Capítulo XX

Faltaban tres días para navidad.
Rafael apenas podía recordar lo que había sucedido después del forcejeo con Avriel, quien se negaba a hablar del tema. Las marcas en su cuello le habían dejado saber que lo había mordido, pero todavía no terminaba de explicarse cómo se había controlado, y cómo había conseguido escapar de Alessa. "Ella no volverá a molestarnos jamás", fue lo único que dijo cuando volvió a pedir explicaciones.

—¿Cómo te sientes, campeón? —Gerard se sentó a los pies de la cama.

—Estoy bien —respondió el muchacho, incorporándose—. Debiste haberte preocupado mucho...

La angustia se había hecho cargo de destruir las últimas esperanzas que le quedaban. Cada noche, luego de recorrer las calles, Gerard se sentaba en la puerta de la casona, con una manta sobre sus hombros, a esperar que el muchacho regresara. El momento en que Avriel llegó cargando a Rafael en sus brazos, después de tanto tiempo, le pareció una visión; sin embargo, afortunadamente, era real, y Rafael, a pesar de estar en pésimas condiciones, estaba con vida. Esa noche comprobó que los sentimientos de Avriel eran genuinos; lo quería, pudo verlo en la expresión desesperada de sus ojos y en el tono nervioso con que reclamaba ayuda. Avriel sabía que él estaría allí esperando a que regresaran, y había cumplido su promesa de traerlo de vuelta.

—No fui el único que estuvo preocupado. Todos estuvieron buscándote, incluso algunos de tus compañeros de instituto. Todo el barrio está empapelado con tu cara. —Rió, estirando la mano para pellizcarle una mejilla —. Lo siento, creo que todo esto fue mi culpa. No fue mi intención ocultarte nada, pero sabía que ibas a reaccionar mal si te contaba que tu padre se había puesto en contacto conmigo, estaba desesperado y yo... realmente quise ayudarlos a ambos.

—Lo sé.

—Escucha, Rafa, tu madre ya no está con ustedes, no puedes regresar el tiempo ni huir de algo que es una realidad, pero tu padre está con vida y te necesita, más allá de lo que haya sucedido.

—Me alejé de él porque él dijo que me odiaba, que no quería volver a verme, que era una decepción para mamá. —Sus ojos se inundaron pero los limpió rápidamente con la manga del jersey—. Intenté hablar con él varias veces pero no sabía cómo acercarme. Quizás estaba siendo cobarde, pero él también lo fue, podría haberme buscado en vez de meterte en medio.

—Lo que haya sucedido ya pasó. Creo que todos pasamos por un susto bastante grande y es momento de comenzar de nuevo. Tú tienes una casa, tienes una familia. Debes regresar con tu padre y deben salir adelante juntos, Rafa.

—No quiero alejarme de Avriel...

—¿Quién dijo que tienes que hacerlo? Pero una cosa a la vez, campeón, hay asuntos que tienes que resolver antes de pensar en eso.

Se escucharon tres toques suaves en la puerta, y la figura de su padre se reveló. Lucía demacrado, pero los ojos se le iluminaron al ver a su hijo después de tanto tiempo. Gerard apretó la mano del chico, dedicándole una mirada cómplice antes de dejarlos solos, él tenía varios asuntos que atender mientras su amigo se encontraba con esa aplazada charla entre padre e hijo.

Durante unos momentos, el silencio reinó en la habitación. Rafael tragó saliva para tratar de aflojar el nudo en la garganta pero al final, las lágrimas caprichosas salieron sin su permiso. Su padre se sentó en la cama, tomándole las manos.

—Cuando eras un niño solías escaparte y salir corriendo sin rumbo —comenzó, con la voz temblorosa —. Una vez salimos de compras con tu madre, ella me dejó contigo y me pidió que te cuidara mientras compraba algo de tomar. Eras tan rápido y tan pequeño que en un abrir y cerrar de ojos desaparecías de mi vista. Ese día... solté tu mano durante unos momentos y cuando quise volver a agarrarte ya no estabas. Jamás había sentido tanta desesperación en mi vida, no podría perdonarme nunca que algo te hubiera pasado. Pero por suerte te entretuviste mirando una vitrina y pude encontrarte. Tu madre casi me mata —ambos rieron entre lágrimas—. Todavía recuerdo su rostro mientras me regañaba.

—Mamá solía tener un carácter bastante fuerte —añadió Rafael, secándose nuevamente las lágrimas.

—Oh, vaya que sí. Durante estos días volví a sentir esa terrible sensación. Esa desesperación y ese nudo en el pecho al ver que nadie sabía donde estabas. Temí lo peor, hijo, pensé que jamás volvería a verte. En ese momento me di cuenta de que no quería fallarte de nuevo, ni a ti ni a tu madre. No imaginas cuanto pedí a los cielos que regresaras sano y salvo para poder decirte cuanto lamento haber descargado mi frustración contigo, no lo merecías. Lo lamento tanto...

El hombre rompió en llanto, estirando los brazos para recibir a su hijo, quien correspondió de inmediato. Se mantuvieron en la misma posición, permitiendo que el silencio terminara de sanar las heridas abiertas. El perdón estaba implícito, Rafael se sentía completo de nuevo.

La puerta se quejó bajo su cuerpo, la claridad reveló la figura del hombre, sentado en el sillón, con el rostro hundido entre las manos. Gerard se acercó, quedándose parado detrás de él.

—¿Cómo está? —preguntó el francés, sin mirarlo.

—Está bien, ayer por la tarde le dieron el alta en el hospital, está... arreglando asuntos con su padre. Pregunta mucho por ti.

Avriel emitió un suave sonido de aprobación.

—Oye, estos días fueron difíciles para todos, pero yo sabía que tú traerías a Rafa de vuelta. Quizás no pueda leer mentes. —Rió—. Pero tengo un sexto sentido que me decía que tú estabas con él.

—¿Todavía pensarías lo mismo de mi si supieras lo que pasó realmente? Rafael le dijo a la policía que se perdió en el bosque y que se refugió en una vieja casona, y todo lo que ya sabes, pero eso no fue lo que en realidad sucedió.

—¿Crees que no lo sé? —Gerard se sentó junto al hombre, empujando con suavidad su hombro para obligarlo a mirarle—. Vi las marcas en su cuello, no es que sean muy pequeñas, y bueno, no es que yo sea un tonto. ¿Ustedes...?

—Mon Dieu... ¡No! —exclamó, avergonzándose al leer los pensamientos del muchacho.

Avriel terminó de contarle la historia y Gerard parecía más confundido que nunca, la diferencia era que esta vez, su actitud era completamente distinta en comparación con la primera vez; estaba dispuesto a creer lo que el francés le había contado.

—¿Sabes que podrías hacer una película de horror, verdad? Lo bueno es que por lo menos te libraste de esa mujer, ¿qué clase de pretendientas te cargas, tío? Ahora comprendo por qué eres... lo siento. —Hizo un ademán, avergonzado—. La cosa es que nada de lo que sucedió fue tu culpa, y si algo en lo que Sasha y yo estamos de acuerdo, es en que tú tienes que ser feliz. Tu nueva meta en este mundo es serlo, y hacer feliz a Rafa, ambos lo merecen.

Avriel guardó silencio, recordando las palabras de Sasha.

—Mira, te propongo algo. Comienza de cero, olvida todo esto, tu pasado, y toda esa locura que acabas de contarme. Más allá de todo, lo importante es que Rafa está a salvo y yo te debo una por eso. Mi casa es grande y tengo una habitación extra.

—Oh, no, Gerard, eso sería demasiado...

—Nada. No puedes seguir viviendo en esta pocilga, con todo respeto... Puedes actuar como una persona normal, solo no debes exponerte al sol y si comes a tus horas, todo estará bien, ¿verdad? —Sonrió, simpático—. Piénsalo. Faltan tres días para navidad, y no permitiré de ninguna manera que te quedes aquí solo y amargado. Así que tomas tu culo francés y lo poco que quieras llevarte de esta casa, y te vienes conmigo. Ángel estará encantado de tener otra extravagancia en su tienda, te lo aseguro.

Ambos rieron. Avriel no tuvo más opción que aceptar la propuesta de Gerard.

Las cosas de Avriel apenas ocupaban tres cajas. Había decidido llevarse consigo los libros viejos de su padre, los cuadros de su familia y el cofre donde guardaba los recuerdos de Sasha. Gerard habló con Ángel sobre la situación del francés, y éste de inmediato quiso conocerlo al enterarse de las reliquias que guardaba.

Cerca de las siete de la tarde, cuando el sol estaba bajando, Avriel llegó a la tienda con la caja que contenía los libros y el cofre. Su actitud de caballero del mil setecientos no podía cubrirse con la ropa moderna que Gerard le había obsequiado. Se paró frente al mostrador, y el hombre quedó boquiabierto al verle.

—Dios mío... —Dejó una caja en el suelo, y le extendió la mano tras limpiarse el polvo contra sus pantalones de mezclilla—. Jamás creí volver a ver a uno de ustedes, ¡y menos en España!

El francés sonrió confundido, buscando la mirada de Gerard, que le hizo un gesto con los hombros indicando que tampoco comprendía lo que estaba sucediendo.

—Excúseme, señor, no comprendo...

—Reconozco a los tuyos entre un millón, no existe un ser humano en el mundo que tenga la mirada y el porte que tienen ustedes. Tú eres un hijo de Caín.

Gerard se chocó contra uno de los estantes debido a la sorpresa.

—Cuando uno viaja por el mundo conoce a muchas personas. Miesha era único; supe que era diferente en cuanto lo vi. Fue en uno de mis viajes a Rusia. —El hombre estiró la mano, tomando una matrioshka mediana de una de las estanterías—. Él me enseñó varias cosas, y me regaló a Anielka, así se llama esta muñeca. Pertenecía a su hija.

Avriel tomó la muñeca entre sus manos, admirando los detalles.

—¿Es en serio...? —Gerard no salía de su sorpresa—. ¿Significa que no es una locura? Joder... cuando Rafa se entere de esto va a flipar, te hubiéramos preguntado a ti antes de meternos...

La mirada furibunda del hombre le indicó que ya sabía su secreto, y que además, estaba hablando demasiado.

—Miesha fue quien me regaló los libros que tú leíste, sin permiso, debo decir. Él pertenecía a un pequeño clan en el sur de Rusia, hay muy pocos; están muy escondidos, viven con temor.

—Señor, ¿usted podría enseñarme un poco más acerca de esto?

—¡Por supuesto! Estaré un mes aquí y luego me iré de viaje, tendrás mucho tiempo para contarme cómo fue tu conversión, y yo te enseñaré los libros.

—¿Eso quiere decir que está contratado? —Gerard volvió a hablar.

—Alguien tendrá que ocupar tu lugar, porque estás despedido —bromeó el hombre, riendo ante la cara de espanto del muchacho.

La navidad por fin había llegado. Las luces festivas iluminaban las calles, donde una fina capa de nieve cubría el asfalto. Bruno había prestado su casa para la cena de nochebuena. Rafael ya estaba recuperado. Había aceptado la propuesta de su padre de regresar a la casa hasta terminar sus estudios cuando supo que Avriel viviría con Gerard. Todavía no terminaba de creerse que Ángel supiera acerca de los hijos de Caín, el hombre estaba encantado con las historias del francés, y este comenzaba a conocer un poco más sobre su condición.

Eran cerca de las diez de la noche. Ángel había llegado con una botella de vino, Gerard y Avriel preparaban la mesa mientras Bruno se encargaba de la cena.

Rafael estaba en el balcón. Todavía no había tenido la oportunidad de hablar con Avriel, tampoco sabía cómo hacerlo. Jamás se había confesado y temía quedar como un tonto. Sintió unos brazos rodeando sus hombros, y reconoció de inmediato a su acompañante.

—Te vas a enfriar aquí afuera, ¿qué estás haciendo?

—Estaba... pensando.

El francés sonrió.

—Hace tiempo que quiero decirte algo muy importante, pero no sé, quiero decir... sé que para ti todavía es muy pronto, quizás esté siento un tonto imprudente y egoísta que no piensa más que en su...

Los labios del francés interrumpieron su ensayado discurso. Rafael abrió los ojos de par en par, arrugándole el cuello de la camisa. Cerró los ojos luego de unos momentos, disfrutando de las cosquillas en el estómago cuando las manos del hombre acunaron su rostro. Los labios de Avriel eran suaves, tibios, dulces. Tal y como los había imaginado.

—Cuando bebí de ti sucedió algo muy extraño —habló sobre su boca, acariciando la mejilla del chico con su nariz. Sus manos se habían deslizado hacia su cintura, y lo apretaban contra su cuerpo para protegerlo del frío—. Antes no podía leerte, no podía descifrarte. Ahora escucho con claridad tus pensamientos, siento que estás metido dentro de mí. Sé lo que querías decirme. Estoy dispuesto a comenzar de nuevo contigo, a dejar mi pasado e intentarlo, solo si sabes en lo que te estás metiendo.

—Te dije que no leyeras mi mente... —Sonrió, completamente avergonzado—. Sé en lo que me estoy metiendo, pero te quiero, y quiero estar contigo. Nunca había sentido algo así por nadie, y quiero que tú seas el primero, en todo.

—Mon diu, Rafa, apenas estamos comenzando, no olvides que también puedo leer tus intenciones. —Sonrió pícaro, ante la mirada sorprendida del muchacho —. Je T'aime, Rafael. Acepto ser el primero, en todo —recalcó, sonriendo—. Confieso que esta es la tercera vez que te beso.

—¿¡Es en serio!? —chilló.

—Lo es, lo siento. —Rió, robándole otro beso que el chico respondió con ganas.

—Chicos, la cena ya está... oh, lo siento, ¿interrumpí algo? No, no hace falta que respondan, qué tonto, esto...

Gerard hizo un ademán con las manos, entrando nuevamente a la casa. Avriel y Rafa rieron, siguiendo la espalda del chico, que se había puesto tan colorado como los tomates que adornaban la ensalada.

Aquella navidad fue diferente. A pesar de sentir la ausencia de su madre, Rafael no se sentía solo. Por primera vez en mucho tiempo, volvía a sentirse completamente feliz.

A las doce de la noche, alzaron las copas y brindaron por un nuevo comienzo, por un nuevo futuro y por las cosas buenas que les había traído la vida. 


FIN

N.A: Me encantaría que leyeran este capítulo escuchando la pieza que dejé al inicio. Es una canción que identifica muchísimo esta historia, por eso quise compartirla con ustedes.

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