Capítulo III: Oska
Rafael había decidido salir a recorrer los jardines. El sol todavía brillaba sobre el cielo despejado, aún no era hora de que los demás despertaran. Ángel había salido muy temprano a cerrar un negocio con unos exportadores de piezas exóticas; seguramente no llegaría hasta la tarde. Se sentó en un banco de madera cerca de un roble robusto, y se permitió disfrutar del momento íntimo junto al paisaje que se presentaba frente a él. De pronto escuchó el crujir de la gravilla y la figura de un muchacho se reveló junto a él, delgada y sombría, como un espectro.
—¡Jenno! —exclamó, deslizándose sobre el banco hacia una de las esquinas—. Ustedes deberían dejar de hacer esas cosas, ¡no sé cómo es que logran moverse tan rápido!
El muchacho llevaba una ancha sombrilla negra que lo protegía completamente del sol. Se apresuró a moverse bajo la sombra del árbol, parándose sobre una de sus raíces.
—¿Qué estás haciendo aquí solo? —preguntó, mirándolo fijamente.
El aspecto del chico le generaba cierta incomodidad; lucía enfermo. Su rostro pálido le recordaba al de las muñecas de porcelana de la tienda de Ángel. Solía llevar pantalones oscuros que se ajustaban a sus delgadas piernas de bailarina, y camisetas más grandes que su talla. Apenas se podía ver la mano que sostenía el mango de la sombrilla, asomando tímidamente por el borde de la manga.
—Quería ver el jardín. Me gustan las flores y el paisaje verde de aquí. Ángel salió y los demás están dormidos... ¿Qué haces despierto tan temprano?
—No duermo mucho —comentó, escalando el árbol como si de un gato se tratase. Se sentó en una de las ramas más bajas, sin dejar de mirar a Rafael—. Los demás tienen miedo de estar afuera cuando todavía hay sol. Le tienen pánico. Miesha y yo somos los únicos que no le tememos.
—Pero no es... ¿peligroso?, quiero decir, he visto cómo les hace daño, cualquier descuido puede resultar fatal.
—Aprendes a no tener descuidos a medida que pasa el tiempo —contestó seco—. El miedo solo hace que no puedas avanzar en lo que quieres, es lo que te está pasando a ti, ¿no?
En ese momento, Rafael sintió aquella pregunta como una patada directo al estómago. Se puso de pie rápidamente, y se acercó a la sombra del roble.
—No te metas en mi cabeza —dijo en tono amenazante.
Jenno soltó una risita burlona.
—Con esa actitud solo estás quedando como un tonto. Vives con el miedo de no ser lo suficientemente bueno para él, de no estar a la altura. Todas esas estúpidas inseguridades harán que lo pierdas, y vas a arrepentirte de eso.
—No es de tu incumbencia —respondió Rafael, con la voz temblorosa—. Deja de meterte en donde no te llaman, esto no tiene nada que ver contigo.
—Miesha tiene interés en Avriel. —Se paró sobre la rama y saltó, parándose frente a Rafael—. Quiere que se quede con nosotros. Aquí es el mejor lugar donde puede estar; por más que lo intente, no puede seguir viviendo como si fuera un humano normal. ¿Qué harás si decide quedarse?
Por un momento, la angustia le robó el aliento, impidiéndole responder. Rafael no había notado lo feliz que se veía Avriel entre los suyos. No sería capaz de hacerle elegir entre él y una vida en Rusia, pero la sola idea de perderlo le aterraba sobremanera.
—Si él quisiera quedarse yo no podría hacer nada al respecto —respondió finalmente, con la voz apagada.
—No te engañes a ti mismo, ni trates de engañarme a mí. Si Avriel decide quedarse, tú harías todo lo posible para que cambiara de opinión. ¿Cierto...?
De pronto sintió que su cuerpo se movió por sí solo. La tristeza se había transformado en un ataque de furia incontrolable que lo llevó a hacer algo que jamás había hecho. Cuando regresó a su centro, la palma abierta le ardía tras acertarle un fuerte golpe en la mejilla a Jenno. El muchacho lo miró confundido, llevándose una mano al rostro, pero antes de que pudiera decirle algo, Rafael salió corriendo y se perdió dentro de la casa. Subió las escaleras a los tropezones, metiéndose en la habitación. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas cuando se halló solo.
Avriel y Miesha habían sido los primeros en levantarse. El ruso le había hablado de un clan de hijos de Caín que practicaban los rituales Mallkim, seres viejos que habían visto la evolución del mundo desde el año mil seiscientos.
—Ellos nunca me quitan la vista de encima —comentó Miesha, al volante—. No les gusta que los mortales sepan que existimos, todavía viven con paranoia. Pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de que Ángel y yo éramos amigos.
—¿Entonces Rafael...?
—Hay algo diferente con él. Es por eso que quiero tener una charla con ellos. Hay cosas que yo no puedo responder, ciertamente sé muy poco sobre el ritual Mallkim, solo lo que me cuentan los libros.
Finalmente llegaron. El lugar daba el aspecto de una casa abandonada. El pasto amarillento cubría casi toda la superficie; apenas se veía el sendero de gravilla hasta la puerta.
—¿Aquí viven? —preguntó Avriel, sorprendido.
—Sí. Según ellos, esta es la manera que tienen de espantar a los mortales. Y hasta ahora ha ido bastante bien, nadie se acerca a este sitio.
La puerta se quejó como si estuviera a punto de desmoronarse. La figura de un hombre alto y fornido se reveló, Miesha entró sin siquiera saludar, tomando a Avriel del brazo. Caminaron en silencio por un pasillo de paredes de piedra, débilmente iluminado con algunas lámparas de pie, y al final, ingresaron a una habitación más amplia. Alrededor de una mesa redonda, estaban sentados cinco hombres y tres mujeres. Pero solo uno se puso de pie para recibirlos.
—Misael —Miesha inclinó la cabeza a modo de saludo.
—Pensé que no vendrías, llevo días esperando tu visita.
—Tuve que hacerme cargo de otros asuntos —respondió con una sonrisa—, Avriel vino conmigo. ¿Podemos hablar en privado?
—¿Qué cosas tienen que hablar que nosotros no podamos saber? —preguntó rápidamente una de las mujeres.
Miesha alzó una ceja, mirándola con fastidio.
—Hay asuntos que solo nos conciernen a Misael y a mí, ustedes no tienen porqué estar al tanto de todo.
—Seguramente te metiste en algún problema por tratar con mortales. No me sorprendería...
—Es suficiente —intervino Misael—. Acompáñenme.
Salieron de la habitación, dejando atrás el murmullo de los presentes. Misael se mantuvo en silencio hasta que entraron a otra habitación.
—Ese mortal del que me hablaste...—comenzó, sentándose en un sofá de tres cuerpos—. Puede estar en un problema.
—¿Qué es lo que sucede con Rafael? —interrumpió Avriel.
—Miesha me contó cómo fue tu conversión, y lo que sucedió con el chico. Tú no fuiste convertido voluntariamente, y la bruja que realizó el ritual utilizó un alma pura que tampoco se entregó al sacrificio. Los demonios no pudieron tomar su alma, pero puede que hayan tomado la de Rafael.
—Es lo que me temía —Miesha suspiró.
—¿Eso qué significa?, ¿Rafael está en peligro?
—Vaya que sí.
—Sasha logró salvarle la vida, pero los demonios intentarán aprovecharse de sus debilidades y consumir su alma —explicó Miesha.
—¡Tiene que haber una forma de revertir eso!
—No hay forma de hacerlo. Los demonios son tan poderosos que ni siquiera nosotros mismos podemos contra ellos. Solo si el muchacho fuera lo suficientemente fuerte como para resistirse. Los demonios toman tus miedos, tus inseguridades, y todos los sentimientos negativos que tengas para ir contaminando tu alma. Una vez que lo consiguen ya no hay nada más que hacer. Es cuestión de tiempo.
—¿Por qué no tomaron mi alma si fue a mí a quién convirtieron de forma involuntaria?
—Porque tú ya eres un hijo de Caín, Avriel. Para que el ritual esté completo, los demonios deben tomar el alma pura de un mortal que tenga un vínculo con el sacrificado. No pudieron tomar el alma que la bruja les ofreció, por eso tomaron la del chico. En ese momento, tú te habías alimentado de él y estaba al borde de la muerte, lo suficientemente vulnerable como para que ellos se alojaran en él.
—Los demonios no toman el alma de un hijo de Cain... —reflexionó Miesha.
—Miesha... —Misael se puso de pie, enfrentando al ruso—. No te atrevas siquiera a pensarlo.
—Avriel, ¿podrías esperarnos un momento afuera?
Avriel titubeó, pero accedió cuando la mirada del ruso se cruzó con la suya.
—No podemos dejar que Rafael sea consumido, Misael, por favor...
—No hay nada que podamos hacer —respondió seco.
—No me mientas descaradamente como si yo no conociera tus pensamientos. Sabes que existe una manera, y aunque tú no me des tu aprobación, lo haré de todos modos cuando llegue el momento.
—¡Tú serás consumido por el sol si me desobedeces, demonio! Me niego a condenar a otro mortal...
—Lo estás condenando al permitir que los demonios consuman su alma. No puedes darme la espalda, Misael. Avriel y Rafael necesitan de tu ayuda. Olvida de una maldita vez el pasado y deja de ser tan egoísta.
—Prefiero ser egoísta y no cometer más errores.
Miesha guardó silencio, buscando la mirada del hombre. Aquellos ojos castaños que en ocasiones le parecían tan expresivos, en ese momento carecían de sentimiento o expresión alguna.
—Esta vez no lo estás haciendo por ti, lo estás haciendo por alguien que necesita de tu ayuda.
—He tomado mi decisión, Miesha; no lo hagas más difícil.
—Bien. Si tú quieres ser un maldito egoísta, te dejo a solas con tu conciencia. Y comunícale a tus seguidores que tendrán el placer de verme morir consumido por el sol, porque si Rafael necesita mi ayuda, haré todo lo necesario para salvarlo.
Avriel se había sentado en un sillón pequeño, cerca de la puerta. Escuchó un portazo, y los gritos de Misael haciendo eco junto a los pasos de Miesha.
—Vámonos, Avriel.
—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó el francés cuando ya estaban nuevamente en el auto.
Miesha suspiró, ladeando el rostro.
—Misael fue quien me convirtió, y mi maestro durante muchísimo tiempo. En ese entonces yo era un joven que apenas estaba formando mi familia. Acababa de casarme cuando lo conocí, era un hombre peculiar en todos los aspectos. Muy seguro de sí mismo, arrogante, frío en sus decisiones y muy calculador. Desde luego yo no sabía absolutamente nada sobre la existencia de los hijos de Caín. Misael fue quien me contó de ellos, y en ese momento me parecía una completa locura.
Avriel asentía, escuchando atento.
—Una noche, Misael me confesó que estaba enamorado de mí, y que me quería como su compañero. Yo estaba perdidamente enamorado de mi esposa, pero él tenía algo que me gustaba, y eso me tenía demasiado confundido como para pensar en las consecuencias, así que acepté ser convertido, y con el tiempo supe que se trataba de uno de sus tantos caprichos. Cuando mi esposa y mi hija dejaron este mundo, yo me sentía devastado. Misael era todo lo que me quedaba, y decidí aferrarme a él.
—Entonces ustedes...
—Fuimos amantes durante mucho tiempo, y él me enseñó muchísimas cosas. Pero con el tiempo se fue dando cuenta de que en realidad, yo no fui más que un capricho para él. Me eligió a mí de entre tantos y me convirtió sin pensar en las consecuencias. Cuando me vio sufrir por la muerte de mi familia se dio cuenta de que había cometido un error, pero ya era demasiado tarde.
—Pero entonces... ¿Tú fuiste convertido por medio del ritual Mallkim?
—No, y precisamente por eso es que quería verlo. Existe otra manera de convertir a un mortal en un hijo de Caín. Es mucho más sencilla pero no todos pueden hacerlo. Solo un hijo de Caín puro, o un mortal que haya sido convertido mediante este método puede hacerlo. Misael es puro y me convirtió a mí...
—¿Eso quiere decir que tú también puedes?
Miesha asintió.
—Cuando Misael fundó este clan, nos separamos. Yo decidí tomar mi camino y por cosas del destino me encontré con los chicos. Tan perdidos como tú, sin saber nada sobre su condición. Algunos huérfanos, abandonados a su suerte. Yo tenía los recursos para ayudarlos. Cuando me distancié de Misael, juramos que jamás convertiríamos a ningún otro mortal. Si alguno de los dos rompía el juramento, sería condenado a consumirse bajo el sol.
—Mon Dieu... —exclamó Avriel—. ¿Por qué los demás miembros del clan te detestan?
—Porque a pesar de todo, todavía existe un sentimiento y un fuerte vínculo que me ata a Misael. Los demás, como son más viejos que yo, y como yo confraternizo con mortales, creen que soy una amenaza para ellos.
Llegaron a la casona y Jenno los esperaba en la entrada. Su expresión les hizo saber de inmediato que las cosas no iban nada bien.
—¿Jenno?
—Rafael estuvo comportándose de forma muy extraña y... se ha ido.
—¿Qué?, ¿A dónde?
—No lo sé...
Un millón de disculpas por la demora. Estuve con algunos problemas de salud y no podía avanzar con el capítulo. Trataré de subir el siguiente más rápido. Espero sus comentarios y gracias por la paciencia. :)
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