III
Desde que tengo memoria mi hermana Fuyumi solía contarme la leyenda de un par de enemigos similares al Sol y a la Luna o al frío y al calor. Era la fuerza del bien y el mal personalizadas en un par de humanos comunes.
El mal era una criatura de oscuridad absoluta, de aspecto aterrador y una mirada de odio constante. El bien era un héroe de fuerza colosal, usualmente visto como una luz de esperanza, con una sonrisa segura y una mirada tranquila. Como ves, opuestos totalmente.
Cuenta la leyenda que cada cien años esas mismas fuerzas del bien y el mal renacen en personas distintas, destinadas a enfrentarse hasta la muerte y el siguiente siglo, esas fuerzas buscarían nuevamente un par de cuerpos para seguir con su eterna rivalidad.
Dejé de escuchar esas historias a los cinco años cuando mi padre me prohibió convivir con mis hermanos para que no me distrajera con leyendas o asuntos sin importancia. Un verdadero idiota si me permiten opinar.
Aunque claro, mi hermano mayor Touya siempre iba a mi habitación o me encontraba en la biblioteca del castillo para hablar conmigo, manteniéndome al tanto de todo lo que sucedía.
Una vez le seguí por pasadizos tras una de las estanterías de la biblioteca para salir al bosque. Aquella vez había sido maravillosa pues nunca había tocado el césped. Todo eso era nuevo e increíble.
Todo lo bueno lamentablemente terminó mucho más pronto de lo que esperaba.
-Ahora iremos a uno de esos eventos de caza.- Me avisó Touya sonriendo. Ambos estábamos en un pasadizo recién descubierto que unía nuestras habitaciones.
Tenía diez años cuando aquello sucedió, mi hermano era cinco años mayor que yo, para ese entonces, era el joven problemático de la familia.
Recuerdo haberle mirando con curiosidad y haber balbuceado un "Woah" alargando las vocales.
-Te prometo que escaparé del viejo para luego venir a sacarte de aquí y huir los dos juntos al bosque o prado.- Propuso mi hermano, rebelde como siempre. Aunque en ese momento la propuesta era tentadora.
-Te estaré esperando en ese caso.- Reí con inocencia, tomando su mano para darle un tirón un poco fuerte buscando abrazarlo.
Luego él y mis dos hermanos mayores salieron del castillo a caballo, los vi irse por uno de los ventanales del castillo, afortunadamente mi padre les acompañó, dejándome solo con un par de vasallos de mi padre.
Me quedé sentado en el balcón de mi habitación con los pies colgando del borde solo esperando a ver a mi hermano.
Estaba hartamente emocionado.
Al par de horas me puse a jugar con un par de ramitas que encontré por ahí pero no perdía la esperanza. Sabía que él llegaría y podríamos huir de ese infierno.
Pasó otro par de horas y seguía sonriendo al reino bajo mis pies, literalmente, pues me había parado en el barandal del balcón para comenzar a caminar sobre este. La espera comenzaba a impacientarme pero confiaba en mi hermano.
Había comenzado a anochecer, desde mi lugar veía el cielo teñirse de anaranjado.
Claro, si venía al anochecer nadie notaría que nos habíamos ido. Touya es inteligente.
Seguía sin escuchar o ver nada pero no perdía la esperanza.
No supe cuando me quedé dormido a un lado de la baranda en el balcón. Hacía frío pero siempre había sido muy tolerante a este.
Esperaba que en algún momento mi hermano mayor me dijera algo como: "Durmiendo como siempre, vámonos Sho".
Soñé con un lugar en oscuridad absoluta y mi hermano Touya riendo. Luego el lugar se transformó en el cuarto donde mi padre me enseñaba a luchar con la espada.
Había trozos de madera cortados y llenos de raspones por el arma que empuñaba.
Era mas pequeño, un par de años solamente pero recordé aquel día. Pese a ya saber lo que pasaba el terror y la ira se mantenían.
Aquella habitación con una fogata a la orilla, varias antorchas a los lados y un ventanal abierto por el que entraba la helada brisa nocturna me traía solo un recuerdo aterrador.
-¡De nuevo!- Me gritaba mi padre, presionandome para que mejorara mis aptitudes con el arma.
-Estoy cansado.- Hablé mirándole agotado.
El arma era mas grande de lo que debería para un niño de la edad que en ese momento tenía y por ende era mucho más pesada de lo que mi pequeño cuerpo podía soportar. Añadido que llevaba varias horas practicando sin descanso.
-Lo dices como si me importara. Ahora, vuelve al entrenamiento.- Ordenó mi padre.
Volví a negar casi sollozando. Estaba agotado, tenía hambre y sueño.
-Llorar es para débiles y tu no vas a ser un débil.- El viejo me dio una bofetada en la mejilla, para la edad que tenía ese acto fue suficiente para que soltara a llorar desconsolado.
-¡Basta!- Grité entre lágrimas y temblores.
Vi a mi padre acercarse a una de las antorchas para tomarla del mango.
-No quería recurrir a esto pero eres un estúpido mocoso malcriado.- Él me tomó del antebrazo, dando fuertes tirones.
Luego vi a milímetros de mi cara la luz cegadora del fuego.
Escuché momentos después un grito, mi grito de dolor.
Desperté bañado en sudor aunque temblara de frío.
La cicatriz de mi rostro era el recuerdo de ese día, por culpa de mi maldito viejo mi ojo izquierdo no veía bien.
Estaba casi medio ciego por sus estúpidos caprichos.
-Sho...- Escuché un susurro a mi espalda.
Mire el cielo, estaba completamente oscurecido. Luego viré la cabeza a donde me habían llamado con la esperanza de ver a mi hermano mayor.
En su lugar, vi a mi hermana que se acercaba a mi con los brazos abiertos y los ojos cristalizados.
¿Qué había pasado? ¿Por qué era ella y no Natsu o Touya? Los quería a los tres pero cuando Fuyumi se presentaba era por los regaños de mi padre a mis hermanos.
-Quiero que lo escuches de mi y no de nuestro padre.- Escuché como la voz de mi hermana temblaba y amenazaba con romperse. Eso me preocupó y asustó mucho más.- Touya no está, Sho. Escapó de nuestro padre, huyó a las tierras del Sur.-
Esperaba que fuera una broma, rogaba que lo fuera.
Mi hermano no nos podía dejar, podía ser rebelde y travieso pero no nos dejaría.
Las lágrimas también se acumularon en mis ojos.
-Lo prometió.- Susurré en ligeros temblores. No podía haberse ido.- Prometió que vendría por mi para huir juntos.
Abracé a mi hermana esperando sentir algo de confort o que el sentimiento tan amargo que sentía.
No podía ser verdad, mi hermano no me había abandonado. Touya no nos había dejado.
-¡Shoto!- Escuché el grito de mi padre desde la puerta. Fuyumi tembló al escucharlo, corriendo a uno de los pasajes para irse, no sin antes mirarme arrepentida.
Como si fuera su culpa que Touya se hubiera ido. -Mocoso malcriado ¡¿Dónde te metiste?!
-¿¡Dónde más estaría que encerrado aquí!?- Grité, tratando de ocultar la tristeza con enojo.
Eso parecía ser lo único que me ayudaba a mantenerme estable. Una táctica que he seguido usando desde entonces.
Giré la cabeza en búsqueda de mi hermana, esta ya no estaba. ¿Esperaba verla ahí aún? debía estar desesperado por mimos y cariños.
Cosa que solo mi hermana podía lograr.
Quería llorar pero sabía que con mi padre acercándose no podría hacerlo. Me dejaría completamente ciego si veía una sola lágrima en mis ojos.
Recuerdo que me contó lo sucedido en el evento, Los cuatro estaban juntos y de la nada Touya tiró de las riendas del caballo en camino directo y sin dudar a lo más recóndito del bosque. Aunque escucharlo de nuevo solo generó un nudo en mi garganta más grande y unas enormes ganas de llorar permanecí quieto y estoico.
Mi padre no dijo nada sobre mi actitud y solo se fue, dejándome de nuevo solo.
Aunque mi hermano Natsuo y mi hermana Fuyumi fueran a visitarme casi siempre, llevándome libros de fantasía, postres o solo una sonrisa, yo no me sentía mejor.
Perder a mi hermano fue un golpe duro a la familia, o lo que quedaba de una.
Natsuo tuvo que encargarse de todo lo que Touya había dejado, clases cada vez más pesadas, viajes a lo largo de los reinos conquistados por nuestro padre y regaños que incluso a mi llegaban a afectarme.
Fuyumi continuaba siendo amable, mi padre vio esa amabilidad de otra forma. Le obligó a hacer los mismos trabajos de un sirviente, ayudaba en la cocina o limpiaba el castillo.
Yo a diferencia de mis dos hermanos seguía igual. Nadie tenía permiso de hablar conmigo más que un hombre de aproximadamente la misma edad de mi padre. El hombre solía enseñarme geografía, para que conociera todo lo que era de mi padre y futuramente también mío.
Mi hermano Natsuo aún insistía en que si buscaba a los alrededores podría encontrar a nuestro hermano y se embarcó en una búsqueda al año de haber perdido a Touya.
Está de más decir que durante los cinco años de la búsqueda no logró encontrar nada.
Por estar ausente, mi padre me ordenó a aprender en cinco años lo que mis hermanos habían aprendido en quince, haciendo cada tarea aún más pesada que antes. Aveces dejándome muerto de cansancio o aburrimiento.
En mi cumpleaños dieciséis, como imagino que ya supones, mis hermanos fueron a visitarme.
Me llevaron algunas cajitas de regalos y pastelillos que habían podido robar de la cocina.
-Sho, te queríamos pedir algo.- Avisó mi hermana mientras los tres comíamos. Se veía nerviosa y preocupada, algo que hacía mucho tiempo no notaba en ella. Apenas la miré ella continuó.- Esta noche te ayudaremos a que te vayas del reino de papá.
Las palabras me dejaron mudo y estático en mi lugar.
-¿Eh?- Fue lo único que mi voz pudo articular.
No podía estar hablando en serio, la huída de Touya nos había arruinado la vida, si yo huía la vida de mis hermanos se volvería más miserable.
No quería que mis hermanos sufrieran.
-Quita esa cara Sho, es por tu bien.- Mencionó Natsuo con una sonrisa.
-¿Y su bien? No los voy a dejar solos aquí.- Tenía miedo.
Entonces Fuyumi me entregó la cajita de regalo que ella llevaba. Sabía que yo no iba a abrirlo así que ella lo hizo, era una especie de valija de cuero con el símbolo de la familia en la parte trasera de esta.
Negué de formas repetidas y casi frenéticas.
No los quería dejar en ese infierno.
-Sho, hazlo por mamá. Ella no hubiera querido que te quedaras aquí.- Las palabras de mi hermano fueron un golpe duro.
-Tampoco hubiera querido que se quedaran ustedes dos.- Balbucee con la vista fija en el suelo.
-¿Acaso dudas que seamos lo suficientemente fuertes para soportar a nuestro padre?- Preguntó Natsuo con ese tono tan característico de él.
Solté una ligera risa por los gestos graciosos de mi hermano mientras negaba levemente.
-Entonces vete o te sacaré de la oreja.- Me regañó mi hermana, acercándose para abrazarme y dejar besos ruidosos por todo mi rostro.
Natsu solo me abrazó cuando ella había acabado su labor. -Sho, la única persona que puede detener la locura de papá es la reencarnación del bien. Muchos dicen que se encuentra en alguna Aldea del reino de Toshinori, un reino lejano. En la valija tienes un mapa y un libro.- Me avisó ella con una sonrisa.
-¿Por qué él?- Pregunté con un temblor en la voz.
-Es alguien con magia especial y hay cancilleres y vasallos de nuestro padre que dicen que fue hechizado. Si alguien puede hacerlo ser el mismo de siempre es él. Al menos el padre que era antes de que mamá...
No era necesario que continuara.
Antes de que naciera, nuestro padre había sido más cariñoso con mis hermanos.
No era mucho pero el perder a mi madre le afectó demasiado.
Asentí de forma temblorosa, luego miré a Natsuo que llevaba tiempo queriendo hablar.
-Yo te tengo esto.- Apenas sus manos se giraron a su espalda noté lo que llevaba.
Una espada envainada.- Y espero que te sirva en tu viaje.
Iba a reclamar cuando Fuyumi me interrumpió.
-Tu y Touya son los que mejor saben manejar la espada, no puedes reclamar que no sabes.- Era optimista de su parte pensar que Touya seguía vivo.
Asentí nuevamente con unas horribles ganas de llorar.
Ambos hermanos me abrazaron y me animaron para que tomara mis cosas y los acompañara por uno de los pasajes directo al establo.
Había un caballo blanco esperando con un par de bolsas llenas de lo que imaginé era comida. Al abrir la valija que me dio mi hermana noté un saquito de monedas doradas.
-Huye pronto, nosotros te cubriremos.- Alentó Natsuo, ayudándome a subir al caballo y tomar las riendas.
-Gracias.- Sonreí de forma rota antes de mirar con determinación el camino frente a mis ojos.
Salí sin mirar atrás y con los labios fundidos en una línea recta.
Ya me ocuparía de esos revoltosos pensamientos que tenía en la cabeza después.
Fue así como conseguí escapar del imperio de Enji Todoroki, para dirigirme sin detenerme hasta el reino de Toshinori.
Había mucho que debía explorar.
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