18. Es una charla, nada de invocación demoníaca
No supe el momento donde me quedé dormida.
Bostezo, mis párpados pesan mucho y cuesta abrirlos, mis brazos se estiran a cada lado. Saboreo, ugh, mi boca sabe a la cena de la noche anterior, y no era un sabor muy bueno que digamos.
Vuelvo a bostezar, vuelvo a estirar los brazos, ahí fue que sentí un tirón del lado derecho del cuello, como si no hubiera dormido en una buena posición.
Paso mi mano por ahí, intentando aliviar el dolor, hago una mueca, vaya, sí duele un poco, aunque es un dolor soportable. Tallo mis ojos, dispuesta a levantarme.
Cuando no lo conseguí porque algo se quejó, el sueño que aún tenía desapareció en un setenta por ciento.
Bajo la mirada a mi regazo, hasta ahora vengo sintiendo al pelinegro que me está usando de almohada. Había olvidado por completo los sucesos de anoche y que Percy se quedó dormido así, eso me tranquiliza un poco, también explica el dolor en mi cuello.
-Que susto, Perceval -murmuré.
Acerco mi mano a su cabello, en serio que es muy suave, mis dedos pasan por sus rizos oscuros y desordenados, echo hacia atrás ese tan rebelde mechón que se le va hacia la frente, como si quisiera ver todo en primer plano. Percy exhala con fuerza por la nariz, aún siguiendo dormido.
Paso unos buenos diez minutos solo dándole caricias por el pelo, no me juzguen, pero esto es bastante relajante, como si su cabello fuera como alguna pelotita anti-estrés. Además, él está tan tranquilo dormido que no quisiera despertarlo. Es increíble que este chico reacio al contacto humano se haya podido quedar dormido sobre mi regazo, quiero creer que de una manera lenta y... ciertamente extraña, me he estado ganando de a poco su confianza.
Tal vez sea absurdo creer eso, pero la esperanza es lo último que se pierde.
Mis dedos bajan a los mechones que están cerca de su oreja, creo que el chico necesita un corte, si estiras uno de sus rizos están bastante largos. Remuevo unos cuantos que casi se van a visitar a sus tímpanos, topandome con algo que no estaba esperando ver.
Frunzo las cejas, ladeando la cabeza para tener una mejor vista, el cabello que le cubre las orejas esconde una línea de un tono muchísimo más claro que el de su piel, una cicatriz, que va desde cerca del lóbulo hasta pasar por su cerviz. Delineo la parte visible con mi dedo índice, el lugar donde está anuncia que no fue una experiencia bonita.
-Fue en un accidente.
Doy un respingo, haciendo que él también se asuste.
-Por la madre del maíz, que susto -con la mano sobre el pecho siento el «bum, bum, bum» asustado de mi corazón.
Aún con el susto que nos llevamos los dos, Percy no dejó de usar mi regazo como almohada, así que seguía teniendo vista a su cicatriz.
-No es tan grande como crees, es solo eso -agrega, vuelvo a mirar la marca. Era relativamente grande.
Acomodo su cabello otra vez para que la vuelva a cubrir, Percy se quedó dócil como un cachorrito, un cachorrito que podría ser de la raza de los chihuahuas y que está en compañía del humano que le agrada en un ocho de un cien por ciento.
-¿Un accidente?
Suspiró.
-Pasó hace dos años -responde, bajo, en mi rodilla siento como hace circulos con su dedo-, no fue bonito.
Por lo relativamente grande que es su cicatriz y el lugar donde está, es fácil de saber.
Pensé en la tarde del día que fuimos al parque, esa charla que tuvimos en mi habitación. Percy me había dicho que sabía lo que es ser juzgado, ¿Juzgado cómo, Perceval? ¿Por quién o cuál motivo? ¿Por ese accidente?
Quise ahondar en el tema, pero me mordí la lengua por su actitud, por cómo sigue haciendo círculos distraídos en mi rodilla, esas pequeñas cosas delatan que es algo para lo que no está preparado para hablar. Quizá no hoy, quizá no mañana, quizá nunca esté listo.
Y lo entendí bastante, porque hay temas que nos duelen, y que aunque los superemos en algún punto de nuestras vidas, siempre dolerá de alguna forma.
Así que vuelvo a pasar mis dedos entre sus mechones de pelo, causando una risa nasal de su parte.
-¿Qué tal estás?
-Estoy bien.
-Percy -advertí.
Volvió a reírse, de una forma más suave y corta, levantándose de mi regazo y estirando los brazos.
-De verdad estoy bien, Polet, gracias.
Distingo en su mirada algo parecido a una cálida dulzura que me dejó fuera de lugar, era un sentimiento tan extraño de verle a él, que creí que todo esto era algo surrealista. Parpadeo unas dos veces, intentando despertar, cuando él me seguía dirigiendo aquella miradita con una pequeña sonrisa ladina, mi cerebro aceptó que era la realidad.
Entonces guardé esta escena en mis memorias más preciadas porque volver a estar presente en un momento así será dentro de unos mil años más.
Le devuelvo el gesto a Percy, dando un par de golpecitos ligeros en su mejilla, que lo obligaron a apartar mi mano.
-Ya sabes, cuestas conmigo, listillo. Sabes dónde duermo.
Él asintió como respuesta, levantándose y volviéndose a estirar.
Hice lo mismo para despertar a mis músculos demasiado dormidos aún, mis rodillas se quejaron y por unos minutos sentí la ausencia de mi retaguardia. El tirón en mi cuello solo aparecía si movía demasiado rápido la cabeza. Unos cinco minutos después cuando volvía a sentir mis articulaciones, miré a los alrededores, el cielo estaba de un frío nublado, tal vez llueva, las cigarras y búhos habían sido reemplazados por los pájaros mañaneros, llegué a la conclusión de que debían de ser eso de las cinco de la mañana.
Así que tenía algo de tiempo para dormitar otro poco.
Con Percy volvimos adentro haciendo el mayor silencio de todos, teníamos experiencia en ello desde la noche en el salón de profesores, así que no resultó tan difícil llegar a nuestro piso.
-Oh, eh... dejé... algo en tu cuarto -le digo, recordando el libro.
Frunció el ceño, yendo a buscar mi libro defensor, cuando lo vio, alzó una ceja hacia mí.
-¿En serio?
-Oye, es mejor que nada.
Meneó la cabeza, analizando la portada.
-Los Juegos Del Hambre -cita el título de la carátula del libro. Oh, con que era ese-. ¿Sabes? Panem me recuerda a muchos países del mundo actual: el régimen, la hambruna, la falta de medicina y las muertes "inexplicables", creo que la autora dió un buen ejemplo en los libros algo que es muy visto en la vida real.
»Cuando lo leí por primera vez no entendí el por qué Katniss no accedía a ser el Sinsajo, créeme, incluso me molesté y le grité a las líneas. Es que era tan frustrante.
Aquello le saca una pequeña sonrisa, una que se borró antes de suspirar pesadamente. Percy ahora parecía enfrascado en sus pensamientos en voz alta.
-Ahora la entiendo: no quería perder a los que amaba, quería libertad, pero a la vez no quería que algo le pasara a Prim, a Gale, a Peeta, a su madre; incluso a Finnick. ¿De qué vale la libertad si no puedes disfrutarla con las personas a las que quieres? No sirve de nada. Estar vivo y que esa persona ya no... solo duele como mil demonios, y saber que pudiste evitar su muerte, o que eres el causante de la misma, es aún peor.
Se mantuvo en silencio, inmerso en su mente observando la carátula del libro. Anoche no lo había notado, pero Percy tiene unas ojeras bajo los ojos que empiezan a ser más notables y de un ligero color morado.
Me pregunto qué es eso que se guarda este chico, ¿Qué te guardas que te hace tanto daño? ¿Quién te lastimó?
Estaba acercando mi mano a la que se mantenía en puño a un costado, cuando salió de su estado de transe y me entregó mi libro.
-Nos vemos en clases, Polet -dijo con tono neutral, entrando a su habitación.
Eso fue repentino.
Eché un suspiro al aire, apretando los labios y viendo la puerta ahora cerrada de su cuarto. Sería mejor darle su tiempo, así que decidí irme a mi habitación, puede que duerma unas horas antes de que las clases inicien.
***
Abro con un gran cuidado el cajón de mi mesita de noche, como si hacerlo más bruscamente lo haría explotar.
Con las manos sudando nerviosas sin razón, tomé la cajita plástica de color azul que he estado ignorando el último tiempo. Dentro de ella, reposando sobre una goma espuma gris está mi collar artesanal con el centro de lechuza hecho con madera de cedro.
Mi mugina augud. Mi pequeño tótem.
La lechuza de madera no está hecha con una gran precisión, tiene desperfectos, le faltan detalles, pero estaba hecho con mucho cariño por la persona que se tomó el tiempo de hacer todo el trabajo de conseguir los materiales, de tallar la lechuza a mano, de bendecirlo incluso.
-Osiyo, enisi -acaricio con mi pulgar la pequeña cabeza de la lechuza.
El abuelo había hecho el centro de mi colgante con madera de cedro porque así nuestros antepasados cherokee podrían cuidarme siempre, decía que antes de que estabilizaran el día y la noche, los cherokee tuvieron grandes indecisiones, que una vez prefirieron que fuera siempre de día, hasta que muchas cosas malas pasaron, los huertos de comida morían, no podían cazar porque el bosque creció mucho y era imposible atravesarlo, dormir era complicado y se crearon discusiones y disputas entre ellos.
Entonces decidieron que sería mejor que siempre fuera de noche, Ouga, El Creador, accedió una vez más a qué se cambiara el día por la noche, pero las cosas no mejoraron, los cultivos ya no crecían y sobre el pueblo cherokee cayó un gran frío, perdían tiempo encontrando y transportando la leña. La caza ya no se daba, la gente estaba débil y hambrienta. Muchos de ellos murieron de frío.
Recuerdo lo que dijo mi abuelo, citando las palabras de aquellos cherokee hacia El Creador:
-«Ayudanos, Creador» le pedían llorando. «Hemos cometido un grave error. Tú has creado la perfección del día y la noche, como debió de ser, desde el principio. Te pedimos que nos perdones y hagas el día y la noche se sucedan como antes»
Y una vez más, El Creador los escuchó. El día y la noche sucedieron como el pueblo lo había pedido y había sido desde un principio. La gente estaba agradecida con El Creador, y él gustoso recibía sus agradecimientos, pero durante las largas noches, muchas personas habían muerto. El Creador lo sentía por el sufrimiento por el periodo de oscuridad, por lo que decidió tomar los espíritus de los desaparecidos y creó un árbol nuevo: A-tsi-na-tlu-gy: cedro.
También recuerdo lo que me dijo el abuelo después de haberme contado la historia:
-Recuerda, Ocasta, como cherokee, cada vez que veas el bosque, o huelas este aroma, estás observando a tus antepasados. Esos que te protegerán siempre.
Y me regaló una sonrisa antes de desordenarme el pelo y seguir limpiando el pórtico de la cabaña.
Es uno de mis recuerdo favoritos porque una semana después me regaló mi collar, uno que prometí nunca quitarme, y que cinco años después, fue una promesa que rompí.
Suspiro pesadamente, aún acariciando la cabeza de la lechuza.
-Perdóname, enisi -seguí diciendo tsalagi. El abuelo me había dicho una vez que si una persona quería ganarse el perdón de alguien, tenía que demostrar que estaba genuinamente arrepentido, y una manera de demostrarlo era hablando el idioma de la otra persona-. Entiendo que estés molesto conmigo, sentí vergüenza de mis antepasados, de dónde soy, y sé que eso no es fácil de perdonar -murmuré.
Cualquiera que me viera pensaría que estoy loca, o capaz invocando a un demonio, ya eso no me importa, sé que mi abuelo me está escuchando. Quizá esté a mi lado, o en la Tierra de los Fantasmas, dónde sea que esté, espero que me perdone.
-Ignorar a los idiotas va a ser difícil -continué-, pero... ya me cansé de todo, ya no dejaré que me sigan ofendiendo, que ofendan a nuestra familia. Dirán que soy una «india rarita», pero ¿Y qué? Desde el inicio debí de hacer frente a las cosas y decir que sí era india, y que también era rarita y no haberme dejado hundir por eso.
Hincho mi pecho, tomando aire.
-Ahora te tengo una nueva promesa: a partir de ahora ya no me callaré y me defenderé, no sentiré vergüenza y aceptaré lo que soy con orgullo: una chica de diecisiete años medio cherokee. Tú mismo me enseñaste que uno nunca debe de sentir pena del lugar de donde viene, solo deberíamos sentir pena si decidimos escuchar a aquellos que se ríen de nuestras raíces. Perdón por no haberte escuchado antes, pero ahora haré caso a tu consejo, ¿Vale? Es una auténtica promesa.
»Mis palabras ahora no deben de tener mucha validez, pero lo demostraré con acciones, como tú y papá me dijeron que hiciera siempre -sonreí-. Soy Ocasta Seavey, y ya no debería sentir vergüenza de eso.
Volví a engancharme el colgante detrás del cuello.
-Tus locas historias siempre estarán presentes en mí, nunca dejé de contarlas y nunca lo dejaré.
Cierro el cajón de la mesita, no sin antes guardar la caja donde estaba guardado mi colgante. Cuelgo mi mochila al hombro, tomando una respiración profunda, agarrando el pomo frío de la puerta.
-Ya basta con todo -me dije, aún en tsalagi-. Ya basta.
Abro la puerta, saliendo de la habitación con una determinación renovada.
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