Capítulo 4: Delirios nocturnos.
Finales de Enero.
Lo encontró en el techo de su desvencijada casa. Echado sobre este, contemplando el cielo como un imbécil. No sonreía, Albus Dumbledore sólo sonreía cuando estaban solos y se miraban hasta el cansancio. ¿Por qué? Gellert no lograba descubrirlo, pero lo intuía.
— ¿Eres astrónomo ahora? —Cuestionó con esa voz indiferente, carente de emoción que lo caracterizaba. Estaba de pie, justo detrás de la cabeza del mayor Dumbledore. Albus le miraba desde abajo, un hecho increíble, porque si comparaban los poderes de ambos, era Grindelwald el que le miraba siempre desde abajo.
— ¿Nunca te has preguntado si podremos tocarlas? —Murmuró con aire soñador, viendo ésta vez los ojos de Grindelwald.
— ¿Las estrellas? —Con cierto desagrado, alzó la cabeza, y la bajó de inmediato: Gellert no era amante de las cursilerías que acaparaban en ocasiones la atención de Dumbledore. Lo ponían débil de mente—. Creo que eso no nos concierne. Vivimos aquí, amigo querido.
Con una cadencia elegante se arrodilló suavemente hasta tener la melena rubia de Albus entre el pequeño arco que formaban sus piernas separadas. Gellert se sentó sobre sus piernas, mirando todavía desde arriba la cara llena de ilusiones de Albus Dumbledore embotada en su propia cara.
— ¿Sigues mirando estrellas? —Preguntó, un tanto incómodo.
—No...—Apareció la mística sonrisa que acompañaba los buenos momentos que tenían juntos.
—Entonces, ¿qué miras?
La sonrisa se abrió como una flor al inicio de la primavera. Grindelwald apretó la mandíbula para no devolverla, para mantenerse en su papel de hombre maduro y nada débil. Pero era difícil, Albus tenía una magia que más que envidiar, Grindelwald deseaba entender. Una magia que no requería varita, tan sólo, dejarla fluir.
—Adivina —Susurró con deje melancólico.
Los ojos azules de Albus se mezclaron con los suyos, y se enterraron en el fondo; no sabía si de su cabeza o de su alma, pero estaban ahí y no lograría sacarlos hasta no verlos más de cerca.
Fuera por inercia o por curiosidad, Gellert se inclinó más hacía la cara de Albus. Sus labios componían una mueca de disgusto; estaba cayendo hacía el abismo. Y lo detestaba. Nunca antes había caído hacía algo conscientemente. Estaba hechizado. ¿No debería ser al revés? Aunque, probablemente así era; Dumbledore estaba tan fascinado con él que le obsequiaba el mismo sentir. Porque él se conocía, no tenía sentimientos por nada ni por nadie.
Estaban tan cerca que percibía la barba de Albus de tres días picarle el rostro. Los alientos de ambos se fundían, y Albus ya no miraba estrellas, ni siquiera lo miraba ya a él. Había cerrado los ojos, respirando con dificultad, aguardando un momento que también Grindelwald deseaba concretar, incluso si eso requería de mirar estúpidas estrellas toda la noche.
—Me miras a mí, ¿cierto? —dijo contra aquella boca sonriente, que no se molestaba en confirmar o rechazar la teoría—. ¿Cierto? —Insistió Grindelwald, con la voz más suave que alguien le hubiera escuchado jamás—. ¿Albus?
Despertó en el interior de su oscura celda. No había estrellas, pero si bastante ruido que provocaban los magos que estaban encerrados junto con él. Gritaban nombres, desesperados. Clamaban por auxilio. Grindelwald inspiró hondo, dejando que los últimos vestigios de estrellas se desvanecieran con aquellos gritos, pero era un tanto difícil: Siempre soñaba lo mismo.
— ¿Señor? —al otro lado de la puerta de metal, una voz nerviosa lo buscaba.
— ¿Qué es lo que sabes? —Preguntó con voz ronca, aflojando los dedos que había apretado fuertemente ante tal...Pesadilla.
—La poción multijugos estará lista mañana —Informaba con ese tono apasionado que usaban sus seguidores al dirigirse a él—. Y el día después de mañana...Vendrán a cortarle la lengua, así que escapará sin problemas. Supongo que vo-volverá a Europa...
—No, mi querido amigo —siseó el tenebroso mago, elevando la mirada a los barrotes. La luz era tapada por la figura de Abernathy—. No huiré hasta que la Macusa no me libere.
La palidez de Abernathy casi le pareció cómica a Gellert, que habría reído de no ser porque aún veía fantasmas en la periferia de su vista.
—Le...Cortarán la lengua —señaló al fin, con la expresión asustadiza marcando todo su rostro.
—Es una lástima que no sea un mago para hacer que te crezca de nuevo —dijo en tono de sorna, permitiéndose una media sonrisa—. Abernathy, amigo mío, la tendrás de vuelta. Porque yo nunca me olvido de los míos, de los que son fieles a mí.
A pesar de la distancia, las gotas de sudor eran visibles en el descompuesto rostro de Abernathy. Grindelwald lo miró fijamente, asegurándose de que captara bien el mensaje. Al final, el mago tragó saliva y terminó asintiendo.
—Mañana volveré.
—Y yo te esperaré con ansias, amigo querido —señaló Gellert, sintiendo que se despedía no de Abernathy, sino del fantasma del que realmente fuera su único amigo.
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"Querida Tina:
Prometí que escribiría, y me disculpo si lo hago un poco moroso: Diciembre ha sido un mes con demasiado trabajo. En parte, estoy muy feliz por haber vuelto a Lóndres: Extrañaba mucho la cerveza de mantequilla del Caldero Chorreante; mi casa, donde están todas mis criaturas; y sobretodo, los reproches de mi hermano Theseus, de los cuales no hablaré por ser época de "amor"
Si pasamos a asuntos más interesantes, quisiera decirte que hace dos días realicé los últimos toques de mi libro. Al final el título será "Animales fantásticos y donde encontrarlos" el señor Worme está leyendo en estos momentos el borrador, y sí todo sale bien, se publicará el próximo año, con fechas tentativas para Enero, Febrero o Marzo. Yo sé que prometí escribirte y enviarte una copia del libro cuando estuviera listo, pero no logré resistirme a escribirte primero. Creo firmemente que es de mala educación enviar copias de libros sin haber tenido antes un historial de por lo menos tres o cuatro cartas donde saludo y pregunto por ti, por Queenie y supongo, por Madame Picquery.
Pero mejor pregunto por ti, me agradaría saber como te ha ido de nueva cuenta como auror. ¿Tienes una oficina bonita? ¿Deseas un bowtruckle para ayudante? Son muy útiles, y de bolsillo, como Pickett. Pickett en ocasiones me escucha. ¿Muy extraño? Lo siento, borraría eso, pero se vería muy informal mi carta con el tachón. ¿Cómo está Queenie? ¿Ya superó la tristeza por Jacob? ¿Y Jacob? Espero le compren pan regularmente, tengo entendido que se inspiró en mis amigos para sus creaciones. Moriría por uno de sus dulces.
En fin, tengo mucho más que decir, pero es Nochebuena y al parecer Theseus no puede acomodar la mesa. Te dejo estos pequeños renglones para que me recuerdes, como yo en ocasiones te recuerdo: Sonriente y perseverante en arrestarme para la MACUSA.
Pickett te envía saludos. No sabe escribir como supondrás, pero firmará con sus ramitas a un lado de mi firma.
Te estima, Newt.
PD: ¿No tardarás mucho en responder, o sí? Soy un poco impaciente con el correo y en serio quiero saber si estás bien"
Hacía quince días que Tina se sentaba frente a la mesa después de cenar con un té humeante a un lado, una pluma y un pergamino. Quince días en los que no lograba escribir una carta coherente para Newt Scamander. No ahondaba mucho en las razones, porque la razón la sabía y se negaba a aceptarla. No lo haría para ella. De hecho, pensó que nunca más volvería a saber de Newt, y que todo se le olvidaría.
Pero ahí estaba, con una carta del mago entre las manos que le provocaba diferentes sentimientos. A veces, sonreía. En otras ocasiones, bufaba desesperada porque aquello no lo había contemplado en su vida.
Salio de la ensoñación cuando el reloj marcó la medianoche. Tenía que responder, hacerle frente de forma amistosa. Tomó la pluma, la mojó en el tintero y comenzó a escribir un breve y cordial saludo. La inspiración no estaba del todo de su lado, porque los nervios le ganaban, pero el ritmo era saludable. Dio algunos detalles de Queenie, del panadero, incluso de Madame Picquery sin problemas. Pero, ¿ella?
Hablar de ella era más difícil. Era un auror de nuevo. Pero el caso asignado seguía cuidar a Credence, el problema consistía en que Credence había desaparecido de nuevo.
Decidió omitir aquellos detalles. Añadió una pizca, casi nada de ella, y justo cuando se decidió a cerrar la carta, los alaridos de Queenie la hicieron saltar de la silla. Tina corrió hasta la habitación de ambas, y encontró a la rubia abrazando una almohada, llorando desconsolada.
"Otra vez el panadero" Pensó Tina con cierto pesar.
— ¿Qué pasa, Queen? —se sentó junto a ella, colocando su mano sobre el hombro. Le dolía ver a su hermana un espíritu alegre en una situación tan difícil. No sabía como manejar a Queenie triste, era Queenie quien siempre la animaba—. ¿Es Jacob de nuevo?
La joven rubia asintió, con un puchero en los labios. Había dejado de gemir para centrarse en las palabras de Tina.
—Nunca estaremos juntos —susurró desolada.
—Nosotras estaremos siempre juntas —le respondió Tina, sonriendo—. No necesitamos de nadie más, Queenie. Se te pasará, el amor es pasajero.
—No...Tú te casarás... Y yo me quedaré sola. Porque siento que este sentimiento por Jacob no se va a ir nunca —suspiró Queenie, arrastrándose hasta los brazos de su hermana donde se acurrucó dulcemente.
—Yo nunca...
Se detuvo, acariciando los cabellos de su hermana, mirando al fondo de la habitación. No hablaron más, porque no hacía falta hacerlo. Queenie siempre tenía algo de razón y eso enfurecía a Tina. ¿quién decía que Queenie, tan bonita y alegre no se casaría?
Inspiró hondo, sin saber cuanto tiempo estuvo abrazada a su hermana, pensando en que ella si se iba a casar y la prueba estaba en aquella carta que estaba a punto de ser finalizada para el Magizoologo Newt Scamander.
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