39. Creo que Percy se odia
—Me odio, me odio, me odio, me odio, me odio.
—Percy...
—Me odio, me odio, me odio, me odio —no para de repetir.
—Percy... —insisto.
—Me odio, me odio, me odio...
—¡Perceval!
—¡Que me odio!
Sujeto el puente de mi nariz entre mi dedo índice y pulgar, despido un resoplido frustrada y cansada a la vez.
—Percy, sí, ya lo capto, pero deja de decirlo.
—¡Es que me odio! —se pone de pie bruscamente saliendo de la mesa de picnic, la brisa de la tarde le desordena el pelo—. Pude haber respondido mal las preguntas, ¡Pero nooo! Puse todas las respuestas correctas, ¡Porque mi estúpido nerd interior no podía permitir que saliera mal en un examen y perder mi récord de exámenes aprobados!
Eso me hizo fruncir las cejas.
—¿Acaso tienes un récord de exámenes aprobados?
—¡Ese no es el caso, Polet! —se pasea de un lado a otro frente a la mesa como tigre enjaulado—, ¡Y ahora, maldita sea, estoy aprobado para hacer esa condenada prueba de manejo!
Vuelve a tomar asiento frente a mí, dejando caer su cabeza sobre sus brazos.
—Me odio con todo mi ser, mucho más de lo que ya lo hacía antes.
—Mira el lado positivo —alza la cabeza, dirigiéndome una mirada de «¿Hay un lado positivo?»—, somos el último grupo, capaz y ni siquiera da tiempo de que hagas tu prueba de manejo.
—Pero eso no quita el hecho de que tendré que hacerla en otro día.
Demonios.
Vuelve a dejar caer su cabeza, derrotado.
—Odio mi vida.
Di unas palmaditas a su pelo sin saber qué más ánimos podía darle.
El examen fue esta mañana y hace un rato nos dieron el aviso de los alumnos que consiguieron pasar el examen teórico para así mañana hacer la prueba de manejo.
Entre esos alumnos que aprobaron, estábamos Aba, yo y... Percy.
Por lo que desde hace un rato lleva reprochándose y diciendo lo mucho que se odia tanto a sí mismo como a su lado nerd por negarse a poner malas respuestas.
Da un poco de lastima, si soy honesta, parece tan desesperado y temeroso de algo que para muchos es simple y anhelado, pero para él es un completo horror.
—Lo siento mucho, listillo.
Aparté mi mano cuando volvió a levantarse, despidió todo el aire que contenía y negó.
—No es tu culpa, descuida.
—¿Qué planeas hacer?
—Fugarme toda la mañana es una idea tentadora, pero los profesores me tienen vigilado, no me dejarán salir.
—Suena como si hubieras cometido un crimen atroz.
—Intentar saltarte un examen obligatorio aquí es casi como un crimen. Mira hacia allá —señala con gesto discreto de su cabeza detrás de mí.
Volteo a ver sobre mi hombro como quien hace la cosa, en la entrada principal están dos profesores tomando café, es una escena que he visto antes, la diferencia es que ahora ellos lanzan eventuales miradas a nuestra mesa, vigilandonos.
—Vale, rarito.
—Si intento salir si quiera para ir a comer al ShumPox, me van a intervenir a medio camino, estoy atrapado aquí dentro hasta que haga esa estúpida prueba de manejo.
—¿Y por qué... tanta vigilancia contigo? ¿Por qué no se concentran en otros estudiantes que quizá tampoco quieran hacer la prueba y también tengan planes de huir?
—Polet, piensa, ¿Quién en su sano juicio no quiere hacer esa prueba de manejo? Implica tener tu licencia, poder ir en auto propio a donde quieras. Es algo que muchos de aquí han esperado y soy el único que a manifestado disgusto. Claro que se van a concentrar en el negado.
—Vaya análisis.
—Llevar dos años aquí te ayuda a ver cómo funciona el sistema.
Se acomoda los lentes, viendo discretamente a los maestros en la entrada.
—¿Por qué Murray y Murphy? Ellos me agradaban —masculló más para sí mismo.
—¿Y a la media noche? No debería estar dándote ideas, ¿Pero por qué no sales a esa hora?
—¿Dónde voy a pasar la noche?
—¿En la casa de Jared? No lo sé.
—Van de salida a Boston hoy en la tarde y no llegan hasta el miércoles.
Rayos.
Percy apoya su mejilla del puño haciendo un puchero.
—No tengo más opción que ver esa clase.
—¿Pero qué tal y si pode...?
Me interrumpí al verlo negar.
—He pensado de todo, Polet, en serio, de todo, mi única opción para salir de ello es que me tire de la azotea o me cuelgue en el baño.
Abrí los ojos a la par, asustada. ¿Pero por qué demonios tiene que decir eso? ¡No está cool!
—¡No digas eso! ¿Qué te pasa?
—¡Pero si es verdad!
Le di un manotazo.
—Ni te atrevas, listillo.
—Es irónico que digas eso teniendo en cuenta que eres tú quien está yendo a terapia.
Alcé una ceja hacia él, no sé si molesta por sus palabras o preocupada por las mismas. Después caí en cuenta de que sí es irónico porque incluso yo misma tuve pensamientos oscuros cuando pasó todo lo de mamá.
—Solo... no, ¿Vale? Resolveremos esto, pero no hagas ninguna locura, por favor.
Capaz me esté tomando demasiado en serio una serie de palabras que muy probable las haya dicho en broma, pero de verdad necesito asegurarme que no hará nada loco por eso. Sé que le asusta manejar, que no es de sus cosas favoritas por su historial y lo máximo de lo que sea capaz de hacer es esconderse en la parte más recóndita del internado para que no lo encuentren, yo necesito confirmar de que será eso y no una cosa horrible como la que mencionó.
—Eh, que es solo una broma, átomo en decadencia —asegura, agarrando mi mano sobre la mesa, dió unas débiles caricias con su pulgar a mis nudillos—. No te preocupes.
—Gracias.
Aún sin soltar mi mano, vuelve a espiar hacia los profesores.
—Ya no me caen tan bien, Murray y Murphy.
Sonreí viendo su cara indignada.
No pasamos mucho rato a solas en la mesa de picnic fuera, Phoebe no tardó en unirse a nosotros cuando llegó de su clase privada de hawaiano con Laylani; no pasé por alto que arqueó una ceja apenas un segundo antes de que Percy y yo alejaramos nuestras manos.
En su mirada verdosa se reflejó una pregunta clara y a la que le buscaría una respuesta hasta el cansancio: «¿Qué está pasando con ustedes?»
¿La verdad? Ni yo lo sé.
Es algo rarísimo, somos amigos, sin embargo tengo la sensación de que Percy es diferente conmigo. Puede que eso suene arrogante y estúpido a partes iguales, pero es una sensación constante que tengo. No a dejado sus preguntas de «¿Cómo estás hoy?» «¿Cómo te sientes?» las hace siempre todas las mañanas y a distintas horas del día, es como si... quisiera estar ahí para cualquier cosa y eso, no lo sé, veo que nada más lo hace conmigo y me emociona.
Una parte de mí dice que no es más que preocupación por lo que dijo, voy a terapia, aún no estoy del todo bien, me a visto en mis momentos más bajos. ¿Por qué habría de confiar en dejarme sola con eso en cuenta? Otra parte, una que es más tonta y que quisiera golpear todo el tiempo, dice que le importo tanto como él me importa a mí.
Y otra más, algo más pequeña pero con una voz chillona que se oye fuerte, dice que es obligación, que tal vez siente una obligación conmigo y que cuando esté bien, todo volverá como antes.
Ya no recuerdo cómo era antes, me gusta ahora, no quiero perder eso, así que elijo ignorar esa pequeña partecita, no dice más que chorradas.
—¿Qué tal te fue en tu clase con Laylani? —le pregunto.
—Fue genial, aprendí varias cosas para ser hora y media de clase, sabe explicarse bien y me la pasé a lo grande con ella. Es muy agradable.
—¿Y mañana se vuelven a ver?
—Así es, pero en... —busca en su libreta—, la preparatoria Harbor View.
—Eh, que ahí estudia un amigo mío —menciona Percy.
—Ahí estudia Laylani, dijo que nos reuniéramos ahí después de clases.
—Es irónico porque esos dos se conocen —comenté.
—¿De veras? —cuestiona Phoebe.
Percy y yo asentimos.
—Los vimos ayer en el ShumPox, de hecho, cuando fuiste al baño.
—Hum, bueno, ¿Quién sabe? Tal vez Laylani me lo presente mañana si está cerca —encogió los hombros.
Luego de un rato volvimos dentro por la salida del pasillo de la piscina, por ahí también ví a otros profesores cerca dándole algunas miradas a Percy, en serio que lo están vigilando. Incluso en nuestro piso de habitaciones ví a uno de los cuidadores de los fines de semana hacia el final de pasillo.
—Nos vemos en la cena —nos dijo el pelinegro antes de entrar a la habitación.
Cómo no tendría ninguna tarea que hacer hoy, decidí llamar a papá, que a su vez llamó a Aldana y ella a Aidan, por lo que terminamos todos en una videollamada... ¿Familiar? Que fue muy agradable y cálida.
Eso de tener a nuevos integrantes a mi pequeña familia sigue siendo extraño, también duele saber que la familia que una vez tuve no va a volver, pero momentos así llenos de risas por las anécdotas de Sam en su clase de baile, o las de Aidan en su trabajo, los planes que comenta Aldana para hacer todos juntos cuando nos reunamos y la constancia de los adultos en no hacerme sentir excluida me hace apreciar también lo bonito de los cambios.
Papá y Aldana no tienen ni siquiera un año de relación, pero los hijos de ella me tratan como una más, una igual, una... hermana, ella incluso es tan dulce como una madre. No es una madrastra malvada como en Cenicienta, es la mujer más agradable y cariñosa que alguna vez conocí, he igual que sus hijos, me trata con el mismo cariño y respeto.
Es nuevo, es raro, extraño lo que fue y ya no será, no obstante también aprecio mucho esto. Los cambios no son malos siempre, algunos incluso traen a personas buenas como ellos.
Hora y media de llamada después, quedamos papá y yo.
Se ve cansado, el trabajo a de estar ahongandolo.
—¿Qué tal la terapia, Pau?
—Es agradable, la señora Eda es muy simpática, me gusta.
—Me alegra saber eso, cielo. ¿Y te has sentido mejor?
—Vamos en ello.
—¿Y tú apetito? ¿Cómo vas con eso?
Mi nariz se arrugó al instante en que pensé en comida. Se había vuelto una acción reflejo, algo que sin querer he adoptado.
—Esa cara no me gusta.
—Es un mal episodio, nada más —dije, aunque yo no lo sé.
—Pau, no creo que sea solo un mal episodio, ¿Desde cuándo no comes bien? —no pude darle una respuesta, tampoco lo sé. ¿Semanas? ¿Un mes? Sé que todo empezó después del funeral de mamá—, estás más delgada, hija.
Veo mi propia imagen en la pantalla. No suelo verme mucho a los espejos desde el estado mapache que pasé el día de la lectura del testamento de mamá. Me deprime más de lo que ya lo estoy. Justo ahí me encontré con una imagen que me entristeció más.
¿Quién era ella? ¿A dónde fui yo?
Ojos tristes, ojeras que empiezan a ser más notorias bajo ellos, mejillas que una vez fueron rellenas, ahora no son más que la sombra de lo que fueron. Pasé una mano por mi cabello, una cantidad preocupante se vino entre mis dedos.
¿Quién era ella?
—¿Quieres ir a verla?
—¿Qué?
—Estoy en la ciudad, Pau, puedo ir a recogerte para que visites a tu mamá.
«visites a tu mamá» es tan deprimente porque tan solo unos meses atrás estaba hablando con mi mamá para que fuera ella la que me viniera a buscar, para que sea con ella la que pase el día. Ahora es papá quien viene a recogerme, ahora soy yo la que debo de ir a ella.
Ya no habrá más un fin de semana de chicas, ya no habrán más pijamada que inicien con Tierra De Osos ni continúen con Crepúsculo, ya no habrán mas helados para atiborrarse de azúcar ni fresas con chocolate, tampoco pizzas familiares hawaianas.
Debí saber eso mucho antes, no ahora. Es la cachetada de realidad más tardada que he tenido.
Me acosté en posición fetal apoyando mi teléfono aún en videollamada de mi rodilla. Se me empañó la vista, me pregunto cuándo será el día en que ya no llore por esto, a veces creo que nunca llegará.
—Si no quieres ir está bien, cielo, tomate tu tiempo.
—No, no, yo... quiero ir. ¿Puedes mañana después de clases?
Me sonrió de labios cerrados.
—Siempre puedo por mi niña.
¿Por qué dejé que los comentarios sobre mi media parte cherokee me hicieran avergonzar del increíble papá que tengo? Mi yo de hace unos meses merece una bofetada.
—Oye —me llama—, a-ya ugauhiu, Ocasta.
Sonreí en medio de las pocas lágrimas que derramé.
—Yo también te amo, papá.
Nos despedimos con una promesa de vernos mañana.
Dejé mi teléfono sobre la mesita de noche y ahí me quedé por todo el rato, sola en la silenciosa habitación, haciendo caso omiso a todas las malas voces que quieren resonar en mi cabeza.
Recuerdo cosas felices, los viejos buenos tiempos, intento mantener eso, todo se marchita y se vuelve gris. Oigo reclamos, oigo gritos, oigo regaños.
«¡Mala cherokee, mala nieta!»
«¡Te necesitaba, Polet, y no estabas ahí!»
«¡Eres una pésima amiga!»
«Cucaracha india...»
¿Esto era lo que sentía mamá? ¿Esa sensación de ahogo, ese sentimiento de que no lo vales, no eres nada, no vales la pena? ¿Esos gritos de sus propios pensamientos? ¿Por eso lo hizo? ¿Para acallar todo esto?
Un nudo opresor y doloroso se forma en mi garganta.
Quiero... silencio, quiero tranquilidad, quiero... quiero a mamá.
—¿Polet? —me sobresalto, volviendo a la realidad. Seguía sola en la habitación, creí que estaba llorando a mares, pero solo está el rastro de las lágrimas que derramé en la llamada con papá. No hay nudo en mi garganta—. ¿Qué haces? —preguntó Percy entrando a la habitación.
Tardé un poco en responder.
—Yo... existo nada más —respondí en la misma posición en mi cama.
—¿Puedo existir contigo? —vuelve a preguntar, lo miro, está sonriendo de labios cerrados.
Esa sonrisa es un cálido rayo de luz en un día tormentoso, es una pausa al ruido, es la entrada al silencio.
—Claro, listillo.
Él vino a echarse junto a mí.
Entonces ahí caí en cuenta de que, por alguna razón, Percy siempre consigue calmarme, acabar con los ruidos en mi mente, relajar mi ansiedad, así sea con su compañía o una charla corta, incluso con un silencio confortante.
Traía tranquilidad consigo y con ello venía la seguridad de que no todo está mal, que soy yo, y que yo estaré bien.
No me importó nada alrededor, si Phoebe podría venir y cacharnos o nuestros demás amigos, pasé un brazo sobre su torso y apoyé la cabeza de su hombro. El ligero aroma de colonia de bebé que emana llena mis fosas nasales. Me mantuve firme en mi medio abrazo.
—¿Segura que solo existías? —susurra, dejando caer su mano sobre mi brazo, las caricias que me brinda consigue apaciguar todo lo demás en descontrol.
No respondí, y eso debió ser suficiente para él.
—¿Un mal sueño?
—Una mal momento —hablé con voz apagada—, me estaba consumiendo.
—¿Llegué en un buen momento, entonces?
Río por lo bajo, poniéndome más cómoda.
—Siempre llegas en un buen momento, listillo.
El latido de su corazón aumenta su pulso, su pecho sube y baja dejando ir una respiración suave.
—Es bueno saberlo.
Disfruto de su compañía tanto como puedo al igual que el silencio plácido. No quiero pensar, no quiero recordar, nada más quiero estar sin tener que escuchar una voz horrible.
«Una pequeña garrapata insoportable.» paso saliva cuando el recuerdo de esa pesadilla de ayer se pasa fugazmente por mi memoria. Nunca recuerdo mis sueños y ese, sin embargo, pareciera que me lo aprendí de una punta a otra.
—¿Percy?
—¿Si, Polet?
Pienso mis palabras.
—¿Tú crees que yo... yo sea una pequeña garrapata insoportable?
Quiso levantarse, más la firmeza de como lo abrazo no lo permitió. No quiero verlo cuando me dé esa respuesta.
—Polet, déjame...
—No, no, respóndeme y ya, por favor —pedí en un hilo de voz, aquella cuestión me a estado carcomiendo desde lo más profundo.
—¿Y por qué crees eso, átomo en decadencia?
—Entonces, ¿Lo soy?
—No he afirmado nada.
—No lo sé... a veces sí puedo ser insoportable.
Su pecho vibró por su risa.
—Polet, eres muchas cosas, pero insoportable jamás —acaricia mi brazo—, eres dulce, eres agradable, eres paciente, eres graciosa, amas las galletas del ShumPox y las gomitas en forma de gusano, te la vives por tus amigos, amas leer aunque no lo haces con tanta frecuencia, odias geometría —me reí—, y te gustan los jabones aromatizados con jazmín. Eres un átomo en decadencia y un medio incordio en buena onda, eres cherokee y aprendiste a amar con fuerza tus raíces, te pierdes mucho en el camino, creo que incluso aún no tienes el mapa del tuyo, pero tú terquedad y pasión por las cosas hará que lo encuentres pronto.
»Eres un montón de cosas, Paulette Seavey, pero jamás insoportable, ¿Vale? —con su otra mano levanta mi mentón obligandome a verlo a los ojos, mi propio corazón se aceleró—, y quien te diga lo contrario, pues... no te conoce en lo absoluto.
Dejó el beso más tierno en la punta de mi nariz.
Todo se volvió un caos dentro de mí, sonaron alarmas, enormes mariposas empezaron a volar en mi estómago, el rubor no tardó ni medio segundo en subir a todo mi rostro y mis pulmones empezaron a buscar aire. El desastre llegó tan rápido como pude ponerlo en control, no es el momento, no es el momento. Relájate, relájate.
Sentí el calor en mi rostro desaparecer poco a poco. Paso saliva, mi boca aún está seca.
Ya todo estaba en orden, todo estaba bien.
Estaba... porque tenía todo en perfecto estado, hasta que sonrió mostrando los hoyuelos que podrían ser su más bonita característica.
Hasta que te fijas en sus ojos.
Los que en un inicio me parecieron tan curiosos y que ahora... me gustaban exageradamente como el dueño de ellos.
***
No estaba nerviosa por mi prueba de manejo, estaba nerviosa porque Percy iba a hacer la prueba por obligación.
—Sí, sí, ya comprendo —se deja caer a mi lado en las escaleras de la entrada principal—, no se van a ir hasta que haga la estúpida prueba, ya.
Veo sobre mi hombro a los dos profesores, (física y deportes) cruzar los brazos y mantener la mirada fija en el chico a mi lado como si fuese un especie de recluso con un plan para escaparse de Alcatraz.
Que nada más le falta el mono anaranjado y ya estaría.
Percy usa de apoyo sus rodillas para sus brazos, dónde deja descansar su mentón, imito su posición, viéndolo.
Aún seguía sintiendo nervios por él, no quiere estar aquí y lo están obligando ignorando por completo los motivos del porqué no desea conducir. No solo pasan del acoso escolar, también de las preocupaciones propias de los estudiantes.
Vaya lugar.
Nos habían invocado para hacer nuestra prueba hace unos cinco minutos, éramos Aba y yo con Percy y otro chico de mi clase con el que no socializo mucho, pero sé que fue parte de los comentarios de burlas hacia mí parte cherokee. En la cara se le nota lo imbécil.
Y cómo lo dijo ayer, los maestros no han dejado de vigilar a Percy, cosa que le quita ventaja para esconderse en algún lugar de aquí que solo él conoce. Así que, aquí está, sentado a mi lado, la preocupación y miedo cada vez van tomando más fuerza en su cara.
En un último acto de consuelo, apoyo mi cabeza de su hombro.
—No puedo decir que todo irá bien, espero que sí.
Suspiró.
—Lo espero también.
Vimos el auto de práctica aparcar en la calle, bajó el grupo anterior, todos emocionados, muy diferente al ambiente que se siente entre nosotros dos. Incluso desde aquí pude ver el gesto de «vengan» que nos hizo el instructor.
—Es hora, Percy —dije poniéndome de pie, él siguió sentado.
Parecía congelado, la tensión en sus hombros es demasiado obvia.
—Perceval —advierte el profesor de deportes.
—Es hora —murmuró.
Como una mariposa saltarina y alegre, Aba apareció en medio de nosotros dos sonriendo felizmente, ella entre todos es la más emocionada por pasar la prueba.
—¿No están emocionados, chicos? ¡Es solo un paso para nuestra licencia!
—Hum... sí, genial —balbucea nuestro amigo.
—Será increíble —agregué.
Subimos al auto.
La primera en pasar fue Aba siguiendo al pie de la letra todas las indicaciones del hombre sentado en el puesto de copiloto. En un inicio hubo un movimiento brusco de retroceso que hizo asustar a Percy por como se sujetó del posamanos de la puerta y mi muñeca, ya luego ella entendió como iban las cosas, por lo que no hubo más sacudidas.
Sentí alivio de eso, incluso a mí me asustó.
Aba estuvo al volante unas dos cuadras, ella parecía tan feliz, como una niña recibiendo su dulce favorito. No para de mover la cabeza entusiasmada, haciendo que ondulado pelo se mueva al vaivén, dió la impresión de el movimiento del agua.
Hasta aparcó perfectamente, lo que la hizo llevarse una gran nota final.
En esa parada le cedió el volante a Hugo, nuestro compañero en esta travesía. El mismo procedimiento de Aba, un poco más torpe y con más sacudidas de las que ne gustaría. Aparcó dos cuadras después algo desastroso.
—Paulette Seavey —el instructor me mira por el espejo retrovisor, sonríe y señala con su bolígrafo el asiento de conductor—, su turno de llevarnos de vuelta.
Subí al dichoso puesto, limpié antes las palmas de mis manos contra mi pantalón. Mis nervios no son en gran medida por conducir, lo he hecho algunas veces en el estacionamiento del edificio con papá, sé lo básico, me da miedo hacer algo estúpido.
¿Y si me bloqueo? ¿O pierdo el control del volante?
—Lo harás bien, Polet —anima Aba.
—Tú puedes —agrega Percy.
Les sonreí a mis amigos y empecé mi prueba.
Conduzco a la velocidad que se me indica, respondo las preguntas que se me hacen sobre las palancas y las uso en los determinados momentos. Al cabo de media calle, ya no me sentía tan ansiosa, es una agradable sensación esa de ser tú quien lleva el control, así sea de un auto.
Vale, no todo puede ir perfecto, me salí solo por un pelín de la línea de seguridad en el semáforo, ¡Pero de resto fue tan bien como Aba!
Aparqué frente al internado, fui la que tuvo más camino condujo, y no me importó en lo absoluto, fue estupendo.
Además, ¡Nuestro tiempo había terminado! Hasta tomamos diez minutos de más, Percy estaría a salvo de manejar, al menos por hoy.
—Muy bien —el instructor tiene la vista puesta en su tabla pisapapeles—, Aba Beauregard, Hugo Abel y Paulette Seavey, ¿Correcto?
—Correcto.
—Diez de diez, Aba. Hugo, nueve de diez, tienes que relajarte un poco más al volante, por demás, perfecto. Paulette, nueve de diez, también debes de relajarte un poco más al volante.
—Sooo... ¿Podemos irnos ya? —pregunta Aba.
—Hum... sí, su turno a terminado.
Percy yo compartimos una mirada por el espejo retrovisor, ambos felices. Se salvó el pelle...
—Esperen, aún falta un estudiante —hay un intercambio de miradas por el espejo, el instructor ve a Percy, él lo mira de vuelta, asustado—. Perceval Adams, su turno de ir al volante.
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