34. Pye de limón con guarnición de una posible depresión, yumi
La señora Edaly, mi ahora psicóloga y que también me a pedido que la llame con toda confianza Eda, me sonríe de manera cálida y segura al final de nuestra primera sesión de terapia.
Creí que esto sería más difícil, resultó muy liberador incluso en una primera sesión. Ella dice que no todos los procesos son iguales, que hay pocas personas, como yo, que se abren a hablar con más naturalidad que otros.
—Si bien que eso no significa que esta es la última vez que nos veremos —agregó—, hay mucho que hablar, Polet, así que nos veremos mañana a la misma hora.
Asentí, de acuerdo y tomando mi mochila.
—Mañana a la misma hora, está perfecto.
Ella se levanta de su silla sin dejar de sonreír. Es una mujer muy agradable y buena escucha, como una amiga de toda la vida.
—Que no se te olvide, linda, que todos tenemos problemas, pero son unos pocos quienes de verdad quieren resolverlos —pone una mano en mi hombro—. Venir a terapia no está mal, quieres estar bien aquí —da un toque a mi frente, después a mi pecho—, y también aquí, así que no pienses que estás mal. Estás aquí para dejar de estarlo.
—Muchas gracias, Eda.
—No hay de que, Polet, te esperaré mañana —asentí, yendo a la puerta—. Por cierto, linda, ¿Podrías decirle a Percy que suba? Tengo algo que hablar con él.
—Vale, ya le digo.
Salir de ese salón de terapia fue como volver otra vez al mundo exterior, como si allí dentro fuese una especie de burbuja. Se sintió extraño. Recorrí el mismo camino que hice con Jared hace un largo rato, igualmente ignorando las exclamaciones de su hermano. Vaya adicto a los videojuegos, debería juntarse un rato con Nyl.
Abajo en la sala el par de chicos estaban sentados en las bancas de la barra de la cocina, riendo y comiendo galletas. Aprecié unos pocos segundos la risa de Percy junto con su sonrisa de hoyuelos.
—He vuelto —anuncio, llegando con ellos.
—¡Hey! —exclama Jared—. ¿Qué tal te fue?
Esa misma pregunta la veo en los coloridos ojos del pelinegro.
Asentí como respuesta, ajustando mi mochila al hombro.
—Fue bien, no resultó tan mal como creí.
Jared sonrió.
—Todos dicen lo mismo al principio. ¿Galletas? —pone frente a mí una bandeja llena de galletas con chispas de chocolate.
—Gracias —tomé una y di un bocado, el sabor es buenísimo. Me recordaron a las galletas que tanto me gustan del Shumpox—. Saben genial, ¿Las has hecho tú?
—Así es, son mi mejor especialidad.
—Y única —agrega Percy.
—Hey, que el pye de limón también me queda genial —se defiende el cobrizo muy digno.
—Saben a las galletas del Shumpox —comenté, acabandola de un bocado.
—Ada me dió la receta —Jared se ríe, algo malvado y divertido, muy contagioso.
Eso explica tanto. Volví a tomar otra galleta antes de mirar a Percy.
—Por cierto, Eda quiere hablar contigo de algo.
—¿No te dijo de qué? —meneo la cabeza, Percy ve a Jared, quien encoge los hombros—. Uhm, vale, volveré en unos minutos.
Con eso dicho, subió al otro piso, dejándonos a su amigo y a mí a solas nuevamente. Ocupé el asiento de Percy.
—En serio están muy buenas.
—Muchas gracias, he pasado por muchas galletas quemadas para llegar a este gran resultado —y da un mordisco a una galleta que recién tomó.
Volví a reír, Jared es muy agradable y buena onda. Tiene esa misma vibra que su madre, entras rápido en confianza con él.
—Entonces, eres la nueva amiga de Percy —asentí, sentía mucho orgullo de ello—. ¿Cómo es que eso pasó? Si ese ébano es un asocial amargado.
—No fue fácil, aún sigue siendo asocial y amargado, supongo que el tiempo de calidad ayudó.
—Vaya cosa milagrosa —da un nuevo mordisco—, conozco a Percy desde hace dos años, y es muy raro verlo haciendo amigos así. Esto es lo más social que he visto de él.
—La convivencia —encojo los hombros—, requirió más tiempo de lo común, pero ahora somos amigos.
—Recuerdame que le pida los detalles de eso.
Los dos nos reímos.
—¿Y tú cómo lo conociste a él?
—Ah, fue en un curso nocturno de escritura creativa en mi preparatoria. Lo ví muy solo sentado en la parte de atrás del salón, así que me senté junto a él.
—¿Y no te repeló?
—Claro que lo hizo, pero yo soy insistente, y prácticamente lo obligué a ser mi amigo —hizo gestos con sus manos parecidos a una balanza, el gesto de variantes—. Detalles menores, dos años después, aquí estamos. Es como mi otro mejor amigo, más odioso, amargado, reservado y casi dudo que sea humano, pero como mi otro mejor amigo.
Y agregó una sonrisa, como quien dice la cosa. Eso me hizo soltar una risa rápida pero fuerte a la que él se le sumó poco después. No consigo entender como alguien con la personalidad de Percy, que es una escala de grises, se consigue amigos con personalidades en colores brillantes.
Un misterio total.
Otra cosa que vengo notando ahora de Jared y que captó cierta parte de mi atención durante la sesión con su mamá, es su forma de hablar. Remarca de más algunas vocales y la forma tan rápida en que habla hace que las O suenen como A. No es un acento de este condado, aquí no se habla tan rápido ni tampoco se cambian las vocales por otras, es una forma de hablar particular que viene de la capital del estado.
—Eres de Boston, ¿Verdad?
Jared se rió, risa que se terminó convirtiendo en un suspiro divertido.
—Ni dos años en Holbrook hace que pierda mi acentuación —meneó la cabeza para sí—. Así es, soy de Boston, ¿Tanto se me nota?
—Hablas muy rápido, además, se me hace fácil reconocerlos, pasé una temporada allá.
—¿No habremos coincidido alguna vez? Yo vivía en East Boston.
—Yo estuve por Back Bay.
Jared arqueó ambas cejas y soltó un silbido.
—Vaya, barrio caro, comprendo, no te juntaste con los humildes del muelle.
Me reí, lanzandole una chispa de chocolate.
—Estuve con mi papá por trabajo y algo así como unas vacaciones, ahí le asignaron su hotel.
—Vaya trabajo de tu papá para residir una temporada en Back Bay —la sorpresa volvió a su cara—. Mi papá trabaja en el hospital general y yo ni por los pelos me acercaba al barrio de los ricos. Tenía la sensación de que me cobrarían por respirar ahí.
—Exageras.
—Tal vez, pero mejor prevenir que lamentar.
Recorrí la casa con la mirada rápidamente, me topé con muchas fotos familiares, dibujos y cuadros. Esa fotografía que ví al llegar vuelve a llamar mi atención, en mi estancia en Boston papá y yo nunca nos pasamos por East Boston, no hay motivos, solo no lo hicimos. La familia de Jared parece estar en un puente, se ven los barquitos de vela detrás y el agua. El hombre alto idéntico a él es obvio que es su padre, pareciera estar en sus cincuenta y tantos para el entonces de la fotografía, porque no parece reciente, mi acompañante se ve un par de años menor ahí.
—Fue cerca de casa —dijo, yo me sentí atrapada en una travesura—. Vivíamos cerca de ese puente de paseo, nos tomamos esa foto unos días antes de mudarnos. Ese panzón de ahí es mi papá —señala al hombre, riendo—, se llama Herman. El enano de la mueca por el sol es Jace, el mismo gritón de allá arriba, y ya conoces a mi mamá.
—Todos ustedes son muy parecidos.
Asiente, riéndose.
—Cuando era niño, papá solía llevarme con él al hospital, sus compañeros le molestaban diciendo que no urgía una prueba de paternidad para saber si soy su hijo.
Es que ni dudarlo, incluso se parecen en la sonrisa.
—Jace se parece más a mamá, excepto en los ojos —lo único que lo diferencia de su padre, de resto son como dos gotas de agua.
Ellos son como papá y yo.
—Echo de menos a ese panzón —Jared sonríe, aún viendo la fotografía.
—¿Él a...?
Parpadea como para espabilar, luego frunce el ceño hacia mí.
—¿Qué? ¡Cielos, no! —murmuré un «lo siento»—. Descuida, siempre piensan que murió.
—Es que lo has dicho con ese tono...
—La costumbre, pero no, mi papá no está muerto, ni el cielo ni las nubes lo quieran, es solo que él aún vive en Boston por toda la cuestión de su trabajo en el hospital, no pudieron transferirlo hacia acá así que tiene que completar su último año allá. Volverá en unos meses.
—Se te ve unido a él —en la foto, su padre tiene un brazo alrededor de la cintura de su mujer y otro sobre los hombros de su hijo mayor.
—Es un gran papá pese a su trabajo, es nuestro héroe de toda la vida.
Pensé en mi propio papá y como tengo una perspectiva parecida a la de Jared, papá no es solo mi mejor amigo, también es mi héroe. Por ciertas discusiones que tengamos o desacuerdos, siempre será eso y nada ni nadie en el mundo lo bajará de ese puesto para mí.
—Mi papá también es mi héroe —comenté—, y como mi mejor amigo.
—Nuestros papás son cool —pone la mano en puño para chocarla con la mía, le seguí el juego—. No imagino como serían nuestras vidas sin mi papá, honestamente.
Yo tampoco podía ni quería hacerme ideas de eso.
—¡Huelo galletas, quiero galletas! —exclama una voz que viene de las escaleras—. ¡Jay, dame galletas!
Supongo que este es el adolescente gritón del piso de arriba. El hermano de Jared pinta tener unos catorce años, él en cambio tiene el cabello castaño claro de su mamá y los ojos oscuros de su papá. Para tener catorce está bastante bajito de estatura, debo decir, aunque yo no soy quien para juzgarlo por eso. Comparte la misma forma almendradas de los ojos de su hermano y los lentes de pasta.
A plena vista se nota que son hermanos aún cuando no comparten el color de ojos y cabello, te das cuenta más porque sus rostros son muy similares. La forma respingada de la nariz, la forma de los ojos he incluso como hablan, no solo por la parte del acento, es como si Jace imitara la forma de hablar de su hermano.
—Falta algo, Tot.
Su hermano se detiene a unos pasos de la barra, procede a alzar una ceja, gesto que Jared imitó. Me sorprendió el darme cuenta que incluso hasta en eso se parecen, la señora Edaly hizo sin querer una copia con otros colores de Jared, guao.
—Por favor, Jay, ¿Puedes darme galletas?
Jared sonrió.
—Con mucho gusto, Tot.
Y le sirvió en un platito cierta cantidad de galletas con chispas, Jace celebró con un salto y volvió al piso de arriba.
—Desde la semana pasada está obsesionado con un videojuego que es muy raro verlo fuera de su habitación después de la escuela —declara viendo hacia las escaleras—. Cuando se aburra volverá al mundo exterior.
Después de decir eso, escuchamos nuevos pasos, estos más lentos que los de Jace. De la escalera viene Percy, más pensativo de lo normal. Jared y yo compartimos una mirada rápida, confundido por la actitud de nuestro amigo.
—Eh, bro, ¿Qué pasa?
No responde, aún mantiene los labios medio torcidos y la mirada puesta en el suelo.
Vale, eso no me gusta. Bajé de mi asiento y fui hasta él, Percy parece como salido de la realidad, sumido en sus pensamientos.
—Hey, Percy —le llamo—. Listillo, ¿Todo bien?
Al fin levanta la mirada, sus ojos ahora de un tono normal, o lo más normal que los suyos pueden ser, se mantienen de un azul verdoso iguales a los de su hermana.
—¿Todo bien? —insistí.
Abre la boca pero nada más se le escapa un balbuceo bajo, no una respuesta concreta. ¿Qué rayos pasó allá arriba?
—Amigo, nos estás preocupando —dijo Jared, llegando con nosotros.
Percy parpadea un par de veces para luego menear la cabeza, volviendo en sí otra vez. Se pasa una mano por el pelo azabache más largo de lo que lo suele llevar.
—Yo... ehm, lo siento, me quedé pensando en algo.
—Pues vaya pensamiento —comenta Jared con un tono divertido, sacándole una corta sonrisa a Percy.
—Ya es hora de irnos, Polet —anuncia—. Nos vemos mañana, amigo.
—Claro, aquí los esperaré con mi otra especialidad.
Percy se echó una risita.
—Solo espero y esta vez sí le agregues el azúcar.
—¡Eso pasó una vez! —se defiende Jared, empujando a Percy por el hombro.
Dejo a esos dos un segundo para recoger mi mochila y, de paso, tomar una galleta para el camino. En serio están buenísimas.
—Ella me recuerda a alguien —Jared ríe, acercándose a la barra—, también hurtaba galletas para después.
—¡Que no estaba hurtando! —me defendí, nada más había tomado una para el camino.
—Ella decía lo mismo, siempre le regalaba una bolsa con galletas extra —de detrás de la barra, saca una bolsita con mini galletas—. Dusfrútalas, sé que me quedan maravillosas.
—Claro que eso no podía faltar —comenta Percy de brazos cruzados.
Le sonrío agradecida a Jared, tomando la bolsa con galletitas, esa única que agarré no bastaría.
Una última despedida y Jared nos acompaña a la salida, fuera de la casa el sol ya se estaba ocultando para dar paso a la luna, las luces de los pórticos empezaban a encenderse y parece que hay más niños jugando en la calle.
—Esto por aquí me recuerda a casa —Percy habla, viendo a los niños con una sonrisa—, con mis hermanos salíamos a jugar al jardín a esta hora con los perros, nuestros vecinos se unían a jugar con nosotros. Era todo muy agradable.
Miré su perfil, los mechones de pelo le están volviendo a cubrir la oreja, pero como me lo había explicado una tarde, se lo suele dejar un poco más largo para tapar la cicatriz que tiene en esa parte del cuello. Sus ojos tan interesantes como siempre parecen reflejar el color del atardecer que se pinta en el cielo. La historia de como terminó con los irises así no es tan linda, «algunas de las cosas más hermosas, detrás no siempre tienen una historia tan bonita» me dijo una vez mi abuelo, y su extraña pero a la vez tan bonita condición, se aplica a esas palabras.
—Me estás mirando raro —dijo de la nada.
Estaba tan metida en mis pensamientos que no noté que ahora me estaba prestando atención. El calor no tardó en subir a mi rostro, no tan intenso pero lo suficiente como para que se note que ridículamente me había sonrojado.
Debo dejar de hacer esto.
—Claro que no —negué.
—Sí, claro que sí.
—Bueno... —pienso en algo, lo que sea—, tú también te me quedaste viendo raro hace rato, ¿Por qué?
—Touché —me señala—, pero eso no fue nada.
—Pfff, sí, claro —ruedo los ojos—. ¿Qué te dijo Eda, Percy? Te pusiste muy raro cuando bajaste.
Tuerce los labios apenas un segundo, después menea la cabeza.
—Nada, Polet, nada interesante.
—Oye, pue...
—¿Por qué no vamos por una limonada? Te invito una rosa —se me adelanta dos pasos, haciendo esa sonrisa a la que no sé negarme—. ¿Vienes, átomo en decadencia?
Terminé suspirando rendida.
—Yo te sigo, listillo.
***
Tenía un ánimo increíble al día siguiente, ¿Por qué? ¡Porque mi injusto castigo al fin terminaba! Incluso se me apeteció comer una porción más de mi almuerzo, lo consideré un logro.
—Te ves más alegre —comenta Percy a mi lado, ambos caminando a nuestra clase en conjunto—. ¿Te sientes mejor?
—Ah, no, en lo absoluto, pero hoy termina mi castigo, eso mantiene mi ánimo arriba.
Me dirigió una mirada confundida que dejé a un lado cuando entramos al salón, donde nos encontramos con Phoebe, Aba y Letty, la última escribiendo a prisas algo de la libreta de la primera. Fue fácil adivinar que a Letty se le olvidó la tarea de hoy, pasa más seguido de lo que debería.
Ocupamos nuestros asientos de siempre, teniendo nuestra clásica charla antes del inicio de la clase. Algo que no suelo pensar mucho es que mis amigos son geniales, tanto por separado como unidos, considero que son de las mejores cosas que tengo aquí en Leighton y uno de los motivos por el que quise volver después de todo el asunto de mamá.
Yo solo era la chica nueva que se hizo amiga de unos cuantos chicos, y esos mismos chicos se unieron en un grupo por la misma chica nueva y rara. Siento que soy más unidas a estas personas, que conocí unos meses atrás, a los amigos de toda la vida que dejé en mi anterior preparatoria.
La clase dio inicio.
No hubo historia nativa americana ni nada por el estilo, lo que de cierta forma me entristeció un poco, pero hey, la clase tampoco estuvo tan aburrida... casi. Me encanta la historia, pero incluso a mí las fechas de eventos históricos importantes me causan sueño.
Para cuándo terminó, mis párpados pesaban más de lo normal, por el rabillo del ojo noté que Phoebe estaba igual que yo, ella no tuvo vergüenza de soltar un bostezo estirando los brazos y todo. Es fácil notar que la historia no es lo suyo. Aba, Letty y Percy en cambio estaban... igual que todos los días.
Tuve unas cuantas clases más antes de mi último castigo, me sorprendió yendo más sonriente de lo normal al salón donde nos reuníamos, esa sonrisa se borró cuando el profesor de biología pidió que dejara mi celular en la caja de madera junto a la puerta. La radiación que a de emitir...
Rascal y Penn me guardaron un asiento igual que los días anteriores, ojalá me los empiece a cruzar más seguido por los pasillos, son chicos buena onda.
—La banda del castigo se deshace hoy —comenta Rascal—, buh.
—¿Quién quita que no nos podamos reunir durante el almuerzo? —sugerí, medio encogiendo los hombros, dándole una mirada rápida a Penn.
—Eh, esa idea me gusta —dijo—, o podemos meternos en otro problema.
—No, gracias —rechazo la idea, me caen bien y todo pero no lo suficiente como para volver a esta basura.
—Sí, Penn, no te pases, hermano.
—Solo era una sugerencia...
Rascal y yo nos miramos antes de echarnos a reír por lo bajo, tratando de no ganarnos un regaño del profesor, que como siempre estaba dormitando en la silla del escritorio.
Para este castigo, los chicos vinieron preparados con cartas de Uno, empezamos teniendo una partida entre nosotros tres para finalizar con casi todos los castigados. Había que cerrar el último día de castigo a lo grande, ¿No? ¿Y qué más grande que una partida de Uno con once chicos competitivos?
Fue genial.
A la salida, Rascal y Penn se despidieron de mí, prometiendo que nos veríamos en el almuerzo el lunes. Esperaré ansiosa a ese encuentro.
—¿Lista? —Percy apareció por el pasillo, no va con más que un pantalón cargo marrón, una camiseta gris que sé perfectamente que pertenece a su colección de camisetas del Campamento Mestizo y unos viejos tenis.
Es raro verlo sin su sudadera negra con detalles azules, eso sí, en la muñeca lleva esa pulcera de cuentas que nunca se quita, me comentó que es un regalo que le hizo una vez Prisca, su hermana, cuando tenía eso de catorce años, y desde entonces no se la a quitado. Del cuello le cuelga el anillo de graduado de su hermano, otra cosa que dudo se llegue a quitar en su vida.
Asentí hacia él, ajustando mi mochila.
—Andando.
Debo decir algo, y es que el camino a casa de Jared fue raro, raro en el sentido de que Percy no paró de hablar ni un segundo. Sí, ahora es más conversador y eso me agrada, pero no a este nivel. Parloteó de distintas cosas que seguirle el hilo fue algo complejo. Esto no es ni remotamente normal, pero sería mentira decir que no es agradable. Por mí que hable todo lo que quiera, podría escucharlo atentamente a todo.
—Entonces, ¿Karaoke? —insistió en el tema de una salida después de la terapia, ya habíamos entrado a la calle residencial.
—No es que vaya a decir que no, ¿Pero por qué?
Se encogió de hombros.
—Me parece una buena salida, tú, yo, los chicos y una gran bandeja de nachos con queso, sé de un buen lugar.
Pensé en cómo podría ser. Karaoke, he ido pocas veces al karaoke, mi última visita fue hace un par de años con... con mamá.
—La última vez fui con mi mamá —digo en voz alta, visualizando la casa particular hacia el final de la calle—. ¿Crees que es una buena idea?
—Eda me dijo una vez qué ir a los lugares que disfrutamos con las personas que ya no están es como una caricia al corazón, el karaoke fue también uno de los últimos lugares al que fui con Patch, fue difícil entrar a un lugar de esos sin mi hermano, pero se sintió bien estar ahí, y sé que él también lo disfrutó desde donde sea que esté.
»No te cohibas de visitar lugares a los que fuiste una vez con quién ya no está, tu mamá no le agradaría verte huir de sitios que una vez disfrutaste.
Me quedé pensando en su propuesta incluso durante la sesión de terapia.
Estaba cansada de estar sentada todo el rato, por lo que me encontraba espiando la biblioteca inmensa de Eda, tiene muchos libros que he leído y muchos que están en mi lista de lectura. Me pregunto cuánto tiempo le habrá llevado llenar toda esta repisa.
—¿Por qué te niegas a la salida? Es una buena idea para distraer la mente —cuestiona después que le comenté la propuesta de Percy de ir al karaoke.
Saqué un libro de la repisa y leí la descripción antes de responder.
—No es que me niego es... más bien que no pretendo ofender a mi mamá.
—¿Quieres ahondar?
Vuelvo a dejar el libro en su sitio.
—No a pasado ni un mes, ¿Y ya me estoy divirtiendo? No, ella no se lo merece.
—¿Y crees que tú mamá se ofendería si su hija, a quien le desea todas las cosas buenas, sale un rato a despejar su mente?
No lo a preguntado con sarcasmo o malicia, fue un tono tranquilo que, sin embargo, dejó haciendo ruido a mi cabeza.
—No lo sé... —murmuré, viendo mis manos, más en concreto, la pulcera. Después agarré el relicario—, quizá no sea eso...
—¿Y qué podría ser?
Volteo a ver a Eda, su mirada azulada parece escrutar cada uno de mis movimientos, metiéndose en lo más profundo de la bola de estambre que son mis pensamientos y sentimientos, buscando la manera de desenredarlo todo para dar fin al ruido interno que llevo conmigo.
—¿Me lo merezco? —su ceño se frunce—. ¿Merezco... ser feliz tan pronto?
Mi pregunta la desconcierta de una forma genuina, parpadea unas cuantas veces y en su rostro se escurre la confusión. Aquella pregunta suelo hacerla cuando siento que la estoy pasando demasiado bien. ¿Me merezco eso? ¿Reír tan pronto, sonreír, ser feliz? Seguro que no.
—Ella se sentía sola, y no lo estaba, pero ella lo sentía así —mi mano en el relicario lo sujeta con más fuerza—, mamá dejó unas cartas, dijo que su decisión no tiene nada que ver conmigo, no obstante... ¿Por qué tengo esa sensación de culpa constante? Ella lo aseguró y, aún así, yo no puedo dejar de señalarme como culpable.
Me saco el relicario para ver las fotografías que lleva dentro. Mi familia, una familia que ya no está, que ahora solo son dos. Aprecio mucho a Aldana, Aidan y Sam, son cariñosos he intentan unirnos a su rutina familiar, pero... nada será igual a la que tenía antes. Intento no pensar en ello para no deprimirme, pero extraño lo que fue y ya no es.
Extraño mi familia.
—«El que se suicida no quiere acabar con su vida, quiere terminar con su dolor» —levanto la mirada a Eda—. Me lo dijo uno de mis colegas años atrás, y no hay nada tan real, Polet.
»¿Por qué crees que eres la culpable de una decisión como esa?
Paso mi mano por debajo de mi ojo, limpiando la lágrima que quería correr por lo mejilla.
—Ví las pastillas... al menos creo que eran esas, me conformé con una respuesta vaga y no ahondé en el tema. ¿Y si yo hubiera...?
—Los «¿Y sí...?» no son sanos, linda, las posibilidades y probabilidades, si las piensas mucho, comienzan a carcomerte por dentro.
—Pero es que...
Eda se acomoda en su asiento, inclinándose hacia la orilla.
—Polet, una madre jamás le atribuiría sus dolores y cargas internas a su hijo, no te lo digo como psicóloga, te lo digo como una madre —eso se refleja en su mirada ahora maternal—. Linda, el dolor del duelo no tiene una fecha límite, te puede doler unos días, unas semanas, unos meses he incluso años, siempre extrañarás a ese alguien, la cuestión está en no dejarnos hundir por el silencio de su ausencia.
Pensé en Percy, en qué aún le duele perder a su hermano pero no se a dejado hundir de lleno en quien a perdido. Pensé en papá y sus meses de duelo por el abuelo Torn, se le vio muy afectado los primeros meses, ya luego sonreía ante los recuerdos de su padre, sabiendo que estaba en un lugar mejor.
Yo quisiera tener esa misma habilidad de papá para soltar, me aferro más a las personas, a las cosas, a los momentos, más que cualquier otro, y cuando se me quitan, duele, mucho más de lo que me gustaría.
«Extrañar es el precio que tienen los buenos momentos» leí una vez por ahí. No solo extrañar el buen rato, sino extrañar la sensación de seguridad, lo bien que te sentiste en ese momento, lo bien que te sentiste con quienes te rodearon. Ese es mi mayor castigo, no saber soltar y dejar ir.
A veces me caigo mal por eso.
—Hay muchas cosas que te duelen, linda —su tono se vuelve delicado, tranquilo—, y te prometo que, paso a paso, dejarás ir lo que arde en tu pecho —cerré el relicario con un sollozo, volviéndolo a poner alrededor de mi cuello—, es una promesa.
Formo una media sonrisa de labios cerrados.
—Gracias —murmuré en un hilo de voz, con la nariz ahora tapada.
—Una forma para aprender a soltar lo que nos duele, es anotarlo y reservarlo hasta el momento adecuado, a partir de ahora quiero que escribas todo lo que te lastima o lastimó en su momento, y lo guardarás en lo más profundo de una gaveta hasta el momento adecuado, ¿Vale?
Asentí.
—Vale.
Eda sonríe.
—Ahora ven, mereces una rebanada de pye de limón por valiente.
***
Supongo que la sensación de salir de una burbuja estará cada vez que termine una sesión.
Abajo en la sala me encontré con un nuevo integrante que no estaba cuando subí, un chico de mi misma edad, moreno bronceado, con un cabello rizado negro que encima tiene unos lentes de sol, ojos medio achinados castaños, alto, bastante alto, incluso unos centímetros más que los otros dos chicos. Tiene pinta de surfer, nada más le falta la tabla.
—... sí, sí, bla, bla, cierra el pico, Calum —oí decir a Jared.
El chico nuevo, Calum, se echó una risa.
—Pareciera que tuvieras setenta en vez de diecisiete, ¡Venga, diviértete!
Llegué junto a Percy sin que el nuevo integrante me notara, ambos observamos la conversación que llevan esos dos.
—Pues, soy un orgulloso viejo de setenta años en un cuerpo de diecisiete —dijo, muy digno—, tu idea de diversión no se parece a la mía.
—¡Es una fiesta, amigo!
—¡Clandestina! ¡Clan-des-ti-na! ¿Acaso estás loco? ¡Y en Bell Street! Será para salir sin el alma.
El chico Calum restó importancia con un gesto.
—Eres muy poco arriesgado.
—Y tú demasiado —refuta Jared.
—No comprendo esa amistad —murmura Percy a mi lado, aún viendo a los chicos—, son mejores amigos de toda la vida, pero son tan distintos el uno del otro.
Veo a las dos partes que mantienen esa discusión que si de ir a la fiesta o de que no. Para mí, justo ahora, no parecen mucho eso de «mejores amigos»
—Bueno, que sepas que Laylani va —declara, hay un cambio en la cara de su cobrizo amigo—, Aspen también.
—Pues, que les vaya de maravilla, tengo tareas que hacer.
Percy y yo seguimos de espectadores, Calum despide un resoplido para después murmurar un amargo «okey», a continuación se robó una manzana del frutero recién puesto y se fue camino a la puerta.
Después del portazo, Jared se rió.
—Cuando se entere que son de cera.
No resistí la risa.
—Perdonen eso, chicos, es que ese idiota está de insistente de ir todos los viernes a fiesta, pareciera que no me conoce.
—Yo digo que no —menciona Percy.
Jared suspira pesado.
—Capaz vaya más tarde, no lo sé —se rasca la nuca con una mueca—. Bell Street no es un lugar que me apetece visitar.
¿Motivos? Es un barrio solitario y casi a la salida de la ciudad por South Holbrook, Nyl tiene una descripción perfecta para ese lugar «un barrio cualquiera de Petare» y según su lógica latina venezolana, tiene todo el sentido del mundo.
—¿Todo bien entre Laylani y tú? —pregunta Percy.
—Sí, perfecto, increíble, asombroso. ¿Por qué no habría de estarlo?
¿Por qué habría de estarlo? Lo a dicho todo con un tono tenso y dejando los platitos sobre la barra con mucha fuerza.
Percy y yo nos miramos, ambos comprendiendo que es un tema del que no hay que hablar.
—Bueno... nosotros tenemos que irnos —anuncia Percy—. Te veré pronto, amigo.
—Sí, claro, nos vemos pronto —se despiden con un choca los cinco, de mí con un abrazo—. Nos vemos el próximo jueves, Polet.
—Claro que sí.
Fuera de la casa, esperé a alejarnos lo suficiente para hacerle la pregunta a Percy:
—Laylani, ¿Quién es?
—Eh, chismosa —me empuja ligeramente con su hombro, nos reímos—. No estoy muy seguro, Jared no me a confirmado si es su novia o algo extraño que lleva teniendo los últimos meses.
—Le cambió la cara cuando ese amigo suyo dijo que ella asistiría a la fiesta.
—Jared no es de salir, es... cómo yo, le gusta estar en su casa leyendo en la tranquilidad de su habitación, supongo que esa chica a desafiado un poco su naturaleza tranquila.
—¿La conoces?
Menea la cabeza.
—Solo he oído cosas de ella, nunca la he visto en persona.
Me pregunté si ella sería esa chica que le llamó a él la primera vez que nos vimos en el ShumPox.
—Entonces... —Percy habla, cómo tanteando el área—, ¿Te apetece el karaoke?
Tardé lo mío en responder puesto que mis pensamientos se agruparon todos de golpe, los que se negaban por respeto y los que querían aceptar para apartarlos a todos ellos.
Volví a preguntarmelo, ¿Me lo merecía?
«siempre extrañarás a ese alguien, la cuestión está en no dejarnos hundir por el silencio de su ausencia.»
Me sorprendí a mí misma cuando asentí.
—Me apetece el karaoke.
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