40. Vamos, por mamá
—P-pero el tiempo de, de la clase se a acabado —excusa el pelinegro allá atrás—, incluso nos hemos tomado diez minutos de más.
—Lo sé, muchacho, pero no puedo dejarte para otro día.
—¿Seguro? —cuestiono, mi voz sale varios tonos más aguda de lo normal.
Este asintió, desgraciadamente muy seguro.
Rayos.
—Concedale el asiento al señor Adams, por favor.
Pasé saliva, abriendo la puerta a la misma vez que Percy.
Tuvimos un intercambio rápido de miradas afuera. «¡Ayúdame!» pedía la suya, más bien lo suplicaba, su piel volvía a parecer como si se hubiera dado un baño de cera. Yo no pude hacer otra cosa que mover la boca en un balbuceo que no salió.
Tomé su lugar atrás y él de conductor adelante.
—Bien, encienda el motor, por favor —Percy no lo hace, está petrificado—, encienda el motor, señor Adams.
Me incliné ligeramente hacia adelante y sobre el espaldar del asiento pasé mi mano para ponerla en su hombro. Estaba tenso.
—Tú puedes, Percy.
Inhala con lentitud, cumpliendo la orden del instructor. Pude notar que su mano temblaba nerviosa.
Salir de esta situación es imposible.
—Diríjase a la calle —indican, a Percy le cuesta hacer caso, pero lo hace—. Bien, muy bien, siga avanzando y detengase en el próximo semáforo.
»Señorita Seavey, ¿Me haría el favor de ponerse el cinturón de seguridad?
—Pero yo...
—No queremos accidentes.
Hubo un frenazo repentino que me llevó a impactar mi nariz contra la parte trasera de la cabecera del asiento de conductor. Dolió y mucho, debo decir.
—¡Perceval! —le regaña el instructor.
—Yo... l-lo siento, señor... No quise...
—Está bien, está bien. Descuida —me mira a mí, que sobo mi pobre nariz golpeada—. Por favor, póngase el cinturón de seguridad.
Hice caso sin más, no quiero otro golpe y terminar con la nariz rota.
—Usted continúe, señor Adams.
—Pero es que yo no...
—Dale, Percy, rápido, quiero ir a comer —dijo Hugo fastidiado, incluso rodó los ojos.
—Nadie se quejó contigo, Hugo, por muchos frenazos que diste, ten paciencia con él —le espeté.
Arqueó una ceja hacia mí, un claro gesto arisco que devolví con algo más de «Habla otra vez, y te callo a manotazos» bien remarcado.
—Lo que sea... —resopló, mirando hacia la calle.
Mientras tanto, Percy vuelve al ruedo manejado con una lentitud exagerada, la única vista que tengo de su cara es por el espejo retrovisor, y esa expresión suya jamás se me va a olvidar, es una mezcla de miedo combinado con nervios. Gotas de sudor le caen por las sientes. No lo está pasando bien, en lo absoluto, y no hay nada que yo pueda hacer para ayudarlo.
Me siento inútil ahora.
—Aumente la velocidad.
Percy lo hizo, su mano sobre la palanca de velocidades tiembla.
¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?
—Muy bien, señor Adams —él dejó ir una risa tensa—. Ahora, giré hacia la izquierda.
Espié por mi ventanilla, la calle seguía hasta una subida, más arriba mis ojos vieron el puente.
—¿P-por que vamos al tráfico? —pregunté.
—¿Al tráfico? —chilló Percy, nervioso.
—Es parte de la prueba.
—¿Y por qué nosotros no lo hicimos? —inquiere Aba.
—Claro que lo hicieron.
Las avenidas, ¡Él nos llevó a las avenidas, a Percy lo está llevando al maldito tráfico! ¡Eso es muy, absolutamente diferente, maldición!
Pasamos la subida, entrando al puente, hasta yo sentí miedo cuando ví el montón de autos que iban y venían a una velocidad de miedo. Tragué saliva, no imagino lo que a de sentir el chico allá adelante.
—Integrese al carril, señor Adams.
Íbamos por un carril vacío volviendo a ir a lenta velocidad, miré al espejo retrovisor, encontrándome con una imagen de Percy sudado, temeroso, incluso tiembla ligeramente.
—Que se integre al carril, señor Adams.
—Yo... yo... No puedo, no puedo —detuvo el auto—. No puedo...
—Cobarde —murmuró Hugo.
—Callado, Hugo —le espetó Aba, lo que le agradecí con una pequeña sonrisa.
Nuestro instructor dejó ir un suspiro.
—Volvamos al internado.
—No quiero... —masculló Percy.
—Cambiemos de lugar, entonces.
Cambiaron de asientos y fue el instructor quien nos llevó de vuelta. El camino estuvo lleno de silencio incómodo y tenso, en todo momento no quise hacer otra cosa más que ir a abrazar a Percy.
Apenas nos detuvimos frente al internado, el pelinegro salió a toda prisa del auto.
—Ve con él —Aba dió un empujoncito de animo con su hombro al mío.
Y claro que fui.
—Percy, ¡Percy! —consigo atrapar su muñeca y detenerlo.
Resultó ser una sorpresa para mí misma cuando él fue quien me abrazó, así sin más. El shock no duró más que unos pocos segundos porque después correspondí a su abrazo, queriendo transmitirle tranquilidad y seguridad, queriendo cuidarlo. Di caricias a su espalda y otras pocas a su pelo. Tiene la respiración agitada he incluso puedo escuchar el pulso acelerado de su corazón por la cercanía que tenemos.
Si hay gente alrededor viendo, no podría importarme menos, mi única prioridad es que él se relaje, que se sienta seguro.
—Está bien, estás bien...
Su abrazo es firme y con la cantidad de fuerza suficiente para que no me aplaste, con el pasar de los minutos siento como empieza a estar menos tenso. Respira dejando ir todo el aire, y eso es una buena señal para mí porque con eso sé que por ahora se encuentra tranquilo.
—Gracias —murmura cerca de mi oído, tuve un escalofrío—, gracias, átomo en decadencia.
Sonrío como una tonta a la nada aún acariciando su espalda.
—Para eso estamos, listillo.
Medio minuto después ponemos un poco de distancia entre nosotros, formo una sonrisa para él, acción que imita un poco más triste. A veces solo quisiera... hacerlo entender que no es el malo.
—Vas a estar bien —afirmé, recogiendo detrás de su oreja un rizo azabache.
Suspiró deprimido por la nariz.
—Volví a tener quince años, Polet —su voz suena átona, se le cristalizan los ojos—, era mi hermano el que estaba sentado a mi lado. No era el tráfico, era el camión —mi pecho duele cuando una lágrima resbala en su mejilla, Percy solloza—, se... se sintió tan real... —veo que pasa saliva—, sentí que, que lo volví a perder y no...
Volvió a abrazarme, sollozando. Quedé congelada no tanto por sorpresa, sino por dolor. No me gusta verlo así, no me gusta verlo triste, ojalá pudiera hacer algo con las cosas que le duelen, pero mi única opción es escucharlo y apoyarlo, estar ahí para él, hacer eso mismo que la gente que estuvo en su vida no hizo.
Yo no sabía cómo él se veía a sí mismo, pero a través de mis ojos era todo lo contrario a lo que una vez le llegaron a creer que era. No es el malo, no es el causante del accidente, es un niño que sufrió, que perdió a alguien, que perdió amigos.
Percy no es más que un niño que aún no sana, por muchas sesiones de terapia que haya tenido con Eda. Hay cosas que no se perdona por terceros o por sí mismo, y por mucho que yo quiera cuidarlo, con eso no puedo hacer nada hasta que él decida soltarlo por elección propia.
Así que sin más, correspondí a su abrazo.
***
El resto de esa semana hubo un chismorreo.
—Ignoralos, Polet, solo ignoralos —me pidió Percy.
Esa no es una tarea facil de cumplir cuando todos los imbéciles se empeñan en molestarlo. Estoy segura que quien corrió el rumor de Percy negándose a terminar la prueba de conducción fue Hugo, Aba jamás lo habría hecho, no entendía la situación pero la respetó, ¡Hugo no!
—¡Eh, Percy! —gritó un sujeto alto, rubio platinado y de ojos cafés cuando íbamos de camino a nuestro salón—, ¿Puedes hacerme un favor? Más tarde iré a una fiesta y seguro que no voy a poder manejar, a ver si puedes acompañarme para que me hagas de chófer.
Doy un paso al frente para ir a enfrenar a ese sujeto. Frente suyo no soy más que una pulga, y de seguro Percy notó eso porque sujetó fuerte mi brazo para impedirme ir hacia aquel idiota.
El pelinegro le dirigió una mirada tan seria que debería haberlo convertido en piedra. Ese chico rubio ni se inmutó, empezó a reírse de su propio mal chiste.
—Oh, claro, olvidé que no pasaste la prueba de conducción porque te pusiste a lloriquear —sus labios hicieron un puchero y con sus dos manos en puño fingió lágrimas.
Que estúpido.
—Vámonos, Polet —me dijo Percy, aún sujetándome.
Repetí en mi cabeza sus palabras «Ignoralos, ignoralos» cuando se empezó a reír fuerte y estridente. Esa palabra se volvió mi mantra por unos... treinta segundos.
Ni siquiera avanzamos dos metros cundo alguien más exclamó:
—¡Hey, Adams! ¿No quieres un chupete para calmar tu llanto de bebé al manejar?
¡Suficiente!
Puse pie firme, obligando a Percy a detenerse. Mi cara debía de reflejar lo que estaba pensando y lo que estaba a punto de hacer.
—No, Polet, no...
Di media vuelta, fijando la mirada en el segundo descerebrado.
—¿Por qué mejor no te consigues ese chupete y te lo metes en dónde no te brilla el sol? —el bully deja de reírse, también frente a él parezco una pobre pulga—. Capaz y así dejas de decir tanta bobería.
—¿Quién te a dado el derecho de hablar, niña india? Vuelve con tu tribu.
Oh, mal ahí. Muy mal ahí.
—Yo vuelvo cuando tú decidas irte al hoyo maloliente de dónde saliste, ser asqueroso de la creación.
—Hala... —oí a Percy.
La fuerte y estridente risa de la otra basofia humana me hizo verlo.
—¡Y tú también! —deja de reírse, dejando todo en silencio—, ¿La única manera de sentir algo de amor propio es humillando a otros? ¿Tan poco aprecio te tienes o tan poco te han dado? No eres más que otra bolsa de basura humana como este imbécil, como Malia, y ya estoy harta de los bullys como ustedes.
»Son una pérdida de tiempo, esto es una pérdida de tiempo. Aprende a quererte, a ver si así dejas de ser un... idiota egocéntrico. Y tú vuelve al hoyo de dónde saliste, nadie aquí va a extrañarte.
Doy una media vuelta, yendo hacia mí salón y tomando la muñeca de Percy en el camino. El pasillo se quedó en silencio y así estuvo hasta que entré a mi clase.
Ocupamos nuestros lugares de todo el tiempo. Seguía molesta, y es una molestia con la que puedo lidiar y poner bajo control. Dioses, en serio estoy cansada de los bullys, de los que se creen superiores a mí solo porque soy mestiza, ¡Tenemos los mismos jodidos derechos! De no ser porque no quiero volver al castigo, habría arrancado nuevas greñas de pelo.
—Polet, eso fue...
—No hablemos de eso ahora —pedí, manteniendo a raya mis emociones negativas, no quiero desquitarme con él.
—Entiendo.
Mantuve el silencio toda la clase y lo que restó del día, durante mi ducha de la noche dejé ir la rabia con el agua hacia el drenaje.
¿Estás mejor?
Fue el mensaje de Percy después de la cena.
Sí, estoy mejor. Gracias por preguntar.
Listillo: es que parecía como si fueras a explotar, tenías la cara roja y todo.
Me reí, sabiendo que eso pasa cuando me molesto en serio.
Yo: descuida, ahora estoy bien.
Listillo: eso me alegra.
Listillo: cambiando de tema...
No te agradecí por lo de esta mañana, no tenías porque defenderme y aún así lo hiciste.
Gracias, átomo en decadencia.
Yo: no tienes nada que agradecer, esos imbéciles se lo merecían.
Listillo: de todas formas, te lo agradezco. Eres una gran amiga.
Entendí a la perfección esa sensación de vacío en el estómago, más allá del hambre, se sintió como una patada.
Y es que no hay nada más cierto que esa palabra, o lo que ella nos define. «Amigos» eso somos, nada más. No debería entristecerme, lo absurdo aquí es que yo sienta algo por Percy.
Bueno, es absurdo, absurdo y real.
Increíble.
Volví a revisar nuestro chat, lo último que hay es su mensaje que no me apetece responder.
—¿Phoebe?
—¿Mmm? —respondió medio dormida.
—¿Estás despierta?
—Algo —ella bosteza—, ¿Pasa algo?
El mensaje sigue ahí en el chat, igual que esa sensación de una patada en el estómago.
«Eres una gran amiga»
Eso soy para Percy, y eso debería ser él para mí.
Recordé la pregunta de Phoebe de hace unas semanas.
—Sí.
Por el rabillo del ojo, veo a mi mejor amiga apoyarse de los codos para levantarse, su pelo crespo está tan revuelto que parece la melena teñida de un león.
—¿Qué es lo que pasa, Polet?
Su chat ahora pone «escribiendo...»
—¿Polet?
Sigue escribiendo.
—Linda, me estás asustando, ¿Qué pasa?
Deja de escribir, nada entra al chat. Suspiré rendida, no sé si por la confesión en voz alta que voy a hacer o porque no entró un mensaje que encendiera mi esperanza.
—Sí, me gusta Percy.
—¿Qué?
Asentí aún viendo su chat. El fondo de pantalla es de la única foto que tenemos juntos, fue una tarde en el ShumPox, Phoebe había tomado esa fotografía.
—Me gusta Percy.
***
—Eso me alegra mucho, Polet —dijo Eda, sonriéndome desde su asiento de siempre.
Termino de contarle que mañana iría con papá a visitar a mamá, según ella es un gran avance y que, aunque no me lo crea, será de mucha ayuda.
—¿Estás emocionada?
Medité su pregunta, la situación sigue siendo triste, pero me emociona ir.
—Sí, estoy emocionada, no... no es como antes, pero igual quiero ir a verla.
—He notado que recalcas mucho el antes, ¿Quieres explicarme por qué?
Muevo el café con la cucharita, ya estaba frío.
—Lo extraño —respondí por lo bajo—, ¿Te he dicho que mi papá tiene una novia? —Eda asintió—, ella es increíble, no me malinterpretes, sus hijos también son asombrosos, pero es que... esa no es mi familia.
»Mi familia eran mis padres, mi abuelo y yo, era pequeña, sin embargo para mí estaba bien. Entonces mis papás se separaron, quedaron como buenos amigos, pero ahí... siento que ahí las cosas empezaron a ir mal.
»Mi abuelo enfermó y luego falleció, fue un año difícil, cuando creí que todo empezaría a ir bien... mamá también se va.
»Ahora solo somos mi papá y yo.
—¿Y no quieres una nueva familia? No como forma de reemplazo, sino otro lugar en el que sentirte bienvenida teniendo presentes a quienes amaste y ya no están.
Dejo el café sobre la mesita, ya no me apetece.
—No me niego a esa idea, esa gente es increíble, y soy conciente de que papá merece ser feliz.
—Tú también, Polet.
—Yo... yo también, es que... no es fácil dejar ir el pasado.
—No se trata de dejar ir el pasado, Polet —su tono se vuelve delicado, tranquilo—, la vida de cada persona es como un libro, largo y grueso con una larguísima historia detrás. Capítulos cortos y otros largos. No es «dejar ir el pasado» porque realmente dejarlo ir es imposible, el pasado no nos define, pero forma parte de nosotros, no lo dejamos ir, como un libro, pasamos a una siguiente página para empezar a escribir una nueva.
»Y como en las historias, algunos personajes aparecen en los primeros capítulos, pero se van en los próximos, y eso no está mal, quiere decir que ya cumplieron con su papel en nuestras vidas —Eda suelta una risita—, están en un lugar mejor, están en el jardín de las estrellas.
Fruncí el ceño, eso es lo mismo que dice Percy.
—¿Eso qué es?
—Dejaré que Percy te lo explique en su momento, no hay nadie mejor que él para contartelo —me guiña un ojo, divertida. Archivé esa información para no olvidarla—, no te digo que debería ser ahora, tómate tu tiempo, pero que no se te olvide, no es dejar ir el pasado, va a formar parte de ti siempre, es pasar a la siguiente página, es escribir un nuevo capítulo, y aunque algunas personas no están, hay que recordarlas con cariño por quienes fueron y por el impacto que tuvieron en nosotros.
Las palabras de Eda quedaron flotando en mi cabeza todo el fin de semana.
La mañana del sábado papá fue a buscarme al internado, le di un fuerte abrazo estando frente a él. Hablamos todos los días, pero eso no es igual a que tenerlo en frente. Esto es mejor.
—¿Estás lista para ir? —preguntó a medio abrazo.
Asentí contra su pecho.
Me despedí de Phoebe, que era la única despierta a las ocho de la mañana (muy raro) ese sábado.
—Antes de irnos, Pau —dijo papá—, tu tía Daphne encontró... esto hace poco en el viejo departamento de tu mamá.
Del compartimento de mi lado sacó un teléfono que no tardé nada en reconocer por la carcasa que yo misma elegí hace dos años.
El teléfono de mamá.
—Tu tía quiso que lo tuvieras.
Lo tomé con manos temblorosas, pasé saliva con fuerza. Sorprendentemente aún tenía batería, un nivel muy bajo. La contraseña sigue siendo la misma, (mi fecha de cumpleaños) y el fondo de pantalla seguía siendo una foto de mí cuando tenía seis años.
Se me pusieron los ojos llorosos. Todas sus cosas, sus archivos, incluso los mensajes, fotografías y vídeos seguían aquí. Hay un montón de mensajes de sus amigos, compañeros de trabajo, mandando el pésame a un número que le perteneció a alguien.
Limpié la lágrima que corrió por mi mejilla y fui a la app de música a ver si seguía allí.
Nuestra playlist especial de viaje con canciones de One Direction y las últimas de 5 Seconds Of Summer que agregué.
—¿Puedo...?
—Claro, cielo.
Conecté el teléfono al estéreo, donde a su vez empezó a cargarse. Pulsé en la canción favorita de mamá: Last First Kiss.
Con esa canción de fondo emprendimos camino a Center Holbrook, mientras veía las calles de la ciudad, la playa pasando a ser un cauce, pensé en todos los momentos que pasé con mi madre. Sonriendo por los buenos, queriendo reparar los malos.
«No es «dejar ir el pasado» porque realmente dejarlo ir es imposible, el pasado no nos define, pero forma parte de nosotros, no lo dejamos ir, como un libro, pasamos a una siguiente página para empezar a escribir una nueva.» repetí por enésima vez lo que me dijo Eda ayer.
«Y como en las historias, algunos personajes aparecen en los primeros capítulos, pero se van en los próximos, y eso no está mal, quiere decir que ya cumplieron con su papel en nuestras vidas»
¿Eso significa que mamá ya cumplió con su papel en mi vida, por eso se fue? Ella tenía mucho que hacer aún, tenía que estar conmigo en mi graduación, tanto en pequeños como en grandes momentos, y ahora... no estará conmigo.
«tal vez ya no esté ahí contigo, no obstante, recuerda que podrás encontrarme en la brisa de la tarde que te desordena el pelo, esa será mi mano acariciando tu mejilla, remarcando ese bonito hoyuelo que tienes. En el rumor de las hojas de los árboles, esa será mi risa por una de tus locuras dignas de una Seavey. Cuando la sombra te cubra, seré yo dándote un abrazo. Cuando el sol brille seré yo a tu lado, molestandote como siempre. Cuando la lluvia moje tu pelo, serán mis lágrimas de felicidad y orgullo por mi niña.»
El sol brillaba esa mañana cuando llegamos al cementerio. La brisa soplaba moviendo las hojas de los árboles. ¿Estará ella ahí, en cada uno de esos sonidos, en cada uno de esos olores, en cada una de estas sensaciones?
Su lápida no fue difícil de encontrar, había memorizado el camino aún cuando solo he venido una vez.
Sigue doliendo ver su nombre en la piedra.
—Hola, mami —saludé, dejando flores jacintos en su lugar designado, quité una ramita seca—, perdón por no haber venido antes, no me... no me sentía preparada —paso la mano por su nombre—, pero ahora estoy aquí, y no pretendo irme en un buen rato.
Resoplo, dejando caer los hombros. Las únicas flores en su lápida son las mías, me parece una completa ofensa, ella debería tener un montón.
—Ojalá pudiera contarte cosas buenas, mamá, cosas que te hagan sentir orgullosa, si me vieras ahora, seguro no sentirías mucho orgullo por lo que me he convertido —murmuro jugando con mis pulgares, las uñas pálidas y mordidas no son mi mejor vista—, siento que algunos días... me estoy curando, creo que todo va a ir bien, entonces hay otros días donde me rompo de nuevo, dónde todo vuelve a ser... deprimente.
»Te extraño cada segundo —mi voz se vuelve un hilo, la nariz se me tapa y los ojos se llenan de lágrimas—, lo siento tanto, mamá, debí hablar sobre las pastillas, debí insistirte, debí... —sollozo como aquel día en que la ví hundirse en esta cripta—, desde que te fuiste nada a vuelto a ser igual, mucho menos yo.
Aprieto los labios, parpadeando varias veces para deshacerme de las lágrimas. Me preguntó cuándo será el día en que definitivamente, mi tanque de ellas se quede por completo seco.
—Debí abrazarte más fuerte la última vez que te ví —comenté viendo al cielo azul, a ella le encantaba ver el cielo en días como estos—, no soltarte por un buen rato, debí hacer esa videollamada y no dejarla para después, tal vez hubiera ayudado...
La brisa sopla y mueve las hojas, las nubes cumplen su lento recorrido en el firmamento azul. Siempre que se pueden ver las estrellas en la azotea del internado, me imagino a mi mamá allá arriba, sonriéndome como lo prometió.
—Tengo que entender que tú decisión no fue mi culpa, por muy difícil que eso sea, solo quiero saber... ¿Qué tanto sufrías para hacerlo? ¿Y estás bien ahora?
Meneo la cabeza, riéndome de mí misma, ella no me va a responder.
—Espero que ya nada te duela, que vuelvas a reír genuinamente, que sientas verdadera felicidad. Yo... seguiré yendo a terapia, trabajaré en mí misma —las flores se mueven por la brisa—, intentaré comer más, tú no hubieras querido verme —hago una pausa, veo mis brazos, mi torso, toco mi pelo, se sigue cayendo—, así.
»Debo hacerlo, por ti y sobretodo, por mí.
Papá se unió a mí unos cuarenta y cinco minutos después, como se lo había pedido. Juntos tenemos una charla con mamá, recordamos entre risas los viejos tiempos, lloramos un poco porque la seguimos extrañando, quizá toda la vida será así y nada más aprenda a vivir con ella en los lugares que prometió estar. De forma física no está, sin embargo, nos acompaña de una manera u otra.
Ese pensamiento me hizo feliz.
Papá pasó su brazo por encima de mis hombros cuando estábamos de salida, yo el mío por su espalda baja, mantuvimos la misma forma de caminar. Pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo, pie derecho.
—¿La extrañas, papá? —no pude evitar preguntarle.
—Todo el tiempo, Pau —respondió—, conocí a Nat en la secundaria, nos volvimos a encontrar en la universidad, desde siempre la consideré como mi mejor amiga, y eso va a ser toda la vida, no importa si ya no está aquí, no importó si nos separamos. Antes de ser mi esposa, antes de ser mi novia, incluso antes de ser tu mamá —apretujó mi mejilla, solté una risa—, ella fue mi amiga, y pese a todo lo que pasó, lo sigue y seguirá siendo. Así que sí, la extraño mucho, Pau, las charlas en el ascensor o cuando nos encontrábamos de casualidad en en filtro de agua, cuando íbamos al MediaLuna Café a comer después del trabajo, echo todo eso de menos.
Su voz no reflejó el anhelo que tendría alguien que perdió a un ser que amó de verdad, fue un tono de eso mismo que él dijo, cariño. Papá sanó la ruptura que tuvo con su esposa, y ahora extraña a una amiga que perdió.
—¿Tú la extrañas?
Despedí una risa irónica.
—Todos los días, cada minuto, cada segundo —nuestros pies ya no van al ritmo—. Sigo esperando despertar y extrañarla menos, pero eso no pasa.
—¿Puedo decirte algo, Ocasta? —asentí—, la muerte, de cierta forma, es hermosa.
—¿La muerte es hermosa? —repetí contrariada—, ella te quita a quienes amas, te los arrebata de la nada. No es hermosa, papá.
—El oro es valioso porque es raro, Polet, difícil de conseguir, la vida es valiosa porque es breve. La muerte le da valor a la vida, aunque nos duela, aprendemos a apreciarla, cada minuto, cada segundo, cada pequeño instante —papá suspira—, tardé en aprenderlo, y ahora te parece ofensivo, pero ya luego lo entenderás también.
Salimos del cementerio para ir a casa.
————————————
Nota de la autora:
¡Hola, hola, hola, hola! Sí, esta soy yo alargando mucho más el capítulo como si ya no tuviera cuatro mil palabras.
¿Qué más da?
Esto que está aquí es... uf, Polet al fin, al fin. Sí, bueno, ya como que se te notaba un poco mucho, pero ya tenemos la declaración.
Amiga, yo no te juzgo, creo que nadie lo va a hacer.
Me encanta escribir las sesiones de terapia con Eda, son tan bonitas, espero no solo le sirvan a Polet, sino también a ustedes, gente bonita <3
Hemos leído una cosa que se a mencionado antes, el jardín de las estrellas. Solo puedo decir que amo ese término y todo lo que implica, y sí, Percy nos explicará a todos lo que significa muuuuyy pronto.
Tal vez les suene esta frase de Chris de otro lado, y pues porque sí lo es. No hay que negar que muchos escritores toman inspiraciones de películas, series, imágenes he incluso otros libros, y pues, a mí me gustó esta frase porque siento que va con el momento, pero hay que hacer mención honorífica a dónde viene. Maya y Los Tres, es una serie que está en Netflix. Eso sí, hay motivos detrás y esos se verán mucho más adelante, tal vez mucho más allá... de esta historia.
En fin, nos leemos mañana en El Soñador con nuevo capítulo después de mucho tiempo.
¡Bais!
Besos y abrazos con nervios, abrazos, defensas y charlas
MJ.
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