11. Percy no se ríe porque es peligroso para su alma oscura

—¿Segura que no podrás venir? —le pregunto, intentando que mi voz no sonara tan apagada, no quería hacerla sentir mal.

La oí suspirar de su lado de la línea, también el tintineo de unas llaves.

—Lo siento mucho, Polet, han habido unos problemas y me han llamado de emergencia —se oye cómo cierra una puerta—, lo lamento mucho, cielo.

Despido aire por la nariz, sentandome en la orilla de mi cama, miro la mochila abierta a mi lado y las prendas de ropa doblada que me faltaba por guardar.

Ahora todo tendría que volver a mi armario.

—Está... está bien, mamá —dije, pasando saliva. Un nudo se había formado en mi garganta, quería salir ese fin de semana del internado, pero una vez más, el trabajo me robaba a mi mamá— será para la próxima.

—No quiero dejarte así otra vez, Polet —y es que esta es ya la tercera semana en que pasa—, ¿Por qué no... por qué no hablas con tu papá? Por lo que sé está libre hoy, podrías ir a visitarlo.

La idea me gustaba mucho, sin embargo, con todo lo que a pasado aquí, no me apetecía mucho ver a papá. Él es como... un reflejo de todo lo que me juzgan, por primera vez en mucho, mucho tiempo, no quería pasar mi fin de semana con él.

Había llegado a un punto bajo de vergüenza que empezaba a deprimirme mucho. Yo no quería sentirme así, pero era algo que simplemente no podía evitar.

—Papá de seguro querrá ir a visitar a Aldana, no quiero molestarlo.

—Sabes que no serás una molestia para tu papá, Polet —se escucha como cierra la puerta de su coche.

Y eso lo sabía, la cuestión aquí no es que incordie a papá, sé que él estará encantado de pasar el fin de semana conmigo, la última vez que nos vimos fue hace dos semanas y fue un encuentro tan corto que la idea de pasar dos días enteros juntos le agradaría, el problema aquí era yo.

Me sentía como una basura por alejar a papá así, por haberme quitado mi collar después de haber hecho una promesa. Me estaba dejando hacer daño y yo... yo no sabía cómo detenerlo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando caí en esa realidad. Nunca antes había sentido tanta vergüenza de lo que era o de dónde venía, la gente no sabe cuánto daño pueden causar las elecciones de palabras.

—Tranquila, me quedaré aquí, no te preocupes por mí —finjo una sonrisa aunque ella no pueda verme.

—Polet...

—Hablamos luego, mamá. Adiós, te quiero.

Cuelgo la llamada sin esperar una respuesta suya. Sorbo mi nariz y limpio con el dorso de mi mano la lágrima que resbaló por mi mejilla derecha. No quería llorar, debía dejar de hacerlo o me enfermaría de los ojos. Parpadeo varias veces, intentando espantar las pocas lágrimas, para distraerme decido guardar mi ropa otra vez en el armario, también a acomodar un poco el inexistente desastre que tenía ahí, quería mantener mi mente distraída solo para no escuchar a mi conciencia ahora criticona.

Los comentarios de los demás me habían afectado a tal punto de que incluso yo misma me juzgaba por todo.

Suelto una respiración dificultosa por la boca, doblando el último pantalón que tenía afuera y guardandolo en el segundo cajón de la cómoda, dando por finalizada mi tarea. Antes de echarme a mi cama escojo un libro al azar del estante, leer me sentará bien.

—Bueno... no será mal leer —miro la portada—, El Ladrón Del Rayo, que ironía.

Ya lo había leído una vez, así que una relectura no vendría mal en estos momentos.

Apenas terminaba de leer el «Mira, yo no quería ser mestizo» cuando escuché un suave toque en la puerta de mi habitación. Fruncí el ceño, viendo en esa dirección.

—Pase... —respondí por lo bajo. No tenía idea de quién podía ser, Phoebe salió hoy con Aba y Letty, Nyl seguramente a de estar jugando en el salón de computadoras (ese chico tenía cierto problema con los videojuegos) además de ellos, no había nadie más que pudiera venir.

Tenía la pizca de suerte que los pesados que me molestan no vinieran a mi habitación a seguir con las bromas.

La puerta se abrió con una lentitud que me puso los nervios de punta, antes de poder verlo, ya sabía de quién se trataba, ese aroma a colonia de bebé lo delató.

—Oh, Polet —dijo Percy, pareciendo sorprendido.

—Hey.

Él se adentra a la habitación y con toda la confianza del mundo viene a sentarse a la orilla de mi cama, alzo una ceja en su dirección, un claro gesto de «¿Disculpa?», él por su parte mantuvo esa cara que siempre se carga, tan llena de indiferencia.

—¿Qué haces aquí, Percy?

—Busco a Phoebe.

—¿Y para eso tenías que venir a sentarte en mi cama cuando, claramente, no te he dado el permiso?

Nada, ni vergüenza o arrepentimiento. ¿Cómo demonios podía hacer eso?

—¿Sabes a dónde fue Phoebe? —responde en cambio.

Resoplo, frustrada, causando que algunos mechones de pelo se quitaran de mi vista.

—Salió hace un rato con Aba y Letty, deben de estar en el centro comercial cerca de aquí.

Percy solo asiente, después me da una rápida mirada de arriba a bajo.

—¿Y por qué no fuiste con ellas?

—Quería hundirme en mi miseria sola, Perceval, algo que has interrumpido.

—El pesimista amargado es mi papel, no te lo robes.

Sonreí, meneando la cabeza, cerrando el libro que ni siquiera pude pasar del primer párrafo.

—Entonces, admites que eres un amargado, Perceval.

—La gente me hace ser así.

—Eso a sido lo más ermitaño que he escuchado, debo admitir.

Se encoge de hombros antes de inclinarse y apoyarse de sus manos, tal parece que buscaba comodidad en el lugar que aún ni le había dado el permiso de ocupar.

—Hablando en serio, ¿Por qué estás aquí?

—Duermo aquí.

—Sabes a lo que me refiero, enana.

Puse cara de ofendida, resistí mis ganas de golpearlo con el libro en mi regazo por la sencilla razón de que podría dañarlo. Su integridad física no me importaba ni un poquito.

—Eso fue bajo, Percy.

—¿Qué tan bajo hablamos? Porque de por sí ya eres bastante chiquita.

Sí, mi libro era el arma perfecta.

Lo tomé con ambas manos por la parte de abajo y le atiné un buen golpe en la espalda, quizá esté exagerando, pero mi humor no estaba para bromas como esa, ¡Tampoco soy tan baja!

—¡Auch! —se queja él, intentando sobar el área golpeada, por su propia seguridad, Percy se levanta de mi cama aún con una mueca adolorida, se queda de pie en medio de la habitación—. ¡Intentaba ser amable, espinilla en desarrollo!

—Tú definición de «ser amable» no se parece mucho a la mía, tú... —apreto los labios, buscando algo con lo que ofenderlo. Físicamente no lo tenía porque era un imbécil bonito—, tú... —entonces, mi estúpida boca soltó—: ¡Listillo!

Lo admito, no era mi mejor insulto.

Su mueca de dolor se transforma en una de confusión, su nariz se arruga y sus cejas se fruncen, contrariado. Me dirige una mirada que bien dice «¿Qué?», lo cual dice mucho teniendo en cuenta que sus ojos son un vacío caleidoscópico.

—¿Cómo me has llamado? —inquiere, totalmente confundido.

Ahora empezaba a avergonzarme de mi intento de insulto.

—Olvídalo, mejor vete, quiero leer.

—Tú... tú me has llamado... —mira el libro que sostengo, de forma surrealista la comisura derrcha de sus labios se va levantando, formando una sonrisa—, no puede ser, ¿En serio creíste que «Listillo» era un buen insulto?

—¡Fue lo primero que se me ocurrió! —me defendí.

Entonces sucede otro acto milagroso, Percy se echa a reír, ¡Se echa a reír! Fue tanta mi sorpresa por ese suceso que solo soy capaz de quedarme sentada sobre mis talones aún en mi cama viéndolo con total sorpresa mientras que él se sigue burlando de mí mal intento de insulto.

El sonido de su risa podría ser bastante contagioso en otra situación que no sea esta, también es bastante inconfundible. Es ese tipo de risa que tú la escuchas y ya sabes a quien pertenece, y no porque sea estentórea, es más por el hecho de que, al ser pocas las veces en que se ríe, te aprendes en un segundo como es ese sonido.

Estaba segura de que si Percy sonriera más seguido tendría a muchas del internado detrás suyo, esa sonrisa de hoyuelos más el particular trastorno ocular que tiene le daba muchos puntos a ese chico.

—Vaya, sí te puedes reír a todo trapo —comenté, aún en mi sitio—, no creí que algo así fuera posible. Siempre parece que si te ríes harás daño a tu alma oscura.

Termina suspirando y volviendo a tomar asiento en mi cama, ahora todo esto me parecía raro. Percy intentando ser amable, Percy sonriendo, Percy riendo. ¿En qué mundo paralelo desperté hoy?

—Eres del asco para decir insultos.

Ah, ahí estaba el mismo de siempre, aún riéndose, pero el mismo chico tan amable como una ortiga.

—Voy a intentarlo de nuevo, pero por favor, no me llames «Listillo»

—Se ve tentador ahora —si podía molestarlo con eso a partir de ahora, no lo veía tan vergonzoso.

—Atrévete, átomo en decadencia.

—¡Que no soy tan baja!

¡Percy solo me lleva una cabeza de altura!

—En fin, mejor ponte unos zapatos.

—¿Qué?

—Lo que oíste, ponte unos zapatos.

—¿Y cómo por qué?

—¿Siempre haces tantas preguntas? —su tono divertido pasa a ser uno más ligeramente fastidiado.

—No, pero... es solo que... ¿Por qué... —hago una pausa y meneo la cabeza, pienso mejor mis palabras—. ¿Cómo para qué me tengo que poner zapatos?

—Repito, ¿Siempre haces tantas preguntas?

Fruncí el ceño, molesta. Percy echa hacia atrás su cabeza con un gruñido.

—Vale, vamos a salir un rato. Necesitas salir de aquí.

Estaba de acuerdo en su punto, tenía que salir de aquí, las últimas semanas en las que mamá no a venido por mí he estado encerrada aquí, con suerte Phoebe conseguía convencerme para salir al comedor a la hora de la cena. De resto, esta habitación se había vuelto mi exilio voluntario.

Con todo eso, mi parte asustada temía encontrarse con alguno de los chicos que me molestan. Sé que los fines de semana quedan pocos estudiantes en el internado, yo no tenía idea si alguno de mis bullys era uno de esos.

—Yo... no lo sé, Percy —hago una mueca y lo miro—, no me apetece salir mucho, quiero quedarme aquí.

—Venga ya, ¿En serio? —me dirige una mirada incrédula, en sus irises empezaba a aparecerse un suave color azul.

Torcí los labios, jugando con mis pulgares.

—Sí, yo... no quiero que me molesten, ¿Vale? Aquí nadie me juzga, aquí nadie me mira. Solo estoy yo y eso para mí está bien.

Percy echa un suspiro al aire, sentandose con delicadeza más cerca de mí, su peso hizo que me inclinara un poco en su dirección aún sentada.

—Polet, ¿Recuerdas lo que te dije?

¿Cómo olvidarlo? Sus palabras no han dejado de dar vueltas en mi cabeza desde ese día.

—Sí, claro que lo recuerdo —musito en respuesta, mirándolo medio cabizbaja.

—Bueno, si las recuerdas ¿De verdad estás dejando que esos idiotas hijos de perra se sigan aprovechando de ti?

Sí, estaba dejando que hicieran eso, no me hacía sentir orgullosa.

—No sé qué hacer, Percy —murmuro, mi voz se vuelve más aguda por el recién nudo formado—. No sé qué hacer para que dejen de molestarme, no es... no es tan fácil, empieza a influenciar en ti, empiezas a juzgarte también, t-te hacen daño y tú... tú también empiezas a hacerte daño. No quiero que me sigan tratando así, pero solo no tengo idea de cómo reaccionar, de como... de cómo detenerlo. No sabes lo que es...

—Te equivocas, sé muy bien lo que se siente ser juzgado —me interrumpe, sus ojos al frente en un punto no específico—, que otros te hagan daño... en serio lo sé, Polet —me mira de reojo, había mucha tristeza en su mirada—. Entiendo que no es fácil, cuesta mucho más de lo que crees, ¿Pero no crees que a sido suficiente ya?

Había sido mucho más que suficiente.

Él se pone de pie, aún en su mirada estaba esa tristeza inexplicable. De pronto, Percy no parecía Percy, al menos no la versión de él con la que he convido las últimas semanas. Era él, el chico de ojos caleidoscópicos, pero en su versión más... humana.

—No somos los mejores amigos, y después de este día podremos seguir odiandonos —me reí—, vale, tampoco así. Mi punto es, que sé que cuando en la mente hay mucho ruido, siempre es bueno tener una forma de pausarlo por un rato. Así que, ¿Te pones unos zapatos o no?

Percy extiende su mano en mi dirección alzando una ceja. Miré su mano, después su rostro, analicé su propuesta junto a sus palabras.

Mis labios empiezan a dibujar una sonrisa, dejo el libro a un lado y tomé su mano en respuesta a su pregunta.

***

Resultaba raro ver tan vacío el internado.

Cuando salimos de mi habitación y bajamos al área escolar, fueron muy pocos los alumnos los que ví, esos en gran mayoría eran con los que tenía un trato amistoso ameno, lo cual me agradó mucho, no había idiotas a la vista este fin de semana.

—¿A dónde vamos? —le pregunto a mi guía, dando pasos largos para poder alcanzarlo—. Oye, ve un poco más lento, tengo piernas cortas.

Se detuvo a mitad del sendero de gravilla que llevaba a la salida del internado, metió las manos dentro de su sudadera (la dichosa sudadera) esperándome, desde ahí empezó a caminar con un poco más de lentitud para que yo no esté corriendo a alcanzarlo.

—¿A dónde vamos? —pregunto otra vez. Me daba curiosidad saber a dónde me llevaría Percy.

—A un lugar —contesta sin siquiera verme, volvemos al Percy frío de todos los días.

Ruedo los ojos y meneo la cabeza, me contengo de soltar un gruñido. Santo cazador afortunado, ¿Por qué tenía repentinos cambios de humor? ¡Era complicado seguirle el hilo!

—Eso es obvio ¿Pero a qué lugar exactamente?

—¿Por qué haces tantas preguntas? —refuta, dirigiendome una mirada cansada—. Un minuto de silencio no vendría mal.

—Hey, ¿Y si me quieres llevar a un lugar desolado dónde nadie pueda oírme gritar para así matarme y cortarme en montones de pedacitos?

Detiene sus pasos y su ceño se frunce, su boca quedó congelada en una mueca de «¿Qué carajo...?»

—Si te habría querido cortar en montones de pedacitos lo habría hecho hace un buen tiempo —ah, caray—. Así que no, no te voy a llevar a ningún lugar desolado, solo sígueme en silencio y ya.

Aún me sentía ofendida he impactada a partes iguales por su reciente comentario, por lo que entrecierro los ojos en su dirección, desconfiada.

Pero entre quedarme en mi habitación aburrida, hundiéndome en mi propia miseria o correr el riesgo de morir a manos de este antipático, prefería optar por lo segundo.

—Bueno... —termino diciendo—, te advierto que si veo actitudes sospechosas te daré una fuerte patada en los bajos.

Asintió sin darle mucha importancia a mi amenaza, incrementa mi indignación, ¿Acaso no me tiene miedo? ¡Golpeo fuerte, y eso ya lo sabe!

—Vale, mensaje recibido.

Tras esa respuesta salimos a la parada de autobuses más cercana, ninguno aquí contaba con auto propio y creo que tampoco con una licencia. Para nuestra suerte, había un autobús en la estación y, según Percy, es el que nos dejaría en nuestro destino.

—Aún tengo la duda... —mascullé, sentandome junto a la ventana.

—Minuto de silencio, Polet, minuto de silencio —fue toda su respuesta.

Despido aire por la nariz y cruzo los brazos sobre mi pecho, no tengo más opción que ver la ruta del autobús por la ventana, a Percy parece complacerle el silencio.

Idiota.

No, no, Polet, está haciendo algo lindo por ti. Y sí, aún sigue siendo un antipático del demonio, pero al menos está siendo amable.

Veo las calles pasar a toda velocidad, las tiendas poco a poco van escaseando hasta convertirse en vallas de concreto y puestos hechos con paja y palos, no pasa mucho para que la brisa que entra por la ventana tenga un particular aroma salino.

El autobús se detiene en la parada justo frente a la playa, bajo sintiendo la emoción de una pequeña niña.

—¿Es este un lugar indicado para matarte? —Percy me mira por el rabillo del ojo.

—Tenía todos los motivos para desconfiar, Perceval.

Asiente con la cabeza, sabiendo que tengo razón.

Juntos nos adentramos en el boulevard de donde se escuchaba entretenida música tropical, ahí había mucha buena vibra que es imposible sentirse triste o desanimado, la vida musical que hay aquí solo no te lo permite. Percy me señaló con un gesto un puesto ambulante de limonadas, a lo que respondí con un encogimiento de hombros.

Terminamos comprando un par de limonadas, (la mía de color rosa, no me disculparé) y fuimos vagando sin rumbo alguno por el boulevard, nada más centrándonos en nuestras bebidas y la música de fondo. Más adelante vimos a un grupo tocando cerca de la valla de separación, además de estar tocando el steelband, también tenían compañía de otros instrumentos como las maracas, el ukelele y un bongó. Algunas personas se detenían a sus alrededores a obsrvarlos y otros pocos se dejaban llevar por el ritmo en version tropical de I Want It That Way de los Backstreet Boys.

—¡Ven, vamos a ver! —dije, tomando a Percy de su mano libre y arrastrándolo conmigo a ver más de cerca al grupo tocar.

La música era demasiado buena y los hombres de la banda tocaban muy bien, todos en una coordinación de sonidos increíbles y pegajosos, además de bailables. Me reí viendo como una mujer de unos veinti tantos baila con lo que supongo es su marido y un niño de unos cinco años.

Apenas me distraje unos segundos viendo en dirección al muelle de la bahía, desde aquí se podía ver la enorme rueda de la fortuna y algunas de las más grandes atracciones que tiene ese parque, que es uno de los puntos turísticos más populares de todo Holbrook.

Volviendo al caso, apenas y me distraje cuando de pronto alguien choca conmigo, causando que mi pobre, pobre limonada rosa cayera al suelo. Yo habría ido por el mismo camino de no ser porque Percy pudo sujetarme justo antes de que mi trasero tuviera un nada bonito encuentro con el suelo de concreto.

—¡Ay, lo siento mucho! —hay un acento bastante fácil de reconocer en su voz: beantown, pasar una temporada en Boston con papá hizo que aprendiera la forma particular que habla esa gente.

—No se preocupe —dije, estabilizandome sobre mis pies, aún mostrando arrepentimiento en su expresión, la mujer volvió con su pareja y el niño.

—¿Estás bien? —preguntó Percy.

Asentí sacudiendo mis manos. Yo estoy bien, mi limonada tirada en el suelo no podía decir lo mismo.

—Sí, estoy bien. Gracias por no dejarme caer.

—Era bastante tentador, si soy honesto.

Le regalo una sonrisa irónica.

—Gracioso, Perceval.

Percy pone los ojos en blanco con diversión.

—¿Qué tal si vamos al parque? —propone—. No vendría mal.

—Me gusta esa idea, ¡Andando!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top