29. Conozco a la chica de los mensajes
La empatía no existía en el internado Leighton.
O tal vez sí, pero nadie la demuestra por miedo a ser molestado o llamado debilucho, incluso idiota.
Quiero atribuir toda la actitud de mierda de esta gente a qué simplemente no están conformes consigo mismos y necesitan llenar ese vacío del amor que no se tienen o reciben molestando a otros.
«Te dije que algunas personas son malas solo porque sí, Polet —dijo Phoebe en una ocasión—, no siempre hay un motivo detrás, solo son así y ya.»
O tal vez solo son gente mala que de verdad no conocen lo que es la empatía.
Mi primera semana de vuelta en el internado no fue nada parecida a como quería que fuera. Seguía triste y desanimada, volver a clases no es algo que me proporciona el suficiente ánimo como para soportar el día, con cada día que pasó, solo tuve muchas más ganas de volver a casa, y desgraciadamente no podía porque perdería el año.
Y no, gracias, yo no quiero venir aquí a ver clases de verano.
Hice todos mis esfuerzos para pasar desapercibida, iba a mis clases, me saltaba el almuerzo porque en serio que no tenía apetito, algo de hace ya unas semanas, nada de comida pesada conseguía pasar de mi garganta, he sobrevivido las últimas dos semanas a base de desayunos ligeros y fruta. Al finalizar el día volvía a la tranquilidad de mi solitaria habitación sin molestar a nadie más para que nadie me moleste a mí.
Mi manera de hacer las cosas no funcionó.
Era martes por la mañana, se supone que hoy en la noche Phoebe volvería de Australia y es lo único que me consigue animar. Extraño a mi mejor amiga.
Estaba en el pasillo de casilleros sacando unos libros para mí clase de matemáticas cuando escuché pasos acercarse y un aroma dulzón llegó a mi nariz.
Miré por el rabillo del ojo, y mi primera reacción fue soltar un gruñido cansada.
Supongo que Polet a sufrido bastante, pero no lo suficiente.
—¡Polet! Que lindo verte de vuelta —es la voz chillona de Malia fingiendo alegría de verme—. Me he enterado que llevas una semana aquí, pero hasta ahora es que te veo, ¿La pequeña cucaracha india me a estado evitando?
Empujo el interior de mi mejilla con la lengua, siguiendo con mi tarea de buscar mis libros. No voy a caer en sus provocaciones, no voy a caer en sus provocaciones.
—¿Por qué tan callada, Polet? —es irritante la forma que menciona mi nombre, como si fuera de lo último, como si intentara rebajarlo también.
Ignórala, Polet. Sólo ignórala.
—¿Sabes? Me enteré que tú madre falleció —volteo a verla, sintiendo la cólera creciendo en mi interior—. Pobrecita ella —se mira despreocupada las uñas, yo aprieto los dientes—, igual de cobarde que su hija.
La olla de rabia que hierve en mi interior le empieza a temblar la tapa.
—¿Qué has dicho?
—¿Eh? —alza la mirada, distraída—. Oh, nada, es solo que... de tal palo a tal astilla dicen por ahí, ¿No? Existen tantas, pero taaantas opciones y tu madre se vino a elegir...
—Ni se te ocurra —advertí entre dientes.
—... la más cobarde de todas.
La tapa sigue temblando...
Mi pecho empieza a subir y bajar por las respiraciones fuertes que estoy dando, Malia se sigue viendo despreocupada las uñas largas con esmalte. Un tic aparece en mi ojo derecho cuando ella continúa hablando.
—Igual que su hija —me duele la mandíbula de tanto apretar los dientes. Sus ojos marrones me dirigen una mirada malvada que es tapada por una muy mal fingida dulzura—, los cobardes y débiles buscan las salidas más rápidas porque son incapaces de enfrentar sus problemas, la depresión la creamos nosotros en nuestra mente, como tú, tu madre huyó de sus problemas como una completa debi...
La olla explotó, y yo exploté con ella.
Ni siquiera dejé que completara su frase, la palma de mi mano estuvo sobre su mejilla en un micro segundo, dejándola rojiza y a mí algo adolorida, pero el dolor pasa a segundo plano, la molestia opaca todo lo demás. No me sentía yo, y creo que en serio no estaba siendo yo cuando me abalancé sobre ella, tomándole de las greñas negras y jalandolas con toda mi fuerza.
El pasillo pareció congelarse, nadie me alejó de Malia en los dos minutos más largos de mi vida y que agradecida estuve. De una buena vez por todas tenía que haber alguien que pusiera a esa niña ingrata en su lugar, no voy a permitir que desestime la memoria de mi madre, no mientras yo esté viva.
Malia chilla bajo mío, adolorida, sé que le arranco unos cuantos mechones de pelo, pero no me importa ni mucho menos el gran problema en el que seguramente me meteré. Quería hacerle daño, y mucho, por primera vez en mi vida tuve las ganas de hacerle daño a alguien más.
No pasa demasiaso cuando alguien me agarra por debajo de los brazos, alguien más tomó a Malia, que no deja de lloriquear como una ridícula. Siento mechones de pelo entre los dedos y el rostro caliente.
—¿Qué demonios...? —balbucea Percy, fue él quien levantó a Malia y ella lloriquea pegada a su pecho.
Tuve otra oleada de rabia.
—Polet... ¿Qué demonios?
—¡Estás loca! —me grita ella, tiene los ojos llorosos, lágrimas negras corren por su mejillas.
No consigo decir nada aún y la mirada que me dirige Percy pide que al menos diga un murmuro, cualquier cosa. Mi respiración aún es agitada y el chico que me alejó de Malia hace bien en aún no soltarme.
—¡Se lo diré a mi madre! —vuelve a decir la llorona de maquillaje corrido—, ¡Haré que te expulsen y que nunca te vuelvan a aceptar aquí! ¡Eres una loca, una psicópata, una...!
—¡Oh, cállate, desgraciada hija de perra! —dije al fin—. ¡Eres la peor desgracia que le a pasado a la humanidad! ¡El ser humano más horripilante que a pisado la tierra! —intento dar un paso hacia ella, pero el chico que me sostiene lo impide—. ¡Jamás, pero jamás vuelvas a desestimar la memoria de mi madre! ¡Jamás en tu inútil y miserable vida la vuelvas a mencionar! ¡¿Me has oído?! ¡¡Jamás!!
Lágrimas de rabia se me escapan.
—¡No eres absolutamente nadie para definir la decisión que ella tomó, solo eres una despreciable bolsa de basura humana que no sirve para otra cosa que criticar a otros! —en el pasillo solo se oyen mis gritos—. ¡Así que nunca, pero nunca vuelvas a mencionar a mi madre, y ni te atrevas a decir algo de su decisión porque si no te arrancaré las pocas greñas oxigenadas que te quedan!
Se hizo el silencio sepulcral, estoy casi segura que lo más audible eran mis respiraciones pesadas y los sollozos que empiezan a brotar involuntariamente de mi garganta.
—¿Y sigo siendo yo la mala? —pregunta Malia, mirando a Percy.
Que pregunta tan hipócrita.
—Desde hace años, Malia, desde hace años —le dirige la mirada más helada de todas—. Venga, Polet.
El chico al fin me suelta y tuve el enorme impulso de volver a saltar encima de Malia, pero con Percy en medio jamás conseguiría llegar a ella para arrancarle las otras greñas de pelo. Percy toma mi mano y me lleva consigo hacia el otro lado del pasillo, hacia los lados de séptimo curso. Hay muchas miradas encima nuestro, la gran mayoría, (por no decir todas) eran incrédulas.
Entramos a un salón vacío, octavo curso, supuse. Percy arrima una silla hacia mí, haciendo un gesto para que me siente. Ya cuando lo hice, la rabia que bullía y corría por mis venas fue aminorando, mi respiración lentamente se fue relajando. Repetí en mi cabeza el suceso de minutos atrás, no me arrepiento, en lo absoluto. Alguien tenía que ponerla en el lugar que le corresponde, y si no era yo, nadie más lo iba a hacer.
Lo que me empieza a preocupar es el castigo que me vayan a imponer.
—Tienes... hum, mechones de pelo en las manos —comenta Percy, acabando con el silencio en el salón.
Miré mis manos, tiene razón, algunos hilos de pelo negro cuelgan de mis dedos, algunos incluso quedaron enredados en la pulcera fluorescente.
Los quité con asco.
—¿Qué fue lo que pasó ahí, Polet?
Despedí un suspiro y empecé a contarle lo que pasó, él asentía a cada palabra que decía y rodando los ojos cuando repetí las palabras horribles de Malia, que me supieron del asco, debo agregar.
—Ojalá pudiera retorcerle el cuello —dije para mí, imaginandolo—, y acabar de una buena vez con esa plaga.
—Sí, eh... mejor no pienses en eso.
—Pero si tan solo...
—¡Eh, pero mira quién llegó!
Percy se levanta de su silla frente a mí para ir a recibir a un chico de unos catorce años que le sonríe apenas entra. Es de cabello castaño claro que le cae sobre las orejas y un particular mechón sobre la ceja izquierda, brillantes ojos color café, su piel parece de porcelana, mucho más clara que la mía y de Percy juntas. No es tan alto, no debe llegar ni al 1,70. Cuando me mira, esboza una enorme sonrisa y sacude la mano, parece emocionado.
—Polet, él es Josiah —Josiah amplía su sonrisa—, soy su tutor de literatura. Josiah, ella es Polet, una amiga mía.
Resistí el enorme impulso que tuve de sonreír.
Veo a Josiah, que no a dicho una palabra pero no deja de sonreír.
—Es un gusto, Josiah.
Creí que me respondería... con palabras.
Josiah empezó a hacer unos gestos rápidos, se apuntó el pecho con el dedo índice, después me amputó a mí, con cuatro dedos de la mano izquierda se tocó la frente, finalizó alzando el pulgar y alargando el dedo índice, como si fuera un gesto de pistola o algo así, ese mismo lo movió en círculos sobre su pecho, justo arriba de su corazón.
Hizo todo eso a una velocidad increíble sin dejar de sonreír, yo por mi parte parpadeo, sin saber qué hacer o decir, soltando algunos balbuceos.
Percy junto a Josiah se rieron.
—¿Dije que Josiah no habla? —el mencionado negó con la cabeza—, es sordo, uno de los pocos del instituto.
Hizo otras señas rápidas.
—Claro que eres especial, amigo —acto seguido, los dos chicos chocaron los cinco.
Yo sigo sin entender qué pasa.
Empezando con que Percy es tutor, ¡Tutor! ¿Desde acá a cuándo él da tutorías de literatura? No debería de sorprenderme puesto que es uno de los chicos más inteligentes del internado, ¿Pero cómo es posible que precisamente él esté en el programa de tutores?
Segundo, esto sí que me sorprende, pero no sabía que aquí habían chicos con ciertas discapacidades. Sé que Leighton es un internado donde importa más tu cerebro que tú discapacidad (académicamente hablando, socialmente hablando serás un rezagado) mientras seas inteligente y estés a la talla, tú aquí eres más que bienvenido (hu-um) he conocido a unos cuantos chicos neurodivergentes, ¿Pero sordos o mudos? No tenía la menor idea de que aquí hay unos cuantos.
—Vaya —conseguí decir—, eso es... interesante.
—Josiah es un buen tipo —él se limpió polvo imaginario del hombro, me reí—, te agradará.
—Eso seguro.
Le hizo par de señas a Percy que me encantaría describirte, pero fueron tan rápidas y mi cerebro tan lento que no conseguí detallarlas bien.
—Oh, sí —Percy me mira, alzo una ceja—. Verás, Polet... mi clase con Josiah hoy es algo... especial.
—Vale...
—Él es muy —pensó una palabra—, curioso —Josiah asintió, como orgulloso de ello—, y, bueno, desde hace un par de días lleva dándome la lata de que quiere una clase de mitología.
Asentí con lentitud.
—Está bien, tú eres experto en ello.
—Sí, pero no mitología griega o romana, ya se las sabe de memoria, incluso la mexicana —Josiah hizo una mueca, después unas rápidas señas que en otra situación pudo haber sido un murmuro—, sí, nombres complicados y tal, la cosa es que, la mitología que le interesa es... la cherokee.
Eso genuinamente me sorprendió, mucho más de que Percy sea tutor y que hayan chicos sordo mudos en Leighton.
—¿En serio?
Josiah asintió cuál chiquillo que acepta una paleta de helado.
—B-bueno... ¿Qué es lo que... lo que quieres aprender?
Hizo un gesto que supuse significó «todo»
—Mmm... ¿Cómo hará para escucharme? ¿Harás de traductor? —bromeo.
—No, él lee los labios, aunque a veces sí le hago de traductor.
Josiah volvió a asentir, como queriendo decir «le obligo». Me volví a reír.
—Bueno, mejor empecemos, ¿No? Mi próxima clase no empieza hasta las nueve treinta.
—Algo se hace en este tiempo, ¿A qué sí, Josiah?
Hizo nuevas señas, que Percy me tradujo a un «¡Por supuesto!»
Justo ahora me estoy arrepintiendo de no haber tomado ese curso de tres meses de lenguaje de señas.
Juntos nos sentamos en unas mesas de la primera fila de asientos, Percy en medio de Josiah y yo, como si le hiciera de intermediario, al castaño le voy contando todas las historias cherokee que me sé, desde como se creó el mundo hasta de los dioses. Hicimos poco uso de Percy traductor ya que Josiah coneguía seguirme el hilo, y aunque fue un poco raro que me grabara, lo dejé pasar cuando me explicaron que él así después escribe todo lo que le dije.
Fueron unos cuarenta y cinco minutos donde estuve parloteando de historias cherokee, pero que bien se sintieron. Fue como... reconectar con mi abuelo, volver a aquellas tardes calurosas de los veranos que estábamos en Tahlequah, las noches llenas de picaduras de insectos, o en el prado viendo las estrellas. Olvidé lo de Malia hace rato, mi molestia y ganas de retorcerle el pescuezo, solo fui yo contando las historias que me han acompañado toda la vida.
Para cuándo terminé, Josiah tenía la boca medio abierta, sorprendido, y Percy con ambas cejas alzadas.
No pude evitar reírme de sus caras.
—Vaya —balbucea el pelinegro—, que loco.
Josiah asintió.
Yo encogí los hombros.
—Las leyendas cherokee quizá son un poco... particulares.
—Creí que lo más extraño que leería de una mitología sería a un dios convirtiéndose en lluvia dorada, no que... las estrellas fueran creadas a base de maíces explotados.
Josiah tembló, riéndose. Ahora que lo noto, tiene una sonrisa muy linda incluso con los dientes medio torcidos, parecen lucirle más que a mí.
—Cosas de los nativos, si lo ves en cierto punto, algunas tienen sentido.
Ellos comparten una mirada, no hicieron falta palabras ni señas para hacerme entender que no compartían mi punto. No importa, son mis historias y yo decido creer en ellas.
—Bueno, sí —Percy se rasca la nariz, luego resopla—, historias, ¿No?
Sonreí, mirándolo.
—Sí, historias, listillo.
Josiah frunció el ceño, divertido. Movió los labios repitiendo lo último que dije, acto seguido agregó unas señas que hicieron al pelinegro fruncir el ceño y mirarlo con los ojos entrecerrados.
—¡Que me apode Percy no significa que mi vida gira alrededor de una saga de libros! —exclamó de la nada, Josiah parecía entretenido—. Sí, ríete pequeña sabandija.
Otras señas de Josiah, yo observo de uno a otro como un partido de tenis.
—¡Ella es la que me llama así, yo no sé lo pedí! —Josiah "dice" algo más en señas—, vale, sí, mi camisa es de la cabaña seis, ¡Pero basta!
El chico castaño parece bastante entretenido con toda la situación que se desarrolló frente a mí y que ni por un maíz entendí. Debió de ser algo divertidísimo como para hacerlo reír así de fuerte. Un dato rápido, incluso su risa es silenciosa, como uno se reirían cuando no quieres que te escuchen, así se ríe Josiah, sonidos bajos y ahogados de unas cuerdas vocales jamás usadas.
—¿Vale? —dije—, no entendí nada.
—Es solo Josiah siendo Josiah —quien sigue riéndose—. ¡Basta, hombre!
Claro que no le hizo caso porque evidentemente no lo escuchó.
Veo a Percy, no está molesto como quiere intentarlo, solo parece ofendido de una manera... divertida.
—No creí que mi «listillo» fuera tan influyente.
Percy resopla.
—Es solo una gota que derramó un vaso —le dirijo una mirada curiosa—, hace unos años me regalaron unas camisas con temática de esos libros, ya sabes, por todo el tema de mi apodo y tal, ya viste una, la anaranjada del Campamento Mestizo, tengo otras tres, y una de esas es una gris de la cabaña seis.
Hice memoria, recordando cuál era la dichosa cabaña seis en el mundo mitológico del tocayo de Percy. Costó un poco porque hace más de un año que no leo esos libros.
—¿Afrodita? —adiviné, haciendo una mueca.
Él negó con la cabeza.
—Atenea, ¿Por qué crees que este mocoso le causa tanta risa?
Rasqué mi mejilla, empezando a darle la razón a Josiah, sí es divertido de cierta forma, también recordé aquel pensamiento de Percy siendo un gran estratega, ahora cobra más sentido.
—Pues, estás a la talla. Es irónico porque te apodaron Percy, pero sí estás a la talla.
—No hablemos de eso, por favor —murmura, Josiah y yo nos reímos de él—. Genial, ahora esto es un complot, ¿Qué sigue? ¿Molestarme con mi seña?
Esa pregunta irónica pareció darle una idea a Josiah, hizo un gesto que reconocí fácil: el mismo que hace Katniss en Los Juegos Del Hambre ¿Qué? ¡Yo no sé lenguaje de señas, esa es mi mejor referencia!
En vez de llevárselo a los labios, Josiah se llevó los tres dedos a un lado de la sien derecha.
Percy hizo un gruñido frustrado.
—¿Saben qué? Cómo ustedes se han hecho tan amigos, los dejaré hablar, yo me largo a desayunar.
Con eso dicho, salió del salón dando pasos pesados, Josiah se reía en silenciosas carcajadas que se me contagian inevitablemente.
—¡Venga ya, listillo! —le llamé, siendo ignorada—. ¡Por favor, Percy!
Volvió a ignorarme, siguiendo de largo a la salida, perdiéndose en el pasillo.
Josiah y yo nos miramos antes de partirnos de la risa.
Mi risa termina convirtiéndose en un suspiro, limpio en el rabillo del ojo una lágrima.
—Que fácil es molestarlo —digo, a lo que Josiah asintió, tiene las mejillas rojas de tanta risa que se a echado—. Eres bastante agradable, Josiah, deberías unirte a mi club para molestar a Percy.
Volvió a hacer de sus señas rápidas, medio segundos después reparó en que yo no le comprendía, así que se levantó de su silla y fue hasta la pizarra, dónde en un extremo escribió con marcador.
"Será todo un gusto"
—¿No te incomoda escribir todo lo que tengas que decir?
Negó con la cabeza.
—¿No sería justo que yo lo haga también? Así no te sobre esfuerzas y tal.
Escribió:
"Nah', no te preocupes, soy un experto leyendo labios. Es mi forma de entender a otros que no hablan lenguaje de señas"
—A de ser complicado.
Hizo un gesto que sí conocía: el de más o menos.
"Con el tiempo le agarras el hilo"
—Cool... —murmuré para mí, el chico en la pizarra parece preparado para escribir todo lo que tenga que decir, en eso también debía de tener experiencia—. Vale, ¿Y desde cuándo estudias aquí, Josiah?
"Desde hace dos años"
—Eh, del mismo tiempo que Percy.
Asintió, sonriente.
—¿Lo conociste en ese entonces?
Otra vez el gesto de más o menos.
"Sabía quién era, pero no fue hasta hace un año que empezó a ser mi tutor que empecé a hablar con él.
Antes... me daba miedo"
—¿Miedo? ¿Y eso por?
Puede ser odioso y amargado, ¿Pero dar miedo? Jamás.
"Percy era muy... o quizá exageradamente cerrado a como es ahora.
A mejorado un poco, se le nota la diferencia, pero no lo suficiente"
Fruncí el ceño.
—¿Qué?
"Es difícil de explicar, y que pereza escribir tanto. En resumen, Percy antes era como un chico cerradísimo al que no se te apetecía acercarte, ahora no es tanta la diferencia pero ya al menos puedes saludarlo"
Intenté imaginarme un Percy más... amargado y cerrado, para mi propia sorpresa, no conseguí hacerlo, tal vez porque ya me he acostumbrado a este lado más amistoso de él o una parte de mi cerebro se niega a verlo así otra vez.
Lo que sea que fuera, no lo conseguí.
—A cambiado —digo—, es más amistoso.
"Eso sí lo he notado, desde que ustedes se hicieron amigos lo he notado hasta más alegre"
Eché la cabeza hacia atrás, soltando un gruñido de fastidio.
—No me digas que tú también, Josiah.
Se encoge de hombros, luciendo para nada arrepentido.
—¡Vamos! Es cuestión de confianza, nosotros solo somos amigos, he pelado muchas capaz de esa cebolla humana para poder decir eso.
"Yo solo digo, Polet. Son hechos"
—Hechos la caca de maíz de Selu —mascullé, enfurruñada.
¡Es una bobería total! ¡No. Somos. Más. Que. Amigos! ¡Ya, nada más que eso! Yo no tengo nada que ver con el cambio de actitud de Percy.
"No es nada malo —vi que escribió— es muy bueno, en realidad. Él se a vuelto más tratable"
—¿Y por qué me lo atribuyen a mí? —alzo una ceja.
Josiah me imita, como queriendo decir «¿Te lo tengo que escribir?»
"¿Sabes la cantidad de veces que he visto reír a Percy? ¡Las cuento con una mano! Y los últimos meses durante nuestras tutorías, bueno, creí que alguna cosa alucinógena lo había afectado"
—Tal vez sí, eh.
"Claro, hongos alucinógenos registrados como «Átomo en decadencia»"
Me sonrojé, ¿Por qué demonios me sonrojé?
"No le atribuyo todo su cambio de actitud a ti, pero sí... gran parte de ello.
Él es diferente, es diferente cuando está contigo"
Resoplo, levantándome.
—Chorradas.
Se encoge de hombros, terminando de escribir:
"Cuando pelas tanto una cebolla, cuando le sacas tantas capas, al final llegas al corazón.
Tenlo en mente"
***
Nos pasamos a la cafetería por algo de comer, todo el trayecto fue en silencio, tanto porque no podíamos comunicarnos y porque las cosas que escribió en la pizarra se quedaron flotando en mi mente.
Son chorradas, iguales a las de Phoebe.
Es que... ¡Es absurdo! ¿Cómo va a ser que Percy se haya vuelto más amigable solo por mi llegada? Es ridículo desde todos los ángulos en que lo veas, solo he sido amable con él, he sobrellevado su sarcasmo y se lo he devuelto, se trata de entender cómo es él y como actúa, he intentar llevar su personalidad sin juzgarlo.
Así de simple, así son las cosas.
Josiah y yo nos hacemos con unos sandwiches, los dos de pollo y un par de jugos de naranja con el que damos un rápido brindis antes de darle un sorbido.
Fuera fue fácil encontrar a Percy, estaba sentado en una de las mesas de picnic que tienen la sombra de uno de los árboles más grandes del jardín, un plátano de sombra (no tiene nada que ver con los plátanos) mientras que come viendo en dirección al improvisado juego de platillo volador que llevan unos chicos de séptimo curso.
—Venga, allá está Percy —le dije a Josiah, haciéndole un gesto con la cabeza para que me siguiera.
Cuando llegamos a la mesa, el pelinegro nos mira con unos ojos ahora de un tono azul que se pelea con el verde para tener protagonismo. Su trastorno ocular me sigue causando curiosidad, ¿Cómo es posible que sus irises constantemente cambien de color?
—Oh, llegaron los mejores amigos.
Josiah y yo nos reímos, tomando asiento.
—Ya, listillo, supéralo.
—Superarlo —masculla, dando un bocado a su puré de papas—, sí, cómo no.
Negué con la cabeza y puse los ojos en blanco, luego le di un suave empujón por el hombro. Me lo devolvió medio segundo después.
Noté por el rabillo del ojo que Josiah estaba esbozando una sonrisita, subiendo y bajando las cejas de forma sugestiva.
Entrecierro los ojos en él.
Ahora ya no hay complots, ese niño se a decidido a molestarnos.
—Es bastante traidor —dijo Percy, distrayendome, los dos miramos a Josiah, que parece indignado—. Tarde o temprano se vuelve en tu contra.
—Fue más temprano de lo que creí.
El chico tiene la boca abierta y una mano en el pecho, exagerando y fingiendo demasiado mal su indignación.
Percy le señala, luego hace una señas que dieron buena pinta de una advertencia, una advertencia que hizo reír a Josiah.
—A veces me caes mal, Hadaway.
Josiah respondió en señas lo que debió de ser «el sentimiento es recíproco, Adams». O tal vez no, la verdad es que no lo sé.
—¿Sabes qué? Olvídate del club, eres un traidor.
Se encogió de hombros, desinteresado.
Josiah empezó a zamparse su sandwich, lo que para un sordo debería significar que te ignora ya que no te puede "hablar", de todas formas, Percy y yo hicimos lo mismo.
—¿Estás mejor? —preguntó él de la nada.
—¿Eh? —balbuceo con medio bocado de sandwich en la boca.
—Que si estás mejor, con todo lo de Malia está mañana y tal.
—Ah... —paso mi comida, recojo un mechón de pelo tras mi oreja.
Se me había olvidado ese suceso, con toda la mini clase de cuentos cherokee a Josiah y nuestra «conversación» (¿se le puede llamar conversación?) Malia se quedó al fondo de mi cabeza, y ahí prefería dejarla.
—No lo sé, no me puse a pensar en eso.
—Sabes que te van a castigar, ¿No? —quizá fue imaginación mía, pero ví un destello de preocupación aparecer en sus ojos.
Alejo esa idea, debo de concentrarme.
—Si me castigan, al menos que haya valido la pena —agarro mi jugo—, alguien tenía que ponerla en su lugar de una buena vez.
Y di un sorbo, muy digna.
Percy sonrió, lo que le hizo aparecer los hoyuelos.
—Así se habla, átomo en... —entonces, de la nada, su ceño se frunce, mira algo sobre mi cabeza, y repentinamente, la sonrisa que me dirige a mí cambia, se acentúa más—. ¿Pero qué...? ¿Qué rayos hace aquí?
—¿Qué? —intento mirar a dónde él lo está haciendo, pero no veo nada diferente.
Percy se levanta de prisa de la mesa y corre hacia la entrada, tanto Josiah como yo estamos confundido. En el sendero de entrada, Percy se reúne con una chica, no consigo ver mucho de ella hasta unos cuántos segundos después en que ellos se separaron. Es baja, de la misma estatura del castaño sentado frente a mí, tiene un abundante y ondulado cabello castaño oscuro que lo lleva atado en lo alto de su cabeza, trigueña clara... igual que Percy, cuando se acercan lo bastante a la mesa, distingo que tiene unos bonitos ojos azules... que luchan contra el verde para tener protagonismo.
—¿Cómo es que estás aquí? —oí decir a Percy, se oye muy emocionado, nunca lo había escuchado así.
—Es una... ¡Sorpresa! —exclama la chica, haciendo manos de jazz.
—Pues, que gran sorpresa —Percy la apretuja a su costado en un medio abrazo.
Los dos se detienen frente a la mesa, así que pude detallar mejor a la chica, es muy guapa, debo decir, ese tipo de belleza que no hace falta explotarla con maquillaje. Es linda porque sí y ya, no a dejado de sonreír, por lo tanto, los hoyuelos no se le dejan de marcar.
Lleva una camisa rosa que tiene la silueta de una paloma que sostiene un olivo, al parecer, unos vaqueros desgastados y en su cuello cuelga un collar de plata que de dije tiene el símbolo del teatro.
Tanto Josiah como yo no sabemos qué hacer, esos dos siguen hablando de cosas, sorpresas, una fiesta de cumpleaños y cosas que no logro entender.
Al final, no pude sorportarlo más, me aclaré la garganta.
Los dos detienen su conversación, yo fuerzo una sonrisa.
—Eh... hola.
La chica, que debe de tener unos catorce años, sonríe mucho más. En ese punto a mí ya me dolería las mejillas.
—Oh, ¡Hola! —exclama—, mmm, tú has de ser Polet, ¿verdad?
Ah, caray, me conoce.
—Eh... sí, s-soy yo.
—¡Es un gusto! Percy me a hablado un montón de ti.
Lo veo él, se está pasando una mano por detrás del cuello y aprieta los labios.
—Y tú debes de ser Josiah —él asintió—, también es un gusto, Percy me a hablado un montón de cosas de ustedes, ¿A qué sí, hermano?
Él sigue pareciendo incómodo, o más bien, tímido.
Y yo, aunque no sé qué diantre está sucediendo, algo en especial llamó mi atención.
—Un segundo, ¿«hermano»?
—Este cabezota no te a hablado de mí, ¿Verdad? —negué, muy pérdida—. Descuida, no hay rollo —ella extiende la mano hacia mí—. Es un gusto conocerte al fin, Polet, soy Prisca, la hermana menor de Percy.
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