Capítulo IV
Esa mañana se levantó entusiasmado. Se calzó las zapatillas deportivas luego de abrigarse con un jersey azul. Se colocó una gorra de lana, la bufanda, y bajó corriendo las escaleras. La presencia del hombre ya no lo incomodaba, aunque la indiferencia que este mostraba le ponía los nervios de punta.
—Me voy ya, mi amigo me está esperando.
Como suponía, el hombre no se inmutó, ni siquiera se alteró en lo más mínimo con su presencia. Rafael chasqueó la lengua, negando con la cabeza antes de salir.
El momento que pasó antes de que su amigo abriera la puerta, le pareció eterno. Escuchó sus pasos del otro lado, y aquella cara conocida volvía a recibirlo con una sonrisa.
—¿Tienes novedades? —se mantuvo parado en medio de la sala.
—Tranquilo, siéntate. ¿Desayunaste? —Sin esperar respuesta, caminó hasta la cocina para preparar el desayuno—. Ángel dice que hace tiempo está planeando irse de viaje pero no quiere dejarme todo el peso de la tienda a mí. Precisamente había pensado en la idea de contratar un ayudante para que me eche una mano en la manutención de la tienda, así que...
—¿Es en serio? —interrumpió, levantándose de golpe del sillón donde apenas se había acomodado.
—Déjame terminar —rió—. Sí, bueno, no puede tomarte por el turno completo, pero puedes comenzar durante cuatro horas en la mañana y tendrás la tarde libre cuando comiences el bachillerato. —Dejó dos tazas humeantes sobre la pequeña barra que dividía la cocina de la sala de estar.
—¡Es más que suficiente!, para comenzar está excelente.—Se acercó a la barra, tomando las dos tazas por las asas.
—Empiezas mañana. Abrimos a las nueve de la mañana, pero intenta estar un rato antes, Ángel es buena gente, pero es bastante quisquilloso cuando se trata de puntualidad.
—Cuenta con ello, no te defraudaré.
—Yo sé que no. —El muchacho se acercó a su amigo, desacomodando el gorro de lana que apenas dejaba ver algunos mechones rubios.
Aprovechó el resto de la tarde libre para pasar tiempo con Gerard. Jugaron videojuegos, vieron la última película de terror que se estrenaba y cerca de las siete de la tarde, Rafael se marchó de vuelta a la casona con otra bolsa repleta de provisiones. Avriel se había dedicado a limpiar todos los libros que quedaban en la estantería, y como siempre, se encontraba frente a la chimenea. Esta vez, llevaba algo entre las manos que se dispuso a guardar rápidamente cuando él entró.
—¡A qué no sabes! —se sentó junto a él, ignorando la mueca de disgusto que se había formado en su rostro—. Mi amigo me ha conseguido un empleo, si todo sale bien, podré ahorrar algo de dinero y mantenerme por mí mismo. —Suspiró pesadamente al ver que el otro desviaba la mirada desinteresado, como si él no estuviera allí—. ¿Por qué eres tan hostil?, ¿qué te he hecho? —su molestia comenzaba a crecer al notar que Avriel no tenía intención ninguna de responderle—. Bien, como quieras.
Se puso de pie dispuesto a regresar a la habitación. Se detuvo al pie del primer escalón, volteándose nuevamente hasta donde estaba Avriel.
—En esa bolsa hay algo de comida, puedes tomar lo que quieras.
Subió las escalera, ignorando el gesto de negación por parte del otro. Cerró la puerta, chasqueando la lengua, molesto. No terminaba de comprender cuál era el motivo de su actitud, detestaba que se comportara de esa forma tan infantil cuando él había tratado de ser lo más amable posible. Se dejó caer sobre la cama, envolviéndose con las frazadas cuando escuchó unos pasos suaves y el chirrido de las bisagras. Se removió en la cama, cerrando los ojos para luego, quedarse profundamente dormido.
Despertó cuando apenas estaba amaneciendo. Se removió con pereza, sentándose en la cama, todavía envuelto en las cobijas. El reloj en su muñeca marcaba las siete y cinco de la mañana. Se incorporó, rebuscando en la bolsa algo para desayunar. Su amigo se había tomado la molestia de incluir algunas frutas. Tomó una manzana, dándole un mordisco. Esa mañana era especialmente fría. Se colocó la gorra de lana, la bufanda cubriéndose el cuello y su jersey antes de salir. Avriel no se encontraba en la casa.
Llegó quince minutos antes de la hora. Gerard estaba apoyado en la pared, fumándose un cigarrillo mientras esperaba que Ángel llegara a abrirle.
—¡Pero mira quién llegó! —Le dio una última calada antes de tirar la colilla al suelo y aplastarla.
—Buenos días —saludó Rafael, con una mueca de disgusto—; ¿no habías dejado de fumar?
—Sí, lo hice, pero a veces tengo demasiada ansiedad y necesito calmarme.
Un hombre alto, veterano se acercó a los dos muchachos, con un manojo de llaves en la mano izquierda. La gruesa bufanda de lana apenas dejaba al descubierto un par de ojos marrones, algo rasgados. Llevaba una gorra de lana por la que sobresalían algunos mechones oscuros con algunas canas.
—Buenos días, mucho gusto, Rafael, yo soy Ángel. Gerard me habló muy bien de ti.
—Buenos días, señor —Rafael extendió la mano con una sonrisa, sintiendo los nervios revolviendo su estómago—, gracias por aceptarme.
—Es un placer.
El hombre giró la llave dentro de la cerradura, y al abrir la puerta, Rafael quedó estupefacto. A los lados del lugar, habían repisas con un montón de piezas antiguas de todo tipo, y al final del pasillo, un pequeño mostrador de roble con dos esculturas, también de aspecto antiguo. Aspiró el aroma a madera que había en el lugar, y se acercó curioso a una de las vitrinas , junto a la repisa.
—Pronto sabrás la historia de cada una de estas piezas. Gerard tendrá tiempo de sobra para contártelo todo. Cada rincón de este lugar tiene una historia increíble —comentó el hombre, parándose junto a él.
Rafael asintió, maravillado. Las repisas, sin una pizca de polvo, brillaban bajo los objetos meticulosamente cuidados. Habían muñecas de porcelana, juegos de ajedrez, esculturas, monedas de todo tipo, algunos pergaminos, y un montón de cosas más que Rafael miraba maravillado.
—Bueno, campeón, tu tarea será ayudar a mantener este lugar tan reluciente como lo ves. Todas las semanas realizamos una limpieza y mantenimiento de todos los objetos que ves aquí, desde el más pequeño hasta el más grande. Cuando las piezas son demasiado delicadas, le delego el trabajo a Ángel, él es el experto.
El muchacho asentía fascinado, sin apartar la vista de las paredes. Estaba ansioso por comenzar a trabajar, quería aprender todo lo posible sobre todas esas piezas, conocer sus historias le parecía algo increíble.
Pasó la mañana repasando cada una de las instrucciones de Gerard. Ese día le tocaba el mantenimiento a las muñecas, por lo que el muchacho se dedicó a observar a su amigo mientras éste hacía el trabajo. Admiraba la paciencia y la meticulosidad que tenía a la hora de limpiar cada pieza. El resultado del trabajo era sencillamente increíble.
—Te contaré una historia —dijo su amigo, tomando una pequeña matrioshka¹ de madera entre sus manos—; todo el mundo dice que las matrioshkas son rusas —comentaba mientras comenzaba a desarmar la muñeca con delicadeza—, pero en realidad, su origen es japonés. Aunque los rusos dicen que ellos ya tenían la idea —rió—. ¿Sabes qué representan?
Rafael negó con la cabeza, observando las piezas que Gerard iba sacando dentro de la muñeca más grande. Contó un total de ocho piezas y la última eran tan pequeña que apenas se distinguían los detalles.
—Representan la fertilidad de la mujer. Cada muñeca representa el crecimiento de la vida dentro de una mujer, por eso va una dentro de otra —sonrió, tomando la pieza más pequeña entre el dedo pulgar y el índice—, son mis favoritas.
—Es realmente hermosa...
—Lo es, Ángel trajo ésta en uno de sus viajes. Conoce a muchísima gente y consigue cosas realmente increíbles. Según me dijo, esta tiene más de cincuenta años. Está muy bien conservada.
Continuaron con el trabajo y la mañana pasó volando. Cerca del mediodía, almorzaron juntos y antes de irse, Gerard le contó algunas anécdotas sobre los viajes de Ángel, quién le había parecido un hombre muy interesante.
¹ Las matrioshkas son las tradicionales muñecas rusas de madera con múltiples figuras en su interior. Fueron inspiradas por un ejemplar de la muñeca japonesa Fukuruma traído a finales del siglo XIX a un taller de juguetes infantiles de Moscú.
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