No quiero pensar en eso ahora. disfrutaré de mi padre y de Gerard lo que el tiempo me permita.

Tres toques suaves en la puerta interrumpieron la conversación, y Miesha se asomó con una sonrisa.

—Ya despertaste ¿cómo estás? Avriel, ¿hablaste con él?

El francés asintió.

—Estoy bien, pero me duele muchísimo el estómago.

—Eso es porque debes alimentarte.

—¿Quieres decir que debo… beber sangre? —preguntó, haciendo una mueca de asco.

—Sí, es lo único que puedes consumir a partir de ahora. Así como Avriel, tú también debes saber muchas cosas acerca de esto. Bienvenido a la familia, Rafael. Y por cierto, hay alguien que quiere hablar contigo.

Miesha se retiró, y Jenno entró rápidamente a la habitación.

—Estaré abajo, voy a avisarle a Ángel que despertaste —dijo Avriel, besándole la cabeza con ternura.

Jenno se acercó a la cama, extendiéndole una botella de vidrio oscura, con la mirada clavada en el suelo de parquet. Rafael la tomó con ambas manos, y se formó un breve silencio antes de que Jenno se atreviera a hablar.

—Nosotros no atacamos a los mortales. Almacenamos la sangre de esa forma y nos alimentamos cuando es necesario. Bébela, aliviará tu dolor y te vas a sentir mucho mejor.

—Gracias —dijo, bebiéndola de un trago con los ojos apretados.

El sabor metálico resultó más agradable de lo que esperaba. Y como dijo Jenno, el dolor cesó de inmediato y se sentía lleno de energía otra vez.

—Yo… lo que dije antes… lo lamento. Nunca quise hacerte daño, y no esperaba que las cosas resultaran así. Ahora eres uno de nosotros y…

—Sé que no lo dijiste con esa intención, y no fue tu culpa lo que pasó. Si no me convertían en un hijo de Caín, los demonios acabarían matándome. No tuvo nada que ver contigo.

—Pero yo dije cosas horribles y luego tú te fuiste…

—Oye, ya pasó. Supongo que comenzamos con el pie izquierdo. Pero siempre podemos volver a empezar, creo que ahora tenemos más cosas en común que antes, ¿verdad? —sonrió.

El muchacho movió la cabeza en un gesto afirmativo, enseñando por primera vez una sonrisa sincera. Bajaron juntos cuando Rafael se animó a levantarse. Ángel lo miró espantado, Miesha se vio obligado a contarle lo sucedido y el hombre, a pesar de ser un gran conocedor del tema, acabó en un ataque de nervios.

—¡Tu padre va a matarme si se entera de todo lo que sucedió! —reprochó, siguiendo la espalda de Rafael hacia la sala de estar, donde todos lo recibieron con abrazos calurosos.

—No tiene porqué enterarse, yo no le pienso decir. Sería demasiado complicado de explicar.

—¿Y Gerard? —preguntó Avriel—, ¿vas a contarle?

—Gerard se dará cuenta aunque no se lo diga, así que tengo que contarle.

—Por Dios… es que tú tienes un imán para atraer problemas, muchacho.

—Ángel, cálmate, no lo regañes, no fue su culpa. —Miesha apretó los hombros de Ángel con cariño.

—Me explota la cabeza —se quejó el hombre, levantándose—. Me voy a la cama, chicos. Rafael, procura que no te suceda nada más, por favor. Necesito regresar contigo a España, en lo posible quédate con vida hasta entonces.

. . .

Rafael y Avriel se quedaron conversando durante un rato más antes de retirarse. Las palabras parecían no ser necesarias cuando se hallaron solos en la habitación, y el momento incómodo no tardó en hacerse presente.

—Detente —ordenó el francés, al notar que el chico volvía a hurgar en sus pensamientos.

Rafael se había puesto colorado hasta las orejas.

—No estoy haciendo nada —se defendió.

—¿Qué es lo que quieres averiguar?

—Nada.

Lo cierto era que lo que había querido saber, Avriel se lo dejó muy claro cuando captó sus intenciones. El francés se quitó las prendas superiores, dándole la espalda y Rafael aprovechó aquellos momentos de intimidad consigo mismo para armarse de valor.

Por fin estaba listo.

—Sigo escuchando tus latidos y no necesito mirarte para saber lo que piensas —confesó Avriel, caminando hasta la cama para subirse a gatas.

—Entonces… —tragó saliva— ya sabes lo que sucede, ¿no? —rió nervioso—. Esto es bastante incómodo.

—Rafael… estuvieron a punto de arrebatarte de mis brazos en dos ocasiones, y no pude hacer nada para ayudarte —lo recostó con suavidad, apoyando los brazos a los costados de su cabeza—. Permíteme al menos, ser quien te quite todos los miedos. Déjame hacerte el amor hasta el cansancio, porque ahora puedes leerme y sabes que lo deseo más que a nada.

La respuesta fue ese silencio, que se vistió de rubor en las mejillas de Rafael. Sonrió complacido, intentando guardar para sí mismo la marea de pensamientos; no podía evitar planear cada detalle, después de todo era una fantasía hecha realidad. Conquistó su boca en un beso apasionado, para interrumpir cualquier lectura que quisiera hacer. Las cosquillas en el estómago fueron el preludio de aquella tan deseada, tan aplazada primera vez. Disfrutó del sabor dulce de su boca, mordiendo los labios carnosos, entreabiertos y jadeantes. Rafael se cubría el rostro con timidez, disfrutando de las caricias atrevidas de aquellos dedos largos y finos, como los de un pianista buscando nuevas melodías. Su pecho subía y bajaba en suspiros prolongados, intentando calmar los nervios, en vano. De a poco las prendas que llevaban puestas acabaron a los pies de la cama, en el suelo, y las sábanas se fruncieron bajo los cuerpos desnudos. Avriel era apasionado; su pasado lo había educado como buen amante; cauteloso y romántico, equilibrando la dulzura con el erotismo. Pudo sentirlo cada segundo, ardiendo sobre su piel, invitándolo a darle rienda suelta a su sexualidad, a dejar la vergüenza de lado; a soltar la voz. Susurró palabras de aliento sobre su oído, para aflojar tensiones y en cuanto consiguió derretirlo en sus brazos, le enseñó el verdadero significado del placer, por horas, hasta el cansancio.

La noche se hizo corta cuando se rindieron, agotados de tanto goce, abrazados bajo las sábanas, disfrutando de esa exquisita somnolencia.

. . .

—¿Por qué regresaste?, creí que estabas molesto conmigo.

—Sabía que lo harías de todos modos; siempre fuiste un testarudo. Preferí estar presente para ayudarte por si algo salía mal.

—Sabes que fue lo correcto.

—Yo ya no sé qué es lo correcto, Miesha. Cometí muchos errores a lo largo de mi vida.

—¿Yo fui uno de ellos…? —preguntó, mirándolo a los ojos después de unos momentos.

—No —respondió decidido—. Tú fuiste quien me salvó. Pero yo cometí un error contigo. No pensé que te estaba condenando a algo que quizás tú no querías. Era joven y tonto.

—¿Hasta cuándo piensas seguir torturándote por eso, Misael?, ya pasó demasiado tiempo. Mis heridas sanaron, las tuyas también deberían hacerlo.

El hombre asintió, suspirando. De pronto sentía que había vuelto a los tiempos en los que todavía era un muchacho inmaduro e inseguro de sí mismo. Miesha le hacía dudar, removía cosas en su interior que él creía haber enterrado.

—Quiero que regreses conmigo —dijo de golpe, y Misael se paralizó.

—¿Qué dices…? Eso ya se terminó, Miesha, y tú lo sabes. Tú mismo dijiste que…

—Sé lo que dije, pero la pregunta es: ¿realmente se terminó para ti?

Entonces, Misael no supo qué responder, y Miesha, que lo conocía demasiado bien, interpretó correctamente su silencio.

—En aquel entonces no era más que un muchacho. Apenas comenzaba a vivir, estaba confundido, encandilado por todas las cosas que me prometiste. Ahora las cosas son diferentes, yo soy diferente. Todo este tiempo viendo evolucionar el mundo, aprendiendo lejos de ti, me ayudó a darme cuenta de que hubo solo una cosa que nunca cambió.

Misael lo miraba con atención.

—Creí amar a mi esposa pero al conocerte, me di cuenta de que no tenía idea de lo que era amar. Es algo demasiado grande como para entenderlo de buenas a primeras. Cuando decidí alejarme de ti y comenzar de nuevo, en ese momento lo descubrí. Te quiero. No importa lo que haya sucedido, lo que me sucede contigo no cambió y no va a cambiar aunque me digas que no sientes lo mismo.

—Jamás diría una mentira semejante.

Miesha rió, acercándose al hombre. Apoyó la cabeza en su hombro, y tomó su mano, entrelazando los dedos.

—¿Entonces…?

—No puedo negarme después de que armaste una confesión tan bonita. Creo que ya pasó suficiente tiempo… te eché de menos.

—Entonces no hay nada más que decir. Bienvenido a casa.

La luz de luna brillaba con fuerza, bañándolo todo con su luz plateada. El manto celeste se había vestido de gala, sacando a relucir sus mejores estrellas, como si supiera que esa noche era especial.

FIN

. . .
MIL DISCULPAS POR LA DEMORA. Esta parte seguramente tenga varior errorcitos de dedo. La terminé y la publiqué desde el teléfono, y acá no tengo ni los marcadores. En cuanto pueda agarrar la pc vuelvo a revisar el capítulo, pero ya quería subirlo porque sé que llevan tiempo esperándolo. Gracias a todos/as los que md acompañaron hasta el final de esta obra. Gracias por su paciencia y sus comentarios. Nos vemos en otra historia. ¡Un abrazo!

RY.




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