Cantos a medianoche.

Poco antes del amanecer, en la cámara de Celeborn de Caras Galadhon, donde el oro, el jade y la plata se mezclaban en una confusión tibia y de ensueño, lord Celeborn se encaraba ante los dos fugitivos; su rostro no denotaba ninguna emoción, pero Gandalf sabía que no le hacía ninguna gracia la decisión precipitada de su esposa de volver a Valinor, cuando ella ya había confirmado su permanencia junto a él en la Tierra Media.

—No entiendo —dijo entonces por tercera vez el más sabio de los elfos de la Tierra Media—. ¿Por qué has tomado esta decisión tan repentina, mi señora?

Las facciones de la dama de Lothlórien se descompusieron al escuchar la pregunta de Celeborn. Por supuesto, no esperaba escapar como una chiquilla sin ver atrás; aguardaba alguna reprimenda, o que indagara los motivos que la habían hecho cambiar de parecer. Por la noche cuando se lo había comunicado, no dijo nada que pudiera augurar algún pensamiento bueno o malo. Celeborn simplemente había asentido, y ahora justo antes de partir, se disponía a hablar; sólo los Valares sabían cuánto diría.

—Me ha entrado la añoranza por mi hogar —respondió lady Galadriel—. Deseo encontrarme con los míos, mi querido señor.

— ¿Los suyos?

—Quiero entrar en el palacio de Manwë y Varda de nuevo. Deseo cantar tranquilamente desde el amanecer hasta el anochecer, ver la eternidad pasar... Formar parte de la visión de Ilúvatar, como todos añoramos. Quiero volver a casa.

—Pensé que nuestra casa era dondequiera que nos encontráramos ambos —Celeborn le miró intensamente a los ojos—. Los dos, juntos.

—Siempre te llevo en el alma, mi señor. Pero mi tiempo aquí ha terminado —Galadriel caminó lentamente, subiendo al sitio que alguna vez había ocupado junto a su adorado esposo.

Celeborn se puso en pie para recibirla; de su presencia impasible brotaba la majestuosidad de siempre. Más, Galadriel, que le conocía desde hacía tanto tiempo sabía que un aire melancólico cubría su semblante esa mañana. Se miraron a los ojos en una danza de sentimientos confusos, y después, por iniciativa del señor de Galadhrim, ambos se abrazaron con la ternura de los que se aman, pero ya no de la misma forma que antes.

—La joven que abandonó a los Valar porque quería conseguir un reino en la Tierra Media ha desaparecido —musitó en su oído en lengua Sindarín—. Ahora queda la mujer madura que sabe lo que quiere, y es ser feliz. —Galadriel apretó los ojos, conmovida con profundidad. Dejaba atrás años de matrimonio, infortunios, y una nieta—. Nunca pensé que no sería yo el que te acompañaría en esta travesía, pero confío en él de todas formas —besó su mejilla, separándose de ella con rápidez. La elfa apretó los labios un tanto apenada. Celeborn sonrió y susurró un suave "Ve a casa"

Mientras Galadriel bajaba con cuidado los escalones, Gandalf le miraba sin entender del todo que ocurría. Ella le sonrió discretamente, y detrás Celeborn había elevado los brazos, mirando esta vez al mago.

—Que los Valar guíen su camino por todo el bien que han hecho a la Tierra Media. Nunca se les olvidará.

El mago blanco no pudo hablar, por lo que reverenció a Lord Celeborn antes de abandonar para siempre Lothlórien.

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Montada en un magnífico caballo, Galadriel galopó al lado de Gandalf, cruzando el bosque, saliendo a los campos que llevaran el nombre de su hija: Celebriant. Verdes y fértiles. Tan preciosos que el Sol doraba cada hierba a su paso, y algunas flores comenzaban a crecer a pesar de la devastación que años antes hubiera llevado a cabo Saruman. El aire era fresco; el caballo franco, y Gandalf se mecía a merced de los movimientos de Sombragrís, quien le contagiaba de su vitalidad. Habían escogido el camino más largo; atravesar el bosque de Fangorn que otrora fuera el más grande quizás de la Tierra Media. Después cruzarían el paso de Rohan, y cabalgarían un largo camino hasta la Comarca.

Ninguno habló en todo el día. Se limitaban a mirarse en algunos momentos, cuando el otro no estuviera mirando. Gandalf aún se sentía intranquilo, y Lady Galadriel no deseaba perturbarlo en nada.

A la media noche pararon; estaban en los límites del bosque se abría ante ellos como una espesa mancha; era el sitio donde los ents habían vuelto a dormir profundamente. Llevaron los caballos a abrevar, y mereciendo un poco de descanso, se sentaron bajo el follaje de un frondoso árbol, sobre piedras tan antiguas que ni el mismo Gandalf podría adivinar su edad. El mago hábil en las artes del fuego, encendió una pequeña hoguera.

—Es increíble —musitó, mirando las llamas, con una sonrisa de lado—. Lo humano que se vuelve el fuego cuando se sabe que no se verá de nuevo.

—Recuerdo fuego en aquel lugar —La dama elfa se arrellanó en la piedra, observando con candidez al mago blanco.

—Lo hay, mi lady: Son enormes fogatas hechas por Yavanna; Manwë sopla sobre ellas y duran días sin extinguirse. Es un fuego alegre, bendecido, donde los Elfos danzan día y noche, incansables. Pero el fuego allá es felicidad, aquí es... Consuelo, esperanza en la noche más oscura...

—No recuerdo mucho de Valinor o Valmar. Sólo viene a mi mente el crudo invierno por el que tuve que pasar para sobrevivir cuando marchamos lejos de esas tierras... —Ante los ojos inquisitivos del mago, lady Galadriel compuso una sonrisa tenue—. Ocurrió hace ya mucho tiempo, Mithrandir,

—No deja de ser menos cruel.

—Me imagino...—comentó de forma abrupta lady Galadriel, intentando cambiar de tema—. Qué aún no puedes revelar quién eras en esa vida, ¿me equivoco?

—Me temo que no —Gandalf apretó los labios, alzando los ojos al cielo—. Aunque soy el mismo desde la creación del todo. Dentro de este viejo cuerpo, reside en mi interior un espíritu sin gran relevancia.

El silencio se interpuso breves momentos, en los cuales Gandalf aprovechó para encender su pipa. La elfa había abandonado su asiento que le distanciaba del Istari, y se sentó junto a él. Gandalf succionó el humo de la pipa con cierta incomodidad; su cercanía lo descolocaba, no obstante, siguió fumando en silencio a la espera de lo que ella quisiera decirle.

—No pienso que seas un espíritu común, Mithrandir.

—Usted es muy amable conmigo, mi señora.

—Sólo hay algo de cierto en lo que dices —Galadriel le veía profundamente, con un sentimiento parecido a la ternura desbordándose por sus pupilas—. Soy tuya.

El mago blanco se quedó inmóvil por completo ante la inesperada confesión. Sus dientes apretaron con fuerza la madera que yacía entre sus labios, y el humo se esparció por su boca sin ningún esfuerzo por aspirarlo. Los primeros en reaccionar fueron sus ojos que se movieron de un lado a otro, intentando procesar las palabras oídas, que quizás fuera una ilusión provocada por el tabaco que era fuerte y bastante bueno.

"Te equivocas" Murmuró la penetrante voz de la dama de Galadhrim en su mente. Gandalf salió de su ensoñamiento y se volvió hacía ella apurado de haberla hecho enfadar con sus pensamientos. Ella se puso en pie con delicadeza; las telas ricas de su vestido susurraron al arrastrarse contra el césped, alejándose unos pasos de Gandalf, dándole la espalda. No logró saber si su rostro era de aflicción y molestia, por lo que el mago se puso de pie en un salto.

—No fue...

"Todos piensan lo mismo, Mithrandir" Le tranquilizó de inmediato "Piensan que están ante un ser vivo que supera a cualquiera que esté en la Tierra Media. Creen que mi belleza tiene por objeto el mal o el bienestar general. Creen que son indignos de estar en mi presencia por diferentes causas. Hombres, Elfos, Enanos, se enamoran perdidamente de lo que ven... ¿Estás enamorado de lo que tus ojos ven en mí, Mithrandir?"

"No" Pensó el mago de inmediato, dando un paso en su dirección. "No, mi lady, no..." Se detuvo al saber que tampoco era una respuesta satisfactoria.

"¿De qué te has enamorado, Mithrandir?"

—De usted, mi lady —contestó el mago blanco sin titubear, caminaba con cuidado en su dirección, no quería sobresaltar—. Es decir, bueno... Entiendo lo que intenta decirme. —se relamió los labios, mirando con fijeza las espirales de humo que emergían de su pipa—. Cree que el amor y la admiración que todos sienten por usted se basa en belleza, en lo imponente que resulta su presencia...

— ¿Y no es de este modo?

—No —respondió el mago de inmediato—. Es una señora con encantos, sí, no lo niego, pero debajo de toda esa majestuosidad...

Galadriel se volvió para ver a Gandalf de reojo, atenta a lo que brotaran de los labios de él. El Istari sentía que su vida estaba en juego.

—Hay una mente extraordinaria —dijo sin rastro de mentira—. Una personalidad feroz... —Colocó de nuevo la pipa en su boca—. Y sí mal no recuerdo, dueña de una voz irresistible... Las aves la envidiaron siempre, mi lady.

Galadriel se sonrió apenas perceptible como siempre lo hacía; el ambiente de tensión había desaparecido. El aire silbaba de nuevo, y el olor a césped y resina aumentó. El bosque hablaba con ellos a su manera. La dama de Galadhrim se sentó de nuevo junto al mago con toda la parsimonia del mundo. Gandalf dedicó al cielo una mirada de agradecimiento. 

—Tengo siglos sin cantar —susurró, tomándolo del brazo, como si contara un secreto.

—Ciento cincuenta años, para ser exactos —rememoró el mago, mirando el fuego con aire melancólico. El viento aumentaba, al igual que el crepitar de la hoguera—. Era el cumpleaños de Lord Celeborn. Había comida, bebida, bardos... Historias viejas. —frunció los labios, quizás buscando la forma de seguir—. Y en algún momento, lord Celeborn le pidió el regalo más valioso que cualquier hombre, elfo, o enano hubiera recibido alguna vez en la historia de este mundo.

—Una nana —completó la joven señora.

—No ha existido momento en mi vida que  remplace aquella ocasión como la más preciosa de mis memorias —confesó apenado.

Pasaron varios segundos donde ninguno dijo nada: La magia que expedía el bosque los hechizaba, y los invitaba a dormir un par de horas, con el delicioso aroma a pino y abeto en las fosas nasales. Gandalf sintiéndose incómodo por la calma silenciosa que se había instalado tras sus palabras, se estiró un poco y se sentó sobre el pasto, recostando la cabeza junto a la roca, cerca de las piernas de ella. Colocó más tabaco a la pipa.

—Deberías descansar, Mithrandir.

—Estoy bien —aseguró el mago, cruzándose de brazos; sus cabellos blancos rozaban las inmaculadas ropas de la señora de los elfos—, es una hermosa noche, Varda nos ha estado bendiciendo con tantas estrellas —a pesar de todo, un bostezo salió de su boca, el cual ocultó un tanto avergonzado.

—Duerme, Mithrandir; cuidaré de tu sueño.

Gandalf cerró los ojos de mala gana. Dejó la pipa sobre la piedra, y se abrazó a si mismo, recostándose completamente sobre el frío pasto. Los cabellos blancos de su cabeza se expandieron por todos lados sobre aquel colchón natural. Su nariz se impregnó al olor de la lluvia, de tierra, y muchas hierbas que su cansado cerebro no deseaba. Abrió los ojos, mirando el la boveda nocturna pintada de estrella. Los cerró de inmediato, buscando reposo.

Instantes después, percibió como se hundía el cesped de su lado derecho; en su nariz ganchuda entró el aroma delicioso a flores que no crecían en esa parte de los campos. No tuvo tiempo de procesar aquella información, pronto al aroma se le unió un suave cosquilleo que empezó en su mejilla, se deslizó suavemente por todo su rostro: No tenía el valor de abrir los ojos, y ver que sucedía.

—De ahora en adelante —el aliento de lady Galadriel quemaba su rostro, el cual se tensó ante la imagen de tenerla tan cerca—. Cantaré sólo para ti, Mithrandir.

Poca fuerza tuvo el mago para responder ante tal ofrecimiento. No obstante, el hablar fue totalmente innecesario.

—La siguió siempre caminando muy lejos; las hojas de los años eran una alfombra espesa, a la luz de la luna y a los rayos de las estrellas que temblaban en los cielos helados.

Gandalf apretó los labios al oír su voz. Se armó de valor y abrió los ojos, topándose aquella cara que le miraba por encima, estando recostada de lado junto a él. El rostro de lady Galadriel era serio, pero sus facciones suaves; su canto dulce, sus ojos brillantes le devolvían un halo de vida al mago blanco.

Al ver que abría los ojos, la elfa prontamente colocó  dos dedos sobre los parpados del mago, cerrándolos con ternura. Y ahí en la oscuridad, Mithrandir escuchó el canto de Berén y Luthién hasta que cayó dormido en los brazos de lady Galadriel

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