Capítulo XVII

Avriel mantenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre el regazo de Rafael. El fuerte golpe lo había dejado inconsciente durante varias horas, pero gracias a eso, descubrió que además de tener la capacidad de leer la mente de las personas, también podía sanar a una velocidad increíble, aunque no dejaba de sentir dolor. Había olvidado aquella sensación hasta que la herida comenzaba a arderle mientras se cerraba.

La madera crujió sobre sus cabezas, y ambos supieron que Alessa se acercaba. Avriel se incorporó rápidamente, Rafael se mantuvo detrás de su espalda.

—Pase lo que pase, mantente detrás de mí.

Las tormentas del francés siguieron cada movimiento de la mujer cuando esta bajó las escaleras. Había cometido el terrible error de darle la espalda al escuchar la voz del muchacho, pero no volvería a bajar la guardia.

—Te sentí cuando despertaste y quería saber cómo estabas... ¿te hice mucho daño? —preguntó en un fingido tono inocente, dejando entrever una sonrisa burlona.

—¿Qué es lo que ganas teniéndonos aquí, Alessa? Ya me tienes a mí, es lo que querías, ¿no? Deja que Rafael se vaya.

La mujer guardó silencio durante unos momentos. Su expresión cambió repentinamente, como si se tratara de otra persona tomando posesión de su cuerpo.

—Eres tan estúpido, tan ingenuo... —gruñó—. No hay vuelta atrás, Avriel. Tú me destrozaste de la forma más cruel, te burlaste de mí y de mis sentimientos, jamás te perdonaré que hayas hecho eso. 

El francés se mantuvo en silencio, permitiéndole continuar.

—La inmortalidad es algo que muchos desean, querido. Pero hay que pagar un precio muy alto si quieres vivir por el resto de la eternidad. El estúpido de mi esposo se entregó como sacrificio al verme al borde de la muerte. La inquisición me seguía de cerca porque mi madre fue una de las brujas más buscadas en aquella época. Creían que yo había heredado su mal, que tenía dentro al demonio. Intentaron matarme pero mi esposo me rescató de las llamas, y rogó a los brujos más viejos que no me dejaran morir. Pero solo había una forma de evitarlo... —Limpió con rapidez una lágrima que resbaló por su mejilla—. El sacrificio de Caín es el rito más conocido en la brujería antigua. Muchos quieren hacerlo pero pocos se atreven a entregar el ingrediente principal: la sangre de un ser amado.

—¿A dónde quieres llegar?

—Mi esposo se entregó voluntariamente en sacrificio aquella noche. Los brujos le cortaron el cuello y me dieron a beber su sangre. Yo lo vi morir y no pude hacer nada por él, ¿sabes lo doloroso que fue eso para mí?

Rafael abrió los ojos de par en par al escuchar lo último. Recordó las palabras de la bruja y un fuerte dolor atravesó su pecho. Todo comenzaba a tener sentido, incluso los sueños que había estado teniendo.

—Cuando te conocí, mi mundo volvió a tener sentido. Me enamoré de ti, soñaba con tener una familia contigo y tú... A ti no te importaba más que tu propia felicidad. Eras egoísta, y eso me llenó de rabia. Si no estabas conmigo, si no aceptabas mis sentimientos no merecías estar con nadie más, no lo mereces. —Esbozó una sonrisa antes de continuar— ¿Deseas que te diga cómo fuiste convertido? —preguntó—. La sangre de un ser amado...

—¡No! —Rafael intervino al ver la expresión que se formó en el rostro de Avriel.

—El chiquillo lo sabe. ¿Tú lo viste, verdad?, lo viste en sueños. Tú eres capaz de ver en sueños sus memorias, ¿quieres que te diga por qué? Tu pequeño Sasha fue a buscarte a donde habían acordado esa noche. —Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, pero esta vez no se esforzó en ocultarlas—. Tuve que decirle que no llegarías porque te habías arrepentido, que en realidad nunca lo amaste. Fue lo mejor para él, ¿sabes?

Avriel se avalanzó contra la mujer, sumido en cólera. Alessa alzó las manos y de inmediato, el cuerpo del francés fue despedido hacia atrás. Su espalda golpeó contra la pared con brutalidad. Rafael corrió hasta donde estaba y lo detuvo al ver que volvía a levantarse para arremeter nuevamente contra la bruja.

—¡Te está provocando, Avriel! —el rubio trataba de sostenerlo, pero la fuerza del francés era increíble—. ¡Por favor, detente!

Avriel volvió a abalanzarse pero el resultado fue el mismo. Su cuerpo volvió a dispararse y golpear contra la pared. Rafael se aterró al escuchar los huesos del francés crujiendo por el golpe.

Alessa continuó hablando, impávida.

—Lo traje aquí mismo y el tonto jamás imaginó lo que le sucedería. Corté su garganta y puse su sangre en una copa. Pero por favor, no te alteres, te prometo que no sintió dolor alguno, la daga estaba muy afilada y él estaba demasiado angustiado para darse cuenta.

El hombre volvió a ponerse de pie y todo su cuerpo crujió, pero el dolor que le provocaban los huesos rotos no eran nada comparado con el inmenso odio que iba creciendo dentro de él. Apretó los dientes, avanzando nuevamente hacia la mujer, que mantenía una sonrisa amplia. Rafael se paró delante de él y el hombre se detuvo.

—Por favor... basta, estás permitiendo que te maneje a su antojo, detente... —sollozó—. Detente, te lo suplico, Avriel, para ya con esto.

—Ella mató a Sasha... —murmuró el francés, con los dientes apretados y las lágrimas inundando sus ojos grises—. Lo mató, y yo estoy manchado con su sangre, estoy condenado...

—No, no lo estás, ¡no lo estás!

—Por supuesto que lo está, niño tonto. Él bebió la sangre del chiquillo. Lo hiciste, Avriel, saboreaste su sangre, la disfrutaste. Estás condenado a cargar con esa culpa durante el resto de tu vida. Estás aquí gracias al sacrificio de Sasha, y no podrás cambiar eso. —Caminó hacia las escaleras, dedicándole una última mirada de desprecio—. Ambos se quedarán aquí. En algún momento sentirás sed, chéri. Terminarás alimentándote de este chiquillo cuando la sed te nuble los sentidos y se apodere de ti. No hay ratas en este sitio para que puedas saciarte. Seguimos siendo iguales, mon amour; ambos estamos manchados con la sangre de nuestros seres amados, tú repetirás la historia y no será por mi mano esta vez, lo harás tú mismo, y yo disfrutaré viendo como enloqueces de dolor y culpa. 

Avriel cayó de rodillas cuando sus piernas no soportaron el peso de su cuerpo. Le faltaba el aire debido al dolor que le provocaban las costillas rotas, sentía que su corazón se detendría en cualquier momento. Estaba devastado. Apoyó la frente contra el suelo mientras permitía que las lágrimas brotaran de sus ojos. Rafael sostenía sus hombros, pero sabía que nada de lo que dijera podría aplacar el inmenso dolor que el francés estaba sintiendo en aquel momento.

—¿Qué es lo que veías...? —preguntó en voz muy baja, ladeando el rostro.

—Los recuerdos de Sasha...

—¿Viste cuando Alessa lo asesinó?

Rafael se mordió el labio, bajando la mirada.

—No sigas torturándote, no tiene sentido...

—¡Respóndeme, Rafael!

—Sí... —dijo en un hilo de voz.

—¿Por qué no me dijiste...?

—Porque jamás imaginé que yo era capaz de ver sus recuerdos en sueños. No lo veía como él, lo veía como si fuera yo mismo el protagonista. Creí que eran cosas mías, lo siento..., lo siento...

El francés se incorporó con lentitud, atrapando al muchacho entre sus brazos.

—Necesito que me escuches con atención. Cuando comience a tener sed no seré capaz de controlarme. Quiero que me prometas que pase lo que pase, tratarás de salir de aquí. Mátame si es necesario pero no permitas que te dañe, Rafael.

—¡No te dejaré aquí!

—¡Por favor! —rogó el francés con la voz ahogada—. Mi vida ya no tendrá sentido si tú me faltas, no podré vivir sabiendo que yo mismo te maté. Rafael, por favor... prométeme que intentarás defenderte aunque tengas que hacerme daño.

El muchacho no respondió. Se aferró al hombre, hundiendo el rostro entre el hombro y su cuello.

En ese momento pasaron demasiadas cosas por su cabeza. Pensó en Gerard, en su padre, en su difunta madre. No tendría opción si quería salir con vida, pero no estaba seguro de tener el valor de dañar a Avriel cuando llegara el momento. 

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