25. Una extraña da un buen consejo

Hay momentos que te marcan para toda la vida.

Algunos son buenos, otros no lo son.

Este momento marcó mi vida, y no en el buen sentido.

Creí que al ver cómo bajaban la urna con mi madre ahí dentro metros bajo tierra tendría un arrebato, una crisis donde estaba convencida que tendrían que sedarme.

No fue así.

Las lágrimas silenciosas resbalan por mis mejillas, se me escapan sollozos silenciosos, pero no podía hacer más que estar de pie junto a mi padre y tía viendo en cámara lenta todo lo que pasa frente a mí.

Y es que era raro, no estaba llorando tanto como creía, como debía de hacerlo, pero mi corazón y mente están destrozados.

El padre no deja de hablar. Las personas más cercanas a mamá no dejan de sollozar, otras no hacen otra cosa más que mantener la cabeza gacha en señal de respeto.

Esto de verdad estaba pasando.

El sonido de aterrizaje de la urna al fondo de la cripta fue tan escalofriante para mí que erizó los pelitos de mis brazos, apreté los párpados, dejando ir más lágrimas. Se me permitió acercarme para lanzar la rosa blanca que tenía en la mano, era la flor favorita de mamá.

La miré por última vez, despide un ligero aroma dulce. Dejé un beso en sus pétalos y, antes de lanzarla, tomé un puñado de tierra que arrojé con la rosa.

—Adiós, mami —murmuré con la voz rota y la vista acuosa. No era solo yo despidiendome, era la niña que extrañaría toda la vida a su mamá.

Empezaron a rellenar la cripta con tierra.

La tía Daphne no dejaba de derramar gruesas lágrimas, entendía su dolor, ella y mamá han sido mejores amigas desde los siete años, le dolía horriblemente perder a su amiga de toda la vida. Papá mantenía la calma, pero sus ojos aguados y la expresión dolida no me engañan, esto es difícil para él también.

Es difícil para todos.

—Que Dios la resguarde en su santísima gloria —finalizó el hombre de trapos largos, haciendo ese gesto que suelen hacer los religiosos antes de un «amén», formar una cruz desde la frente, bajando al pecho, yendo después de un hombro a otro y finalizando con un beso.

Todos murmuraron un «amén», mamá no era precisamente religiosa, solo creía en que había algo divino ahí fuera, ya sea un Dios o dioses.

Aún había una parte terca de mí que se negaba a creerse todo esto, creía estar en un mal sueño y que ese mismo se acabaría cuando mi mamá me despertara a la mañana siguiente para ir a desayunar. Volvería a la realidad, creía, y todo estaría bien. Esa misma parte terca aceptó la verdadera realidad cuando pusieron la lápida de mamá.

El peor golpe de realismo que he tenido nunca.

Aquí descansa en paz...

Nathalie Aglaya Deyer Backster

"Sé valiente, las mejores cosas cuestan hacerlas pero no son imposibles de conseguirlas"

Sé valiente, Ocasta —me dijo mamá en una ocasión cuando tenía ocho—, las mejores cosas cuestan hacerlas —alcanza el paquete de galletas—, pero no son imposibles de conseguirlas.

Recuerdo que me había entregado las galletas y acariciado mi mejilla antes de desordenar mi pelo revoltoso.

Serás capaz de muchas cosas si te lo propones.

Papá me pasó el ramo de rosas blancas que habíamos comprado y lo puse en el lugar designado para ellas en la lápida.

—Abraza al abuelo por mí —murmuré, levantándome.

Después de mí los demás amigos de mamá se acercaron a dejar flores, tulipanes, girasoles, dalias, margaritas, jacintos, tantas que terminó siendo la más colorida entre todas las que estaban cerca, igual como mamá fue una vez.

Seguía cuestionandome el por qué, y creo que jamás obtendré una respuesta, solo espero que ella esté bien, que ya no sufra, que ya nada le duela.

Era el único consuelo que podía darme ahora.

El momento del pésame llegó, recibí palmaditas tristes al hombro y muchos «ella era una gran persona» que perdí la cuenta. Me alejé de la gente para irme a sentar con mamá, estuve callada unos cinco minutos ya que el nudo en mi garganta no me permitía hablar. Limpié una nueva lágrima que corre por mi mejilla, la brisa que sopla mueve los pétalos de los jacintos, el rumor de las hojas de los árboles los percibo como el sonido de su risa.

—Nathalie no era solo una buena compañera de trabajo —oí decir a una mujer detrás de mí. Era alta, de pelo castaño rubio y unos ojos verdes llenos de tristeza, no reciente... antigua—, era una gran amiga que siempre estaba para brindarte apoyo.

Volví la vista a la lápida, pasando mi mano sobre su nombre.

—Ella era increíble —conseguí decir.

—No lo dudo, linda —la mujer ladea una sonrisa de labios cerrados, viniendo a sentarse a mi lado con cuidado de que la brisa no vuele la falda de su vestido—, eres su hija, ¿no? —asentí—, la última vez que te ví eras del tamaño de una hormiga.

Miré a la mujer ojiverde, algo en su rostro se me hacía familiar, solo que no sabía qué.

—¿Me conoce?

—Tu mamá solía llevarte a la oficina donde trabajábamos —con su dedo impide que un girasol se caiga—, dormitabas en el sofá de su oficina con mis niños.

Intenté hacer memoria, tenía recuerdos vagos del viejo trabajo de oficina de mamá, lo más sólido que tenía era de un golpe que me di en la cabeza por estar jugando debajo del escritorio y como me gustaba jugar con el protector de pantalla de burbujas de su computadora. No tenía más que eso.

—N-no la recuerdo, lo siento.

Ella esboza una sonrisa de tranquilidad.

—Descuida, linda, eras muy niña —hincha su pecho, tomando aire. Sus ojos verdes observan el panorama del cementerio—, quizá lo hayas escuchado mucho hoy, pero de verdad que tú madre era una gran mujer, un apoyo incondicional —sonríe pareciendo recordar algo—, es muy triste que se haya ido, aún le debía un café.

—Tal vez algún día se lo pueda pagar —miré la lápida—, tal vez algún día podré abrazarla otra vez.

—Tal vez algún día, linda —dijo la mujer—, tal vez algún día... la puedas ver en el jardín.

—¿En el jardín?

—Al lugar donde iremos todos en nuestro debido momento —acaricia delicadamente los pétalos del mismo girasol que le impidió caerse—, muchas personas nos pueden estar esperando ahí.

Supuse que esa era su forma a referirse a la Tierra de los Fantasmas, así que no se lo cuestioné, todos tenemos una forma distinta de llamar al lugar a donde van las almas después de la muerte. No sé si sea masoquista de mi parte, pero me imaginé el momento donde podía volver a ver a mi madre, a mi abuelo, y de cierta forma, fue como una caricia saber que en su determinado momento podría verlos de nuevo, abrazarlos, reírnos, estar juntos como la familia que fuimos una vez.

Ojalá ese momento pudiera ser pronto...

—Tiempo al tiempo, linda —dijo la mujer castaña rubia—, apresurar los acontecimientos no es bueno, el reloj de la vida tiene una hora pautada para todo.

»Entiendo que quieres ver a tu madre, y quieres que eso sea pronto, pero ella no querría eso, tienes una vida por delante y la tienes que vivir.

—¿Pero cómo vivir una vida si mi mamá no está ahí? ¿Qué sentido tiene?

La mujer forma una sonrisa maternal, un par de hoyuelos se formaron en sus mejillas. De forma inevitable pensé en las pocas sonrisas de Percy que le hacían formar ese par de hoyitos. Ella sujeta mi mano con tal delicadeza y cariño, digno de una madre.

—Te entiendo bien, linda, no creas que ahora la vida pierde sentido, no es así por muy firme que lo creas, justo ahora cobra más sentido que nunca.

—¿Cómo podría hacerlo?

—Porque a partir de ahora no vives solo por ti, vives por quién perdiste, te duele aquí —apunta el lado de mi pecho dónde está mi corazón—, y no es un dolor que sana de un día para otro, lo sé bien, lleva su tiempo, pero cuando lo aceptas y entiendes que no eres solo tú, es lo que haces por quién perdiste, aprenderás a apreciar el aquí y ahora.

»Ves la vida sin sentido, pero recuerda, el único sentido que debería tener es la manera en la que la disfrutamos. Tanto por ti como por los que ya no están.

—¿Cómo está tan segura?

Acaricia el dorso de mi mano con su pulgar.

—Porque es lo que estoy aprendiendo hacer ahora, los últimos dos años han sido difíciles, sin embargo ahora... entender eso, que quienes te quisieron y ya no están no les agradaría verte así, me a ayudado mucho.

—¿Cielo? —ambas desviamos la atención a un hombre que se detiene a nuestro lado, era trigueño de un tono claro, espeso pelo negro y ojos azules bastante apagados.

Algo en él también se me hacía familiar, mucho más de lo que había visto en la mujer.

Ella se levanta llevándome consigo.

—Todo es complicado ahora, linda, pero no creas que siempre será así.

—¿Recitando a tu psicóloga? —el hombre, que debía de ser su marido, alza una poblada ceja negra hacia ella.

—Cierra el pico, Jake —él pone los ojos en blanco con cierta diversión—. Fue un gusto volver a verte, ¿Pau, no?

—Paulette, pero dígame Polet.

—Cuídate mucho, Polet —viene a darme un abrazo reconfortante, esa mujer despide una energía cálida y cariñosa—. No le des rienda suelta a los pensamientos, todo mejora a su debido momento —susurra a mi oído antes de alejarse.

—Gracias, señora...

—Dime Leto, linda.

—Muchas gracias, señora Leto.

—No hay de qué, Polet, cuídate, ¿Vale? —asentí, muy agradecida con ella. Se gira hacia su marido—. Vamos, impaciente Jake.

—No estoy impaciente.

—Claro, y tú y yo no estamos juntos desde la universidad.

Se me escapó una risita baja por eso que dijo, el señor Jake rueda los ojos por las palabras de su mujer y, antes de irse, se despidió de mí con una sonrisa cordial y un «cuídate».

Papá vino conmigo unos diez minutos después de que se fue la pareja. En ese rato solo estuve ahí de pie, pensando en muchas cosas y a la vez en ninguna. Me pregunté cómo serían las cosas a partir de ahora sin mamá, también me cuestioné si de verdad era tan fuerte como Percy lo aseguró y si podría soportar este tiempo gris hasta que el cielo se despeje como lo dijo la señora Leto.

En general, cuestioné mi propia fortaleza.

Papá llegó en el momento justo donde los malos pensamientos empezaban a hundirme.

—Vamos, Ocasta.

Me despedí de mamá aunque no quise, di un beso a mi mano y lo dejé sobre la piedra. Papá pasó su brazo sobre mis hombros, medio abrazándome mientras caminamos de vuelta al auto, en la salida del cementerio nos encontramos a la tía Daphne hablando con un hombre en traje, no como de papá que está en vestimenta de funeral, un traje elegante, ¿Abogado?

—¿Otto? —preguntó papá, acercándose.

El tal Otto pasó de mi tía a mi papá.

—Chris, tanto tiempo.

Se estrecharon las manos, yo observo sin entender la escena. A este hombre ya lo reconocía, era el abogado de mamá, la última vez que lo ví fue en el tribunal de la familiar cuando se debatía mi custodia.

—Lo mismo digo, Otto.

—Lamento que nos encontremos en estas circunstancias, pero tenía que cumplir con el último deseo de Nat.

—¿El último deseo de mamá? —no me importó meterme en la conversación de los adultos.

—¿A qué se refiere? —cuestiona la tía Daphne.

No da una respuesta en palabras, en cambio, de su saco extrae tres sobres de papel rosa, lee el remitente de cada uno y así los entrega: primero la tía Daphne, después papá y por última estuve yo.

Tenía escrito encima con la letra de mamá: «Para Polet, todo irá bien»

Miré al abogado de mi madre.

—¿Ella... ella nos dejó estas cartas? —las lágrimas vuelven a llenar mis ojos.

Él asintió.

—Su último deseo era que se les entregaran a ustedes después de su funeral —anuncia—. También me pidió que les avisara que en cuanto estén listos se leerá su testamento y cómo se repartieron sus bienes.

—¿Nat dejó una herencia? —cuestiona papá, incrédulo.

—Se aseguró de que todo estuviera listo para el momento en que se fuera.

Mi ceño se frunció ante eso último.

—¿«para el momento en que se fuera»? Es decir, que usted sabía que mi madre iba a hacer todo esto.

—Pues... sí, estuve al tanto de todo.

—¡¿Y no se atrevió a hacer algo?! —mandé mi educación al carajo, ese hombre sabía que mamá tenía todo esto planeando y no se atrevió a hacer nada—, ¡Pude haber evitado que todo esto pasara y nosotros no estaríamos aquí, mi madre estaría viva si usted hubiera hecho algo por ella!

—Polet, Polet, cálmate —me pide papá.

—¡No, papá, él lo sabía, él sabía que mamá... que mamá...!

—Querida, no hice nada porque la misma Nathalie me dijo que no había soluciones.

—¡¿Que no había soluciones?! —repetí, ofendida—, ¡Pudo comunicarse con nosotros, la pudimos ayudar! ¡No me venga a decir que no había soluciones! ¡Pudo haber evitado el suicidio de mi mamá!

—¿Sui-suicidio? —balbuceó el abogado.

—¡Sí, suicidio! —limpié bruscamente las lágrimas de mis mejillas, él pareció perder el color en su rostro—. Si usted hubiera hablado mi madre no se habría tomado esas pastillas, no habría tenido una sobredosis, ella estaría aquí con nosotros... estaría aquí conmigo.

—Yo no... yo no sabía que Nat... que ella...

—¡Oh, ahora no lo sabe!

—Polet, por favor, cálmate —pide papá, afincando su mirada en mí.

Intentaba hacerlo, pero no podía, mi molestia se había dirigido hacia el abogado de mamá, ¡Él estaba al tanto de todo, lo sabía, lo a dicho, pudo haber evitado que mamá hiciera lo que hizo, pero decidió quedarse callado!

—Oh, dioses... —masculló, pasando su mano por su pelo—. Nat... pero, ¿Qué hiciste?

—No se haga el idiota ahora —espeté.

—Chris, de esta parte de la historia no estaba enterado —excusó—, Nat... ella me dijo que estaba gravemente enferma.

—¿Qué? —balbuceamos todos.

El abogado asintió, aún nervioso.

—Que por esa razón estaba escribiendo su testamento, que su enfermedad no tenía cura y que estaba muy avanzada —se pasa la mano por el rostro—. No estaba enterado que ella... que ella estaba pasando por un mal momento como ese, recibí la llamada del hospital pero no me dieron los detalles de su descenso.

»No, Nat, ¿Por qué? —murmuró para sí mismo.

Entonces mamá... ella de verdad se sentía sola.

Volví a sentirme mal, tanto porque pagué mi molestia con ese pobre hombre que no estaba enterado de nada y porque volvía a dolerme toda esta situación.

Miré la carta aún en mi mano, un papel rosa bonito, ella solía usarlos para enviar cartas a sus amigos que viven en otros estados, era una broma suya. Su letra en puño tan delicada, me pregunté qué habría escrito, y si eso era una respuesta del por qué lo hizo.

—Lo lamento mucho, familia Seavey —dijo, ahora entristecido—. Créanme que si hubiera estado al tanto de que Nat estaba pensando en algo así, habría hecho algo al respecto.

—Lo sabemos, Otto —papá le puso una mano al hombro y dió un apretón—, estaré en contacto contigo, ¿Vale?

—Vale, espero estén bien, Chris.

Papá no hizo más que asentir, haciéndome un gesto para que fuera con él. Cuando pasé junto a Otto el abogado, murmuré un «lo siento» lo que respondió con una sonrisa de labios cerrados, formulando sin emitir sonido «descuida»

El camino en coche a casa está lleno de un silencio triste, papá conduce, la tía Daphne mira por la ventana, yo en los asientos traseros no le puedo quitar la mirada a la carta de mamá.

Tenía una sensación no muy agradable en el estómago, como cuando estás a punto de exponer frente a toda la clase, eran nervios combinados con ansiedad. Quería abrirla y, a la vez, no me animaba a hacerlo.

—¿Creen que mamá no confiaba en nosotros? —mi pregunta la hice en tono bajo, pero se escuchó gracias al silencioso ambiente.

Mi tía suspiró.

—No es que no confiara, Pau, claro que lo hacía, solo que creía que no la íbamos a escuchar.

—¿Por qué creería eso? ¡Era... es mi mamá!

Ella me mira a través del espejo retrovisor, una sonrisa triste se forma en sus labios.

—Tener depresión es creer que estás solo en el mundo, Pau, aún cuando muchas personas están ahí contigo —responde—, eres tú contra tus pensamientos y nadie más, y a veces... eso no termina bien.

Ojalá mamá no hubiera sido parte de ese «a veces»

Llegamos a casa.

Quise ir y encerrarme en mi habitación para tomar el suficiente valor que requería abrir la carta de mamá, pero apenas puse un pie en la sala, un par de bracitos rodearon mi torso, el otro par más trabajados me abrazó desde atrás, apoyando su mejilla de mi cabeza.

—Lo lamento mucho, Polet —murmuró Sam sin soltarme.

—Entendemos cómo te sientes —agrega Aidan—, y estamos aquí para apoyarte.

Busco a papá, él se encontraba recibiendo un abrazo de consuelo por parte de Aldana, la tía Daphne, sentada en el sofá, era medio abrazada por el tipo con el que lleva saliendo un año, aunque es algo donde él solo tiene su brazo sobre los hombros de ella, la tenía bien tomada, de esa forma ofreciendo apoyo silencioso.

Correspondí al abrazo de Sam, apretando los párpados, las lágrimas acumuladas rodaron por mis mejillas y un sollozo bajo se me escapó. El pequeño pelirrojo reforzó el agarre al igual que su hermano en cuanto escucharon los siguientes sollozos.

Les agradecía mucho este apoyo, ellos no están obligados a estar aquí y, sin embargo, lo están. Le dan apoyo emocional a la chica que no tienen ni un año de conocer, la que se está metiendo en sus vidas con su papá. O son muy buenos o muy idiotas.

Cómo sea la situación, seguía agradecida.

Sam es el primero en separarse, con toda delicadeza limpia mis mejillas con sus deditos y me regala una sonrisa dulce de labios cerrados.

—Estamos aquí para ti, Polet —asegura—, ahora somos familia, ¿No?

Asentí quitando un rizo de su frente.

—Claro que sí.

Aidan nos instó a sentarnos en las escaleras ya que no quería interrumpir el momento de mi tía Daphne y su novio, Sam y yo nos sentamos un peldaño más arriba que él, dejándole un espacio en medio de nosotros para que se recostara.

—Gracias por venir, chicos —les dije.

—Nos enteramos de lo que pasó y quisimos venir a apoyarte —señala Aidan—. Sam no miente, Polet, te entendemos bien. Nosotros perdimos a nuestro papá hace tres años, y dolió mucho, ni que lo digas, pero hemos aprendido a vivir con ello y sabemos que papá está en un buen lugar.

—Las cosas mejoran siempre, en su momento lo harán para ti.

Le sonrío, desviando la atención a lo que reposa en mi regazo. La carta, la dichosa carta, ¿Podría abrirla? ¿Tengo yo tanta fuerza de voluntad para leerla?

Alguien tocó la puerta.

Los presentes en la sala nos miramos las caras, todos estábamos confundidos, no esperábamos a nadie más. Papá se levanta del taburete de la barra y va a abrir, no pude ver quién está afuera porque mi papá estaba en medio.

Él me mira sobre su hombro.

—Ocasta, te buscan.

—¿A mí?

Asintió, haciéndose a un lado.

—Hey —saluda, ladeando una sonrisa que le marca el hoyuelo.

—¿Percy?

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Nota de la autora:

Aquí estamos en una nueva semana de la historia de estos dos niños. Por cierto, ¡Feliz día del amor y la amistad retrasado!

Espero hayan recibido muchos regalos, y si no fue así, tengan por seguro que un día, esperemos que cercano, serán el Valentín de alguien.

Ahora, hablemos del capítulo, fue toda una cosa para mí escribirlo, estuve escuchando una playlist de canciones triste en bucle cómo por cuatro horas. Funcionó porque este resultado final me encanta.

Una carta de la madre de Polet, ¿Qué dirá?

Para los que leyeron Loco Enamorado saben cómo fue todo lo del papá de Aidan y Sam, en Solo Me Importas Tú se explica un poco mejor.

Y cómo prometí la semana pasada, ¡Doble actualización! Así que siga leyendo para que descubra qué pasa entre Percy y Polet.

Doble actualización para allá
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