Capítulo 2: En lo desconocido
El sol en los ojos cerrados de Donatello lo obligaron a despertar, pero apenas movió uno de sus brazos para cubrirse, todo su cuerpo comenzó a doler como si hubiera entrenado durante horas sin ningún descanso, como aquella vez que Splinter los hizo entrenar sin parar tras su primer enfrentamiento contra Destructor. Con trabajos llevó su diestra hasta sus párpados, los rascó como pudo notando que no traía puesta su bandana, un mal presentimiento lo invadió mientras abría los ojos poco a poco para no cegarse con tanta luz. Apenas su vista se acostumbró, empezó a analizar la habitación donde se encontraba tratando de no moverse, tanto para evitar el dolor, como para no alertar a quien sea que lo haya traído al lugar.
Se encontraba en un cuarto bastante pequeño y minimalista con paredes de papel como se usaba en la Asia antigua, la habitación sólo tenía un candelabro y la cama donde se encontraba recostado; sintió su sitio de reposo con sus dedos notando que era de un material algo rugoso y fibroso, rígido y algo incómodo, ubicado justo al frente de la puerta en posición horizontal. Al no escuchar ruido alguno alrededor y no ver siluetas por ninguna parte, se sentó dificultosamente sobre la cama pudiendo verla al fin, notando que estaba hecha de bambú con técnicas antiguas de hilado y fabricación, pero igualmente resistentes. Al pie de ésta se encontraba su bo recargado en la pared, la vista de su arma lo tranquilizó un poco, aunque no del todo.
Observó sus alrededores y su persona con mayor detalle, percatándose de que tampoco tenía su equipo ni su T-Phone consigo; a cambio tenía una capa dorada con bordados violeta, sostenida del hombro por un broche algo pesado hecho de auténtico jade. Se levantó con cuidado de no hacer ningún sonido viendo sus pertenencias en el suelo al pie de la cama. Se puso primero su bandana, luego las coderas y rodilleras, vendó sus extremidades tan rápido como pudo, se puso su cinturón, colgó su patineta en su caparazón y ya estaba listo para irse, no sin antes quitarse la capa y dejarla doblada sobre la cama.
Abrió lentamente la puerta y asomó la cabeza mirando el pasillo exterior. Habían más habitaciones a ambos lados, él se encontraba hasta el final del lado izquierdo. Salió del cuarto con extremo sigilo tras otro vistazo, caminando lentamente hacia el principio del corredor. La madera del sueño rechinaba con cada paso que daba sin importar lo delicado que fuera. Apretó un poco más el paso cuando de repente una de las puertas del lado contrario al que salió se abrió.
La persona que iba a salir de la habitación gritó por la sorpresa de encontrarse a alguien en el corredor, causando que Donnie gritara de igual manera. El extraño le soltó un derechazo a la mandíbula, pero afortunadamente reaccionó a tiempo para detener el golpe con su mano, a la vez que lo redirigía hacia abajo para desequilibrar a su oponente y darle una patada en el pecho para alejarlo y mantener distancia para analizar sus opciones. El choque del contrario contra la pared permitió a Donatello percatarse de que su atacante era en realidad su hermano Rafael, quien acumulaba más y más ira mientras se ponía de pie, alistándose para cargar contra él y embestirlo para someterlo y golpearlo con mayor facilidad.
—¡Rafa, espera! ¡Soy yo, Donatello! —exclamó el mayor al bajito, quien finalmente reaccionó y se calmó un poco.
—¡Donnie! Qué bueno que estás aquí.
Estaba genuinamente contento de ver a su hermano, ahora ya no se sentirían tan inseguros estando juntos. Rafael abrazó a su hermano con fuerza y lo elevó ligeramente del suelo, pero al colocarlo nuevamente en el piso le dió un golpe en la nuca, regresando a su semblante enojado de siempre. Donnie abrió los ojos por la sorpresa mientras frotaba su cabeza para aliviar el dolor.
—¡Auch! ¿Eso por qué fue?
—Eso es por patearme en el pecho, tonto.
Donatello estaba a punto de quejarse cuando otra puerta se abrió del mismo lado por donde salió Rafael. Ambos se pusieron rápidamente en guardia esperando para atacar a quien sea que saliera de la habitación. El peligro nunca llegó, ya que de la puerta se asomó un rostro verde y pecoso familiar para ambos: se trataba de Miguel Ángel, quien relajó su expresión preocupada al ver a sus dos hermanos mayores. Se abalanzó a abrazarlos, muy feliz por no estar solo en aquel lugar extraño.
—¡Hermanos! Pensé que estaría solo aquí, me alegro de verlos.
—¡Baja la voz, Mikey, alguien podría oírnos! —gritó/susurró Rafael aparentemente irritado, cuando realmente estaba muy feliz y aliviado por que su hermanito se encontraba bien.
—Chicos, ¿alguien ha visto a Leo? —interrumpió Donnie al surgirle cierta preocupación por el mayor de los cuatro, a lo cual los de antifaces de colores cálidos negaron con la cabeza— Tenemos que buscarlo, abran todas las puertas con cuidado para ver si está aquí. Al terminar nos reuniremos en este mismo punto, y si algo pasa, no duden en gritar y acudiremos para ayudar.
A pesar de que Rafa quería reclamarle a su hermano mayor por su "arbitrariedad" de darle órdenes, terminó conformándose, ya que estaba consciente de que estar en otra dimensión era una situación sumamente peligrosa, y si Donnie estaba tomando la iniciativa para liderearlos con la cabeza fría teniendo en cuenta los posibles riesgos, no se opondría a seguirlo por un tiempo. Los menores asintieron y comenzaron su búsqueda por su líder.
Abrieron todas y cada una de las puertas, pero en ninguna estaba Leonardo. Habían seis habitaciones un poco más personalizadas que el resto, por lo cual dedujeron que seis personas podrían estar viviendo en ese lugar. Volvieron a reunirse en el punto acordado, confirmando que su búsqueda había sido en vano. Decidieron que ya era hora de buscar la salida, todos juntos encontraron una puerta que daba hacia unas escaleras de piedra donde la única opción era bajar.
Siguieron el sendero rodeado de árboles de olor agradable y fresco hasta el final de las escaleras, eran tantas que se cansaron un poco por la velocidad a la que iban, además de que algo les dificultaba un poco respirar. Mientras tomaban un descanso, Mikey se dió media vuelta y abrió los ojos como platos por lo que estaba presenciando. Llamó la atención de Donnie picándolo múltiples veces en el brazo. El más alto le soltó un manotazo, pero antes de poder reclamar, igualmente quedó anonadado por la vista a sus espaldas: había un palacio enorme de color rojo con pilares colosales, detalles dorados y verdes, techos igualmente verdes estilo pagoda y puertas gigantescas. Al menos ya sabían que la razón de su dificultad respiratoria era la altitud a la que estaban.
—Donnie, ¿crees que Leo esté allí? —preguntó el pecoso aún asombrado sin apartar la mirada del palacio, a lo cual su hermano le respondió de igual forma.
—Considerando que las escaleras de los dormitorios coinciden con las de ese enorme palacio, es muy probable que sí.
—Bien, ¿y qué esperamos? Vamos a recuperar a Leo —dijo Rafael impaciente, como siempre. Estaba a punto de esprintar escaleras arriba cuando Donatello lo detuvo poniendo su mano en su pecho.
—Espera, Rafa. No sabemos si hay guardias arriba, ni qué son, ni de lo que son capaces. Recuerda que estamos en otra dimensión, todo es potencialmente hostil, no podemos ser imprudentes.
—¿Entonces qué planeas hacer, genio? Estamos sobre una maldita montaña sin otra forma de subir más que esas escaleras infinitas. Y aunque tuviéramos el equipo necesario, me rehúso a escalar todo eso para llegar a la cima —Donnie se quedó pensativo por un momento colocando su mano en su barbilla. Tras unos segundos de pensar en posibles alternativas, llegó a una conclusión.
—Me temo que tienes razón, escalar es imposible, además de que sería muy tardado y peligroso para nosotros considerando nuestro cansancio actual. La única opción que nos queda es subir por las escaleras y detenernos unos escalones antes para asomarnos y analizar la situación, y en base a ello hacer un plan rápido e improvisado.
—Hasta que dices algo coherente. Vamos, es hora —sacó sus sais de su cinturón y los giró un poco, estaba listo para irse. Sus hermanos imitaron su acción con sus respectivas armas.
—¡BOOYAKASHA! —celebró Miguel Ángel por el entusiasmo y nerviosismo de esta nueva misión, pero sus hermanos lo hicieron callar con un ruidoso "SHH" para no atraer enemigos a su ubicación. El de bandana naranja se encogió en su lugar por la reprimenda, pero sin perder el entusiasmo, volvió a repetir pero ahora en un susurro— ¡Booyakasha!
Los dos mayores negaron con la cabeza y comenzaron su recorrido hacia arriba, no sin antes recibir Mikey un golpe en la cabeza por parte de Rafael. El de antifaz naranja frotó la zona del golpe para aliviar un poco el dolor y arrancó tras sus hermanos. Apenas iban a medio camino cuando el cansancio comenzó a hacerse notar, el sol brillaba en todo su esplendor, y junto con la altitud se estaban sofocando un poco. Donatello recordó algunos de los ejercicios de respiración que su maestro les había enseñado para situaciones como esas, así que se lo comunicó a sus hermanos para poder seguir subiendo.
Finalmente llegaron casi a la cima, avanzaron con extremo sigilo asomándose un poco por sobre los peldaños, y para su buena suerte no habían guardias alrededor. Corrieron hacia la imponente puerta pegando la cabeza para ver si podían oír algo desde dentro, ya que era la única forma de entrar. Del otro lado habían unos murmullos, mas por el eco y lo ancho de las puertas no podían identificar bien de quién se trataba ni cuántas personas había. No tenían muchas opciones sobre cómo proceder, por lo que optaron por abrir la puerta y enfrentarse directamente a quien sea que estuviera dentro del palacio.
Rafael abrió la puerta estruendosamente y los tres entraron analizando sus alrededores velozmente: estaban dentro de un gran salón con muchos artículos de guerra que ahora era de ornato, que parecían haber pertenecido a otros guerreros; más no eran normales, sino que habían muchas cosas zoomorfas alrededor. Justo al frente vieron a su líder junto a una especie de ratón humanoide enano de grandes orejas, bigotes delgados y largos y cola anillada, que portaba un abrigo de color rojo-burdeos y un fajín marrón. En la mano traía un T-Phone, a lo cual Donnie reclamó.
—¡Él tiene mi T-Phone! ¡¡Y a Leo!!
—¡Leo! ¡Deja ir a mi hermano, rata apestosa! —exclamó Rafael amenazando con sus sais, listo para atacar por si se le ocurría hacerle algo al de antifaz azul.
—¿Perdón? —preguntó la "rata" de voz ronca visiblemente confundido, incluso algo ofendido por los calificativos.
—¡Rafael, ten más respeto! —interrumpió Leonardo dando unos cuantos pasos al frente. Él traía puesta una capa dorada igual a la de Donnie, sólo que la suya tenía bordados azules, igualmente sostenida por un broche de jade. Los demás estaban confundidos por la exigencia del líder, a lo que Miguel Ángel cuestionó.
—¿Por qué seríamos respetuosos con un secuestrador? ¿Y por qué traes puesta esa cosa?
—Chicos, tranquilos, no estoy secuestrado. Deberían agradecerle al maestro por salvarnos la vida.
—¿Maestro? —preguntaron los tres menores al unísono, bajando un poco la guardia ante la seguridad de las palabras de su hermano.
—Así es, maestros. Mi nombre es Shifu, soy el maestro a cargo del lugar donde estamos, el Palacio de Jade, específicamente en el Salón Sagrado de los Héroes. Y para que lo sepan, no soy una rata, soy un panda rojo.
—... lo sentimos, maestro —se disculparon Donnie, Mikey y Rafa por la intromisión y el insulto del de ojos verdes. Guardaron sus armas, mas aún tenían muchas dudas sobre su paradero. Fue Donatello quien interrogó lo que todos tenían en mente.
—Entonces... ¿dónde está ubicado exactamente este "Palacio de Jade"?
—Estamos en China, en la cima de la Montaña de Jade, ubicada en el Valle de la Paz.
—¿China? ¿Cómo llegamos de Nueva York hasta China? —dijo Miguel Ángel consternado.
—Debió ser por el portal de Kraang y Destructor. ¿Pero cómo es que lograron abrir la celda donde estábamos? —volvió a cuestionar el más alto, siendo respondida la duda nuevamente por Shifu.
—Ah, esa cosa extraña donde estaban encerrados. Era demasiado firme como para romperla con golpes o armas convencionales, así que el Guerrero Dragón utilizó el Casco de la Invencible Patada Trueno para romperla. Una vez abierta, mis estudiantes los trajeron a su cuartel para ver si estaban heridos y para dejarlos reposar.
—¿Estudiantes? ¿Hay más personas? —indagó esta vez Rafael extrañado por la ausencia de los dichosos "estudiantes". Recordó las seis habitaciones que estaban más personalizadas que el resto, por lo que supuso que sólo serían seis a quienes se refería el panda rojo.
—Así es. Ellos salieron a una misión temprano en la mañana, así que no deben tardar en llegar.
Más tardó el maestro en terminar la frase cuando detrás de ellos se escuchó un quejido grave, fuerte e imponente que sorprendió y asustó a los hermanos más cercanos a la entrada. Sacaron sus armas nuevamente y se pusieron en guardia, encontrándose con la vista de un panda gordo con pantalón de parches arrastrándose por el suelo visiblemente cansado. Estaba jadeando como si hubiera corrido cinco maratones en diez minutos.
Siguiéndolo venían más animales humanoides: un mono con pantalón negro y muñequeras del mismo color; una serpiente con dos flores rosas en la cabeza; una grulla con un sombrero de sembrador de arroz con unas plumas rojas en la punta; un tigre con pantalón negro y chaleco rojo con estampado negro de plantas; y una mantis religiosa casi imperceptible sobre el hombro del mono. El tigre levantó al panda del suelo sin dificultad alguna y le reclamó en un susurro.
—Po, compórtate, los maestros están aquí.
Seguidamente, todos ellos hicieron un puño con su diestra que recargaron en su extremidad izquierda (la serpiente sólo lo imitó como pudo con su cola), haciendo una reverencia hacia las tortugas, quienes se extrañaron por el título que les dió el felino. Leonardo se emparejó con sus hermanos, se miraron entre sí con incredulidad y envainaron nuevamente sus armas al ver que no representaban ninguna amenaza. El tal "Po" se seguía reponiendo cuando respondió imitando el gesto de sus compañeros.
—Uy... perdón, maestros, no los vi. Es asma de panda.
—¿Maestros? —dijeron en voz alta los hermanos reptiles, no entendían qué estaba sucediendo.
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