Capítulo XIII
Avriel se veía impecable con la ropa que Gerard le había dado. Las prendas, a pesar de su sencillez, parecían estar hechas a su medida. Al terminar de vestirse, se recogió el pelo en una coleta, observando su reflejo en el viejo espejo del baño. Llevaba días sin alimentarse y eso se notaba en su semblante; tenía los labios agrietados, y las ojeras oscuras se marcaban bajo sus ojos. Por más que quisiera renegar de su condición, sabía que en algún momento sucedería lo que tantas otras veces, y al final, acabaría cediendo ante sus instintos más bajos. Suspiró, saliendo del baño. Se topó con la mirada curiosa de Rafael que aguardaba en la puerta.
—¿Qué tal? —preguntó tímido, extendiendo los brazos.
—Te ves genial —respondió el muchacho con una sonrisa—. Creo que Gerard tenía razón, su ropa te queda mucho mejor que la mía.
—C'est bien, agradezco tus intenciones. Todavía no logro acostumbrarme a usar coleta, me siento como aquellos caballeros que usaban demasiado polvo y zapatos puntiagudos¹. —Rió.
—Oh, no... no creo que te veas así —Rafael soltó una carcajada al imaginar a Avriel con una peluca blanca y enrulada—. Se te veía bien el pelo corto, pero así también está bien.
—¿Cómo es que tú...? —titubeó el mayor.
—El cuadro —se apresuró a responder—. Llevabas el pelo corto en el cuadro, ¿recuerdas?
—Oh, sí... el cuadro.
Ambos guardaron silencio. Rafael tragó saliva cuando notó la mirada del hombre, escrutándolo como tantas otras veces. Llevaba casi una semana teniendo aquellos sueños extraños, y en todos ellos aparecía Avriel. Se llevó las manos a los bolsillos, alzando la vista.
—¡Todavía no has visto la cantidad de cosas que han cambiado por aquí! —expresó, como si de repente estuviera sobrecargado de energía—. Hoy no me toca trabajar, y tampoco tengo clases; ¿quieres salir a caminar? Llevas demasiado tiempo encerrado, creo que te haría bien tomar un poco de aire.
—Sí, me gustaría —se limitó a decir, formando una media sonrisa.
Sabía que a Rafael le sucedía algo, había aprendido a reconocer cada gesto, incluso percibía hasta el mínimo cambio en su voz. No se había puesto a pensar que quizás se había tomado el tiempo de observarlo demasiado. A pesar de que intentaba meterse en su mente, el chico era capaz de transformar sus pensamientos en un murmullo inentendible.
Salieron de la casona cuando el sol terminó de ocultarse. La gente transitaba a paso apresurado por la calzada, cargando las bolsas repletas de compras; algunos con sus hijos, otros con sus parejas o amigos. Avriel observaba las luces que iluminaban las tiendas y las vitrinas con trajes y vestidos lujosos. Su expresión parecía la de un niño a punto de comerse un caramelo.
—Esto ha cambiado demasiado —comentó, sin dejar de mirar los alrededores.
—¿Recuerdas cómo era antes?
—Como si fuera ayer... —Se detuvo en una esquina, señalando una tienda de ropa—. Aquello era una zapatería. El dueño era amigo de mi padre. Las calles solían ser de adoquín, y estaban iluminadas con unos faroles similares a esos —señaló unos faroles de hierro ubicados sobre la esquina.
—Vaya... lo imagino como una película. Debió ser genial, hasta la parte de la ropa —rió.
—Creo que las cosas son más interesantes ahora.
La sonrisa de Avriel se borró repentinamente. Una punzada de dolor atravesó su estómago, cortándole el aire. Se inclinó, apoyándose en la pared de un edificio. Podía sentir la voz de Rafael que repetía su nombre, sus manos sosteniéndolo por los hombros. Estiró los brazos para tratar de sostenerse, y al toparse con los de Rafael, sintió como si su garganta se quemara.
—Suéltame... —murmuró, apartándose.
—¿Qué dices?, regresemos a la casona. —Pasó la mano del hombre por su cuello, tratando de sostenerlo—. Estás sudando, creo que no fue buena idea...
—Aléjate de mí, Rafael, por favor...
Podía sentir los latidos apresurados de Rafael, comenzaba a fantasear con el sabor metálico de su sangre goteando sobre su lengua.
—¡Vete! —gruñó cuando la imagen de sí mismo desgarrando la piel del muchacho abordó su mente.
—¿Por qué...?
—Vete ahora mismo —repitió, arrastrando las palabras.
Rafael retrocedió al ver aquella mirada felina acechándolo. Se sintió una presa a punto de ser devorada por una bestia. Aquel no era el Avriel que él conocía, sabía que estaba sucediendo algo y que corría peligro. El hombre avanzó peligrosamente hacia él, y no esperó otra orden para echar a correr a los tropezones. Llegó a la casona con el corazón latiéndole en las sienes. Empujó la vieja puerta con todas sus fuerzas, para luego subir las escaleras y terminar encerrado en la habitación. Estaba aterrado, preocupado. Se llevó ambas manos al rostro, permitiendo que las lágrimas salieran a borbotones. ¿Qué había sucedido? Apoyó la espalda sobre la pared, deslizándose hasta quedar sentado en el suelo. La sola idea de no volver a verlo lo hacía sentirse terriblemente solo.
—Avriel...
Escuchó aquella conocida voz, y de inmediato vio la espalda del hombre en el balcón. Sentía la agradable brisa de verano golpeando sus mejillas. Avriel se giró, con una sonrisa dibujada en el rostro. Sintió los fuertes brazos del hombre rodeándolo, y aprovechó el momento para aspirar una vez más aquel aroma cítrico y picante. Dejó que sus brazos se aferraran a su espalda y durante unos momentos, una completa calma se hizo presente, como si no existiera nada ni nadie más en el mundo. Al deshacer el abrazo, Avriel sostuvo su mentón con el dedo índice y el pulgar, depositando un beso suave en sus labios.
—Je t'aime —pronunció en su lengua natal, apoyando la frente contra la suya.
Despertó de golpe. Se encontraba sentado en el suelo, con las rodillas apoyadas en el pecho. Una de sus manos sostenía el camafeo. No supo en qué momento se quedó dormido. Se puso de pie, tenía el cuerpo entumecido y le dolía la cabeza de tanto llorar. Solía despertar con una ola de sentimientos cada vez que soñaba con Avriel. Ya no intentaba negarse a sí mismo que se sentía a gusto en sus brazos, que recordaba su aroma incluso al despertar, y quizás, que quería que todo aquello no fuera solo un sueño. Pero sabía que en el corazón del hombre todavía mandaba Sasha, y que él no sería más que una venda para sanar sus heridas. No quería malinterpretar las cosas, ni ilusionarse con cada sonrisa o cada gesto, pero aquel sentimiento continuaba creciendo y en ocasiones, se permitía imaginarse cómo sería un beso de Avriel, cómo se sentirían sus caricias.
Eran cerca de las doce de la noche. Llevaba más de cuatro horas sin saber nada de Avriel. Se colocó el abrigo y bajó las escaleras a zancadas. Cuando estaba cerca de la puerta, vio como la misma se deslizaba, revelando la figura del hombre. Tragó saliva, buscando su mirada.
—¿Dónde estabas...? —su voz se quebró—. Yo no quise dejarte... cuando me miraste... no eras tú...
No supo en qué momento el hombre avanzó hacia él y lo abrazó. Sentía su cuerpo tibio, tenía olor a cesped, a frío. Se aferró a su espalda, hundiendo el rostro en su pecho. Avriel le acarició el cabello, frotó su espalda con suavidad mientras Rafael sollozaba.
—Deja de llorar, por favor... —habló en voz baja, apretando el cuerpo del chico contra el suyo.
—¡Creí que no volvería a verte! —chilló, separándose bruscamente—. ¡Tú simplemente te pusiste de esa manera y me dijiste que me fuera! ¿Por qué?, ¿por qué me haces sentir tantas cosas y al mismo tiempo me rompes? —Avriel trató de acercarse pero Rafael levantó los brazos, retrocediendo—. ¡No me toques!, cada vez que te me acercas siento demasiadas cosas, no quiero que seas amable conmigo por cortesía, yo...
—Quieres algo que no puedo darte —interrumpió, avanzando. Sujetó los brazos del muchacho, apretándolo nuevamente contra su cuerpo. Rafael forcejeó hasta que cayó en cuenta de que Avriel no se había movido ni un ápice de su sitio —. Lo siento... permíteme explicarte lo que sucedió. No quise hacerte daño. Cuando llevo un tiempo sin alimentarme, cambio drásticamente. Me vuelvo una bestia sedienta que no es capaz de pensar con claridad. Cuando tú me tocaste yo sentí... sentí que perdería el control en cualquier momento, iba a lastimarte si no te alejabas de mí.
—¿Por qué te importa tanto? —preguntó con desdén.
—Porque tú me importas. Lo último que quiero es dañarte.
—Suéltame...
—No. —Lo alzó, caminando hasta el sofá, donde se acomodó con el chico en su regazo—. Yo no puedo decirte que olvidé a Sasha, porque estaría mintiendo. Pero si puedo decirte que tú te has vuelto alguien muy importante para mi, alguien a quien quiero cuidar y proteger, incluso de mi mismo. No quiero que sigas comparándote con él, tú eres Rafael.
—Todavía lo amas, ¿verdad? —interrumpió.
—Tienes que entender que para mi no se han sucedido más que un par de días desde la última vez que lo tuve en mis brazos. No deseo incomodarte con mis sentimientos, es algo que no puedo evitar.
—No me resulta incómodo. Yo comprendo eso, no estoy pidiéndote nada. —Se levantó rápidamente, dándole la espalda—. Perdón, me alteré demasiado.
—Me das demasiado cada día, lo aprecio mucho...
Se estiró, tratando de tomar su mano, pero Rafael la quitó a prisa al sentir el frío contacto de sus dedos.
—Te dije que no quiero tus cordialidades. Y yo no me comparé con Sasha, jamás lo haría. No vuelvas a decir algo como eso.
Se aferró a la baranda de las escaleras, cuando la mano del hombre logró alcanzar su muñeca. Seguía sorprendiéndole la rapidez fantasmal con la que el hombre se movía de un lado a otro.
—¡Enfant gâté! Pour l'amour du ciel...²—masculló.
—Déjame, estoy cansado y quiero ir a dormir, mañana trabajo —se excusó zafando con brusquedad del agarre.
Caminó escaleras arriba seguido de cerca por el mayor, Avriel estaba decidido a hacerse entender; no le gustaba que las cosas quedaran a medias entre los dos. En ese momento se reprochaba el poco tacto que había tenido con Rafael, exponiéndole sus sentimientos sobre Sasha de forma tan directa, sin tener en cuenta los suyos. Sabía que el muchacho estaba abriéndole el corazón; sin embargo le costaba responder. No estaba preparado para entregarse de nuevo; apenas podía asumir que no volvería a verlo jamás, no quería dejarse llevar por la apariencia de Rafael y acabar haciéndole daño; aunque admitía haberse perdido más de una vez en el deseo de besar esos labios color rosa, bajo aquellos rizos de oro; refugio de más de una tarde en los jardines de Sasha. Y qué mal le hacía, que tanto se reprimía de esconderse en una ilusión.
—¿Vas a hacer que te persiga por toda la casa? —se vio obligado a detenerlo cuando llegaron a la habitación, acorralándolo contra la puerta.
—¿¡Por qué no puedes simplemente dejarme en paz!? —sus pupilas temblaron bajo el cuerpo de Avriel; su estómago se revolvió de nervios al darse cuenta que le había levantado la voz.
—No lo haré hasta que no escuches todo lo que tengo para decir. ¿Es que tú puedes dejarme con la palabra en la boca y marcharte?, no me grites —gruñó.
—No te grité; quiero decir... no fue mi intención —desvió la mirada al sentirse intimidado—. Ya hablamos lo que teníamos que hablar, de verdad quiero irme a la cama; déjalo así.
Comenzó a sentir algo de calor en sus mejillas, nervios; ansiedad. Un cosquilleo en la panza al sentir el aliento de Avriel sobre su rostro. Entonces oyó un susurro dulce que no pudo entender.
—Tú dijiste todo lo que tenías para decir, pero yo todavía no he terminado. Me estás exigiendo demasiado y yo... estoy confundido. No quiero lastimarte, no quiero que pienses que intento compararte, no quiero hacerlo, por eso no puedo prometerte nada.
«Mon amour...» oyó Rafael, nuevamente dentro de su cabeza.
Tragó saliva comenzando a marearse, su mente estaba llenándose de suspiros; de palabras de cariño, algunas que incluso no era capaz de entender. Su respiración comenzó a agitarse y trató de sostenerse de los brazos de Avriel. El deseo de aferrarse a él, de arrojarse a sus brazos era tan fuerte que era intolerable.
—Además, ni tú mismo estás seguro de tus sentimientos, niño. No puedes reprocharme a mí cuando eres tú el que vive nombrando a Sasha. Su recuerdo no tiene por qué atormentarte.
Perdía la fuerza, a punto de desmayarse, adormilado.
—Rafael... ¡Rafael! —el muchacho recostó la frente contra su pecho—. ¡Oye!
¹ : Avriel hace referencia al estilo de vestir de los hombres del mil setecientos.
² :¡Enfant gâté! Pour l'amour du ciel : ¡niño malcriado!, por amor al cielo.
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