24. Tu idea de Misericordia.


―Así que...ese es el dichoso Armando. ― dio una fuerte calada a su cigarrillo mientras miraba la pantalla. En ella, la imagen de un chico de cabellos castaños y semblante serio permanecía inmóvil ante un fondo totalmente blanco. Bajo una montura de gafas negras, la mirada de un joven perdido podía vislumbrarse allí, oculta entre la madurez y escrupulosidad. Vestía un uniforme de escuela, completamente negro del cual solamente sobresalía el blanco cuello de la camiseta perfectamente planchada. Junto a la imagen, un registro perfectamente estructurado sobre sus datos más relevantes; Fecha de nacimiento, número de identificación, calificaciones, conducta ciudadana, archivo criminal entre otros.

Soltó el humo de entre sus labios y colocó sus piernas por encima de la mesita de centro, donde la pantalla de la laptop permanecía encendida iluminando esa oscura habitación con una tenue luz.

―Lo habitantes de esta ciudad son unos incompetentes. Un montón de ilusos que se creen inmunes a todo. ¿No es así? ¿Gafitas? ―preguntó a la imagen de Armando, burlándose de lo antes dicho. ― ¿Quién pensaría qué con su sofisticada creación hecha para modular y proteger desde lejos a los habitantes, podrían ponerlos en peligro, así, con solo saquear y descargar información a diestra y siniestra?


Su mirada se centró en la del chico. Era el perfecto prototipo de hombre de negocios, sin alma ni deseos. Sin voluntad ni motivos. Una persona vacía. Triste y miserable. Casi sintió pena por el chico. Si todo hubiese seguido como antes, seguramente hubiese crecido siendo un ejemplo de vida monótona y gris. La gente diría de él ''Oigan todos ¡deben ser como este pobre diablo! Así de vacíos y absurdos. De mente cuadrada. Sin esperanzas. Resignado. Un hombre que lleva a cabo una vida programada. ¡Incluso su muerte está fijada para un día Febrero de un año próximo! Si no obtienen invitación al funeral, ni se presenten, que saldrá de su tumba y los echara a patadas'' Si. Un hombre encajaba a la perfección en los planos de esa asquerosa ciudad. Todo esto si tan solo, la vida allí dentro hubiese seguido igual, claro está.

El fuerte y repentino golpeteo de la puerta de madera, que mantenía encerrado el aire vicioso, lleno de humo de cigarro, lo sacó de sus cavilaciones.

― ¡No hay nadie! ― vociferó Ernesto con tono fingidamente molesto.

― ¡Ernesto! Soy Garrett.

―Mucho gusto, Garrett. El placer es mío ― gritó Ernesto echando la cabeza para atrás mientras se sacaba el cigarro de la boca y lo miraba detenidamente.

― Voy a entrar. ― Gary movió la perilla de la puerta sin obtener resultados. Estaba terriblemente oxidada y llevaba tiempo sin ser girada siquiera unos centímetros.

― ¡No quiero incompetentes aquí! ¡Largo!

Una fuerte patada aventó la puerta de lado, dejando entrar un tenue rayo de luz combinado con pequeñas partículas de polvo que se arremolinaban en esa franja que iluminó la habitación.

La mirada de aquel chico taciturno se posó sobre él hombre que ni siquiera se había inmutado por el fuerte golpe que rebotó en las paredes y llegó a sus oídos estrepitosamente. El sonido de las pesadas botas del chico hizo rechinar los tablones de madera, hinchada y astillada por los tiempos fríos que reinaban allí dentro. Ernesto escuchó un ligero chasqueó de lengua y el correr violento de las pesadas cortinas que mantenían la luz apartada de ese viejo y abandonado sitio.

― No dejes que la luz... ¡Maldición! ― una oleada de luz grisácea caló en los ojos del hombre. ― ¿Qué te he dicho de la luz? ¡Nunca dejes entrar la luz! ―Se quejó molesto. Apagó su cigarrillo en el cenicero y se frotó los ojos rápidamente.

Con muebles mohosos y polvorientos. Pisos tapizados por polvo y papel tapiz desgarrado en sus tristes paredes; la sala de estar era una pocilga en la que cualquier tipo de alimaña podría haber vivido felizmente de no ser porque la ciudad las exterminaba minuciosamente.

―Pareces un murciélago. ― habló Gary con voz indiferente mientras tomaba asiento en el sofá junto a Ernesto, que se vio obligado a recorrerse para evitar que el chico se sentara sobre él.

―Y tú un maldito controlador.

― Gracias, ¿Qué mirabas?

―Nada importante. Estaba leyendo sobre ese tal Armando. Por lo que vi en el vídeo de seguridad, lo trajiste completito. Cosa curiosa, viniendo de ti.

―Fue Mirlet. Él Insistió en traerlo con nosotros.

―Ese muchacho... Nos mete en problemas cada vez que puede ¿no es así? Por cierto... ¿Dónde lo dejaste?

―La carga fue muy pesada. No podía esperarlos.

―Ambos metieron la pata, es lo menos que se merecen. ¿Estarán bien?

―Mirlet, quizás. El otro, lo dudo. ¿Cómo van las cosas allá afuera? ¿Ya se han detonado la mitad?

El hombre asintió. ― Nuestro proyecto ha sido un éxito. Uno de los chicos me contactó hace poco. Hay todo un follón en las calles. Los gritos, el llanto y la desesperación abundan allá afuera. ― Ernesto esbozó una sonrisa mientras señalaba con el dedo pulgar la ventana a sus espaldas. ― ¿Quieres echar un vistazo?

―No, gracias. Te creo. Por otra parte, supongo que ya te abras dado cuenta de lo sucedido. Porque, bueno, estoy aquí y no en la torre de control... ¿Qué haremos?... Parte de la zona B ha sido rociada con gas mostaza y según el acuerdo, ese sector debía permanecer limpio, por lo menos, los siguientes veinte minutos para poder desplazarnos a nuestro antojo. Además, temo que pueda pasar más allá de la puerta de cristal y llegar hasta nosotros.

―Descuida. Con una sola mochila bien cargada no hará demasiado daño. No entrara hasta acá, por lo menos. Aunque, te noto frustrado...― con esas palabras sirviéndole como un detonador, Gary asestó una patada a la mesita donde la laptop permanecía. Ésta salió volando junto con la mesa y cayó al suelo con violencia.

―Deberíamos estar en la torre de control...¿Qué digo?...ya deberíamos estar saliendo de allí. Todo se complicó y ahora no tiene sentido ir y exponernos. ¿Dices que no nos afectara? ¿Con quién crees que hablas? Ese gas fue modificado para aguantar los bajos niveles de calor a los que estamos expuestos. Las turbinas fueron encendidas y hasta el más minúsculo brote de gas se esparcirá por estos andares. Eso sin contar el gas que colocamos específicamente para la zona. ¿¡Porque no me dejaste con el grupo siete!? ― le reclamó exaltado. ― Si me hubieses permitido ir con ellos quizás ahora...

― ¡Imposible! ― interrumpió Ernesto, poniéndose de pie mientras encendía otro cigarrillo. ― te necesitábamos en el grupo nueve. Eras él mejor para el puesto. No iba a poner la operación en riesgo solo por tu egoísmo. Sería estúpido. Suficiente favor te hice dándote a ti y a ese idiota veinte minutos de más para entrar y salir de aquel lugar. Debemos hacer sacrificios de cuando en cuando. No siempre se puede hacer lo que se quiere. Así es la vida, muchacho.

Gary miraba el suelo con impotencia. Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba procesar lo ocurrido. <<Entonces... ¿todo fue por nada?>>

 ―En todo caso. ¿Qué planeas hacer si no lo encuentras?― preguntó Ernesto curioso.

  ―  ¿Y eso, ahora, que puede importar? 

  ― Te hice una pregunta. Contéstala, con una chingada.―  Gary lo miró con desprecio. Y después de calmarse un poco para así evitar gritarle y terminar en una pelea sin sentido, contesto. 

  ― No tenemos gente. Las personas que están encerradas ahí, básicamente, detestan este sitio. Pensé que nos servirían de mucho si los traíamos con nosotros. Independientemente de si lo encontraba o no. Pero...como ese asunto es cosa del pasado...nos jodemos.

―A ver mocoso, me le vas bajando dos tonitos ¿si? ― ordenó Ernesto  molesto. Caminó hasta Gary y se colocó en cuclillas frente a él. ― Mírame a los ojos.― sostuvo el rostro del joven con ambas manos y lo obligo a mirarlo.― Aún hay tiempo...¿entiendes, imbécil? 

Y con esas palabras, le sonrió al chico y se levantó. Camino hasta el sitio donde la Laptop había caído y se agachó a recogerla.   

 ― Nos reuniremos en la ranura dentro de una hora; al parecer los chicos tuvieron dificultades con algunos oficiales...lo cual retrasará un poco nuestra operación. Tienes suerte, aunque, eso es todo el tiempo que puedo conseguirte. Tienes tiempo de ir y venir sí te secuestras algún auto arrumbado de por ahí. Tienes para escoger él que más te guste. Menos el Ferrari que está a dos calles de aquí. Ese es mío, aunque esté medio feo por la tormenta y por el imbécil que lo chocó, ya le eché el ojo.― Bufó divertido. Con el aparato en una mano, levanto la mesita que el impulsivo joven había aventado y colocó la maquina nuevamente en su sitio 

― Gary ―  continuo ― Si tanto quieres ir a ese lugar... Si tanto quieres ir en su búsqueda y es tan importante para ti, entonces, exponte al peligro que implica volver a esa zona y demuéstrame de qué estás hecho y que no solo eres pura palabra.

Entonces el rostro de Gary se iluminó.

― Hay un par de máscaras ahí, en la alacena que me sirve de modular.―  señaló con la cabeza un mueble de madera viejo e hinchado. Allí habían varios frascos de vidrio, hojas de papel, libros y, al pie del mueble, varias mochilas negras de las cuales sobresalían algunas prendas de plástico   ― Puedes tomarlas e irte, pero, solo con una condición: llega a tiempo para ver el espectáculo conmigo. Que no quiero verlo sabiendo que tú estás en el escenario y no de espectador. ¿Trato?

Ernesto extendió su mano hacia Garrett y éste la estrechó con fuerza mientras asentía. ―Trato hecho.




**




―Ya falta poco Armando, estamos a unas cuantas calles. ¿Ves esa privada que esta allá? Bueno, es ahí a donde nos dirigimos. Si sigues caminando como hasta ahora, llegaremos en un santiamén― lo alentó Mirlet sonriente. ―Aunque hubiésemos llegado antes si no hubieses hecho el berrinche y si tu condición no fuese tan pésima. ― susurró esto último mientras acomodaba el brazo de Armando sobre su hombro cada que este se caía junto con el dueño. ―Ernesto está emocionado por conocerte. No tienes idea. Estoy seguro de que se alegrará con tu llegada.

Mirlet hablaba y hablaba sin importarle si era ignorado o no. Mientras que Armando parecía moverse solo por inercia. Sus piernas estaban débiles y su vista vagaba perdida entre los suelos. Apenas escuchaba palabra de lo que decía aquel chico. ¿Ernesto? ¿Y ese, quién era? En alguna parte de la conversación que Mirlet recreaba en soledad, lo había mencionado, pintándolo como alguien sumamente importante para ellos.

Pero a Armando no le importaba.

En su mente, trataba de hilar cabos sueltos sin mucho éxito. Solo las voces eran su guía y en muchas ocasiones, estas no eran más que insultos y sugerencias que acrecentaban sus rencores. Sin embargo, una pista en especial, un pequeño grano de luz que iluminaba sus adentros era todo lo verdaderamente importante que poseería. Esa dulce, clara voz infantil y nostálgica que venía de alguna parte para consolarlo y recordarle que debía volver a la realidad. La realidad que el mismo había construido a base de mentiras.

―Pronto...― susurró para sí, no importándole que Mirlet lo escuchara y cuestionara.

―Cuando lo veas puede que sientas miedo. ¡Es un gorila! Nunca he visto a uno en persona, pero en un libro que hojee hace mucho la imagen de uno apareció y estoy seguro que Ernesto pertenece del todo a esa especie. Ya lo veras y me dirás si estoy en lo cierto.

―Entonces...él es quien los incentivó a hacer esto. ― dijo Armando sin entusiasmo. De alguna manera el shock y el repudio que le causaba el hecho de estar junto a un asesino en masa había quedado sepultado en alguna parte dentro de él gracias al cansancio.

―Si quieres llamarlo así...Sin embargo, no puedes juzgarnos. No debes hacerlo. No alguien como tú.

― ¿Qué tiene alguien cómo yo?

―Inexperiencia e Ignorancia...claro está. No nos entenderían de no verlo con sus propios ojos. De no sentirlo con su piel. De no padecerlo con todo su ser...él no es el incentivo para hacer lo que hacemos. El solo es un eslabón, un engranaje. Una pieza valiosa que nos mantiene unidos en este camino hacia nuestro propósito. A simple vista, parece que quienes están mal aquí somos nosotros. Pero cuando buscas algo, echar un simple vistazo superficial nunca es suficiente para encontrarlo.

― ¿Ustedes lo encontraron y por eso hacen todo esto?

―Es normal. Cuando encuentras una falla, debes exterminarla cueste lo que cueste ¿Qué no? ― Armando no pudo ver la sonrisa que adornó el rostro del chico mientras explicaba su retorcida lógica.

― ¿Qué hago aquí? ― preguntó entonces. Sentía la cabeza pesada y la ladeaba de cuando en cuando. Quería deshacerse del agarre de Mirlet, pero este era más fuerte y no lo soltaba por nada del mundo. ― Soy parte de esa falla. Entonces, ¿Qué hago aquí? ¿Por qué dejarme esa nota? ¿Por qué intentar salvarme?

―Si ahora estas aquí es gracias a que este monstruo tuvo misericordia de ti. Aunque no debes sentirte especial. Como dije hace rato, fue un error haberte conocido. Así como tú estás aquí ahora, bien pudo haber sido alguien más. Garrett lo llamó redención. Yo lo llamo misericordia.

― ¿Misericordia? ¿Para quién? ¿Para ti o para mí?

Cuando estaba a punto de contestar a su pregunta, Mirlet se obligó a callar y detuvo el paso de repente. Mirando a su alrededor con cautela, parecía buscar algo de repente. Armando abrió la boca para decir algo pero Mirlet la cubrió rápidamente. ―Espera. No hables.

Ambos, de pie a mitad de una calle teñida en blanco, permanecieron en total silencio. El viento que se avecinó hizo rugir los edificios abandonados y ya destartalados que los rodeaban con recelo. Pasaron un par de minutos así, inmóviles y callados. Y justo cuando en la cabeza de Mirlet se cruzó la idea de que solo eran paranoias suyas, volvió a escucharlo.

El seco crujir de la nieve inundó sus oídos y activó cada uno de sus sentidos de alerta. La mano con la que rodeaba la espalda de Armando se puso tensa, incrustando sus dedos con fuerza en la chamarra y en la piel a las que se aferraba inconscientemente. Alguien que recorría los mismos caminos que ellos, se acercaba, sollozando. Sus pasos eran lentos. Pero carentes de todo sentido de cautela. Sus sollozos eran apenas perceptibles y de cuando en cuando, sorbía la nariz con fuerza mientras dejaba escapar un prolongado llanto que parecía acentuarse desde su garganta. << ¿Dónde está?...maldición...>> pensaba Mirlet, quien se alteró aún más al escuchar un segundo ruido que les era totalmente ajeno a él y a su acompañante.

El ruido de las llantas de un auto comenzó a acercarse a ellos. Estaba lejos, pero con la velocidad que parecía llevar, estaría allí en cuestión de nada. El sonido del claxon, siendo constantemente accionado por una fracción de segundo llenó el silencio de las calles e hicieron estremecer a los dos chicos confundidos. ― ¿De dónde viene eso? ― preguntó Armando alterado, ignorando el ligero sonido que acababa de captar sobre aquella persona que lloraba y que parecía no estar muy alejada de ellos.

Mirlet dio un par de vueltas en su lugar sin soltar a Armando y negó con la cabeza. ― No lo sé. Pero están cerca. Pasarán por aquí...debemos escondernos.

― ¿Qué dices? ¿Por qué deberíamos...?

El jalón que Mirlet le dio fue contundente. En lo que articulaba sus preguntas, el chico ya lo estaba arrastrando a uno de los callejoncillos que los edificios creaban. El sonido de las llantas se acercaba y no parecía disminuir la velocidad que manejaban. Escondidos tras un tambo de basura rodeado por pestilentes bolsas negras llenas de desperdicios agusanados, ambos se acurrucaron sin hacer ruido. ― ¿Por qué nos escondemos? ― preguntó Armando molesto por haber sido arrastrado contra su voluntad nuevamente.

―No hables tan fuerte. Estos lugares no son seguros...por lo menos, no ahora. ― susurró el chico, llevándose el dedo índice a sus labios. ―Verás, la gente de aquí no es...bueno, muy estable que digamos. No podemos llamar la atención.

― ¿Qué quieres decir con eso? ¡Rayos! Apesta aquí. No pudiste escoger un mejor sitio para-

La mano de Mirlet tapó su boca. El chico acercó su rostro al de él y con una mirada amenazante lo dijo todo: ''Habla y te cortaré la lengua. ''

Y entonces, el fuerte sonido de las llantas derrapando sobre la superficie más congelada de la calle acompañó, e incluso amplificó, el sonido de él corazón de Armando, haciéndolo latir tan rápido que casi le pareció perder el conocimiento por un momento al ver la escena de un auto estampándose contra el enorme poste de luz que tenían en frente.

Sintió como el brazo de Mirlet lo rodeó por el estómago y como, de un movimiento, lo sentó de nuevo en el suelo cuando intentó incorporarse para ir a ayudar al accidentado

Una fría hoja de metal se acercó a su garganta al instante. Mirlet lo miraba sin compasión. Con la locura y la agresividad de un fiero animal enjaulado que estaba a punto de ser liberado para masacrar a su presa. ''Te mataré'' Armando alzó ambas manos en señal de rendición mientras intentaba sostenerle la mirada a ese extraño chico. Poco a poco, la cuchilla se alejó de su garganta. Y entonces, dándole una segunda oportunidad, Mirlet le hizo una última señal de silencio y se giró para ver la escena, justo cuando comenzaron a balbucear: 

―Mi bebé. Mi bebé...― Una mujer de largos cabellos enmarañados y canosos yacía de rodillas junto al auto que tenía el frente destrozado. Mirlet escaneó el lugar con la mirada. Sea quien fuese el que manejaba el auto, aun no salía de él. Ni siquiera había un solo movimiento allá adentro. ―Mi...mi...― entonces, como en un trance, la mujer se quedó inmóvil, mirando una de las llantas atónita. ―Mi...mi be-mi be... ¡MI BEBÉ! ― Dejó escapar un fuerte grito que parecía querer desgarrar los oídos de quien lo escuchara. Lloraba y chillaba, delirante. Con una larga falda de lana y con sus botas negras enterradas en la nieve, comenzó a halar algo con fuerza de entre el hielo y el auto― ¡Dámelo! ¡Dámelo! ¡ES MIO! ¡ES MI BEBÉ!

Con sus manos aferradas a algo que Armando no alcanzaba a distinguir, halaba ese algo con desesperación mientras gritaba una y otra vez. La piel se le erizó con cada bramido que ella dejaba escapar. <<No, no, no, no, no...es mentira... ¿verdad? No es lo que creo que...>> Armando miró a Mirlet, quien analizaba la situación con total calma mientras que él era consumido por el terror. 

La mujer se movió un poco, agachándose más para escarbar y arañar sobre la capa de hielo que se había formado en esa zona. La sangre comenzaba a emanar de sus uñas y las lágrimas a resbalar por sus ojos. Y entonces, en esa escena, lo vio: el pequeño cuerpo ensangrentado de un pequeño bebé envuelto en una manta azulada.

<< ¡Maldición!>> el estómago se le revolvió y la fuerte necesidad de gritar le invadió. Sin ser capaz de despegar la vista de esa desgarradora escena, Armando sostuvo con fuerza el brazo de Mirlet, encajando sus uñas en él. << ¿Esta es la idea de misericordia que tuviste hacia mí?>> se cuestionó impotente mientras las lágrimas brotaban de sus ojos.






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