Capítulo XV
El tiempo pasó demasiado rápido para su gusto. La navidad estaba cerca, el espíritu festivo ya podía sentirse en las calles. Rafael observaba con melancolía a las familias, compartiendo risas, con las manos repletas de paquetes. Todavía no estaba listo para pasar las primeras fiestas sin su madre. No sabía cómo sería una navidad sin ella; echaría de menos su risa, el brillo en sus ojos a la hora de armar el árbol navideño, y la ilusión al verlo abrir sus regalos. Recordaba aquellos días en los que él salía de compras junto a sus padres; esos días en los que era completamente feliz.
Envolvió el último paquete antes de abandonar la tienda y marcharse hacia el instituto. Tenía demasiadas cosas en qué pensar, los exámenes se le venían encima y apenas se había hecho tiempo para estudiar.
El timbre sonó y decidió dejar sus pensamientos de lado para sumergirse completamente en las clases del día.
—¿Cómo está...?
—Está bien.
—¿Sabes si vendrá a visitarme en navidad?
—No ha mencionado el tema, pero quizás lo haga. Ya sabes como es él.
—Se acerca su cumpleaños, quisiera poder saludarlo... Debe odiarme, y no lo culpo, fui un completo idiota.
Gerard se cruzó de brazos, apoyándose en el marco de la puerta. Detestaba ocultarle cosas a Rafael, pero lo conocía, y sabía cuál sería su reacción si descubría que él y su padre estaban en contacto. Suspiró.
—Él no te odia, pero fuiste demasiado duro. Está dolido, cree que tú no quieres saber nada de él. Has criado a un chico fuerte, Bruno. Se las arregló para salir adelante durante todo este tiempo.
—Lo sé... —Se dejó caer en la silla, apoyando los codos sobre la mesa de comedor—. Solo quiero ser capaz de pararme de nuevo frente a él y pedirle perdón. Fui tan egoísta...
—No conseguirás nada si sigues torturándote. Trataré de hablar con él para ver si me comenta algo. Últimamente ha estado muy disperso. —Se acercó a la mesa, inclinándose para encontrar la mirada del hombre—. Ambos están pasando por un duelo, ella querría que ustedes dos estuvieran unidos.
El hombre asintió, dejando salir una lágrima que rodó rápidamente por su mejilla, perdiéndose en la espesa barba castaña.
Gerard salió de la casa y encendió un cigarrillo, que lo acompañó en el trayecto de vuelta. Veía el dolor reflejado en la mirada de aquel hombre, estaba arrepentido. Quería a Rafael más que a nada en el mundo, pero la pérdida de su esposa hizo que perdiera el control de sus emociones. Se comprometió a ayudarlo, no sin antes hacerle jurar que jamás volvería a lastimar a Rafael.
El fuego bailoteaba sobre los troncos secos. Una frazada azul cubría su cuerpo casi por completo, dejando al descubierto parte de su cabeza. Un par de cuadernolas, junto a algunos libros y otros útiles, descansaban en la otra punta del sofá y el suelo. Por más que lo intentaba no podía concentrarse, no podía parar de pensar.
Avriel apareció de entre las sombras, tomando los útiles para ocupar su lugar en el sofá. Ojeó el libro antes de guardarlo dentro de la mochila.
—Si tanto te inquieta, deberías ir y hablar con él. —Ladeó el rostro al ver la mirada de reproche que le dedicó Rafael al sentirse nuevamente invadido—. Si yo pudiera hablar una vez más con mi padre, por lo menos durante unos minutos, sería feliz. Creo que él te ama y está orgulloso de ti.
—No lo creo —contestó después de unos momentos—. Cada día, al salir del instituto, voy hasta mi casa y lo veo llegar del trabajo. A veces quiero acercarme pero... no puedo. Tengo miedo de que me odie, de que vuelva a decirme cosas desagradables.
—No lo hará —Avriel se acercó, abrazando al muchacho, que se dejó hacer, agarrando los bordes de la frazada—. Si no te atreves a hablarle, jamás sabrás que es lo que siente. Quizás está arrepentido. No puedes seguir haciendo suposiciones y martirizándote por algo que no sabes si sucederá. Es tu padre, Rafael.
El chico se acurrucó, apoyando la cabeza en el hombro de Avriel. Sus ojos amielados seguían el movimiento de las llamas.
—Extraño a mi madre —soltó sin más, bajando la mirada —. No sé como será esta navidad sin ella. Echaré de menos su abrazo, la extraño tanto... A veces siento que no podré seguir adelante sin ella. Me siento un maldito egoísta por pensar solo en mí, papá lo debe estar pasando fatal. —Levantó la cabeza, encontrándose con la expresión melancólica en el rostro del hombre —. Tú también... también estarás sin tu familia en esta navidad. Creo que tu situación es aún peor que la mía.
—No. Ninguna situación es peor que otra. Cada persona vive sus duelos como los siente. Yo no puedo pretender que tú sufras por mí, así como tú no puedes pretender que yo lo haga por tí. Si hay algo que no se puede compartir, es el dolor. Pero todo pasa, a veces uno termina acostumbrándose. Habla con Gerard, Rafael. Pídele que te ayude a acercarte a tu padre. No le niegues tu compañía en navidad; no le prives el derecho a saludarte en tu cumpleaños.
El chico asintió, frotando la mejilla contra el hombro de Avriel.
—Hablaré con Gerard mañana.
Cerró los ojos, disfrutando del calor y la compañía del hombre. ¿Qué pensaría su padre si supiera de su nuevo estilo de vida? El sueño llegó con aquellos pensamientos rondando en su cabeza.
La mañana lo recibió tan gélida como acostumbraba en esas fechas. Caminaba a paso apresurado, ocultando el rostro en una gruesa bufanda de lana. No supo en qué momento se quedó dormido. Al despertar, Avriel permanecía a su lado. Se tomó unos instantes para observarlo mientras descansaba. Por momentos se cuestionó si aquel hombre dedicaba algún tiempo a descansar, y lo confirmó al darse cuenta de que al igual que él, se había quedado profundamente dormido.
Llegó a la tienda faltando apenas dos minutos para las nueve. Vio la espalda de su amigo mientras hablaba por teléfono, sonaba un poco alterado. Se acercó sin hacer demasiado ruido. Gerard no parecía haberse percatado de su presencia.
—Ya te lo dije, no es conveniente que me llames, ya debe estar por llegar. Te dije que hablaría con él y eso es lo que haré, no seas tan impaciente, Bruno.
Rafael abrió los ojos de par en par. Oyó a su amigo chasquear la lengua, mientras buscaba frenéticamente un cigarrillo dentro del bolsillo de su abrigo.
—Esta tarde vuelvo a llamarte. Dame chance, por favor, no me llames porque si Rafa se entera... —Volteó rápidamente al escuchar unos pasos apresurados alejándose de él—. ¡Mierda! —exclamó al ver la espalda de su amigo—. ¡Rafael!
Las lágrimas corrían por sus mejillas coloradas por el frío. ¿Desde cuándo Gerard estaba comunicándose con su padre? La presión en el pecho apenas le permitía respirar. ¿Por qué su amigo no le había contado nada? De pronto volvía a sentirse demasiado solo; la única persona en la que había confiado ciegamente durante toda su vida le había mentido de la forma más cruel y descarada. Dobló la esquina, deteniéndose de golpe cuando sus piernas no pudieron continuar la marcha. Entonces, escuchó unos pasos detrás de él y se incorporó, limpiándose rápidamente las lágrimas.
—¿Cuándo pensabas decírmelo? —murmuró, apretando los puños—. Creí que eras mi amigo, mi hermano. ¿Desde cuándo estás en contacto con mi padre, Gerard? ¡Dime la verdad...!
Se giró con brusquedad, y la figura que se reveló frente a él le congeló la sangre. Entreabrió la boca, dejando salir un suspiro mientras escuchaba el sonido de los tacos golpeando en la acera. De pronto sus piernas ya no respondían, comenzaba a sentir un sabor amargo en su boca, y por más que una voz en su cabeza le repetía una y otra vez que escapara, ya no pudo moverse de su sitio.
—Duerme...
Su cuerpo se desplomó, y lo último que vio antes de cerrar sus ojos, fueron un par de botas oscuras que asomaban por debajo de un viejo vestido color azul.
NOTA:
no suelo hacer esto, pero siento que debo disculparme con ustedes por la demora. Estuve con demasiado trabajo en estas últimas semanas y escribía cuando tenía un poco de tiempo libre. Un millón de disculpas. Disfruten del capítulo, espero sus comentarios.
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